^ A
LA ORDEN
PREDICADORES
4^«hi^
SñlTil TERESA DE JESÚS
LA ORDEN DE PREDICADORES
ES PROPIEDAD
¡u,!ü¡ilna de Jl„iiur_r Mciid. — M.iUrid
M.rc.-d .xtr.u.nlin.ri;. r)...- Sapla Tcrrsa de Jrsús recibió en esta I^ílesia de
Santo Tom.-is el dia de Nuestra Señora de la Asunción, ano de 1561.
{Reproducción dd cuadro que existe en la Capilla del Santísimo Cristo
de la Afionfa, en donde recibió esta merced)
(VIDA, CAP. 33.)
iEcc\
SANTA TERESA DE JESÚS
Y
Lil OI^DBN DB PI^BBICilDOriBS
ESTUDIOS HISTÓRICOS
POR
EL M. U. l\ T\l FELIPE MAllTIN 0. P.
REGENTE DE ESTUDIOS
EN
ELCOLEGIODESANTOTOAÁ5DE AVILA
CON PRÓLOGO DE D. MIGUEL MIR
Düí LA iKEAIi.ACABití^UIÍA IHSFAÑOILA
Taiitum opas Reforma tío ¡lis
perfecit (Diva Tcrcsia) subsidio
Prcedicatorum adjuta, quibus plu-
riinis doctrina ct sanctitaíc prw-
claris usa est á confcssionibus
consiliis spiritualiquc rcgiminc.
(Breviarium o. p.)
CON LAS LICENCIAS NECESARIAS
AVILA
TIP." Y ENCUADERNACIÓN DE SUCESORES DE A. JIMÉNEZ
1909
CENSÜRA^CLESIÁSTICA
Censurada de nuestra orden por el M. I. Sr. Ledo. D. Froilún Perrina,
Canónigo Lectoral de esta Santa y Apostólica Iglesia Catedral, la obra ti-
tulada Santa Teresa de jesús y la Orden de Predicadores, de la que es au-
tor V. R. y siendo favorable el dictamen del Censor de oficio, concedemos
nuestra licencia, por lo que á Nos toca, para que pueda publicarse dicha
obra, y con arreglo á lo mandado por Su Santidad el Papa Pío X en su
Encíclica <Pascendi> de 8 de Septiembre de 1907 al publicarse la repetida
obra, en el lugar acostumbrado, para que conste la licencia de la autori-
dad Eclesiástica se consigna lo siguiente:
Abalee 20 Novembris anni 1908. Nihil obstat.
Lie. Froylamis Perrino Canónicas T/ieologus.
Abulce 23 Novembris anni 1908.
IMPRIMATUR
f JOACHiM, Eppus. Abalen.
iiiiiiiiimiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiinii
CENSURA DE LA ORDEN
Los infrascritos, designados para censurar la obra que con el título Santa
Teresa de Jesús y la Orden de Predicadores, ha escrito el M. R. P. Fr. Fe-
lipe Martín, certifican que la han leído con detención y que no sólo no han
encontrado en ella nada digno de censura, sino que por el contrario estiman
que su publicación y lectura será provechosa á las almas y muy útil para
esclarecer importantes puntos en la historia de la insigne Reformadora del
Carmelo.
Meritísima labor ha realizado el P. Felipe, al dar unidad y vida á las dis-
persas y olvidadas piezas que forman la armazón y contestara de su obra,
desarrollada en bien concebido plan y con grande riqueza de datos, descono-
cidos algunos de ellos hasta la f celia.
Rector.
o/i. QJviz^ífnta o/et-'^tef'nc/ex,
Lector de Teología.
En vista del informe favorable de los RR. PP. LL. designados al efecto;
concedemos, por lo que á Nos toca, el competente permiso para la impresión
del Manuscrilo Santa Teresa de Jesús y la Orden de Predicadores, por el
R. P. Fr. Felipe Martín. Manila 27 de Diciembre de 1908, Fr. Migukl Na-
KRO, Pr. Provincial.
í) E 1) líkU R I A
excelsa üirgen y amaníisima madre mía
Santa Ceresa de Jesús.
fll acercarse el fin de mis días y á punió de
abandonar el tiempo para entrar en la eterni-
dad, ha querido ei Señor en su gran misericor-
dia inspirarme y ayudarme, para que pueda
ofreceros este pequeño obsequio en reconoci-
miento á tantos beneficios como por uuestra
intercesión íie recibido, y al mismo tiempo para
sobornaros á fin de que me asistáis propicia en
el trance terrible de mi muerte. Recibidlo, Ma-
dre mía, y tomadlo bajo uuestra protección.
Haced quepor su medio conozca el mundo cuan-
to amasteis á Santo Domingo y á su Orden; y á
su uez, cuan amada y íauorecida fuisteis de tan
Santo Patriarca y de sus liijos. Proteged desde
el cielo á la Orden de vuestro amigo, y compa-
deceos de este uuestro necesitado íiijo, admi-
rador y deuoto que os pide la bendición y besa
humildemente uuestras plantas uirginales.
Dominico.
PROTESTA
Cuanto en esta obra se contiene, se sujeta á la corrección y censura de
la Santa Iglesia Católica; y especialmente lo que sobre santidad de perso-
nas, revelaciones, apariciones y milagros se refiere, no se entiende, ni se
desea se entienda de otro modo, que conforme al decreto de N. S. P. Ur-
bano VIH, dado el año de 1625; así como á lo que acerca de hechos his-
tóricos y acontecimientos maravillosos se dice, ni se le da ni se pretende
se le dé mayor fe, que la que tiene por fundamento la autoridad humana,
excepto lo que en la vida y actas de los santos haya aprobado y confir-
mado la misma Santa Iglesia.
-^-
AL LECTOR
Por benévola condescendencia del P. Felipe Martín, he ido leyendo,
según salían de la imprenta, los pliegos de este libro sobre Santa Teresa
de Jesús y la Orden de Predicadores, que tienes, oh lector, entre las manos.
Ya antes había leído parte de él en manuscrito y en los primeros esbozos,
y su lectura había causado en mí grandísimo deleite. Había visto una causa
bien y hermosamente tratada, y descubierto en la vida de Santa Teresa
cosas que, ó me eran desconocidas del todo, ó no las habia visto clara y
distintamente. La lectura cabal del libro ha completado este conocimiento
y acrecentado en mí el dulce suavísimo deleite que se experimenta leyendo
las cosas de la insigne Reformadora.
Tal ha sido este deleite, que me ha inclinado á comunicar al público mi
grata impresión diciendo en alta voz y en letras de molde algunas de las
ideas y afectos experimentados con la lectura de este libro. Al hacerlo,
ofenda quizás la modestia del P. Martín; pero daré satisfacción á mis senti-
mientos y haré la justicia que se debe, á lo menos tal como yo la entien-
do, á una de las obras históricas mejores que han salido en España en los
últimos tiempos.
Hace años que unidos el P. Martín y yo por el lazo de la devoción á
Santa Teresa de Jesús, nos hemos ido comunicando nuestras ideas y la
variedad de afectos que producía en cada uno de nosotros la lectura de
las obras de la Santa. Él era veterano en esta lectura y estudio; yo novicio
y mero aficionado. Con todo, siempre hemos coincidido en las aprecia-
ciones y en los juicios.
vm -
De esta conformidad de ideas ha procedido el animarnos á seguir ade-
lante en los estudios que hablamos emprendido sobre la historia de la vida
de la Santa.
Hoy publica él los suyos. Los míos tardarán bastante en darse á la luz
pública, si es que se dan alguna vez, pues á mi edad no hay que contar
mucho con los años, ni con la robustez de la salud, necesaria para llevar
hasta el cabo obra de tan grande empeño.
No tengo autoridad para hablar como crítico de la del P. Martín; sólo
quiero declarar sencillamente lo que pienso de ella, diciendo ante el pú-
blico lo que he dicho muchas veces en conversaciones amigables. Tam-
poco pretendo hacer una crítica, ni un resumen analítico del libro. Sólo
intento expresar la impresión que me ha hecho su lectura, breve y conci-
samente y con la mayor llaneza posible. El libro de seguro merece mucho
más, pero ni yo tengo tiempo para tanto, ni tampoco se extienden á más
las fuerzas de mi inteligencia, ni los alcances de la memoria para recordar
de presente todos los hechos y razonamientos que se exponen en obra
tan dilatada.
Es notorio que sobre Santa Teresa de Jesús se ha escrito muchísimo.
Pocos serán los personajes históricos de quien se haya escrito tanto. En
esos escritos hay de todo: bueno, mediano y malo. Pero con ser tanto lo
escrito sobre Santa Teresa, se puede dar por seguro que queda muchí-
simo por escribir. Su persona es tan grandiosa y excelsa, se la puede mirar
y estudiar á tantos visos y de lados tan diferentes, que, por mucho que se
estudie y escriba sobre ella, quedará mucho que estudiar y que escribir.
El tema es realmente inagotable.
E! P. Felipe Martín no ha tomado para su estudio más que un lado ó
viso de esta personalidad.
Muy versado en la lectura de las obras de la Santa, pues según propia
confesión, hace treinta y cuatro años que no se le ha pasado día sin leer
algo de sus obras, hubo de caer muy pronto en la cuenta de que hasta
ahora nadie había tratado, con la amplitud que se merecen, las relaciones
que tuvo la Santa con los Padres de la Religión de Santo Domingo. El
P. Paulino Alvarez trató en verdad de este asunto; pero en su libro hecho
con ocasión del centenario de la muerte de la Santa, se indica demasiado
la precipitación con que fué escrito. Además cuando el Padre Paulino es-
cribió este libro no se conocían muchos documentos que han aparecido
después. Había, pues, un vacío que llenar y vacío muy importante en la
vida de la Santa Fundadora. El P. Martín se dispuso á llenarlo, preparán-
dose de antemano con la lectura de las obras de Santa Teresa estudia-
das á esta luz, y con la compulsación de los documentos antiguos de que
ha podido disponer, por nadie hasta ahora aprovechados. Madurado el
proyecto, ha trabajado en él algunos años, y, ya realizado, presenta hoy
su trabajo al público como nueva contribución á la historia de la Santa.
Hablar de la amplitud del diseño de esta obra, de la perfección de su
desempeño, de los nuevos aspectos que presenta en la vida de Santa Te-
resa, es ocioso. El lector la tiene en sus manos y puede juzgar por sí á poco
que la lea ú hojee. Pero sí conviene advertir y llamar la atención hacia la
imparcialidad, sosiego y tranquilidad de espíritu con que está escrita la
obra sobre Santa Teresa y la Orden de Predicadores.
Perteneciente el P. Martín á un Instituto Religioso, cuya gloria en
sus relaciones con la Santa se preconiza en este libro, pudiera creer al-
guno que, al declarar esta gloria, se dejaría llevar del entusiasmo que en
cada hijo produce naturalmente la gloria de la madre, exhalando este entu-
siasmo en frases ponderativas y elogios ditirámbicos, en los cuales tuviese
más parte el sentimiento y la pasión que la discreción y la prudencia.
Nada de esto hay en la obra del P. Martín. No es ésta una apología, ni
una diatriba, sino una manera de alegato, en que se asienta con palabras
muy claras la causa que se trata de defender, y, expuesta esta causa, se
traen las pruebas y testimonios con que se defiende y saca adelante.
El P. Martín, como verá el lector, habla poco por sí, relativamente:
quien habla más y más claramente son los testigos de este pleito, es á saber,
los documentos, que en tales causas lo son todo, y documentos auténticos,
fidedignos, y los más, hasta ahora no conocidos.
La conclusión á que se llega en este alegato y con la fuerza de estos
testimonios es tal que no es posible sustraerse á la evidencia de que la
Orden de Predicadores, representada en algunos de sus individuos, fué
entre todas las Ordenes religiosas la que más ayudó á Santa Teresa, tanto
en su formación y educación mística como en el fomento de la obra para
la cual Dios la envió al mundo, esto es, la Reformación de la Orden de
Nuestra Señora del Carmen, así en mujeres como en hombres.
A esta conclusión llega el P. Martín por sus pasos contados, puestos
los ojos en la verdad que es su guía, con los textos en la mano, sin que
ni la pasión le extravíe, ni el espíritu del cuerpo le haga exagerar ni sacar
de quicio las cosas, y sin dejar de ver ciertas flaquezas, ó errores, ó teme-
ridades de algunos individuos, antiguos compañeros suyos, que en ciertos
momentos disonaron en este concierto de universal ayuda y protección á
la Santa Reformadora.
Es notorio que el espíritu de cuerpo es uiio de los mayores enemi-
gos que tiene la verdad de la historia, de seguro el más artero y peligroso-
El escritor que está poseído de él anda siempre á riesgo de equivocarse.
Puede ciertamente conocer mejor que otros la naturaleza de ciertas cosas;
pero puede facilísimamente cegarse en el juicio que forme de ellas, errar
él y hacer errar á los demás. Bajo la capa de amor al instituto á que per-
tenece puede esconderse el amor de sí mismo, la vanidad, el orgullo, el yo,
el abominable yo, y donde quiera que esté este señor, ya se sabe que pue-
den temerse los mayores estragos.
Dice á propósito de esto un autor moderno, compañero y hermano de
hábito del P. Martín, el P.Juan González Arintero: «Este sutilísimo egoísmo
se oculta otras veces en el enfático nuestro ó nosotros; ya que no se atreva
uno á alabarse expresamente, y preferirse á los demás, alaba y prefiere las
cosas por lo que tienen de suyas. Pondera á su Patria ó á su misma fami-
lia, á su clase, á su corporación ó congregación religiosa, en apariencia por
lo mucho que les debe ó ellas se merecen, y en realidad porque en ese
grupo está uno mismo incluido, y en ese modesto nosotros se esconde y
disfraza el picaro Yo, que trata de asomar la cabeza de un modo ú otro.
Los verdaderos religiosos santos, por mucho que amaran, como debían, á
sus respectivas Ordenes, nunca trataron de preferirlas á otras que, mere-
ciendo igual aprobación de la Iglesia son tamb\én jardines de delicias del
Señor . (I)
(1) Nota al cap. IV, de la parte 2.^ de la Obra del P. Juan González Arintero,
«La Evolución mística», pág. P>98.
XI
Agregado á la Congregación, tal vez acaso, ó por la fuerza de las cir-
cunstancias, á poco se siente otro hombre en sus ideas y afectos. Lo que
antes le parecía indiferente hoy lo mira con vivísimo interés. La naturale-
za de la corporación, su historia, su manera actual de ser, ejercen en él ex-
traña influencia. Sin duda contribuirán á la formación de esta opinión ideas
y sentimientos generosos; pero es posible también que en ella tenga su
parte el egoísmo, la devoción, el culto, la adoración al yo que lleva me-
tido en las entrañas, que nunca se aparta de él y que le mueve y agita
siempre.
Formando parte de la corporación, los intereses de ésta se confunden
con los propios. Movido por este interés, todo en ella le parece bueno y
loable. El velo del egoísmo le impide ver defectos que á otros se les des-
cubren muy clara y distintamente. Arrastrado por este egoísmo y cegado
por este velo, se empeña en defender á esa corporación, cosas y hombres,
en lo pasado, en lo presente y en lo futuro, rasamente y á rajatabla, sin
que valgan razones ni documentos en contra. Aun conociendo esos docu-
mentos en contra y su importancia y valor, se revuelve airado contra ellos,
y ya que no puede suprimirlos, los trunca y desnaturaliza, los falsifica tal
vez, los interpreta temeraria y caprichosamente. Contra esa manera de pro-
ceder, protesta una y mil veces la severa gravedad de la historia; pero esas
protestas son inútiles. A todo se sobrepone ese yo, minúsculo, atómico,
invisible, pero muy visible y muy grande á los ojos de la propia vanidad,
que inspira y gobierna al escritor.
Los estragos que ha causado á la verdad histórica esta manera de ser,
esta disposición morbosa del espíritu, no hay para qué referirlos.
A buena fortuna el P. Felipe Martín no padece de esta morbosidad.
Teniendo muy á la mira que pertenece al Instituto religioso que tiene
por blasón la verdad, la busca con afán en todas partes, y, hallada, la de-
clara lisa, llana y sinceramente, sin tener en cuenta las miras é intereses
de la corporación de que es individuo; y con igual sinceridad habla de los
PP. Pedro Ibáñez, Domingo Báñez, García de Toledo y otros que á cara
descubierta protegieron y favorecieron á Santa Teresa, que de los PP. Bar-
tolomé Medina y Barrientos que en ciertos tiempos la desfavorecieron,
aunque después volvieron de su primer acuerdo; sin que oculte tampoco el
XII
caso de un dominico, cuyo nombre no nos ha dejado la historia y que la
desacreditó grandemente y que no sabemos reparase su dicho.
A vueltas de las relaciones de los PP. Dominicos con Santa Teresa
trata el P. Martin otros muchos puntos de su vida, sobre los cuales derra-
ma gran copia de luz, gracias á los nuevos documentos de que ha podido
aprovecharse. Sería infinito particularizarlos.
Tome el curioso el libro en sus manos y á poco que lea en él verá
cuántas cosas salen á luz de la vida de Santa Teresa nuevas, del todo
nuevas y de que hasta ahora nadie habla hablado. Entre ellas no es posible
dejar de notar dos de extraña originalidad.
Es la primera aquella en que demuestra, textos en mano, que las cons-
tituciones escritas por Santa Teresa para las religiosas de su orden se ase-
mejan hasta coincidir en muchos de sus puntos con las de la Orden de
Santo Domingo; lo cual demuestra la mano que tuvo el P. Domingo Báñez,
confesor de la Santa en el tiempo de escribirse estas Constituciones, en
la escritura de éstas: y la segunda, la semejanza que tienen las ¡deas filo-
sóficas y teológicas de Santa Teresa con las de Santo Tomás de Aquino
en su Suma Teológica; lo cual patentiza que la formación intelectual teo-
lógica de Santa Teresa, ni más ni menos que la mística, fué debida á los
hijos de Santo Domingo, como no podía menos de ser, teniéndolos Santa
Teresa por maestros en todo.
Cuando expongo mi opinión sobre el libro del P. Martín, ¿quiero decir
con esto que apruebe y dé por buenas todas las afirmaciones que hay en
él? Nada menos que esto.
Hay cosas sobre las cuales no es posible diversidad de opiniones, cuan-
do hablan claramente los documentos que en historia son los que tienen fe:
mas hay otras en que los documentos faltan, ó son oscuros, ó se desco-
nocen, y entonces tienen lugar las conjeturas y la diversidad de pareceres.
En este caso están algunas cosas que hay en la obra del P. Martin. Aquí no
señalaré más que una, es á saber, el atribuir al P. Hernando Alvarez del
Águila el caso aquel famosísimo del confesor que obligaba á Santa Teresa
á hacer un gesto despreciativo á la imagen de Nuestro Señor. No ha sido
el P. Martín el primero que ha afirmado tal; pero sin ningún fundamento.
El autor de ese desmán, que lo fué muy grande, no fué el P. Hernando del
XIII
Águila, sino otro Padre de la Compañía, cuyo nombre no ha sonado nunca
en esta causa ó asunto. La revelación de este nombre con otras curiosida-
des importantes se quedará para el estudio que estoy preparando sobre la
vida, espíritu y fundaciones de Santa Teresa.
Al tratar de las relaciones que tuvo Santa Teresa con el instituto de la
Orden de Santo Domingo háse ido naturalmente la pluma del P. Martín á
tratar de las que hubo de tener con otros institutos religiosos. Trata este
asunto con notable discreción y sabiduría, pero siempre atento á los fue-
ros de la verdad de que no puede prescindirse en la historia.
Entre esta variedad de relaciones hay un punto que ha sido para él ob-
jeto de su investigación especial, es á saber, las que mediaron entre Santa
Teresa y la Compañía de Jesús. Estas relaciones están tan claramente de-
finidas por grandísima copia de documentos del todo auténticos y deci-
sivos que parecía inútil tratar de este punto; pero como los interesados en
derramar tinieblas sobre estas relaciones y aun en trastornar y tergiversar
la verdad histórica insistan en su empeño, era necesario defender esta ver-
dad y derramar luz donde otros se empeñan en esparcir tinieblas. Ellos
tienen la piel muy dura, pero el historiador digno de este nombre la ha
de tener más dura aún (1); Froniem duriorem frontibus eoruni.
No trata el P. Martín de todos los puntos que abarcaron estas rela-
ciones, ni aún en lo que dice sobre algunos de ellos dice todo cuanto se
pudiera decir; pero en los que trata pone mucha y clarísima luz, deshacien-
do la serie de falsedades, sofisterías y paralogismos que se han amonto-
nado sobre esto, en especial los de un autor reciente que ha venido á re-
sucitar esta cuestión bien á deshora é inoportunamente.
Dice el P. Martín que al tratar este punto tal como él lo trata lo ha he-
cho movido únicamente por el amor á la verdad y por la sinceridad de
que debe hacer gala todo historiador. No necesitaba decirlo, pues esta sin-
ceridad se ve en todo el discurso de su argumentación.
Acaba diciendo que á esto le impulsó también el temor de Dios, de que
ha de estar animado el historiador. ¡Hermosamente dicho!
El temor de Dios es bueno para todo; y muy especialmente para escri-
(1) Ezech. c. III, V. 8."
XIV
bir acertadamente de cosas de historia; y aún diremos que muy especial-
mente para escribir de ciertas cosas de historia relativas á los Padres de la
Compañía de Jesús.
Es conocida aquella frase de Santa Teresa, (1) en la cual, refiriéndose
á ciertas diferencias que habia habido entre ella y un Provincial de la
Compañía de jesús, decía que tenía tan poco miedo á sus fieros que ella
misma se espantaba de la libertad que Dios la daba y que ni toda la Com-
pañía ni todo el mundo sería parte para dejar de llevar adelante lo que
entendiese ser del servicio de su Divina Majestad.
En la disposición de ánimo en que estaba Santa Teresa ha de ponerse
el historiador especialmente, como he dicho, cuando tiene que tratar cier-
tas cosas de la Compañía. Sólo á Dios ha de temer, y puestos los ojos en
la verdad, que es hechura de Dios, ha de procurar decirla con santa y ge-
nerosa libertad, sin importarle poco ni mucho los fieros y amenazas de
los hombres. Dénos Su Divina Majestad este santo temor como se lo dio
ciertamente á Santa Teresa.
De la Real Academia Española.
(1) Epistolario, IHl.
Capítulo preliminar.
Caracteres fundamentales que forman la fisonomía de Santa de Ceresa
de ¡esús. Causas que favorecieron su formación y desarrollo.
Tres son principalmente los timbres de gloria que circundan las sienes
y hermosean el alma de esa mujer extraordinaria que es conocida en el
universo mundo con el nombre de SantaTeresa de Jesús. La santidad, la
sabiduría y la fortaleza de ánimo. Santa Teresa fué santa, fué doctora y es-
critora, y. escogida por Dios para ser reformadora.
Como santa, comparte esa gloria con otras muchas almas, quienes, no
obstante la delicadeza de su sexo, supieron como ella conquistar la au-
reola de la santidad. La Iglesia presenta millares y millares de almas de
su sexo, que viviendo en todos los estados practicaron en la tierra las
más heroicas virtudes, mereciendo de ese modo el honor de haber sido co-
locadas en los altares y que se las tribute un culto que sólo está reserva-
do á los santos que están reinando con Cristo.
Como doctora y escritora aparece ya más singular esta seráfica Vir-
gen, aunque no única que participe esa gloria; pues sabido es que Santa
Catalina de Sena, Santa Gertrudis, y otras matronas cristianas honraron
no poco su condición y su sexo con escritos celestiales, si bien es pre-
ciso confesar, que no sólo ninguna aventajó á Teresa, pero que ni siquie-
ra la igualó; y pudiera sostenerse que es singular en cierto modo, y que
-2-
ninguna mujer ha escrito como escribió esta mística Doctora (1). Por
este carácter de escritora se le lian tributado los más grandes elogios y
alabanzas. Su estilo ha sido considerado como un modelo que debe imitar
nuestra lengua castellana, la cual en alas de Teresa de Jesús ha llegado
á ser la misma elegancia (2). Por su celestial doctrina la han dado los más
insignes escritores el dictado tan honroso de escritora y de mística doctora,
habiendo con esto ingresado en cierto modo y tomado asiento en ei coro
de los Santos Doctores de la Iglesia (3).
Mas el timbre de gloria que con ninguna mujer comparte, es el de
reformadora, y reformadora de una Orden religiosa, la más antigua de
todas, pues su origen se remonta á los antiguos profetas, á Elias (4) y
(1) El P. Báñez predicando en sus honras fúnebres en el monasterio de Carme-
litas Descalzas de la ciudad de Salamanca, dijo «que la tenía por tan Santa como á
Santa Catalina de Sena, y que en los libros y doctrina la excedía.» (P. Paulino Al-
varez, (Santa Teresa y el P. Báñez.)
(2) El célebre Fr. Luis de León no dudó en escribir: «Y en la forma del decir y
en la pureza y facilidad del estilo, y en la gracia y buena compostura de las palabras
y en una elegancia desafeitada, que deleita en extremo, dudo yo que haya cu nuestra
lengua escritura que con ellos se iguale.» Reprende luego á los que habían querido
mudar algunas palabras en los escritos de la Santa y dice: «Que hacer mudanza en
las cosas, que escribió un pecho en quien Dios vivía, y que se presume le movía á
escribirlas, fué atrevimiento grandísimo, y error muy feo querer enmendar las pa-
labras: porque si entendieran bien castellano, vieran que el de la Santa Madre es la
misma elegancia. Que aunque en algunas partes de lo que escribe, antes que acabe la
razón que comienza, la mezcla con otras razones^ y rompe el hilo comenzado mu-
chas veces con cosas que ingiere; mas ingiérelas tan diestramente, y hace con tan
buena gracia la mezcla, que eso mismo la acarrea hermosura y es el lunar del refrán.
Así que yo los he restituido á su primera pureza.» (Prólogo á las Obras de Santa
Teresa.)
(3) Boussuel, sur les etats d'oraison, IX, 3.
(4) Por eso nos dice en el capítulo XXVII de sus Fundaciones: «Y tantos males
juntos, que me pareció, mirando lo que tenía por andar, y viéndome así, acordarme
de nuestro Padre Elias, cuando iba huyendo de Jezabel, y decir: «Señor, ¿cómo tengo
yo de poder sufrir esto? Aliradlo Vos.» Y en el XXVIII hablando de la fundación en
Villanucva de la Jara, escribe así: «Entrando en la Iglesia con un Te Deum, y voces
muy mortificadas. La entrada de ella es debajo de tierra, como por una cueva, que
representaba la de nuestro Padre Elias >)
— 3-
Eliseo (1), moradores del Carmelo (2) de quien tomaron el nombre de
Carmelitas, cuyo venerando nombre ha sido canonizado por la iglesia y
por la tradición de todo el pueblo cristiano. Bajo este aspecto es singular
é individual esta celebérrima Virgen, sin que se registre en los anales de
la Iglesia, que una mujer haya reformado una Orden y haya dado consti-
tuciones y leyes, disponiendo el modo de vivir en el estado religioso no
solo á hombres, sino á mujeres. Tal y tan extraordinario acontecimiento
fué sin duda prefigurado en el Testamento antiguo, cuando, como nos
refieren las sagradas páginas apareció la gran Débora quien obró en el
pueblo de Israel las más inauditas proezas, dirigiendo y acaudillando á
las huestes de los hijos de aquel pueblo que peleaba por su Dios. Débora
fué la figura más acabada y perfecta de Teresa de Jesús.
Teresa es á la verdad la Débora del nuevo Testamento, y se puede
decir de ella lo que el Espíritu Santo nos dijo de la antigua. «Muchos hom-
bres ha habido antes de ti que han sido jueces en Israel; pero no ha habi-
do antes de tí mujer alguna que lo haya sido.>^ Y en verdad: los Antonios,
los Benitos, los Domingos, los Franciscos, fueron fundadores de Ordenes
religiosas en la Iglesia; pero ninguna mujer ha sido antes de tí fundadora
y menos reformadora (3) de ningún instituto religioso, de ninguna Orden
que abrace por igual ú los dos sexos (4). Esta es gloria singular de Teresa
(1) «Tenía aquella señora aderezada una sala muy grande, y muy bien, adonde se
había de decir la misa, porque se había de hacer pasadizo para la que nos daba el
obispo; y luego otro día, que era de nuestro Padre San Elíseo se dijo. > (Capítulo XXX
en la fundación de Soria.)
(2) Aludiendo á este origen y genealogía escribe la Santa en el capítulo I de sus
quintas :\Ioradas: Así digo ahora, que aunque todas las que traemos este hábito
sagrado del Carmen, somos llamadas á la oración y contemplación (porque este
fué nuestro princpio, desta casta venimos, de aquellos Santos Padres nuestros del
Monte Carmelo, que en tan gran soledad y con tanto desprecio del mundo buscaba
este tesoro, esta preciosa margarita de que hablamos), pocas nos disponemos para
que nos las descubra el Señor.»
(3) Véase á Palafox, carta primera de Santa Teresa al Rey Felipe II, nota 5, edi-
ción de 1793, donde entre otras cosas, dice: «Más fácil es fundar tres Religiones, que
reformar una.
(4) 'nixcrim te Dcboram sapicntia, et imperio in virus jiidicaiidique potestatc
-4 —
de Jesús, sobre todo si se tiene en cuenta el fin que ella se propuso al im-
plantar su Reforma, que no fué otro sino deshacer las huestes infernales
de Lutero, que causaban en Francia inmensos estragos en las almas (1.)
percelebrem, quae viros hortata, erectoque vexillo, virilis animi dignissimae forti-
tudinis cxempla demonstravit. Nunquam magis in oraculi niodum, quam de Te dici
illud potuit: Miilti aniea judices in Israel, sed nulla ante le Judcx faemina. Quid me-
rnorem Heroas Eclesiae, Divos Basilium, Augustinum, Benedictum, Dominicum,
Franciscum: qui primi arenas ingressi, incertuní an milites, an duces, plus fortitudine
quam prudentia voluerint? Multi equidem judices in Israel, sed nulla ante Te, Ó
DIVA VIRGO, judex faemina, quae viris exemplum fortitudinis esse potuerit, quae
belli suscipiendi in castris Domini, prima vexillum tulerit docueritque viros arma
tractare. Nihil est quod Synagogae Ecclesia invideat: Teresiam vidít, altiori spiri-
tu, melioribus fatis, et in graviori certamine, hortari viros, et in hostes accendere.
Putares revocatis temporum vicibus
ut Deberá quondam
Duceret instructas posí fortia classica turmas,
Et mulier sumpto praccederet agmiiia signo.
Mirantes hortata viros; quos ipsa ferocem,
Exemplo, verboque monens, accendit in hostem.*
(Gonet, Ciypeus Teologiae en la dedicatoria de la obra.)
(1) Y que este fué el fin principal, nos consta claramente de sus palabras en el
capítulo 1 del Camino de Perfección. Dice así: En este tiempo vinieron á mi noticia
los daños de Francia y el estrago que habían hecho estos luteranos, y cuánto iba
en crecimiento esta desventurada secta. Dióme gran fatiga, y como si yo pudiera
algo ó fuera algo, lloraba con el Señor, y le suplicaba remediase tanto mal. Pare-
cíame que mil vidas pusiera yo para remedio de un alma de las muchas que allí se
perdían. Y como me vi mujer y ruin, imposibilitada de aprovechar en lo que yo
quisiera en el servicio del Señor (y toda mi ansia era, y aún es, que pues tiene tan-
tos enemigos y tan pocos amigos, que esos fuesen buenos), determiné hacer eso po-
quito que era en mi, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección
que yo pudiese, y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mesmo.*
Y añade al empezar el capítulo III: «Tornando á lo principal para lo que el Señor
nos juntó en esta casa (y por lo que yo mucho deseo seamos algo para que conten-
temos á su Majestad), digo que viendo tan grandes males, que fuerzas humanas no
bastan á atajar este fuego destos herejes, que va tan adelante...»
Un distinguido profesor del Colegio de Francia, reconocido como una eminencia
en la república de las letras, no ha temido afirmar *que Santa Teresa ha contribuí-
do más que San Ignacio y el gran Rey I'clipe II á detener el movimiento de la Re-
-5-
Pero Dios nuestro Señor que, en expresión del Espíritu Santo, dispo-
ne con suavidad en su amorosa providencia los acontecimientos más es-
tupendos y admirables, ordenó todo el proceso de la vida de esta incom-
parable Virgen en consonancia á estos fines.
La había predestinado para que fuera una Santa y así la dio en primer
lugar un natural y alma virtuosos ó inclinaciones buenas; unos padres vir-
tuosos y temerosos de Dios: el Señor la hizo gran merced de ponerla en
compalía de buenos, cuando estuvo como educanda en el convento de
Gracia (1): él la hizo también la grande merced, como ella escribe, «de
traerme por tantos rodeos vuestra piedad y grandeza á estado tan seguro,
y á casa donde había tantas siervas de Dios»: él, en fin, la deparó quien la
sacase de peligro tan peligroso y de humildad tan soberbia, como era el ha-
ber abandonado el camino de la oración, que fué la puerta por donde Dios
la hizo tan grandes mercedes que espantan d cuantos las saben.
La tenía Dios destinada para ser la gran doctora, sobre todo en la
ciencia mística de modo que fuese en los tiempos venideros la Madre y
Maestra de todas las almas que en adelante profesasen una vida espiritual
y de perfección, y así dispuso también suavemente á Teresa de Jesús;
«dándole Dios, dice el P. Ribera (2) un entendimiento grande que abraza-
ba mucho y agudo, un juicio reposado, no nada arrojado, sino lleno de
madurez y de cordura.»
Por esto, el mismo autor, hablándonos del daño que la causaron en su
niñez los libros de caballería, se expresa de esta manera: «Dióse, pues, á
estos libros (3) con gran gusto, y gastaba en ellos mucho tiempo: y como
forma protestante é impedir que se propagase por la Europa latina >. Plasse, Souve-
nirs da pays de Sainte Tlicrcse.
(1) Importantísima fué la influencia que ejerció en ei porvenir de Santa Teresa
Doña María d3 Briceño, religiosa Agustina en este antiquísimo convento y natural
de est;i ciudad de Avila. Léanse los capítulos II y III de la Vida de la Santa, donde
hace el pane pírico de esta ejemplar rcliiííosa. Mucho sería de desear que algún hijo
del grande Agustino explotase este tesoro y manifestase cuánta parte tuvo su
Orden en la f jrmación de Santa Teresa por medio de la buena conversación de esta
monja, porque era muy discreta y santa.
(2) Libro 4.0, capítulo 1.
(3) Libro 1.0 capítulo V.
-6 —
SU ingenio era tan excelente, así bebió aquel lenguaje y estilo que dentro
de pocos meses ella y su hermano Rodrigo compusieron un libro de ca-
ballerías con sus aventuras y ficciones, y salió tal que había harto que de-
cir de él>. Pero no sólo la dio Dios ese tan excelente ingenio, ese talento
grande y agudo; sino que ordenó de tal modo los sucesos, que hizo, que
esta futura doctora comunicase de palabra y por escrito con todas las emi-
nencias de la ciencia que había en la Iglesia de España en aquel siglo de
oro para las letras.
Comunicó su espíritu con D. Alvaro de Mendoza, dignísimo Obispo
de Avila: con Dávila, Castro, Soto, Manso, Sierra, Orozco, Yepes, Obispos
también respectivamente de Jaén, Segovia, Salamanca, Calahorra, Falen-
cia, Guadix y Tarazona; con D. Diego Covarrubias, presidente de Castilla
y más tarde Obispo de la ciudad de Segovia; con el prebendado de nues-
tra Iglesia primada, el Señor Velázquez, Obispo después de Osma y
más tarde Arzobispo de Santiago; con los ilustres Prelados Rojas y Vela,
Arzobispos respectivamente de Sevilla y de Burgos, con el Patriarca de
Valencia el Beato Juan de Ribera y aún con el eminentísimo Cardenal
Quiroga, Arzobispo de Toledo, y no sólo con los prelados de España, sino
aun con el Arzobispo de Evora, D. Teutonio de Braganza, á quien llama la
Santa su amigo; y lo que es máa con el inmortal Pío V., Pontífice de la
Iglesia universal, á quien escribió más de una vez, como se dirá en otro
lugar. Comunicó también su espíritu con diversos prebendados, como Sa-
linas y Reinoso (1), Manrique (2), Daza (3), Julián Dávila (4) y otros que
sería prolijo enumerar.
(1) Venerables Prebendados de la Santa Iglesia Catedral de Falencia, Santa Te-
resa les llama en el capítulo XXIX de sus Fundaciones: «Santos amigos». «Pues luego
se dieron (dice) prisa estos santos amigos de la Virgen á concertar las casas...»
(2) Canónigo de la Santa Iglesia Primada de Toledo: < Era muy siervo de Dios.
y lo es, que aún es vivo, y con tener bien poca salud, unos años después que se
fundó esta casa, se entró en la Compañía de Jesús, á donde está ahora. Era mucha
cosa en este lugar (Toledo), porque tiene mucho entendimiento y valor». (Fundacio-
nes, capítulo XV.)
(3) "Clérigo letrado que había en este lugar (Avila), que comenzaba el Señor á
dar á entender á las gentes su bon Jad y buena vida'. (Capítulo XXlll de la Vida.)
(V) líl V Julián Dávila, además de ser recomendable por su santidad, lo era
Pero no pueden omitirse los nombres de algunos miembros pertene-
cientes á cuatro institutos Religiosos que tíuita parte tuvieron en la forma-
ción intelectual de Teresa de Jesús. Sea el primero el general de la Orden
Carmelitana V. P. Fr. Juan Bautista Rúbeo, «persona, como ella escribe,
á quien el Señor debe hacer grandes mercedes (1):* sigue el P. Fr. Ángel
de Salazar, Povincial que fué en la provincia de Castilla, y más tarde Vi-
cario General de la Reforma, con quien, á pesar de profesar la Regla miti-
gada del Carmen, la Santa Madre tuvo mucha comunicación, por ser hom-
bre de gran espíritu y letras, adornado además de una exquisita prudencia;
siguen los dos padres que pudiéramos llamar también fundadores de la
Obra de la Reforma, el V. P. Fr. Antonio de Heredia ó de Jesús y el ex-
tático San Juan de la Cruz; y por último el que era para la Santa su Pablo,
su Elíseo, su Sancfa Sanctorum, el celebérrimo P. Fr. Jerónimo de la Ma-
dre de Dios Gracián (2).
también por sus letras. Santa Teresa nos dice que era teólogo y así historiando su
viaje á Sevilla, hablando de los apuros que pasó en Córdoba, escribe: «Cuando yo
esto vi, dióme mucha pena, y á mi parecer era mejor irnos sin oir misa, que entrar
entre tanta barahunda. Al P. Julián Dávila no le pareció; y como era teólogo, hubí-
monos todas de llegar á su parecer, que los demás compañeros, quizá siguieran el
mío: y fuera más mal acertado, aunque no sé si yo me fiara de sólo mi parecer.
(Fundaciones, capítulo XXIV.)
Afortunadamente se está ho^- escribiendo su vida por el R. P. Carmelita Descal-
zo, Lector en el convento de Toledo, Fr. Gerardo de San Juan de la Cruz; y el Li-
cenciado D. Mariano Guerras, Ecónomo de la Parroquia de Santo Tomé de esta
ciudad, como hijo amante de las glorias de Avila, donde nació, tiene concebido el
proyecto verdaderamente laudable de dar á conocer cuanto ayudó este santo varón
á la seráfica Virgen Santa Teresa en la fundación de su Reforma. Para conseguir
ese fin, se propone publicar la declaración prestada por el mismo Julián Dávila en
el proceso de canonización; declaración que contiene copiosísimos datos sobre este
punto. Felicitamos á tan ilustrados miembros del clero secular y regular que así se
interesan por glorificar al compañero inseparable de Teresa de Jesús en sus pere-
grinaciones.
(1) Capítulo II de las Fundaciones.
(2) Fué el P. Gracián uno de los hombres más grandes que florecieron en Espa-
ña por aquel tiempo. El cariño que le profesó Santa Teresa no se puede explicar
con palabras. No es posible trasladar á ejte lugar cuanto la Santa nos dijo en ala-
— 8 —
De la Orden del Patriarca San Francisco aparecen el V. P. Fr. Antonio
Segura, guardián del convento de Cadahalso y fundador después del obser-
vantísimo convento de San Gil en la corte de Madrid, con quien la Santa
Madre comunicó muchas veces de palabra y por escrito, y de quien se
queja tiernamente por no haber podido recibir su bendición en Toledo:
sigue el P. Fr. Martín de la Cruz, á quien la Santa llama muy santo y sier-
vo de Dios (1): y últimamente nombraremos uno que vale por muchos, á
San Pedro de Alcántara, asombro de penitencia y espejo de toda virtud y
santidad. Con este santo varón comunicó la Santa muchas veces y hablan-
do de esta comunicación nos dice (2): ^ComO le di cuenta en suma de mi
vida y manera de proceder de oración, con la mayor claridad que yo supe
(que he tenido siempre tratar con toda claridad y verdad con los que co-
municó mi alma, hasta los primeros movimientos querría yo les fuesen
públicos, y las cosas más dudosas y de sospecha yo les argüía con ra-
zones contra mi) ansí que sin doblez ni encubierta le traté mi alma. Casi
á los principios vi que me entendía por experiencia, que era todo lo que
yo había menester: porque entonces no me sabía entender como ahora,
para saberlo decir, (que después me lo ha dado Dios, que sepa entender
y decir las mercedes que su Majestad me hace) y era menester que hu-
biese pasado por ello quien de el todo me entendiese y declarase lo que
era.
El me dio grandísima luz, porque al menos en las visiones, que no
eran imaginarias, no podía yo entender que podía ser aquello, y parecíame
que en las que vía con los ojos de el alma, tampoco entendía cómo podía
ser; que como he dicho, sólo las que se ven con los ojos corporales eran
de las que me parecía á mí había de hacer caso, y estas no tenía. Este santo
hombre me dio luz en todo, y me lo declaró, y dijo que no tuviese pena,
banza de este preclarísimo varón y el lugar que ocupaba en su corazón. Se puede y
debe afirmar que á nadie en este mundo amó Santa Teresa con tan intenso amor
como á este V. Padre, quien por permisión, ó más bien por disposición divina pa-
deció tales y tantos trabajos que pudiera casi llamarse el nuevo Job, el Job de la
ley de gracia.
(1) Capítulo XV de las funduí iones.
(2) Vida, capítulo XXX.
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siiU) que alabase á Dios, y estuviese tan cierta que era espíritu suyo, que
si no era la fe, cosa más verdadera no podía haber, ni que tanto pudiese
creer: y él se consolaba mucho conmigo, y hacíame todo favor y merced,
y siempre después tuvo mucha cuenta conmigo y dábame parte de sus
cosas y negocios; y como me vía con los deseos que él ya poseía por obra
(que estos dábamelos el Señor muy determinados) y me vía con tanto áni-
mo, holgábase de tratar conmigo»; y un poco más adelante añade: «Que-
damos concertados que le escribiese lo que me sucediese mas de allí
adelante, y de encomendarnos mucho á Dios: que era tanta su humildad,
que tenía en algo las oraciones de esta miserable, que era harta confusión.
Dejóme con grandísimo consuelo y contento, y con que tuviese la oración
con seguridad, y de que no dudase que era Dios; y de lo que tuviese al-
guna duda, y por más sinceridad de todo, diese parte á el confesor y con
esto estuviese segura- (1.)
No puede tampoco leerse sin asombro la carta que este bendito Santo
escribió á la Santa Madre sobre la virtud de la pobreza. No parece sino
que fué escrita en el cielo, y revela bien á las claras que su autor es hijo
legitimo del gran Patriarca de los pobres, San Francisco de Asís, sin haber
degenerado en un punto de la casta de su santo Fundador, interesante so-
bre manera sería trasladarla aquí, si esto no fuera extenderse demasiado.
Baste decir que conmovió profundamente á la Santa Fundadora, así como
la entrevista que con él tuvo en la ciudad de Toledo.
Otro de los Institutos cuyos hijos ilustraron á la mística doctora y des-
empeñaron con ella el oficio de maestros y directores, fué la Compañía de
Jesús. Santa Teresa en la relación al P. Rodrigo Alvarez de la misma Com-
pañía nombra á algunos de los Padres Jesuítas que fueron sus confesores; y
hablando en tercera persona, escribe así: «Comenzólo á tratar con personas
(l) Santa Teresa tejió la biografía de este hijo de San Francisco en varios ca-
pítulos de la Vida; sobre todo en el capítulo XXVIll. Sin miedo de equivocarse, se
puede asegurar que no hay cosa mejor escrita en este género; en especial, son muy
celebradas y reputadas sin igual aquellas frases tan gráficas, origínales y enérgi-
cas: -íera muy viejo cuando le vine á conocer, y tan extrema su flaqueza que no
parecía sino hecho de raices de árboles.»
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espirituales de la Compañia de Jesús, entre las cuales fueron el P. Araoz,
que era Comisario de la Compañía, que acertó á ir alli; y al P. Francis-
co, que fué el duque de Gandía, trató dos veces; y á un provincial, que
está ahora en Roma, llamado Gil González; y aún al que ahora lo es en
Castilla, aunque á éste no trató tanto; al P. Baltasar Alvarez, que es ahora
rector en Salamanca, y la confesó seis años en este tiempo; y al rector que
es ahora de Cuenca, llamado Salazar; y al de Segovia, llamado Santander;
al rector de Burgos, que se llama Ripalda; y aún éste lo hacía harto mal
con ella, de que había oido estas cosas, hasta después que la trató: el doc-
tor Paulo Hernández en Toledo, que era consultor de la Inquisición; al
rector, que era de Salamanca, cuando le hablé; al doctor Gutiérrez, y otros
padres, algunos de la Compañía, que se entendía ser espirituales como
estaban en los lugares, que iba á fundar, los procuraba ^ (1.)
No son estos los únicos hijos de San Ignacio, de quienes Santa Te-
resa hace mención en sus Obras (2); en especial al historiar las funda-
ciones y en sus cartas, ni es fácil trasladar y hacer constar en este lugar
los elogios que hace de ellos; sin embargo, no podemos omitir sus pala-
bras sobre el gran Duque de Gandía, de quien escribe (3): *En este tiempo
(1557) vino á este lugar (Avila) el P. Francisco, que era Duque de Gan-
día, y había algunos años, que dejándolo todo, había entrado en la Com-
pañía de Jesús. Procuró mi confesor y el caballero que he dicho también
vino á mí, para que le hablase y diese cuenta de la oración que tenía, por-
que sabía iba muy adelante en ser favorecido y regalado de Dios, que
como quien había mucho dejado por él, aún en esta vida le pagaba. Pues
después que me hubo oido, díjome que era espíritu de Dios y que le pa-
recía que no era bien ya resistirle más, que hasta entonces estaba bien he-
cho, sino que siempre comenzase la oración en un paso de la Pasión, y que
si después el Señor me llevase el espíritu, que no lo resistiese, si no que de-
(1) Relación Vil.
(2) Comunicó además la Santa Madre .su espíritu con los PP. Prádanos, Ribera,
Ordoñez; Domenech, Rodrigo, Olea, Hernando del Asíuila y Acosta, hijos ilustres de
este mismo Instituto.
(3) Vida, capítulo XXIV.
— li-
jase llt'var¡¿i í'i su Majestad, nu lo procurando yo. Como t|uien iba bien ade-
lante dio la medicina y consejo; que hace mucho en esto la experiencia:
dijo que era yerro resistir ya más. Yo quedé muy consolada, y el caballero
también: holgábase mucho que dijese era de Dios... -
Si de la Compañía de Jesús pasamos á la Orden de Santo Domingo,
nos encontraremos con una verdadera falanje de sabios, hombres de letras;
porque el intento que tuvo, como ella misma escribe, al tratar con hijos
de Santo Domingo, fué el estar persuadida de que en esta Orden hallaría
grandes letrados, «aunque no fueran muy dados á la oración; porque ella
no quería sino saber si era conforme á la Sagrada Escritura lo que tenía;
por más que después de nombrar á algunos, añade: • Entre estos Padres
de Santo Domingo, no dejaban algunos de tener harta oración y aún quizá
todos." Nombra después á los Padres Chaves, Mancio, Medina, Báñez,
que se sucedieron en la cátedra de Prima de la Universidad Salmantina, y
antes que á todos el célebre P. Varrón que la confesó año y medio en To-
ledo, siendo Consultor del Santo Oficio, y antes dice que la había tratado
muchos años; esto es, en su juventud y á la muerte de su padre, D. Al-
fonso de Cepeda. Nombra á los Padres Ibáñez, Meneses. Salinas, Yan-
guas, Lunar, Lectores y Regentes que habían sido del gran Colegio de San
Gregorio de Valladolid.
Comunicó su espíritu con los Padres Suárez, Cuevas, Juan Gutiérrez,
Hernando del Castillo, García de Toledo, Pedro Fernández, Melchor Cano;
Aguilar, Marta, Orellana, Vallejo, Osma, Alderete, Barrientos, Arcediano,
Peredo, Diego Alvarez, Calleja y Pedro Romero; todos ellos fueron, ó bien
Provinciales, ó bien Regentes ó Lectores de Teología en la Orden. Eran
estos Reverendos Padres la nata, por decirlo así, de todas las letras y sa-
biduría que dentro de su seno encerraba la Orden de Santo Domingo en
España en aquellos años que vivió Santa Teresa.
También tuvo comunicación, aunque no personalmente, y sí sólo por
escrito, porque las circunstancias no la permitieron otra cosa, lo que ella
sentía mucho, con el V. P. Fr. Luis de Granada y con San Luis Beltrán,
varones verdaderamente santos, que tanto honraron en aquel siglo á la
Orden de Santo Domingo, y la honrarán en los siglos venideros.
¿Quién no ve, al hacerse cargo de las indicaciones que preceden, el
— 12 —
dedo de Dios, disponiendo con suavidad los sucesos, á fin de que esta
Virgen castellana apareciese en el mundo como perfecta y consumada
Doctora? ¿Qué se le podía pegar á esta alma privilegiada y gigante con el
trato y disciplina de Maestros que eran, por decirlo así, los proceres de
la ciencia en nuestra católica España y quizá aún fuera de ella?
Finalmente, estaba predestinada Teresa para llevar á cabo la empre-
sa inmortal de la Reforma, empresa que exigía naturalmente valor y
ánimo más que de mujer, y éste se le dio el Señor, como ella misma lo
testifica á otro propósito, por estas palabras: «era menester ayudarme de
todo mi ánimo (que dicen no le tengo pequeño y se ha visto me le dio
Dios harto más que de mujer sino que le he empleado mal)» (1.)
Era este ánimo tal que desafiaba á todos los demonios y así escribe.
«Tomaba una cruz en la mano y parecía verdaderamente darme Dios
ánimo (que yo me vi otra en breve tiempo), que no temería tomarme con
ellos á brazos, que me parecía fácilmente con aquella cruz los venciera á
todos, y ansí dije: Ahora venid todos, que siendo sierva del Señor, yo
quiero ver qué me podéis hacer.
«Es sin duda que me parecía me habían miedo, porque yo quedé sose-
gada, y tan sin temor de todos ellos, que se me quitaron todos los miedos
que solía tener hasta hoy, porque aunque algunas veces los veía, como
diré después, no les he habido más miedo, antes me parecía ellos me le
habían á mí. Quedóme un señorío contra ellos, bien dado del Señor de
todos, que no se me dá más de ellos que de moscas». Y un poco más
adelante añade: Plega al Señor que me favorezca su Majestad para en-
tender por descanso lo que es descanso, y por honra lo que es honra, y
por deleite lo que es deleite, y no todo al revés y una higa para todos los
demonios, que ellos me temerán á mí». (2)
Su intrepidez y firmeza de ánimo era tal que, animando en una ocasión
al P. Jerónimo Gracián, que se hallaba acobardado por las tribulaciones
grandes que amenazaban á la naciente Reforma, le decía: Yo quisiera te-
ner miedo y no puedo-. Palabras que nos revelan cuál era el temple de su
(1) V^/í/f7, capítulo VIH.
(2) Vidu, capitulo XXV.
-13-
alma. Poseyó en alto grado la fuerza de persuadir y conseguir cuanto de-
seaba, sin que nadie pudiera resistirse á sus palabras. Muy celebrada ha
sido la ocurrencia del Sr. Manso, canónigo de pulpito (Magistral) en Bur-
gos, cuando después de las entrevistas que tenía con esta Santa Madre,
exclamaba: «Más quisiera argüir con todos los teólogos del mundo que
con la Madre Teresa.»
Y la fuerza que tenían sus palabras la comunicaba á sus escritos y car-
tas, sea que escribiese á los Reyes y Pontífices, sea á aquellos grandes le-
trados con quienes siempre estuvo en comunicación. Mas no bastara todo
esto si Dios no la deparara el concurso de personas y de amigos que la
prestaron la más decidida protección, á fin de que realizase los planes á
que estaba ab aeterno destinada.
Estas personas fueron los Pontífices de Roma, Pío IV, San Pío V y
Gregorio XIII, á quienes acudió, pidiendo la autorización para emprender
y consolidar su Reforma. Fué el gran Felipe II, quien acaso más que nin-
guno amparó este proyecto y quiso ocuparse por sí mismo en los nego-
cios de la Descalcez, á pesar de hallarse por aquella época preocupado con
la conquista del reino de Portugal y con otros muchos cuidados anejos á
su reinado y corona. La Santa reconoció y consignó cuanto fué lo que este
prudentísimo Monarca hizo en favor de su Reforma, cuando hablando del
fin que había tenido el importante problema de la Separación de Descalzos
y Calzados, escribía: <Y verlo ya acabado, si no es quien sabe los trabajos
que se ha padecido, no puede entender el gozo que vino á mi corazón y
el deseo que yo tenía que todo el mundo alabase á nuestro Señor, y le
ofreciésemos á éste nuestro santo Rey D. Felipe, por cuyo medio lo había
Dios traído á tan buen fin; que el demonio se había dado tal maña, que ya
iba todo por el suelo, sino fuera por él» (1).
Ya que la Santa pronunció estas tan graves palabras en loor del gran
Felipe 11, con motivo de lo que este Monarca influyó para que se celebrase
Capítulo en Alcalá y allí se decretase la separación de Descalzos y Cal-
zados, punto de que dependía la vida ó muerte de la Reforma, bueno es
que recordemos aquí los nombres de los cuatro asistentes designados por
(1) Fundaciones, capítulo XXIX.
-14-
el Rey para ultimar este tan importante problema. Fueron estos Fr. Her-
nando del Castillo y el P. Pedro Fernández, hijos ilustres los dos del Pa-
triarca Domingo; Fr. Lorenzo de Villavicencio hijo del grande Agustino y
D. Luis Manrique, capellán y limosnero mayor de su Majestad el Rey. ¿Y
qué diremos de la ayuda de Nicolás Hormaneto, Nuncio de Su Santidad
en la corte de Madrid? (1) «Murió, escribe Santa Teresa, un Nuncio santo
que favorecía mucho á la virtud y así estimaba los Descalzos.» Los estimó
tanto que con razón y justicia la Descalcez le debe considerar siempre
como á su verdadero padre.
No bastaba aún el concurso de los Reyes y Pontífices, que pudieran
considerarse como las causas primeras, ni tampoco el de los Arzobispos
y Obispos de nuestra España, quienes agobiados con el peso de su cargo
pastoral no podían atender y secundar como convenía los planes de esta
insigne Reformadora, y así la comunicó el Señor tanta gracia para cautivar
á toda clase de gentes, que no pueden leerse los escritos de la Santa, so-
bre todo su Vida, sus Fundaciones y Cartas, sin quedar unoposeido de pro-
funda admiración, al considerar cómo puso en movimiento y en acción á
multitud de personas de todos estados y condiciones. El Príncipe Ruy
Gómez de Silva, los Duques de Alcañices y de Alba, los Condes de Ri-
vadavia, Doña Luisa de la Cerda y su hija Doña Guiomar, señora de Ma-
lagón, los Mercaderes de Toledo, los Regidores de Medina, D. Roque
Huerta, Guarda mayor de montes y cortesano del Rey Felipe II, las ejem-
plares matronas Inés Nieto y Catalina de Tolosa, el célebre Antonio Gai-
tán y Mateo de las Peñuelas, hasta el infeliz Andrada, con otros innume-
rables, cuyos nombres nos es preciso omitir, consultando á la brevedad. Ya
hemos nombrado el ejército de varones esclarecidos por sus letras y vir-
tudes, pertenecientes á uno y otro clero (2), quienes no pensaban al pare-
cer en otra cosa sino en servir á Teresa de Jesús.
(1) Fí//K/flCíO//cs, capitulo XXVIII.
(2) Entre los miembros del clero secular, además de los ya consignados, mere-
cen especial mención, el sacerdote Aranda en Avila, üarci-Alvarcz en Sevilla, Vi-
llanueva en Malagón y el Licenciado Peña, confesor y limosnero Mayor del Carde-
nal de Toledo.
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En especial puso Dios á su disposición todos los Institutos religio-
sos, especie de inilici¿is ambulantes, celestiales y divin:is, que la acompa-
ñasen siempre, que siempre estuviesen á su lado prontos para ejecutar los
designios admirables que el gran Dios de las Caballerías se había pro-
puesto realizar por medio de esta Virgen singular.
No hubo Instituto religioso alguno que no se pusiese á sus órdenes sin
excluir á la Orden de la Cartuja, cuyo Prior en Sevilla, descendiente de los
Pantojas de Avila, fué su gran protector en medio de los apuros que la
Santa pasó en aquella fundación.
La orden de San Francisco contribuyó tanto por medio de San Pedro de
Alcántara, para que el primer convento se fundase en la más estrecha po-
breza, que como la Santa escribe (1), «el aprobarlo este Santo viejo y
poner mucho, con unos y con otros, en que nos ayudasen, fué el que lo
hizo todo.»
Se ve, pues, por lo hasta aquí expuesto, cómo el Señor, con objeto de
conseguir lo que se proponía, es decir, que apareciese en su Iglesia una
extraordinaria Santa, una incomparable Doctora y singular Reformadora,
dispuso desde un principio las cosas de modo que se lograsen á perfección
sus adorables fines.
Y con esto queda ya esbozado el fin y objeto que nos propusimos al
empreder nuestro trabajo. No trataremos, sin embargo, de dar cumplido
desarrollo á cada uno de los puntos indicados y desenvolver con toda ex-
tensión los aspectos todos que se han presentado en el bosquejo que aca-
bamos de hacer. Nuestro plan será más modesto y sencillo.
Apremiados por otros cuidados y no pudiendo, por ahora, dar cima á
tan vasto y magnífico pian, solo procuraremos esclarecer y probar con do-
cumentos fidedignos la importantísima y principal parte que en la vida,
formación de espíritu y Reforma llevada felizmente á cabo por Teresa de
Jesús tuvieron los Dominicos, considerándoles en sus relaciones con Te-
resa, ya como alentadores de su santidad, bien como maestros é informa-
dores de su doctrina, ora también como decididos auxiliares y amparado-
res de su grande obra, la Reforma carmelitana; tres aspectos bííjo los cua-
(1) Vida, capítulo XXXVI.
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les consideramos á Teresa de Jesús como santa, doctora y reformadora,
y que llenan los capítulos de la presente obra.
El trabajo, aunque modesto, entendemos que excede con mucho á
nuestras débiles fuerzas y no nos hubiéramos determinado á darlo á la
estampa, si personas competentísimas en la materia no nos movieran á ello.
El ilustre académico D. Miguel Mir, presbítero, con cuya amistad nos
honramos, en carta que nos dirigió (el 23 de Diciembre de 1907) después
de haber examinado detenidamente nuestro escrito, dice así, tras un cortés
y afectuoso saludo:
<Debo á la amistad del P. Arias el haber podido ver la obra que V. R.
ha escrito sobre Santa Teresa. He tenido muchísimo placer en recorrer sus
páginas y no he podido menos de admirar el estudio profundísimo que
V. R. ha hecho del asunto y la gran claridad con que lo expone. Entiendo
que la obra debía imprimirse para bien del público y para gloria de la
Orden de Predicadores.
En carta posterior, fechada en Noviembre (7 de Noviembre de 1908),
del siguiente año, nos decía entre otras cosas lo que á continuación se vé:
«Pregúntame V. R. si conviene publicarse la obra que ha escrito sobre las
relaciones de Santa Teresa con los Padres Dominicos.
»¿No ha de convenir? En este asunto hay grande ignorancia, aun entre
la gente que pasa por leída y entendida.
»La vida de Santa Teresa se ha escrito con manifiesta parcialidad,
ocultándose muchas cosas que no debieron ocultarse y dándose mucha
importancia á otras que no la tuvieron tan grande. De esto me he conven-
cido hace poco al ver á un señor muy respetable extrañarse de cosas que
había leído en un capítulo de la obra de V. R. publicado en la Revista del
Santísimo Rosario y que él hasta entonces había ignorado.
'V. R. habla de las relaciones entre Santa Teresa y la Orden Domini-
cana con pleno conocimiento de causa, sin apasionamientos y con tal sen-
cillez que cualquiera que lo lea, no puede menos de estar ganado á sus
¡deas, que no son más que de verdad y de justicia. Al triunfo de ésta he-
mos de aspirar todos, y por esto, creo, que conviene se publique la obra
de V. R.^
Las ilustradas religiosas Carmelitas Descalzas que están editando al
- 17 —
presente las obras de su Santa Madre, y por cierto con mucho aplauso por
la vasta erudición y estudio que revelan sobre todo lo concerniente á la
Santa, nos escribieron desde Bruselas: Grata impresión nos ha causado el
precioso manuscrito que ha tenido la bondad de enviarnos y cuya lec-
tura acabamos de terminar. No tenemos necesidad de decirle, muy reve-
rendo Padre, con qué interés lo hemos leído. V. R. ha reunido perfecta-
mente todos los testimonios que ponen de manifiesto los grandes servicios
prestados á Santa Teresa por la Orden de Santo Domingo.-
Y como en la documentación de nuestra obra nos hablamos inspirado
bastante en la Crónica de la Reforma, quisimos asegurarnos mejor de la
autoridad que les merecía el testimonio de su autor, y consultamos sobre
este particular, con la directora de dicha ilustrada edición, Madre Sacra-
mento. La contestación no se hizo esperar, y nos remitió por carta este
bien laudatorio juicio para la Urden dominicana:
'Las apreciaciones de la Crónica de la Reforma sobre los Dominicos y
el agradecimiento que les debe la Reforma del Carmen me parecen del todo
justas y conformes á la verdad. Yo creo que la Santa Madre las suscribi-
rla con todo su corazón.*
No son menos de agradecer, y por la sinceridad con que están escri-
tas nos animaron sobremanera á realizar nuestro pensamiento, las palabras
que nos dirigió el ilustre prebendado, Dr. D. Froilán Perrino, canónigo
lectoral de esta Apostólica Iglesia Catedral de Avila, quien por comisión
del Prelado de esta Diócesis censuró este pobre y desaliñado trabajo. Nos
decía así, en carta muy atenta que poseemos y que llenó de noble y legí-
timo orgullo nuestro corazón teresiano:
-Reciba usted mi más cordial enhorabuena por su obra titulada: -Santa
Teresa de Jesús y la Orden de Predicadores.
El limo. Sr. Obispo me encomendó el honroso cargo de examinarla y
censurarla; y he tenido la satisfacción de manifestar en mi informe que no
sólo no he visto nada en dicha obra que sea contrario a! dogma ni á la
moral, sino que al contrario, el referido trabajo es un estudio histórico con-
cienzudo, en que V. se manifiesta admirador y entusiasta de nuestra San-
ta, así como también santamente orgulloso de pertenecer á la Orden de
Santo Domingo, haciendo ver cuánto influyó esta Orden religiosa en la
perfección moral de Santa Teresa de Jesús, habiendo tenido por confeso-
res á Padres virtuosísimos de la referida Orden; cuánto contribuyó también
la Orden indicada á que el mundo pueda admirar los libros, en que se
conservan los raudales de la divina ciencia, de que estaba henchida la in-
teligencia endiosada de nuestra Santa, aconsejando ó mandando á ésta
aquellos mismos confesores que escribiera sus libros, todos los cuales us-
ted analiza uno por uno, y juzga con criterio recto; y finalmente cuánto
ayudó y protegió la misma Orden religiosa á la inmortal Santa Teresa en
la Reforma del Carmelo, hasta el punto de poder afirmarse con verdad que
de ninguna corporación religiosa recibió Santa Teresa tan valiosa asisten-
cia, al llevar á cabo su grande empresa de la Reforma, como de la de Santo
Domingo de Guzmán.
«Y todo esto lo prueba Ud. con mulíilud de datos históricos, recogidos
acá y allá, algunos de ellos curiosísimos, de tal suerte, que puede afirmar-
se que no hay biógrafo de la Santa, ni de algún Dominico célebre contem-
poráneo de la Seráfica Madre, ni historiador de la Reforma, que Ud. no
haya leído con detenimiento.
«¡Ojalá se escribiera así siempre la Historia! Por esto y por otros moti-
vos que callo, por no ofender su modestia, he juzgado que su obra ha de
contribuir á la mayor gloria de Dios, redundando como redunda en gloria
de Santa Teresa de Jesús, y gloria también de la ilustre Orden de Santo
Domingo de Guzmán, de la cual se valió Dios, como de instrumento, para
la formación de ese prodigio de santidad, y sol resplandeciente, que brilla
en el cielo de la Teología mística y tiene 'por nombre Teresa de Jesús. >
Haga Dios que estas páginas escritas al calor del amor y devoción fer-
viente que desde antiguo hemos profesado á esta seráfica Virgen, y cuyos
escritos han sido durante toda nuestra vida religiosa el alimento espiritual
y cotidiano de nuestra alma, puedan servir, no sólo de grato placer y bello
despertar á otra vida más pura y noble, sino que contribuyan á infundir en
el corazón de los que nos lean amor ardiente é intenso á la inmortal Santa
que simboliza nuestras mayores glorias.
Primera Parte
INFLUENeifl QUE LOS DOMIMICOS TUVIERON
EN LA SANTIDAD DE
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CAPÍTULO PRIAERO
Santa Ceresa considerada como Santa. €1 IP. Vicente Barrón la l)ace
volver á la oración.
Nada hay más digno y apreciable á los ojos de Dios que la santidad
de las almas redimidas por su divino Hijo, Jesucristo. Esta es la obra, por
excelencia, de su amor infinito é incomprensible. En la admirable obra de
la creación no necesitó Dios más que pronunciar elfiat de su omnipotente
poder y voluntad, y la hermosa luz fué creada y los mundos puestos en
marcha y en majestuoso movimiento. Pero para la obra de la redención de
las almas y de los cuerpos necesitó pasar por las grandes tristezas de
nuestra vida mortal y derramar toda su sangre por la salud de todos los
hombres.
Sin duda por esto la obra de la santidad de las almas, fruto de su pa-
sión sacratísima, y la manifestación más augusta y soberana del amor que
-20-
Dios tiene á sus criaturas, necesita de lento aprendizaje, de circunstancias
externas que favorezcan su desarrollo, de un periodo preparatorio que dis-
ponga al alma á recibir convenientemente las luces y bendiciones del cielo.
Teresa de Jesús no se eximió de esta ordinaria y providencial ley. Tam-
bién esta ilustre Virgen necesitó de una preparación cuidadosa y diligente;
necesitó del transcurso del tiempo y de los años para que emprendiera la
sublime ascensión del espiritu hacia lo que es eternamente bello; necesi-
tó que Dios la deparase personas que la encendiesen en su divino amor y
eligiese confesores que la guiasen y alentasen por la senda de la virtud y
perfección más eminente. Estas personas y estos confesores fueron, entre
otros, los preclaros hijos de Santo Domingo de Guzmán, despertadores de
su virtud y alentadores de la mejora y renovación de su espíritu.
La misma Iglesia consigna esta influencia fecunda y bienhechora de los
hijos de esta Orden esclarecida en la santidad de Teresa, cuando en el ofi-
cio de esta seráfica virgen, nos dice estas gravísimas palabras: lantum opas
(Diva 1 eresia) perfecii subsidio Prcedicatoram adjuta, quibus plurimis doc-
trina et et sanctitate prcEclaris usa est a confessionibus, consiliis spiritualique
regimine. Idéntico sentir, y casi con iguales palabras atestigua esta misma
decisiva influencia el gran historiador P. Francisco de Santa María, autor
de la Crónica de la Reforma, cuando escribe, que <la Religión santísima de
Santo Domingo sirvió á la Santa Madre con sus confesores y doctores de
espiritu>.
La verdad y exactitud de estos tan solemmnes y gravísimos testimo-
nios se comprenderá fácilmente, teniendo en cuenta, que fueron, según
documentos fidedignos, por lo menos treinta (1) los PP. Dominicos que
confesaron á la Santa Madre en las distintas épocas de su vida y en los
diversos lugares donde ella se encontró con motivo de sus célebres fun-
daciones.
(1) Nombres de los principales PP. Dominicos confesores de Santa Teresa de Jesús,
á !a vez que protectores en la gran obra de la Reforma: P. Vicente Barrón, Consultor
del Santo Oficio; P. Pedro Ibáñez, Lector de Teología en Avila; P. Domingo Báñez,
Catedrático de Prima de Salamanca; P. Diego Chaves, Confesor del Rey Felipe II;
P. F^jartolomé Medina, Catedrático de Prima de Salamanca; P. Felipe Meneses, Re-
gente de San Gregorio; P. Juan Salinas, Provincial de España; P. Presentado Lunar,
-21 -
Adornados estos ¡lustres hijos del mejor de los Guzmanes, de las no-
bles prendas de virtud y letras que la insigne Santa deseaba que resplan-
deciesen en los que dirigían su conciencia, todos ellos influyeron en más
ó menos grado, pero siempre de modo intenso y eficaz en el corazón de
Teresa: en aquel despertar vigoroso de su alma hacia las cosas santas en
los alientos sublimes y elevados de su espíritu hacia la unión inefable con
su único Dueño y Señor. Las disposiciones de la inmortal Santa eran, por
otra parte, las más bellas que corazón humano podía alentar, para recibir
con fruto ese soplo de vida sobrenatural, la influencia celestial de la divi-
na gracia; capaz su corazón de ser modelado según los deseos de Dios,
que se había propuesto levantar al más alto grado de perfección y santi-
dad el espíritu seráfico de Teresa.
Fácilmente puede verse por esto, que no podemos ocuparnos en capí-
tulo aparte de todos y de cada uno de estos insignes varones que tanto
honraron á la Iglesia y á la orden de Santo Domingo con la dirección del
Prior de Santo Tomás de Avila; P. Diego Yanguas, Maestro en Teología; P.Juan Cue-
vas, Provincial de España; P. Juan Gutiérrez, Predicador de S. M.: P. Hernando del
Castillo, Predicador de S. M.; P. García de Toledo, Comisario general; P. Pedro Fer-
nández, Provincial de España; P. Mancio, Catedrático de Prima en Salamanca; P. Mel-
chor Cano, sobrino del célebre Melchor Cano; P. Baltasar, en Sevilla; P. Luis Barrien-
tos. Predicador de S. M.; P. Juan de Arcediano, Prior de Dominicos en Burgos; P. Pe-
redo, Predicador Conventual en Avila, y Prior después en Talavera; P. Diego Alvárez,
Arzobispo de Trani en Italia; P. Juan Calleja, Maestro de Novicios en Segovia; P. Pe-
dro Romero, Lector de Teología en el Convento de Santo Tomás de Avila; P. Bartolo-
mé de Aguílar en Sevilla; P. Maestro Marta, en Burgos; P. Maestro Orellana, en Valla-
dolid; P. Maestro Vallejo, en Soria; P. Maestro Osma, en Vailadolid; Padre Diego Al-
derete, en Soria; P. Diego Suárez, Rector de San Gregorio de Vailadolid.
Por si alguno de los lectores desea saber donde consta que estos treinta Padres de
la Orden de Santo Domingo fueron confesores de la Santa Madre, bueno será manifes-
tar que á los nueve primeros ella misma los nombra en una relación á uno de sus
confesores: los siguientes hasta el P. Pedro Romero inclusive, constan del proceso de
canonización que se hizo en Avila en 1610, fuera de que algunos de éstos como el Pa-
dre García de Toledo, Cuevas y algunos otros, con frecuencia lo testifica ella misma en
sus escritos: de los siete siguientes, nos consta por diversas cartas de la Santa y co-
mentadores de estas, y últimamente del P. Diego Suárez lo afirma el P. Gracián en
uno de sus opúsculos que puede verse en La Fuente, Edición de 1831, tomo 6.° pág. 394.
— 22 —
alma de Teresa de Jesús, y tan sólo bosquejaremos imperfectamente y ha-
remos una débil semblanza de las dos figuras que resumen y simbolizan
en el más alto grado esta superior dirección, este soberano triunfo contra
las pérfidas sugestiones del demonio, de la carne y del mundo.
El primero será el P. M. Fr. Vicente Barrón, Lector de Teología en este
convento de Santo Tomás de Avila, y después consultor del Santo Oficio
en Toledo, ya por ser el primer dominico que confesó á la Santa, ya prin-
cipalmente, porque en mi humilde parecer, fué quien de una manera más
eficaz y manifiesta influyó en la santidad de esta seráfica Virgen, como
sin duda se convencerá el lector con la simple lectura de los tres capítulos
que se consagran en esta primera parte á la memoria de este esclarecido
y venerable padre.
En segundo lugar nos ocuparemos del P. Garcia, de Toledo, hijo de
los condes de Oropesa, en atención al suceso misterioso que de él nos
cuenta la Santa Madre en el capítulo XXXIV de su Vida. Quizá extrañe
alguno no se trate también en capítulo ó capítulos aparte del célebre Pa-
dre Báñez, En efecto, este varón verdaderamente insigne, fué con quien
Santa Teresa más comunicó durante toda su vida: fué su mentor espiri-
tual, su protector nato, su ayuda poderosa y singular en todos los arduos
negocios y difíciles circunstancias de la vida. Pero esta es precisamente la
causa porque no ocupa aquí lugar aparte, pues el nombre é influencia del
P. Domingo Báñez, ha de jugar á cada paso papel importantísimo en toda
la obra.
Comencemos, pues, por ese despertar sublime hacia lo que significa
perfección de espíritu, hacia esa total 'y absoluta entrega del corazón de
Teresa á su divino esposo Jesús, imán divino de los corazones generosos,
oriente eterno de las almas redimidas.
Todos los biógrafos de Santa Teresa nos hablan de su conversión, y
la misma Santa, aunque no usa esa palabra, pero sí de otra sinónima, y
así empieza el capítulo 23 de su vida con las siguientes palabras: «Es otro
libro nuevo de aquí adelante, digo, otra vida nueva: la de hasta aquí era
mía, etc.* Es, pues, corriente que Santa Teresa se convirtió. Pero si según
el testimonio de todos sus confesores y biógrafos, del Tribunal de la Rota
Romana, y Bula de canonización, la Santa no perdió la inocencia bautis-
-23-
mal, ¿cómo pudo convertirse? ¿En qué consistió su conversión? Su con-
versión, pues, ha de tomarse en el sentido en que ella toma esa palabra
en el último capitulo de sus Moradas. Exhortando alli á sus hijas á que
alleguen almas á Dios, y unas á otras se despierten y se enciendan en su
amor, dice asi: 'Diréis que esto no es convertir, porque todas sois bue-
nas.» Y contesta: ¿Quién os mete en eso? Mientras fuereis mejores, más
agradarán vuestras alabanzas á Dios, y más aprovechará vuestra oración
á los prójimos. ♦ En este sentido, pues, se convirtió Santa Teresa, en cuan-
to emprendió una vida más perfecta, y también, según atestiguan sus bió-
grafos y ella misma, en cuanto hubiera ido á parar á los infiernos cayendo
en pecado mortal á no haber abandonado el camino que llevaba. En este
sentido se convirtió Santa Teresa y llegó á ser no sólo una gran santa
sino la Santa de Avila y aun pudiéramos decir de España, y en expresión
del P. Alvarado, del mundo entero; pues á su juicio «es la mujer que no
tiene igual entre las mujeres de todos los países y siglos (excluyo, dice,
siempre á la inmaculada Madre de mi Dios)* (1). Pues esta conversión y
santidad se debe, después de Dios, á un P. Dominico, al P. Barrón.
Antes de pasar adelante es necesario conocer la vida tibia en que se
hallaba antes de tratar con este P. Dominico. La misma Santa describe su
mal estado en los capítulos 4.", 5.°, d.'^ y 7." de su Vida, donde señala
tres causas de su tibieza. No ser muy recogido, ó encerrado como ella
dice, el monasterio; los confesores poco letrados que tuvo; y sobre todo,
y más que todo, el haber dejado la oración. Oigamos sus palabras que iré
entresacando de estos preciosos capítulos. Refiere primeramente las gran-
des mercedes que Dios la hacía en los principios de su vida religiosa. «En
tomando el hábito, dice, á la hora me dio un tan gran contento de tener
aquel estado, que nunca jamás me faltó hasta hoy. Dábanme deleite todas
las cosas de la Religión, comenzóme su Majestad á hacer tan grandes mer-
cedes en estos principios, que me hacía merced de darme oración de quie-
tud, y alguna vez llegaba á unión, aunque yo no entendía qué era lo uno
ni lo otro. Verdad es que duraba tan poco esto de unión, que no sé si era
Ave María, mas quedaba con unos efectos tan grandes, que con no haber
(1) Cartas Criticas, tomo 4.°, carta 42. pág. 193.
— 24-
en este tiempo veinte años, me parece traía al mundo debajo de los pies.
Quién dijera que había tan presto de caer después de tantos regalos de
Dios, después de haber comenzado su Majestad á darme virtudes que ellas
mismas me despertaban á servirle. Por esto me parece á mí me hizo harto
daño no estar en monasterio encerrado.
<1^ Causa. Pues comenzando yo á tratar estas conversaciones, no me
pareciendo, como veía que se usaban, que había de venir á mi alma el
daño y distraimiento que después entendí eran semejantes tratos, pareció-
me que cosa tan general como es este visitar en muchos monasterios, que
no me baria á mí más mal que á las otras, que yo veía eran buenas; y no
miraba que eran muy mejores, y que lo que en mí fué peligro, en otras no
lo sería tanto; que alguno dudo yo lo deje de haber, aunque no sea sino
tiempo mal gastado. Estando con una persona bien al principio de cono-
cerla, quiso el Señor darme á entender que no me convenían aquellas
amistades, y avisarme y darme luz en tan gran ceguedad. Representóseme
Cristo delante con muciio rigor, dándome á entender lo que de aquello le
pesaba; víle con los ojos del alma más claramente que le pudiera ver con
los del cuerpo, y quedóme tan imprimido, que ha ésto más de veintiséis
años y me parece lo tengo presente. Yo quedé muy espantada y turbada,
y no quería ver más á con quien estaba. Hizome mucho daño no saber yo
que era posible ver nada sino con los ojos del cuerpo; y el demonio que
me ayudó á que lo creyese ansí y hacerme entender que era imposible, y
que se me había antojado, y que podía ser el demonio y otras cosas desta
suerte; puesto que siempre me quedaba un parecerme era Dios, y que no
era antojo; mas como no era mi gusto, yo me hacía á mí mesma desmen-
tir; y yo como no lo osé tratar con nadie y tornó después á haber gran im-
portunación, asegurándome que no era mal ver persona semejante, ni per-
día honra, antes que la ganaba, torné á la mesma conversación, y aun en
otros tiempos á otras; porque fué muchos años los que tomaba esta recre-
ación pestilencial, que no me parecía á mí, como estaba en ello, tan malo
como era, aunque á veces claro veía no era bueno; mas ninguna me hizo
el distraimiento que esta que digo, porque la tuve mucha afición.
«Estando otra vez con la mesma persona, vimos venir hacia nosotros, y
otras personas que estaban allí también lo vieron, una cosa á manera de
-25-
sapo grande, con mucha más ligereza que ellos suelen andar; de la parte
que él vino, no puedo yo entender que pudiese haber semejante sabandija
en mitad del día, ni nunca la ha habido, y la operación que hizo en mi,
me parece no era sin misterio; y tampoco ésto se me olvidó jamás. ¡Oh
grandeza de Dios, y con cuánto cuidado y piedad me estábades avisando
de todas maneras, y qué poco me aprovechó á mi!>
Aun se conserva en el convento de la Encarnación el locutorio en que
tuvieron lugar estos extraordinarios sucesos. Hay además en el locutorio
una pintura que representa á Jesucristo llagado corno le vio en visión ima-
ginaria la Santa, y también está pintada la sabandija, ó sapo grande que
tan misteriosa operación le causó. En la parte inferior del cuadro hay una
inscripción que dice asi. ^Estando nuestra Madre, Santa Teresa de Jesús,
en el principio de su vida, en visita con una persona de las prendas que
dice la Santa se le representó Christo con mucho rigor en la forma que se
ve, dándola á entender que aquello no le agradaba; y aunque la Santa se
turbó mucho, la pareció, como su intención no era de ofender á Dios, sería
antojo; y el demonio que dice se lo hacía creer así, con que perseveran-
do en ver la misma persona, vio en este locutorio otro día volviéndola, á
visitar, esta sabandija, como lo dice la Santa en el capítulo VII de su vida.»
«Tenia allí una monja, continúa Santa Teresa, que era mi parienta an-
tigua, y gran sierva de Dios y de mucha religión; ésta también me avisaba
algunas veces; y no sólo no la creía, mas disgustábame con ella, y pare-
cíame se escandalizaba sin tener por qué. He dicho ésto, para que se en-
tienda mi maldad y la gran bondad de Dios, y cuan merecido tenía el in-
fierno, por tan gran ingratitud; y también porque si el Señor ordenare, y
fuere servido, en algún tiempo lea ésto alguna monja, escarmiente en mí; y
les pido yo, por amor de nuestro Señor, huyan de semejantes recreacio-
nes. Plega á su Majestad se desengañe alguna por mí, de cuantas he en-
gañado, diciéndoles que no era mal y asegurándoles tan gran peligro con
la ceguedad que yo tenía, que de propósito no las quería yo engañar y
poi el mal ejemplo que las di (como he dicho) fui causa de hartos males,
no pensando hacía tanto mal.- Es de advertir que la Santa tendría enton-
ces de veinticuatro á veinticinco años, y la persona, ó personas, con quie-
nes comunicaba frecuentemente eran de distinto sexo.
-26-
2.^ causa. «Estaba todo el daño en los confesores que me ayudaban
poco, porque á decirme el peligro en que andaba y que tenía obligación á
no traer aquellos tratos, sin duda, creo, se remediara; lo que era pecado
venial, decíanme que no era ninguno, lo que era gravísimo mortal, que era
venial; gran daño hicieron á mi alma confesores medio letrados, porque
no los tenía de tan buenas letras como yo quisiera, pues siempre fui ami-
ga de letras, porque buen letrado nunca me engañó; éstos tampoco me
debían querer engañar, sino que no sabían más. Dijome uno yendo yo á
él con escrúpulo, que aunque tuviese subida contemplación no me eran in-
conveniente semejantes tratos». También me acaeció tratar con otro cosas
de conciencia, que había oído todo el curso de Teología, y me hizo harto
daño en cosas que decía no eran nada y sé que no pretendía engañarme,
ni tenía para qué, sino que no supo más: y con otros dos ó tres sin éste me
acaeció» (1). *Creo permitió Dios por mis pecados ellos se engañasen y
me engañasen á mí: yo engañé á otras hartas con decirles lo mesmo que á
mí me habían dicho. Duré en esta ceguedad creo más de diecisiete años,
hasta que un Padre Dominico, gran letrado, me desengañó en cosas, y los
de la Compañía de Jesús del todo me hicieron tanto temer, agravándome
tan malos principios, como después diré.»
3J^ causa. ^Pues así comencé de pasatiempo en pasatiempo y de vani-
dad en vanidad, de ocasión en ocasión, y andar tan estragada mi alma
que ya yo tenía vergüenza de en tal particular amistad como es tratar de
oración, tornarme á él (á Dios) y éste fué el más terrible engaño que el
demonio me podía hacer bajo de parecer humildad, que comencé á temer
de tener oración, de verme tan perdida y parecióme era mejor andar como
los muchos, pues en ser ruin era de las peores y rezar lo que estaba obli-
gada y vocalmente que no tener oración mental y tanto trato con Dios la
que merecía estar con los demonios, y que engañaba á las gentes.»
Dejó, pues, Santa Teresa el ejercicio de la oración; pero sobre este
punto, que es sin duda el principal, añadiré algo más de lo que la sucedió
con su virtuoso padre. «Antes de dejar la oración, como quería tanto á mi
(1) Estas palabras de la Santa sobre los confesores letrados y medio letrados (y
pudieran añadirse muchas más) están tomadas del Camino de Perfección. Capítulo 5°-
— 21-
padre, dice, deseábale con el bien, que me parecía tenía con tener oración,
que me parecía que en esta vida no podía ser mayor que tener oración, y
ansí por rodeos como pude, comencé á procurar con él la tuviese. Dile li-
bros para este propósito, como era virtuoso, como he dicho, asentóse tan
bien en él este ejercicio, que en cinco ó seis años estaba tan adelante, que
yo alababa mucho á Dios. Ya después que yo andaba tan distraída y sin
tener oración, como veía pensaba era la que solía, no lo pude sufrir sin
desengañarle, porque estuve un año y más (año y medio dice en otro lu-
gar, aunque del medio, añade, no me acuerdo bien) sin tener oración pa-
reciéndome más humildad no tenerla y esta fué la mayor tentación que
tuve, que por ella me iba á acabar de perder, que con la oración un día
ofendía á Dios y tornaba otros á recogerme y apartarme más de la ocasión.
Como el bendito hombre venía con esto, hacíaseme recio verle tan enga-
ñado en que pensase trataba con Dios como solía, y díjele: que ya yo no
tenía oración, aunque no la causa. Púsele mis enfermedades por inconve-
niente. El me creyó, que era esta la causa, como él no decía mentira y ya
conforme á lo que yo trataba con él, no la había yo de decir. Díjele porque
mejor lo creyese, que harto hacía con servir el coro. El con la opinión que
tenía de mí, y el amor que me tenía, todo me lo creyó:]antes me tuvo lástima.
«En este tiempo dio á mi padre la enfermedad de que murió que duró al-
gunos días. Fuíle yo á curar estando más enferma en el alma que él en el
cuerpo, en muchas vanidades, aunque no de manera que á cuanto enten-
día estuviese en pecado mortal en todo este tiempo más perdido que digo;
porque entendiéndolo yo, en ninguna manera lo estuviera. Pasé harto tra-
bajo en su enfermedad; creo le serví algo de lo que él había pasado en las
mías. Con estar yo harto mala me esforzaba, y con que en faltarme él me
faltaba todo el bien y regalo, porque en un ser me lo hacía: tuve tan gran
ánimo para no le mostrar pena y estar hasta que murió como si ninguna
cosa sintiera, pareciéndome se arrancaba mi alma cuando veía acabar su
vida, porque le quería mucho. Fué cosa para alabar al Señor la muerte que
murió y la gana que tenía de morirse, los consejos que nos daba después
de haber recibido la Extremaunción, el encargarnos le encomendásemos á
Dios y le pidiésemos misericordia para él, y que siempre le sirviésemos,
que mirásemos se acababa todo; y con lágrimas nos decía la pena grande
-28 -
que tenía de no haberle servido, que quisiera ser un fraile, digo haber sido
de los más estrechos que hubiera. Tengo por muy cierto que quince dias
antes de éstos le dio el Señor á entender no había de vivir; porque aunque
estaba malo no lo pensaba. Después con tener mucha mejoría y decirlo
los médicos, ningún caso hacía de ellos sino entendía en ordenar su alma.
Fué su principal mal de un dolor grandísimo de espaldas que jamás se le
quitaba; algunas veces le apretaba tanto que le congojaba mucho. Díjele
yo, que pues era tan devoto de cuando el Señor llevaba la cruz á cuestas,
que pensase su Majestad le quería dar á sentir algo de lo que había pasa-
do con aquel dolor. Consolóse tanto que me parece nunca más le oí que-
jar. Estuvo tres días muy falto de sentido. El día que murió se le tornó el
Señor tan entero que nos espantamos, y le tuvo hasta que á la mitad del
Credo, diciéndolo él mismo, expiró. Quedó como un Ángel; y ansí me pa-
recía á mí lo era él, á manera de decir, en el alma y disposición que la te-
nía muy buena. No sé para qué he dicho esto, sino es para culpar mis ruin-
dades después de haber visto tal muerte y entender tal vida, que por pa-
recerme en algo á tal padre la había yo de mejorar. Decía su confesor, que
era Dominico, muy gran letrado, que no dudaba de que se iba derecho al
cielo; porque había algunos años que le confesaba y loaba su limpieza de
conciencia* (1).
Este Padre Dominico, muy gran letrado y confesor de su padre, era el
M. R. P. Fr. Vicente Barrón, aquel Dominico, gran letrado, con quien ella
por fortuna tropezó y quien la sacó á puerto de salvación, después de
aquellos diecisiete años que había vivido en aquella tsrrible ceguedad,
causada por confesores ineptos.
En efecto: impresionada con la edificante muerte de su católico padre,
como ella misma le llama, entró dentro de sí, y dejando los confesores
medio letrados que tanto daño la habían hecho, se determinó á confesarse
con nuestro V. P. Oigamos á Santa Teresa: *Este P. Dominico (es decir, el
confesor de su padre), que era muy bueno y temeroso de Dios, me hizo harto
(1) Murió Ü. Alonso Sáiithez de Cepeda en 1545, ó 154G, cuando su hija Doña Te-
resa, contaba de edad treinta años. No se prometía clausura por aquel tiempo en el
convento de la Encarnación, y así, siendo religiosa en él, pudo asistir, con licencia de
sus superiores, á la enfermedad y muerte de su virtuoso padre.
-29-
provecho, porque me confesé con él, y tomó hacer bien á mi alma con cuida-
do y hacerme entender la perdición que traía. Hacíame comulgar de quince
en quince días (las comuniones entonces se hacían con menos frecuencia
que hoy) y poco á poco comenzándole á tratar, trátele de mi oración. Dí-
jome que no la dejase, que en ninguna manera me podía hacer sino pro-
vecho. Comencé á tornar á ella, aunque no á quitarme de las ocasiones, y
nunca más la de]é.>
Ocupándose el limo. Sr. Yepes, lib. 1.", cap. IX, sobre este punto,
dice así: <■ Murió su padre, y hallándose ella presente, compungida, par-
te del dolor que le hacía, parte de la devoción y santidad que veía en
él, determinó de confesarse con un religioso muy docto de la orden del
glorioso Santo Domingo, que se llamaba el Maestro Fr. Vicente Barrón,
Lector de Teología y Presentado en su Orden, muy bueno y temeroso de
Dios, y que había sido confesor de su padre. Confesóse luego con él, dió-
le cuenta del tiempo que había dejado la oración y las razones que la ha-
bían movido, conoció luego el confesor ser traza y ardid del demonio,
persuadióla volviese á ella; mostrándole que si tanta confusión y vergüen-
za tenía ahora de ponerse delante de Dios, cuánta más tendría el día del
juicio. Que antes eso bastaría para que el Señor la perdonase, y que para
remediar las faltas é imperfecciones y sacar del infierno á los que con sus
pecados estaban metidos en él, es eficacísimo remedio la oración. Que no
era soberbia, aunque fuese más pecadora, llegarse á Dios, sino antes el apar-
tarse de él. Y que en esto no mirase á las más de su monasterio; pues el ca-
mino del cielo es estrecho, por donde pocos caminan, y asi que procurase
buenamente dar de mano á las ocasiones, y cuando esto no pudiese, ó se vie-
se cada día en otras muchas faltas, no por eso dejase el estudio de la oración,
que es la botica donde nos armamos contra nuestros adversarios, y final-
mente el tesoro donde el alma se enriquece de virtudes, dones y gracias.
♦ Obedeció la Santa, reconociendo su engaño y volvió á su ejercicio de
oración y nunca más de allí adelante lo dejó.-
El P. Ribera en el libro 1.", capítulo Vil, hacia el fin, después de re-
ferir la visión que la Santa tuvo en el locutorio de la Encarnación (1), avi-
(1) Alude á la visión de Jesucristo llagado y de la sabandija que la Santa refiere en
el capítulo Vil, de la cual ya se ha hecho mención anteriormente.
-30-
sándola de cuánto desagradaban al Señor aquellas conversaciones, escri-
be: «Con todo eso no dejaba sus entretenimientos, á que estaba muy asida,
y aunque á cabo de un año que habia dejado la oración volvió á ella por
consejo del Padre Presentado Fr. Vicente Barrón, Lector de Teología de
la Orden de Santo Domingo, con quien se había comenzado á confesar,
se los tenía todavía y pasaba gran trabajo, porque en la oración conocía
sus faltas y.la venía deseo de enmendarse, y su antigua costumbre y con-
versaciones no la dejaban.»
Confirman esto, casi con las mismas palabras, tanto el autor de la Re-
forma como el de La Mujer Grande, añadiendo éste en el día 19 de Fe-
brero: «Como todo el mal de Teresa había venido de no haber tenido con-
fesores doctos y prudentes que la dirigieran; por este buen confesor de su
padre se comenzó á reparar de las quiebras que á ella le parecen muy gra-
ves y á nosotros muy leves»
Por manera que el V. P. Barrón fué quien hizo á Santa Teresa volver
á la oración, es decir, el que la hizo salir del más terrible engaño que el
demonio la pudo hacer con apariencias de humildad, como ella misma nos
dice; él fué quien la hizo vencer la más terrible tentación, «pues por ella
me iba á acabar de perder, que con la oración un día ofendía á Dios y tor-
naba otro á recogerme y á quitarme más de la ocasión»; él fué quien hizo
á Santa Teresa estarse arrimada á la fuerte columna de la oración, con la
cual se remediaron todos sus males y la sacó á puerto de salvación, como
la misma Santa confiesa ingenuamente en las siguientes palabras: «Gran
bien es y grande misericordia la que hace Dios á un alma que la dispone
para tener oración, y como si en ella perseverara por pecados y por tenta-
ciones y caídas de mil maneras que ponga el demonio, en fin, tengo por
cierto la saca el Señor á puerto de salvación, como me ha sacado á mi y se
ve claro que por aquí se remediaron todos mis males.»
Se ve, pues, la influencia grande que tuvo el V. P. Fr. Vicente Barrón
en la conversión y santidad de Santa Teresa. Porque por la oración no
sólo se remediaron sus males y no fué á parar á los infiernos, como ella ex-
presamente asegura, sino que la oración fué \a puerta por donde hizo Dios
á esta seráfica Virgen todas las grandes mercedes que tan célebre la han
hecho en toda la Iglesia. Sólo digo, continúa la misma Santa, ^w£/7¿zra
- 31 -
estas grandes mercedes que me ha hecho á mí el Señor, es la puerta la ora-
ción»; y esto mismo repite después en sus ^Moradas», ó mejor diciio, lo
está repitiendo siempre en sus celestiales obras; porque, como muy gráfi-
camente escribe el historiador general de \a Reforma: <Salió, la Santa Ma-
dre de las cuchilladas tan gran maestra, que justamente es reputada por
doctora de la oración y de la Teología Mística- (1). Confirman esta sen-
tencia del referido historiador las palabras del Dominico García de Tole-
do, quien según la declaración de Sor Isabel de Santo Domingo, decía:
«Que la Madre Teresa de Jesús, en las cosas tocantes á la oración, era tan
erudita, que podía ser tenida por maestra de ella, de la manera que otros
son tenidos por maestros eminentes en otras ciencias y facultades.* (Pro-
ceso de Canonización de Avila).
Por eso nunca se ponderará bastante la alta penetración del V. P. Ba-
rren en comprender lo que vale la oración y su eficacia, y por eso persua-
dióla volviese á ella, que para remediar las faltas é imperfecciones y sacar
de los infiernos á los que por sus pecados están metidos, es remedio efi-
cacísimo la oración.
Es de admirar sobre todo la consumada prudencia de este Venerable
Padre, pues aunque la desengañó é hizo que volviese á la oración y co-
mulgase de quince á quince días, no la obligó, dice el limo. Sr. Yepes, á
dejar las amistades y ocasiones, á pesar de ser tan docto.» Y yo pregunto:
¿por qué obró de esta manera? Por dos razones: la primera, porque como
hombre de letras comprendió que la oración la había de sacar á puerto
de salvación á pesar de todos los tropiezos y caídas; y la segunda y más
principal, porque en su gran prudencia conoció no estaba la Santa fuerte
para romper de repente con aquellas ocasiones. Eran estos momentos muy
críticos y solemnes en la vida de Santa Teresa; por eso se contentó nues-
tro venerable Padre con decirla, como acabamos de oir al limo. Yepes, y
"conviene repetir: <que procurase buenamente dar de mano á las ocasio-
nes, y cuando esto no pudiese, no por eso dejase el estudio de la ora-
ción.» Santa Teresa comprendió con su agudeza de ingenio la conducta
prudentísima que observó con ella en aquella ocasión, en aquella especie
(1) Crónica Carmelitana, libn» 1.", capitulo XVII, número 5."
-32-
de crisis, este venerable padre, y lo consignó en las siguientes palabras:
«Y tomó hacer bien á mi alma con cuidado», esto es, con suavidad y pru-
dencia.
En confirmación de la trascendencia que tuvo en el porvenir de la
Santa este cuidado con que la trató el Padre Barrón, téngase presente
lo que ocurrió á la misma Santa con un sacerdote, Daza, gran siervo de
Dios, de esta ciudad de Avila, con quien tuvo que dejar de tratar, porque
quiso hacerla santa de repente, ó, mejor dicho, como ella misma es-
cribe: «Porque yo veía que mi alma habia menester mucho más cuida-
do* (1). Este cuidado, pues, inmortalizará el nombre de este venerable
Padre y hará que el gran letrado dominico, Vicente Barrón, pase á las ge-
neraciones venideras nnido siempre á Teresa de Jesús, porque como muy
bien dice el autor de la obra titulada La Mujer Grande: «El fué el primer
confesor que dirigió bien á la Santa > y con razón hace esta afirmación este
gravísimo autor, pues él fué quien evitó los extremos, ya de los confeso-
res medio letrados que todo lo pasaban y todo lo canonizaban, ya del clé-
rigo gran siervo de Dios á quien faltó la prudencia y el cuidado; siendo
por lo tanto cierto, que el V, P. Fr. Vicente Barrón influyó eficazmente en
la conversión y santidad de la gran Teresa de Jesús.
Pero todavía se explica con más claridad en el capitulo XIX de su Vida
donde la Santa se ocupa abismada toda en Dios, en explicar el cuarto gra-
do de oración sobrenatural, ó sea el summum de la contemplación en que
ella se hallaba entonces, y aunque no parece oportuna la ocasión, para que
aparezca allí el gran Letrado dominico que con sus consejos la hizo vol-
ver al ejercicio santo de la oración y de la meditación de que se había
apartado por persuasión del demonio; pero Santa Teresa nunca pudo olvi-
dar el insigne favor que había recibido de este V. P.; el mayor sin duda
que recibiera jamás de cuantos confesores tuvo en el transcurso de su
vida: y así, en medio de los celestiales carismas de que entonces estaba
tan inundada, se acordó de su antigua miseria y del V. P. que de ella la
había sacado.
Antes de citar las palabras en que la Santa agradecida evoca el recuer-
(1) Vida, capítulo XXIII, número 3.
33-
do de tan grande bienhechor, convendrá entresacar de ese mismo capítu-
lo algunas de las sentencias y frases en que con elocuencia sobrehumana
pinta la Santa la perdición en que estaba su alma antes de comunicar y
tratar con tan V. P. Y advierto, para que se oigan con respeto, que son
sentencias divinas como ella misma lo afirma por estas graves palabras:
Es excelente doctrina ésta y no mía, sino enseñada de Dios; á semejanza
del Divino Redentor cuando exclamaba: Haec doctrina non est mea.
Oigamos, pues, con atención y respeto esta doctrina divina. «Yo qui-
siera, dice, yo quisiera aquí tener gran autoridad para que se me creyera
esto. Digo, que no desmaye nadie de los que han comenzado á tener
oración, con decir: Si torno á ser malo, es peor ir adelante con el ejer-
cicio de ella. Yo lo creo, si se deja la oración y no se enmienda del mal;
mas si no la deja, crea que le sacará á puerto de luz. Hízome en esto gran
batería el demonio, y pasé tanto en parecerme poca humildad tenerla,
siendo tan ruin, que (como ya he dicho) la dejé año y medio, al menos un
año, que del medio no me acuerdo bien; y no fuera más, ni fué, que me-
terme yo mesma, sin haber menester demonios que me hiciesen ir al in-
fierno. ¡O válame Dios qué ceguedad tan grande! ¡Y qué bien acierta el
demonio para su proposito en cargar aquí la mano! Sabe el traidor, que el
alma que tenga con perseverancia oración, la tiene perdida, y que todas las
caídas que la hace dar, la ayudan, por la bondad de Dios, á dar después
mayor salto en lo que es su servicio...
«¡Qué ceguedad tan grande la mía! ¿A dónde pensaba, Señor mío, ha-
llar remedio, sino en Vos? Qué disparate, huir de la luz, para andar siem-
pre tropezando. ¡Qué humildad tan soberbia inventaba en mí el demonio,
apartarme de estar arrimada á la colunna y báculo, que me había de susten-
tar, para no dar tan gran caída! Ahora me santiguo, y no me parece que he
pasado peligro tan peligroso, como esta invención que el demonio me en-
señaba por vía de humildad. Poníame en el pensamiento, que ¿cómo cosa
tan ruin, y habiendo recibido tantas mercedes había de llegarme á la ora-
ción? Que me bastaba rezar lo que debía, como todas, mas que pues aun
esto no hacía bien, ¿cómo quería hacer más? Que era poco acatamiento,
y tener en poco las mercedes de Dios. Bien era pensar y entender esto,
mas ponerlo por obra fué grandísimo mal. Bendito seáis Vos, Señor, que
3
-34 —
ansí me remediaste. Principio de la tentación que hacía á Judas, me pare-
ce ésta; sino que no osaba el traidor tan al descubierto: mas él viniera de
poco en poco á dar conmigo, á donde dio con él. Miren esto por amor
de Dios todos los que tratan oración. Sepan que el tiempo que estuve sin
ella, era mucho más perdida mi vida: mírese qué buen remedio me daba
el demonio, y qué donosa humildad, un desasosiego en mí grande. ¿Mas
cómo había de sosegar mí ánima? Apartábase la cuitada de su sosiego,
tenía presentes las mercedes y favores, veía los contentos de acá ser asco;
cómo pudo pasar me espanto: era con esperanza, que nunca yo pensaba
(á lo que ahora me acuerdo, porque debe haber esto más de veintiún años)
dejaba de estar determinada de tornar á la oración, mas esperaba estar muy
limpia de pecados. ¡O qué mal encaminada iba en esta esperanza! Hasta
el día del juicio me libraba el demonio, para de allí llevarme al infierno:
pues teniendo oración y lección, que era ver verdades, y el ruin camino
que llevaba, é importunando al Señor con lágrimas muchas veces, era tan
ruin, que no me podía valer; apartada deso, puesta en pasatiempos, con
muchas ocasiones, y pocas ayudas (y osaré decir ninguna, sino para ayu-
darme á caer) ¿qué esperaba, sino lo dicho?- Después de estas palabras
tan sentidas y patéticas con que Santa Teresa describe su perdición, no
podía menos de acordarse y de aparecer allí el gran letrado Dominico, el
hijo insigne de Santo Domingo, el inmortal P. Vicente Barrón que la so-
corrió en tanta necesidad, que la sacó de tan miserable estado: por eso
continúa inmediatamente así: «Creo tiene mucho delante de Dios un Frayle
de Santo Domingo, gran letrado, que él me despertó deste sueño: el me
hizo (como creo he dicho) comulgar de quince á quince días, y del mal no
tanto, comencé á tornar en mí, aunque no dejaba de hacer ofensas al Se-
ñor; mas como no había perdido el camino, aunque poco á poco cayendo
y levantando iba por él; y el que no deja de andar é ir adelante, aunque
tarde, llega. No me parece es otra cosa perder el camino, sino dejar la ora-
ción .
Preciso es, pues, confesar con Santa Teresa de jesús que, verdadera-
mente, tiene mucho delante de Dios ese fraile de Santo Domingo, pues
fué el que despertó á la Santa del sueño tan terrible en que se hallaba: él
fué quien la puso por medio de la oración en el camino del cielo que por
á
— 35
desgracia habia perdido abandonando tan saludable ejercido; él fué quien
descubno la humildad tan soberbia; el peligro tan peligroso en ue se en-
contraba entonces la gran Teresa de Jesús, apartada de la columna y báculo
de la oración: él en fin quien la sacó del infierno donde ella misma se me-
tra s,n haber menester demonios que la llevasen. ¿Y no es esto influir efi-
cazmente en la Santidad de Teresa de Jesús? ¿No es esto influir en su per
fección moral? ¿Qué hubiera sido de la gran Teresa de Jesús, si Dios en
su gran misericordia no la hubiese deparado tan sabio, tan experto tan
piadoso y tan prudente confesor como el insigne hijo de Santo Domingo
el por tantos títulos venerable é inmortal Dominico, P. Fr. Vicente Barron^
¿beria conocida hoy en el mundo esta incomparable mujer'
Entiéndanlo bien los que consagren su vida al sublime ministerio de
a dirección de las almas. No es empresa pequeña el saberlas dirigir Sólo
a oración asidua y el estudio profundo de la doctrina moral católica y de
los grandes modelos que Dios ha dado á su Iglesia, pueden servir de se-
guro guia en el dificilísimo Arte de encaminar las almas á Dios, despertar
os sentimientos dormidos de los corazones para que amen lo que enno-
blece y santifica, y lleguen, ayudados por la divina gracia, á realizar con
mucha suavidad y alta cordura, esa obra sublime de purificación de las
conciencias, desprendiéndolas de todo afecto terreno, y tiendan con irre
sistible ímpetu á la imitación de la santidad infinita, y busquen tan sólo"
la suprema inefable unión con el eterno bien, por medio del sacrihcio y
del amor. ^
Este fué el gran don de consejo que tanto enalteció al P. Barrón y que
le hizo ver con soberana intuición, cómo la oración acabaría por rendir el
corazón de Teresa, y le comunicaría abundante luz del cíelo, haciendo que
cayesen los densos velos que ocultaban el peligro grandísimo en que se
encontraba su alma. ^
iCuán hermosamente dibujado aparece el P. Barrón, con,,, director de
la grande alma de Teresa, en las inspiradas líneas que la Santa consagra
a su memoria! iGloría á su acierto! ¡Loor eterno á su nombre'
-*■
CAPITULO II
Se señalan y fijan los periodos de la Dida de Santa Ceresa de ¡esús
en que tuvo por confesor al Dominico IP, f r. Vicente Barrón.
Santa Teresa en la relación (1) ó carta extensa que comunmente se cree
fué dirigida al P. Rodrigo Alvarez, de la Compañía de Jesús, habla de algu-
nos de los confesores Dominicos que tuvo después que empezó la obra de
su Reforma, y expone y declara lo que la movió á tratar con ellos en este
periodo de su vida, y débese advertir, que por temor de que esta relación
se extraviase y pudiera alguno enterarse de cosas tan interesantes como en
ella se contienen, la Santa habla en tercera persona, para así, no ser cono-
cida, si bien algunas veces se olvida y sin caer en la cuenta habla en pri-
mera. Dice, pues, así:
»Dijo (Santa Teresa) á su confesor, que si quería tratase algunos gran-
des letrados, aunque no fuesen muy dados á oración; porque ella no quería
sino saber si era conforme á la Sagrada Escritura lo que tenía. Algunas
veces se consolaba, pareciéndole, que aunque por sus pecados merecía
ser engañada, que á tantos buenos como deseaban darle luz, que no per-
mitiría el Señor se engañasen...
»Con este intento comenzó á tratar con padres de la Orden del glorioso
Santo Domingo, con quien antes de estas cosas se había confesado (2), no
(1) Relación 7.^ números 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16 y 19. (La Fuente).
(2) Es, pues, evidente, que Santa Teresa se confesó con PP. Dominicos antes de
empezar su Reforma, que es el periodo de su vida á que aquí alude.
— 38-
dice con éstos, sino con esta Orden. Son éstos los que después ha tratado.
El P. Fr. Vicente Barrón la confesó año y medio en Toledo, que era con-
sultor entonces del Santo Oficio, y antes de estas cosas la había tratado
muchos años. Era gran letrado. Este la aseguró mucho, y también los de
la Compañía que ha dicho.
»Todos la decían, que sino ofendía á Dios, y si se conocía por ruin, de
¿qué temía? Con el Padre Maestro Fr. Pedro Ibáñez, que era Lector en
Avila. Con el Padre Maestro Fr. Domingo Báñez, que ahora está en Va-
lladolid por Regente en el Colegio de San Gregorio, me confesé seis años,
y siempre trataba con él por cartas, cuando se ofrecía algo. Con el Maes-
tro Chaves (célebre confesor de Felipe 11). Con el Padre Maestro Fr. Bar-
tolomé de Medina, catedrático de Salamanca, que sabía que estaba muy
mal con ella; porque había oído decir estas cosas, y parecióle que éste le
diría mejor si iba engañada, que ninguno, por tener tan poco crédito...
Esto ha poco más de dos años. Procuró confesarse con él, y dióle gran
relación de todo el tiempo que allí estuvo, y vio lo que había escrito, para
que mejor lo entendiese. El la aseguró tanto y más que todos', y quedó
muy su amigo... También se confesó algún tiempo con Fr. Felipe de Me-
neses, cuando fundó en Valladolid, que era Rector de aquel Colegio de
San Gregorio: y antes había ido á Avila (habiendo oído estas cosas), á
hablarla, con harta caridad, queriendo saber si iba engañada para darme
luz: y si no para tornar por ella, cuando oyese murmurar, y se satisfizo mu-
cho. También trató particularmente con un provincial de Santo Domingo,
llamado Salinas, hombre espiritual, mucho; y con otro presentado llamado
Lunar, que era prior en Santo Tomás, de Avila; en Segovia con un lector,
llamado Fr. Diego Yanguas... Entre estos Padres de Santo Domingo, no
dejaban algunos de tener harta oración, y aun quizá todos. Algunos otros
(de la misma Orden) también ha tratado, que en tantos años y con temor,
ha habido lugar para ello, especial como andaba en tantas partes á
fundar.
>Todo lo que está dicho y está escrito, dio al Padre Maestro Fr. Domin-
go Báñez, que es el que está en Valladolid, que es con quien más tiempo
ha tratado y trata. El los ha presentado al Santo Oficio en Madrid, á lo
que se ha dicho. En todo ello se sujeta á la fe católica é Iglesia Romana.
— 39-
Ninguno le ha puesto culpa, porque estas cosas no están en mano de na-
die y nuestro Señor no pide lo imposible (1).
Esta narración es histórica como nota muy bien el Sr. La Fuente, y
por eso nombra el primero al P. Vicente Barrón, porque en el orden cro-
nológico, él i'ué el primero entre los hijos de Santo Domingo que confesó
á la Santa. Para demostrar ésto, nos es necesario analizar detenidamente
las palabras de Santa Teresa, cuando dice: <E1 P. Vicente Barrón la con-
fesó año y medio en Toledo, que era consultor del Santo Oficio, y antes
de estas cosas la habia tratado muchos años. Era gran letrado.-
Veamos primeramente en qué época la confesó por espacio de año y
medio en Toledo, y desde luego se comprende que esto tuvo que ser, ne-
cesariamente, después de 1568. La razón es muy sencilla y obvia. La San-
ta, es verdad, estuvo por vez primera en Toledo, antes del año 68, cuando
el provincial Fr. Ángel de Salazar la mandó allí para consolar á D.-' Luisa
de la Cerda. Esto sucedió el año de 1562, siendo aún Santa Teresa reli-
giosa en el convento de la Encarnación de Avila. Pero en esta ocasión
Santa Teresa sólo permaneció en Toledo por espacio de medio año, ó sea,
desde Enero hasta Junio de dicho año 62: Como se ve, no pudo entonces
confesarse por espacio de año y medio, no habiendo vivido alli más que
(1) Como el libro de la Vida fué segunda vez delatado á la Inquisición, el P. Báñez
le presentó él mismo al Santo Oficio, y ¿i ésto alude la Santa en estas palabras. Y no
sólo presentó el libro de la Vida, dicho P. Maestro Báñez al Tribunal de la Santa In-
quisición, dando con ésto á entender, que tomaba sobre si toda la responsabilidad de
las doctrinas en él contenidas, sino que hizo mucho más. Santa Teresa no había cursa-
do la Teolügia en las escuelas, y por ésto, aunque su doctrina era católica y sana, sin
embargo, en muchos pasajes no se expresaba con aquella precisión que se acostum-
bra en las aulas. Por este motivo, su grande protector, el P. Báñez, viendo el sesgo
que iban tomando las cosas, y el peligro grande que amenazaba á la Santa Escritora y
á su Reforma, añadió él mismo al margen del original, antes de entregarlo al Santo
Oficio, algunas explicaciones, con las cuales hacía ver el verdadero y católico sentido
de ciertas proposiciones.
A ésto, alude el Sr. La Fuente, como veremos más adelante, cuando hablando del
P. Báñez y del libro de la Vida, escribe asi: *¥ anotó el libro mismo original, y pudo
poner al margen notas comprobantes, diciendo á manera del Latino: * Cujas pars ego
magnefui'.
— 40 —
medio año. Es cierto, ó por lo menos probable, que el P. Barrón se halla-
ba en Toledo en 1562; pero de todo el contexto, se deduce que no era su
confesor por entonces. Por otra parte, Santa Teresa, desde Junio de 1562,
ya no salió de Avila hasta el 1567, que hizo la fundación de Medina, con-
cluida la cual, pasó á fundar á Malagón en 1568, y entonces, tanto al ir á
Malagón como al volver, ya se detuvo en Toledo. Queda, pues, demos-
trado, que ese año y medio de que habla la Santa, debe señalarse después
de 1568.
Pero quizá le ocurriera á alguno el decir: cómo la Santa pudo confe-
sarse con el Dominico P. Vicente Barrón por espacio de año y medio en
Toledo, cuando consta, que sus confesores en la imperial ciudad, fueron
el limo. Yepes, prior que era de los Jerónimos, y después, por mandato del
Señor (1), el Dr. Velázquez, prebendado de aquella iglesia primada y más
(1) Sobre este mandato del Señor, no estará demás referir lo ocnrrido entre el Do-
minico Fr. Diego Yanguas y Santa Teresa. Escribió ésta desde Toledo al dicho Padre,
que se encontraba en Segovia, y le preguntaba ó consultaba con quién debia confesar-
se durante su permanencia en aquella ciud¿id. La contestó el P. Yanguas, aconseján-
dola se confesase con el P. Yepes, Prior, entonces, del convento de Jerónimos de la
Sisla. Santa Teresa, siguiendo este consejo, empezó á confesarse con él; pero el Señor
la mandó al poco tiempo se confesase con el Dr. Velázquez, y dispuso tan suavemente
las cosas que, sin que el P. Yepes se diese cuenta, le sustituyó en el oficio este ilustre
Prebendado. He dicho, sin darse cuenta, porque intentaba salir de su convento, é ir á
confesar á la Santa, siempre se le interponían negocios y ocupaciones: de modo, que
pudo muy bien la Santa cohonestar el cambio ó mudanza de confesor. Santa Teresa
contó más tarde todo lo sucedido al P. Yanguas, y á ello alude la Duquesa de Alba
D.'' María Enríquez, cuando en su declaración, citada por el Sr. La Fruente, tomo 6.",
se expresa asi: «Digo, que habiendo venido á ver la incorrupción del cuerpo de la San-
ta Madre, el Obispo de Tarazona y el P. Fr. Diego de Yanguas, estando en mi presen-
cia hablando de la Santa, dijo el P. Fr. Diego de Yepes, que jamás se le quitaría la pena
que tenía, por haber sido tan grosero que, enviándole la Madre á llamar al convento
suyo, en Toledo, para confesarse con él, no había ido, porque tres veces que salió para
ir, se lo habían estorbado.
"Respondió el P. Yanguas, que qué le daría y le sacaría de aquella pena. Ai fin, por
instancia que los dos le hicimos, dijo, que la Santa Madre le había dicho, que queján-
dose á nuestro Señor en aquella ocasión, se le apareció, con quien tiernamente se re-
galó y consoló, diciéndole:— ¿Por qué, oh buen Pastor, me tenéis en tanto aprieto, sin
— 41 —
tarde Obispo de Osma y Arzobispo de Santiago? Fácil es la respuesta á esta
pregunta y satisfactoria la solución á ésta que parece dificultad. Santa Te-
resa vivió desde 1568 hasta 1580, largas temporadas en Toledo. Allí estuvo
el 68 al ir y volver de Malagón; allí cuando el 69 fundó su convento en
esta ciudad (1); allí volvió luego de su fundación de Pastrana. Cuando
el 75 se fué á fundar á Veas, también se detuvo en Toledo, y el 76, des-
pués de fundar en Sevilla, eligió por su morada á esta ciudad y permane-
ció en ella hasta Junio de 1580, si se exceptúa el breve tiempo que em-
pleaba en visitar algunos de sus conventos; pero volviéndose pronto á su
Sancta Sanctorum, á esta su amada quinta, ó lugar de recreación que así
llamaba Santa Teresa á su convento de Descalzas en Toledo. Después de
Avila. Toledo es la ciudad afortunada que por más tiempo habitó Santa
Teresa, quizá porque su clima era el que más la favorecía para sus enfer-
medades; pues como ella misma escribe: ■^ El temple de esta tierra es ad-
mirable • y hasta quiso, por este motivo, que su hermano D. Lorenzo, re-
cién llegado de Indias, se estableciese en esta imperial ciudad y no en
Avila, por más que últimamente no se efectuó este pensamiento de la
Santa.
Pudo, pues, Santa Teresa confesarse por espacio de año y medio en
Toledo con el Dominico P. Vicente Barrón, como ella expresamente lo
afirma, y confesarse también con el Sr. Yepes y con el Doctor Velázquez;
mucho más, sabiendo como se sabe por la Crónica de la Reforma y por
el P. Ribera que este venerable Padre vivía en Toledo en 1569, año que
la Santa fundó su convento en esta ciudad; pues en esa fundación, al de-
cir de esos historiadores, y lo veremos más adelante, le prestó ayuda el
dicho P. Barrón.
Pero la Santa, después de las palabras: El P. Vicente Barrón la con-
miiiistro vuestro que me guíe, y no viene éste que llamo, pudiendo vos hacerle venir?—
á lo cual le respondió Su Majestad: — Antes, hija, le detengo, porque quiero que te con-
fieses con el Dr. Velázquez— (que era entonces canónigo de la Santa Iglesia de Tole-
do). La Fuente, tomo, 6.°, edición de 1H81. Declaración de Maria Enríquez, Duquesa de
Alba, página 293.
(1) Consta, como se dirá después en las Fundaciones, que el P. Barrón residía por
este tiempo en Toledo.
— 42-
fesó año y medio en Toledo, que era Consultor del Santo Oficio*, añade:
«y antes de estas cosas la había tratado muchos años.' También conviene
exponer estas últimas palabras; pues importancia no pequeña lleva consi-
go el averiguar esos muchos años que la trató ó confesó antes de 1568,
además del año y medio que la confesó en Toledo, como ya queda pro-
bado.
Todos los biógrafos de la Santa, sin exceptuar á ninguno, convienen
en que el P. Barrón fué en Avila el confesor del padre de Santa Teresa;
el que le confesó y asistió en sus últimos momentos y el que confesó en-
tonces á la Santa haciéndola volver al camino de la oración que habia
abandonado y haciéndola comulgar con más frecuencia. ¿Pero fué en esa
época, ó sea en 1546, en que murió su padre, cuando la confesó durante
los muchos años el P. Barrón? No es fácil responder á esta pregunta de
un modo preciso y que no deje lugar á dudas. Santa Teresa, en los capí-
tulos relativos á ese periodo de su vida, nunca hace mención de este pa-
dre Dominico, y sí sólo del Maestro Diego Daza y de algunos Padres de
la Compañía de Jesús, hasta el año de 1557, ó un poco antes, en que ya
empezó á tratar su alma y el proyecto de la Reforma con el P. Pedro Ibá-
ñez, lector en el convento de Dominicos de Santo Tomás de Avila. ¿En
qué periodo, pues, de la Vida de Santa Teresa la confesó por muchos años
el dominico P. Vicente Barrón, como ella misma nos asegura? No sería te-
merario afirmar que estos muchos años, fueron los años de su juventud;
por el contrario, hay sólidos fundamentos para sostener dicha afirmación.
Veamos cuáles son esos fundamentos.
Es bien sabido, y así consta de diferentes documentos, que se hallan
en este archivo de Santo Tomás, las buenas relaciones que hubo siempre
entre los religiosos de este convento y la familia y padres de Santa Tere-
sa. El mismo P. Ribera nos habla de este asunto cuando, al referir el in-
greso de Santa Teresa en la Encarnación, el día 2 de Noviembre, á donde
fué acompañada por su hermano Antonio, dice así: Ella (Santa Teresa),
se quedó en la Encarnación y él (Antonio), se fué de allí al monasterio de
Santo Tomás, de la Orden del glorioso Santo Domingo, á pedir el hábito.
No le recibieron allí entonces, hasta saber la voluntad de su padre, con
quien aquellos Padres teman amistad.*
Á
-43-
Consta. pues, de esa amistad; consta que el P. Vicente Barrón, domi-
nico, fué el confesor del padre de Santa Teresa y, por lo tanto, que éste se
confesaba en la iglesia de Santo Tomás; siendo muy natural que su hija
viniera en su compañía, sobre todo, después que murió su madre (1).
En esta misma iglesia, y en una de sus principales capillas donde se
venera la imagen imponente y veneranda de un Santísimo Cristo que, se-
gún tradición, habló en diversas ocasiones á la Santa, animándola á pade-
cer por él. Al lado derecho se conserva aún un confesonario con una ins-
cripción que dice: <Aquí se confesaba Santa Teresa».
Pero, aún iiay otra prueba, sin duda la más decisiva, de lo que esta-
mos tratando. La Santa nos refiere en el capítulo XXXllI de su Vida, una
merced soberana que recibió del Señor el día de la Asunción de 1561 en
esta misma iglesia, y según tradición en esta misma Capilla del Santísimo
Cristo, llamado de la agonía.
«Estando en estos mismos días (el de nuestra Señora de la Asunción)
en un monasterio de la Orden del glorioso Santo Domingo, estaba consi-
derando los muchos pecados que en tiempos pasados había en aquella
casa confesado y cosas de mi ruin vida; vínome un arrebatamiento tan
grande, que casi me sacó de mí. Sentéme, y aún paréceme que no pude
ver alzar ni oir misa, que después quedé con escrúpulo desto. Parecióme,
estando ansí, que me veía vestir una ropa de mucha blancura y claridad,
y al principio no veía quién me la vestía; después vi á nuestra Señora ha-
cia el lado derecho, y á mi Padre, San José, al izquierdo, que me vestían
aquella ropa; dióseme á entender que estaba ya limpia de mis pecados.
Acabada de vestir, yo, con grandísimo deleite y gloria, luego me pareció
asirme de las manos nuestra Señora. Díjome que le daba mucho contento
en servir al glorioso San José, que creyese que lo que pretendía del mo-
nasterio se haría, y en él se serviría mucho el Señor y ellos dos; que no
(1) Aún se conserva en Avila viva la tradición de un senderito, pur el cual, se dice
pasaba Santa Teresa cuando venia de casa de sus Padres á esta Iglesia de Santo To-
más. «Mil veces, me decia un venerable anciano, he oido desde niño hablar de ese
sendero por donde la Santa venia á Santo Tomás». Es el más anciano de Avila. Su
nombre es D. Matias Núñez y conoció á los Padres de este Colegio, antes de la ex-
claustración de 1833.
— 44-
temiese habría quiebra en esto jamás, aunque la obediencia que daba no
fuese á mi gusto, porque ellos nos guardarían, que ya su Hijo nos había
prometido andar con nosotras, que para señal que sería esto verdad me
quedaba aquella joya. Parecíame haberme echado al cuello un collar de
oro muy hermoso, asida una cruz á él de mucho valor. Este oro y piedras,
es tan diferente de lo de acá, que no tiene comparación; porque es su her-
mosura muy diferente de lo que podemos acá imaginar, que no alcanza el
entendimiento á entender de qué era la ropa ni cómo imaginar el blanco
que el Señor quiere que se represente, que parece todo lo de acá dibujo
de tizne, á manera de decir. Era grandísima la hermosura que vi en nues-
tra Señora, aunque por figuras no determiné ninguna particular, sino toda
junta la hechura del rostro, vestida de blanco con grandísimo resplandor,
no que deslumhra, sino suave. Al glorioso San José no vi tan claro, aunque
bien vi que estaba allí, como las visiones que he dicho, que no se ven;
parecíame nuestra Señora muy niña. Estando ansí conmigo un poco, y yo
con grandísima gloria y contento (más á mi parecer que nunca le había
tenido y nunca quisiera quitarme del), parecióme que los veía subir al
cielo con mucha multitud de ángeles; yo quedé con mucha soledad, aun-
que tan consolada, y elevada, y recogida en oración, y enternecida, que
estuve ajgún espacio que menearme ni hablar podía, sino casi fuera de mí.
Quedé con un ímpetu grande de deshacerme por Dios y con tales efectos,
y todo pasó de suerte que nunca pude dudar (aunque mucho lo procura-
se) no ser cosa de Dios nuestro Señor. Dejóme consoladísima y con mu-
cha paz. En lo ({ue dijo la Reina de los ángeles de la obediencia, es que
á mí se me hacía de mal no darla á la Orden, y habíame dicho el Señor
que no me convenía dársela á ellos: dióme las causas para que en ningu-
na manera convenía lo hiciese, sino que enviase á Roma por cierta vía,
que también me dijo que él haría viniese recaudo por allí; y ansí fué, que
se envió por donde el Señor me dijo (que nunca acabábamos de nego-
ciarlo) y vino muy bien.> (1)
(1) Plácenos coiisifíiiar aquí lo que nos dice eu el proceso de Avila acerca de esta
misma merced Doña Antonia de Guzmán, religiosa de la Encarnación é iiija de la gran
amiga de Santa Teresa, Doña Guiomar de UUoa, que dice así:
-45-
He querido copiar íntegro el pasaje de la Santa, para que se conozcan
los venerandos recuerdos que este grandioso templo, verdadera joya del
arte conserva de esta seráfica Virgen, que aunque fueron muy singulares
los favores que del Cielo recibió durante toda su vida, pero este fué, in-
dudablemente, uno de los más señalados.
Así lo entendieron los antiguos PP. Carmelitas, cuando en el retablo
del altar mayor de la Iglesia de la Santa, quisieron que fuera esta merced
representada tan al vivo como la Santa Madre la refiere en sus admirables
escritos. Otro fin más principal nos ha movido, sin embargo, á copiar in-
tegro el pasaje de que tratamos, y es que el lector se fije en algunas de las
palabras de la Santa, al referir esta celestial visión: ^Estaba, nos dice, con-
siderando los muchos pecados que en tiempos pasados había en aquella
casa confesado.»
Ahora bien, ¿cuáles eran esos muchos pecados que en tiempos pasados
había confesado (Santa Teresa) en aquella casa? Esos pecados eran la afi-
ción que tuvo á los libros de caballerías, las muchas horas del día y de la
noche que gastaba en tan vano ejercicio, el mucho cuidado de manos y
cabello, y olores y las pláticas que sustentaba con sus primos hermanos
oyendo sucesos de sus aficiones y niñerías, no nada buenas: la conversa-
ción con aquella parienta, de tan livianos tratos, y que la ayudaba á todas
las cosas de pasatiempo, junto con las criadas que para todo mal hallaba en
Al articulo 14 dijo: «contú la dicha Doña Guiomar á ésta declarante cómo estando
un día en el monasterio de Santo Tomás de la dicha ciudad de la Orden de Santo Do-
minjío á donde ambas á dos (Doña Guiomar y Santa Teresa) acostumbraban irse á
confesar y comunicar las cosas de su alma por haber allí religiosos doctos y de gran
ejemplo y virtud y que acabando de comulgar la santa madre habla visto á Nuestra
Señora vestida de blanco nuiy resplandeciente y traia á su lado al glorioso San José y
la echó un collar de piedras la madre de Dios á la dicha Santa Teresa de Jesús y que
la habia dicho ciertas palabras amorosas y de grande regalo, las cuales no se acuerdan
ya á ésta declarante, y este suceso contó también la dicha Doña Guiomar de Ulloa á
esta declarante diciéndola las mercedes y beneficios que Nuestro Señor la hacía por
ser como era tan su sierva y esta declarante lo ha creído y cree bien y verdaderamen-
te por haberlo dicho la dicha su madre que era persona de las cualidades que ya lleva
referido.»
-46-
ellas buen aparejo. Con respecto á estas flaquezas é imperfecciones, que la
Santa llama pecados, tienen sentido propiísimo las palabras <y que en tiem-
pos pasados había en aquella casa confesado. > Los treinta años que habían
trascurrido desde 1530, en que la Santa anduvo en estos peligros hasta
el 1561, en que se acordaba de ellos, esos eran los verdaderos tiempos
pasados en los cuales confesó los muchos pecados en aquella casa, y ahí
es donde se deben señalar los muchos años que la Santa afirma en la re-
lación al P. Rodrigo, trató con el dominico P. Vicente Barrón, confesor de
su padre (1). En esa época, pues, de su primera juventud, es donde el Do-
minico P. Vicente Barrón, confesó muchos años á Teresa de Jesús,
En vista de todo lo hasta aquí expuesto, se equivoca á mi juicio el Je-
suíta P. Pons, cuando en la Vida de la Santa escribe así: «Santa Teresa co-
noció por vez primera, al P. Vicente Barrón, en 1544», pues según las
pruebas que se acaban de aducir omitiendo el testimonio de algunos bió-
grafos de la misma Santa Madre, que sostienen esto mismo, el P. Barrón
conoció y trató á la Santa, por los años de 1530, es decir, catorce años
.antes. Ni nos parece aventurado el decir, que aquella resolución de llevar
á Teresa al convento de Nuestra Señora de Gracia, resolución, que tomó
D. Alonso de Cepeda, al ver ¡os peligros que amenazaban á su hija, fuera
por mediación y siguiendo los consejos de su Confesor, que lo era este
V. Religioso, como con frecuencia acontece en casos de esta naturaleza, y
que este mismo Padre, fué el confesor de quien ella se informaba, y que
como docto le decía: ^que en muchas cosas no iba contra Dios, porque el
trato era con quien por vía de casamiento me parecía podía acabar en
bien> (2).
Como conclusión final, resulta que Santa Teresa se confesó con el
dominico P. Vicente Barrón en tres periodos de su vida. 1.° En su juven-
tud, durante muchos años. 2P En 1546 á la muerte de su padre. Y 3." en
Toledo, por espacio de año y medio á contar de 1568 en adelante.
(1) Vid. La Fuente, tomo 1., Relación 7, edición 1881.
(2) Vida capítulo II.
CAPITULO III
Carácter de las amistades de Ceresa de ¡esús y prudencia
del IP. ISarrón.
Para la mejor inteligencia de lo dicho, conviene, en el presente capí-
tulo, exponer ciertas palabras de la Santa, que pudieran ofrecer alguna
duda é inducir á error sino se explica el verdadero sentido de las mismas,
con respecto á sus faltas y al verdadero carácter de sus amistades. A! ha-
blar de las causas de su tibieza, escribe Santa Teresa: '<lo que era graví-
simo mortal, me decían los medio letrados, que era solo venial...»
Estas frases de la Santa, y otras parecidas que pudieran aducirse, á
primera vista, parece que indican alguna contradicción con ciertas afirma-
ciones que hemos hecho, en especial con aquella, *que Santa Teresa no
perdió la inocencia bautismal.*
Ante todo es preciso confesar, que á cualquiera que lea de paso la vida
de Santa Teresa, le parecerá, sin duda, que fueron muchos y muy graves
sus pecados; pero si se reflexiona bien y se estudia con detención el pun-
to, aun de sus mismas palabras, se infiere que no pecó mortalmente. Sería
necesario detenerse mucho para demostrar lo que se acaba de afirmar, y
sólo citaremos unas palabras del capítulo XXXII, donde escribe de esta
manera: «Cuando yo considero que aunque era tan malísima, traía algún
cuidado de servir á Dios, y no hacía algunas cosas que veo, que como
quien no hace nada, se las tragan en el mundo, y en fin, pasaba grandes
enfermedades y con mucha paciencia, que me la daba el Señor, no era in-
-48-
clinada á murmurar ni á decir maí de nadie, ni me parece podía querer mal
á nadie, ni era codiciosa, ni envidia jamás me acuerdo tener, de manera
que fuese ofensa grave del Señor, y otras algunas cosas, etc., etc.» Lo que
aquí dice sobre los pecados de murmuración, de codicia y de envidia, eso
mismo confiesa ingenua y sencillamente, y lo que es más, sin darse cuen-
ta, de todas las especies de pecados: «cosas deshonestas (dice), natural-
mente, las aborrecía.» En otra parte escribe «de hipocresía y vanagloria,
gracias á Dios, jamás me acuerdo haberle ofendido», y así de todos los
demás vicios. Por esta razón, todos los biógrafos sostienen, que si hubo
algún pecado en ella, no fué de aquellos en que caen comunmente las mu-
jeres, como envidias, murmuraciones, rencillas (1), y menos en materia de
castidad, porque naturalmente, como acaba de decirse, aborrecía las cosas
deshonestas.
Fué tan angelical su pureza, que ni siquiera supo qué cosa eran tenta-
ciones contra la virtud de la castidad.
Y así, como escribe el P. Ribera, no podía aconsejar á sus hijas en
materia de tentaciones deshonestas: «Sé yo, dice, este respetable biógra-
fo, que, siendo ya de mucha edad y tratando con ella una de sus hijas
cierta cosa que tocaba á tentaciones deshonestas, respondió: No entiendo
eso; porque me ha hecho el Señor merced que, en cosas de esas, en toda
mi vida, no haya tenido cosa que confesar» (2). Quizá el P. Ribera aluda
al caso que testificó en Granada, para la canonización la V. Ana de la En-
carnación, quien después de decirnos que el dominico P. Yanguas la lla-
maba tesoro de virginidad, añade, que < resplandeció tanto en esta virtud,
que llegando una religiosa á comunicarle una tentación de deshonestidad,
le respondió, que ya b encomendaba á Dios, y que aquello lo tratase con
el P. Fr. Diego de Yanguas, su confesor, que ella no entendía lo que le
decía, con lo cual se manifiesta la ignorancia que tenía de aquello.» Lo
mismo consta de las informaciones para la canonización de la Santa en
esta ciudad de Avila. En el proceso que tengo á la vista, dice así Doña
Mencía Roberto, religiosa del monasterio de la Encarnación y priora que
(1) P. Ribera, libro 1.", capitulo VIH, y lo afirma también ci Sr. Yepes.
(2) P. Ribera, libro 1.", capitulo VIH, y lo mismo afirma el limo. Sr. Yepes.
-49-
fué del mismo: «Al artículo 60 dijo..., que si alguna religiosa se acogía á
ella diciendo tener algunas tentaciones de la carne, la dicha Santa, inocen-
tísima, decía que no podía aconsejar nada en aquello, porque jamás, por la
gran misericordia de Dios, había sido tentada de estos semejantes movi-
mientos.»
Entre otros innumerables testimonios que pudiera citar, tanto de reli-
giosas de la Encarnación como de San José, añadiré el de Sor Petronila
Bautista, hija espiritual de la Santa en su convento de San José: <A1 ar-
tículo 60 dijo..., que sabe, vio y conoció, que la Santa Madre Teresa de
Jesús, fué acabadísima y perfecta en el don de la castidad, de tal manera,
que la Santa Madre, tratando de las virtudes, la dijo á esta declarante la
señalada merced que Dios, Nuestro Señor, la había hecho en este particu-
lar, porque no sabía lo que era tentación, ni en toda su vida la había ex-
perimentado.*
Concluyentes son estos testimonios; pero no sé por qué hemos de an-
dar por arroyuelos, pudiendo beber en la misma fuente; ésta es el testimo-
nio de la misma Santa, quien en carta á su hermano D. Lorenzo de Cepe-
da, dice así:
•Desas tribulaciones, después ningún caso haga; que aunque eso yo
no lo he tenido, porque siempre me libró Dios por su bondad desas pa-
siones...» (1)
No tuvo, pues, la Santa, jamás ^ desas tribulaciones, desas pasiones...»
¿Cuáles? Aunque se deduce con claridad del contexto, oigámoslo expre-
samente de labios de la Santa: en lo desos movimientos sensuales, para
probarlo todo, se lo dije» (2).
Concluyese de todo ésto, que sólo pudo haber pecado por ponerse en
peligro próximo, tratando una joven con jóvenes de distinto sexo; pero
en ella no le hubo, y por eso dice el historiador de la Reforma: *A la ver-
dad, aunque la amistad de una doncella con un mancebo, y trato asimismo
de conversaciones excusadas, parece peligro próximo; en ella no lo era,
ya por el natural aborrecimiento que siempre tuvo á cosas deshonestas.
(1) La Fuente, tomo 2.", edición 1801, carta 138.
(2) Ibid. carta 1 42.
-50-
ya por el temor grande de perder su honra» (1). Por estos mismos moti-
vos, no comprendió nunca ella que en esos tratos hubiese ese peligro, ni
sospechó que pudiera haberle en las personas que con ella trataban, sobre
todo, si se tiene en cuenta como escribe el limo. Sr. Yepes: «que esa mis-
ma ignorancia que ella tenía, nació de la falta de ciencia en sus confeso-
res (2), que no la ponían escrúpulo alguno en esos tratos.
Si se quiere, pues, encontrar el móvil principal de toda esta conducta
de la Santa, hay que buscarle en su condición sumamente amorosa y agra-
decida; no podía dejar de querer á quien la quería, ni dejar de manifestar
ese amor á quien se le manifestaba. Por eso en la Bula de canonización
se dice, que aunque resplandecieron en ella todas las virtudes, pero que
sobresalió en la virtud de la gratitud. Ella misma conocía esa su condi-
ción, y así escribe en una de sus cartas: «Bien veo que no es perfección
en mí esta condición que tengo de ser agradecida, debe ser natural, que
con una sardina que me den, me sobornarán.- (3) Por otra parte, como no
tenía ni sabía qué era intención mala en esa materia, no podía, ni siquiera
sospecharla en las personas que trataba (4).
(1) Crónica Carmelitana, libro 1.", capítulo Vi, número 7.
(2) limo. Yepes, libro 1.°, capítulo VIII.
(3) La Fuente, tomo 2.°, edición 1861, carta 224.
(4) Por lo dicho, se ve claramente la injustificable ligereza, la insigne mala fe con
que el mediocre novelista y dramaturgo francés Cátulo Méndez, pretendió mancillar
la angélica castidad de nuestra heroína, acusándola de hipócritas é impuros amores. El
escándalo, aun cuando no tenga más fundamento que la infame calumnia, es el supre-
mo recurso á que acuden los villanos, ávidos del aura popular, que no podrían conquis-
tar de otro modo. Todavía no se ha borrado de nuestra memoria la profunda indigna-
ción que en toda España causaron las blasfemias del judío y miserable ateo. Pero Dios,
celoso de la gloria de sus santos, ha vuelto por la mancillada honra de su fiel esposa,
ejecutando horrible castigo en la persona del infeliz blasfemo.
He aquí la concisión con que el telégrafo transmitió tan horripilante y ejemplar
castigo:
"París, Febrero 8, 1Ü09. Cátulo Méndez cenó, como acostumbraba todos los domin-
gos, en casa de los barones de Oppenheim, notando éstos que se hallaba preocupado,
triste y distraído. AI terminar la cena salió, tomando en la estación de San Lázaro el
tren para regresar á su domicilio (Villa Saint Germain); parecía somnoliento y fatigado.
La obscuridad de la noche hizo, sin duda, que Cátulo Méndez se apease del Metro-
-51 -
Todo ésto y mucho más, debió tener muy presente el V. P. Barrón,
cuando no la obligó á cortar semejantes amistades, aunque bien lo deseaba;
pero tropezaba con la poca fortaleza de la Santa para cortar de repente con
aquellas aficiones, obrando en ésto con exquisita y consumada prudencia,
de tal modo, que siempre aparecerá como un modelo acabado de discre-
ción y circunspección de espíritu, digno de ser imitado, y tuvo la honra
de sacarla -de esa ceguedad», como ella escribe, y fué el primero, según
un ilustre biógrafo, que dirigió bien á Teresa de Jesús. En esta conducta de
nuestro V. P., se funda, entre otras razones, el limo. Sr. Yepes, para afir-
mar que, la Santa no pecó mortalmente en esos tratos y comunicaciones,
y así dice: «El Dominico P. Barrón la desengañó é hizo volviese á la ora-
ción, y comulgase de quince á quince dias, aunque no dejó las ocasiones,
ni el confesor la obligó á dejarlas, con ser las comuniones tan frecuentes
y él tan docto. Por donde se echa de ver, que no eran de peligro claro de
pecado mortal.» Creo suficiente explicado, cómo la Santa pudo decir: «lo
que era gravísimo mortal, que era venial», y otras parecidas que se hallan
en sus escritos, en especial en el libro de la Vida, sin que por ello, tenga-
mos que admitir que pecara mortalmente, quedando á mi juicio, desvane-
cida y resuelta esa dificultad que á alguno le pudiera ocurrir.
Mayor dificultad ofrecen las palabras que se siguen: *Duré en esta ce-
guedad, creo, más de diecisiete años, hasta que un padre Dominico, gran
letrado, me desengañó en cosas.» No admite duda, que este gran letrado
dominico, fué el V. P. Fr. Vicente Barrón; pero ¿qué años de la vida de
Teresa fueron esos diecisiete años que pasó en la ceguedad de que nos
está hablando? ¿Dónde empiezan? ¿Dónde concluyen? Hé aquí lo que se
debe explicar. Confieso que es punto éste un poco obscuro; sin embargo
leyendo con atención todo el proceso de la vida de la Santa, y si se tiene
presente todo el contexto de los capítulos relativos á este periodo de su
politano, creyendo se encontraba cerca de su domicilio, dándose tan terrible golpe con-
tra la pared del túnel, que rebotó, yendo á parar bajo las ruedas.
El cadáver fué descubierto dentro del túnel con la cabeza completamente destroza-
da y el cuerpo despedazado. Un tren que pasó poco después le cortó el brazo.
Cabeza que había ideado el inmundo drama»: La Virgen de Avila >, lengua que lo ha-
bía proiumciado y brazo que le había escrito, así habían de acabar: ¡sirva de ejemplo!»
-52-
vida, hay que convenir en que esos diecisiete años, fueron los transcurri-
dos desde que la Santa empezó á entibiarse, poco después de su profesión
religiosa, hasta que emprendió una vida celestial, en que no conversaba
con hombres, sino con ángeles, como la dijo el Señor. Empezaron, pues,
estos diecisiete años hacia el año 1539, y concluyeron en 1557. Sania Te-
resa, es verdad, se confesó á la muerte de su padre con el P. Vicente Ba-
rrón, gran letrado dominico el año 1546, en que aquello sucedió, y la de-
sengañó, haciéndola volver al camino de la oración y afeándola las con-
versaciones y pláticas que tenía; pero el desengaño de que aqui habla la
Santa, no debe aplicarse al tiempo en que volvió á la oración, que fué el
año 1546, ó sea, á la muerte de su padre; sino diez años después, en que
por medio de la oración triunfó de sí misma y de los ardides del demonio,
emprendiendo una vida más divina que humana. Y como el P. Barrón fué
quien la puso en el camino del cielo, por medio de la oración, por eso dice
que duró en esa ceguedad hasta que el gran letrado dominico la desenga-
ñó. Pero aun después de volver á la oración, la Santa continuó en sus plá-
ticas y recreaciones, no teniendo fuerzas para cortar estos entretenimientos
vanos.
Tan poco dispuesta se hallaba entonces Teresa para romper con las
ocasiones y dejar de repente los tratos y comunicación con aquellas per-
sonas que, aun habiendo vuelto al camino de la oración por consejo de
nuestro V. P. Barrón, pasaron diez ú once años sin que pudiera vencerse;
pero como vuelta al ejercicio santo de la oración ya se hallaba en el ca-
mino del cielo: «aunque poco á poco, cayendo y levantando, iba por él, y
el que no deja de andar é ir adelante, aunque tarde, llega* (1). Como
ella misma dice: «En todo ese tiempo, pasaba, escribe, una vida tra-
bajosísima, porque en la oración entendía mis faltas.» ^Por una parte,
me llamaba Dios, por otra, yo seguía al mundo. En la oración pasaba gran
trabajo, porque no andaba el espíritu señor, sino esclavo. Pasé así muchos
años, que ahora me espanto, qué sujeto bastó á sufrir que no dejase lo uno
ú lo otro- (2). < Quisiera yo saber figurar la cautividad que en estos tiem-
(1) Vida, capítulo XIX, número 6.
(2) Vida, capítulo VII.
— 53-
pos tenía mi alma, porque entendía que lo estaba y no entendía en qué...
Lástima la tengo de lo mucho que pasó... Parece que peleaba con una
sombra de muerte» (1). -Andaba ya mi alma, dice en otra parte, cansada,
y no la dejaban descansar las ruines costumbres que tenía. Acaecióme que
entrando un día en el oratorio (de la Encarnación), vi una imagen que ha-
bían traído allí á guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se
hacía en casa. Era de Cristo muy llagado, y tan devota, que en mirándo-
la, toda me turbé, de verla tal, porque representaba bien lo que pasó por
nosotros. Fué tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas
llagas, que el corazón se me partía, y arrójeme cabe él con grandísimo
derramamiento de lágrimas, suplicándole me favoreciese ya de una vez,
para no ofenderle ' (2). Repetía así postrada, dice el Sr. Yepes, muckas
veces: * Señor mío y Dios mío, no me levantaré de aquí hasta que
me hagáis esta merced > (3). Tomó también á la Magdalena por me-
dianera, pensando en su conversión, y más cuando comulgaba, puesta á
los pies del Señor, pedía á la Santa la alcanzara perdón; - mas esta postre-
ra vez, desta imagen que digo, me parece me aprovechó más, porque es-
taba muy desconfiada de mí, y ponía toda mi confianza en Dios. Paréceme
le dije, entonces que no me había de levantar de allí, hasta que hiciera lo
que le suplicaba. Creo cierto me aprovechó, porque fui mejorando mucho
desde entonces... • En este mismo tiempo, me dieron las confesiones de San
Agustín, y parece lo ordenó Dios, porque yo no las procuré, ni nunca las
había visto... Como comencé á leerlas, paréceme que me vía yo allí, y me
encomendé á este Santo. Cuando llegué á su conversión, y leí cómo oyó
aquella voz en el huerto, no me parece sino que el Señor me la dio á mí, se-
gún sintió mi corazón: estuve por grande rato que toda me deshacía en lá-
grimas y entre mí niesma con gran aflicción y fatiga... Yo me admiro ahora
cómo podía vivir en tanto tormento (4). Pues comenzando á quitar oca-
siones y á darme á la oración, comenzó el Señor á hacerme las mercedes
(1) Vida, capítulo VIII.
(2) Vida, capítulo IX.
(3) y¡da de Santa Teresa, libro I.'', capítulo IX.
(4) Vid., capitulo IX.
-54-
como quien deseaba que yo las quisiera recibir. Comenzó Su Majestad á
darme muy de ordinario oración de quietud, y muclias veces de unión, que
duraba mucho rato» (1). Y desde aquí, es propiamente, cuando empezó la
vida nueva de que habla la Santa en el capítulo XXIII, de que antes hice
mención. Aquí es donde recogió el fruto del consejo dado por el V. P. Ba-
rrón, de que volviese á la oración y no la dejase, como en efecto no la
dejó, sacándola á puerto de salvación. Después de estos dos toques de la
gracia, Santa Teresa vivió ya hasta su muerte una vida más divina que
humana, y empezaron las grandes mercedes que han sido y serán siem-
pre el encanto y el asombro de cuantos lean su vida.
Esto sucedió, según la Crónica Carmelitana, y el autor de la obra titu-
lada La Mujer Grande, el año 1557, ó sea once años después de la muer-
te de su padre; por eso ella se admira cómo pudo, por espacio de tanto
tiempo, continuar con las distracciones y amistades, y al mismo tiempo,
ejercitarse en la oración y no dejar lo uno ó lo otro como ella dice. Así
que las palabras de la Santa, cuando escribe: «Duré en esta ceguedad, creo
más de diecisiete años, se entienden, como dice muy bien el autor de La
Mujer Grande, hasta su mayor perfección, que fué el 57, ó sean dieciocho
años que habían transcurrido desde 1539. De otro modo, es decir, si los
diecisiete años hubieran transcurrido ya cuando se confesó con el P. Ba-
rrón á la muerte de su padre, había que comenzarlos á contar desde el
año 1528, ó sea, cuando la Santa sólo tenía trece años, y esto no puede
sostenerse. Por lo tanto, la interpretación del autor ya citado, tiene sólido
fundamento. Ahora, para explicar estas vicisitudes y sucesos en la vida de
la Santa, pondremos una tabla cronológica, ajustando las fechas á los he-
chos con más ó menos aproximación, por no ser posible otra cosa, como
se verá después:
(1) Vida, capítulo XXIII.
— 55-
Cuadro Cronológico en que se fijan diuersos periodos de la uida
de Santa Teresa:
AÑO
I I AÑO AÑO
!en queSan-¡en que prin-l . len c^ue fun-
AÑO , AÑO 'ta Teresa se cipió á reci- AÑO dó bta. Te-
AÑO ¡en que tomó en que em- confesó con bir grandes en que Dios resa el con-
en que nació'e! santo liá- pezó á enti- el P. Barrón favores es- la mandó vento de
Santa Teresa hito Sta. Te- biarse su y volvió á la
le Jesús. rusa lie Jesús espíritu. oración.
AÑO
1515
1536
1539
1546
pirituales empezar la San José en en que niu-
del Señor. Reforma Avila. rió la S¿nta
1557
1560
1562
1582
EDAD i EDAD EDAD EDAD EDAD ¡ EDAD | EDAD
que tenia la que tenia la!que tenia la que tenia la que tenía la que tenia la que tenia la
Santa en la Santa en laSanta en la Santa en la Santa en la Santa en la Santa en la
fecha arribafecha arriba fecha arriba fecha arriba fecha arriba feclia arriba fecha arriba
indicada. indicada. indicada. indicada. indicada, ¡indicada, ¡indicada.
! I I !
21 años. 24 años. 31 anos. 42 años. 45 años. 47 años. 67 años.
Es de advertir que en el antecedente cuadro cronol(3gico se parte del
supuesto y opinión, comunmente seguida, de que la Santa tomó el hábito
á los veintiún años, ó sea el año de 1536; por lo tanto, habría que variar
las fechas, si se siguiera la opinión fundada del docto P. Ribera, su pri-
mer biógrafo, que afirma fué á los veinte; y más aún, habria que variarlas,
según la opinión respetable de nuestro V. P. Fr. Pedro ibáñez, que dice
expresamente le tomó á los diecinueve. Las tres opiniones tienen sus fun-
damentos y dificultades que se originan de ciertas expresiones de la mis-
ma Santa, ya en su vida, ya en sus cartas De buena gana haríamos una di-
sertación crítica sobre las tres opiniones indicadas, si confiáramos poder
aclarar este punto tan obscuro; pero estoy firmemente persuadido de que no
es esto posible, por la razón apuntada de que hay en la Santa fundamento
para defender las tres. Esto procede de que Santa Teresa flaqueaba algo
en la memoria en punto á fechas, como nos dice el historiador de la Re-
forma (1), y ella misma lo conocía y lo da muchas veces á entender, ma-
nifestando temor de su memoria, y por eso habla con poca determinación
en las fechas, usando de estas frases, creo, me parece, y otras por el estilo.
Así es que tengo por muy cuerdo el parecer de mi respetable amigo car-
(1) Crónica Carmelitana, libru, 1.", capitulo XIV.
-56-
melita, el sabio P. exprovincial Fr. Venancio de Jesús y María, quien, en
una erudita carta que me escribió sobre esta materia, respondiéndome á
ciertas observaciones que yo le había hecho, me decía: «Nuestra Santa
Madre no concuerda en lo referente á fechas. Escribía al correr de la plu-
ma y no era siempre segura, sobre todo, en punto á fechas», y un poco
más adelante, añade: «Tenemos, pues, que la Santa, Madre, en punto á
fechas, no ponía tanto esmero como en referir fielmente los hechos.»
Aduce, como es claro, pruebas tomadas de los mismos escritos de su
Santa Madre, con que demuestra lo fundado de su parecer. Por creer yo
muy atinadas estas observaciones, no me detengo más en analizar el pun-
to; pues como he dicho, no me parece posible que nadie logre poner la
cuestión en claro. Quede, sin embargo, como inconcuso, y por eso todos
convienen en ello, que la Santa nació el año 1515, y que empezó á pro-
yectar la Reforma el 1560. En lo demás, uniisquisque in sao sensu abundet;
pudiendo seguir cualquiera de las tres respetables opiniones, sobre el año
en que Santa Teresa tomó el hábito; hecho que sirve de punto de partida,
para fijar los demás sucesos intermedios, hasta el año 1560, en que dio
principio á su celebrada Reforma.
--*-
CAPÍTULO IV
Santa Ceresa y el IP. García de Coledo,
Santa Teresa, después de haber dado los primeros pasos en 1551 para
la fundación de San José, recibió la noche de Navidad un precepto de su
Provincial, el M. R. P. Fr. Ángel de Salazar, para que se trasladase á Tole-
do con el fin de consolar á Doña Luisa de la Cerda, que se hallaba afligi-
dísima por la muerte de su marido. Obedeció puntualmente la Santa, y á
principios de Enero de 1562, entró por primera vez en la Imperial Ciudad,
permaneciendo en el palacio de Doña Luisa, hasta últimos de Junio ó prin-
cipios de Julio.
Siempre fué Santa Teresa devota de nuestras Iglesias, y el Señor se
complacía en regalarla y hacerla mercedes extraordinarias en ellas. Basta-
rá indicar á este propósito lo que sucedió en Santo Tomás de Avila, el
día de la Asunción de Nuestra Señora; lo que ocurrió en nuestra iglesia
de San Esteban de Salamanca, cuando estando el P. Báñez confesándola
en la capilla del Santísimo Cristo de la Luz, llegó la hora suprema de la
muerte al famoso P. Gallo (1); recuérdese, sobre todo, la visita que nues-
(1) El P. Paulino Alvarez en su obra Santa Teresa y el P. Báñez, refiere lo ocurri-
do en este caso que, además de ser curioso, es sobre todo instructivo. Hé aquí sus
palabras tomadas del capitulo III: «Es tradición cierta y constante en Salamanca, pro-
pajíada por el mundo, que cuando el P. Gallo (famoso en el Concilio de Trento como
teólo<ío del Rey de España, y ¿írandeniente respetado en Roma como agente del Ca-
bildo y de la Universidad salmantina), se hallaba en los últimos momentos de su vida,
rendido de trabajos, y viajes, y enseñanza, y penitencias, Satanás, en forma de un úo-
-58-
tro Santo Padre la hizo en su cueva ó capilla de Segovia, y se verá que
realmente el Señor fué no tanto liberal, cuanto pródigo en recompensar
las visitas que la Santa hacía á las iglesias de la Orden Dominicana.
En este capítulo vamos á ver la merced grande que Dios hizo á un hijo
de Santo Domingo, confesor de Santa Teresa, ó mejor dicho, la que hizo á
la misma Santa en San Pedro Mártir de Toledo. Decirnos que esta mer-
ced la hizo el Señor á la Santa, como ella lo confiesa por las siguientes
palabras: «Pues tornando á lo que decía, estando yo en grandísimo gozo
mirando aquel alma, que me parece quería el Señor viese claro los teso-
ros que había puesto en ella, y viendo la merced que me había hecho
en que fuese por medio mío hallándome indigna della; en mucho más te-
nía yo las mercedes que el Señor le había hecho, y más á mi cuenta las
noso joven estudiante que aparentaba venir del extranjero, entró en su celda, se acer-
có á él, le habló de los muchos sabios amigos que fuera de España tenía, y e^n cuyo
nombre le hacía él aquella visita, y luego comenzó á disputar sobre las más abstrusas
cuestiones del misterio de la Santísima Trinidad, presentando sutiles argumentos con
objeto de hacerle caer en una herejía. El venerable enfermo, cuando no hallaba con-
testación teológica á los sofismas diabólicos, levantaba sus ojos al cielo y hacía un
acto de fe repitiendo las palabras de un carbonero, con quien tiempo antes había con-
versado á propósito de este mismo misterio. Satanás instaba, y el P. Gallo entró en la
agonía. Al ruido de la matraca que en semejantes momentos se toca para convocar la
comunidad, el P. Báñez, que se hallaba confesando á Santa Teresa en la capilla del
Cristo de la Luz, se levantó rogando á la Santa que encomendase á Dios el alma del
moribundo. Hizolo así ella hasta que supo que había espirado, y entonces el diablo
desapareció con gran ruido diciendo: «Si no fuera por la gallina ¡cómo me hubiera lle-
vado el gallo!»
«La tradición, añade el mismo autor en una nota, señala efedivamente esta capilla,
que es la tercera colateral por el lado de la Epístola, no contando el altar de Santo To-
más del crucero, la cual está toda adornada de magníficos frescos, obra de Villamor.
El confesonario, abierto á manera de garita en la pared que separa la iglesia del gran
claustro, cuya puerta de madera está constantemente cerrada y pintada como parte
del fresco, es el que los salmantinos dicen ser de la Santa. En esta misma iglesia se
guardaba un crucifijo que habló á la gloriosa Madre, como el de Avila, según refiere
textualmente el P. M. Barrio, del siglo pasado, en la Historia MS. del Convento, capí-
tulo XXXVIII, núm. 20. Tenía en su poder este milagroso crucifijo, como prenda inaje-
nsbie, el Sr. Blanco, hijo de esta casa, muerto el año último Arzobispo de Valladolid.>
-59-
tomaba, que si fuera á mí, y alababa mucho al Señor de ver que su Ma-
jestad iba cumpliendo mis deseos y había oído mi oración, que era des-
pertase el Señor personas semejantes».
A tres puntos reduciremos, para mayor claridad, el contenido de este
importante capitulo. Sea el primero la narración del suceso misterioso que
nos ocupa. En el segundo expondré las diversas opiniones sostenidas por
gravísimos autores, acerca de quién fué el religioso á quien alude la San-
ta, y por fin, en el tercero se pondrá de maniñesto el grande aprovecha-
miento espiritual que la Santa recibió de la dirección, comunicación y tra-
to con el P. Dominico, de quien ella nos habla, ó sea la influencia que en
la santidad de Teresa de Jesús tuvo este Religioso.
La narración del suceso acaecido en la iglesia dominicana de San Pe-
dro Mártir de Toledo, á principios del año 1562, se encuentra maravillo-
samente hecha en el capítulo XXXIV de su Vida, por estas palabras: 'Es-
tando allí, acertó á venir un religioso, persona muy principal, y con quien
yo muchos años había tratado algunas veces, y estando en misa en un
monasterio de su Orden (que estaba cerca á donde yo estaba) (1), dióme
deseo de saber en qué disposición estaba aquel alma (que deseaba yo
fuese muy siervo de Dios), y levánteme para irle á hablar; como yo esta-
ba recogida ya en oración, parecióme después era perder el tiempo, que
quién me metía á mi en aquello, y tórneme á sentar. Parecéme que fueron
tres veces las que esto me acaeció, y en fin, pudo más el ángel bueno que
el malo, y fuíle á llamar, y vino á hablarme á un confesonario. Comencéle
á preguntar, y él á mí (porque había muchos años que no nos habíamos
visto), de nuestras vidas; y yo le comencé á decir que había sido la mía
de muchos trabajos de alma. Puso muy mucho en que le dijese qué eran
los trabajos: yo le dije que no eran para saber, ni para que yo los dijese.
Él dijo, que pues lo sabía el Padre dominico que he dicho (2), que era
muy su amigo, que luego se los diría y que nO se me diese nada.
»E1 caso es que ni fué en su mano dejarme de importunar, ni en la mía
(1) En efecto, el Palacio de los Duques de Medinaceli, en Toledo, se encontraba
próximo á la Iglesia de San Pedro Mártir.
(2) P. Fr. Pedro Ibáñez ó el P. Barrón.
-60-
me parece dejárselo decir, porque con toda la pesadumbre y vergüenza
que solía tener cuando trataba estas cosas con él, y con el Rector que he
dicho, no tuve ninguna pena, antes me consolé mucho; díjeselo debajo de
confesión. Parecióme más avisado que nunca, aunque siempre le tenia por
de gran entendimiento; miré los grandes talentos y partes que tenía para
aprovechar mucho, si del todo se diese á Dios; porque esto tengo yo de
unos años acá, que no veo persona que mucho me contente, que luego
querría verla del todo dar á Dios, con unas ansias, que algunas veces no
me puedo valer; y aunque deseo que todos le sirvan, estas personas que me
contentan, es con muy gran ímpetu, y ansí, importuno mucho al Señor por
ellas. Con el religioso que digo me acaeció ansí. Rogóme le encomendase
mucho á Dios (y no había menester decírmelo), y voime á donde solía á
solas tener oración, y comienzo á tratar con el Señor, estando muy reco-
gida con un estilo abobado, que, muchas veces, sin saber lo que digo,
trato, que el amor es el que habla, y está el alma tan enajenada, que no
miro la diferencia que hay delia á Dios, porque el amor que conoce que
la tiene su Majestad, la olvida de sí y le parece está en él, y como una
cosa propia sin división, habla desatinos. Acuerdóme que le dije ésto, des-
pués de pedirle con hartas lágrimas aquella alma pusiese en su servicio
muy de veras, que aunque yo la tenía por buena, no me contentaba, que
le quería muy bueno, y ansí le dije: Señor, no me habéis de negar esta
merced, mirad que es bueno este sujeto para nuestro amigo.
>¡0h bondad y humanidad grande de Dios, cómo no mira las palabras,
sino los deseos y la voluntad con que se dicen! ¡Cómo sufre que una como
yo hable á su Majestad tan atrevidamente! Sea bendito por siempre jamás...
Quedé confiada que había de hacer el Señor lo que le suplicaba desta
persona. Díjome que le dijese unas palabras. Esto sentí yo mucho, porque
no sabía cómo las decir, que esto de dar recaudo á tercera persona, como
he dicho, es lo que más sierrto siempre, en especial, á quien no sabía cómo
lo tomaría ó si burlaría de mi. Púsome en mucha congoja, en fin, fui tan
persuadida, que á mi parecer, prometí á Dios no dejárselas de decir, y por
la gran vergüenza que había, las escribí y se las di. Bien pareció ser cosa
de Dios en la operación que le hicieron, determinóse muy de veras de
darse á oración, aunque no jo hizo desde luego. El Señor, como le quería
I
-61 -
para sí, por mi medio le enviaba á decir unas verdades, que sin entenderlo
yo iban tan á su propósito, que él se espantaba; y el Señor, que debía de
disponerle para creer que eran de su Majestad, y yo, aunque miserable,
era mucho lo que le suplicaba al Señor, muy del todo le tornase á sí y
le hiciese aborrecer los contentos y cosas de la vida, Y ansí sea alabado
por siempre, lo hizo tan de hecho, que cada vez que habla, me tiene como
embobada; y si yo no lo hubiera visto, lo tuviera por dudoso, en tan breve
tiempo, hacerle tan crecidas mercedes y tenerle tan ocupado en sí, que no
parece vive ya para cosa de la tierra. Su Majestad le tenga de su mano,
que si ansí va adelante (lo que espero en el Señor, sí hará por ir muy fun-
dado en conocerse), será uno de los muy señalados siervos suyos, y para
gran provecho de muchas almas, porque en cosas de espíritu, en poco
tiempo tiene mucha experiencia, que estos son dones que da Dios cuando
quiere y como quiere, y ni va en el tiempo ni en los servicios. No digo
que no hace esto mucho, mas que muchas veces, no da el Señor en veinte
años, la contemplación que á otros da en uno; su Majestad sabe la causa.
Y es el engaño que nos parece que por los años hemos de entender lo
que en ninguna manera se puede alcanzar sin experiencia; y ansí yerran
muchos, como he dicho, en querer conocer espíritu, sin tenerle. No digo
que quien no tuviere espíritu, si es letrado, no gobierne á quien le tiene,
mas entiéndase en lo exterior é interior, que va conforme á vía natural por
obra del entendimiento, y en lo sobrenatural, que mire vaya conforme á la
Sagrada Escritura. En lo demás, no se mate ni piense entender lo que no
entiende, ni ahogue los espíritus, que ya cuanto en aquello, otro mayor
Señor los gobierna, que no están sin superior.
»No se espante ni le parezcan cosas imposibles, todo es posible al Se-
ñor, sino procure esforzar la fe, y humillarse de que hace el Señor en esta
ciencia á una viejecita más sabia por ventura que á él, aunque sea muy
letrado, y con esta humildad aprovechará más á las almas y á sí, que por
hacerse contemplativo sin serlo. Porque torno á decir, que si no tiene ex-
periencia, si no tiene muy mucha humildad en entender, que no lo entien-
de, y que no por eso es imposible, que ganará poco y dará á ganar menos á
quien trata; no haya miedo, si tiene humildad, permita el Señor que se en-
gañe el uno ni el otro. Pues á este Padre que digo, como en muchas co-
-62-
sas, se la ha dado el Señor, ha procurado estudiar todo lo que por estudio
ha podido en este caso, que es bien letrado, y lo que no entiende por ex-
periencia, infórmase de quien la tiene, y con esto ayúdale el Señor con
darle mucha fe, y ansí ha aprovechado mucho á sí y á algunas almas, y la
mía es una de ellas; que como el Señor sabía en los trabajos que me había
de ver, parece proveyó su Majestad, que pues había de llevar consigo al-
gunos que me gobernaban (1), quedasen otros que me han ayudado á
hartos trabajos y hecho gran bien. Hale mudado el Señor casi del todo,
de manera, que casi él no se conoce, á manera de decir, y dado fuerzas
corporales para penitencia, que antes no tenía, sino enfermo y animoso
para todo lo que es bueno, y otras cosas, que se parece bien ser muy par-
ticular llamamiento del Señor, Sea bendito por siempre. Creo todo el bien
le viene de las mercedes que el Señor le ha hecho en la oración, porque
no son postizas; porque ya en algunas cosas ha querido el Señor se haya
experimentado, porque sale dellas, como quien tiene ya conocida la ver-
dad del mérito que se gana en sufrir persecuciones; espero en la grandeza
del Señor ha de venir mucho bien á algunos de su Orden por él y á ella
mesma. Ya se comienza esto á entender: he visto grandes visiones (2), y
(1) Eran éstos, San Pedro de Alcántara, que murió de 18 de Octubre de 1562, y el
Dominico Fr. Pedro Ibáñez, cuya muerte acaeció el 2 de Febrero de 1565, en nuestro
Real Convento de Tríanos.
(2) Estas grandes visiones son las que la misma Santa refiere después en el capí-
tulo último de su Vida, por estas palabras: «Estando una vez en oración con mucho re-
cogimiento, suavidad y quietud, parecíame estar rodeada de ángeles, y muy cerca de
Dios; comencé á suplicar á su Majestad por la Iglesia. Dióseme á entender el gran pro-
vecho que había de hacer una Orden en los tiempos postreros, y con la fortaleza que
los della han de sustentar la fe.
»Estando una vez rezando cerca del Santísimo Sacramento, aparecióme un santo,
cuya Orden ha estado algo caída; tenía en las manos un libro grande, abrióle, y díjome
que leyese unas letras, que eran grandes y muy legibles, y decían ansí: «En los tiem-
pos advenideros, florecerá esta Orden, habrá muchos mártires».
»Otra vez, estando en maitines en el coro, se me representaron y j)usieron delante
seis ó siete, me parece serian desta mesma Orden, con espadas en las manos. Pienso
que se da en esto á entender, han de defender la fe; porque otra vez, estando en ora-
ción, se arrebató mi espíritu, parecióme estar en un gran campo á donde se combatían
-63-
díjome el Señor algunas cosas dél y del R:ctor de la Compañía de Jesús^
que tengo dicho, de grande admiración, y de otros dos religiosos de la
Orden de Santo Domingo (1), en especial de uno (2), que también ha
dado ya á entender el Señor, por obra en su aprovechamiento, algunas
cosas que antes yo había entendido dél, mas de quien ahora hablo, han
sido muchas. Una cosa quiero decir ahora aquí. Estaba yo una vez con él
en un locutorio, y era tanto el amor, que mi alma y espíritu entendía, que
(1) PP. Domingo Báñez y Pedro Ibáñez.
(2) P. Ibáñez.
muchos, y estos desta Orden peleaban con gran fervor. Tenían los rostros hermosos y
muy encendidos, y echaban muchos en el suelo vencidos, otros mataban; parecíame
esta batalla contra los herejes. A este glorioso santo he visto algunas veces, y me ha
dicho algunas cosas, y agradecidome la oración que hago por su Orden, y prometido
de encomendarme al Señor. No señalo las Ordenes, si el Señor es servido, se sepa, las
«
declarará, porque no se agravien otras.»
La Santa no señaló aqui las 0.''denes, según ella misma dice, pero el Jesuíta P. Ri-
bera, confesor que fué de Santa Teresa, afirma expresarr.ente que en este pasaje se re-
fiere á la Orden de Santo Domingo. Aunque hayan de repetirse casi literalmente Jas
palabras de la Panta, quiero, por ser tan importante el asunto, copiar el pasaje del doc-
to P. Ribera, que escribe de esta manera: «De religiones vio grandes cosas. Estando
rezando cerca del Santísimo Sacramento, se le apareció un santo de la orden de Santo
Domingo, con un libro grande en las manos, y abrióle, y dijo a que leyese unas letras
que estaban en él grandes y muy legibles, que decían: «En los tiempos advenideros
florecerá esta orden, habrá muchos mártires >. De la misma orden vio seis ó siete con
espadas en las manos, por donde entendió que habían de defender la fe. También es-
tando en oración se le arrebató el espíritu, y vio un gran campo, adonde combatían
muchos, y los desta misma orden peleaban con gran fervor. Tenían todos los rostros
hermosos, y muy encendidos, y echaban muchos en el suelo vencidos, á otros mataban.
Entendió que esto era la batalla contra los hereges* (a).
Aunque los testimonios precedentes son de tanta autoridad, sin embargo, según mi
humilde parecer, la prueba decisiva de que Santa Teresa alude á la Orden Dominica-
na, se encuentra en las mismas palabras de la Santa, que se acaban de citar: A este
glorioso Santo he visto, dice, algunas veces, y me ha dicho algunas cosas, y agradeci-
dome la oración que hago por su Orden, prometídonie de encomendarme á Dios». ¿A
quién pueden aplicarse estas palabras, sino á Santo Domingo, que se le apareció en
(a) Libro 4.", capítulo V.
- 64-
ardía en el suyo, que me tenía á mí casi absorta, porque consideraba las
grandezas de Dios, en cuan poco tiempo había subido un alma á tan gran-
de estado. Hacíame gran confusión, porque le veía con tanta humildad
escuchar lo que yo le decía en algunas cosas de oración: como yo tenía
poca de tratar ansí con personas semejantes, debíamelo sufrir el Señor por
el gran deseo que yo tenía de verle muy adelante. Hacíame tanto provecho
estar con él que parece dejaba en mi ánima puesto nuevo fuego para desear
servir al Señor de principio. ¡Oh Jesús mío, qué hace un alma abrasada en
vuestro amor! ¡Cómo la habíamos de estimar en mucho y suplicar al Se-
la cueva de Segovia, é hizo con la Santa todo lo que aquí ella nos dice? Jamás se lee
cosa semejante ni de San Agustin, ni de San Francisco, y por lo tanto, no tienen apli-
cación á los Institutos de que fueron dignos fundadores estos esclarecidos Patriarcas.
Por otra parte, se ve claramente que la Santa no puede referirse aquí á la Orden Car-
melitana, como lo indican las palabras: «y agradecídome la oración que hago por su
Orden». Al decir «por su Orden», contrapone, ó si se quiere, la distingue de mi Orden,
de la Orden á que ella pertenecía, es decir, de la Orden Carmelitana; y por lo tanto, se
deduce que tampoco la Santa puede referirse á ella. Es verdad que el Carmelita San
Alberto se apareció á Santa Teresa en Segovia, y hasta hay una declaración de Ana de
San Bartolomé, en que afirma que la Orden á que aquí alude la Santa, es la Orden Car-
melitana; mas si fuera esto verdad, no tendrían verdadera explicación las palabras «y
agradecídome la oración que haga por su Orden»; así que me persuado ha procedido
semejante afirmación de confundir una aparición con otra. San Alberto se apareció á
Santa Teresa, y la dijo que trabajase para conseguir la separación de los Descalzos y
Calzados, y esto testifica el Dominico P. Yanguas en una declaración prestada en Pie-
drahita, cuando la canonización de Santa Teresa; pero además nos consta también con
certeza de la misma declaración del P. Yanguas y lo afirman todos los biógrafos, que
se le apareció Santo Domingo en su cueva, y á esta segunda aparición, y no á la de
San Alberto, alude sin duda la Santa en las palabras que estamos analizando.
Por último, para no molestar más al lector, añadiré sólo un argumento a posteiioii
y que pudiera llamarse ah eventii. Ciertamente no sabemos lo que podrá suceder en los
siglos venideros, pero ateniéndonos á los acontecimientos que han tenido lugar desde
mediados del siglo XVI, en que la Mística Doctora proiunició en tono profético las pa-
labras que nos ocupan, es decir: «En los tiempos advenideros florecerá esta Orden, ha-
brá en ella muchos mártires»; ¿qué Orden puede presentar el número crecidísimo de
mártires que ha tenido la Orden de Santo Domingo en los tres siglos transcurridos?
Sólo una de sus provincias, entre las 55 que constituyen la Orden Dominicana, sólo la
-65-
ñor la dejase en esta vida! Quien tiene el mesmo amor tras estas almas se
había de andar si pudiese.
»Gran cosa es á un enfermo hallar otro herido de aquel mal; mucho se
consuela de ver que no es solo; mucho se ayudan á padecer y aun á me-
recer: excelentes espaldas se hacen la gente determinada á arriscar mil vi-
das por Dios, y desean que se les ofrezca en qué perderlas: son como los
soldados, que por ganar el despojo y hacerse con él ricos, desean que
haya guerras; tienen entendido no lo pueden ser sino por aquí. Este es su
oficio, el trabajar. ¡Oh, gran cosa es á donde el Señor da esta luz de en-
tender lo mucho que se gana en padecer por él! No se entiende esto bien
provincia del Santísimo Rosario en las Islas Filipinas, ofrece cinco causas de Beatifica-
ción ya absueltas, apareciendo en la primera el Beato Alfonso Navarrete con 109 Do-
minicos más en Japón, beatificados por el Papa Pío IX; en la segunda el Beato Sanz,
en China, con sus cuatro compañeros beatificados en 1893 por el Papa León XIII; en
la tercera el Beato Ignacio Delgado y sus veinticinco socios en Tunking, beatificados
en 1900, por el mismo Papa León XIII; en la cuarta el Beato Hermosilla, con sus siete
compañeros en Tunking, beatificados en 1905 por el Papa Pió X, y por último, la quin-
ta el Beato Francisco de Capillas, Promártir en la China, beatificado por el mismo Papa
Pío X, el 2 de Mayo de este presente año. Todos ellos padecieron el martirio en los
siglos XVII, XVIII y XIX, tiempos advenideros con respecto al momento en que San-
ta Teresa pronunció su profecía.. Y si de las causas ya absueltas pasamos á las que es-
tán introducidas y que no tardarán en terminarse, encontramos en el Japón al V. Anto-
nio González, con tres compañeros más, martirizados por la fe de Jesucristo; allí mismo
el V. Lucas del Espíritu Santo, con otros compañeros; y sobre todo en el Tunking, la
causa de los V. V. Sampedro y Sanjurjo con 150U más mártires, de los cuales gran par-
te pertenecen á la Orden de Santo Domingo, habiendo padecido todos el martirio
en el siglo XIX. ¿Quién no ve en todo esto el más exacto cumplimiento de las palabras
proféticas de Teresa de Jesús? Y no se pierda de vista, que es sola la provincia del
Santísimo Rosario, la que ha producido esta multitud de mártires en los tres últimos
siglos. ¿Qué fuera si se contaran los que la Orden entera ha tenido en ese mismo pe-
riodo? Y es de advertir que las misiones referidas continúan florecientes, trabajando
en ellas más de 15o Religiosos Dominicos españoles, que quizá en día no lejano den
gloria á Dios, á la Iglesia y á la Orden, derramando con generosidad su sangre por la
fe de Jesucristo.
A esta opinión se adhieren también los Bolandos, y sobre todo, la consigna así en
las notas marginales á la Vida de la Santa, María de San José,
5
-66-
hasta que se deja todo, porque quien en ello se está, señal es que lo tiene
en algo; pues si lo tiene en algo, forzado le ha de pesar de dejarlo, y ya
va imperfecto todo y perdido. Bien viene aquí que es perdido, quien tras
perdido anda; ¿y qué más perdición, qué más ceguedad, ¿qué más des-
ventura que tener en mucho lo que no es nada? Pues, tornando á lo que
decía, estando yo en grandísimo gozo mirando aquel alma, que me parece
quería el Señor viese claro los tesoros que había puesto en ella, y viendo
la merced que me había hecho, en que fuese por medio mío, hallándome
indigna della; en mucho más tenía yo las mercedes que el Señor le había
hecho, y más á mi cuenta las tomaba, que si fuera á mí, y alababa mucho
al Señor, de ver que su Majestad iba cumpliendo mis deseos y había oído
mi oración, que era despertase el Señor personas semejantes. Estando ya
mi alma que no podía sufrir en sí tanto gozo, salió de sí, y perdióse para
más ganar; perdió las consideraciones y de oír aquella lengua divina, en
que parece hablaba el Espirita Santo, dióme un gran arrobamiento, que me
hizo casi perder el sentido, aunque duró poco tiempo. Vi á Cristo con gran-
dísima majestad y gloria, mostrando gran contento de lo que allí pasaba;
y ansí me lo dijo y quiso que viese claro que, á semejantes pláticas, siem-
pre se hallaba presente, y lo mucho que se sirve en que ansí se deleiten
en hablar en él.
*Otra vez, estando lejos deste lugar, le vi con mucha gloria levantar á
los ángeles. Entendí iba su alma muy adelante por esta visión; y ansí fué,
que le habían levantado un gran testimonio bien contra su honra, persona
á quien él había hecho mucho bien, y remediado la suya y el alma, y ha-
bíalo pasado con mucho contento y hecho otras obras muy á servicio de
Dios, y pasado otras persecuciones. No me parece conviene ahora decla-
rar más cosas; si después le pareciere á vuesa merced, pues las sabe, se
podrán poner para gloria del Señor. De todas las que le he dicho de pro-
fecías desta casa (1), y otras que diré della y otras cosas, todas se han
cumplido, algunas tres años antes que se supiesen, otras más y otras me-
nos, me las decía el Señor; y siempre las decía al confesor y á esta mi
(1) San José de Avila.
-67-
amiga viuda (1), con quien tenia licencia de hablar, como he dicho; y ella
he sabido que las decía á otras personas, y estas saben que no miento,
ni Dios me dé tal lugar, que en ninguna cosa (cuanto más siendo tan
graves) tratase yo sino toda verdad^. Hasta aqui la narración de la Santa.
Expongamos ahora las diversas opiniones, que es el segundo punto;
pero conviene hacer constar, ante todo y sobre todo, que cuantos han es-
crito sobre este pasaje de Santa Teresa, unánimemente han admitido que
este feliz y dichoso religioso, fué hijo de Santo Domingo de Guzmán; sólo
versa la diferencia de opiniones sobre si fué el P. Vicente Barrón, presen-
tado de la Orden y consultor del Santo Oficio en Toledo, ó el P. García
de Toledo, uno de los hijos de Santo Domingo, con quien la Santa Madre
mantuvo toda su vida, y en especial, cuando se acercó su muerte, las más
íntimas relaciones, como se verá en el decurso de la Obra, y muy espe-
cialmente, en el presente capítulo.
Los biógrafos más antiguos de Santa Teresa, como son el limo. Yepes,
P. Francisco Ribera y el autor de la Crónica de la Reforma, afirman expre-
samente que el religioso de quien se ocupa la Santa en el capítulo XXXIV,
fué el P. Vicente Barrón. Verdad es que no aducen prueba alguna, v si
sólo consignan el hecho, pero es de creer que habiendo sido coetáneos
los dos primeros á la Santa, pudieran habérselo oído á ella misma, cuando
sin titubear, lo afirman de manera tan resuelta.
Los biógrafos modernos sostienen que este religioso no fué el P. Ba-
rrón, sino el P. García de Toledo. Lo afirma así expresamente el comen-
tador á las cartas de su Santa Madre, el M. R. P. Fr. Antonio de San José;
y el Sr. La Fuente, aun cuando no decide la cuestión, se inclina, sin em-
bargo también, en favor de esta segunda opinión. Las célebres Carmelitas
Descalzas, del Convento de la Encarnación de París, que están traducien-
do y editando en Bruselas, donde se hallan desterradas, las Obras de su
Santa Madre, cuya edición ha de ser un monumento que inmortalizará el
nombre de estas venerables Religiosas, y que ha merecido los más since-
ros elogios de los sabios, y lo que es más significativo del Emmo. Sr. Car-
denal Secretario de Estado, y de nuestro celebérrimo literato el Sr Me-
(1) Doña Guiomar de Ulloa.
68
néndez Pelayo, estas célebres religiosas, repito, sostienen que el religioso
que nos ocupa, fué el P. García de Toledo. No se contentan con afirmarlo
simplemente, sino que analizan sagaz y minuciosamente, según acostum-
bran siempre, todas y cada una de las expresiones de la Santa, y conclu-
yen decididamente en favor del P. Garcia de Toledo. Sabida es la alta
alcurnia (1) de dicho venerable Padre, y esto nos significa la Santa, dicen,
cuando al referir el suceso, aplica al religioso de quien habla estas pala-
bras: «persona muy principal»; como queriendo dar á entender: *que era
de muy alto nacimiento >; lo cual no sabemos tuviera aplicación al P. Vi-
cente Barrón.
No es esta la prueba más decisiva. Añaden otra de más valor y efica-
cia, que es la declaración de María de San Jerónimo, contemporánea de la
Santa Madre, que por muchos años fué priora en el primer convento de
la Reforma. Dice así esta venerable Religiosa: «Yo he oido decir á uno de
los confesores de la Santa Madre (P. García de Toledo), hombre respeta-
ble por su saber y talento, que Santa Teresa la parecía en sus conversa-
ciones, más bien un Ángel, que una criatura humana. Y no me admiro de
que se exprese así, porque además de saber el bien espiritual que con su
comunicación había causado en muchas almas, por experiencia propia,
conocía el provecho que él había sacado de dicha comunicación. Era este
Padre buen religioso, pero después de tratar con Santa Teresa, hizo gran-
des progresos en la virtud >^. Y añadió María de San Jerónimo en su decla-
ración: <'que ella había oido á la Santa Madre, que estando un día rogando
al Señor por él, había dicho á su Majestad: Señor, este sujeto es bueno para
ser nuestro amigo. '
Mucha fuerza encierra la precedente prueba; pues como hemos visto
en el texto de la Santa, aducido anteriormente, esas mismas palabras fue-
ron las que ella dijo al Señor: -Señor, mirad que es bueno este sujeto para
nuestro amigo.*
Pasan aún más adelante las nunca bien alabadas Madres Carmelitas,
soltando la principal objección que se ofrece contra esta segunda opi-
nión.
(1) Hijo de los Condes de Oropesa.
-69-
Es bien sabido que la Santa escribió por mandato del P. García de To-
ledo, los capítulos desde el XXXI I en adelante, de su vida, y que á él los
enviaba desde San José á Santo Tomás de Avila, y á primera vista parece
un contrasentido, que dirigiéndose al P. Garcia le hable de sucesos que
habían pasado precisamente con su misma persona. Mas esto lo hacía la
Santa, responden, practicando la doctrina que había sentado en el capítu-
lo X, á saber: que conviene reconocer las mercedes que Dios nos hace,
no negarlas, sino humildemente agradecerlas, porque esto sirve mucho
para encender el amor y acrecentar la humildad. La Santa conocía á fondo,
continúan estas venerables Religiosas, las disposiciones excelentes del
P. García de Toledo y tenía empeño en poner á su vista las misericordias
que Dios le había concedido, por hacerla á ella merced; lo cual nos per-
mite suponer que Santa Teresa sabía positivamente que con esta conduc-
ta de parte de ella se había de mejorar más y más en el espíritu nuestro
venerable Padre.
Por último el sabio D. Miguel Mir, Presbítero, miembro de la Real Aca-
demia, que por su indisputable mérito se ha conquistado en España y en el
extranjero los honores de literato y crítico concienzudo, en la edición de la
Vida de la Mística Doctora, que está al presente preparando y que segura-
mente llevará la palma entre las ediciones españolas, si Dios le concede sa-
lud y vida para terminarla, al llegar al capítulo XXIV, abraza también esta
segunda opinión, apoyado principalmente en el testimonio de María de
San José, hermana del P. Jerónimo Gracián, que así lo afirma expresa-
mente en las notas marginales, puestas á la Vida escrita por la misma
Santa.
Poco importará al lector saber cuál es mi opinión sobre este punto,
pero quizá haya alguno que tenga esa curiosidad, y no es justo defrau-
darle en sus deseos. Pues bien; atendidas las razones y testimonios que
aducen los partidarios de la segunda opinión, me decido también por ella
y paréceme no se puede uno mantener en la primera en vista de la afirma-
ción de María de San Jerónimo en su relación inédita, y que por primera
vez han dado á luz las Carmelitas Descalzas ya citadas. No tiene menor
valor en favor de esta opinión el testimonio de María de San José.
Sabido es por otra parte y así consta de documentos auténticos que
— Ta-
se conservan en el archivo de este Colegio que el P. García de Toledo
desempeñó en Santo Tomás de Avila el cargo de Subprior por el año ó
años de 1555, en cuya época confesó sin duda alguna á la Santa, y por
eso al narrar este suceso nos dice: <con quien yo muchos años había tra-
tado algunas veces»; refiriéndose sin duda á ese periodo de tiempo en
que el P. García había vivido en Avila.
Acerca del tercer punto y principal para mi objeto, que consiste en
examinar y ponderar lo mucho que influyó en la santidad de Teresa el
P. García de Toledo, no necesitamos más que fijarnos en algunas expre-
siones de la Santa, según se contienen en los párrafos ya citados de dicho
capítulo XXXIV. Ella nos dice: < y con esto ayúdale el Señor con darle
mucha fe, y ansí ha aprovechado mucho á sí y algunas almas, y la mía es
una de ellas>. Y luego continúa: < como el Señor sabía en los trabajos que
me había de ver, parece proveyó su Majestad, que pues había de llevar
consigo algunos de los que me gobernaban, quedasen otros que me han
ayudado á hartos trabajos y hecho gran bien.»
En efecto, no tardaron después de esta fecha en morir San Pedro de
Alcántara y el Dominico P. Ibáñez, á quien alude aquí la Santa, diciendo,
que se les llevó el Señor consigo, pero suscitó luego el mismo Señor otros
que la dirigiesen y ayudasen, y uno de ellos fué el P. García, que la ayu-
dó á sus trabajos y !a hizo grande bien*. Refiere luego el caso del locuto-
rio, y escribe estas notables palabras: * Hacíame tanto provecho estar con
él, que dejaba en mi ánima puesto nuevo fuego para desear servir al Se-
ñor de principio*. No quiero repetir otras expresiones que se siguen á és-
tas; basta recordar el arrobamiento que causó en ella el 'Oir aquella lengua
divina en que parece hablaba el Espíritu Santo»'; para deducir de todo el
grande aprovechamiento espiritual y las grandes mercedes que recibió,
valiéndose el Señor como instrumento de este venerable Padre. Ahora se
entienden y se ve todo el alcance que tienen las palabras que la Santa es-
cribía á su amada Priora de Sevilla, cuando al hablar del P. García de
Toledo la decía: ^ Espantarsehía si supiese lo que le debo»'. No se contentó
con decirla: *que hiciese cuenta que era fundador de la Orden, y asi no se
sufría velo delante de él-; *que le echaba harto de menos por sus nego-
cios>; «que deseaba harto viniese de las Indias y verle»; sino que añade:
— 71 -
«espantarsehía, si supiese lo que le debo >. No veo necesidad de aducir
más testimonios y pruebas para hacer constar lo mucho que el P. Garcia
de Toledo, influyo en la santidad de esta seráfica Virgen.
No parece, sin embargo, que pueda ni deba omitirse otro punto de
contacto entre Santa Teresa y el P. García de Toledo, y que sirve so-
bremanera para manifestar con evidencia lo mucho que influyó este ve-
nerable Padre en la perfección moral ó en la santidad de Teresa de
Jesús. Después que la Santa Madre oyó al Señor que la decia: -^Ya no
quiero que tengas conversación con hombres, sino con ángeles > según
ella refiere en el capitulo XXIV de su Vida: después también de haber re-
cibido del Señor la soberana merced de ser transverberado su seráfico co-
razón, como nos refiere en el capitulo XXIX; hacia el año 1560, hizo el
singular y excelente voto de seguir en todo lo más perfecto. Eo consilian-
te, máxime ardiium votum emissit efficiendi semper quidquid perfectiiis esse
inicUigeret {\). Con frecuencia la ocurrían escrúpulos sobre su cumpli-
miento y esto mismo sucedía á sus confesores, por cuyo motivo la acon-
sejaron éstos acudiese á su provincial, que lo era entonces el célebre
P. Fr. Ángel de Salazar, á fin de que se le irritase, ó la diese licencia para
hacerle de nuevo en forma más conveniente. Se hallaba entonces el pro-
vincial en Toledo, y llevado del gran amor y veneración que la profesaba,
envió desde la imperial ciudad la autorización para el caso en la forma si-
guiente: <Fray Ángel de Salazar, provincial de la provincia de Castilla, de
la Orden de Nuestra Señora del Carmen: Por la presente, damos nuestra au-
toridad y comisión al M. R. P. Prior de nuestra casa del Carmen de Avila,
y al M. R. P. Fr. García de Toledo, de la Orden de Santo Domingo, para
que cualquiera de sus paternidades administrando el sacramento de la pe-
nitencia y confesión á la carísima hermana nuestra, Teresa de Jesús, ma-
dre de las religiosas de San José, le puedan relajar cualquier voto que
haya hecho, ó conmutárselo como mejor les pareciere convenir al servicio
de Nuestro Señor, y al sosiego de la conciencia de la sobredicha nuestra
hermana. Para lo cual, como dicho es, les damos nuestras veces y la au-
toridad que por nuestro oficio y ministerio tenemos. Fecha en Toledo á dos
(1) Breviario, oficio de Santa Teresa.
— 72 —
días del mes de Marzo de mil quinientos y sesenta y cinco años. Fr. Ángel
de Salazar.»
Recibida la precedente autorización, la Santa la entregó al P. Maestro
Fr. García de Toledo, con quien más había comunicado su alma, como nos
dice la Crónica de la Reforma (Lib. I Cap. XXX), el cual usando de las
facultades que le daba el provincial de la Orden Carmelitana irritó el voto,
aconsejándola al mismo tiempo, como persona llena de discreción y de le-
tras, que le hiciese de otro modo, á fin de no tropezar con las perplejida-
des que á cada paso se ocasionaban según la primera forma. Santa Teresa
comprendió todo ésto, y no solo agradeció las modificaciones tan pruden-
tes que introdujo este sabio confesor, sino que suplicó al mismo Padre
García escribiese lo siguiente al respaldo de la comisión del Provincial
Carmelita: «Oída la confesión, como aquí dice el Padre provincial, y en-
tendiendo que para el sosiego y quietud de la conciencia de V. merced, y
de sus confesores (que en este caso es todo uno) conviene: Yo anulo é
irrito el voto que hizo, fn nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti, Amen.
Como me parece que le puede hacer de nuevo es. Votando de que en todo
aquello que V. merced confesare con su confesor sobre si es más perfec-
ción, ó no, y él entendiendo este voto declarare lo que es más perfección,
que aquello sea obligada á seguir. Y digo que serán menester tres cosas.
La primera, que el confesor sepa que tiene hecho voto. La segunda, que
V. merced se lo pregunte, y no de otra manera. La tercera, que él declare
que es más perfección. Y con estas tres condiciones obligue el voto, y de
otra manera no. Porque como de antes estaba hecho el voto, eran gran-
dísimo escrúpulo para V. merced y para su confesor, mientras más delga-
da conciencia tuviere. Fr. García de Toledo.»
Si es verdad, como lo es, que la paz es la primera condición y dispo-
sición que las almas necesitan para progresar en los caminos de la per-
fección y santidad ¿cuánto no debió influir la conducta de tan experto
confesor causando la tranquilidad de espíritu en el alma de Teresa de Je-
sús y librándola así de mil zozobras, perplejidades y dudas que turbaban
su conciencia?
Consignaré, por último, las palabras de Teresa de Jesús (Teresita) so-
brina de la Santa Fundadora en las informaciones que se hicieron en Avila
-73-
en 1610 para la canonización de su santa tía, que prueban la intimidad
de relaciones entre estas dos privilegiadas almas. Dice así esta Carmelita
Descalza: (1) «Otra vez la dijo el Señor: sino hubiera creado los cielos,
sólo por tí los creara» con otras palabras de tan excesivo amor que por
ser de tanto favor no quiso la Santa Madre escribirlas en parte que se pu-
diesen saber fácilmente, sino piensa que debajo de sello las envió á un
confesor suyo dominico llamado Fr. García de Toledo á quien se dieron
unos papeles suyos sellados después de su muerte, sin que jamás se su-
piese en este Convento (de San José) que se hicieron, sucediendo poco
después la muerte del mismo Maestro que había venido de Indias á esta
ciudad de Avila, con deseo de verse con la Santa Madre, que entonces
estaba en Burgos y esta declarante con ella, la cual vio el que ella tenía
de hablarle por ser uno de sus confesores con quien más declaró cosas
de su espíritu y le escribió desde Burgos á Avila, y esto responde á este
articulo».
Concluyamos, pues, de todo cuanto se ha expuesto en el discurso del
capitulo, que las relaciones entre Santa Teresa y el P. García de Toledo,
fueron sin duda alguna, las más íntimas, antiquísimas y jamás interrumpi-
das (2) hasta el feliz tránsito de la Santa Fundadora, y que este venerable
Padre influyó de una manera eficaz y permanente en la santidad de Tere-
sa de Jesús.
(1) Artículo 78.
(2) Tan cierto es que jamás interrumpió Santa Teresa su comunicación con el Pa-
dre García, que aun hallándose éste de Comisario General en las Indias, se escribían
con muchísima frecuencia, como nos consta del epistolario de la Santa. Y así en carta
á su hermana Doña Juana, que residía en Alba, la decía: «Agustín de Ahumada está
con el virrey; Fr. García me lo ha escrito». Y no sólo se escribían, sino que aún las
cartas que enviaba á sus hermanos, todos los cuales se hallaban en Indias, se las diri-
gía por conducto del P. García, como persona de toda su confianza. Así escribiendo á
la Priora de Sevilla la decía: Las (cartas) de las Indias envié por el correo pasado.
Dícenme que se viene Fr. García de Toledo, á quien van, y así es menester V. R. enco-
miende ese pliego á alguien allá... Por último escribiendo á su hermano D. Lorenzo, le
encargaba tratase los negocios de su alma y se aconsejase en todo del P. García de To-
ledo. «Con el P. Fr. García de Toledo, le dice, que es sobrino del virrey, persona que
yo echo harto menos para mis negocios, podrá V. M. tratar...»
.(^.^^»l
CAPITULO V
Cualidades que exige Santa Ceresa en un buen confesor. -todas
ellas resaltan de una manera especial en los
Dominicoos que dirigieron su espíritu.
Puesto de relieve en los capítulos precedentes la grande influencia que
tuvieron en la santidad y en el porvenir de la seráfica virgen Santa Te-
resa de Jesús los célebres dominicos Fr. Vicente Barrón y Fr. García de
Toledo, vamos á indicar ahora nada más que á grandes rasgos algo de lo
que en este mismo sentido se debe á los muchos confesores de la Orden
Dominicana, que en diversas ocasiones trataron y dirigieron su espíritu,
tanto en la ciudad de Avila como en otras muchas de España, donde se
encontró con ellos.
Comprendo que todos, 6 al menos muchos, merecían capítulo aparte;
pero se extendería demasiado este trabajo, por ser muy largo el camino
que hay que andar, y muy copiosos é interesantes los puntos que hay
que tratar con respecto á las relaciones entre Santa Teresa y los hijos de
Santo Domingo, bajo los tres aspectos indicados ya en la introducción ó
capítulo preliminar.
Por eso, sin descender á minuciosos detalles, consagraremos este pre-
sente capítulo á recordar ciertas líneas generales, ciertos primeros princi-
pios, por los cuales se gobernaba la Santa con respecto á los directores
de su espíritu, y que aplicados á los hijos de Domingo, tenemos comple-
ta seguridad ha de ser lo suficiente para llevará todos los ánimos el pleno
I
-76 —
convencimiento de lo mucho que debió Santa Teresa á los PP. Domini-
cos en la formación de su espíritu, en la consecución de ese tan eminente
grado de santidad que todos admiramos en la Seráfica Virgen.
Sabido es de cuantos han tenido la dicha de leer y saborear los celes-
tiales escritos de esta Mística Doctora el aprecio sumo que hizo siempre
de los letrados y de las letras, para la buena dirección de las almas, sea
que vayan por las sendas ordinarias de la virtud y santidad, sea que Dios
las lleve por caminos más recónditos y extraordinarios á la cumbre de la
perfección. La Santa conoció estas verdades con su claro entendimiento y
sobre todo aprendió con la experiencia que tenía de sí misma cuánto daño
causan en la dirección de las almas aquellos confesores que carecen de la
ciencia suficiente para ejercer ese arte que sin exageración pudiéramos
llamar divino. «Gran daño escribe (1) hicieron á mi alma confesores medio
letrados; porque no los tenía de tan buenas letras como quisiera. He visto
por experiencia, que es mejor siendo virtuosos y de santas costumbres no
tener ningunas que tener pocas; porque ni ellos se fian de sí, sin pregun-
tar á quien las tenga buenas, ni yo me fiara; y buen letrado nunca me en-
gañó: estotros tampoco me debían de querer engañar, sino que no sabían
más: yo pensaba que si, y que no era obligada á más de creerlos, como
era cosa ancha lo que me decían, y de más libertad, que si fuera apretada,
yo soy tan ruin que buscara otros. Lo que era pecado venial, decíanme
que no era ninguno. Lo que era gravísimo mortal, que era venial. Esto
me hizo tanto daño, que no es mucho lo diga aquí, para aviso de otras de
tan gran mal, que para delante de Dios bien veo no me es disculpa, que
bastaban ser las cosas de su natural no buenas, para que yo me guardara
de ellas». ^No digo (escribe más adelante) (2), que no traten con letrados,
porque espíritu que no vaya comenzado en verdad; yo más le querría sin
oración, y es gran cosa letras, porque éstas nos enseñan á los que poco
sabemos y nos dan luz; y llegados á verdades de la Sagrada Escritura, ha-
cemos \o que debemos: de devociones á bobas nos libre Dios^. Y no se
contenta con estas expresiones generales, desciende después á casos muy
(1) Vida de Santa Teresa, capítulo V.
(2) Vida de la Santa, capítulo XIII.
-77-
prácticos que ocurren faltando el elemento precioso de las letras, y así es-
cribe un poco más adelante: * Comienza una monja á tener oración, si un
simple la gobierna y se le antoja, harála entender que es mejor que le
obedezca á él que no á su superior, y sin malicia suya, sino pensando
acierta..., y si es mujer casada, dirála que es mejor cuando ha de entender
en su casa, estarse en oración, aunque descontente á su marido; ansí que
no sabe ordenar el tiempo ni las cosas para que vayan conforme á verdad;
por faltarle á él la luz, no la da á otros, aunque quiera. Y aunque para ésto
parece no son menester letras; mi opinión ha sido siempre y será, que
cualquiera cristiano procure tratar con quien las tenga buenas, si puede,
y mientras más mejor; y los que van por camino de oración, tienen desto
mayor necesidad, y mientras más espirituales, más. Y no se engañen con
decir, que letrados sin oración, no son para quien la tiene; yo he tratado
hartos, porque de unos años acá lo he más procurado con la mayor nece-
sidad, y siempre fui amiga dellos, que, aunque algunos no tienen expe-
riencia, no aborrecen el espíritu ni le ignoran; porque en la Sagrada Es-
critura que tratan, siempre hallan la verdad del buen espíritu. Tengo para
mí, que persona de oración que trate con letrados, si ella no se quiere en-
gañar, no la engañará el demonio con ilusiones, porque creo temen en
gran manera las letras humildes y virtuosas, y saben serán descubiertos y
saldrán con pérdida .
^Siempre os informad, hijas, escribe en otra parte (1), de quien tenga
letras, que en éstas, hallareis el camino de la perfección con discreción y
verdad. Esto han menester mucho las perladas, si quieren hacer bien su
oficio, confesarse con letrados; y si no harán hartos borrones, pensando
que es santidad, y aun procurar que sus monjas se confiesen con quien
tenga letras.»
Pero no bastan las letras, es además necesario la experiencia en las
cosas interiores del espíritu, y así nos dice (2): <Ha menester aviso el que
comienza, para mirar en lo que aprovecha más. Para ésto es muy necesa-
rio el maestro, si es experimentado, que sino, mucho puede errar y traer
(1) Fundaciones, capítulo XIX, número 1.°
(2) Vida, capitulo XIII,
— 78-
un alma sin entenderla ni dejarla á sí mesma entender, porque como sabe
que es gran mérito estar sujeta á maestro, no osa salir de lo que se le
manda. Yo he topado almas acorraladas y afligidas, por no tener expe-
riencia quien las enseñaba, que me habían lástima, y alguna que no sabía
ya que hacer de sí; porque no entendiendo el espíritu, afligen alma y cuer-
po y estorban el aprovechamiento. Una trató conmigo, que la tenía el
maestro atada ocho años había, á que no la dejaba salir del propio cono-
cimiento, y teníala ya el Señor en oración de quietud y ansí pasaba mucho
trabajo.»
Finalmente, es necesario también un entendimiento bueno, «porque
gran cosa hace un buen entendimiento para todo». Por eso, sintetizando
esta incomparable Doctora todo su pensamiento acerca de esta materia,
se fija en tres cualidades que ha de tener el que quiera desempeñar con
acierto este tan divino como delicado cargo de confesor y director de las
almas. Entendimiento claro, experiencia y caudal de conocimientos ó le-
tras, para usar sus mismas palabras. Por eso escribe de esta manera (1):
«Ansí que importa mucho ser el maestro avis-do, digo de buen entendi-
miento y que tenga experiencia, y si con ésto tiene letras, es de grandísi-
mo negocio». Y aunque la Santa Doctora, al parecer, equipara aquí las tres
cualidades dichas, sin embargo, siempre dá la preferencia y primacía á las
letras, y así, suponiendo en cierto modo que los confesores que habían de
tener en lo futuro sus hijas, habían de ser personas de santidad, de espí-
ritu y experiencia, con todo quiere que comuniquen sus almas con perso-
nas que puedan ilustrarlas y dirigirlas por las sendas de la verdadera san-
tidad, para lo cual, ninguna cosa influye tanto como el saber y las letras.
En la instrucción que sobre este punto da en el Camino de Perfección (2)
á las prioras de los conventos de su Reforma, dice así: ^Y esta misma li-
bertad santa pido yo por amor del Señor á la que estuviere por mayor,
procure siempre con el Obispo ó Provincial, que sin los confesores ordi-
narios, procure algunas veces tratar ella y todas, y comunicar sus almas
con personas que tengan letras, en especial, si los confesores no las tie-
(1) Vida de la Santa, capítulo XI II.
(2) Capítulo V.
-79-
nen, por buenos que sean. Dios las libre, por espíritu que uno les parez-
ca tenga (y en hecho de verdad le tenga), regirse en todo por él, sino es
letrado. Son gran cosa letras para dar en todo luz. Será posible hallar lo
uno y lo otro junto en algunas personas, y mientras más merced el Señor
os hiciere en la oración, es menester más bien ir fundadas sus obras y
oración.-
«Ya sabéis que la primera piedra ha de ser buena conciencia, y con
todas vuestras fuerzas libraros, aun de pecados veniales, y seguir lo más
perfecto. Parecerá que ésto cualquier confesor lo sabe, y es engaño. A mí
me acaeció tratar con uno cosas de conciencia, que había oído todo el
curso de teología, y me hizo harto daño en cosas que me decía que no
eran nada, y sé que no pretendía engañarme, ni tenía para qué, sino que
no supo más; y con otros dos ó tres, sin éste me acaeció. Este tener ver-
dadera luz para guardar la ley de Dios con perfección, es todo nuestro
bien.»
Examinemos ahora si halló ó no estas cualidades en los hijos de San-
to Domingo, que tuvieron la dicha de ser los confesores y directores de
su alma privilegiada.
Consignados quedan en otro lugar los nombres de los preclaros hijos
de la Orden dominicana con quienes la Santa comunicó el interior de su
alma. El solo nombre de ellos basta para persuadir, á los que no estén
completamente ayunos en la historia de la ciencia teológica, que poseye-
ron en alto grado las letras, esa cualidad de que tanto aprecio hace la in-
signe Escritora. Aunque no todos hayan dejado á la posteridad monu-
mentos de tan imperecedero valor científico, como Báñez y Medina, todos
sin embargo, ejercieron el profesorado con no menor fama que los dos re-
feridos maestros y todos merecieron ser promovidos á los mismos grados
académicos en una Orden que, si ha tenido rivales en la ciencia teológica,
no ha sido superada por ninguna otra. Precisamente, lo que movió á San-
ta Teresa á tratar con los PP. Dominicos, cuando emprendía el periodo
de su vida exterior y pública, por la persuasión en que estaba de que
la sabiduría y las letras estaban en cierto modo vinculadas á la Orden del
glorioso Patriarca Santo Domingo de Guzmán. Así -dijo á su confesor,
que si quería tratase algunos grandes letrados, aunque no fuesen muy da-
-80-
dos á la oración >... «Con este intento, continúa, comenzó á tratar con Pa-
dres de la Orden del glorioso Santo Domingo»... y concluye después de
nombrar algunos... «entre estos Padres de Santo Domingo, no dejaban al-
gunos de tener harta oración y aún quizá todos» (1).
Ella «aconsejaba á sus monjas tratasen, testifica el Jesuíta P. Gil Gon-
zález de Avila, como se verá más adelante, con gente docta y de muchas
letras, y por esa razón las aficionaba á la Religión de Santo Domingo > (2).
Es cosa digna de notarse que, apenas hay un lugar en que la Santa
haga mención en sus escritos de algún hijo de Santo Domingo sin que le
dé el honroso título de letrado ó gran letrado. «Duré en esta ceguedad,
hasta que un P. Dominico muy gran letrado > (3). ...«Decía su confesor,
que era Dominico muy gran letrado etc. (4) Un gran letrado de la Orden
del Glorioso Santo Domingo, me quitó de esta duda etc. (5) «Creo tiene
mucho delante de Dios un fraile de Santo Domingo gran letrado» etc. (6)
«Un fraile dominico gran letrado me lo declaró bien etc. (7) «Ella, (Doña
Guiomar) fué á un gran letrado y gran siervo de Dios de la Orden de San-
to Domingo* etc. (8) «Porque (el P. Ibáñez) era el mayor letrado que en-
tonces había en el lugar y pocos más en su Orden, yo le dije etc. (9). «Y
trátelo con este Padre mío dominico (que como digo era tan gran letrado
que podía bien asegurar con lo que él me dijese) etc. (10). «Pues á éste
Padre que digo, como en muchas cosas se le ha dado el Señor, ha procu-
rado estudiar todo lo que por estudio ha podido en este caso, que es bien
letrado etc.» (11) «Es el maestro Fr. Domingo Báñez, tiene muchas letras y
(1)
La Fuente, relación 7.*
(2)
La Fuente tomo 6.° página 280.
(3)
Vida capítulo V.
(4)
Vida capítulo Vil.
(5)
Capitulo XVlll.
(6)
Capítulo XIX.
(7)
Capítulo XXXI.
(8)
Capítulo XXXII.
(9)
Capítulo XXXII.
(10)
Capitulo XXXIII.
(11)
Vida capítulo XXXIV.
-81-
d¡screción> etc. (1) < Después tratando con un gran letrado, el Maestro
Fr. Domingo Báñez etc. (2).
Este mismo modo de hablar usa también la Santa en sus cartas, y así
escribiendo desde Avila al P. Gracián, después de decirle: <Ayer estuvo
acá el Prior de Santo Tomás» ó sea el P. Chaves, Catedrático que ha-
bía sido de Prima en la Universidad Salmantina, aludiendo á él y otros
PP. Dominicos escribe: <Los letrados de por acá todos dicen, etc.> (3)
En otra carta al mismo P. Gracián le decía: «Ya escribí mucho ha... que
un gran letrado Dominico, contándole yo, etc. (4).
En otra carta ó relación, como la Santa la llama, que había dado á un
confesor suyo dominico, dice así de él en una postdata: «Era muy espiri-
tual y teólogo, con quien trataba todas las cosas de mi alma y él las trató
con otros letrados; entre ellos el P. Mancio. Ninguna han hallado, que no
sea conforme á la Sagrada escritura>, (5).
Sería cuestión de nunca acabar, si se hubiesen de citar todas las ex-
presiones de esta mística Doctora, y así basta lo dicho para probar que
los Dominicos que la dirigieron, poseían en aito grado la principal cuali-
dad que ella exigió siempre en los directores de almí?s.
Si de letras pasamos á la experiencia de espíritu que tenían estos Pa-
dres, no faltan textos de la misma Santa Escritora en que les adjudica tam-
bién á los hijos de Domingo la segunda cualidad necesaria en el confesor,
sobre todo si se trata de almas á quienes Dios conduce por vías extraor-
dinarias como era el alma de Teresa de Jesús. Y así al explicar el segun-
do grado de oración, que es ya sobrenatural, se expresa de esta manera
dirigiéndose á los PP. Pedro Ibáñez, Domingo Báñez y García de Toledo;
«mas como lo han de ver personas que entiendan si hay yerro, voy des-
cuidada porque así de letras como de espíritu, sé que lo puedo estar yen-
do á poder de quien va, que entenderán y quitarán lo que fuere mal> (6).
(1) Fundaciones capitulo III.
(2) Capitulo VIII.
(3) Tomo 3.0 Carta 19.
(4) Tomo 5.0 Carta 186 La Fuente.
(5) La Fuente, Libro de las reiaciones. Relación 2.^^
(6) Vida capitulo XIV.
82-
*Esto es bueno para los letrados que me lo mandaron escribir, por que
por la bondad de Dios todos llegan aquí* (1). No se pierda de vista que
está tratando de la oración sobrenatural. Y hablando del cuarto grado, ó
sea de los arrobamientos, se expresaba así: < Quizá yo no sé lo que digo:
V. M. lo entenderá, si atino en algo, pues el Señor le ha ya dado expe-
riencia de ello> (2). Hablando después en el capítulo XXVIII de las dispo-
siciones necesarias para recibir mercedes muy sobrenaturales de Dios
como lo son las visiones, dice así: -Más que hablar he hecho para desper-
tar á V. M. á no estimar nada de esta vida, como si no lo supiese, ó no se
hubiera ya determinado á dejarlo todo y puéstolo por obra.»
Explicando lo más subido que hay en las vías sobrenaturales y ex-
traordinarias, le decía así al Dominico P. Ibáñez: «Oh Jesús, quién pudie-
ra dar á entender bien á V. M. esto, aun para que me dijese lo que es> (3),
cuyas palabras suponen el conocimiento experimental que tenía este V. P.
de estos favores y soberanas mercedes.
Hablando del mismo P., dice así: «Vino tan aprovechada su alma de
allí y tan adelante en aprovechamiento de espíritu, que me dijo cuando
vino, que por ninguna cosa quisiera haber dejado de ir allí, y yo también
podía decir lo mismo, porque lo que antes me aseguraba y consolaba con
solas sus letras, ya lo hacia con la experiencia de espíritu que tenía hasta
de cosas sobrenaturales» (4). Y en verdad que tenía harta, pues, como ella
misma nos cuenta en el capítulo XXXVIII, cada vez que decía misa se
quedaba arrobado mucho rato.»
De otro P. Dominico, nos dice en el capítulo XXXIV: «Creo todo el bien
le viene de las mercedes que el Señor le ha hecho en la oración, porque
no son postizas^... Escribiendo al P. Báñez, le cuenta las impresiones que
recibió en Santo Tomás de Avila, comunicando su espíritu con el Vene-
rable P. Melchor Cano (5), subprior que fué en el convento que la Orden
(1) Id. capítulo XV.
(2) Ibid capítulo XX.
(3) Vida, capítulo XX.
(4) Vida, capítulo XXXIII.
(5) Sobrino del célebre teólogo.
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de Santo Domingo tuvo en Piedrahita, y le dice así (1): .Q qué espíritu
y qué alma tiene Dios allí. Yo le dije: que á haber muchos espíritus como
el suyo en la Orden, que podían hacer los monasterios de contem-
plativos.»
Pudiera continuar haciendo ver con palabras de la Santa el mucho es-
píritu y experiencia de cosas sobrenaturales en que abundaban estos pre-
claros y santísimos hijos de Domingo de Guzmán; pudiera aducir también
las Crónicas de la Orden en que se da cuenta de las vidas de grande edi-
ficación y ejemplo de estos VV. PP., pero se extendería demasiado este
capítulo.
Cuanto á la tercera condición que la Santa nos señala, su buen en-
tendimiento, ninguna necesidad hay de probar que esta cualidad se ha-
lló en los confesores que la Santa tuvo de la Orden Dominicana. Baste
decir que todos fueron letrados, afamados profesores de Teología y re-
gentes de los estudios de la Orden, y que muchos de ellos dejaron monu-
mentos imperecederos de su talento é ingenio. No estará, sin embargo de-
más, citar algunos pasajes de la mística Doctora, que confirman el punto
de que se trata. Al explicar el tercer grado, oración sobrenatural como la
Santa lo hace de un modo magistral en el capítulo XVII, aludiendo á los
PP. Dominicos que habían de examinar su escrito, dice así: <Esto bien
entendido va para tales entendimientos y sabránlo aplicar mejor que yo lo
sabré decir y cansóme-. En este mismo capítulo decía á uno de esos PP:
<Mientras no le diere la gracia (aunque se la dé de gozarlo) para enten-
derlo, como le haya dado la primera (esto es la de gozarlo), con su enten-
dimiento y letras lo entenderá.»
«Parecióme, escribe en otro lugar, sobre otro P. Dominico (2), más
avisado que nunca, aunque siempre le tenía por de gran entendimiento;
miré los grandes talentos y partes que tenía para aprovechar mucho, etc.»
Fácil es deducir, y naturalmente y sin esfuerzo se desprende de las
premisas sentadas y confirmadas con textos tan repetidos de la mística
Doctora, cuánto y cuan provechoso debió de ser el influjo de estos vene-
(1) Tomo 1.°, carta 16.
(2) Vida, capítulo XXXIV.
-84-
randos Padres en la formación mística de Teresa de Jesús. Preciso sería
cerrar los ojos, para no conocer esta verdad. Cómo es posible que hom-
bres tan avisados, y de tan buen entendimiento, siervos y temerosos de
Dios, como la Santa á cada paso les llama, de muchísima experiencia, no
ya sólo en las cosas ordinarias del espíritu, sino aun en las vías extraor-
dinarias y comunicaciones sobrenaturales que Dios tiene con ciertas al-
mas escogidas, y sobre todo, hombres reconocidos y hasta aclamados por
todos, pero de una manera especial por Teresa de Jesús, como la perso-
nificación del saber y de las letras; cómo es posible que su influencia no
haya sido eficacísima, para que Teresa de Jesús conquistase para sí el nim-
bo y aureola de la virtud y santidad? Si en opinión de Teresa conviene
tratar con los que sean letrados, aunque no tengan experiencia de las co-
sas sobrenaturales; pues, como ella escribe: <no aborrecen el espíritu, ni
le ignoran; porque en la Sagrada Escritura que tratan, siempre hallan la
verdad del buen espíritu >: qué dirección tan acertada y provechosa no re-
cibiría esta seráfica Virgen, de quienes habían gastado toda su vida en las
cátedras y escuelas? ¿Qué luces no recibiría de Chaves, Medina y Mando,
y sobre todo de Bañez, lumbreras que fueron en aquel tiempo de la Uni-
versidad Salmantina, y verdaderos oráculos de la Teología cristiana y de
las Escrituras divinas?
No entra en el plan de esta obra, como ya queda indicado en el capí-
tulo preliminar, el narrar lo que los demás Institutos religiosos hicieron en
pro de Teresa de Jesús y la parte que tuvieron en su formación y empre-
sas que acometió, ni mucho menos entra en nuestro propósito rebajar en
nada los reconocidos méritos que corresponden á esos mismos Institutos
religiosos, en especial á la compañía de Jesús. Lejos de nosotros las com-
paraciones, que siempre resultan odiosas; pero sí conviene aclarar las co-
sas, y sin quitar á ninguno lo que le corresponde de verdad y de justicia,
dar' sin embargo á unos y á otros lo que es suyo. Por eso, antes de terminar
este capítulo, en el cual se ha expuesto á grandes rasgos la influencia que
los Dominicos tuvieron en la santidad de Teresa de Jesús, con objeto de
poner más de relieve esa influencia, séanos lícito llamar la atención del
lector sobre el periodo que podemos llamar crítico en la historia de esta
alma tan singular; nos referimos al tiempo en que se trataba de aquilatar y
-85-
dar sentencia definitiva, de si era ó no espíritu de Dios el que animaba á
Teresa de Jesús.
Detengámonos un poco, porque la materia así lo exige. Escribe esta
mística Doctora que es grande el daño que causa andar con temores y con
miedo el camino de la oración: Querría dice á sus hijas (1), que nadie os
trajese desasosegadas, que es cosa dañosa ir con miedo este camino. Im-
porta mucho entender que vais bien, porque en diciendo á algún caminan-
te que va errado y que ha perdido el camino, le acaece andar de un cabo
á otro, y todo lo que anda buscando pox' donde ha de ir, se cansa y gasta el
tiempo y llega más tarde». Nos dice en otra parte (2): «No entiendo estos
miedos, demonio, demonio, dónde podemos decir. Dios, Dios, y hacerle
temblar. Sí que ya sabemos que no se puede menear, si el Señor no lo permi-
te. ¿Qué es ésto? Es sin duda que tengo ya más miedo á los que tan grande
le tienen al demonio que á él mesmo; porque él no me puede hacer nada,
y estotros, en especial si son confesores, inquietan mucho, y he pasado
algunos años de tan gran trabajo, que ahora me espanto como lo he po-
dido sufrir». Fué tanto lo que la hicieron sufrir en este caso algunos de
sus confesores, que estuvo á punto de perder el juicio. < Digo esto (3),
para que se entienda el gran trabajo que es no haber quien tenga expe-
riencia en este camino espiritual, que á no me favorecer tanto el Señor,
no sé que fuera de mí. Bastantes cosas había para quitarme el juicio, y al-
gunas veces me veía en términos, que no sabía qué hacer, sino alzar los
ojos al Señor.»
Ahora bien: ¿Quiénes fueron los que pusieron en esta perplejidad á
la Santa? ¿Quiénes la dijeron que iba errada? ¿Quiénes la causaron tanto
desasosiego é inquietud, que hubo peligro de que perdiese el juicio?
¿Quiénes, los que con esta conducta la detuvieron en cierto modo en el
camino de la perfección, como se detiene á un caminante cuando se le
dice que lleva el cammo errado? Pues es preciso confesar que el Jesuíta
P. Alvarez, quien á pesar de su santidad, no se fiaba de sí é hizo con esta
(1) Camino de Perfección, capitulu XXII.
(2) Vida, capitulo XXV.
(3) Vida, capitulo XXVIII.
— 86-
desconfianza de sí, que la Santa padeciese. «Mi confesor, (P. Alvarez) es-
cribe (1), como digo (que era un padre bien santo de la Compañía de Je-
sús), respondía esto mismo, según yo supe. Era muy discreto y de gran
humildad, y esta humildad tan grande me acarreó á mi hartos trabajos,
porque con ser de mucha oración y letrado, no se fiaba de sí, como el Se-
ñor no le llevaba por este camino.*
Al mismo Jesuíta P. Baltasar Alvarez, alude la Santa sin duda en las
Sextas Moradas, cuando hablando en tercera persona sobre las visiones
tan elevadas que el Señor comunica en este estado, escribe así: «Y tratado
con estas personas, quiétese y no ande dando más parte de ello, que al-
gunas veces, sin haber de qué temer, pone e! demonio unos temores tan
demasiados, que fuerzan al alma á no se contentar de una vez, en especial
si el confesor es de poca experiencia y le vé medroso y él mismo la hace
andar comunicando». En efecto, el dicho V. P. apenas tenía experiencia,
pues acababa de recibir el Sacerdocio cuando empezó á dirigir el alma de
esta Seráfica Virgen; era además de natural tímido, y nos consta cierta-
mente que mandaba á nuestra Santa comunicase su espíritu con otros, por
no fiar de sí mismo, todo lo cual fué motivo de muchas persecuciones y
disgustos, porque se hicieron públicas muchas cosas que habían de estar
secretas, como escribe la misma Santa, y contribuía además esta conduc-
ta tímida del confesor para aumentar los temores que ella padecía en
aquel periodo crítico de su vida.
Este mismo venerable Padre tuvo por sueños las revelaciones de la
Santa; es decir: la dijo que iba errada. Así lo consigna la misma Santa
Teresa, cuando escribe (2): -^Lo que mucho me fatigó, fué una vez que mi
confesor (P. Alvarez), como si yo hubiera hecho cosa contra su voluntad
(también debía el Señor querer, que de aquella parte, que más me había
de doler, no me dejase de venir trabajo; y ansí en esta multitud de perse-
cuciones, que á mí me parece había de venirme del el consuelo), me escri-
bió que ya vena que era todo sueño en lo que había sucedido, que me en-
comendase de ahí adelante-. Fué también el Jesuíta P. Fernando del Agui-
(1) Vida, capítulo XXIX.
(2) Vida, capítulo XXXIII.
-87-
la, quien expresamente la dijo que era demonio el que se la aparecía y que
le diese higas como á tal: como las visiones, nos dice (1), fueron crecien-
do, uno de ellos (el Jesuíta P. Fernando del Águila), que antes me ayuda-
ba (que era con quien me confesaba algunas veces que no podia el minis-
tro), comenzó á decir, que claro que era demonio. Mandábame, que ya que
no habia medio de resistir, que siempre me santiguase cuando alguna viese,
y diese higas, y que tuviese por cierto era demonio, y con ésto no venía.»
Y ¿quiénes fueron los que aseguraron á la Santa que iba bien y que era
espíritu de Dios el que tales mercedes la hacía? (2) Fueron el Jesuíta San
Francisco de Borja, fueron San Pedro de Alcántara y el Dominico P. Fray
Pedro Ibáñez. Hablando del primero, de San Francisco de Borja, dice así:
«Pues después que me hubo oído, díjome que era espíritu de Dios y que
le parecía que no era bien ya resistirle más.*
Sobre San Pedro de Alcántara, escribe entre otras cosas (3): «Este san-
to hombre me dio luz en todo y me lo declaró y dijo que no tuviese pena.*
Vengamos ahora á Nuestro V. P. Fr. Pedro Ibáñez, Dominico, y vea-
mos cómo desde un principio conoció también que aquellas revelaciones
eran grandes mercedes del Señor asegurando mucho á la Santa Madre.
Oigamos sus palabras (4): Y trátelo con este Padre mío dominico (5)
(que como digo era tan letrado, que podía bien asegurar con lo que él me
dijese), y díjele entonces todas las visiones y modo de oración, y las gran-
des mercedes que me hacía el Señor con la mayor claridad que pude, y
supliquéle lo mirase muy bien y me dijese si había algo contra la Sagrada
Escritura, y lo que de todo sentía. El me aseguró mucho, y á mi parecer
le hizo provecho; porque aunque él era muy bueno, de allí adelante se dio
mucho más á la oración.»
Concluyamos, pues, que fué muy grande el influjo que los Dominicos
tuvieron en la formación mística de esta seráfica Virgen, ya ilustrándola
en sus dudas, ya enseñándola el camino de la verdadera perfección y san-
(1) Capítulo XXIX.
(2) Capitulo XXIV.
(3) Vida, capitulo XXX.
(4) Vida, capitulo XXXIII.
(5) P. Pedro Ibáñez.
tidad, ya dirigiéndola por las vías más secretas y extraordinarias de las
comunicaciones místicas, ya finalmente asegurándola siempre de que era
espíritu de Dios el que sobre todo obraba en su alma tales y tan inaudi-
tas maravillas.
No es extraño que así fuera, pues, se hallaban adornados de un en-
tendimiento claro; por experiencia propia conocían los influjos soberanos
que comunica el Señor cuando le place, y sobre todo poseían el tesoro
de la ciencia en sumo grado, ó como escribe la Santa, «eran grandes, muy
grandes letrados.»
Como ampliación de este capítulo y síntesis de todo lo anteriormente
dicho, véase lo que en el prólogo á su «Vida de Santa Teresa» dice el
limo. Sr. Yepes: «Comenzando de las personas letradas, que son las que
de ordinario con mucho más rigor, y (como dicen) á punta de lanza exa-
minan por las reglas de la Escritura Sagrada y doctrina de los Santos Pa-
dres, y los que suelen ser prudentemente más tardos en creer y aprobar
estas cosas, que aquellos que las miran con sola piedad, los que la Santa
Madre trató y consultó en su vida, son los siguientes:
» Primeramente el P. M. Fr. Domingo Báñez, Catedrático, jubilado de
Prima en la facultad de Teología en la Universidad de Salamanca (que
basta esto para decir sus grandes letras, demás de la mucha experiencia
que tenía de muchos años de cosas de espíritu), confesó á la Santa Madre
mucho tiempo, y casi desde los principios de su conversión hasta el fin
de su vida, que fué por espacio de veinte y cuatro años (1), la trató y co-
municó siempre: y por su parecer, aun estando ausente, se regía y gober-
(1) Se equivoca el limo. Sr. Yepes al afirmar que confesó el P. Báñez á Santa Te-
resa por espacio de veinte y cuatro años. El P. Báñez no conocía siquiera á Santa Te-
resa en Agosto de 1562, como él mismo lo testifica en el discurso que pronunció de-
lante del Corregidor y demás personas graves reunidas á los pocos días de fundarse el
monasterio de San José; y habiendo muerto la santa fundadora en 1582, se ve la inex-
actitud de la afirmación tomada literalmente. Lo que quiere decir con esto y, es mucha
verdad, es que la trató mucho tiempo, pues desde que se conocieron en el mismo año
de 1562, la trató de palabra y por escrito hasta su muerte, habiendo sido siempre el
P. Báñez el consejero intimo de la Santa y á quien acudía en todas sus dudas, de tal
modo que en expresión del Sr. La Fuente, fué el P. Báñez el direcetor á quien más
quiso Santa Teresa, después del P. Gracián.
— 89-
naba en todas sus dificultades, y él hizo tanta estima de la Santa Madre, y
tenía tan grande opinión de ella, que predicando en sus honras en el Mo-
nasterio de Religiosas descalzas en la misma ciudad, dijo que la tenía por
Santa, como á Santa Catalina de Sena, y que en sus libros y doctrina la
excedía. Y para que mejor se entienda lo que una persona tan grave y tan
docta sentía, pondré aquí el testimonio que dio en la información para su
canonización por sus mismas palabras: «Ninguno (dice) puede saber me-
jor que yo los particulares favores y mercedes que Dios hizo á la Madre
Teresa de Jesús, porque la confesé muchos años, y la examiné en confe-
sión y fuera de ella, é hice de ella grandes experiencias, mostrándome muy
áspero y muy riguroso con ella, y cuanto más la humillaba y menospre-
ciaba, tanto más se aficionaba á tomar mi consejo pareciéndole iba más se-
gura». Y más abajo, tratando de los particulares favores y mercedes que
Nuestro Señor le hizo, dice: *En esta parte hay tantas particularidades, que
si no es haciendo un nuevo libro, no se pueden decir por vía de testimo-
nio ordinario. Y podrá ser que siendo necesario yo haga algún tratado
donde se pueda entender por cuan cierto camino caminó la Madre Teresa
de Jesús, muy al contrario de los espíritus burladores que en nuestro tiem-
po se han descubierto». Y más adelante añade: 'Todo el tiempo que la tra-
té, que fueron muhos años, jamás vi en ella cosa contraria á virtud, sino la
mayor sencillez y humildad que jamás vi en otra persona. Y en todo ejer-
cicio de virtud, así natural como sobrenatural, era singularísimo ejemplo
á todos los que la trataban. Y su oración y mortificación fué cosa rara, como
podrán decir todas las personas que en particular la trataron *. Y de su
sinceridad y humildad afirma fué la mayor que jamás vio, y casi lo mismo
dice de otras virtudes. También dice otras muchas cosas de la Santa y de
sus libros, los cuales examinó y aprobó antes que saliesen á luz, por man-
dado de la Santa Inquisición. En estas breves palabras dice más de !o que
parece; pues confiesa que era necesario hacer un libro para escribir los
grandes y particulares favores que el Señor hizo á esta Santa, el cual de-
seó mucho hacer si sus ocupaciones, que fueron muy grandes, le hubieran
dado lugar para ello (I).
(1) Ya que el P. Maestro Báñez no pudo escribir por sus muchas ocupaciones el
-90 —
>Y antes que salgamos de la Orden del glorioso Santo Domingo, pon-
dré aquí otras personas, cuyo testimonio es digno de todo crédito. Entre
libro ó tratado que pensaba, según nos testifica el limo. Sr. Yepes, y hemos quedado
privados de las muchas maravillas como él nos habría revelado por haber sido durante
veinte años su consultor nato, con quien la Santa trató por más tiempo, como ella
misma testifica en la relación á uno de sus confesores, nos parece conveniente apun-
tar aquí algunas cosas que manifiestan por una parte la gran santidad de esta seráfica
Virgen y al mismo tiempo la intimidad que siempre mantuvo con dicho P. Maestro.
Al efecto citaremos algunas declaraciones que servirán para probar lo que inten-
tamos.
Al cincuenta y nueve artículo, dijo:... «que supo de la dicha Madre que mandándola
el P. Maestro Báñez, por hacer experiencia de su obediencia, quemase el libro de su
Vida, le respondió que al momento le quemaría si él se lo mandaba de veras, y que sin
faltar lo hiciera, si el dicho Padre no la mandara luego que no le quemase». (Declara-
ción de Isabel de Santo Domingo, Proceso de Avila.)
Al articulo 5.°, dijo: «que lo que sabe es, que el año de mil y quinientos y ochenta
y siete, predicando el Maestro Fray Domingo Ibáñez, Catedrático de Prima en Santa
Teología en la Universidad de Salamanca, dijo en el pulpito, que había confesado á la
Santa Madre Teresa de Jesús muchos años y que en los días que estuvo como ni uerta
según se hace mención en el artículo, la había mostrado el Señor el infierno, y esto sin
las demás cosas que en el articulo se refieren, y esto se lo oyó al dicho Padre Maes-
tro el Doctor Ribera, hombre eminente de la Compañía de Jesús, de quien esta decía ■
rante sabe lo que ha dicho, el cual conoció y habló algunas veces muy en particular y
esto responde». (Declaración de Teresita, sobrina de Santa Teresa, Proceso de Avila.)
Al artículo 68, dijo: «así mesmo dice que le contó el P. Maestro Báñez que era tan
grande el alegría y regocijo que tenía la dicha Santa de oír injurias y denuestos, que
cuando el dicho Padre Maestro la quería tener contenta le contaba las nuichas murmu-
raciones que en la ciudad había contra ella y las palabras afrentosas que de ella se de-
cían, con lo cual la dicha Santa quedaba muy regocijada por el deseo grande que tenía
de padecer». (Declaraciones de Doña Isabel de Vivero; Abadesa de Santa Ana. Proce-
so de Avila.)
Al articulo 70 y tantos, dijo: «que oyó decir por cosa cierta y verdadera á algunas
religiosas que en el tiempo que cuando la Santa Madre había sido Priora del dicho
convento estando un día comulgando que Nuestro Señor por su misericordia había he-
cho favor y merced á la Santa de darla una cruz de su mano á la suya, y ha oído tam-
bién decir que la Santa Madre en uno de sus libros dice cómo dejaba aquella santa
cruz cuando Dios la llevó de este mundo en poder del Padre Maestro Báñez». (Proce-
so de Avila, declaración de Doña María de Castrillo.)
-91 -
ellas el P. M. Fr. Bartolomé de Medina, Catedrático que fué de Prima de
la Universidad de Salamanca, el cual, como oyese decir de la Santa Ma-
dre tantas cosas y tan extraordinarias, no hacia caso de ellas, ni les daba
Al artículo 74, dijo: «que un día estando en la oración la dijo el Señor: Teresa, sino
hubiera criado los cielos, para tí solo los criara. Otra vez estando el P. Fr. Domingo
Báñez, Dominico, grave religioso é catedrático de la Universidad de Salamanca y con-
fesor de la Santa Madre, haciendo una plática á las religiosas de este Convento al lo-
cutorio, la Santa Madre se quedó arrobada y el dicho Padre se quitó la capilla y dejó
la plática y puso gran silencio hasta que volvió en sí». (Proceso de Avila, declaración
de Sor Petronila Bautista, monja en San José.)
*EI P. Báñez llegó á decir: «deseaba ver muerta á la Santa, porque tan gran per-
fección de santidad estaba á muy gran peligro». Así depuso habérselo oido Doña Juana
Torres, parienta del P. Gracián». (P. Paulino Alvarez, página 104.)
«El P. Andrés de Ayala, premostratense, dijo en las informaciones: «que siendo co-
legial, y asistiendo á las lecciones del P. Báñez; leyendo éste la materia de charitate,
había referido la santidad y espíritu de la Santa, diciendo mostraba en ella Dios los
efectos de la verdadera caridad. Justo era que Báñez y su cátedra honrasen á Santa
Teresa y su caridad, cuando Santa Teresa y su caridad honraban tanto á Báñez y su
cátedra». (P. Paulino Alvarez, página 104.)
La Santa al volver del parosismo que le dio en casa de su padre en 1538 dijo entre
otras cosas: «Por qué me han llamado? he estado en el cielo y he visto el infierno. Mi
Padre y Juana Suárez, se han de salvar por mí medio. He visto monasterios que he de
fundar y las almas por mí se salvarán. Moriré santa, y mí cuerpo estará cubierto de un
paño de brocado...» Y aunque advirtió lo que había dicho, procuró deslumhrar diciendo
eran desvarios del accidente, como después se vieron efectuadas todas las particulari-
dades de la visión, nadie pudo dudar de su verdad, y de que había sido cosa sobrena-
tural. El P. Fr. Domingo Báñez, predicando el año 1587, dijo que la misma Santa le
había confesado ser esto verdad. (La Mujer Grande, Tomo I, página 10.)
«Al artículo 54 del rótula digo, que es cosa pública y lo oí decir al P. Fr. Domingo
Báñez, catedrático de Prima de Salamanca, confesor que fué de nuestra Santa, el cual
entre otras cosas que me contaba de la dicha Santa, decía: Como yo tenía las letras,
y ella el espíritu, la mataba». (Declaración de la M. Mariana de los Angeles. La Fuen-
te, tomo 6.°, página 178.)
«Digo, que yo me hallé á su muerte, y á lo demás que en ella sucedió y me dijo el
P. Fr. Domingo Báñez, y lo predicó en un sermón de las honras de nuestra Santa Ma-
dre, como ocho años antes profetizó su muerte, y que había ser en Alba de Tormes».
(Declaración de María San Francisco. La Fuente, tomo 6.° página 223.)
«También oí decir al P. Fr. Domingo Báñez, que era tan grande el respeto y revé-
- 92 -
crédito y estaba con ella por lo que de estas cosas había oído. Pues como
la Santa viniese á Salamanca á fundar su Monasterio, procuró mucho ver-
se con él, porque siempre buscaba á la persona que más dudas y dificul-
tades podía poner en su espíritu, creyendo que éste le examinaría mejor,
que los que fácilmente se inclinaban á creerla.
»V¡óse con él, y después de haberse confesado generalmente, dióle
cuenta de su oración y camino que llevaba, y enseñóle todo lo que tenía
escrito de su vida, y quedó con esto tan confundido, como certificado que
era espíritu de Dios el que vivía en aquella alma santa, y visitaba con tan
ordinarios favores. Y fué de los que más aseguraron á la bienaventurada
Madre, y se hizo de allí adelante grande amigo suyo, y decía no había tan
grande Santa en la tierra (1).
rencia que tenía á nuestra Santa Madre, considerando las grandes mercedes que nuestro
Señor le hacía, que cuando se llegaba á confesarla estaba siempre temblando». (Decla-
ración de la M. Beatriz. (La Fuente, tomo 6." página 322).
(1) En confirmación del cambio que sufrió el célebre dominico P. Medina, luego que
comunicó con el Santa Teresa su espíritu, citaremos la declaración que se encuentra en
el Proceso de Avila da D. Francisco Mena, Beneficiado de la parroquia de San Vicente
de esta ciudad y confesor de las monjas de San José. Dice asi:
*A1 art. 17 dijo»: que el Padre Maestro Fray Bartolomé de Medina de la Orden de
Santo Domingo, Catedrático de Prima de Teología en la Universidad de Salamanca,
cuyo discípulo fué este testigo, al principio recibió mal las cosas de la Santa Madre, en
tanta forma que públicamente en su cátedra dijo que era de mujercillas andarse de
lugar en lugar y que mejor estuvieran en sus casas rezando é hilando, y sabido esto
por la Santa Madre, deseó mucho hablarle y comunicarle su espíritu y el fin de sus
fundaciones y habiéndole comunicado, le satisfizo de suerte, que públicamente en la
mesma cátedra alabó y aprobó el espíritu de la dicha Santa Madre, y entre otras pala-
bras que de ella dijo fueron estas: «Señores el otro día dije aquí unas palabras mal con-
sideradas de una religiosa que funda casas de monjas Descalzas y hablé mal. Hela co-
municado y tratado y sin duda tiene el espíritu de Dios y va por muy buen camino».
El P. Bartolomé Medina, Catedrático de Prima en Salamanca, se mostraba incré-
dulo de lo que oía de la Santa, y por lo mismo ésta le buscó para confesarse con él y
darle cuenta de su oración y del libro de su Vida, y quedó tan convencido, que luego
fué de los que más aseguraron á la Santa y la defendió, diciendo que no había sobre la
tierra otra Santa como Teresa. (La Mujer Glande, tomo 1.")
Al Maestro Medina, que mofaba de ella, le estimó tanto, que procuró (la San-
-93-
• El P. M. Fr. Juan de las Cuevas (1), Provincial que fué de la Orden
del glorioso Santo Domingo, y después Obispo de Avila, conoció muy en
particular á la Santa Madre, y ella con el mismo tenor y llaneza que solia,
trató con él su espíritu y modo de oración, y le dio cuenta de su vida; el
cual reconoció bien los tesoros que Dios tenia puestos en aquella alma, y
fué grande amigo y devoto suyo. Y en la información de su canonización
dice la tiene por grande santa, y por mujer de aventajadas virtudes. Esto
mismo dice el P. M. Fr. Diego de Chaves. Confesor del Rey D. Felipe II.
el cual, estando por Prior en Santo Tomás de Avila, la trató y comunicó.
El Padre Fr. Juan Gutiérrez, Predicador también de S. M. y Fr. Fernando
del Castillo (cuyas obras é historias que escribió de su Orden publican su
erudición, doctrina y espíritu), también la examinaron y aprobaron. Y más
en particular el P. M. Fr. García de Toledo, Comisario General de las In-
dias, fué el que con gran particularidad la trató y comunicó por mucho
tiempo, y fué el que le hizo escribir su vida, y á quien ella dirige una car-
ta) que el Comisario Apostólico Fr. Pedro Fernández le diese sus veces, y en algu-
nas ausencias le dejase por Superior de ella. Mas en tratándola, vio cuan engañado
habia andado, y decía á todos no habia tan gran Santa en la tierra. Y á mi misma, por-
que una vez al torno se la nombré á él, diciendo sólo: La Madre Teresa, me riñó por-
que la nombré con tan poca reverencia, mandándome que otra vez no dijese menos de
Nuestra Madre Fundadora. (Declaración de Ana de Jesús, P. Antonio de San José,
tomo 3.°, carta 62.)
(1) Al ciento y diez y seis articulo, dijo: ...y asi mesmo el P. Fr. Juan de las Cue-
vas, de la Orden de Santo Domingo, Comisario Apostólico de esta Religión, Obispo
que después fué de esta Ciudad, estando esta declarante en Segovia le mostró un dedo
que tenía de la Santa Madre, el cual veneraba tanto esta reliquia que dijo á esta decla-
rante que la estimaba más que cuantas cosas tenía en el mundo, y en esta ocasión
dijo grandes alabanzas de la Santa y entre otras cosas dijo que bien se echaba de ver
que el Señor habia escogido á la Santa Madre por mujer apostólica, y que así le pa-
recía al dicho Padre todas las cosas desta Santa, y por su respeto, siendo después Obis-
po, mostraba mucho amor á las Religiosas de esta Casa y á las de la Villa de Arenas,
que es en esta Diócesis, acudiéndolas con sus limosnas. Declaración de Isabel de San-
to Domingo, Proceso de Avila.)
Fué el Rvdmo. Fr. Juan de las Cuevas, Obispo de esta Ciudad de Avila, varón de
muchas letras y de tan grande santidad, que el día de su entierro acudió á él toda la
Ciudad á besarle los pies. (Declaración de Francisco Balderrábano. Proceso de Avila).
- 94 -
ta que está en el fin de ella. También el P. M. Fr. Pedro Fernández, Pro-
vincial de la misma Religión (á quien el Rey D. Felipe cometió el ser Vi-
sitador y Protector de la nueva reformación de los Descalzos, para que los
defendiese y amparase en sus principios, como adelante diremos; hombre
de muchas letras, espíritu y penitencia), conoció y trató á la Santa Madre
algunos años, porque hacía las veces de prelado y confesor suyo, y ha-
biéndola comenzado á tratar con mucho miedo y recato, al fin se rindió
como todos los demás, y ayudó grandemente á la Santa en sus fundacio-
nes, y decía que Teresa de Jesús y sus Monjas habían dado á entender aj
mundo, ser posible que mujeres pueden seguir la perfección evangélica.
Como si dijera, que con su grande espíritu y talento había hecho fácil, ha-
cedero y usado, lo que á hombres parecía tan dificultoso.
>No dudó menos de la santidad y espíritu de la Santa Madre otro pro-
vincial de la misma Orden, llamado Fr. Juan Salinas, el cual avisaba al
P. M. Báñez (como él refiere en su dicho), no fiase tanto de virtud de mu-
jeres, y dábale pena que sintiese y hablase tan altamente de las cosas de
la Santa Madre Teresa de Jesús; él le respondió, que la hablase y tratase
primero que le dijese nada. Acaeció que fué á predicar á Toledo, donde
estaba la Santa Madre y en toda una Cuaresma la anduvo examinando y
haciendo grandes experiencias de ella, y quedó tan aficionado y enterado
de su santidad, que con ser hombre tan ocupado la iba á confesar cada
día. Después preguntóle el P. M. Báñez qué le había parecido de Teresa
de Jesús. Respondió, habíadesme engañado diciendo que era mujer; á la
fe no es, sino hombre, varón, y de los muy barbados. Dando á entender
en esto su virtud, santidad y valor.
>E1 P. M. Fr. Diego de Yanguas, fué confesor de la Santa Madre por
espacio de ocho años, hombre de los más graves y letrados que hoy tiene
la misma Orden, y confiesa ser una mujer de grande espíritu y dotada de
grandes virtudes y refiere algunas revelaciones particulares que la Santa
tuvo, de Nuestro Señor, y dice en su dicho otras muchas alabanzas, dig-
nas de la santidad de la Madre (1).
(1) Al artículo 60, dijo: 'Que toda su vida tuvo y ha tenido á la Beata Madre Te-
resa de Jesús, por Virgen purísima, y como tal la vio respetar y estimar á sus confeso-
-:95 -
»Lo mismo que estos Padres tan graves y tan doctos, sintieron otros
muchos Maestros, Presentados, Regentes, Lectores de la misma Orden.
Particularmente el P. Fr. Pedro Ibáñez (que después fué Regente y Rector
del Colegio de San Gregorio de Valladolid), la confesó en sus principios
seis años, é hizo un particular tratado dividido en once capítulos, juntan-
do muchas reglas y documentos colegidos de la Santa Escritura y de los
Santos, para saber discernir espíritus; y hallándolas todas cumplidas en
el de la Santa, se certificó ser de Dios. Holgárame yo poder referir aquí
todo lo que este Padre tan docto escribe; pero pondré aquí algunas cosas
res, y en especial al P. Fr. Diego de Yanguas, contenido en el articulo, á quien esta de-
clarante oyó muchas veces llamar á la dicha Santa Madre, no sólo Virgen, sino tesoro de
virginidad y otras semejantes palabras tocantes á este punto, de la mucha estima que
este Padre hacía de la pureza de la Beata Virgen». (Declaración de Isabel de Santo
Domingo, Proceso de Avila.)
La madre María de San José, en las informaciones de Consuegra, declara en esta
forma:
«También oí contar al P. M. Fr. Diego de Yanguas, que siendo confesor de la Santa
le mostró un libro que había escrito sobre los Cantares, y el dicho Padre se lo mandó
quemar, por parecerie no convenía que una mujer escribiese sobre los Cantares, y ella
obedeció al punto, sin pedirle razón de por qué se lo mandaba quemar, y después es-
taba el Padre muy apesarado de lo que hubiera hecho, porque no tenía cosa ninguna
contra nuestra santa fe». (La Fuente, tomo 6.°, página 256, edición 1861.)
El licenciado Muñoz de Godoy, declara que:
"El P. Fr. Juan Callejo, de la Orden de Santo Domingo, dice que oyó decir al Padre
Fr. Diego de Yanguas, que le había dicho la Santa Madre, que estando una vez muy
afligida, se le había aparecido Cristo, señor nuestro, y le había dicho:— Hija, compasión
me hace verte con tanta aflicción;— y que le dio ciertos bocados; con que quedó muy
consolada y confortada. (La Fuente, tomo 6.°, página 264.)
Dorotea de la Cruz, carmelita descalza, en las informaciones de Valladolid, decla-
ra que:
«Digo, que oí decir al P. Fr. Diego de Yanguas, que había dicho nuestra Santa Ma-
dre que se le había aparecido en una fiesta, que se le hacía, nuestro P. San Alberto, y
le dijo que convenía dividir los Calzados y Descalzos, y esto fué en ocasión en que la
Santa había padecido muchos trabajos, todos originados de los PP. Calzados. (La Fuen-
te, tomo 6.°, página 282.)
La Madre Isabel de Santo Domingo, en las informaciones de Zaragoza, dice:
«Estuve en esto como dos horas, y deseando el alma saber cómo era posible aque-
— 96 —
de las que dice en este tratado, según que lo permite la brevedad de este
prólogo. «Todas sus hablas, sus cartas, sus cosas veía llenas de humil-
dad, deseando grandemente que sus faltas y miserias pasadas todo el
mundo las viese y las hablase, molestándose también muy mucho de que
la tuviesen por buena. Cuando comenzaron á crecer las mercedes de Dios,
moríase en que nadie entendiese cosa de ella, porque no sospechase que
era buena>. Y después que ha contado algunas cosas particulares de ella,
dice: «En fin, su humildad es cosa increíble, como dan testimonio los que
más la tratan». Y más abajo añade: «^Digo que notoriamente se ha cono-
cido favorecer Dios á esta Señora, y que todo cuanto podemos decir en
certificar su santidad es verdad. Hizo la Casa de San José con expresa re-
velación de Dios, y la gran santidad que hay en aquella Casa da buen
testimonio de esto. La pureza de la conciencia de esta religiosa es tan
grande, que nos admira á los que la confesamos y comunicamos, y á sus
compañeras, porque se puede decir que todo es Dios lo que ella piensa y
trata, todo va enderezado á la honra de Dios y aprovechamiento espiritual
de las almas.
»Y así ha hecho aquella casita de San José, poniéndola en todo la
perfección que acá en la tierra se puede poner en mujeres y en varones.
lio, me fué respondido que era por una participación que Dios hace al alma, y así mes-
mo se me dio á entender el verso que dice: In luinine tuo videbimus lumen.
» Mostróme nuestra Santa Madre muy alegre semblante, y me dijo:— Di esto á tu
padre,— y luego la entendi, porque viviendo me solia decir asi por el P. Fr. Diego de
Yanguas.
»Respondíle yo:— Madre, ¿y el P. Gracián?— á lo cual me dijo:— Ese está á mi cargo.
»También le acordé del P. Fr. Domingo Ibáñez, y á esto me respondió: — Que allá
se verian.
«Estando yo con mucha pena por haber vuelto á Alba el cuerpo de nuestra Santa,
que estaba en Avila, se me apareció y dijo:— No estés tan boba, que más piensas que
va que esté en Avila?
»Con lo cual quedé sin pena ninguna.
«Siempre cuando el P. Fr. Diego de Yanguas trataba de nuestra Santa, era tan gran-
de la veneración en que la tenía, que para haberla de nombrar, siempre decía: ¡Aquel
tesoro virginal!» (La Fuente, tomo 6.", pág. 28G.)
Doña María Enríquez, Duquesa de Alba.
-97-
Pues si queremos hablar del gran fruto espiritual que sacan los que tratan
con esta sierva de Dios, sería nunca acabar; porque es gran maravilla de
Dios lo que pasa. No quiero decir nada de mí, porque no lo hay por mis
deméritos, aunque tengo tanta esperiencia en mí mismo, que después que
la traté, me ha favorecido Nuestro Señor en muchas cosas, que claramente
veía yo ser particular ayuda de Dios. Y así no puedo más dejar de tenerla
por santa, que puedo decir que no la conozco. Hame dicho muchas cosas
que solo Dios las podía saber, por ser cosas futuras, y que tocaban al co-
razón y aprovechamiento, y que me parecían imposibles; en todas he ha-
llado grandísima verdad». Y más abajo dice: «Todo lo que á esta santa se
le ha revelado, es para grandes afectos espirituales, para gran consolación
de afligidos, todo para grande aprovechamiento en el amor de Dios. Sería
prolijísimo querer contarlo todo lo que se le ha revelado. Ha tenido gran-
dísimo cuidado de informarse de todos cuantos buenos letrados estaban y
pasaban por Avila. Entre otros de quien se informó, fué de un santo Fraile
Franciscano, que yo conocí, llamado Fr. Pedro de Alcántara, de gran ora-
«También digo, que está en mi poder lo que escribió la dicha Madre sobre los Can-
tares, porque esta copia me dieron en el convento de Alba, cuando el P. Fr. Diego de
Yanguas la mandó que lo recogiesen todo y lo quemasen, no por malo, sino por no le
parecer decente que escribiera una mujer, aunque tal, sobre los Cantares». (La Fuente,
tomo 6.*>, página 298.)
La madre Guiomar del Sacramento; en las informaciones de Salamanca, dice:
«También decia el P. Fr. Diego de Yanguas, que cuando se quería recoger para de-
cir misa, luego tomaba el brasero, que era el libro de la Santa Madre Teresa, y se ca-
lentaba él, y así llamaba á este libro . (La Fuente, tomo 6.°, página 320.)
Tal fué el concepto que de la santidad y celestial sabiduría de Sania Teresa tenia
el P. M. Yanguas, que llegó á decir al P. Fr.Juan de Luna, del Orden de Predicadores:
«Que la Santa Madre sabía cosas de la Sagrada Escritura, que había muchos teólogos
que no las alcanzaban.»
El P. Fr. Juan de Luna tuvo la dicha de hallarse presente, «cuando la recíproca vi-
sita de la Santa al patriarca Santo Domingo, y de éste á la Santa en su venerable cue-
va de Santa Cruz de Segovia, á quien cupo la suerte de celebrar la misa, dar á la San-
ta la comunión, y á su tiempo de comer, de orden del mismo Yanguas, con quien se ha-
bía antes confesado, y era actual prior de la Comunidad». (La Fuente, tomo 6.°, pági-
na 336.)
7
-da-
ción, penitencia y celo de su profesión. Este santo, sin tener muciio á que
venir á Avila. S. M. le trajo para consolar esta sierva, cuando más contra-
dicción le hacian en estas cosas, y le aseguró que era Dios, y que no había
ningún engaño. Y en la manera de cómo veía á Dios, y de las revelacio-
nes y hablas que divinamente se le hacían, le dio entera luz y seguridad.
Y como este varón la dio tanto crédito, y mostró gran particularidad de
amistad con ella, todos se rindieron, y desde entonces ha tenido ya gran
quietud. De manera, que todos cuantos antes la contradecían (que eran
muchos), y todos cuantos han sido consultados en este caso, dan firme
testimonio, que sin falta ninguna este espíritu es de Dios, sin haber en
ello ningún engaño. Y con ser muchos los que ahincadamente la contra-
decían y atemorizaban á los principios, todos la tienen por gran sierva de
Dios, y la honran en todo lo que pueden». Estas y otras muchas cosas de-
cía este Padre en aquel tratado, y confiesa que según las muchas que te-
nía que decir, tenía necesidad de hacer un gran libro. Esta relación se hizo
seis años después que la Santa Madre se volvió á Dios más de veras. Y
está hoy en día de letra del mismo Padre en el Monasterio de San José de
Avila de Carmelitas Descalzas (1) é hizo la Madre gran provecho á este
(1) Por desgracia este precioso é importantisinio tratado ha desaparecido de dicho
Convento, y actuahnente no se sabe su paradero; sin embargo, no puede ponerse en
duda que el P. Ibáñez le escribió, pues además de la autoridad siempre respetable del
limo. Sr. Yepes, tenemos en el proceso de Avila la declaración de D. Miguel González
Vaquero, Clérigo y párroco de Santo Domingo de Avila, que dice asi:
Al art. 17 dijo: «que todo lo que sabe de este articulo es que la Santa Madre Teresa
de Jesús comunicó su espíritu é todo su trato y oración y las mercedes señaladas que
en ella recibió de Dios Nuestro Señor con personas doctísimas y santísimas y señala-
damente con el Padre Presentado Fr. Pedro Ibáñez, Regente del Colegio de San Gre-
gorio de Valladolid de la Orden de Santo Domingo, el cual en vida de la Santa Madre
escribió un tratado docto de muchas letras y espíritu en defensa del espíritu de la San-
ta Madre, el cual, este testigo vio é leyó y trasladó para sí, porque pone en él todas
las señales que ha de tener un buen espíritu, probando como todas concurrían en el
espíritu de la Santa Madre Teresa de Jesús».
El P. Ribera, libro 4.", capítulo V, después de copiar alguas palabras del tratado que
venimos examinando, añade lo siguiente: "Están tomadas de luia relación que hizo de
ella y de su espíritu un confesor suyo, el cual, á lo que se puede colegir era de la Com-
-99 —
Padre; porque aunque antes era. siervo de Dios, después que trató con la
pañía de Jesús». Esta afirmación del P. Ribera está desmentida por el testimonio ex-
preso del limo. Sr. Yepes que tuvo en sus manos esta relación y afirma absolutamente
fué debido al Dominico P. Fr. Pedro Ibáñez, por la solemne declaración prestada en
proceso de Avila por D. Miguel González Vaquero, clérigo, que no sólo le tuvo en sus
manos sino que hizo para sí un traslado para aprovecharse él de la doctrina abundante
en él contenida y le atribuye sin la menor duda á dicho P. Ibáñez; y en fin, por el
M. Julián de Avila, que en la Vida que escribió de Santa Teresa, afirma esto mismo en
la primera parte, capitulo X. En vista de todo esto, es verdaderamente extraño que el
P. Ribera se ¿itreva á decir: 'que á lo que se puede colegir era de un confesor de la
Compañía de Jesús. *
Aun prescindiendo de testimonios de tan grande autoridad como los referidos, no
estará demás hacer algunas reflexiones sobre el punto que nos ocupa.
Hemos visto en este mismo capítulo la disposición en que estaban los Padres de la
Compañía con respecto al buen ó mal espíritu de Santa Teresa. Consta por textos de
la Santa, que el V. P. Jesuíta Baltasar Alvarez, tuvo por sueños ¡as revelaciones de la
Santa acerca de la fundación de San José, sus temores nimios, sobre si era buen ó mal
espíritu, fueron ocasión de que la Santa padeciese grandes tribulaciones. Además, el
jesuíta P. Fernando del Águila expresamente la dijo: «que claro era demonio». A tal
extremo llegaron las cosas, que la mandó dar higas, es decir, burlarse de ciertas mani-
festaciones divinas que él tenía por diabólicas. Todo esto (ocurría precisamente en el
mismo tiempo en que se escribía ese tratado para probar • que era espíritu de Dios el
que animaba á la Santa , y teniendo ó debiendo tener todo esto presente el P. Ribera,
es cosa que no puede menos de llamar la atención de cualquiera que con imparcialidad
estudie el punto, la peregrina afirmación de atribuir, sin fundamento alguno, á un con-
fesor Jesuíta el tratado del P. Pedro Ibáñez.
Consta por el testimonio de la Santa que el Dominico P. Pedro Ibáñez, la aseguró
mucho, díciéndola que era espíritu de Dios, y esto sí que está muy en conformidad con
este tratado ó relación; pues todo él se reduce á probar que el espíritu de Santa Tere-
sa era espíritu de Dios.
No fué sólo en este tratado ó relación, donde el P. Pedro Ibáñez, defendió ser es-
píritu de Dios, el espíritu que animaba dirigía á Teresa de Jesús. Por declaración jurí-
dica, prestada en Avila en 1610, en el proceso para la canonización, por Teresíta, so-
brina de la Santa, y religiosa profesa en el convento de San José, consta que este mis-
mo V. P. en una junta de personas graves y doctas, habida en la misma ciudad antes
de la fundación de San José, presentó una bien razonada memoria, defendiendo á la
Santa contra todos sus detractores.
Hé aquí la declaración á que nos referimos:
- 100-
Madre, mudó estilo y vida, de suerte que fué muy santo. Por medio de
«Al artículo diez y siete dijo que lo que del sabe, es questa declarante, en ocho años
que conoció y alcanzó á conocer de días á la dicha Santa Madre Teresa de Jesús, que
parte de ellos estuvo en este Convento con ella y fué en su compañía á otros; siempre
conoció y vio que la Santa Madre trataba y comunicaba su espíritu y se confesaba con
las personas más doctas y eminentes que se conocían, ansí en las Religiones como en
el estado eclesiástico, y en especial conoció esta declarante al P. Fr. Domingo Ibáñez,
de quien ya lleva hecha mención en el artículo quinto, y al P. M. Fr. Juan de las Cue-
vas, de la misma Orden de Santo Domingo, que después murió Obispo de Avila, y al
P. M. Fr. Diego de Yanguas, Doctor del Colegio de San Gregorio de Valiadolid, de la
Orden de Santo Domingo, y al Presentado Fr. Pedro Romero, de la dicha Orden, y Lec-
tor de la Santa Teología que fué en el Convento de Santo Tomás, de esta Ciudad de
Avila, y al P. Fr. Luis de Barrientos, Predicador muy eminente de la dicha Orden... De
allí en adelante vía y vio esta declarante, que todos los sobredichos la tenían grandísi-
mo respeto y estimaban en tanto su santidad y obras que venían á consultar gravísi-
mos negocios con la dicha Santa Madre, ansí propios como ágenos, para que ella les
diese su parecer en ello, creyendo que esto sería lo más acertado y más conforme á la
voluntad de Dios, y para questo se vea más claro, especificaré aquí algunas cosas y ca-
sos que en aquel tiempo subcedieron, lo cual dice esta declarante en esta manera.
*De una relación original que esta declarante tiene en su poder, habida de la Madre
María de San Jerónimo, Priora que fué muchos años de este Convento de San Joseph,
ya difunta, de cuyo valor y santidad oyó esta declarante muchas alabanzas á la misma
Santa Madre, sábese la estima que de la dicha Santa Madre tenía uno de sus confeso-
res aun antes que saliese á fundar este primer convento, el cual memorial, según ha
podido colegir de otros memoriales que ha tenido en su poder, fué del P. Fr. Pedro Bá-
ñez, gravísimo Padre de la Orden de Santo Domingo, ó del dicho P. M. Fr. Domingo
Báñez, que conforman mucho con unas razones que puso el dicho P. Fr. Pedro Báñez,
en un cuaderno grande de cosas, en que aprobaba el espíritu de dicha Santa Madre,
que poco ha le envió esta declarante á su Padre General, que al presente es, las cuales
dio entre otras del dicho sumario, para probar ser de Dios el espíritu que tenía la dicha
Santa Madre Teresa de Jesús, delante de una junta que se hizo de personas muy gra-
ves y doctas, para examinar el espíritu de la dicha Santa Madre Teresa de Jesús, aun-
que no se ha podido entender claro de cuál de los dos padres que ha nombrado, es la
memoria que aquí irá referida. La sustancia de la cual, dicha aprobación es la siguiente»:
1. » Primera razón. El fin de Dios es llegar un alma á sí, y del demonio apartarla de
Dios. Nuestro Señor nunca pone miedos que aparten á uno de sí, ni el demonio que
lleguen á Dios. Todas las visiones, etc., la llegan más á Dios, la hacen más humilde,
obediente, etc.
- 101 —
este Padre comunicó también la Santa Madre su oración v vida con el
2. » Doctrina es de Santo Tomás y de todos los Santos, que en la paz y quietud de
su alma que deja el ángel de luz, se conoce. Nunca tiene estas cosas que no quede
con grande paz y contento, tanto, que todos los placeres de la tierra juntos la parezcan,
no son como el menor.
3. 'Ninguna falta tiene, ni imperfección, que no sea reprendida del que la habla in-
teriormente.
4. >Jamás pidió ni deseó estas cosas, sino cumplir en todo la voluntad de Dios.
5. 'Todas kis cosas que le dice, van conformes á la Escritura divina, y á lo que la
Iglesia enseña, y son muy verdaderas en todo rigor escolástico.
6. «Tiene muy gran puridad de alma, gran limpieza, deseos ferventísimos de agra-
dar á Dios, y á trueco desto atropellará cuanto haya en la tierra.
7. »Hánle dicho que todo lo que pidiere á Dios, siendo justo, le dará. Muchas ha pe-
dido que no son para papel, por ser largas, y todas se les ha concedido nuestro Señor.»
Omitimos en gracia de la brevedad las restantes hasta treinta y tres que son y se
encuentran integras y literalmente en el referido proceso de canonización.
Sü:o advertiremos que aunque la sobredicha declarante Teresita, dice que no se ha
podido entender ó averiguar cuál de los PP. Dominicos fuese el que presentó estas
treinta y tres razones, si fué el P. Domingo Báñez ó el P. Pedro Ibáñez, es indudable
haber sido el segundo; pues la junta, según afirma la misma Teresita, en su declara-
ción, se celebró en Avila, antes de la fundación de San José, y consta por otra parte
con toda certeza que el P. Domingo Báñez no conoció ni trató con la Santa Madre Te-
resa de Jesús hasta después de fundado el Monasterio primero de la Reforma, ó sea, el
de San José de Avila que se fundó el 24 de Agosto de 1562. Asi lo testificó el mismo
P. Báñez, como veremos más adelante, cuando la defendió delante del Corregidor y
demás autoridades. Es pues cierto que no fué el P. Domingo Báñez, sino el V. P. Fr Pe-
dro Ibáñez, quien hizo ese estudio serio sobre el espíritu de Teresa de Jesús, é hizo
valer sus razones delante de los letrados y personas las más principales de Avila, que
reunidas en consistorio solemne deliberaban si era de Dios ó del espíritu malo, el espí-
ritu de Teresa de Jesús.
En nada desvirtúa el testimonio de Teresita la confusión de los apellidos Báñez é
Ibáñez, aplicando el primero al P. Pedro, á quien por las razones dichas se debe el
referido memorial, y el segundo al celebérrimo P. Domingo, que tan importante papel
desempeñó en la vida pública de la Santa, y á quien ella distinguió con especial cariño
entre todos sus confesores. Por lo demás, es preciso convenir en que la confusión es
muy fácil y son muchos los que han incurrido en el mismo defecto.
La misma Teresita, al llegar al articulo 79, se expresa en estos términos:
«Al articulo setenta y nueve dijo:... En otra relación muy larga que esta declarante
— 102 —
P. M. Mancio, Catedrático de Prima de la Universidad de Salamanca, y
sintió lo m.ismo que los demás que la conocieron y trataron (1).
«También la confesó y aprobó el P. Fr. Vicente Barrón, Consultor del
Santo Oficio, y gran letrado, el cual la trató y confesó por espacio de año
y medio estando en Toledo. Y ella le pagó muy bien este oficio, que con
ella usó porque por medio de sus oraciones (como escribiremos más ade-
lante en el libro tercero) vino á grande perfección de vida.
>EI P. Presentado Fr. Felipe de Meneses, Lector del Colegio de San
Gregorio de Valladolid, oyendo tantas cosas de la Santa, fué desde Vallado-
lid á Avila queriendo ver si iba engañada para darla luz, y si no, para vol-
ver por ella cuando oyese murmurarla^ y quedó muy satisfecho. Y también
se confesó y comunicó con otro Presentado llamado Lunar, que era Prior
de Santo Tomás de Avila; y todos examinaron, y aprobaron, y engrandecie-
ron su espíritu y virtudes; porque era tan grande el resplandor y fuego que
de ella salía, que con tener^cosas tan singulares y extraordinarias, que á
cualquiera hicieran temer, nadie podia dudar en hablándola y tratándola
de su gran santidad, y que todos aquellos favores y regalos eran de Dios.*
tuvo en su poder y que poco ha envió á su Padre General, que entiende, según la letra
que fué del P. Fr. Pedro Báñez, Dominico, uno de los más señalados confesores que la
Santa Madre tuvo, en la cual dicha relación, entre otras muchas cosas, estaban escri-
tas las palabras siguientes: «Que habiendo concertado él con una persona cómo había
de tratar muy de veras con Dios y pensando que lo hacia, no quiso volver por donde
la Madre Teresa de Jesús estaba, díjonie ella que su Maestro, que así llamaba á Cristo
Nuestro Señor, le había mandado que me dijese que volviese á aquella persona y le di-
jese el recado que ella le había dado antes: diósele, y fué tal, que con ser un hombre
muy grave y de mucho seso y gobierno, le penetró las entrañas y comenzó á llorar y
descubrirse allí, como no había comenzado lo que había prometido hacer.»
Creemos haber dicho más que lo suficiente, no sólo para probar que el tratado que
pudiéramos llamar apología del espíritu de Santa Teresa, pertenece al dominico P. Ibá-
ñez, sino también que este V. P., fué siempre su decidido defensor, de tal modo, que
entre cuantos ayudaron á la Santa en sus apuros y empresas, quizá sea el que se lleve
la palma, según hemos de decir más detenidamente en otra parte.
(1) A los 16 y 17 artículos dijo: «^que comunicó con el P. Fr. Domingo Báñez, Fray
Bartolomé de Medina y con el P. M. Mancio, religiosos de la Orden de Predicadores».
(Declaración de Francisco Balderrábano, Proceso de Avila.)
Segunda Parte
INFLUEHeifl QUE LOS DOMINICOS TUVIERON
EN LA DOCTRINA Y ESCRITOS DE
SANTA TERESA DE JESÚS
CAPITULO FRI/AE RO
escritos de Santa Ceresa.
En los precedentes capítulos que constituyen !a primera parte de este
modesto trabajo, se ha dicho algo nada más, de lo muchísimo que pudiera
aducirse para probar que los hijos de Santo Domingo de Guzmán influ-
yeron de una manera eficaz en la formación moral, en la perfección del
espíritu de Teresa de Jesús, y el lector no habrá podido menos de con-
vencerse de que esta seráfica Virgen, considerada bajo ese aspecto de
virtud y santidad, debe no poco á la buena dirección que encontró siem-
pre su espíritu en aquellos esclarecidos varones que honraron en aquel
siglo la Orden de Santo Domingo con sus virtudes y letras, y que tuvie-
ron la dicha de comunicar con esta alma tan singular y escogida, que ha
sido, es y será siempre uno de los mayores ornamentos de su sexo.
En esta segunda parte, pretendemos examinar sus escritos y doctrina
- 104 —
para manifestar la intervención que los Dominicos tuvieron también en
ellos. Este es sencillamente todo nuestro pensamiento, que iremos des-
arrollando en los diversos capítulos relativos á cada uno de sus libros ó
principales obras.
Los escritos de la Santa han sido objeto de grandes y entusiastas elo-
gios, que á porfia le prodigaron, no sólo los Santos, sino los sabios de to-
dos los matices. Parece que hay en esto una especie de pugilato; porque es
cierto, que así como Santa Teresa honró más que nadie á los letrados; asi
éstos la han honrado y elogiado, considerándola como sublime doctora y
escritora. No es nuestra intención tejer un ramillete con esos elogios, y lo
estimamos perfectamente inútil; pues la opinión acerca del gran mérito de
siis escritos está formada, y la sanciona el juicio de la Iglesia, cuando nos
dice: "Multa coelestis sapienfiae documenta conscrípsit>, y más aún (como
hace notar la Crónica Cannelitana), cuando en la oración mandó el Papa
Paulo V añadir estas significativas palabras: «ita coelestis ejus doctrinae pá-
bulo nutriamur» (1); mereciendo con ellas igual elogio que el que había
merecido la doctrina de Santo Tomás de Aquino.
Por lo tanto, nos limitaremos á enumerar y clasificar estos escritos por
su importancia, y luego, principalmente, consignaremos la influencia que
en ellos tuvieron los hijos de Santo Domingo, presentando los títulos, por
los cuales se deduce claramente que Santa Teresa nos pertenece en cierto
modo como doctora y escritora.
Las obras y escritos, según todos sus biógrafos, son los siguientes:
1.° El libro de la Vida, escrito por ella misma dos veces; la primera,
sin distinción de capítulos, y sólo hasta que empezó la obra de la Refor-
ma en 1562, y la segunda, en que puso distinción á los capítulos y añadió
toda la historia de la primera fundación de San José, con otros muchos
sucesos y mercedes que recibió del Señor, ó sea, desde el capítulo XXXI
hasta el XL inclusive, que es lo que hoy llamamos Vida de Santa Teresa
de Jesús. Esta segunda y más completa redacción la hizo en 1565.
El original de este libro anotado por el P. Báñez, junto con la aproba-
ción oficial que éste presentó al Santo Tribunal, escrita de su puño y le-
(1) Libro 5.", capítulo XL.
— 105-
tra, y por cierto muy legible y clara, y rubricada por él en San Gregorio
deValladolid en 7de Julio de 1575, se encuentra en el Relicario del Escorial.
2.^ Camino de Perfección, que fué escrito hacia el año de 1564 y con-
tiene 42 capítulos. Fué escrito en su primer Convento de San José. Santa
Teresa dejó dos originales de su mano y letra; uno de ellos se conserva
en el Relicario del Escorial y el otro en Valladolid. Hay además algunas
copias que están firmadas por ella; una de éstas se conservaba en las Car-
melitas Descalzas de Madrid. Este libro se imprimió en vida de Santa Te-
resa, en Ebora, por el Arzobispo de esta ciudad, D. Teutonio de Braganza,
gran devoto y amigo de la Santa, á quien conoció siendo estudiante en
Salamanca.
3.^ El libro que se llama de las Fundaciones, donde la Santa en 31 ca-
pítulos refiere la historia de sus fundaciones. Empezó la Santa á escribirie
en 1573 y le concluyó en Burgos en 1582, poco antes de su muerte. Se
conserva el original en el Relicario del Escorial.
4.° El Castillo interior ó libro de las Moradas, con 26 capítulos, escrito
en el año de 1577. Empezó la Santa á escribirie en Toledo el día de la
Santísima Trinidad de 1577 y le concluyó en Avila, víspera de San An-
drés de ese mismo año. Su original se conserva en el Convento de Car-
melitas Descalzas de Sevilla.
5.° Los Conceptos del Amor de Dios sobre algunas palabras del libro
de los Cantares. Le escribió, según algunos, en 1566, aunque es más pro-
bable, según otros, fuese escrito en fecha posterior. No existe el original
de este libro, pero sí una copia preciosa de él con la aprobación del
P. Báñez, declarándola auténtica; esta copia se conserva en el Convento
de Carmelitas Descalzas, de Alba.
dy Las Constituciones primitivas que la Santa Fundadora hizo y es-
cribió, acabado el monasterio de San José y que se observaron en los
nuevos conventos de la Reforma. Redactó Santa Teresa estas constitucio-
nes hacia el año de 1564. Ha desaparecido el original que se conservaba
en el archivo general de San Hermenegildo, convento de Descalzos en
Madrid, aunque según el Sr. Mora en su declaración para la beatificación
de la Santa se conservaba un original de ellas en las Dominicas de Oca-
ña, testificando haberie visto allí.
— lOG —
7." Las relaciones ó cartas extensas en que la Santa comunicaba á
sus confesores el intciior de su alma.
8.° Algunos avisos que daba á sus Religiosas.
9.^ Modo de visitar los Conventos de Religiosas.
10. Las exclamaciones.
1 1 . Las poesías.
12. Las cartas.
Enumerados ya todos los escritos de Santa Teresa, procede pasar á la
clasifición. Suelen los biógrafos de la Santa, teniendo presentes las mate-
rias que contienen, dividirlos en historiales, doctrinales y preceptivos, aña-
diendo después las poesías y las cartas. No me cabe la menor duda de que
esta clasificación está muy bien fundada; pero para el fin que nos propo-
nemos, conceptuamos más á propósito, la clasificación por su volumen é
importancia; y bajo este aspecto, pueden y deben distribuirse en dos gru-
pos ó secciones. El primero le constituyen propiamente los libros siguien-
tes: 1." La Vida, 2.*^ El Camino de perfección, 3.^ El libro de las Funda-
ciones, 4.'^ El Castillo Interior ó Las Moradas, 5.^^ Los Conceptos del Amor
de Dios, sobre algunas palabras del libro de los Cantares, 6." Las Cons-
tituciones.
Estos son en rigor los libros de Santa Teresa. Los demás escritos, aun
cuando son importantes, como lo es todo lo que salió de su pluma, pero
no pueden llamarse propiamente obras ó libros; pues muchos de ellos no
son más que unas páginas, sin que puedan llamarse libro, y lo mismo debe
decirse de las Cartas.
Las Constituciones primitivas deberían colocarse en este segundo gru-
po; pues, se reducen á unos pocos párrafos ó capítulos pequeños; sin em-
bargo, dado lo que significan y que además son el código legislativo en
una Orden religiosa, se comprende que estas leyes ó constituciones tienen
una importancia excepcional, por cuyo motivo las agregamos al primer
grupo.
Hay además otra razón, atendido el fin de este trabajo, para no ocupar-
nos en él, de todos estos escritos, que se han enumerado arriba, y es que
la Santa escribió los de la segunda sección sin mandamiento de nadie, si
se exceptúa el modo de visitar los Conventos, que no es más que un ca-
- 107 -
pítulo, y se debe al P. Gracián; lo demás, es decir, las Relaciones, los
Avisos, Exclamaciones, Poesías y Cartas, lo escribió la Santa sin manda-
miento ninguno; y por lo tanto, al tratar de examinar la parte que tuvie-
ron los Dominicos en las obras ó libros de Santa Teresa de Jesús, se ve
que es, en cierto modo, impertinente, analizar con detención su contenido.
Sin embargo, antes de empezar el estudio histórico que pensamos
hacer sobre cada uno de sus principales libros, daremos una idea sucinta
y breve de los restantes escritos de la Santa y sea primeramente sobre las
Relaciones.
I
Santa Teresa escribió varias relaciones á sus confesores, las cuales,
comunmente, se consideraban como cartas extenr-.as en que la Santa refe-
ría lo que pasaba ó había pasado en su interior, y nombraba muchas ve-
ces las personas con quienes habla tratado el interior de su alma y las
mercedes que del Señor había recibido; así que pueden considerarse como
una continuación ó apéndices á su Vida.
El Sr. La Fuente las ha reunido, y con ellas ha formado un libro que
titula: Libro de las Relaciones. Son estas relaciones cartas (al menos al-
gunas), y entre ellas hay dos dirigidas al V. P. Fr. Pedro Ibáñez, que las
comunicó á otros letrados; uno de ellos el P. Mancio, como la misma Santa
lo dice en el número 20 de la segunda relación por estas palabras: «Esta
relación, que no es de mi letra, que va al principio, es, que la di yo á mi
confesor, y él, sin quitar ni poner cosa, la sacó de la suya. Era muy espi-
ritual y teólogo, con quien trataba todas las cosas de mi alma, y él las
trató con otros letrados: entre ellos fué el P. Mancio. Ninguna han hallado,
que no sea conforme á la Sagrada Escritura. Esto me hace ya estar sose-
gada, aunque entiendo he menester (mientras Dios me llevare por este ca-
mino), no me fiar de mí en nada; y así lo he hecho siempre, aunque sien-
to mucho. Mire vuesa merced, que todo esto va debajo de confesión, como
lo supliqué á vuesa merced».
El M. R. P. Fr. Antonio de San José, comentador de las cartas de su
Santa Madre, en la carta número 12 del tomo 4.", confirma esto mismo en
las siguientes palabras: «Escribió la Santa esta segunda relación de su
— 108-
misma letra, que se conserva original con la antecedente en la Villa de
Béjar. imprimiéronla el limo. Yepes y el P. Ribera, en las vidas que escri-
bieron de nuestra Santa. (Yepes, libro 3.°, capítulo XXVIl!; Ribera, li-
bro 4.°, capítulo XXVI). No dicen á quién se escribió, dejando lugar á
duda, y opinión; pero hacemos juicio que fué á su confesor el P. Fr. Pedro
Ibáñez, por lo que dice la Santa al número veinte, que el confesor á quien
dio esta relación, juntamente con la pasada, la comunicó con el padre
maestro Mancio, que fué catedrático de Prima en la Universidad de Sala-
manca. Y es cierto que por medio del presentado Fr. Pedro Ibáñez, comu-
nicó la Santa su oración, y su vida con el maestro Mancio, como lo dice
el Sr. Obispo de Tarazona en el prólogo al libro de su Vida; por lo cual
nos persuadimos, que si bien la Santa escribió su primera relación para
el glorioso P. San Pedro de Alcántara, después se las entregó ambas al
Padre presentado Fr. Pedro Ibáñez, que en aquel tiempo era su confesor;
así se concuerda tal cual oposición, que á la primera vista se represen-
ta á los versados en nuestras historias sobre el sujeto, ó sujetos á quienes
se dirigieron las dos.»
«Escribióse ésta un año después de la pasada, entrando ya el de 1562,
como lo afirma nuestro historiador. Los dos referidos (relaciones) de la
Santa notan la altura de perfección á que subió en tan breve tiempo.»
En efecto: hablando el Sr. Yepes de los grandes letrados con quienes
comunicó su espíritu la Santa Madre, enumera á muchos de la Orden de
Santo Domingo, y entre ellos al V. P. Fr. Pedro Ibáñez, y añade lo siguien-
te (1): «Por medio de este Padre comunicó también la Santa Madre su
oración y vida con el P. M. Mancio, catedrático de Prima de la Universi-
dad de Salamanca, y sintió lo mismo que los demás que la conocieron.»
En confirmación de esto mismo, ó sea, que dicha relación fué dirigida
al P. Fr. Pedro Ibáñez, citaremos otro testimonio que no es de menor va-
lia, y es el del autor de la Mujer Grande, que se expresa en estos tér-
minos:
«Comunicando su espíritu á un confesor suyo, Fr. Pedro Ibáñez, le dice:
«En cosas de la fe me hallo con muy mayor fortaleza. Paréceme que con-
(1) Discurso preliminar á la Vi Ja de Santa Teresa.
-109-
tra todos los luteranos me pondría yo á hacerles entender su yerro. Siento
mucho la perdición de tantas almas, y veo muchas aprovechadas por mi
medio >. (Tomo 1.", página 220).
Lo mismo repite en la página 239, donde dice: *En la relación que
hizo de su vida á otro confesor, Fr. Pedro Ibáñez, dice: «En la pobreza
me ha hecho Dios merced, porque aun lo necesario no querria tener sino
de limosna, y ansí deseo estar donde no se coma de otra cosa... y por fin
en la página 243 dice así, sobre este mismo asunto: *A su confesor Fray
Pedro Ibáñez, le dice que le parece ya no vive en ella, sino quien tiene
dentro y la gobierna, que anda fuera de sí, y que el vivir la da gran pena».
(La Mujer Grande, páginas arriba citadas).
Consta, pues, por los testimonios aducidos que Santa Teresa comunicó
con el P. Pedro Ibáñez. tanto la primera relación que antes había enviado
á San Pedro de Alcántara, como esta segunda que le envió á él directa-
mente, y luego las vio el P. Maestro Mancio.
Otra de las relaciones es al P. Rodrigo Alvarez, de la Compañía de
Jesús. En ella manifiesta en primer lugar que el motivo de tratar las cosas
de su alma con los Padres de la Orden de Santo Domingo es el ser ellos
grandes letrados, que es lo que la Santa buscaba, y menciona hasta nue-
ve, con quienes había comunicado su espíritu y recibido de todos ellos la
competente aprobación.
Por evitar repeticiones no copiamos aquí las palabras textuales de la
Santa, que ya nos son conocidas; pues las hemos citado en la primera
parte, al señalar las épocas ó periodos de su vida en que Santa Teresa
tuvo por confesor al Dominico P. Vicente Barrón.
II
Después de las relaciones siguen los avisos ó consejos, que como fun-
dadora dio á sus monjas para el mejor y más exacto cumplimiento de las
Constituciones. No tienen carácter jurídico ni legislativo, sino más bien
son de carácter ascético y familiar. Indicaremos algunos de ellos por vía de
ejemplo. < Entre muchos, siempre hablar poco>. «Hablar á todos con ale-
gría moderada-, <De ninguna cosa hacer burla-. -Con todos sea mansa y
-no-
consigo rigurosa». «Con el examen de cada noche tenga gran cuidado»,
etcétera.
Estos sesenta y nueve consejos ó avisos andan impresos en todas las
ediciones de las obras de la Santa, cuando son completas, como sucede
con las ediciones del Sr. La Fuente, y siguen inmediatamente al libro de
las Constituciones; pues, como se ha indicado anteriormente, son una es-
pecie de consejos que ayudan eficazmente al cumplimiento de aquellas.
Escribió también la Santa un precioso tratadito que consta de un sólo
Capítulo, y le tituló *Modo de visitar los Conventos de Religiosas Descaía
zas de Nuestra Señora del Carmen». Le escribió poco antes de morir por
mandado del P. Gracián, que acababa de ser nombrado provincial en el
capítulo de Separación celebrado en Alcalá de Henares.
Este V. P. como escribe el Sr. La Fuente, (1) fué el que en el año 1581
la mandó, como provincial, que escribiese algunas advertencias acerca de
la ejecución y observancia de las Constituciones, (2) puesto que en lo de
monjas podía tener ella mejor voto, según le indicaba en su curiosa carta
de las ocho advertencias. Acababa de formarse la provincia aparte, y por
tanto iban las monjas á depender de los provinciales Descalzos.
Todo lo que dice es eminentemente práctico, y dejando á un lado
las teorías y cuestiones, va derecha al asunto y da reglas oportunísimas de
conducta, formando en todo el espíritu de las Constituciones.
IV
Al hablar la Crónica Carmelitana (3) de las * Exclamaciones», dice asi:
*E1 P. M. Fr. Luis de León imprimió también al final de las Moradas lo
que llamó -Exclamaciones* ó meditaciones del alma á su Dios, escritas
por la Santa Madre Teresa de Jesús en diferentes días, conforme al espíri-
(1) Prólogo de la primera edición 1861.
(2) Otros opinan que fué escrito algunos años antes.
(3) Crónica Carmelitana Libro 5.^^ capítulo XXXVIII.
— 111 -
tu que le comunicaba Nuestro Señor, después de haber comulgado, año de
1579. Así que el Padre Maestro sin duda tuvo el original. Y la obra cierto
es tal, que no puede negar á su autor, ni fingir otro, porque es un vivísi-
mo y perfectisimo trasunto de aquella alma seráfica, de aquel entendi-
miento esclarecido, de aquel corazón abrasado, de aquella discreción rara
y de aquel decir tan agradable, tan puro, tan encendido, que en un punto
hace presa en las almas y las enciende; y son sin número las que por me-
dio de este tratado, han abierto los ojos á la luz eterna*.
La misma Santa dice en la décima sexta ó última exclamación, el mo-
tivo de esta escritura: «Muchas cosas más pudiera decir en esto. Señor,
para darme á entender que no me entiendo: mas como sé que las enten-
déis, ¿para qué hablo? Para que cuando veo despierta mi miseria. Dios
mío, y ciega mi razón, pueda ver si la hallo aquí en esto escrito de mi mano:
que muchas veces me veo, mi Dios, tan miserable y flaca y pusilánime,
que ando á buscar, qué se hizo vuestra sierva, la que ya parecía tenía re-
cibidas mercedes de Vos, para pelear contra las tempestades del mundo.
Que no, mi Dios, no, no más confianza en cosa que yo pueda querer
para mí>.
Son estas exclamaciones, añade con mucha razón el Sr. l.a Fuente (1),
unos fervorosos arrebatos del alma hacia Dios, y si fuéramos á comparar
los pensamientos culminantes en estas exclamaciones con los de algunas
poesías, hallaríamos, que en éstas dice en verso lo que en las exclamacio-
nes ha dicho en prosa. Principia la exclamación primera, diciendo: <¡0h
vida, vida!, ¿cómo puedes sustentarte ausente de tu Vida? Aquí se ve el
pensamiento mismo que desenvuelve tan niagistralmente en su primera,
principal y mejor poesía:
"Vivo sin vivir en mí.'
Porque Santa Teresa fué poetisa, y así, últimamente, diremos algo so-
bre sus poesías.
V
Que Santa Teresa haya sido poetisa, no puede ponerse en duda. Ella
(1) Prólogo a! tomo 3.", edición 1881.
-112-
misma en el capítulo XVI de su Vida, escribe asi: «Habíanse aquí muchas
palabras en alabanza de Dios, sin concierto, si el mismo Señor nos las
concierta, al menos el entendimiento no vale aquí nada. «Oh, válame
Dios! cuál está un alma cuando está ansí. Todo ella querría fuese lenguas
para alabar al Señor. Dice mil desatinos santos, atinando siempre á con-
tentar á quien la tiene ansí: «Yo sé persona que, con no ser docta, le acae-
cía hacer de presto coplas muy sentidas, declarando su pena bien; no he-
chas de su entendimiento, sino que para gozar más la gloria, que tan sa-
brosa pena le daba, se quejaba de ella á su Dios.»
Quién era esta persona que no era poeta, ya se deja entender: Era la
misma Santa Teresa, y era verdadera poetisa.
En el libro de las Relaciones nos refiere ella misma, lo que le sucedió
en Salamanca cuando, al oír á una novicia cantar una coplita alusiva al
amor divino, salió fuera de sí, en tales términos, que no pudo contener
aquel ímpetu que suspendía y arrebataba su espíritu. Estando en estos ím-
petus, dice el V. Sr. Yepes, hizo la Santa unas coplas, nacidas de la fuerza
del fuego, que en sí tenía, significando su llaga y su sentimiento, que por
ser muy de notar, me pareció poner aquí»:
«Vivo sin vivir en mí,
Y tan alta gloria espero.
Que muero porque no muero.»
Con frecuencia componía otro género de poesías, conocidas con el
nombre de Villancicos. Acerca de este género de poesía pastoril, dice el
P. Ribera: (1) «Gustaba de que sus monjas anduviesen alegres y que can-
tasen en las fiestas de los Santos, é hiciesen coplas. Mas como gustaba de
dar ejemplo en todo, hacíalas ella misma, y las cantaba en unión de sus
monjas, sin instrumento ninguno de música, sino acompañándose con la
mano, dando ligeras y suaves palmadas para llevar compás y hacer cierta
armoniosa cadencia-. Esto dice el P. Ribera, solo añadiremos que, en San
José de Avila, se conserva un tamboril y dos silbatos que Santa Teresa
usaba en los ratos de honesto y santo solaz con sus primitivas hijas.
(1) Vida de Santa Teresa, libro 3.°, capítulo XXIII.
113-
VI
Acerca de las cartas de Santa Teresa, hay que decir que éstas contie-
nen la vida exterior y las relaciones que por necesidad le fué preciso tener
con el mundo, escribiendo á pontífices, á reyes, á prelados, á jueces, á
letrados, para que la dieran consejo, entender en los intereses de los con-
ventos, defenderlos de las persecuciones, atender á los lamentos de sus
hermanos, algunos de los cuales se hallaban en la indigencia, y con sus
luces ayudar á sus hijas, sobre todo á aquellas de quienes era prelada,
para la buena dirección de los conventos. Y aunque todos los escritos son
semejanza natural del que escribe; pero se verifica más al vivo en las car-
tas, porque tienen menos de arte. Por eso, á Santa Teresa se la conoce
mejor en las cartas, que en ninguno de sus escritos, y asi dice, y dice muy
bien el V. Palafox (1): <Que aunque todos sus escritos están llenos de
doctrina del cielo; pero no puede negarse que en las cartas familiares se
derrama más el alma y se dibuja con mayor propiedad y más vivos colo-
res su interior y exterior que no en los dilatados discursos: y como quiera
que aquello será mejor de Santa Teresa en que se descubra más á si mis-
ma; por eso, sus cartas han de ser de gran fruto y provecho... Qué celo no
descubre en ellas del bien de las almas? ¿Qué prudencia y sabiduría en lo
místico, moral y político? ¿Qué eficacia en persuadir? ¿Qué claridad en ex-
plicarse? ¿Qué gracia y fuerza secreta al cautivar con la pluma á los que
enseña con la erudición?*
La lástima es que no poseemos quizá ni la quinta parte de las muchas
que escribió. Son más de cuatrocientas las que se conservan, pero éstas
son por decirlo asi. una cifra solamente de las muchísimas que debió es-
cribir, no tanto por los múltiples y gravísimos negocios á que tuvo que
atender, sino también porque fué la Santa tan cortés, que se dice no haber
dejado jamás sin contestar una carta. Así se explican ciertas expresiones
en que habla -del tormento de las cartas-, <de la baraúnda de cartas», «que
la tienen molida las cartas», «que por contestar, no ha podido acostarse
hasta las dos de la madrugada-, «que se hallaba cargada de cartas», <sino
(1) Introducción á las Cartas.
-114-
fuera esta multitud de cartas», «han sido estos días sin cuento las cartas
que han venido, que me tienen tonta>, no es nada las cartas que allá (en
Sevilla) tenía, que después que estoy aquí (en Toledo), es cosa terrible*,
«si estas cartas me dejaran >.
Por estas expresiones y otras que omitimos, se comprende que debie-
ron ser muchísimas las cartas que Santa Teresa escribió en el discurso de
su vida y que desgraciadamente se han perdido. ¿Dónde están las que sin
duda escribió á San Juan de la Cruz, las cuales ciertamente fueron muchas
y ninguna se conserva?
Y limitándonos solo á las escritas á PP. Dominicos: ¿dónde están las
muchísimas que escribió al P. García de Toledo, cuando éste se hallaba
en las Indias y por conducto del cual escribía otras muchas cartas, como
dice la misma Santa, escribiendo á la Priora de Sevilla: «Dícenme que se
viene Fr. García de Toledo, á quien van (las cartas), y ansí es menester
que V. R. encomiende ese pliego á alguien allá»?
¿Dónde las que escribió á este mismo Padre desde Burgos, como cons-
ta por Teresita, cuya declaración hemos ya visto al tratar de este V. Padre?
¿Dónde están las que escribió al P. Visitador, Pedro Fernández, Do-
minico, con quien tuvo una correspondencia continua, á !a cual se refiere
la Santa en expresiones como éstas: <ya escribiré al P. Visitador», «ya he
escrito al P. Visitador >, «escribo al P. Visitador »; que se encuentran á cada
paso en sus cartas?
¿Dónde las escritas al P. Comisario y Presidente del Capítulo de Se-
paración en Alcalá, P. Fr. Juan de las Cuevas, de quien expresamente
dice: «así lo tengo escrito al P. Comisario», «en cartas que he escrito á
nuestro P. Comisario»?
¿Dónde están las escritas á su gran Director, P. Domingo Báñez, pues
sólo tenemos cuatro, siendo así, que le escribía en cuantos negocios gra-
ves se le ofrecían, y sin cuyo parecer, no quería nunca obrar? «¿Dónde
está la carta que le escribió al mismo P. Báñez, sobre el Maestro de Novi-
cios de Pastrana?- ¿Dónde las que escribió á dicho Padre, cuando se ha-
llaba en Valladolid, y de las cuales hace mención con frecuencia, al escri-
bir á María Bautista, diciéndole: he escrito á Fr. Domingo-, ^ya he escri-
to á mi Padre (Fr. Domingo)-?
-115-
¿Qué de las cartas al célebre P. Medina de quien la Santa escribe asi
á María Bautista?: <si por dicha el P. Medina acudiera por allá, haga darle
esa carta mía que piensa estoy enojada con él, según me dijo el Provin-
cial (de los Dominicos) por una carta que me escribió, que es más para
darle gracias, que para enojo» (1) y por último, ¿dónde están las que
escribió á San Pió V, á San Luis Beltrán y á los PP. Ibáñez, Chaves, Bar-
tolomé Aguilar y Yanguas? ¿Y las escritas á Felipe II, dándole avisos muy
secretos é importantes? Todas éstas con otras muchas más han desapareci-
do, y no es fácil que aparezcan en adelante. La primera de las más de 400
que se conservan, es la que escribió á su hermano D. Lorenzo, que se en-
contraba en el Perú, y está fechada en Avila el 31 de Diciembre de 1561, es
decir, cuando la Santa contaba 46 años de edad. La última, es al capellán
de las monjas de Alba de Tormes, y que escribió treinta y nueve días an-
tes de morir.
Se ve, pues, por las ligeras indicaciones que preceden, que fué creci-
dísimo el número de cartas que Santa Teresa escribió; que son muy pocas
las que se conservan y que se han perdido muchísimas. Pérdida verdade-
ramente grande á juzgar por el inestimable valor de las pocas que actual-
mente se consevan; pues en ellas es donde se halla retratada de cuerpo
entero la gran Teresa de Jesús. Es preciso leerlas, y leerlas muchas veces
para apercibirse de los tesoros que en si encierran. Son verdaderas perlas
orientales, cuyo valor apenas puede apreciarse; y después de cuarenta años
gastados, por decirlo así, en la lectura de los escritos de esta mística doc-
tora, nos á trevemos á afirmar que sus cartas son las que entre ellos se
llevan la palma, dudando que haya otras, si exceptúan las canónicas que
puedan compararse á ellas, y con esta manifestación de nuestro juicio, á
la vez que de nuestro entusiasmo y devoción, damos por terminado el ca-
pítulo sobre los escritos de Santa Teresa de Jesús, que constituyen el se-
gundo grupo ó sección en que los hemos dividido.
(1) El famoso P. Medina que en un principio estuvo algo prevenido con la Santa
antes de tratarla, fué después su grande amigo, hizo un traslado de su vida para la Du-
quesa de Alba y desde Salamanca iba todas las semanas á pie á Alba para confesar á
la Santa Madre.
CAPÍTULO II
Del libro de la Vida de Santa Teresa de |e$ú$.
Después de la ¡dea sucinta que acabamos de dar en el capítulo prece-
dente acerca de los escritos que componen el segundo grupo, y que ya en
sí mismos, ya atendido nuestro objeto, son de menos importancia, viene el
punto principal, que es, examinar con toda imparcialidad la parte que los
hijos de Santo Domingo tuvieron en las obras ó libros que forman el pri-
mer grupo ó sección; es decir, en la Vida, Camino de Perfección, libro de
las Fundaciones, el libro de las Moradas, el de los Conceptos del amor de
Dios y en sus Constituciones.
Empezemos por el libro de la Vida, al que Santa Teresa llamaba el li-
bro de las Misericordias de Dios, y así escribiendo al limo. Sr. D. Pedro
Castro, Obispo de Segovia, canónigo que había sido antes de esta Cate-
dral de Avila, á quien la lectura del mismo le aprovechó sobre manera, le
decía: (1) ¡Qué cosa es la misericordia de Dios! Que mis maldades han
hecho bien á V. M. y con razón, pues me ve fuera del infierno, que ha mu-
cho que tengo bien merecido; y ansí intitulé ese libro De las Misericordias
de Dios. Est? es á mi juicio el libro principal de Santa Teresa de Jesús, no
solo por su volumen y el primero en el orden cronológico, sino más bien
porque se encuentra en él como en germen y en semilla todo cuanto es-
cribió después.
Se dice de Santo Tomás, y se dice en verdad, que cuanta doctrina en-
(1) La Fuente, Carta 3G1, Edición de 1881.
— 118-
señó el Santo Doctor en sus extensas y voluminosas obras, se halla sinte-
tizada y en cierto modo compendiada en su Suma Teológica; pues una
cosa parecida sucede con la Vida de Santa Teresa. La Suma de Santa Te-
resa de Jesús, es el libro de su Vida, no donde sintetiza y compendia sus
escritos como hizo Santo Tomás con los suyos; pues el libro de la Vida
fué el primero que escribió; sino donde echó por decirlo así, los cimientos
y casi casi nos dijo todo lo que después nos enseñó en sus restantes es-
critos, si se exceptúa, como es claro, la parte historial que se halla en las
Fundaciones. No es nuestra esta apreciación, pues, como hemos de ver en
su lugar, tanto el Camino de Peifección como el libro de las Moradas, los
escribió en cierto modo para sustituir el libro de la Vida, con la única dife-
rencia que en este su primer libro nos dice con admirable candidez y sin-
gular sencillez, lo que después escribió de un modo magistral y como
consumada Doctora en la ciencia de los Santos; pero, sin que esto obste á
que sea la misma doctrina, como muy bien juzgó y dijo el docto P. Ri-
bera (1).
Con grande ingenuidad y no menos humildad reconoce esta verdad la
misma santa escritora en su prólogo á las Moradas, cuando escribe: «Bien
creo he de saber decir poco más que lo que he dicho en otras cosas, que
me han mandado escribir; antes temo que han de ser casi todas las mis-
mas, porque asi como los pájaros que enseñan á hablar, no saben más de
lo que les muestran ú oyen, y esto repiten muchas veces, soy yo al pie
de la letra». Por eso el Sr. La Fuente, entusiasta como pocos de esta Mís-
tica Doctora y conocedor de sus obras, hablando de este libro de la Vida,
se expresa de esta manera (2): <E1 libro de la Vida es esencialmente his-
tórico; pero desde el capítulo X hasta el XXVII intercala en él la Santa un
(1) Esta misma doctrina tiene el libro de las Moradas, más por orden, y con más
resolución de experiencia por haberse escrito quince años después; pero particular-
mente lo más alto de ella, que es lo que estaba en las tres Moradas posteriores, es
todo lo que en si vio y experimentó, sino que en la Vida habla más claramente de si,
acá más encubiertamente (a).
(2) La Fuente, Prólogo á las Obras ascéticas, edición de 1881.
(a) Libro 4.", capítulo VI.
— 119 —
tratado de oración tan completo, que pudiera imprimirse en libro aparte.
Ella misma conoce en su claro talento, que ha cortado el hilo de la na-
rración, pues comienza el capítulo XXVII diciendo: -Mucho he salido del
propósito». Mas aun cuando esos capítulos pudieran formar un libro
aparte y cortan el hilo de la narración, tienen un carácter histórico y no
es posible sacarlo de su quicio, ni de aquel pasaje, pues en medio de
su doctrina de Teología Mística, tienen mucho de biográficos. Al des-
cribrir la Santa esos caminos por donde van subiendo las almas puras
desde la oración vocal y mental á la contemplación y sus grados superio-
res habla por experiencia; va diciendo cómo subió ella y refiere candoro-
samente lo que le sucedió en cada uno de ellos. De ahí el interés palpi-
tante que inspiran: es la mística en acción: y con qué candor, con qué
gracia, con qué animación! Un escritor que no ha recorrido ese camino,
habla de oídas y con frialdad. Santa Teresa, á quien Dios había ¡do ele-
vando desde lo más bajo á lo más alto, desde la visión terrorífica del ni-
cho que tenía preparado en el infierno hasta las regiones más altas del
Empíreo, quizá como á San Pablo y como Dios hablaba á Moysés y los
antiguos Patriarcas... dice con gran seguridad y aplomo lo que sabe, lo
que ha visto, lo que ha sentido, cual viajero que describe los campos y
montes, las villas y ciudades que ha recorrido, á diferencia del frío narra-
dor que solo conoce la geografía por los libros y los mapas ó por narra-
ción de otros». La síntesis, con tanto primor y galanura expuesta por
este docto historiador, coincide al pie de la letra con la del P. Ribera, con-
tenida en estas sencillas palabras (1): *Y es cosa maravillosa que como
le iba escribiendo (el libro de la Vida), la iba Nuestro Señor poniendo en
aquella oración de que escribía». Tiene razón este venerable Padre; pues
así lo testifica á cada paso la Santa.
Consultando á la brevedad, citaremos solo, en prueba de ello, un pasa-
je tomado del capitulo XVI, donde explica el tercer grado de oración sobre-
natural, y dice así: - Creo que por la humildad que Vuesa Merced (el vene-
rable P. Fr. Pedro Ibáñez), ha tenido en quererse ayudar de una simpleza
tan grande como la mia, nic dio el Señor lioy, acabando de comulgar esta
(1) Libru 4.", capítulo VI.
— 120 —
oración, sin poder ir adelante, y me puso estas comparaciones, y enseñó
la manera de decirlo, y lo que ha de hacer aquí el alma; que cierto yo me
espanté, y entendí en un punto...* «Quered ahora. Rey mío, suplícooslo
yo, que pues cuando esto escribo, no estoy fuera de esta santa locura ce-
lestial por vuestra bondad y misericordia que tan sin merecimientos míos
me hacéis esta merced, que lo estén todos los que yo tratare, locos de
vuestro amor; ó permitáis que no trate yo con nadie, ú ordenad. Señor,
cómo no tenga ya cuenta en cosa del mundo, ó sacadme de él.»
Se ve, pues, cómo el libro de la ViddL á la vez que es historial, es ade-
más un tratado el más completo de ascética y de la más sublime mística;
es, repitamos la gráfica expresión del citado historiador, es la Mística en
acción. Por eso el mismo señor La Fuente, ocupándose en otro lugar de
esta misma materia expone su juicio crítico y dice: (1) *E1 libro de la Vida
no solamente es histórico sino también ascético y doctrinal: después de
referir compendiosamente, pero de una manera tan sencilla como encan-
tadora los primeros años de su vida, su ingreso en la Religión, sus enfer-
medades, motivos de su tibieza y retroceso en el camino de la perfección,
comienza á tratar del modo como salió de aquel estado.
«De pronto interrumpe la narración desde el capítulo X, y comienza á
escribir un tratado de oración y altísima contemplación, en el cual explica
los cuatro grados por los cuales el Señor la fué elevando desde la oración
hasta la contemplación y en doce capítulos admirables da un tratado útilí-
simo de ascética, útil para las almas contemplativas y aún más útil para
sus directores, que lo han considerado siempre como el Vademécum más
seguro en este género para el discernimiento de espíritus y su mejor di-
rección». Aunque en cierto sentido puede decirse que interrumpe la na-
rración al llegar al capítulo X, pero en rigor no la interrumpe, pues va des-
cribiendo en esos admirables capítulos los grados de oración en que el
Señor la iba poniendo, y por eso el mismo Sr. La Fuente, ocupándose de
este punto, escribía en el prólogo de la edición de 1861: «Santa Teresa,
desde el capítulo X hasta el XXVll inclusive, se olvida de sí misma y de
su biografía, para formar un tratado completo de oración; pero digo mal
(1) La Fuente, Prólogo á los libros Historiales, Edición de 1881.
— 121 -
que se olvida de si misma; pues, aunque no se nombra en ellos y al pare-
cer trunca su biografía, los grados de oración, que allí va refiriendo suce-
sivamente, son los mismos en que Dios la iba poniendo, y por los cuales
iba elevándola por escalones». Por cierto que nos parecen muy atinadas
estas observaciones del docto historiador.
Por lo dicho se habrá formado idea de lo que significa y vale lo que lla-
mamos Vida de Santa Teresa escrita por ella misma, y pasamos á exponer
mi principal objeto, que es averiguar quién haya sido el que la mandó es-
cribir. Ella misma nos dice en el prólogo, que el motivo de escribir fué la
santa obediencia, en los siguientes términos: 'A quien de todo corazón
suplico me dé gracia para con toda claridad y verdad que yo haga esta re-
lación, que mis confesores me mandan (y aún el Señor, sé yo, lo quiere
muchos dias), y que sea para gloria y alabanza suya>. Y hasta en cierto
modo, quiso que fuese bajo secreto de confesión como lo significa en el
capítulo X, por las siguientes palabras: -< Yo digo lo que ha pasado por mí,
como lo mandan; y si no fuere bien, romperálo á quien lo envío, que sabrá
mejor entender lo que va mal, que yo, A quien suplico por amor del Se-
ñor, lo que he dicho hasta aquí de mi ruin vida y pecados lo publiquen,
desde ahora doy licencia, y á todos mis confesores, que ansí lo es á quien
esto va; y si quieren luego en mi vida; porque no engañe más al mundo,
que piensan hay en mí algún bien; y cierto con verdad digo, á lo que ahora
entiendo de mí, que me darán gran consuelo. Para lo de aquí adelante di-
jere, no se la doy; ni quiero, si á alguien lo mostraren, digan quién es, por
quien pasó, ni quién lo escribió, que por ésto no me nombro, ni á nadie,
sino escribirlo he todo lo mejor que pueda por no ser conocida, y ansí lo
pido por amor de Dios.-
Veamos, pues, en el presente capítulo, quién fué el confesor ó confeso-
res que tal obediencia la impusieron. Como este libro de la Vida fué el
primero que escribió, sucedió con él una cosa parecida, á lo que aconte-
ció cuando fundó el primer convento de su Reforma, es decir, que tuvo
muchos y muy grandes contradictores, así como defensores. Señalar y
nombrar á unos y otros, será el objeto del capítulo siguiente.
Ante todo es preciso consignar que acerca del primer punto no hay
divergencia ninguna en los autores que sobre él han escrito; pues, todos
-122-
testifican unánimes deberse este preciosísimo libro á los hijos de Santo
Domingo. En la imposibilidad de aducir todos esos respetables testimo-
nios, citaremos únicamente dos, no tanto para probar esa afirmación que
no necesita pruebas, pues es de todos admitida, cuanto para ilustrar tan
importante materia. Sea el primero el testimonio del célebre historiador
D. Vicente de La Fuente en los eruditos prólogos á la Vida de Sania Te-
resa. En la edición de 1861 se expresa asi (1): «Corria el año de 1561
cuando el P. Fr. Pedro Ibáñez, Dominico, confesor de Santa Teresa, suje-
to sabio y virtuoso, le mandó escribir su vida. Principióla en Avila y la
acabó de escribir en Toledo, en casa de Doña Luisa de la Cerda, señora
de Malagón y hermana del Duque de Medinaceli, hacia Junio de 1562 (2).
Y cuando el mismo historiador pasados veinte años, ó sea en 1881 edi-
taba de nuevo las obras de la mística Doctora, escribía: *E1 libro de
la Vida Inferior y fundación de San José, se lo mandó escribir un con-
fesor fraile Dominico, y continuar otro confesor, también Dominico». Y
poco más adelante: «al año siguiente (1563), le hizo Fr. García de Toledo,
también fraile Dominico y confesor de Santa Teresa, continuar aquel libro,
añadiendo la fundación de su primer convento de San José en Avila», y
concluye: «Debemos, pues, el libro de la Vida y fundación de San José de
Avila á Santo Domingo.»
El segundo testimonio, sea el del historiador de la Reforma, quien ocu-
pándose de los libros de su Santa Madre, en el libro 5.", capítulo XXXVI,
escribe así: «Esto supuesto pasemos á la escritura particular del libro de
la Vida. Dos veces lo escribió nuestra Santa Madre. La primera vez, antes
de fundar el convento de San Josef de Avila, cuando ya trataba de su fun-
dación. Mandóselo escribir el P. Presentado Fr. Pedro Ibáñez (3), como
(1) La Fuente, prólogo á la Vida.
(2) So entiende hasta el capitulo XXXll, pues los restantes los escribió en su mo-
nasterio de San José de Avila.
(3) La primera redacción que hizo por mandato del P. Pedro Ibáñez, por desgracia
se ha perdido sin que se sepa su paradero; de modo que la que hoy tenemos y se llama
'Vida de Sania Teresa, escr'ún por qWíí misma* es la que escribió por mandato del
P. García de Toledo. Esta segunda redacción la hizo la Santa en 1565 ó 15G6. La pri-
mera la hizo en 1562.
— 123 —
testificó el P. M. Fr. Domingo Báñez en las informaciones sobre la canoni-
zación, ambos confesores suyos, contemporáneos y de una misma Reli-
gión, El motivo que significó á la Santa el P. Presentado fué, para examinar
más despacio, y conferir los sucesos de su vida y caminos de su espíritu
con personas graves de su Orden. El que tuvo el siervo de Dios como sa-
A propósito de estas diversas redacciones, nos parece oportuno tratar una cuestión
delicada, relacionada con el libro de la Vida.
Sabido es que en el original de la Vida de la Santa, capítulo XXXVllI, se encuen-
tra una cláusula, escrita de esta manera: De la Orden de este Padre, que es la Com-
pañía de JesúS"; sin embargo, en la primera edición de las Obras de la Santa que se
hizo en Salamanca en 1588 y que fué dirigida por el célebre Agustino Fr. Luis de León,
de la cual tengo un ejemplar á la vista, se omitieron las palabras »que es la Compañía
de Jesús», y se dice así: «De los de cierta Orden». Las ediciones siguientes se hicieron
conforme á la primera hasta el año de 1627 en que se restableció el texto original, y
desde entonces han continuado conformándose con él. Se pregunta, ¿por qué en la pri-
mera edición se omitieron las palabras ^que es de la Compañía de Jesús»? ¿Por qué se
alteró, ó por mejor decir, se adulteró el texto? El Sr. La Fuente, en una nota tratando
el punto que nos ocupa, dice así: «Resta averiguar el autor de esta superchería. Los
Carmelitas descalzos declinaron la responsabilidad, y con razón; pues ellos no corrie-
ron con la edición de Salamanca. En tal caso viene aquella sobre Fr. Luis de León; y
en efecto, á él se le ha solido culpar; pero como él no tuvo el original de la Vida de
Santa Teresa, sino la copia sacada por el P. Medina, Dominico, para la duquesa de
Alba, falta saber si la copia era conforme al original.
«De Fr. Lus de León no se sabe que fuera enemigo de los Jesuítas: éstos aún no se
habían ingerido en la Universidad, cuyas cátedras daban pábulo á todas aquellas ren-
cillas. El P. Medina y casi todos los frailes de San Esteban de Salamanca, discípulos
de Melchor Cano, eran desafectos á los Jesuítas. Con todo, yo no me atrevo á culpar á
nadie.» (a).
Aunque no afirma, como se ve, el Sr. La Fuente, que adulteraron el pasaje aludido
los Dominicos, pero se expresa de tal modo que parece sospechar él y da motivo á los
que lean su relato para sospechar que fueron realmente los Dominicos los autores de
esta superchería, como la llama el Sr. La Fuente.
Porque si según él, esta prímera edición se hizo no por el original, sino por una co-
pia que de él habia sacado para la duquesa de Alba el Dominico, P. Medina; si este
Padre y todos los Dominicos de San Esteban de Salamanca, discípulos de Melchor
Cano, eran desafectos á los Jesuítas; sí por otra parte, Fr. Luis de León no era enemi-
(a) Tomo 1." Edición de 1861, página 118.
-124-
bio y prudente fué, para que tantas maravillas, y raros prodigios de la
benignidad divina con las almas puras, tan altas noticias del tacto místico,
no quedasen en olvido, ni con menos certidumbre de la que podía dar
la misma Santa, humilde, ilustrada, y sumamente ajustada á la verdad, y
tan enseñada de Dios, que nadie como ella podía decirlo tan bien, ni con
go de los Jesuítas; si los Padres Carmelitas no tuvieron responsabilidad alguna en ello,
viene la culpa de rechazo al dicho padre Medina, quien al sacar la copia para la du-
quesa de Alba omitió esas palabras y fué causa de que Fr. Luis de León, que editó la
Vida por esa copia, las omitiese también.
Ni con decir el Sr. La Fuente que él no se atreve á culpar á nadie, desvirtúa el fun-
damento que da para sospechar mal del Dominico P. Medina, habiendo dicho antes que,
este Padre, como todos los Dominicos de Salamanca, eran desafectos á los Jesuítas.
Insinuaciones de esta especie no deben hacerse nunca sin fundamento sólido. Y
¿cuál es la base en que apoya sus suspicacias e! Sr. La Fuente? No otra que la gratuita
é injuriosa afirmación de que los Dominicos de Salamanca, especialmente el P. Me-
dina, eran enemigos de los Jesuítas, y todos participaban de las preocupaciones de
Melchor Cano, contra esa Orden religiosa. Todo esto por soberanamente gratuito é
injurioso contra aquella religiosísima casa, no puede encontrar acogida en ningún áni-
mo sereno é ímparcial: quod sic ostendis, incredulus odi.
Pero supongamos que las malignas suspicacias del Sr. La Fuente sean verdaderas:
no bastan ellas para salvar la dificultad: es preciso darles mayor amplitud y extender
la malevolencia de los Dominicos hasta la misma Santa Teresa, falseando los testimo-
nios que el Espíritu Santo inspirara á su pluma. ¿Está cierto el Sr. La Fuente de que
Fr. Luis de León editó la Vida de Santa Teiesa por la copia que del original sacó
Fr. Bartolomé de Medina? ¿Está cierto de que en esa copia falta el testimonio en favor
de la Compañía? ¿Sabe el Sr. La Fuente si el P. Medina sacó alguna copia del libro de
las Moradas para que por ellas pudiera editar Fr. Luis esta obra? Porque también aquí
se cometió la misma supercliería, suprimiendo lo que en el original se lee en favor de la
Compañía.
Dice así el original del libro de las Moradas, Moradas quintas capítulo IV. hacia el
medio del capítulo: «Pues las que avrá perdido el demonio por Santo Domingo y San
F.co y otros fundadores de órdenes y pierde aora por el P.e Inacio el q. fundó la com-
pañía q. todos está claro como lo leemos recibían mercedes semejantes de Dios q. fué
esto sino que se esforzaron á no perder por su culpa tan divino desposorio». Y que esto
sea ciertamente así, me consta por carta nuiy atenta de la M. R. M. Priora del Conven-
to de Carmelitíis Descalzas de Sevilla, donde como es sabido, se conserva el origina'
de este precioso libro. Dice así. la carta: <'J. M. J. T, --Carmelitas Descalzas, Sevilla 24
-125-
palabras tan propias de la materia. Y así á este Venerable Padre debe la
Religión, y la Iglesia todo el tesoro que goza. Y cuando considero lo
que cada uno hizo ayudando y sirviendo á la Santa, y favoreciendo á
su Religión, no sé que nadie pueda ganar la palma á este Venerable
Padre.
Mayo 1909.— M. R. P. Fr. Felipe Martín. M. R. y estimado Padre: Con la más grata
complacencia, respondo á su muy apreciabie del 22 y accediendo á su deseo, copio del
original de las Moradas de Nuestra Madre Santa Teresa, las lineas que en su carta me
pide y son: «Pues las que avrá perdido el demonio por Santo Domingo y San F.co y
otros hmdadores de órdenes y pierde aora por el P.e Inacio el q. fundó la compañia q.
todos está claro como lo leemos recibian mercedes semejantes de Dios q. fué esto sino
que se esforzaron á no perder por su culpa tan divino desposorio.»
«Está copiado directamente del mismo original sin omitir ni añadir ni alterar palabra
alguna y casi literalmente, es decir, sin añadir ni quitar letra en lo posible, pues usa la
Santa de muchas abreviaturas y letras que no es posible enteramente imitar.
«Quedando en el gustoso encargo de encomendar á V. al Señor, le ruega lo mismo
en favor de esta Comunidad, y en especial, por la menor de todas y de \\ h. s.— Lo-
renza del S. C. de Jesús— Pra.— *
Las ediciones que se han hecho de este libro, exceptuando la primera, se hallan
conformes en un todo con el original, menos en algunas variantes de ortografía y asi
en las ediciones del Sr. La Fuente se encuentra la cláusula de este modo: «Pues las
habrá perdido el demonio por Santo Domingo, y San Francisco, y otros fundadores de
Ordenes, y pierde ahora por el P. Ignacio el que fundó la Compañía, que todos está
claro, como lo leemos, recibían mercedes semejantes de Dios. ¿Qué fué ésto, sino que
se esforzaron á no perder por su culpa tan divino desposorio?»
Pero no sucede así con la primera edición que hizo Fr. Luis de León en 1589, y que
tengo á la vista; pues dice de esta manera: «Pues, las que aura perdido el demonio por
Santo Domingo, y San Francisco, y otros fundadores de ordenes? que todos estos,
como lo leemos, recibian mercedes semejantes de Dios. Que fue esto, sino que se es-
forcaron á no perder por su culpa tan divino desposorio.»
Como se ve por la comparación de un texto con otro, es decir, del texto del original
y las ediciones posteriores, menos la primera, por un lado, y por otro el texto de la pri-
mera edición dirigida por Fr. Luis de León, resulta que en esta primera se hallan supri-
midas las palabras «y pierde ahora por el P. Ignacio, el que fundó la Compañía.»
Un poco difícil sería explicar esta supresión por el desafecto de los Dominicos á los
Jesuítas. Nos consta ciertamente que Fr. Luis de León tuvo á la vista el original de las
Moradas y sin embargo están suprimidas esas palabras, sin que ni el P. Medina, ni
ningún dominico interviniese en esta supresión.
-^126-
«Dio principio á escribir este libro nuestra Santa Madre en Avila, año
1561: no se sabe el mes, ni el día. Habiendo ido á Toledo á petición de
Doña Luisa de la Cerda, como ya queda escrito, la prosiguió y acabó en
aquella casa, como dice esta fecha que de mano de la Santa se lee en el
Mas volvamos á la cláusula suprimida en libro de la Vida.
Es cierto que el P. Medina sacó una copia del libro de la Vida de Santa Teresa
para la duquesa de Alba, pero no consta que haya falseado el texto. Aunque en un
principio estuvo prevenido por lo que oía decir contra ella, fué después que la trató su
mayor amigo y defensor, é iba de Salamanca á Alba todas las semanas á confesarla, y
á esa copia ó traslado alude la misma Santa, cuando escribiendo al P. Gracián se ex-
presa así: «parecíame que ese libro, que dice le hizo trasladar el P. Medina, es el gran-
de mío. Hágame V. P. saber lo que sabe en este caso, que no se le olvide, porque me
holgaría mucho, que ya no hay otro, sino el que tienen los ángeles (los hiquisidores),
porque no se pierda» (a).
Consta también que Fr. Luis de León, al hacer la primera edición, tuvo á la vista
el original y no la copia del dicho P. Medina. Cae por lo tanto por el suelo todo el fun-
damento que tenia el Sr. La Fuente, y no debió mencionar siquiera esa copia como
cosa impertinente para el caso de explicar la supresión de las palabras: «que es de la
Compañía de Jesús». Que Fr. Luis tuvo á la vista el original, lo certifican el P. Gracián,
el P. Bánez, la venerable Ana de Jesús y el mismo Fr. Luis de León. Por ese motivo
las célebres Carmelitas, tantas veces citadas sientan como inconcusa esta verdad y es-
criben: «Lo afirman así formalmente el P. Gracián, la venerable Ana de Jesús, el mismo
Fr. Luis de León y el P. Domingo Báñez. Es verdad, que el Sr. La Fuente no conoció
cuando publicó los escritos de Santa Teresa, la declaración de Ana de Jesús, pero de-
bieron bastarle los testimonios del P. Gracián y de Fr. Luis de León para consignar
que la primera edición se hizo por el original. Por eso, aunque es digno de elogio, por
lo que trabajó en favor de Santa Teresa, pero es preciso confesar que se hallan errores
de consideración en sus introducciones y en las notas á las obras de la Santa Ma-
dre» (b).
Por último, el mismo P. Pons, en sus notas al capítulo XIV del libro 1." de la Vida de
Santa Teresa, escrita por el P. Ribera, al ocuparse en este asunto, dice así en la pági-
na 161: «Creemos que no puede ya dudarse racionalmente de que el P. M. Fr. Luis de
León, y no otro, fué quien hizo aquel cambio», es decir, el que suprimió las palabras
«que es de la Compañía de Jesús». Nada resta añadir á estas palabras formales del
erudito P. Jesuíta.
(a) Carta 5.", La Fuente, Edición 18()1.
(b) Tumo 1.", página 35.
-127 -
original: Acabóse este libro en Junio de 1562. Volvió después desde Toledo
á Avila, fundó su primer monasterio en Agosto de dicho año, día de San
Bartolomé; y de aquí se saca que ya tenía acabado su libro cuando lo fun-
dó Después de ésto, el P. Fr. García de Toledo, persona de aventajados
caudales de sangre, talento y letras, de la Sagrada Orden de Santo Domin-
go, y confesor de la Santa: considerando que en la primera relación falta-
ba la fundación de aquel Convento tan digna de historia: y otros muchos
de grande importancia: y que por haber sido sin distinción de capítulos era
menos agradable: con la autoridad de confesor le mandó que tornase otra
vez á escribir su vida, supliendo lo que faltaba. Obedeció la Santa con
prontitud y con repugnancia, del natural oprimido de los nuevos cuidados
y asistencia del gobierno de aquel nuevo dechado de perfección*. Hasta
aquí los dos célebres historiadores ó biógrafos de la Santa Madre Te-
resa de Jesús, los cuales, como se acaba de ver, confiesan, y así lo hacen
todos, que este libro se debe á los VV. PP. Fr. Pedro Ibáñez y Fr. García
de Toledo, ó sea, á Santo Domingo, como dice el Sr. La Fuente (1).
(1) Después de tan graves y expresivos testimonios, y otros muchos que pudieran
aducirse, no tienen verdaderamente explicación las palabras del Jesuíta P. Pons, quien
en la Introducción á la Vida de Santa Teresa, por el P. Ribera, que acaba de publicar,
escribe asi: "¿Quién la impuso (á Santa Teresa) este precepto (de escribir la Vida?)
¿Cuándo empezó á escribirla? Lo ignoramos». No lo ignoramos; lo ignora S. Reveren-
cia, P. Pons; pero lo sabe todo el mundo, y no en duda, sino en cierto. Sabemos cier-
tamente que el que la impuso este precepto ó mandato (no el que la dio licencia, como
equivocadamente dice el P. Pons), fué el P. Fr. Pedro Ibáñez, Dominico, Lector de Sa-
grada Teología en el Convento de Santo Tomás de Avila, como consta de los prece-
dentes testimonios.
El mismo P. Pons, en la misma introducción, un poco más adelante, después de ci-
tar las palabras del Dominico P. Fr. Domingo Báñez, en que asegura que el libro de la
Vida le escribió Santa Teresa «con licencia de sus Confesores, que antes habia tenido,
como fué un Presentado Dominico, llamado R. P. Ibáñez, añade el P. Pons: «Ahora
bien, los Confesores que antes tuvo, fueron los PP. Prádanos, Alvarez y Salazar, de la
Compañía, y el P. Ibáñez, Dominico». Como se ve, el P. Domingo Báñez, en este tes-
timonio que dio en Salamanca en 1591 para la canonización de la Santa, no sólo dice
que Santa Teresa escribió el libro de la Vida con licencia de sus Confesores, sino
que señala y nombra entre los Confesores que habia tenido «al Presentado Dominico
P. Fr. Pedro Ibáñez.»
-128-
Las célebres Carmelitas ya citadas en el prólogo á la Vida de la Santa
se expresan en estos términos:
«Entre los escritos de Santa Teresa de Jesús, la obra más importante y
la primera en el orden cronológico es el Libro de su Vida. Este, como la
mayor parte de los escritos que nos dejó Santa Teresa, fué efecto de un
acto de obediencia.
El fin que la Santa tuvo al escribir su Vida, fué dar á conocer á sus
confesores las gracias con que Dios la favorecía y el grado de oración en
que se hallaba. En todo el curso de esta obra habla dirigiéndose á religio-
sos de Santo Domingo, á los PP. Pedro Ibáñez, Domingo Báñez y García
de Toledo; y gran número de pasajes revelan claramente la intimidad toda
sobrenatural que unía á la Santa con estos tres hombres eminentes, en los
cuales hallaba, además de la ciencia teológica, de que tan ávida fué siem-
Desde luego puede afirmarse, que cualquiera que lea al Jesuíta P. Pons, en su In-
troducción, y no esté en antecedentes, sacará en consecuencia, que lo más probable
es, que el que mandó escribir á Santa Teresa el libro de su Vida, fué un Jesuíta. Por-
que, si por una parte, según el P. Pons, «se ignora quién la impuso este precepto», si
según el mismo Padre, sólo sabemos que Santa Teresa ¡o escribió con la licencia de
los Confesores que antes habia tenido, y los confesores que antes había tenido, «fue-
ron los PP. Prádanos, Alvarez y Salazar, de la Compañía, y el P. Pedro Ibáñez, Domi-
nico»; resulta, según ésto, que de cuatro probabilidades, sobre quién pudiera ser el
Confesor que impuso á Santa Teresa el precepto de escribir su Vida, las tres son en
favor de los PP. jesuítas y sólo una en favor de los Dominicos. Así se embrollan las
cosas más claras y patentes de la historia.
Lo más extraño de todo en el P. Pons es, que después de haber escrito lo que aca-
bamos de ver en la Introducción, al llegar al capitulo XIII, del libro primero, se expre-
sa así en las notas de la página 156: «No hay que confundir (dice), á este Padre (P. Ibá-
ñez), con Fr. Domingo Báñez, de la misma Sagrada Religión, como lo hace el P Anto-
nio Touron O. P. en su obra Histoire des hommes ilustres de l'Ordre de Saint Domi-
nique, tomo IV, libro XXXII". Tuvo el P. Ibáñez la feliz idea de ordenar á Santa Tere-
sa que escribiera la historia de su Vida. Principióla en Avila en 1561 y la acabó de es-
cribir en Toledo, en casa de Doña Luisa de la Cerda, hacia Junio de 1562.» Y más ade-
lante, en otra nota, página 390, viene á repetir lo mismo, al escribir: «Empezó la Santa
á escribir el libro de la Vida en 1561, por orden del P. Fr. Pedro Ibáñez, Dominico, y
la terminó en 1562, estando en Toledo. En esta ciudad, por mandato del P. García de
Toledo, también Dominico, añadió al libro, la fundación de San José de Avila. Véase la
-129 —
pre, la experiencia personal en lo que se refería á la mistica más elevada. >
Como se ve, no sólo confirman todo lo que hasta aquí llevamos ex-
puesto en el presente capítulo, sino que añaden dos cosas en que convie-
ne fijemos nuestra atención. Ellas nos dicen, y con razón, que en esos
hombres eminentes no sólo hallaba la Santa los conocimientos teológicos,
ó sea, que eran liombres de letras, sino que encontró también en ellos la
ciencia experimental de la mística más elevada, que era grande la expe-
riencia que tenían en los caminos sobrenaturales de la oración, que Dios
comunica á algunas almas privilegiadas, entre las cuales deben ser conta-
dos estos venerables religiosos; con lo cual se confirma más y más cuanto
apuntamos en la primera parte al ocuparnos de esta importante materia.
Nombran además al P. Domingo Báñez, de quien nada nos han dicho, ni
el Sr. La Fuente, ni el autor de la Reforma Carmelitana. Esto necesita ex-
Introducción». ¿Quién no ve en estas afirmaciones la más patente contradicción? Repi-
te dos veces en las notas que la Santa empezó á escribir su Vida en 1561, por orden
del P. Pedro Ibáñez, después que ha afirmado en la Introducción: «que ignoramos quién
la impuso el precepto de escribir y la fecha en que empezó. Nos parece excesivo el
aplomo con que el P. Pons trata de envolver en el misterio de la duda un punto indis-
cutible, estudiado por él con tanta ligereza, que es muy dificil salvarle de haber incu-
rrido en contradicción palmaria.
También encierran no pequeña inexactitud las últimas palabras de la página 190,
cuando dice: »En esta ciudad (Toledo), por mandato del P. Garcia de Toledo, también
Dominico, añadió al libro la fundación de San José de Avila'>. Mucho se equivoca el
P. Pons al afirmar que Santa Teresa añadió en Toledo al libro de la Vida la fundación
de San José de Avila. Esta fundación es cierto que la escribió por mandato del Domi-
nico P. Garcia de Toledo; pero no la escribió en Toledo, sino en Avila. Santa Teresa
estuvo en Toledo los primeros seis meses de 1562, ó sea, hasta últimos de Junio, que
llegó á Avila, haciéndose la fundación de San José el 24 de Agosto de este mismo año,
y como es claro, no pudo escribirla en esos seis meses, pues aún no se había hecho la
fundación, y no volvió á la imperial ciudad, hasta el año 1568. Para esta fecha, hacia ya
tiempo que la Santa había terminado el libro de la Vida, pues según todos los biógra-
fos, al salir á la fundación de Medina en el 1567, había ya escrito además el Camino
de Perfección, que según todos, es posterior al libro de la Vida...
Clin razón, pues, el ilustre profesor del Colegio de Francia, Mr. Morel, en el Biille-
tin Hispaniquc, que se publica en Bordeaux, acusa al P. Pons de haber escrito con
poca preparación y sin la suficiente critica.
9
-130-
plicación. Los dos autores citados se ocupan sólo de señalar quiénes fue-
ron los que mandaron á Santa Teresa escribir su vida, y estos ciertamen-
te fueron los PP. Pedro Ibáñez y García de Toledo; pero estas eruditas
religiosas pasan más adelante, y haciéndose cargo de que el P, Báñez era
conventual y lector en Santo Tomás de Avila, cuando por mandato del
P. García de Toledo escribía la Santa por segunda vez su Vida; y no sólo
vivía en Santo Tomás, sino que era además por aquel tiempo, confesor de
Santa Teresa, en unión del P. García de Toledo, pues la misma Santa afir-
ma que tenia en aquella época dos confesores, y los dos, grandes letra-
dos (1), los cuales eran estos venerables Padres: se explica que al recibir
en Santo Tomás los pliegos que desde San José, enviaba Santa Teresa,
los dos Padres los leyesen, repasasen y consultasen entre sí, sobre puntos
tan elevados, como eran los que la Santa trataba.
Conoció tan á fondo este libro de la Vida, el P. Báñez y tenía tal se-
guridad sobre la doctrina y enseñanzas que encerraba, que según su pa-
recer no había necesidad de consultar con nadie sobre este punto y así se
lo significó en diversas ocasiones á la misma Santa Madre. Mas ésta, lle-
vada de su profunda humildad, quiso que á todo trance lo leyese y diese
su parecer el Beato Juan de Avila, y á escondidas y sin saber nada el Pa-
dre Báñez, se le envió por conducto de Doña Luisa de la Cerda; y á esto
aludía Santa Teresa cuando escribiendo á dicha señora, la decía de esta
manera: «Mire V. S., pues le encomendé mi alma, que me la envíe con
recaudo lo más presto que pudiere, y que no vengan sin carta de aquel
santo hombre, para que entendamos su parecer, como V. S. y yo trata-
mos. Tamañita estoy cuando ha de venir el presentado Fr. Domingo, que
me dicen ha de venir por acá este verano, y hallarme ha en el hurto: por
amor de Nuestro Señor, que V. S. en viéndole aquel santo, me le envié,
que tiempo le quedará á V. S. para que le veamos, cuando yo torne á To-
ledo. De que le vea Salazar, si no es mucha oportunidad, no se le dé nada,
que va más en esto* (2).
(1) Vida de la Santa, capitulo XXXIX, donde escribe: 'Díjelo á mis confesores que
tenía entonces dos liartos letrados y siervos de Dios.-
(2) Carta 5.", La hueiite, edición 18G1.
i
-131 -
Tienen, pues, más que sobrado fundamento al nombrar al P. Báñez
como á persona que revisaba en unión del P. García, los pliegos según la
Santa los enviaba de su convento de San José, por más que no el P. Bá-
ñez, sino el P. García, era el que se los mandaba escribir (1).
Comentando estas palabras de su Santa Madre el P. Antonio de San José, escribe:
«El P. Fr. Domingo Báñez, su confesor, estaba ya suficientemente asegurado de él. No
quería se anduviese en más pruebas. Deseaba se aquietase la Santa, pero como el jus-
to siempre vive con recelo, todavía vivía la Santa recelosa de sí misma. Agitada de su
humildad, y deseosa de su quietud, envió el libro á el M. Avila, como á varón tan doc-
to y espiritual. Por eso segunda vez encarga á este Señora, que se lo vuelva antes que
su confesor vuelva á Avila: "Tamañita estoy, dice, cuand ) ha de venir el Presentado
Fr. Domingo (que me dicen ha de venir por acá este verano), y hallarme ha en el hur-
to». Es muy propia la voz tamañita, pues como dice el Diccionario español, es lo mismc»
que temerosa ó amendrentada. En lo cual se ve la propiedad con que usaba la Santa
la lengua castellana, aunque escribía de priesa». (P. Antonio de San José, tomo 2.", car-
ta 10, página 73. nota número 7.) Y añade el autor de la Reforma, libro 5.", capítulo 36.
Aunque los referidos PP. de la Orden de Santo Domingo, Ibáñez, Báñez y Toledo,
vieron y aprobaron la primera y segunda vez esta escritura con la atención y rigor que
la materia pedía, y requería su reputación en caso que les pidiesen cuenta de su apro-
bación. La Santa acosada de su misma humildad y poca satisfacción de sus obras no
perdió ocasión de asegurarse más y más de lo escrito.»
(I) Estos Padres examinaban el libro de la Vida y conferenciaban sobre él en el
convento de Santo Tomás por los años de 1564 y 1565.
CAPÍTULO III
Cos IPIP. Domingo Báñez y l^ernando del Castillo, y la Vida de
teresa de ¡esús, ante el tribunal de la iínquisición.
Ya se ha visto qué parte tuvieron los hijos de Santo Domingo en el
libro primero y principal de Santa Teresa, ó sea en el libro de su vida.
Los nombres de los VV. PP. Fr. Pedro Ibáñez, Fr. Domingo Báñez y
Fr. García dj Toledo, serán siempre venerados y de memoria eterna por
la eficacísima parte que tuvieron en vencer la modestia de Teresa de Je-
sús, haciéndola trasladar al papel las misericordias que sin medida había
recibido del Señor.
Resta ahora historiar las persecuciones por que pasó este libro, del cual,
como del de la Imitación Cristo por Kempis, afirma el Cardenal Gon-
zález (1) haber sido escrito bajo un influjo especial del espíritu de Dios.
Para hacer la relación fiel de estas persecuciones, de sus perseguido-
res y defensores que constituye la materia de este tercer capítulo, seguire-
mos citando las palabras de los mismos historiadores que nos han servido
para ilustrar el capítulo anterior; porque ellos son los que con más exten-
(1) La Biblia y La Ciencia, Cap. I, párrafo 4.*'
«De cuatro modos puede influir Dios, para que un escritor no se aparte de la verdad:
(a) Por medio de un movimieuto piadoso, en virtud del cual, el hombre es excitado
por Dios de una manera particular para escribir cosas espirituales y ascéticas, encamina-
das á la santificación de las almas: las obras de Santa Teresa y el libro de la Imitación
de Cristo, pueden considerarse como manifestaciones de este movimiento piadoso y
divino.»
— 134 —
sión y más circunstanciadamente nos dan cuenta de estos importantes su-
cesos. Mas para actuarse mejor en cuanto digan, conviene recordar antes
que, acabado de fundar el monasterio de Toledo, en Mayo de 1569, San-
ta Teresa se fué á fundar á Pastrana; pues tenía hacía ya tiempo con-
certada esa fundación con la Princesa de Eboli, Doña Ana de Mendoza.
«Hallé allá, dice la Santa en el capítulo XVII de sus Fundaciones, á la
Princesa y al Príncipe Ruiz Gómez de Silva, (señores de aquella villa),
que me hicieron muy buen acogimiento. Estaría allí tres meses, adonde se
pasaron hartos trabajos, por pedirme algunas cosas la Princesa, que no
convenían á nuestra religión: así me determiné á venir de allí sin fundar,
antes que hacerlo. Mas el Príncipe Ruiz Gómez con su cordura (que lo
era mucho y llegado á razón), hizo á su mujer que se allanase. Fundados
entrambos monasterios, uno de Frailes y otro de Monjas, murió el Prínci-
pe Ruiz Gómez, y con la acelerada pasión de su muerte entró la Princesa
allí monja. Vínose á disgustar con la Priora y con todas, de tal manera que
dejó el hábito y aun después de dejado, estando ya en su casa le daban
enojo, y las pobres Monjas con tanta inquietud que yo procuré se quitase
de allí el monasterio, fundándose uno en Segovia». Se hizo esto por pa-
recer y consejo de nuestros VV. PP. Pedro Fernández, Hernando del Cas-
tillo y Domingo Báñez, como se dirá en otra parte. Después de estos pre-
liminares, oigamos á los historiadores ya citados la relación que nos ha-
cen de la persecución que se levantó contra el libro de la Vida.
Y sea el primero el autor de la Crónica Carmelitana, quien en el libro
segundo, capítulo XXVIII hace historia extensa de todo lo ocurrido por
las siguientes palabras: -Partióse la Santa para la villa de Pastrana: fué
muy bien recibida de los Príncipes, y aposentáronla en una pieza de Pa-
lacio, retirada de la comunicación, en tanto que se componía la casa que
había de ser monasterio. Porque la Princesa la había hecho derribar, y
volver á hacer algunas cosas de nuevo, con que se pasaron algunas inco-
modidades, por la estrechez y otros descuidos de Palacio. Mayores fueron
las que luego comenzó á experimentar con la Princesa. Había llevado de
Madrid una religiosa Agustina del Convento de la Humildad de Segovia,
llamada Doña Catalina Machuca, con intento que dejando su hábito, to-
mase el de descalza Carmelita: y con tanta resolución, que mandaba se
-135-
ejecutase luego. No vino en ello tan presto la santa fundadora, previnien-
do las dificultades de estas mudanzas, y falta de las noticias de la persona
para darle su hábito. Era esta señora tan fuerte en sus determinaciones,
tan agradada de sus pareceres, que el nó, era crimen sin perdón. Bien
echó de ver el sentimiento la santa madre; pero parecióle menor daño que
el que podía hacer en sus hijas aquella monja no conocida. Para dar al-
guna salida consultó al P. Maestro Fr. Domingo Báñez, lo que debía ha-
cer, declarándole las causas que por una y otra parte se ofrecían. Respon-
dióle, hacía muy bien, y que debía guardar entereza en no abrir la puerta
á recibir monjas de otra Orden, sin muy maduro y largo examen, por lo
que la experiencia había descubierto en semejantes mudanzas. Con esta
respuesta del P. Báñez, se sosegaron algo la Princesa y la pretendiente,
aunque no del todo. Porque el encuentro de voluntades, mayormente de
Príncipes, lo menos que deja son sospechas.
«Presto se ofreció otra ocasión de mayor sentimiento para la Santa y
sus Religiosas. Tuvo la Princesa noticia (no se sabe cómo) de que traía
consigo el libro que había escrito de su Vida. Dióle tanto apetito (pasión
propia de mujeres) que se lo pidió. Como la Santa con discretas y humil-
des excusas lo negase, puso por intercesor al duque, su marido. Resistió
como al principio. Pero fueron tantos los ruegos del uno y del otro, que
se hubo de rendir, habiendo primero recibido palabra de que sólo ellos lo
habían de leer: advirtiéndoles los gravísimos inconvenientes que de lo
contrario se podían seguir. Dentro de pocos días supo la Santa que anda-
ba su libro entre de las criadas; ó porque alguna lo tomó, ó porque la
Princesa se olvidó de lo que había ofrecido. Fueron grandes las risadas
de Palacio, y no menos las mofas, siendo movedora la Princesa por no
obedecida en la monja no admitida. Decían ser embelecos las revelacio-
nes semejantes á los de Magdalena de la Cruz. Llegaron á tanto las bur-
las que pasaron hasta Madrid, y en los estrados de las señoras se cele-
braron los gracejos de la Princesa contra el libro. Y este fué el origen de
pedirlo después el Inquisidor General-.
El Sr. La Fuente refiere el mismo desmán, como la Santa le llama (1),
(1) La Fuente, relación 7.'', número 20, libro de las Relaciones.
— 136 —
y escribe en el prólogo ó introducción á la Vida de Santa Teresa, tomo 1.°
edición de 1861: En aquel mismo año (1569) á 9 de Julio, tomó posesión
Santa Teresa del Monasterio de Pastrana, después de haber estado algu-
nos días en compañía de los Príncipes de Eboli, que la acogieron con gran
benignidad. Pero el genio voluble y caprichoso de la Princesa causó no
pocos disgustos á la fundadora. Uno de ellos fué la persecución que le
acarreó por el libro de su Vida. La Princesa quiso verlo: las de Medina-
celi y Alba habían disfrutado de aquel libro; ¿por qué no lo había de dis-
frutar ella? (1).
(1) Las copias que cada día se multiplicaban, desagradaban sobre manera al P. Bá-
ñez, porque de ese modo se iban publicando cosas que debieran estar ocultas y secre-
tas. Y con razón se alarmaba por ello ese respetable religioso, nos dicen las Madres Car-
melitas; pues esto fué el motivo y ocasión de que la Princesa de Eboli comprometiese
á la Santa á que la diese contra su voluntad el libro de la Vida. Sabía la dicha Princesa
que le leían Doña Luisa de la Cerda, Doña María de Mendoza, hermana del Obispo de
Palencia, la Duquesa de Alba, Doña María Enríquez y su nuera Doña María de Tole-
do. Por eso el P. Báñez dijo en su declaración en Salamanca:
«Ítem digo: que en cuanto á sus libros, del uno dellos puedo decir que es donde
ella escribió su Vida y el discurso de la oración, por donde Dios la había llevado, pre-
tendiendo en esto que sus confesores la conociesen y enseñasen, y juntamente aficio-
nar á la virtud á los que leyesen las Miseí icordias de Dios, que con ella había usado,
siendo tan gran pecadora como ella confiesa con mucha humildad.
»Este libro ya le tenía escrito cuando yo la comencé á tratar, y le hizo con licencia
de sus confesores, que antes había tenido, como fué un presentado dominico, llamado
R. P. Ibáñez, lector de Teología de Avila: después tornó á añadir y reformar el dicho
libro, el cual libro yo llevé al Santo Oficio de la Inquisición en Madrid, y después me
lo volvió el inquisidor D. Francisco de Soto y Salazar, para que lo tornase á ver y di-
jese mi parecer, y le torné á ver; y al cabo del libro, en algunas fojas blancas, dije mi
parecer y censura, como se hallará en el original, escrito de mano de la misma madre
Teresa de Jesús, por el cual dicen se ha impreso el que anda en público, y me holgara
harto se imprimiera mí censura, para que se entendiera con cuánto recato se debe pro-
ceder en santificar á los vivos.
"La censura fué, en sustancia, que por el dicho libro constaba que la dicha Teresa de
Jesús, aunque fuese engañada, no era engañadora; pues tan de veras buscaba luz y ma-
nifestaba todos sus males y sus bienes.
»Lo segundo que dije, fué que no convenía que ándase en público este libro, mien-
-137 —
La Duquesa de Alba guardaba el libro con gran reserva y lo leía en su
oratorio; pero la de Eboli lo tuvo con tal indiscreción, que hasta los
pajes y dueñas se divertían en leerlo y hacían gran burla entre ellas sobre
las revelaciones de la monja. Muerto el Príncipe de Eboli, quiso la Prince-
sa entrar de religiosa en su Convento de Pastrana. El primer día tuvo un
fervor violento; al segundo mitigó la regla; al tercero la relajó, y principió
á tratar con seglares dentro de la clausura. Era además tan profunda su
humildad, que exigía á las monjas le hablasen de rodillas: además porfia-
ba se admitiese á las que quisiera proponer, sobre lo cual ya había alter-
cado con Santa Teresa, pues proponía algunas que no convenían. Santa
Teresa con la entereza de carácter que le era peculiar, manifestó á la de
Eboli que iba errada. La Princesa alegó que el Convento era suyo; pero
la Santa le probó que las monjas no lo eran; y mandólas salir de Pastra-
na, las hizo trasladar á Segovia, pues en verdad valía más no tener Con-
vento, que tenerlo malo. Grande debió ser el despecho de la altanera
dama y favorita de Felipe 11 por tal desaire, aunque tan merecido. De
tras ella viviese; mas que se guardase en el Santo Oficio, hasta ver en qué paraba esta
mujer, y que contra mi voluntad se hicieron algunos traslados del dicho libro por haber
venido á manos del obispo, D. Alvaro de Mendoza, que como poderoso y perlado, que
habia sido de la dicha Teresa de Jesús, le pudo hacer trasladar y dar á su hermana
Doña Maria de Mendoza, y asi algunos hombres curiosos en cosas espirituales, que
hubieron algunos de estos traslados á Uís manos, los trasladaron de nuevo, y uno de
ellos tiene la duquesa de Alba, Doña Maria Enriquez, y creo que vino á manos de su
miera, Doña Maria de Toledo.
•Todo esto tan contra mi voluntad, que me enojé con la dicha Teresa de Jesús, aun-
que entendía que no tenia ella la culpa, sino de quien ella se había confiado; y dicién-
dole yo que quería quemar el original porque no convenia que escritos de mujeres an-
duviesen en público, me respondió ella, que lo mirase bien y lo quemase si me pare-
ciese, en lo cual conocí su gran rendimiento y humildad, y lo miré con atención, y no
me atreví á quemarle, sino remitile, como dicho tengo al Santo Oficio, de donde resultó
que después de su muerte se ha impreso, aunque no deja de tener contradiciones de
algunas gentes, que con buen celo y poca experiencia de la vida espiritual, calumnian
algunas cosas que no entienden; pero á otras nmchas personas doctas y vulgares les
ha parecido muy bien y les hace gran provecho. Declaración del P. Domingo Báñez».
(La Fuente, tomo 6.", página 174, edición de 1881.)
-138-
ahí su deseo de venganza y la delación del libro á la Inquisición.*
Y en su edición de 1881 se expresaba en esta forma:
•«La Providencia quiso que se rompiese toda comunicación entre la pura
y casta virgen de Avila y la viuda de Ruiz Gómez, é indispuesta con mo-
tivo de no haberse ésta doblegado á sus caprichos, orgullo y veleidades
en Pastrana, delató el libro á la Inquisición de Toledo» (1).
Tenemos, pues ya, el libro de la Vida en el tribunal de la Inquisición
y delatada la Santa Escritora bajamente por personas cortesanas y mal in-
tencionadas, convirtiendo, ó más bien, queriendo convertir aquel santo
Tribunal en Instrumento de su venganza: porque la Inquisición era enton-
ces para opiniones religiosas, lo que es ahora la policía para las opiniones
políticas en épocas de revueltas; Santa Teresa por lo tanto, y dejemos otra
vez la palabra al Sr. La Fuente: «Santa Teresa, dice, veíase en medio de
otra persecución tan grave ó más que la sufrida en Avila. Luchaba allí (en
Avila) contra el Ayuntamiento y los vecinos de su patria, contra los frailes
de su pueblo y las monjas de su propio Convento. Mas ahora se veía per-
seguida por los Carmelitas Calzados y por la Princesa de Eboli, que ha-
bía convertido en ira y despecho su altanera protección, y casi por la In-
quisición de Castilla la Nueva, á la cual habían sido denunciadas la escri-
tora y el libro.»
Tiene razón el Sr. La Fuente al afirmar, que la persecución de que ha-
blamos fué tan grave ó más que la sufrida en Avila al tratar de fundar su
primer monasterio: pues dando cuenta la Santa al P. Rodrigo Alvarez de
lo que estaba sufriendo con éste denuncia ó desmán como ella dice, aña-
de: ^Hame sido grande tormento y cruz y me cuesta machas lágrimas» (2).
No se lee ni es verosímil que las derramase cuando la persecución de Avi-
la (3), y por lo tanto, no creo, sea exajerado el decir que este apuro fué el
(1) La Princesa de Eboli, deiuiiKiú el libro diciendo que estaba lleno «de visiones»-
«de revelaciones y de doctrinas peligrosas- y prevenía á los Inquisidores «que se die-
sen priesa á recogerle y examinarle. -
(2) La Fuente, Relación 7/', núni. 2<i; libro de las Relaciones.
(3) Tan lejos estuvo de turbarse la indita Virgen Teresa de Jesús por las persecu-
ciones que sufrió de toda la ciudad de Avila en su primera fundación que como ella
misma escribe en el capitulo XXXlll de su Vida, nadie podía persuadirse de la paz in-
— 139-
iiiayor du cuantos pasó en su vida: y se explica que asi fuese no tanto por
la delación del libro á este Santo Tribunal, cuanto por el peligro que con
esta delación amenazaba de muerte á la naciente Descalcez. Santa Teresa
comprendió desde luego la grandeza del peligro, y ahí las lágrimas que la
costaba el desmán de la Princesa.
Santa Teresa supo, hallándose en Veas en 1575 la denuncia que se
había hecho de su libro, y afligida suplicaba al Señor remediase este des-
mán, porque comprendió luego que si incurría en la indignación de los
Inquisidores y de Felipe I!, amenazaba la destrucción de su Reforma.
Antes que Santa Teresa supo ya el P. Báñez la delación del libro al
Santo Tribunal. Véase lo que nos dicen las ya citadas Madres Carmelitas
en la Introducción á la Vida de su Santa Madre:
-El P. Domingo Báñez, entonces Regente del Colegio de San Grego-
rio de Valladolid, supo probablemente antes que la Santa, la pérfida de-
nuncia que se había hecho al Santo Tribunal. Inmediatamente sobre la
marcha se resolvió á presentar él mismo á los Inquisidores el libro que
había sido delatado como si tuviera peligrosas doctrinas, confiando sin
duda poder ampararle con la protección y prestigio de su nombre. Antes
de entregarle á los Inquisidores creyó prudente poner al margen algunas
terior en que se hallaba. Asi nos lo dice por estas palabras: «Otras veces hacíame Dios
muy gran merced, que todo esto no me daba inquietud... y esto no podía nadie creer
(ni aun las mismas personas de oración que me trataban), sino que pensaban estaba
muy penada y corrid¿i y aun mi mismo Confesor no lo acababa de creer'». Esto mismo
se deduce de todo e¡ proceso de Canonización llevado á cabo en esta Ciudad. Consta
dicho proceso de dos grandes volúmenes en folio. Tiene el primer volumen próxima-
mente unas 900 hojas ó folios, y el segundo cerca de 500. En las 1 19 declaraciones que
abraza el proceso, se halla consignado con toda unanimidad la grande paz, quietud y
presencia de espíritu en que se mantuvo siempre la Santa Fundadora durante el perio-
do de persecución atroz por que pasó al echar los cimientos de su celebérrima Ret\)r-
ma con la fundación de San José. Ya que hablamos del proceso, no está de más el ha-
cer constar también otra cosa muy notable por cierto, y es que apenas hay una decUi-
ración en todo él sin que aparezca el nombre del Dominico P. Fr. Domingo Báñez. Su
persona y su nombre juegan casi en todas las declaraciones.
Tal fué la influencia y protección que prestó siempre á Teresa de Jesús, con el pres-
tigio de su ciencia y decidido tesón en defender á la ilustre Virgen avilesa.
— 140 —
correcciones y adiciones. Había quizá ya este Padre hecho algunas expH-
caciones en tiempos anteriores en el original de la Santa, pero creemos que
las más importantes, las que creyó era conveniente hasta poner al pie de
ellas su nombre y firma, se refieren, según nuestro parecer, á esta época.
Con respecto á la nota marginal puesta al capítulo XXXVI, no cabe duda
ninguna y al mismo tiempo nos consta por ella la fecha fija en que el cé-
lebre dominico revisó el libro antes de presentarle al Santo Oficio. En efec-
to; en el pasaje de este capítulo XXXVI en que la Santa cuenta «que sólo
un presentado de la Orden de S nto Domingo salió á la defensa de la
fundación del monasterio de San José en la junta magna que se celebró en
Avila para deshacerle, se lee al margen, de letra del P. Báñez: -^^Esto tuvo
lugar en 1562 á fin de Agosto. Yo era presentado y di efectivamente este
parecer. Fr. Domingo Báñez. En el punto (momento) que yo escribo esto,
2 de Mayo de 1575, esta Madre ha fundado ya nueve monasterios donde
hay grande regularidad y observancia». El P. Báñez firmó también la nota
que se encuentra regularmente al fin de la Vida de la Santa haciendo ver
que la fecha que pone Santa Teresa diciendo: «Acabóse este libro en Ju-
nio de 1562-, Se entiende de la primera vez que le escribió. Es muy creí-
ble también, que antes de entregarle al Santo Oficio, cre/ó prudente bo-
rrar ó tachar en los títulos ó sumarios de los capítulos algunas palabras en
que la Santa parecía alababa la doctrina contenida en el libro de su Vida.
Estas tachas se ven en los capítulos XVI II y XX. >
Para comprender y darnos cuenta, tanto de esta conducta del P. Báñez,
como de lo mucho que debió influir delante de! Tribunal el ser patrocina-
do el libro de la Vida por un hombre del prestigio y fama que este Padre
tenía en toda España, es preciso trasladarnos a aquella época, en que como
dice muy bien el Sr. La Fuente la Inquisición no se dormía, y en Vallado-
lid y en otros puntos se quemaban monjas, y no se perdonaba ni á los
frailes ni Arzobispos. Bien actuados en lo que sucedía entonces, es sola-
mente como se puede apreciar todo lo que significa esta conducta del Pa-
dre Báñez, y cuanto debió valer para sacar á Santa Teresa de este apuro.
Ahora bien: descrita ya la persecución, señalados y nombrados los po-
derosos Principes que la perseguían y la hacían derramar muchas lágrimas;
procede ahora averiguar, quiénes fueron los que defendieron á Teresa de
— 141-
Jesús en este tan grande apuro, el mayor de cuantos padeció en su vida.
Los graves historiadores ya citados, que con gran imparcialidad han juz-
gado estos sucesos, nos servirán para conocer por sus propios nombres,
á esos grandes protectores, á esos fieles amigos, que como tales, jamás
desampararon, aun en medio de sus más terribles tormentos á la incom-
parable Virgen, á la gran Teresa de Jesús.
Oigamos primero al Historiador de la Reforma (1), quien después de
referir !a delación del libro al Santo Tribunal de la Inquisición, continúa
de esta manera: Hizo el Tribunal, dice, su pesquisa con toda diligencia y
con la circunspección que suele. Entregó el libro á sus calificadores y se-
ñaló entre los demás al P. M. Fr. Domingo Báñez, y al P. M. Fr. Hernan-
do del Castillo, Predicador del rey, para que nunca faltasen Frailes Domi-
nicos al amparo de la Santa.*
Después de bien meditado y ponderado lo mucho que significan las
anteriores palabras, oigamos ahora al célebre historiador de nuestros días,
al Sr. La Fuente, que con vasta erudición y grande imparcialidad trata á
fondo la cuestión. Por esta razón, y porque la gravedad del asunto lo me-
rece, vamos á trasladar cuanto sobre él escribe.
Hemos dicho que la Inquisición eligió entre todos los calificadores ó
consultores á dos hijos de Santo Domingo para que censurasen el libro.
Pues bien: el Sr. La Fuente, ocupándose del P. Domingo Báñez y de la
censura que dio de oficio al Santo Tribunal de la Inquisición que le había
confiado comisión tan delicada, dice así (2): <E1 P. Báñez fué por segunda
vez su apoyo en medio de tan gran apuro. Su censura debió de influir
mucho á favor de la pobre monja, que por entonces se hallaba en Sevilla,
Para ello veamos el carácter personal del P. Báñez y el de su propio es-
crito.»
«Era el P. Báñez un Frayle Dominico, natural de Mondragón (3), aunque
otros le hacen de Valladolid. Por espacio de cuarenta años explicó Teo-
(1) Libro 5.", capitulo XXX VI.
(2) Aprobaciones de la Vida, edición de 1801.
(3) Nació el P. Báñez en Medina del Campo, si bien sus padres, eran (oriundos de
Mondragón.
-142-
logía en las tres Universidades mayores de Castilla, Alcalá, Valladolid y
Salamanca. En ésta fué donde logró mayor mérito, llegando á ser el oráculo
de aquella Universidad. Escribió cinco tomos de Teología sobre la de San-
to Tomás, y pasa por uno de sus mejores intérpretes. En sus encuentros
con el M. Fr. Luis de León, favoreció á éste por lo común, siquiera en sus
escritos el preso de Valladolid no siempre le haga justicia: la melancolía,
el abandono que se apoderan de un pobre preso, le hacen suspicaz é in-
justo, quisiera que todos se ocuparan exclusivamente de su negocio. >
«El M. Báñez vivió aún más que Santa Teresa, pues alcanzó al año 1604.
Mostróse siempre, ó al menos por mucho tiempo, muy receloso de las co-
sas de la monja avilesa. No es extraño: sucedían por entonces chascos
muy pesados. En Valladolid quemaban monjas luteranas. En Lisboa el Ve-
nerable Fr. Luis de Granada era engañado por una monja hipócrita; los
pasteleros se aderezaban de reyes, y dentro de España, y aun más fuera
de ella, no se daba un paso sin tropezar con hipócritas, embusteros, faná-
ticos y fabricantes de revelaciones, milagros y reliquias apócrifas, apesar
de que la Inqnisición no se dormía. No hay más que leer las vidas de los
Santos de aquella época, para encontrar noticias de alguna embustera des-
cubierta por ellos. En esta suposición, no debe parecer extraño que el
M. Báñez desconfiase de Santa Teresa antes de tratarla. Esto indica su
rectitud y buen criterio.'^
«Echanse de ver ambos en esta censura El censor distingue en ellas
tres cosas: el carácter personal de la escritora, la calidad y doctrina del li-
bro, y la certeza de las revelaciones. Defiende á la primera y vindica, aplau-
de la segunda, y la juzga buena, pero con respecto á las últimas, todavía
suspende el juicio. La Iglesia no había hablado, y por tanto tenía derecho
para dudar.-
«Aun respecto á las cualidades personales había dudado Báñez por
mucho tiempo. Esto era un estímulo para Santa Teresa, que en la direc-
ción de su conciencia prefería los censores á los apologistas. Desconfian-
do de sí misma en su profunda humildad, buscaba á los que sabía censu-
raban sus cosas, y no para atraerlos y convertirlos á su devoción, sino
más bien para que la abatieran y avisaran sus defectos, procediendo con
desconfianza y desengaño. Luego que Báñez trató á Santa Teresa coni-
— 143 —
prendió que alli no había fraude ni dolo. Por ese motivo, aunque en 1575
suspendió el juicio acerca de las revelaciones y su procedencia divina,
con todo, aseguraba las virtudes personales de la escritora que le consta-
ban á ciencia cierta: ■ Siempre he procedido, con recato en la examinación
-de esta relación decía el P. Báñez de la oración y vida de esta religiosa,
y ninguno ha sido más incrédulo que yo en lo que toca á sus visiones
y revelaciones, aunque no en lo que toca á la virtud y buenos deseos
• suyos, porque de esto tengo gran experiencia de su verdad, de su obe-
diencia, penitencia, paciencia y caridad con los que la persiguen, y otras
virtudes, que quien quiera que la trate, verá en ella. -
Es de tal importancia el documento oficial, en que el P. Báñez defien-
de la doctrina sentada por Santa Teresa en el libro de su Vida, que bien
merece que le trascribamos á continuación:
«Visto he, y con mucha atención este libro en que Teresa de Jesús,
monja Carmelita y fundadora de las Descalzas Carmelitas, da relación lla-
na de todo lo que por su alma pasa, á fin de ser enseñada y guiada por
sus confesores, y en todo él no he hallado cosa que á mi juicio sea mala
doctrina. Antes tiene muchas de gran edificación y aviso para personas
que tratan de oración. Porque su mucha experiencia de esta religiosa y su
discreción y humildad en haber siempre buscado luz y letras en sus con-
fesores, la hacen acertar á decir cosas de oración, que á veces los muy le-
trados no aciertan asi por la falta de experiencia. Sola una cosa hay en
este libro en que poder reparar y con razón hasta examinarla muy bien,
y es que tiene muchas revelaciones y visiones, las cuales siempre son mu-
cho de temer, especialmente en mujeres, que son más fáciles en creer que
son de Dios, y en poner en ellas la santidad, como quiera que no consista
en ellas. Antes se han de tener por trabajos peligrosos para los que pre-
tenden perfección, porque acostumbra Satanás á transformarse en Ángel
de luz, y engañar las almas curiosas y poco humildes, como en nuestros
tiempos se ha visto, mas no por eso hemos de hacer regla general de que
todas las revelaciones y visiones son del demonio. Porque á ser así, no
dijera San Pablo que Satanás se transfigura en Ángel de luz, si el Ángel de
luz no nos alumbrase algunas veces. Santos han tenido revelaciones y
Santas, no solamente de los tiempos antiguos, más aún en los modernos.
-144-
como fué Santo Domingo, San Francisco, San Vicente Ferrer, Santa Cata-
lina de Sena, Santa Gertrudis y otros muchos que se podrían contar, y
como siempre la Iglesia de Dios es y ha de ser Santa hasta el fin, no sólo
porque profesa santidad, sino porque hay en ella justos y perfectos en
santidad, no es razón que á carga cerrada condenemos y atropellemos las
visiones y revelaciones, pues suelen estar acompañadas de mucha virtud
y cristiandad. Antes conviene seguir el dicho del Apóstol en el C. V de la
1.^ á los Thesalonicenses: Spiritum nolite extinguere. Prophetias nolite
spernere et omnia probate, quod bonum est, tenete. Ab omni specie mala abs-
tinete vos. Sobre el cual lugar quien leyere á Santo Tomás, entenderá con
cuánta diligencia se deben examinar los que en la Iglesia de Dios descu-
bren algún don particular, que puede ser para utilidad ó daño de los pró-
ximos y cuánta atención se haya de tener de parte de los examinadores
para no extinguir el fervor del espíritu de Dios en los buenos, y para que
otros no se acobarden en los ejercicios de la vida cristiana perfecta. Esta
mujer, á lo que muestra su revelación, aunque ella se engañase en algo, á
lo menos no es engañadora, porque habla tan llanamente bueno y malo, y con
tanta gana de acertar, que no deja dudar de su buena intención; y cuanto
más razón hay de que semejantes espíritus sean examinados por haber
visto en nuestros tiempos, gente burladora, so color de virtud, tanto más
conviene amparar á los que con el color parece tiene la verdad de la vir-
tud. Porque es cosa extraña lo que se huelga la gente floja y mundana de
ver desautorizados á los que llevan especie de virtud. Quejábase Dios an-
tiguamente por el profeta Ezequiel, C. 13, de los falsos profetas, queá los
justos apretaban y á los pecadores lisongeaban, y álceles.— Moerere fecis-
iis cor jiisti mendaciter, qucm ego non contristavi: et cofortastis manas im-
pii... En alguna manera se puede esto decir contra los que espantan las
almas que van por el camino de oración y perfección, diciendo que son
caminos peligrosos y singularidades, y que muchos han caído en errores
yendo por este camino, y que lo más seguro es un camino llano y común
y carretero. De semejantes palabras, claro está, se entristecen los que quie-
ren seguir los consejos y perfección con oración contina, cuanto les fuere
posible, y con muchos ayunos y vigilias y disciplinas; y por otra parte los
flojos, los viciosos se animan y pierden el temor de Dios, porque tienen
— 145 —
por más seguro su camino, y este es el engaño que llaman camino llano y
seguro la falta del conocimiento y consideración de los despeñaderos y
peligros por do caminamos todos en este mundo. Como quiera que no
haya otra seguridad sino, conociendo nuestros cuotidianos enemigos, in-
vocar humildemente la misericordia de Dios, sino queremos ser cautivos
de ellos. Cuanto más, que hay almas á quien Dios aprieta de manera, para
que entren el camino de perfección, que en cesando del fervor, no pueden
tener medio, sino luego dan en otro extremo de pecados: y estas tales tie-
nen extrema necesidad de velar y orar muy contino, y en fin, á nadie
dejó de hacer mal la tibieza. Meta cada uno la mano en su seno, y hallará
ser esto verdad. Creo cierto, que si algún tiempo sufre Dios á los tibios,
que es por las oraciones de los fervorosos, que de contino claman: et ne
nos inducas in tentafionem. He dicho esto, no para que luego canonicemos
á los que nos parece van por camino de contemplación; que este es otro
extremo del mundo y solapada persecución de la virtud, santificar luego á
los que tienen especie de ella. Porque á ellos les dan motivo de vanaglo-
ria, y á la virtud no hacen mucha honra, antes la ponen en lugar peligro-
so; porque cuando los que fueron tan alabados cayeron, más detrimento
padece el honor de la virtud, que si nunca fueran ían estimados; y así ten-
go por tentación del demonio estos encarecimientos de la santidad de los
que viven en este mundo. Que tengamos buena opinión de los siervos de
Dios, muy justo es; mas siempre los miremos como gente que está en pe-
ligro, por buenos que sean, y que el ser buenos no nos es manifiesto, tan-
to que nos podamos segurar aun de presente.
» Considerando yo ser así verdad lo que tengo dicho: siempre he proce-
dido con recato en la examinación de esta relación de la oración y vida de
esta religiosa, y ninguno ha sido más incrédulo que yo en lo que toca á
sus visiones y revelaciones, aunque no en lo que toca á la virtud y bue-
nos deseos suyos, porque de esto tengo grande experiencia de su verdad,
de su obediencia, penitencia, paciencia y caridad con los que la persiguen,
y otras virtudes, que quien quiera que la tratare, verá en ella; y esto es lo
que se puede apreciar como más cierta señal del verdadero amor de Dios
que las visiones y revelaciones; y tampoco menosprecio sus revelaciones
y visiones y arrobamientos, antes sospecho, que podrían ser de Dios,
10
— 146-
como en otros santos lo fueron, mas en este caso siempre es más seguro
quedar con miedo y recato; porque en habiendo seguridad, tiene lugar el
diablo de hacer sus tiros, y lo que antes era quizá de Dios, se trocará y
será del demonio.
Resuélveme en que este libro no está para que se comunique á quien
quiera, sino á hombres doctos y de experiencia y discreción cristiana. El
está muy á propósito del fin para que se escribió que fué dar noticia esta
religiosa de su alma á los que la han de guiar para no ser engañada. De
una cosa estoy yo bien cierto, cuanto humanamente puede ser, que ella no
es engañadora; y así merece su claridad que todos la favorezcan en sus
buenos propósitos y buenas obras. Porque de trece años á esta parte, ha
hecho hasta una docena, creo, son los monasterios de monjas descalzas
Carmelitas, con tanto rigor y perfección como los que más, de que darán
buen testimonio los que los han visitado, como es el Provincial Dominico,
Maestro en Sagrada Teología, Fr. Pedro Fernández, y el M. Fr. Hernando
de Castillo y otros muchos. Esto es lo que por ahora me parece acerca de
la censura de este libro, sujetando mi parecer al de la Santa Madre Iglesia
y de sus ministros. Fecha en el Colegio de San Gregorio de Valladolid en
siete días de julio de 1575 (1).
«Se ve, pues, continúa el Sr. La Fuente, que esta censura es la más im-
(1) Para conocer el valor de esta aprobación que el Sr. La Fuente llama notabilísi-
ma, es preciso tener muy presente la época en que el P. Báñez la dio. La extendió y
rubricó de su mano el 1575, cuando no solo estaba en litigio la santidad de Teresa de
Jesús, y revelaciones de su Reforma, sino que aun públicamente era perseguida de los
mismos príncipes de la tierra, y lo que es más, el Nuncio de Su Santidad en España
decía de la Virgen avilesa, «que era una féniina inquieta, andariega y desobediente á
la autoridad legítima». Por eso el Sr. La Fuente da mucha más importancia á este do-
cumento del P. Báñez que al prólogo de Fr. Luis de León á las Obras de Santa Tere-
sa; pues el célebre Agustino escribió su aprobación en 1587, es decir, muerta ya Santa
Teresa, cuando ya se habían desvanecido todos los temores y sospechas y cuando la in-
corrupción de su cuerpo virginal, con otras mil maravillas acreditaban la virtud y san-
tidad de tan esclarecida Virgen.
Además el informe del Dominico P. Domingo Báñez, era un informe oficial que pre-
sentó al Santo Tribunal de la Inquisición que le había comisionado el que censurase
esa obra que conocemos con el nombre de Vida de Santa Teresa de Jesús.
— 147 -
portante de todas, y aun más que la del mismo Fr. Luis de León, pues que
este principia diciendo que no conoció á la Madre Teresa de Jesús, al paso
que Báñez, no solamente la trató personalmente, sino que la defendió
cuando todos parecían conjurados contra ella, y la juzgó con gran criterio,
imparcialidad y rectitud. Además, la censura del P. Báñez tenia un carác-
ter oficial, pues la dio de orden de la Inquisición de Toledo, y va en tal
concepto, aun hoy dia. unida al libro mismo original.
•Porqué, pues, no imprimirla, como se imprimían otras muchas menos
importantes?...
'Y tratándose de un sujeto tan insigne, aludido en el escrito por la
misma Santa que anotó el libro mismo original y pudo poner al margen
notas comprobantes, diciendo á manera del latino cujus pars ego magna
fui, ¿cómo se pudo omitir este interesante documento?
>Por mi parte, sin rebajar el mérito personal de los demás aprobantes,
cuyos testimonios quedan ya consignados en los artículos preliminares de
este tomo, doy el primer lugar á este documento por el mérito y el interés
histórico, y aun lo prefiero al mismo de Fr. Luis de León, con quien coinci-
de en varios pensamientos. Sería curioso el compararlos. Se ve en ambos
escritos el carácter de cada uno de los escritores y catedráticos salaman-
quinos; la suavidad poética del almibarado agustino, y la sencillez y natu-
ralidad francota del teólogo dominicano.
'El dictamen del M. Báñez, extendido en el mismo libro original de la
Santa, y formando parte de él, consta de tres hojas sin foliar, escritas todas
ellas de su puño y letra, por cierto muy clara y buena. Concluye á la ter-
cera hoja vuelta, donde solamente tiene escrita una línea, poniendo allí la
fecha y su propio nombre, apellido y rúbrica-.
Este original se encuentra en el Monasterio de San Lorenzo del Esco-
rial, no en la Biblioteca, sino en el Camarín donde se guardan las reliquias,
con la siguiente portada: -La vida de la Madre Teresa de Jesús, escrita de
su misma mano, con una aprobación del P. Maestro Fr. Domingo Báñez,
su confesor y Catedrático de Prima en Salamanca". Esta aprobación y
censura, dice en otra parte (1) el mismo Sr. La Fuente, es inédita, al me-
(1) Aprobación de la Vida, toiiK» 1.", Edición 1861.
I
— 148 —
nos yo no la he visto impresa. Es lo más extraño que en todas las edicio-
nes, desde las de Froppens en adelante, se venían poniendo una multitud
de aprobaciones de las Obras de Santa Teresa, en verdad harto imperti-
nentes, si eran para aprobarlas y recomendarlas, pues, ya la Iglesia las te-
nia no solamente aprobadas, sino también altamente recomendadas, al
declarar el culto público de la célebre escritora, y la inspiración de sus
preciosos escritos. Pero á ninguno se le ocurrió el copiar é imprimir esta
aprobación, la más interesante de todas. En efecto, el P. Báñez conoció á
Santa Teresa, tanto ó más que los PP. Yepes y Ribera: «trató con ella an-
tes de que su reforma saliera de los confines de Avila, y la protegió deci-
didamente en sus mayores apuros. Además, esta aprobación era notabilí-
sima por la época y circunstancias en que se dio». Y concluye el Sr. La
Fuente con la copia literal de la censura, dada por el P. Báñez y fechada
en Valladolid á 7 de Julio de 1575.
Se ha dicho arriba que fueron comisionados por la Santa Inquisición
para examinar el libro de la Vida dos hijos de Santo Domingo, ó el Padre
Domingo Báñez y el P. Fr. Hernando del Castillo. Acabamos de ver, y con
alguna detención la censura dada por el P. Báñez, y lo que en ella favore-
ció al libro y á la santa escritora. Para no molestar al lector, sólo citaremos
aquí con respecto al P. Hernando del Castillo las palabras de la Madre
Isabel de Santo Domingo, una de las hijas más queridas de Santa Teresa
de Jesús. Esta V. Religiosa fué llamada á declarar como testigo en las in-
formaciones que para la canonización de la Santa Madre se hicieron en
Ávila el año de 1610, y al art. 55, que es sobre los libros de Santa Teresa
dice así: que así mismo sabe que el dicho P. M. Fr. Hernando del Casti-
llo, Religioso de la Orden de los Predicadores y Predicador de S. M. el
Rey Felipe II, vio y examinó los libros de la Vida de la dicha Santa Madre
y el Camino de perfección por ella escrito por comisión del ilustrísimo y
reverendísimo Sr. Cardenal D. Gaspar de Quiroga, Arzobispo que fué de
Toledo, Inquisidor general de la Santa y general Inquisición y que los
aprobó el sobredicho Padre; lo cual sabe por habérselo oido decir á la
dicha Beata Madre y á los PP. Santander de la Compañía de Jesús y á
Fr. Jerónimo de la Madre de Dios Visitador Apostólico y religioso de esta
Orden y como consta manifiestamente por la aprobación de la Santa y ge-
— !49 —
neral Inquisición que está puesta en el principio de los dichos libros y que
así mismo vi(3 aquesta declarante que el dicho P. Fr. Hernando del Cas-
tillo en habiendo leído y aprobado los dos libros, quedó muy afecto á la
dicha Madre y á toda su reformación.
De cuanto se ha expuesto hasta aquí, sobre la persecución que sufrió
el libro que nos ocupa, tenemos que los dos hijos de Santo Domingo in-
formaron favorablemente de él al Tribunal Santo de la Inquisición de Es-
paña á donde había sido delatado, con lo cual prestaron un inmenso ser-
vicio á la c:lebre escritora, que con ocasión de este desmán veía en gran
peligro su naciente y prodigiosa Reforma; que el P. M. Fr. Domingo Bá-
ñez fué quien defendió á Santa Teresa en esta tan grave persecución en
que todos parecían conjurados contra ella, y que la juzgó con gran crite-
rio, imparcialidad y rectitud; que su censura influyó sobre manera para
que el Santo Tribunal de la Inquisición aprobase y canonizase este libro
y á su santa escritora; que esta censura siendo la oficial, la más intere-
sante y de persona tan insigne debiera acompañar siempre á todas las edi-
ciones de las obras de Santa Teresa con preferencia á cualquier otro docu-
mento ó aprobación, incluso el prólogo de Fr. Luis de León, pues, como
dice muy bi.m el Sr. La Fuente, tratándose de un sujeto tan competente
como el P. Báñez, aludido en el escrito por la misma Santa, que anotó el
mismo original y pudo poner al margen notas comprobantes; diciendo lo
del latino cujiis pars cgo magna fui, nunca se pudo ni debió omitir tan in-
teresante documento.
Concluyamos este modesto trabajo sobre el libro más importante de
Teresa de Jesús, recopilando en breves palabras lo que hasta aquí hemos
dicho, tanto en éste como en el precedente capítulo.
El libro, pues, de la Vida de Teresa de Jesús, al que ella llamaba El
Libro de las Misericordias del Señor y que en cierto modo, pudiera tam-
bién llamarse su Suma, pertenece sin contradicción ninguna á los hijos de
Santo Domingo.
El V. P. Fr. Pedro Ibáñez se lo mandó escribir por primera vez y con
su mandato, además del inmenso tesoro que proporcionó á la Religión, á
la Iglesia y á las letras patrias, venció la modestia de esta incomparable
mujer, é hizo que Santa Teresa perdiendo de hilar, sea hoy y lo será para
— 150 —
siempre la escritora más celestial y divina que han conocido los siglos.
El P. García de Toledo se lo mandó escribir segunda vez, añadiendo,
como testifica el P. Báñez, muchas mercedes que del Señor habia recibido
después, y mandóla también que escribiese la fundación de su primer mo-
nasterio, ó sea de San José de Ávila, como lo hizo la Santa añadiendo des-
de el capítulo XXXI hasta el XL inclusive; y es muy cierto, como afirma el
historiador de la Reforma Carmelitana, que el P. García de Toledo al man-
dar á Santa Teresa escribiese la fundación de San José, fué con este man-
dato, el fundamento de que escribiese más adelante el libro de las Funda-
ciones (1).
(1) Como confirmación de lo que hemos consignado sobre el libro de la Vida y la
razón convincente que tuvieron las célebres Carmelitas para empezar su prólogo con
las palabras citadas ya anteriormente, en que nos dicen, que la Doctora Mística se di-
rigía siempre á los PP. Ibííñez, Báñez y García de Toledo, moradores entonces del co-
legio de Santo Tomás de Avila, al escribirla por primera vez en la Encarnación, y más
tarde en San José, plácenos copiar lo que el Año Teresiano nos dice en el tomo 7.°,
dia 7."
«Inspiró el Señor al P. Presentado Fr. Pedro Ibáñez, del Orden de Predicadores, y
confesor suyo, el que se lo mandase. Hizolo este sabio Maestro, totalmente llevado de
aquel interés universal, que él preveía lograría la Iglesia, si se hiciesen patentes aque-
llas maravillas, y doctrinas del cielo con que su Magestad la tenia ¡lustrada; y para que
el mandato no estremeciese á su humildad, la dio á entender era forzoso para no errar
en el gobierno de su espíritu, el que ella formase una relación de su Vida, con la cual
pudiese con mayor examen conferir con otros sabios de su orden el método y caminos
por donde procedía.
«Con esta mañosa providencia (á quien debe el nuindo el rico tesoro de esta Obra),
la redujo á escribirla, y la formó dos veces. Empezó la primera en el año de 1561, y la
concluyó en el de 1562, antes de haber fundado su primer convento de San José de
Avila; pero como no se contenia en este escrito los lances, y providencias milagrosas)
que habían ocurrido en la fundación de aquel convento, ni otras noticias dignísimas de
historia; la ordenó después el R. M, Fr. García de Toledo, también dominicano, y con-
fesor suyo, persona de circunstancias relevantes en sangre, letras y virtud, que volvie-
se á formarle con división de capítulos, y método más cómodo, añadiendo en él lo per-
teneciente á la referida fundación, y cuanto se contiene en el precioso original, que hoy
existe en el Real Monasterio de San Lorennzo del Escorial. Este mandato aprobaron,
como consta de las informaciones para la canonización de la Síinta, Fr. Pedro Ibáñez»
— 151 —
Delatado el libro á la Inquisición nuestros VV. PP. Hernando del Cas-
tillo y Fr. Domingo Báñez, elegidos entre todos como la Crónica dice, le
censuraron y aprobaron.
Finalmente, cuando la Santa Madre hallándose en Sevilla derramaba
muchas lágrimas por el desmán ocurrido, y cuando todos á porfía estaban
conjurados contra ella; su queridísimo P. Báñez, siendo Rector de San
Gregorio d: Valladolid la defendía contra todos, extendía, firmaba y ru-
bricaba todo de su puño y letra, la censura de autoridad sin igual y que
había de ectar cosida siempre con el original y custodiada con él como
preciosa reliquia. ¡Pudieran desear más los hijos de Santo Domingo con
respecto á este tan incomparable tesoro; con respecto al libro de la Vida
de Teresa do Jesús escrito por ella misma!
que coiiKj acabamos de decir, se lu mandó escribirla primera vez, y el doctísimo Fray
Domingo Báñez, que comenzaba por entonces el magisterio del espirita de la Santa,
que prosiguió lo que su vida. Por este motivo, como se echara de ver, habla en aquel
escrito Nuestra Doctora Seráfica, ya con muchos confesores, ya con uno sólo, y repite
varias veces: Los que me han mandado esciibir estO", aludiendo á los tres grandes do-
minicos que hemos expresado». Y al margen hace constar que «asi lo depone la M. Ma-
ría de San José, hermana del P. Gracíán, en las informaciones de Consuegra. Hállanse
estos originales en N. Archivo General de Madrid.
capítulo IV
€1 IP, Domingo Báñez y el "Gamino de IPeríección,,
Pasemos ya al libro segundo ó sea al Camino de Perfección.
Empieza Santa Teresa su pequeño prólogo á este libro, diciendo: Sa-
biendo las hermanas de este Monasterio de San José, como tenía licencia
del P. Presentado Fr. Domingo Báñez de la Orden de Santo Domingo, que
al presente es mi confesor, para escribir algunas cosas de oración... y si
fuere mal acertado el P. Presentado que lo ha de ver primero, lo remedia-
rá ó quemará...»
El Sr. La Fuente analiza su contenido y no duda en afirmar que después
del libro de la Vida, el Camino de Perfección, es el más conocido y mano-
seado, y luego continúa asi (1):
-Su objeto es poner algunos remedios para tentaciones de Religiosas,
como lo dice en el prólogo por las siguientes palabras: < Pienso poner al-
gunos remedios para algunas tentaciones menudas que pone el demonio
(por serlo tanto, por ventura no hacen caso de ellas) y otras cosas, como
el Señor me diere á entender. Podrá ser aproveche para atinar en cosas
menudas más que los letrados, que por tener otras ocupaciones más im-
portantes y ser varones fuertes, no hacen tanto caso de cosas que en si
no parecen nada, y á cosa tan flaca como somos las mujeres, todo nos pue-
de dañar; porque las sutilezas del demonio son muchas para las muy en-
cerradas, que ven son menester armas nuevas para dañar. Y yo como ruin
(1) Prólogo al Camino de Perfección, Edición de IROl.
— 154 —
heme sabido mal defender, y así querría escarmentasen mis iiermanas
en mí.>
Añade después el mismo historiador: -Con Todo, si eso se proponía,
hizo mucho más. Sucede con este libro, lo que con Tomás de Kempis, es-
crito para los Religiosos, verdaderos ascet.is, sirve también y mucho para
los mismos seglares que vivimos en medio del tráfago del mundo. Hay en
él un plan completo, pero bien puede asegurarse que á la santa escritora
ni le pasó esto por las mientes cuando se puso á escribirle. Dios le formó
por ella y le dio hachos el plan y el texto. Comienza la Santa por la hu-
mildad y la pobreza, pues no hay como ser pobre para ser humilde, así
cava el cimiento de la perfección. Luego trata de la oración, pero sin de-
jar de la mano la santa humildad. Se ocupa también de la contemplación;
pero luego corta completamente los vuelos de su espíritu; y, como un
ííguila que plegara de pronto las alas, para bajar desde las nubes al suelo,
se abate (por decirlo así), á mirar por las almas que sólo pueden rastrear
por él abriendo apenas sus párpados á la luz del Sol de justicia, que les
alumbra, pero que les ofusca si quieren mirarle de hito en hito. Y quien
como la misma santa doctora escribe en e! capítulo XXIV, no es para
pensar en Dios, puede ser oraciones largas también les canse, tampoco
quiero entrometerme en ellas, sino en las que forzado habremos de rezar,
si somos cristianos, que es el Pater Nostei y Ave Maria. Entra pues, á tra-
tar de explicar el modo de unir la oración mental con la vocal, cuando se
reza el "Padre Nuestro», comentando sus palabras una á una, y capítulo
por capítulo.»
Sólo añadiremos que consta este libro de 42 capítulos, según suele pu-
blicarse, por más que en algunas ediciones se haya dividido en 76. Hay
dos originales, uno de ellos en el Escorial, y otro en el Convento de Des-
calzas de Valladolid, porque la Santa le escribió también dos veces como
el libro de la Vida. Lo que ahora importa es saber quién se lo mandó es-
cribir.
Oigamos el testimonio unánime de los biógrafos de Santa Teresa. El
Sr. Yepes en el libro 3.", capítulo XVIIl, página 168, hablando de los li-
bros de la Santa, dice asi: ^El segundo fué el Camino de Perfección: el
cual escribió siendo Priora de San Josef de Avila, para sus Monjas, por
-155-
orden del P. M. Ft. ÜDmingo Báñez, que entonces era su confesor. Esto
fué el año mismo después de haber acabado el libro de su Vida. Y este
libro hizo imprimir, siendo la Madre viva, Don Teutonio de Braganza, Ar-
zobispo de Ebora. >
El autor de la Mujer Grande, tomo 1.", en el día 17 de Enero, pági-
na 65, dice asi: «Se sigue (después de la \/ida) el Camino de Perfección,
que compuso la Santa á instancia del R. P. Fr. Domingo Báñez, su confe-
sor, para instruir en las virtudes á sus monjas y en la oración, explicando
el Padre Nuestro, cuyo original está en el Escorial. -
El P. Ribera en el libro 4.'*, capitulo 6.", páginas 346, 347 y 348, des-
pués de decirnos que el Camino de Perfección es más para todos, porque
trata de la oración desde sus principios, hablando primero de las virtudes
propias de la religión, que son para ella necesarias, y enseñando cómo se
ha de orar vocal y mentalmente, y de la contemplación y oración de quie-
tud, y después yendo por el Pafcr Nosfer con meditaciones>, añade lue-
go: «El segundo fué el Camino de Perfección que escñb'ió siendo allí Prio-
ra (en San José de Avila) por orden del P. M. Fr. Domingo Báñez, que
era entonces su confesor, en ol año mismo después de haber acabado el
primero*, ó sea el libro de su Vida.
Pero quien da un acabado y copioso testimonio sobre el Camino de
Perfección, es el gravísimo autor de la Crónica Carmelitana, tantas veces
citado, testimonio de mayor excepción, porque vio y examinó no solo con
detención, sino hasta escrupulosamente los originales de este tan aprecia-
do libro, y fué casi coetáneo de la Santa; pues conoció y conversó, como
veremos más tarde, con nuestro V. P. Yanguas, confesor que fué de la
Santa Madre. Este R. P., por nombre Fr. Francisco de Santa María, en el
libro 5.", capítulo XXXVI, página 881, se expresa de esta manera: <EI se-
gundo libro que nuestra gran doctora escribió, fué el intitulado Camino
de Perfección: en que declarando la oración dominical del Paíer Nosfer,
enseña, aclara, facilita y exhorta al santo ejercicio de la oración mental, y
dá de camino soberanos consejos para las demás virtudes. Extrañando yo
algunas palabras de las que se dicen en la primera hoja, y lo que contie-
nen, el argumento general, y la protestación de la fe; cargué la atención en
el original de este libro, y hallé que empieza por estas palabras que sirven
-156-
de prólogo: Sabiendo las hermanas de este Monasterio de San Josef de
Avila como tenía licencia del P. Presentado Fr, Domingo Báñez, de la or-
den del glorioso Santo Domingo, que al presente es mi confesor, para es-
cribir algunas cosas de oración etc.»
«El lugar donde le escribió fué el Convento de San Josef de Avila, á
petición de aquellas Religiosas. El tiempo no está averiguado. Pero afir-
mando en el prólogo la Santa, que escribió este libro pocos días después
de la relación de su vida; puesto que se expresa de esta manera: «Pocos
días há me mandaron escribiese cierta relación de mi vida, á donde tam-
bién traté algunas cosas de oración; podrá ser no quiera mi confesor las
veáis por ahora, y por esto pondré aquí alguna cosa de lo que allí va
dicho y otras que también me parecen necesarias»... bien se deja en
tender que lo comenzaría á los postreros meses de 1563, ó primeros de
1564 porque entonces acabó de escribir segunda vez su Vida (1). Y aun-
que dice que le escribió con licencia del P. Presentado Báñez: en otra
parte (2) afirma que fué con mandato suyo; y así á él debe la Orden este
beneficio. El intento del P. Báñez fué muy prudente. Consideró que en
el libro de la Vida hablaba de sí la Santa, refiriendo muchas cosas que
redundaban en honor suyo: y que por esto no convenía anduviesen pú-
blicas siendo ella viva. Por no privar á las hermanas de la doctrina de
(1) Se equivoca el autor de !a Reforma al decir que la Santa Madre acabó de escri-
bir por sejíuiida vez su Vida á últimos de 1562, ó primeros del b4; pues en el capítulo
XXXVIII, refiere la muerte santa que tuvo en el Convento de Tríanos el V. P. Fr. Pe-
dro Ibáñez, y ésta sucedió e! año de 1565, y por lo tanto se ve claramente que la Santa
tuvo que escribirla después de este acaecimiento y en 1505 ó 1560 el Camino de Per-
fección.
(2) En efecto; en la Relación al P. Rodr¡<ío, hablando en tercera persona tlice así:
'^mandáronla que hiciese otro librillo para sus hijas (que era Priora) á donde les diese
algunos avisoS"; y añade el Sr. La Fuente: «Alude al libro titulado: Camino de Perfec-
ción. Tomo 1.", página 162, edic ón de 1861. Por eso el mismo historiador en el Prólo-
go, página 20, después de decir: «Escribiólo accediendo á los ruegos de las monjas y
con licencia del P. Báñez, su confesor, como dice en el preámbulo del libro» añade:
»Es posible que fuera algo más que licencia, y que al P. Báñez le rogara lo escribiese
según ella era humilde y obediente.»
-157-
oración y perfección que allí daba, le mandó escribiese un libro tratando
de estas materias, como persona experimentada, sin decir lo que le había
pasado en su ejercicio, para que desde luego pudiesen sus hijas aprove-
charse. Eligió la Santa declarar el Padre Nuestro, de la manera que ella lo
meditaba, tomando de sus cláusulas ocasión para la doctrina que podía
dar.'
El Camino de Perfección fué también aprobado por el P. García de To-
ledo, según consta de una nota de la misma pluma, y letra de la Santa
Doctora, que dice así: Tiene este libro ciento y ochenta y tres hojas: está
aprobado y visto por el Padre Frai García de Toledo de la Orden de San-
to Domingo, y por el Doctor Ortiz, vecino de Toledo; es trasladado de
uno que yo escribí en San José de Avila, que vieron los que digo, y hartos
más; y por ser verdad lo firmo de mi nombre. — Teresa de Jesús, Carme-
lita.» (1)
Resulta, pues, como se acaba de ver por el testimonio unánime de los
biógrafos de Santa Teresa, que este precioso libro, el más conocido y ma-
noseado, después del libro de la Vida, según expresión del Sr, La Fuente;
ese libro, del cual dice el docto P. Ribera, que es un libro para todos, lo
mismo para religiosos que seglares; se debe al mandato de nuestro célebre
P. Fr. Domingo Báñez, y que se escribió, no sólo con su licencia, sino
por su mandato. Repitamos las graves palabras del autor de la crónica
Carmelitana: «Y aunque dice (la Santa en el prólogo) que lo escribió con
licencia del Presentado P. Báñez, en otra parte afirma que fué con manda-
to suyo y así á él debe la Orden este beneficio (2).
(1) La Fuente, Edición de 1801, Tomo 1.", Prólogo.
(2) Recibe aún más coiifirmacií'iii lo dicho hasta aquí con la declaración de la vene-
rable Isabel de Santo Domingo, quien en el proceso de canonización de la Santa en
Avila en ItilO dice asi: Al cincuenta y cuatro articulo (que es sobre los libros), dijo:
«que asi mismo sabe por habérselo dicho la dicha Santa, y sus confesores que alguno
ó algunos de estos libros escribió la dicha Santa por mandado de su confesor que á la
sazón era Fr. Domingo B;íriez y Fr. Garcia de Toledo, religiosos de la Orden de los
Predicadores». Esos algunos libros que dice la declarante mandaron escribir á la Santa
los religiosos de ¡a Orden de Predicadores Fr. Garcia de Toledo y Fr. Domingo Báñez,
fueron el de la Vida y Camino de Perfección, el primero por mandato del P. Garcia de
— 158 —
Sintetizando la materia, tenemos que Santa Teresa escribió este libro
con licencia del P. Dominico Báñez, como nos dice en el Prólogo, y no
sólo con licencia, sino también por mandato de dicho Padre, como ella
misma lo consigna en una de sus relaciones y eso mismo testifican cuan-
tos escribieron acerca de los libros de la Santa; y que por lo tanto, á él
deben la Iglesia y ¡a Religión el poseer este precioso tesoro; que la Santa
le entregó á dicho Padre, constituyéndole arbitro sobre si convenía ó no,
que le leyesen sus hijas; y por último, que los RR. PP. Garcia de Toledo
y Hernando del Castillo, hijos preclaros también de Santo Domingo, le
examinaron y aprobaron con grande afecto á la doctrina en él contenida y
á su celestial escritora (1).
Para que el fin de este capitulo corresponda como es justo al princi-
Toledo como ya se ha probado en otra parte, y el segundo, ó sea el Camino de Perjec-
ción que la mandó escribir el P. M. Báñez. La misma venerable Isabel de Santo Do-
mingo, en su declaración, nos ha dicho, como el libro de la Vida y el Camino de Per-
fección fueron examinados por el P. Fr. Hernando del Castillo, quien los recibió para
este fin del Emnio. Sr. Cardenal Quiroga, Inquisidor general.
(1) En confirmación de lo que decimos en el texto, véase lo que dice el autoriza-
do autor del Año Teresiano, en el tomo 1°, dia 7.°: «El segundo libro, tarea preciosí-
sima de su angélica pluma, ú el Camino de Perfección. Escribióle á instancias de sus
hijas, y mandato del P. Presentado Fr. Domingo Báñez (á quien se debe esta admira-
ble joya), en el convento de San José de Avila, pocos dias después que hubo finalizado
el libro de su Vida, como consta del prólogo. El intento fué ocasionado por considerar
este sabio Maestro la gran utilidad que redundaría en las reUgiosas hijas de la Santa,
si éstas lograsen la instrucción de aquellas doctrinas celestiales, que derramó su espí-
ritu en la relación del libro de su Vida, y como aquel escrito en que se contenían sus
acciones, no era conveniente el que se publicase estando aún viva, resarció este em-
barazo, ordenándola formase otro tratado en que pusiese las doctrinas, sin relación á
su persona, enseñando todo lo conducente á la vida espiritual, estado religioso, método
de oración, y ejercicio de todas las virtudes, contrayéndolo al estilo y práctica de su
símta Reforma, para que sus hijas viesen el camino por donde debían proceder, sin ex-
travio ni ladeos al término fijo de la perfección. Así lo hizo, y escribió dos veces este
mismo tratado, como sucedió con el libro de su Vida, sin que conste el motivo que
ocasionó esta repetición; pero hallándose actualmente existentes dos originales, ambos
escritos con letra de la Santa: uno en el Escorial, y otro en el convento de imestras
descalzas Carmelitas de Valkidolid, es indudable esta circunstancia...*
- 159 -
pió, habiéndole empezado con las palabras de la Santa en su bien escrito
prólogo, le terminaremos también con otras palabras de la misma celestial
escritora, quien en su último capítulo nos habla de esta manera (1): *Su
Majestad me perdone, que me he atrevido á hablar en cosas tan altas.
Bien sabe que no me atreviera yo, ni mi entendimiento es capaz para ello,
si su Majestad no me las pusiera delante. Pues hermanas, ya parece no
quiere diga más, porque no sé, que aunque pensé ir adelante, pues el Se-
ñor os ha enseñado el camino, y á mí que en el libro pusiese, que he di-
cho está escrito (2), cómo se han de haber llegadas á esta fuente de agua
viva, y que siente allí el alma, y cómo la harta Dios, y la quita la sed de
las cosas de acá, y la hace que crezca en las cosas del servicio de Dios,
que para los que hubieren llegado á ella, será de gran provecho, y les dará
mucha luz: procuradle que el P. Fr. Domingo Báñez, Presentado de la Or-
den de Santo Domingo que, como he dicho, es mi confesor, y es á quien
daré este (3), le tiene (4): si éste va para que le veáis, y os le da, también
os dará el otro, sino toma mi voluntad, que con la obra he obedecido, lo
que me mandastes, que yo me doy por bien pagada del trabajo que he
tenido en escribir, que no por cierto en pensar lo que había de decir, en
lo que el Señor me ha dado á entender de los secretos de esta oración
evangelical, que me ha sido de gran consuelo. Sea bendito y alabado sin
fin. amen Jesús .
(1) Advertimos que las palabras siguientes de la Santa están tomadas del origina]
de este libro, según se encuentra en el Escorial, y por cuyo original hizo la edición de
1861 el Sr. La Fuente. El original que se encuentra en el convento de Carmelitas Des-
calzas de Valladolid, tiene algunas variantes, por más que los dos convienen en el fondo.
(2) Se refiere al libro de la Vida.
(3) El Camino de Perfección.
(4) El libro de la Vida. De cuyas palabras se infiere que al acabar la Santa de es-
cribir su Camino de Perfección, se hallaba en poder del P. Báñez el libro de la Vida,
con lo cual se confirma lo que hemos dicho en el capitulo II, es decir, que aun cuando
no el P. Báñez, sino el P. Garcia de Toledo, habia sido el que mandó escribir á Santa
Teresa por segunda vez la Vida, pero el P. Báñez, que vivia entonces en Santo To-
más, leia y examinaba este libro en unión del P. García de Toledo. Por eso dice á sus
hijas: «si éste (el Camino de Perfección) va para que le veáis y os l(» da, también os
dará el otro- (el libro de la Vida).
CAPÍTULO V
Cas ''fundaciones,, y el IP. García de Coledo.
Pasemos ya á decir algo sobre el tercer libro de Santa Teresa, el de
sus Fundaciones. Consta de 31 capítulos, y contiene la historia de todas
las fundaciones, exceptuando la primera, que fué la de San José de Avila.
Comprende, pues, la fundación de Medina, Malagón, Valladolid, etc., etc.,
hasta la de la ciudad de Burgos, última que llevó á cabo, y que escribió
en esa misma ciudad, dos meses, y algunos días antes de ocurrir su precio-
sísima muerte en Alba de Tormes, á donde se trasladó desde Medina por
orden del vicario provincial Fr. Antonio de Jesús (1). Parecía natural que
la fundación del convento de San José formara parte de ese libro, pero la
historia de esta fundación se empezó á publicar desde la primera edición,
hecha en Salamanca el 1589, juntamente con el libro de la Vida, y unida
ha continuado en las posteriores ediciones (2). Los nueve últimos capítu-
(1) Este V. Padre, verdadero fundador de la Reforma, era pariente por parte de su
madre de San Vicente Ferrer. Fué natural de Requena, profesó la Orden Carmelitana,
y por persuasión de Santa Teresa, abrazó el primero la descalcez en unión de San Juan
de la Cruz, en Duruelo. Como San Juan era pequeño de estatura, solia decir la Santa que
«había empezado su Reforma con fraile y medio.»
(2) Sin embargo, no han faltado ediciones, tanto en España, como en Francia, en
que el libro de las Fundaciones empieza por la fundación de San José de Avila. Así,
en la edición que hicieron los PP. Carmelitas Calzados en Zaragoza en 1623, dividieron
su obra en cinco libros. El primer libro contiene la fundación de San José de Avila, y
los cuatro siguientes abrazan las demás.
11
- 162 -
los, desde el XXXIl al XL, los consagra la Santa á su primera fundación.
Es importantísimo también este libro ó historia de las Fundaciones, y
como dice un autor, es la historia mejor escrita, después de las historias
sagradas. Pudiera decirse con el Sr. La Fuente, que este libro, en cierto
modo, contiene las operaciones ad extra de Teresa de Jesús; así como el
de la Vida (y aun podrían entrar con la Vida, el Camino de Perfección y
las Moradas, solo que en éstos habla la Santa en tercera persona), contie-
ne las operaciones ad intra. Al hablar el mismo Sr. La Fuente del estilo con
que está escrito, dice así: «En cuanto al estilo de este libro, débese notar
que es más correcto, no solamente que el de la Vida y Camino de Perfec-
ción, sino que todo lo demás que escribió, y según va adelantando, se ve
lo mucho que va mejorando en el modo de narrar, en la soltura de escribir
en el orden y enlace de las ideas, y hasta en el modo de redondear los
periodos. El trato de gentes, la mucha correspondencia epistolar, y con
sujetos de alta categoría, los viajes, y más que todo el progresivo aumento
de dones espirituales, influían precisamente en esta mayor corrección. >
«Su genio alegre y jovial se retrata más en este libro que en ningún
otro, pero con la espontaneidad y naturalidad propia de su carácter sen-
cillo, candoroso y puro. Los epigramas que á veces salen de su pluma, a!
describir á ciertas personas, ó ridiculizar algunas impertinencias, están lle-
nos de agudeza, pero sin malicia alguna, sin intención ni aun remota de
herirnilastimarlareputaciónajena>(l). Escribiendo al P. Gradan le
(1) Prólogo á las Fundaciones, La Fuente, edición de 1861.
Entre los niuclios dichos agudos, á la vez que inocentes, de que usa la Santa en sus
libros, en especial en este de las Fundaciones, merece citarse lo que escribió en el capí-
tulo XXIX, hablando de nueve Beatas que se habían reunido en Villanueva de la Jara,
esperando á que la Santa fuese á fimdar á esa Villa. Describe en primer lugar, de una
manera inimitable y graciosa, la vida que hacían de comunidad; y con respecto á sus
rezos se expresa asi:
<'E1 más tiempo rezaban el oficio divino con un poco que sabían leer, que solo una
lee bien, y no con breviarios conformes: unos les habían dado de lo viejo Romano al-
gunos clérigos como no se aprovechaban de ellos, otros como podían; y como no sa-
bían leer, estábanse muchas horas. Esto no lo rezaban donde de fuera las oyesen: Dios
tomaría su intención y trabajo, que pocas verdades debían decir."
- 163-
decía (1): «Las fundaciones (el libro de las Fundaciones) van ya al cabo (2).
Creo se ha de holgar de que las vea, porque es cosa sabrosa. Mire si obe-
dezco bien. Cada vez pienso, que tengo esta virtud, porque de burlas que
se me mande una cosa, la querría hacer de veras, y lo hago de mejor gana,
que esto de estas cartas, que me mata tanta barabúnda. No sé cómo me
ha quedado tiempo para lo que he escrito >. Esto mismo decía á su gran
amigo el Licenciado Aguiar, como ella le llama, médico muy devoto suyo,
y que no sabía separarse de ella todo el tiempo que la Santa estuvo en
Burgos. «Quejándome yo (dice el citado Sr. Aguiar en la declaración para
la canonización) un día que, ¿porque no bajaba pronto y puntualmente
para asistir y dirigir las obras del nuevo convento que se estaban hacien-
do (y la razón era por la suavidad que yo sentía con su presencia), me
respondió: * Quiero que sepa vuestra merced que yo también escribo mis
necedades; y en el estilo que puedo voy ahora escribiendo lo que pasa en
esta fundación, que es memorable, como lo he hecho en todas las otras,
porque serán cosas de mucho gusto algún día, y aún ahora, voy escribien-
do la merced, que vuestra merced nos hace, y la caridad con que nos tra-
ta y lo que le debemos, y cierto que ni come ni sosiega en su casa asis-
tiendo aquí, y Dios se lo ha de pagar (3).
Es muy para notar la forma en que se expresa Santa Teresa al referir-
se á este, su libro, sobre todo teniendo en cuenta que en su profunda hu-
mildad nunca alabó sus celestiales escritos; al contrario, los tenía en tan
poca estima (no en cuanto á la doctrina en ellos contenida, sino en cuan-
to al estilo), que á su manera de hablar y de explicar las cosas, la llamaba
desatino, confesando y pregonando á cada paso su torpeza: y así, hablan-
do con el V. P. Fr. Pedro Ibáñez, en el capítulo XI de su Vida le decía de
esta manera: - Y podrá ser las menos veces acierte á que venga bien la
comparación, servirá de dar recreación á V. M. de ver tanta torpeza-; y
(1) Carta 110, edición del Sr. La Fuente de IHSl.
(2) Santa Teresa las iba escribiendo, según acababa cada una de estas fundacio-
nes, pensando siempre que aquella fuera la última, pues sentiase ya muy débil y acha-
cosa.
(3) Edición del Sr. La Fuente de L-'BI, tomo 0.°, página 205.
I
— 164 —
un poco más adelante: -^Gustaré de que se ría, si le parece desatino la ma-
nera de declarar*; y otras muchísimas veces se expresa del mismo modo:
pero no sucede lo mismo, cuando se trata del libro las Fundaciones (1).
Antes de pasar á averiguar quién haya sido el confesor ó prelado, por
cuyo mandato escribiese Santa Teresa este libro de tan sabrosa lectura, y
donde se hallan unidas la mística con la historia y la política, conviene
hacer constar, que así como Dios quería que escribiese la vida, y lo hemos
hecho ver por lo que la Santa misma escribió en el prólogo, así también
quiso Dios que escribiese la historia de sus fundaciones, y así en la rela-
ción 3.^ párrafo 2° dice, hablando de la revelación que tuvo en San José
de Malagón, el segundo día de Cuaresma: «Se me presentó Nuestro Señor
Jesucristo en visión imaginaria, como suele... Díjome que no era ahora
tiempo de descansar, sino que me diese priesa á hacer estas casas... que
tomase cuantas me diesen... que escribiese la fundación de estas casas*. Y
en carta que escribió al V. P. Gracián, desde Toledo, el año 1576, le de-
cía: ^ Y también he escrito esas boberías que ahí verá. Ahora comenzaré lo
de las fundaciones que me ha dicho José (Jesucristo) que será provecho
de muchas almas (2). Pero Santa Teresa en empresas de este género, nun-
ca se atrevía á obrar, por su profundísima humildad y prudencia consuma-
da, mientras el confesor ó prelado no aprobasen esas hablas, y ellos mis-
mos como vicegerentes de Dios, se lo mandasen é intimasen el precepto
por medio de la obediencia. Así sucedió cuando escribió su vida, y al es-
cribir ahora el libro de las Fundaciones. Debemos, pues, señalar quién ó
quiénes fueron los que se las mandaron escribir.
Para proceder, no sólo con claridad, sino también con justicia, dando
á cada uno lo que es suyo; conviene tener presente, que el libro que exa-
minamos contiene tres partes ó secciones, como las llama el historiador
(1) En la primera edición que se hizo de las principales obras de Santa Teresa,
bajo la dirección de Fr. Luis de León, no se editó el libro de las Fundaciones, sin duda,
teniendo en cuenta que por entonces vivían aún muchas personas á quienes la Santa
aludía y nombraba, y por lo tanto, la publicación hubiera podido ofrecer algún incon-
veniente. Salió á luz por primera vez en Amberes en 1630. El original de este libro se
halla también en el Camarín del Escorial, donde fué colocado en 1592.
(2) Carta 102, La Fuente, Edición de 1881.
- 165 —
Sr. La Fuente y que corresponden á tres periodos que abraza. Acabada la
primera fundíición, ó sea la de San José de Avila, el año 1562, cuya histo-
ria, como ya se ha dicho se halla escrita en los últimos capítulos, de lo
que hoy llamamos Vicia de Santa Teresa, permaneció la insigne Reforma-
dora del Carmelo, en ese santo Convento, por espacio de cinco años, de
los cuales dice ella: ■^ Cinco años después de la fundación de San José de
Avila: estuve en él, que á lo que ahora entiendo, me parece serán los más
descansados de mi vida, cuyo sosiego y quietud echa harto de menos
muchas veces mi alma> (1).
Trascurridos los cinco años aunque incompletos, ó sea en 1567, Santa
Teresa emprendió la fundación de Medina, Malagón, Valladolid, Toledo,
Pastrana, Salamanca y Alba de Tormes, cuyas fundaciones que son las
comprendidas en el primer periodo, se las mandó escribir el P. M. Ripalda
de la Compañía de Jesús confesándose con él en Salamanca el año 1573.
La Santa se ausentó luego de Salamanca y fundó sus Conventos de Sego-
via. Veas, Sevilla y Caravaca, y á su vuelta de Andalucía, el año 1576,
hallándose en la ciudad de Toledo, dice la crónica Carmelitana, libro 5.°
capitulo XXXVII, el P. Fr. Jerónimo Gracián que era entonces visitador
apostólico de Calzados y Descalzos, nombrado por Monseñor Hormaneto,
Nuncio de Su Santidad, considerando ser en daño de la Orden que aque-
lla obra, el libro las Fundaciones, no se acabase, aunque la Santa Madre
vencida de las ocupaciones y enfermedades se excusaba, la animó grande-
mente y mandó la prosiguief.e, con que añadió á las dichas, otras cuatro,
Segovia, Veas, Sevilla y Caravaca, y acabólas de escribir en Toledo, vís-
pera de San Eugenio, 14 de Noviembre del año dicho de 76. Todo lo cual
está conforme en un todo con lo que la Santa escribe al terminar el capí-
tulo XXVII de este libro, y es justo que se consigne aquí: -Comencé á es-
cribir estas fundaciones por mandado del P. M. Ripalda de la Compañía
de Jesús, como dije al principio, que era entonces rector del Colegio de
Salamanca, con quien yo entonces me confesaba. Estando el monasterio
del glorioso San Josef, que está allí, año de 1573 escribí algunas de ellas,
y con las muchas ocupaciones habíalas dejado, y no quería pasar adelan-
(1) Santa Teresa, libro de las Fundaciones, capítulo I, número 1.°
— 166-
te, por no me confesar ya con el dicho, á causa de estar en diferentes par-
tes, y también por el gran trabajo y trabajos que me cuesta lo que he es-
crito, aunque como ha sido siempre mandado por obediencia, yo los doy
por bien empleados: estando muy determinada á esto, me mandó el P. Co-
misario apostólico (que es ahora el M. Fr. Jerónimo Gracián de la Madre
de Dios) que las acabase. Diciéndole yo el poco lugar que tenía, y otras
cosas que se me ofrecieron (que como ruin obediente le dije), porque tam-
bién se me hacía gran cansancio sobre otros que tenía, con todo me mandó
que, poco á poco, ó como pudiese, las acabase: ansí lo he hecho, sujetán-
dome en todo á que quiten los que entienden lo que es mal dicho. Que por
ventura lo que á mi me parece mejor irá mal. Háse acabado hoy, víspera de
San Eugenio, á catorce días del mes de Noviembre de 1576, en el monas-
terio de San Josef de Toledo, á donde ahora estoy por mandado del P. Co-
misario apostólico el M. Fr. Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, á quien
ahora tenemos por perlado de Descalzos y Descalzas de la primitiva regla,
siendo también visitador de los de la mitigada de la Andalucía, á gloria y
honra de Nuestro Señor Jesucristo, que reina y reinará para siempre. Amén.
Tanto por las palabras de la crónica como por las de Santa Teresa, se
vé con evidente claridad que estas cuatro fundaciones, que son las que
corresponden al segundo periodo, las escribió por mandato del P. Fr. Je-
rónimo Gracián, y por eso la misma Santa escribiendo desde Toledo el
año 76 á su hermano D. Lorenzo, recien llegado á Avila, le decía:
«Bien las puede leer (las Fundaciones que tenia escritas) y sacar de
allí un papel en que están escritas algunas cosas de la fundación de Alba.
Envíemelo vuestra merced con esotros, porque el P. Visitador me ha man-
dado acabe las Fundaciones, y son menester esos papeles para ver lo que
he dicho, y para esa de Alba. Harto de mal se me hace; porque el rato que
me sobra, quisiera más estarme á solas y descansar. No me parece que
quiere Dios. Plega á El se sirva de ello>. Continúa después la Crónica en
ellugar ya citado (1): «Cuatro años pararon las Fundaciones, por la si-
guiente turbación de la Orden. Y manifestándose en el 80 alguna luz de
paz, las prosiguió Nuestra Santa Madre y dejó fundadas de su mano otras
(1) Libro 5.^ capitulo XXXVI!.
-167-
cuatro: Villanueva de la Jara, Falencia, Soria y Burgos y escribiólas por
mandado del P. Gracián, en aquella ciudad-: Estas cuatro fundaciones,
que son las últimas, son las que abraza el tercer periodo.
Me he detenido algún tanto en este punto, no solo por aclararle, sino
principalmente, como ya queda indicado, por dar á cada uno lo que es
suyo; y así, recopilando lo dicho, resulta que las fundaciones del primer
periodo, ó sea hasta el año 73, se las mandó escribir el Jesuíta P. M. Ri-
palda. Las Fundaciones del segundo y tercero, las escribió por obedien-
cia al P. M. Gracián, ya como visitador apostólico que era el año 76, ya
como primer provincial de la Reforma que era el año 82 cuando la Santa
escribió las cuatro últimas; y por lo tanto á él se le deben. De todo esto,
se infiere la muy poca exactitud que contienen las palabras del historia-
dor La Fuente, cuando en el prólogo á los libros historiales de la Santa,
es decir, á los libros de la Vida y Fundaciones, comparando "los hijos de
San Ignacio con los de Santo Domingo, en la parte que unos y otros tu-
vieron en estos libros, se expresa de esta manera (1): «El libro de la
Vida interior y fundación de San José, se lo mandó escribir su confesor,
fraile dominico, y continuar otro confesor también dominico: el de la Vida
exterior y las demás fundaciones se lo mandó escribir otro confesor Jesuí-
ta»; y un poco más adelante vuelve á repetir lo mismo: < Debemos, pues,
dice el libro de la Vida y fundación de San José de Avila, á Santo Domingo;
el de la Vida exterior y fundaciones siguientes, á San Ignacio-. Repetimos
que hay poca exactitud en las anteriores palabras del historiador La Fuen-
te. Porque es muy verdadero, y tan cierto, que nadie lo pone en duda, ni
el mismo Sr. La Fuente, que el libro de la Vida interior y fundación de San
José, se lo mandó escribir su confesor, fraile dominico, y continuar otro
confesor también dominico, y por lo tanto que el libro de la Vida y funda-
ción de San José, se debe á Santo Domingo; pero no lo es tanto el afirmar
que el de la Vida exterior y las demás fundaciones^' se los mandase escribir
otro confesor Jesuíta, ni que se deba el de la -- Vida exterior y fundaciones si-
guientes > , á San Ignacio; pues como se ha demostrado hasta la evidencia con
documentos y datos irrecusables, este libro de la Vida exterior y fundacio-
(1) Edición de 1881.
— 168 —
nes siguientes, como le llama La Fuente, se debe en parte al P. Rlpalda,
que mandó á San Teresa escribir las fundaciones de Medina y las demás
hasta la de Alba, ó sea las del primer periodo; pero se debe también al
P. M. Gracián que la mandó escribiese las restantes, ó sea las que abrazan
el segundo y tercer periodo.
Pudiera acaso, en cierto modo, salvarse la exactitud de esas frases, si
al menos se debiese al Jesuíta Ripalda lo que pudiéramos llamar iniciativa,
ó sea la primera idea de que Santa Teresa, asi como habia escrito la Vida,
escribiese también sus fundaciones; pero ni aun en esto, le corresponde
este mérito, que por cierto, no es pequeño: esta feliz ocurrencia se debe
en toda justicia á nuestro P. García de Toledo.
Oigamos á Santa Teresa que en el prólogo á dicho libro se expresa de
esta manera: «Estando en San Josef de Avila año de mil y quinientos y
sesenta y dos, que fué el mesmo que se fundó este monasterio mesmo, fui
mandada del P. Fr. García de Toledo, dominico, que al presente era mi
confesor, que escribiese la fundación de aquel monasterio, con otras mu-
chas cosas, que quien la viere, si sale á luz, verá. Ahora estando en Sala-
manca, año de mil y quinientos y setenta y tres, que son once años des-
pués, confesándome con un Padre Rector de la Compañía, llamado el
maestro Ripalda, habiendo visto este libro de la primera fundación, le pa-
reció sería servicio de nuestro Señor, que escribiese de otros siete monas-
terios, que después acá por la bondad de nuestro Señor se han fundado,
junto con el principio de los monasterios de los PP. Descalzos de esta
primera Orden, y ansí me lo han mandado.»
De las anteriores palabras, lealmente interpretadas, se desprende:
1." Que la idea primera, la iniciativa de escribir las Fundaciones, la gran Te-
resa de Jesús, partió del P. García de Toledo; y que á este V. P. se le debe:
«fui mandada, dice la Santa Escritora, del P. Fr. García de Toledo, domi-
nico, que al presente era mi confesor, que escribiese la fundación de aquel
monasterio-. 2." Que la causa que movió al P. Ripalda para mandarla es-
cribir el año 73 algunas Fundaciones que para entonces tenía hechas, fué,
el haberie parecido bien y cosa muy acertada, lo que había escrito por
mandato del P. García de Toledo, sobre la fundación de San José: «Con-
fesándome, dice la Santa, con un P. Rector de la Compañía, llamado el
— 169 —
M. Ripalda, habiendo visto este libro de la primera fundación, le pareció
seria servicio de Dios, Nuestro Señor, que escribiese de otros siete mo-
nasterios que después íicá, por la bondad de Nuestro Señor, se han fun-
dado-. 3." La tercera conclusión que naturalmente y sin violencia se de-
duce de todo lo precedente, por más que á alguno quizá le parezca una
paradoja, es que no sólo se debe á Dominicos el que Santa Teresa escri-
biese su Vicia interior y la fundación de San José, como lo confiesan todos
sus biógrafos, sin excluir al Sr. La Fuente, quien lo dice y lo repite á cada
paso; sino que á ellos se les debe en cierto modo también, y no al P. Ri-
palda de la Compañía de Jesús, el que la Santa escribiese su Vida exterior,
ó la historia de sus fundaciones, en cuanto al mandarle el P. Dominico,
Fr. García de Toledo, escribir el año 65 la primera fundación, ó sea la de
San José, puso, digámoslo asi, el fundamento para que escribiese más tar-
de la historia de todas las fundaciones que, después de la primera, llevó
á cabo en los años restantes de su vida. Es esta una conclusión, que como
ya se indicó, se desprende sin violencia, si con atención se examinan y
ponderan todos los antecedentes, y la que deducirá cualquiera que se pro-
ponga relatar imparcialmente la historia de estos sucesos (1). Por eso, el
(1) Este mismo pensamiento y sentir, nuniifiesta el célebre autor del Año Tcrcsia-
no cuando en el tomo 7.", día 7.°, al enumerar los libros de su Santa Madre, dice así:
«El tercer libro, que también permanece en el Escorial, es de las Fundaciones. Débese
esta idea al R. M. Fr. García de Toledo, por lo perteneciente á la primera Fundación
de San José de Avila.»
Aún no lo hemos dicho todo; resta añadir que aun cuando el P. Ripalda mandó á
Santa Teresa en 1573 escribiese las fundaciones que hasta entonces había efectuado,
sin embargo, como la Santa sólo estuvo de paso en Salamanca, pues era Priora de la
Encarnación de Avila en aquellos años, y sólo fué á Salamanca para arreglar el negocio
de la casa ó convento de sus hijas, de ahí que trasladándose luego á Ávila y Segovia,
donde fundó en 1574, dejó de confesarse, como es claro, con el P. Ripalda, que residía
en Salamanca, y de ahí también, que aun cuando empezase á escribir esas fundaciones
en 1573, tuvo que interrumpir ese trabajo por las muchas ocupaciones y negocios
que tenia entre manos, como ella misma nos lo dice en el capítulo XXVll, por estas
palabras: " Comencé á escribir estas fundaciones por mandato del P. M. Ripalda, de la
Compañía de Jesús, como dije al principio, que era entonces Rector del Colegio de Sa-
lamanca, con quien yo entonces me confesaba. Estando en el monasterio del glorioso
— 170 —
gran historiador de la Reforma, actuándose en todo lo dicho, cual convie-
ne á un escritor que escribe con rectitud de intención, y comentando las
palabras precedentes de la Santa, sintetiza con grande fidelidad su sentido,
á la vez que el pensamiento de su Santa Madre y escribe con grande aplo-
mo, las palabras que contienen esta conclusión tercera y dice: < Según esto,
San José, que está allí, año 1573, escribí algunas de ellas, y con las muchas ocupacio-
nes habíalas dejado, y no quería pasar adelante, por no me confesar ya con el dicho,
á causa de estar en diferentes partes, y también por el gran trabajo y trabajos, que me
cuesta la que he escrito». Cuando en 1576 se hallaba en Toledo, de su vuelta de Sevi-
lla, el P. Gracián, que era Visitador Apostólico, la mandó que las escribiese todas, tan-
to las que había fundado después de 1573, como las que fundó antes de esta fecha.
Se equivocan, pues, tanto los Bolandos, como el Sr. La Fuente, cuando nos dicen
que la Santa escribió en Salamanca, en 1573, las fundaciones de los siete conventos
de monjas que había llevado á cabo hasta esa fecha. Y que esta afirmación de tan gra-
ves historiadores, no puede sostenerse, se ve claro, pues al historiar la Santa la fun-
dación de Valladolid, nos habla de la entrada en aquel convento de Casilda de Padilla,
que tuvo lugar en 1574. En los capítulos que siguen á la fundación de Valladolid, cuen-
ta también la traslación de las monjas, desde Pastrana a Segovia, de la ordenación de
Ambrosio Mariano; hechos que sucedieron en ese mismo año de 1574, la fundación del
Convento de Duruelo, que se hizo en 1575, y aun de cosas y casos que tuvieron lugar
en 1576. Es, pues, inadmisible, que escribiese esas fundaciones y capítulos en Sala-
manca el año de 1573. Por eso la Santa no dice que las escribió, sino que las comenzó
á escribir: «Comencé, dice, á escribir estas fundaciones, por mandato del P. M. Ripal-
da», y añade que las había dejado y que ya no las quería continuar por no confesarse
con dicho Padre. Los dos historiadores contemporáneos de la Santa Madre, Ribera y
Yepes fueron mucho más exactos, cuando solamente dijeron «que la Santa comenzó el
libro de las Fundaciones en Salamanca en 1573, cuando ella había ya fundado siete mo-
nasterios.»
Resulta, pues, de los datos aducidos, que en rigor no se puede decir que Santa Te-
resa escribiese en virtud del mandato del P. Ripalda, más que las fundaciones de Me-
dina y Malagón, pues en la tercera, que es la de Valladolid, refiere sucesos acaecidos
en 1574, y es muy verosímil, que sí en 1576 el P. Gracián no la hubiese obligado á es-
cribir lo que faltaba, la Santa no lo hubiera hecho. Después de todo lo expuesto apa-
rece más convincente y clara la inexactitud del Sr. La Fuente, cuando afirma y repite
con tanto aplomo, que -el de la Vida exterior y de las demás Fundaciones, se lo mandó
escribir otro confesor Jesuíta^; -debemos, pues, el de la Vida exterior y fundaciones
siguientes, á San Ignacio*. Cnf. /Euvres de Sainte Tliérése, vol. III, pág. 19.
- 171 -
el primer fundamento de escribir Fundaciones, fué el P. M. Fr. García de
Toledo. Y parecióle tan bien, esto es, tan acertado, al P. Ripalda de la
Compañía de Jesús, que la mandó las prosiguiese». Sí: al P. García de
Toledo le corresponde la gloria de que Santa Teresa escribiese esas sa-
brosas historias; porque él fué, repitamos la expresión del célebre Carme-
lita, el primer fundamento de que la Santa escribiese fundaciones. La histo-
ria se debe escribir, dando á cada uno, es decir, á cada instituto, lo que le
corresponde: suum caique.
--*--
CAPÍTULO VI
ei libro de las 'inoradas,, y el Dominico IP. janguas.
Pasemos ya al libro de las Moradas, ó al Apocalipsis de Santa Teresa,
como le llama el Sr. La Fuente (1): < pues los libros de esta mística Doc-
tora, pueden, al decir del mismo autor, dividirse á la manera de los del
Nuevo Testamento, en históricos, sapienciales, las epístolas ó cartas, y
este de las Moradas ó Apocalipsis de la Santa; porque sino es profético,
como el del evangelista San Juan, es en cambio tan elevado, sublime y de
tan recónditos misterios, que aun los más ejercitados en las cosas de es-
píritu, hallan en él, no sólo qué admirar, sino qué adivinar, siquiera los
superficiales y vulgares lo hallen todo llano como sucede á la presunción
petulante.»
El original de este preciosísimo libro se conserva en el convento de
Carmelitas Descalzas de Sevilla, tal cual salió de las manos de la Santa
Madre.
Aunque el Sr. Yepes y el P. Ribera nos dicen que le escribió por man-
dato del Sr. Velázquez, prebendado de la Santa Iglesia Primada, y después
Obispo de Osma y Arzobispo de Santiago, fundados quizá en que era su
confesor y empezó su escritura en aquella ciudad, el día de la Santísima
Trinidad del año 1577, como ella dice en el prólogo; pero el Sr. La Fuente
y antes el autor de la Crónica Carmelitana, y lo mismo el autor de la obra
(1) Prologo al libro de las Moradas, Edición de 1881.
-174-
titulada La Mujer Grande afirman, sin duda alguna, que le escribió por
mandato del P. Fr. Jerónimo de la Madre de Dios Gracián, que era enton-
ces visitador ó comisario, nombrado por el Nuncio de su Santidad en Ma-
drid, Monseñor Nicolás Hormaneto, gran protector de la Reforma, aunque
no falta quien dice que este libro se debe también á los ruegos de un Pa-
dre Dominico. Consta además de un opúsculo del mismo P. Gracián, que
en el capítulo V, números 2." y 3.^ dice así (1): Persuadía yo á la Madre
Teresa estando en Toledo con mucha importunación, que escribiese el li-
bro que después escribió, que se llama Las Moradas. Ella me respondió:
«¿Para qué quieren que escriba? escriban los letrados que han estudiado,
que yo soy una tonta y no sabré lo que me digo: pondré un vocablo por
otro, con que haré daño. Hartos libros hay escritos de cosas de oración:
por amor de Dios, que me dejen hilar mi rueca, y seguir mi coro y oficios
de religión, com.o las demás hermanas, que no soy para escribir, ni tengo
salud y cabeza para ello, etc.»
«Convencíla con el ejemplo de que algunas personas suelen sanar de
enfermedades, más fácilmente con las recetas sabidas por experiencia, que
con la medicina de Galeno, Hipócrates y de otros libros de mucha doctri-
na; de la misma manera puede acaecer en almas que siguen oración y es-
píritu, que más fácilmente se aprovechan de libros espirituales, escritos de
lo que se sabe por experiencia, que no de lo que han leído y estudiado en
doctores. Porque así como quien ha de andar un camino peligroso y lleno
de barrancos y malos pasos, más le aprovecha la luz que le da quien le
acaba de andar y ha experimentado lo que en él hay, aunque no sepa los
nombres propios, como sepa decir por algunas señas, donde está el peli-
gro, que no la luz, y noticia que le da el que lo sabe por haberlo leído y
por sola relación; así acaece en las almas que siguen el camino áspero de
la oración. Porque como estas cosas del espíritu sean prácticas, y que se
ponen por obra, mejor las declara quien tiene la experiencia, que no quien
tiene sola la ciencia, aunque hable en propios términos.-
El autor de la Crónica Carmelitana no sólo dice que el P. Gracián fué
quien se le mandó escribir, sino que expone además el motivo ó causa
(1) Obras de Santa Teresa pur la Fuente, tonio ü.": edición del 81.
-175-
más inmediata que tuvo para mandárselo, ó sea el hallarse detenido en el
Tribunal de la Santa Inquisición el libro de la vida que años antes había
la Santa escrito. Dice asi el citado autor (1):
♦ Al buen juicio, y cuidadosa diligencia del P. Fr, Jerónimo Gracián de-
bemos este tesoro. Hallábase en Toledo consolando y recibiendo con-
suelo de la Santa, en lo más riguroso de las persecuciones. Estando con
ella tratando de materias espirituales, se lamentó de que el libro de su Vida
donde tantas luces y avisos se hallaban para el trato de oración, estuviese
asi retirado en el Tribunal de la Inquisición. Vínole al pensamiento que se
podía restaurar tan gran pérdida, si la Santa escribiese aquella misma doc-
trina, no por modo de historia suya, sino de enseñanza, sin hacer de sí
memoria, sino cuando mucho en tercera persona, si la necesidad de la
doctrina lo pidiese. Agradado del pensamiento, que sin duda fué del cielo
se lo propuso á la Santa, significándole la importancia, y animándola con
la memoria del favor de Dios, que en los demás libros había experimenta-
do. Repugnaba el natural por las causas generales, y en especial por un
ruido en la cabeza, que no la dejaba atender. De nada de esto se dejó
vencer el buen Padre, y determinadamente le mandó que escribiese este
libro; y comiénzale por estas palabras: Pocas cosas que me ha mandado
la obediencia se me han hecho tan dificultosas, como escribir ahora cosas
de oración. Lo uno porque no me parece me da el Señor espíritu para ha-
cerlo, ni deseo: lo otro, por tener la cabeza tres meses ha con ruido y fla-
queza tan grande, que á los negocios forzosos es'^ribo con pena. Mas en-
tendiendo que la fuerza de la obediencia suele allanar cosas que parecen
imposibles, la voluntad se determina á hacerlo de muy buena gana-. Y de-
clarando el tiempo y lugar de esta escritura, añade lo siguiente: «Y así co-
mienzo á cumplirla hoy día de la Santísima Trinidad, año de 1577 en este
monasterio de San Josef del Carmen en Toledo, á donde al presente estoy.-
Aunque comenzó este libro en Toledo, le acabó en Avila, víspera de
San Andrés del mismo año, como parece por el fin de él (2). No gastó más
(1) Crónica Carmelitana, libro 5.", capitulo XXXVII.
(2) «Acabóse de escribir en el monasterio de San José de Ávila, año de 1577, víspe-
ra de San Andrés, para gloria de Dios, que vive y reina por siempre jamás. Amén.-
-176-
tiempo en libro tan grande y de tanta sabiduría la que sobre su cuerpo
traía el peso de intolerables enfermedades y flaquezas: y sobre su alma el
de los congojosos cuidados del gobierno de toda la Religión.»
Hemos querido copiar este pasaje tan extenso del cronista carmelitano,
principalmente para confirmar con él lo que anteriormente hemos indica-
do, ó sea, que el libro de la Vida contiene, no sólo como en semilla y en
germen, sino aun lo que pudiéramos llamar la sustancia de lo que encierra
el libro de las Moradas. En este punto no pueden estar más terminantes
los documentos. Estaba, dice el ya citado cronista, el libro de la Vida, re-
tirado en el Tribunal de la Santa Inquisición, y vínole al pensamiento al
V. P. Gracián, que se \iOÓ\^. restaurar aquella pérdida, si la Santa escribie-
se aquella misma doctrina, no por medio de historia suya, sino de ense-
ñanza, sin hacer de si memoria, sino cuando mucho en tercera persona, si
la necesidad de la doctrina lo pidiese. El mismo juicio formó el docto
P. Ribera, primer biógrafo de la Santa, quien comparando estos dos libros
entre sí, escribe de esta manera en el libro 4." capítulo VI: «El libro de la
Vida, demás de la historia, que es muy sabrosa, trata de cosas muy espi-
rituales, y todo es lo que pasó por ella, con grandes avisos para conocer
lo que es del buen espíritu y del malo, y saberse haber bien en lo del bue-
no, y guardarse de los engaños del malo. Esta misma doctrina tiene el li-
bro de las Moradas, mas por orden, y con más resolución de experiencia,
por haberse escrito quince años después; pero particularmente lo más alto
della, que es lo que está en las tres Moradas postreras, es todo lo que en
sí vio y experimentó, sino que en la Vida habla claramente de sí, acá más
encubiertamente.»
De los testimonios que acabamos de consignar, se desprende clara-
mente que la diferencia entre estos dos libros, más es de forma que de
fondo. Todas las diferencias se reducen á cuestión de estilo, de método,
á hablar en primera ó tercera persona, á dar mayor ó menor amplitud al
desarrollo de ciertas ideas.
Todo esto, como se ve, viene á dar la razón á los que no consideran
estas dos obras, como esencialmente distintas, y opinan que la Santa
jamás se hubiera determinado á escribir la segunda, á no ser por el
hecho de haber recogido la primera, el Tribunal de la Inquisición.
-177-
Sea de esto lo que fuere, resulta que descartada la parte histórica que
constituye el carácter esencial del libro de la Vida, el argumento doctrinal
de las dos obras es esencialmente el mismo en las dos.
De este hecho, de cuya exactitud podrá convencerse todo el que haya
pasado la vista por las páginas de esos inspirados libros, séanos permiti-
do notar que la gloria que cabe á los dominicos PP. Pedro Ibáñez y Gar-
cía de Toledo, por haber sido los verdaderos inspiradores del libro de la
Vida, trasciende á esta segunda obra, que es como el complemento y per-
fección de la primera.
No es esto decir que el libro de las Moradas, independientemente de
las circunstancias que motivaron su redacción por separado, no haya ve-
nido á llenar una necesidad hondamente sentida, y que no sea acreedor á
nuestra admiración sin límites, y á los elogios que se le han prodigado por
la alteza de doctrinas que expone y por el desembarazo y elegancia de
estilo en que lo hace. Nosotros somos los primeros en reconocer esas ex-
celentes cualidades, que aquilatan el mérito indiscutible del libro de las
Moradas, y que han movido á un tan concienzudo autor como el Sr. La
Fuente, á aplicar á ese libro el significativo epíteto de Apocalipsis de San-
ta Teresa, pero nos ha parecido conveniente, y sobre todo justo, llamar la
atención sobre la parte de merecida gloria que, por las razones indicadas,
puede caber á los Dominicos.
La misma Santa, con su agudo ingenio, no pudo dejar de comprender
los relevantes méritos y las ventajas que presenta el libro de las Moradas
sobre el de la Vida. Apesar de haber empezado á escribirle muy desanima-
da y con pocas esperanzas de poder decir nada que no fuese pura repeti-
ción de lo ya dicho, después de terminada la tarea, siente como una espe-
cie de santa complacencia por la obra realizada. Veamos cómo se expresa
la Santa en su encantador estilo sobre cada uno de estos dos extremos.
En el prólogo al libro de las Moradas, dice asi: Bien creo he de saber
decir poco más que lo que he dicho, en otras cosas, que me han mandado
escribir; antes temo que han de ser casi todas las mismas, porque asi como
los pájaros que enseñan á hablar, no saben más de lo que les muestran ú
oyen, y esto repiten muchas veces, soy yo al pie de la letra ". Escribiendo
desde Avila el 7 de Diciembre, ocho días después de terminado, á su an-
-178-
tiguo amigo el P. Salazar, de la Compañía de Jesús, que se encontraba en
Granada, le decía usando de ciertas metáforas, lo que sentía de uno y otro.
«Sábese cierto, escribía que está en poder del mismo (el Inquisidor Quiro-
ga), aquella joya (el libro de la Vida). Si viniese el Sr. Carrillo (P. Sala-
zar), vería otro (el libro de las Moradas), que á lo que se puede entender
le hace muchas ventajas; porque no trata de cosa, sino de lo que es él, y
con más delicados esmaltes y labores, porque dice no sabía tanto el Pla-
tero (Santa Teresa) que lo hizo entonces (el libro de la Vida) y el oro de
más subidos quilates (la doctrina), aunque no tan al descubierto las pie-
dras (las revelaciones y mercedes espirituales de Dios) como acullá (como
en el libro de la Vida).
Por estas metáforas de Teresa de Jesús con tanta propiedad y delica-
deza usadas, se ve que el libro de las Moradas, hace sin duda ventaja al
libro de la Vida; por ser aquel de más delicados esmaltes, y el oro de más
subidos quilates, en cuanto, como comenta el docto P. Ribera, hay más
orden y más resolución de experiencia; y en cuanto las piedras, ó sea la
doctrina, no se halla tan al descubierto; sino más encubiertamente que
acullá, ó sea en el libro de la Vida; pero siempre será cierto, que la doc-
trina es la misma; «esta misma doctrina contiene el libro de las Moradas»,
dice el citado Padre; siempre será también cierto, que este libro se escribió
para restaurar la pérdida del libro de la Vida, y que en él se halla por modo
de doctrina y enseñanza, lo que se halla en aquél por modo de historia
suya, como afirma el autor Carmelitano; y por lo tanto, quedan en pie las
observaciones hechas, sobre todo, si se tiene en cuenta, que nunca Santa
Teresa hubiera escrito el libro de las Moradas, ni al P. Gracián le hubiera
siquiera ocurrido el pensamiento de mandárselo escribir, si antes, y con
mucha anticipación, no la hubieran obligado á escribir la Vida nuestros ve-
nerables Padres; de todo lo cual se infiere que no es tan insignificante y
pequeña la parte que por solo este capítulo corresponde á los hijos de Do-
mingo en el libro titulado las Moradas, ó Castillo Interior de Teresa de
Jesús.
Pero aún tenemos que presentar otro título, por el cual, de algún modo,
nos pertenece además este tan precioso libro. El historiador de la Reforma,
á continuación del pasaje ya citado, sigue escribiendo de este modo
I
- 179-
(1): < Después de escrito el libro de las Moradas, lo entregó la Santa al Pa-
dre Maestro Fr. Jeriuiinio Gracián, su prelado, rogándole lo viese también
el M. Fr. Diego de Yanguas, de la Orden de Santo Domingo, su confesor.
Para examinarlo mejor, hacían sus juntas en el locutorio de Avila, y en
presencia de la Santa. Si encontraban alguna dificultad, la averiguaban
muy á lo escolástico, alternando los oficios, ó de Fiscales, ó de Aboga-
dos, ayudándose de lo que sus discursos y libros alcanzaban* (2).
Por lo dicho, se ve que Santa Teresa eligió por censor de su gran li-
(1) Crónica Carmelitana, libro 5.", capítulo XXXVI 1.
(2) En un ejemplar de la Vida, escrita por el F. Ribera, pone el P. Gracián algunas
notas marginales, y en una de ellas, se contienen las pí\iabras siguientes: «Mándela,
dice, que escribiese este libro de las Moradas, diciéndola, para más la persuadir, que
lo tratase también con el doctor Velázquez, que la confesaba algunas veces, y se lo
mandó. Después leímos este libro en presencia del P. Fr. Diego Yanguas, y árguyén-
dole yo muchas cosas de él, diciendo ser mal sonantes, y el P. Fr. Diego, respondién-
dome á ellas, y ella diciendo que las quitásemos, y así quitamos algunas, no porque
fuese mala la doctrina, sino es alta y dificultosa de entender para muchos, porque con
el celo que yo la quería, procuraba que no hubiese cosa en sus escritos en que nadie
tropezase."
No ha faltado alguien que con poco fundatnento para ello haya censurado y llevado
á mal las correcciones de que nos habla el P. Gracián. Es preciso tener siempre pre-
sente el tiempo y circunstancias de los hechos para juzgar con acierto sobre ellos, su-
cediendo que lo mismo que en un tiempo quizá sea impertinente, ha sido en otro ne-
cesario; tal es el caso que nos ocupa. Estas correcciones, ó más bien aclaraciones, se
hacían en una época en que por una parte se hilaba muy delgado y se vigilaba con ex-
tremo sobre las doctrinas y el sentido de las proposiciones. El P. Gracián estaba en-
tonces muy escarmentado con lo que había ocurrido con el libro de la Vida, y también
lo estaba Santa Teresa. Por este motivo rogó la Santa encarecidamente al P. Gracián,
que lo viese el M. Yanguas.
Creemos muy oportuno trasladar aquí las atinadas observaciones del célebre Car-
melita descalzo, Fr. Tomás de Aquíno, quien, ocupándose de este asunto en unas im-
portantes advertencias que hizo á la copia que sacó del libro de las Moradas, escribe
asi: «Nuestro historiador general dice en el lugar ya citado, en su número 8, que con-
cluida en Avila la santa obra, la entregó la Santa á nuestro P. Gracián, por cuya obe-
diencia la había hecho para que la examinase y corrigiese con el P. M. Yanguas: que
lus dos se juntaban en el locutorio con la Santa Madre, é iban con mucho espacio, ma-
— 180-
bro, al M. Fr. Diego Yanguas, de la Orden de Santo Domingo; y no sólo
le eligió, sino que se lo suplicó al P. Gracián, su prelado, como cosa en
que la Santa tenia gran interés que asi fuese. <Lo entregó, dice, al P. Gra-
durez y atención leyendo, examinando y controvertiendo los puntos que no parecían
tan claros. Sabemos por el mesmo historiador, en el número 7, que estaba el libro de la
Vida, de la Santa Madre, que la misma habia escrito, suspenso y detenido por el Santo
Oficio de la Inquisición, y para compensar esta pérdida, le mandó el P. Gracián á la
Santa escribir este tratado, y con ciertas prevenciones y resguardos, que lo pusiesen
á cubierto de semejante desgracia, y para lo mismo suplicó al pielado encarecidamen-
te lo viese también el P. M. Yanguas, y el P. Gracián dispuso aquellas juntas. En ellas,
pues, concurriendo hombres tan doctos, espirituales y prudentes, puestos en constitu-
ción tan crítica y tan digna de atención, ¿qué mucho es que borrasen muchas cosas,
que nos parece ahora claro no lo m.erecían? ¿Qué mucho que añadiesen otras que nos
parecen impertinentes y poco necesarias? Si puestos en aquellas circunstancias juzga-
ríamos de otru modo, ¿qué mucho lo juzgasen así los que en ellas se hallaban? Cierta-
mente considera.'ído esto me maravillo de que el P. Gracián le mandase á la Santa es-
cribir, y que aprobase con el otro Padre Maestro toda la sustancia del escrito, variadas
tan pocas cosas. En todos los casos dudosos de aquella junta contemplo yo, era de la
Santa Madre el voto decisivo, ya por la mayor inteligencia y más alta que tenia de tan
soberanas materias, ya por la veneración y confianza con que la miraban aquellos ve-
nerables Padres, nmy seguros de que siendo parte ó reo en aquella causa, aún no era
arbitro sospechoso. En todos los casos, pues, que por discordar los dos, ó titubear am-
bos en la decisión, se remitían al juicio de la Santa, seria la sentencia de su humildad
contra el inocente escrito y se decidía borrar, enmendar, corregir y alterar, siendo mu-
chas veces preciso hacerlo por contentar á la humildísima Santa, y otras valerse de sus
autoridades, para defender la cláusula ó el término en cuestión. El mismo Señor, que
le inspiró al P. Gracián le mandase escribir á la Santa una obra tan útil á la Iglesia, les
dio á los dos fortaleza para mantener lo escrito, y acaso no la tendríamos en aquellas
circunstancias los que ahora lo criticamos, cuando vemos la Autora en los altares, y
sus obras aplaudidas y celebradas en toda la cristiandad.'
Habla luego en particular de las adiciones hechas por el P. Yanguas, y dice: «Fuera
de estas correcciones y adiciones de nuestro venerable Gracián, tenemos como unas
ocho marginales de otra letra, que conjeturamos sea del P. M. Diego de Yanguas, del
Orden de Predicadores; pues constándonos fueron los dos solos los que se dedicaron
á corregir la nueva obra de las Moradas, y siendo las demás notas del P. Gracián, no
tenemos otra que atribuirle, sino las pocas que se ven no son del compañero; luego
podemos prudentemente atribuírselas, siendo, tomo son, uniformes de una misma
-181 -
cián, su prelado, rogándole que lo viese también el M. Fr. Diego de Yan-
guas, de la Orden de Santo Domingo, su confesor.»
Muy significativo es este ruego de la Santa, y de mucha honra para el
mano, de letra buena de cartapacio y, las más, citas de lugares de la Sagrada Escritu-
ra, que la Santa Madre toca y cita sin poner el lugar.»
En efecto: cuando la Santa escribe en las segundas Moradas: "Sea varón y no de
los que se echaban á beoer de bruces, cuando iban á la batalla, no me acuerdo con
quien.,.»; añade el P. Yanguas, «con Gedeón... en los Jueces capítulo 7.°, versículo 5.°»
En esas mismas Moradas, cuando la Santa dice: «Ninguno subirá á mi Padre», sustitu-
ye subirá el P. Yanguas por la palabra - viene. >
En las terceras Moradas, capítulo 1.°: «que se tenga por siervo sin provecho como
dice San Pablo ó Cristo»; el P. Yanguas evacuó la cita señalando el capítulo y ver-
sículo de San Lucas: "servi inútiles sumus,,.
No se limitó el P. Yanguas á evacuar algunas citas, dio también explicación á cier-
tas expresiones, y así en las Aíorarfos quintas cuando escribe Santa Teresa: «Y está
claro, pues dicen, que no entiende (el demonio) nuestro pensamiento"; añade, ó más
bien explica estas palabras, diciendo: '<se entiende de los actos de entendimiento y vo-
luntad, que los pensamientos de la imaginación, claramente los ve el demonio, si Dios
no le ciega en aquel punto». Es esta doctrina corriente, según Santo Tomás, y así en
su Suma Teológica 1.", Part. quaest. 57, artículo 4.°, dice: «Alio modo possunt cognos-
cí cogitatíones, prout sunt in intellectu et affectiones," prout sunt in volúntate. Et sic so-
lus Deus cogitatíones cordium, et affectiones voluntatum potest cognoscere ». Y en la
respuesta ad 3."'" de ese mismo artículo escribe el Santo Doctor: Quia igítur Angelí
(síve boní sive malí) cognoscunt res corporales et dispositiones earum, possunt per
haec cognoscere, quod est in appetitu et in apprehensione phantastica brutorum ani-
malíum et etiam hominum». Por todo lo cual se comprende que fué muy atinada la ex-
plicación del P. Yanguas, y es muy probable que la mística Doctora aluda á este ve-
nerable Padre, cuando nos habla en las cuartas Moradas de un letrado que la deslindó
bien la diferencia y distinción de la imaginación del entendimiento.
Aunque sea alargando un poco la nota, nos parece conveniente copiar literalmente
sus palabras, que son verdaderamente encantadoras. Dice así: Yo he andado en esto
desta baraúnda de pensamientos bien apretada algunas veces, y habrá poco más de
cuatro años, que vine á entender por experiencia, que el pensamiento, ó imaginación
(porque mejor se entienda) no es el entendimiento, y pregúntelo á un letrado, y díjome
que era íisí, que no fué para mí poco contento; porque como el entendimiento es una de
las potencias del alma, hacíaseme recia cosa estar tan tortolito á veces, y lo ordinario
vuela el pensamiento de presto, que solo Dios puede atarle, cuando nos ata así, de ma-
— 182-
M. Yanguas. ó más bien, para la Orden de Santo Domingo; porque no es
de extrañar que sujete al parecer y censura del V. P. Fr. Pedro Ibáñez el
libro de su Vida, que él mismo le había mandado escribir, y que le diga (1):
-No sé, si acierto á decirlo. Vuesa merced verá: plega al Señor acierte á
contentarle siempre» (2); trompa vuesa merced esto que he dicho, si le pa-
reciere, y tómelo como carta para sí, y perdóneme, que he estado muy atre-
vida >; ni que diga al P. García de Toledo (3): - Y ansí pido yo á V. M. por
amor de Dios, que si le pareciere, rompa lo demás que aquí va escrito, lo
ñera, que parece que estamos en alguna manera desatados deste cuerpo. Yo veía, á
mi parecer, las potencias del alma empleadas en Dios, y estar recogidas con él, y por
otra parte, el pensamiento alborotado, traíame tonta.»
Terminamos este punto con las graves palabras del citado P. Fr. Tonuís de Aquino:
«De qué estima deba por tanto ser esta copia, lo habrán de determinar los juicios, pon-
deradores del mérito de la santa autora, y de los graves calificadores, que en su santa
compañía perfeccionaron el santo escrito con sus luces teológicas, y con las ¿isistencias
soberanas que, no sólo están prometidas á los dos ó tres, que en nombre del Señor, y
para solicitar su honra y gloria, convienen y consienten entre sí (como en el caso pre-
sente), sino á los que oyen humildes y obedientes á sus superiores, prelados, directo-
res y maestros, que oirán en ellos al mismo Cristo, como nos lo prometió su Majestad.
Ni yo le rebajo nada del alto espíritu y asistencia con que creo piadosamente escribió
una Santa sin letras cosas tan subidas de la teología mística, y con una tan admirable
claridad, por haber los correctores procedido con espíritu humano y sabiduría natural;
porque esto no nos consta, y yo al contrario, viendo que Dios nos manda acudir á los
superiores, y ministros suyos, creo que esto no es sólo para ejercicio de la humildad y
obediencia, sino también para lograr los aciertos, y queda muy seguro en manos de su
providencia, el que entonces tendriin los superiores iluminados entonces como lo fué
el inferior, que atendiendo á las disposiciones y promesas divinas, se pone en sus ma-
nos, como en la de dioses visibles, de quien reciben luces.
>»Ni menos tengo por no dictadas de la Santa Madre las palabras añadidas en esta
copia como las mismas que la Santa Madre corrigió de su mano y pluma, porque mo-
vida á esta obra por obediencia, y rendida gustosísima á la corrección que le dictaba
la obediencia, y hechas estas correcciones con su asistencia y con su voluntad, tan su-
yas son como si las hubiera corregido por su misma santa mano.»
(1) Capitulo XI, número 14, Vida de Santa Tciesa.
(2) Capitulo XVI, número 5, Vida de Santa Teresa.
(3) Capítulo XXXVI, número 15, Vida de Santa Teresa.
— 183-
que toca á este monasterio Vuesa merced lo guarde, y muerta yo, lo dé á
las hermanas*; puesto que como ella escribe en otra parte: «Fui mandada
del P. García de Toledo Dominico, que al presente era mi confesor, que
escribiese !a fundación de aquel monasterio con otras muchas cosas, que
quien la viere, si sale á luz, verá»; ni por fin es de extrañar que en el pró-
logo al Camino de Perfección sujete el contenido y doctrina de este libro
al juicio del presentado, el P. Fr. Domingo Báñez, y escriba de esta ma-
nera: «Y si fuere mal acertado, el P. Presentado, que lo ha de ver prime-
ro, lo remediará ó lo quemará», una vez que lo escribió con su licencia y
mandato; mas que un libro escrito por obediencia á su prelado, y prelado
de la talla y dotes relevantes en santidad y doctrina como el V. P. Fr. Je-
rónimo de la Madre de Dios Gracián, no quiera que salga á luz, sin que
antes le censure y dé su aprobación el P. Diego Yanguas, hijo de Santo
Domingo; esto no se explica fácilmente, sino se tiene presente el grande
aprecio y estima, que la Santa, mientras vivió, tuvo de esta Sagrada Or-
den y de sus preclaros hijos: pues, como amiga de letras y de letrados, les
halló siempre en la Orden Dominicana; y por eso encargaba con interés á
sus hijas, se aficionasen á ella. Asi consta del testimonio solemne que el
Jesuíta V. P. Gil González (1), confesor de la Santa, Visitador que fué de
la Compañía de Jesús y Provincial meritísimo de Castilla, quien en las in-
formaciones que se hicieron en Madrid para la canonización, afirmó con
juramento lo siguiente: También sé que encargaba mucho la santa Madre
á sus monjas, y en sus libros lo dice, que procurasen tratar con gente doc-
ta y de muchas letras, y por esta razón las aficionaba á la religión de San-
to Domingo, por la seguridad de la doctrina, que profesa esta sagrada Re-
ligión.»
Por algo dijo el V. Palafox comentando una de las cartas de Teresa
de Jesús: «Aprobación es insigne de la Santa, salir bendita y acreditada
con la censura acendrada y pura de esa sagrada Religión que en Materias
de Doctrina y de Espíritu no sabe, ni quiere (iba á decir ni puede) disi-
mular cosa alguna; porque parece que no le deja su celo libertad para lo
malo. •
(1) Obras de Santa Teresa por el Sr. La Fuente, ttMiio 6.°, edición del 81.
— 184 —
Por esta seguridad en la doctrina, acudió sin duda la gran Teresa al
sabio Dominico P. Yanguas, á fin de que censurase y aprobase, si le pa-
recía bien, su libro de las Moradas.
Los deseos de la Santa fueron plenamente satisfechos, y á presencia
de ella misma, fué examinado ese misterioso libro por hombres tan doctos
como Yanguas y Gracián, quienes no sólo no encontraron en él nada cen-
surable, sino que le prodigaron toda clase de elogios.
El resultado final, y como consecuencia legítima que se deduce clara-
mente de toda esta discusión, es que, aun en el libro de las Moradas, nos
corresponde gran parte, por los dos títulos que acabo de presentar, á sa-
ber: que este libro se escribió para restaurar la pérdida del de la Vida,
mandado escribir por hijos de Santo Domingo; y también por haber sido
dicho libro censurado y aprobado por un P. Dominico, á ruego y petición
de Teresa de Jesús.
-¥-
1
CAPÍTULO Vil
Cos IPIP. García de Coledo y Báñez, y el libro de
''Conceptos del flmor de Dios,,
Consta este libro de siete capítulos y se titula: - Conceptos del Amor de
Dios, escritos por la Santa Madre Teresa de Jesús, sobre algunas palabras
de los Cantares de Salomón.'
Acerca de su contenido, el Sr. La Fuente en el prólogo, edición de
1881, después de decirnos que debe contarse entre los libros didácticos
de la Santa, escribe asi: Después de hablar de la importancia y alta sig-
nificación que tienen todas las palabras de los Cantares, aunque parez-
can bajas, pasa ya desde el segundo (capítulo) á dar provechosa ense-
ñanza, demostrando nada menos que nueve maneras, que hay de paz (1)
falsa, amor imperfecto y oración engañosa. Y deshechos los errores en tal
concepto, pasa á tratar por contraposición de la paz verdadera y del amor
que nace de la oración unitiva. Trata en el cuarto de la oración de quie-
tud, y así va subiendo en los capítulos siguientes á tratar de la suspensión
y arrobamiento, y concluye en el séptimo, describiendo los dos conceptos
del amor provechoso, en los deseos de servir á Dios y el afán de padecer
(1) Es este uno de los capítulus, entre todos los escritos de la Mística Doctora,
donde nos da las admirables enseñanzas, para conocernos á nosotros mismos y cono-
cer los ardides del demonio que se transfigura muchas veces en Ángel de luz.
— 186 —
trabajos por su amor. Se escribió por obediencia,, como la misma Santa
lo testifica en el séptimo y último capítulo, por estas palabras: - Plega al
Señor no lo haya sido (atrevimiento) lo que he dicho, aunque ha sido por
obedecerá quien me lo mandón. No consta quién le impuso esta obe-
diencia, dónde le escribió, ni en qué tiempo. Se había creído que su es-
critura tuvo lugar después de haber escrito, no sólo el libro de la Vida,
como es evidente, sino aun después del libro de las Moradas, ó sea, des-
pués de 1577, puesto que en el capítulo IV, tratando de la oración de
quietud, se expresa de esta manera: '<Mucho de ella tengo escrito en dos
libros (que si el Señor es servido, veréis después que me muera) y muy
menuda y largamente, porque veo que lo habréis menester, y ansí aquí
no haré más que tocarlo» (1).
El Sr. La Fuente opina, por el contrario, que le escribió el año 1567, ó
sea, diez años antes de las Moradas, siendo el primero en sostener esta
opinión, como él mismo expresamente lo dice por estas palabras de su
prólogo á este libro en la edición del 1851: <Tal es la serie cronológica
de las vicisitudes de este libro. En ella me separo de la opinión de los
escritores anteriores, acerca de la fecha con que se escribió este libro y
también de la opinión de los eruditos autores de Acta Sanctorum.»
A nuestro juicio, no puede sostenerse ni una ni otra opinión; no la pri-
mera, puesto que la aprobación que dio el P. Domingo Báñez á la copia
del original, y que traslaaaremos aquí muy pronto, está fechada el año lv575,
y es cosa cierta, y la misma Santa lo dice en el prólogo á su libro de las
Moradas, que le escribió el año 1577, luego tuvo que escribir este de los
Conceptos, antes que el de las Moradas.
Tampoco es sostenible la nueva opinión del Sr. La Fuente, de que se
escribió el año 1566 ó 1567, hallándose la Santa en San José de Avila. Se
conoce que este docto escritor no se fijó en la especie de prólogo con que
Santa Teresa da principio á este su libro, y que empieza así: Viendo yo
las misericordias que nuestro Señor hace con las almas que trae á estos
monasterios que su Majestad ha servido que se funden de la primera re-
(1) Estos dos libros á que alude en este pasaje la Santa, suponían los que seguían
esa opinión, que eran el libro de la Vida y el de las Moradas.
- 187 -
gla de nuestra Señora del Carmelo... Ha como dos años que me da el Se-
ñor para mi propósito á entender algo del sentido de algunas palabras, y
paréceme será para consolación de las hermanas, que nuestro Señor lleva
por este camino, y aun para la mía, que algunas veces da el Señor tanto
á entender, que yo deseaba que no se me olvidase, mas no osaba poner
nada por escrito. Ahora, con parecer de personas á quien yo estoy obli-
gada á obedecer, escribiré alguna cosa de lo que el Señor me da á enten-
der, que se encierra en palabras, de que mi alma gusta, para este camino
de oración, por donde (como he dicho), el Señor lleva á estas hermanas
de estos monasterios y las mias>. De estas palabras de la Santa Madre, se
infiere que cuando empezó la escritura de este libro, llevaba ya fundados
algunos de sus monasterios; luego no puede el año 1565 ó 1567, que sólo
tenía fundado el de San José de Avila, y antes de salir á fundar el de Me-
dina, que fué el segundo, como afirma el Sr. La Fuente. Por estas y otras
razones que omitimos, nos parece insostenible esa nueva opinión. Es sin
duda un punto oscuro, pero tenemos por más probable, se escribió hacia
el año de 1574. Sea de esto lo que quiera, pasemos á investigar otro pun-
to importante, á la vez que curioso, sobre el mismo libro.
Es cosa cierta, que Santa Teresa, obedeciendo á su confesor, quemó
lo que tenía escrito acerca del libro de los Cantares; y que, si tenemos hoy
esos siete capítulos, se debe esto, á que una religiosa de Alba había sa-
cado furtivamente, por decirlo así, una copia de esas meditaciones, como
la Santa Madre los llama, antes que los quemase. Hablando un respetable
escritor sobre este libro de la Santa, dice así: ^Eldelos Conceptos del amor
divino ó exposición de los Cantares, lo debemos al P. Báñez, no porque él
se lo mandara escribir, sino porque se dio prisa á recoger la copia que de
él había hecho una religiosa antes que la Santa Madre, obedeciendo á su
confesor, quemara uno y otro. Consérvase esta copia, salvada por el Pa-
dre Báñez, en el monasterio de religiosas carmelitas de Alba de Tormes.
Lleva dos notas del mismo Báñez, una de las cuales, escrita al margen
dice: 'Esta es una consideración de Teresa de Jesús: no he hallado en ella
cosa que ofenda. Fr. Domingo Báñez >. Otra nota puesta al fin dice: -Visto
he con atención estos cuatro cuadernillos que entre todos tienen ocho plie-
gos y medio; y no he hallado cosa que sea mala doctrina, sino antes bue-
-18S-
na y provechosa. Fr. Domingo Báñez. En el Colegio de San Gregorio de
Valladolid, á 10 de Junio de 1575 (1).>
Quién fuese el confesor que no juzgó prudente el que una mujer, si-
quiera fuera como Santa Teresa, escribiese en lengua vulgar explicaciones
ó comentarios sobre un libro de la naturaleza y condiciones del libro de
los Cantares, es punto bastante oscuro. Santa Teresa nunca lo quiso de-
clarar como lo afirma el P. Ribera cuando rtice en el libro 4.*^, capítulo VI:
«De manera que, aunque la Santa contó el caso al P. M. Fr. Jerónimo
Gracián, no quiso ni aun á él decírselo». Y el mismo P. Gracián, anotan-
do la Vida de Santa Teresa, escrita por el P. Ribera sobre las palabras ci-
tadas, pone una escrita de su mano, en que dice: < Nunca ¡o supe.*
El P. Paulino Alvarez, en su obra titulada Santa Teresa y el P. Báñez,
ocupándose de este punto en el capitulo II, dice así: «Quién haya sido el
confesor que ésto le ordenó, la Santa no lo dice: algunos afirman que fué
el P. Yanguas, ya fuese por probar, como Dios á Abraham, su obediencia,
creyendo poder estorbarlo antes de que ella lo pusiese por obra, ya por
evitar las críticas que los ánimos preocupados y escarmentados por casos
semejantes harían de la obra, con tormento de su autora. Pero el cronista
de la Reforma prueba cronológicamente, que ni el P. Yanguas mandó tal
cosa, ni el libro se quemó en Segovia, donde aquel confesor de la Santa
residía-. En efecto, el cronista Carmelitano, en el libro 5.°, cap. XXXVIII,
tratando de la ocasión con que se perdió este libro, escribe»:
'A esto responde el P. Fr. Jerónimo Gracián en el prólogo que hizo
á este tratado, que cierto confesor, juzgando ser cosa peligrosa que las
mujeres entren en las profundidades de aquel libro, se lo mandó quemar:
(1) No sólo lleva esas notas marginales la copia de Alba, sino además contiene al-
gunas adiciones del mismo P. M. Báñez. No quiso Santa Teresa que la Duquesa de
Alba leyese ese escrito sin que antes lo revisase y aprobase dicho Padre, como no
quiso que sus hijas leyesen el Camino de Perfección sin que él lo aprobase, y éste al
revisarle, hizo lo que habia hecho con el libro de la Vida; es decir, dar ciertas explica-
ciones y sustituir ciertas palabras, nc porque no fuera muy católica su doctrina, sino
porque los tiempos eran duros, recios los vientos de las contradicciones, recientes y
terminantes las prohibiciones, flagrantes los abusos y muy sonado el caso y aún fra-
caso de Fr. Luis de León, como dice el Sr. La Fuente.
- 189 -
y ella obedeciendo, sacrificó el hijo de su entendimiento y amor, entre-
gándole á las llamas; y que lo que ahora gozamos, es copiado de unas
hojas que una monja había trasladado del principio de este libro: con que
da á entender que no le tenemos todo. Un escritor moderno de los nues-
tros añade que el confesor que esto le mandó, fué el P. Yanguas, estando
la Santa en Segovia; más por ejercitar su fe, que por el efecto; y cuando
supo el suceso lo sintió. No me persuado del grande y prudentísimo jui-
cio de aquel gran varón, á quien yo conocí, que pusiese á peligro un libro
como éste, porque la Santa hiciese un acto de resignación, sabiendo su
prontitud en obedecer sin discurso. Y cuando lo hiciese porque ella mos-
trase el ánimo determinado: tengo por cierto que acudiría á detener el gol-
pe, como hizo el ángel con Abraham. Y lo cierto es que esto no pudo su-
ceder en Segovia. Porque nuestra Santa Madre, después que salió de
aquella ciudad el año de 74, no se halla que estuviese tan de asiento en
aquel convento que pudiese escribir este libro.»
En contra de estas afirmaciones del cronista Carmelitano están las de-
posiciones de tres religiosas Descalzas, una de ellas, hermana del P. Gra-
dan, quienes testifican haber oído al P. Yanguas, haber sido él, el que
mandó, ó más bien aconsejó á la Santa Madre, aunque con palabras no
muy expresas, lo quemase y aseguraba no haber él pretendido tanto y
sólo probar su rendimiento y obediencia de aquella alma santa. Añade
una de estas religiosas, supo haber referido en un pulpito el mismo Padre
Yanguas el suceso con ingenuidad ponderando la heroica obediencia de
la Santa Doctora. Aunque no se puede poner duda en la veracidad de ta-
les personas, pero sí ofrece dificultad y hasta hay motivo para dudar mu-
cho de la autenticidad de dichos testimonios. Y en verdad: si el suceso
fué tan notorio y público, que hasta en un sermón lo predicó el P. Yan-
guas, cómo es que personas coetáneas lo ignoraron, en especial el Padre
Gracián, quien aseguró no haberlo sabido nunca? 'Nunca lo supe». Cómo
se explica que habiendo censurado el P. Yanguas con el P. Gracián el li-
bro de las Moradas en el locutorio de Avila, ocasión por cierto bien opor-
tuna para que dicho P. Yanguas le contase lo ocurrido, éste sin embargo,
nunca supiese nada? Por todo lo que precede, y mucho más que pudiera
aducirse, hay que confesar lo que arriba hemos escrito, es á saber, que el
-190-
punto que nos ocupa es verdaderamente un punto oscuro, que no se ha
podido, ni es fácil pueda aclararse jamás.
Añádase á todo lo dicho, el testimonio de Isabel de Santo Domingo,
quien al artículo 14, en el proceso de canonización de Avila, se expresa
asi: «Asimismo vio esta declarante y leyó unos cuadernos de un libro
compuesto por la dicha Santa Madre, sobre los Cantares en que trataba
sentidisimamente de la comunicación que hay entre el alma y Dios, por un
modo muy superior y con un estilo muy propio de la materia, y con len-
guaje muy conforme á la Sagrada Escritura, según el parecer de muchos y
muy buenos teólogos, y entre otros del dicho P. Fr, Diego Yanguas y del
P. Fr. Domingo Báñez y de otros muchos muy doctos y espirituales.*
Pero aun concedido que ese confesor fuese el P. Yanguas, ¿fué por
ventura vituperable su conducta en esto? El Sr. La Fuente se ocupa lar-
gamente en canonizar su modo de obrar con razones, cuya fuerza no de-
jarán de conocer los hombres sabios. Dice asi, el erudito y sesudo escri-
tor en su introducción á este libro: ¿«Es vituperable la conducta del Padre
Yanguas al hacer quemar ese tratado? Era á fines del siglo XVl. El Con-
cilio de Trento se habia terminado, y con él las esperanzas de traer á los
protestantes á temperamento, haciéndoles desistir de sus errores, y pre-
tendida reforma. Principiaban éstos su propaganda de Biblias adulteradas,
introduciendo á vuelta de ellas sus errores, y con sus errores las subleva-
ciones y la guerra civil. Llevados de su espíritu privado, escribían inter-
pretando arbitrariamente la Sagrada Escritura, contra la mente de la Iglesia
y la enseñanza de la tradición. Roto el freno de la autoridad religiosa, se
pasaba á romper el de la autoridad civil. Los que en Francia habían prin-
cipiado por cantar los salmos de Marot, acababan por levantar ejércitos y
dar batallas contra su Rey. Así es que no solamente el Papa, sino también
los Príncipes católicos, se veían precisados á introducir inusitad¿is res-
tricciones en puntos, sobre los cuales se gozaba antes de completa liber-
tad. El Concilio de Trento había incoado esta tendencia restrictiva, tan ne-
cesaria, principiando los trabajos para el índice expurgatorio, y prohibien-
do la libre explicación de la Sagrada Escritura y sus traducciones en lengua
vulgar. Hijas de la necesidad eran estas disposiciones restrictivas: el abu-
so de la libertad trae siempre consigo una disminución de ella, pues para
-191 -
evitar el abuso, preciso es limitar el uso que antes era discrecional. La
Iglesia nunca se había opuesto á la versión de la Sagrada Escritura en
lengua vulgar, ni había restringido su lectura á los fieles; pero cuando
esta libertad se convirtió en libertinaje y en un medio de abuso y propa-
ganda, la Iglesia tuvo que prohibir el uno y limitar el otro. Es lo mismo
que hacen los Gobiernos en épocas de crisis y revoluciones. ¿Qué cosa
más inocente que reunirse cuatro amigos?, y con todo, momentos hay en
que la autoridad militar prohibe hasta la formación de grupos de más de
tres personas.
'Mas por lo que hace ai libro de los Cantares, su lectura nunca fué li-
bre en la Iglesia, y San Jerónimo dice, que no se permitía á los jóvenes el
leerlo hasta que tuvieran treinta años de edad. Y en efecto, este cántico
epitalámico y erótico, es muy inconveniente para personas de pasiones
vivas y de piedad escasa, pudiendo tomar en un sentido de amor lascivo
y profano, lo que sólo se puede entender en un concepto místico elevado,
y respecto del amor divino. ¿Cómo poner en manos de muchachos, de ig-
norantes y libertinos, un libro que principia pidiendo un ósculo y hablan-
do de los pechos?— Osculetur me ósculo oris sui, quia meliora sunt ubera
tua vino. En la sublime y mística explicación de estas palabras por Santa
Teresa veremos, que nada hay en ellas que no sea casto, santo, purísimo
y de elevación la más sublimg. ¿Pero se halla este sentido al alcance de
todos? ¿Lo entenderán así las doncellas y los mancebos? ¡Y á pesar de
eso los protestantes reparten este libro por millones entre el vulgo, y has-
ta entre los salvajes, y sin explicación y sin advertencia alguna!
«Mas la Iglesia católica, por razones que cualquiera persona prudente
y despreocupada, comprende fácilmente, restringe la lectura de este y de
otros libros, al paso que prodiga y manda prodigar la de otros, como los
Evangelios y las Epístolas de los Apóstoles; pero poniendo aun á estos
mismos las convenientes notas, que aclaren el sentido en los pasajes difí-
ciles y oscuros. Tal es la conducta de la Iglesia, análoga á la que usa un
padre prudente con sus hijos, no permitiéndoles, cuando son niños, el
uso y manejo de ciertos libros, que luego se recomiendan en edad
adulta.
•Con respecto á las mujeres, San Pablo encarga que callen en la Iglesia,
- 192 -
lo cual se entiende, no solamente acerca del silencio en el templo, donde
con frecuencia lo interrumpen, sino también, y más principalmente, de la
conveniencia de que se abstengan de enseñar. No es el entendimiento ni
la doctrina lo que ni en la familia ni en la sociedad civil se reservan á la
mujer: la voluntad y el amor son las que más bien corresponden á ellas.
Por eso la Iglesia reserva exclusivamente la enseñanza, hija del entendi-
miento, para el hombre; al paso que reconoce la devoción, hija del amor
y de la voluntad, como peculiar del sexo, al que ella misma caracteriza de
devoto. Mas en la teología mística, hija en gran parte del amor y del afec-
to, ha tolerado algunas veces que escribiesen mujeres de gran santidad,
en las que reconocía la inspiración divina.
«Sentados estos precedentes, y dando por supuestas otras noticias har-
to vulgares, y que no pueden desconocer los lectores á quienes se dedica
esta edición, ¿cuál era el estado de la cuestión cuando Santa Teresa escri-
bía estos Conceptos sobre el libro de los Cantares? Fr. Luis de León acaba-
ba de escribir sus comentarios sobre el libro de los Cantares, á petición de
una monja del convento de Sancti Spiritus de Salamanca, que era de ilus-
tres comendadoras del Orden de Santiago. Un fraile, que solía entrar en la
celda de Fr. Luis, copió este escrito, y sabido es lo que por este motivo
hubo de purgar Fr. Luis, por espacio de algunos años, en las cárceles del
Santo Oficio de Valladolid. Y si alguno podíg comentar el libro de los Can-
tares, ¿quién más á propósito para ello que un fraile de edad provecta, no-
table por su piedad, catedrático de Teología en la Universidad de Salaman-
ca, célebre en el Orbe católico, por su saber y ortodoxia? Y si con su cáte-
dra, saber, piedad, reputación y fama, Fr. Luis de León fué conducido al
Santo Oficio por comentar los Cantares en lengua vulgar, sin publicarlos,
y solo para uso particular, ¿tendrá nada de extraño que el M. Yanguas
mandase quemar estos escritos á la Madre Teresa, y que al verlos Fr. Luis
de León, si los vio, los tocara como quien se quema, y se guardara muy
bien de imprimirlos? Téngase en cuenta, que si el P. Gracián se atrevió á
imprimir los Conceptos del Amor Divino, lo hizo en 1612, treinta años des-
pués de muerta Santa Teresa, cuando ya estaba para ser beatificada, como
lo fué dos años después, y los publicaba en Bruselas, donde no había In-
quisición: y aun así, tan luego como el libro llegó á España y se imprimió
I
-193-
aquí, la Inquisición respetó el escrito de Santa Teresa, pero prohibió los
escollos del P. Gracián.
«Se dirá contra el P. Yanguas, que al fin Santa Teresa era santa; mas
durante la vida, nadie es santo, en la acepción rigurosa de la palabra, y
nadie tiene derecho á ir contra las prescripciones de la Iglesia, á pretesto
de santidad; ¿qué sería entonces de la disciplina eclesiástica? Santa Tere-
sa obedecía y obraba por inspiración divina; pero al P. Yanguas no le
constaba canónicamente esta inspiración, por eso estuvo en su derecho
en lo que aconsejó (pues no mandó), y Santa Teresa estuvo aún mejor,
en su habitual humildad, al obedecer, y el cielo hizo de modo que no se
perdiera el libro (1). á pesar del consejo y la obediencia, ambos justos y
racionales, aunque contrarios á la inspiración en la apariencia . Esto decía
el Sr. La Fuente, en su edición de las obras de Santa Teresa publicadas
en 1861; y cuando en 1881 las editó de nuevo, insistió en esto mismo di-
ciendo: «Y en verdad que no hay que culpar al P. Yanguas por este mo-
tivo. Los tiempos eran duros, recios los vientos de las contradicciones,
recientes y terminantes las prohibiciones, y muy justas, flagrantes los abu-
sos y muy sonado el caso, y aún fracaso de Fr. Luis de León, llevado á
la Inquisición tres años antes (1572) por haber trabajado en versiones y
comentarios de los Cantares para otra monja de aquella tierra.»
En vista de todo lo expuesto, es preciso concluir ser muy difícil seña-
(1) La Santa conciuye el capitulo Vil, con estas palabras: alargarme más, sería
atrevimiento. Plegué al Señor no lo haya sido lo que he dicho, aunque ha sido por obe-
decer á quien me lo ha mandado. Sírvase su Majestad de todo, que sí algo bueno va
aquí, bien creeréis no es mío, pues ven las hermanas que están conmigo con la prisa
que lo he escrito, por las muchas ocupaciones. Suplica á su Majestad, que yo lo entien-
da por experiencia. A la que le pareciere que tiene algo de esto, alabe á nuestro Señor,
y pídale esto postrero, porque no sea para si sola la ganancia. Plega á nuestro Señor
nos tenga de su mano, y enseñe siempre á cumplir su voluntad. Amén». Por la forma
en que termina este capitulo, algunos han creído que Santa Teresa no escribió más
sobre el libn» de los Cantares, que estos siete capítulos que por prtn'ídencia especial,
se conservan: otros opinan que los siete capítulos no son más que el principio de lo
que escribió y lo único que se salvó. Hay razones en pro y en contra, que no es del
caso exponer aquí.
\2
-194 —
lar la fecha en que este libro se escribió, y más aún determinar qué con-
fesor fué quien se le mandó quemar; que bien ponderadas las sólidas ra-
zones del docto historiador Sr. La Fuente, fundadas en las circunstancias
de lugar, tiempo, personas, etc., no puede culparse al P. Yanguas ó cual-
quiera que fuera el confesor que dio tal consejo á la Santa Madre; sino
que tanto el consejo como la obediencia fueron ambos, justos y racionales,
como dice el historiador citado; y por último, que los siete preciosos ca-
pítulos que hoy tenemos, se los debemos en cierto modo al P. Fr. Domin-
go Báñez, que se apresuró á recoger la copia sacada por la religiosa de
Alba, y la autorizó con su misma auténtica firma, siendo Rector de San
Gregorio de Valladolid; por donde se ve que los hijos de Santo Domingo
tienen también su parte en este pequeño, pero importante libro de Teresa
de Jesús.
-■*-
i^K
CAPÍTULO VIH
Cos IPIP. Báñez, Pedro Fernández, fuan de las Guevas,
y las Constituciones de Santa Ceresa.
Las primitivas constituciones de la Santa Reformadora, fueron escritas
y redactadas por ella misma, y son tan obra suya, dice el Sr. La Fuente,
como el libro de la Vida, el Camino de Perfección, y todos los demás que
escribió (1), y aunque este libro es pequeño en el volumen, pues sólo
contiene unos cuantos capítulos y cortos, pero en él se encuentra el prin-
cipio vital de toda la Reforma, y merece se haga un estudio sobre él. ha-
ciendo resaltar á la vez la intervención que los hijos de Sannto Domingo
tuvieron en tan importante obra.
Que la Santa escribiese y redactase nuevas constituciones adaptadas á
su nueva Reforma, lo testifican unánimes todos sus biógrafos, como Ribe-
ra, Yepes, etc., etc., y no sólo lo testifican, sino que citan el Breve de
Pío IV autorizando á la Santa para hacerlas, fechado el 1562, en que se
fundó el primer convento de la Reforma, ó sea el de San José (2). Las vi-
cisitudes por que pasaron estas constituciones, viviendo aún Santa Teresa,
(1) Tomo 1.", página 252, edición de 1861.
(2) Hé aquí una de las cláusulas de ese Breve, en que se autoriza á Santa Teresa
para hacer Constituciones: «Super his quoe felix regimem et gubernium ejusdem mo-
nasterü concerdent qunecumque statuta et ordinationes licita et honesta, et juri Canó-
nico non contraria, condendi, et postquam condita et ordinata fuerint illa in toto vel in
parte, justa temporum quoelitatem, in nielius mutandi, reformandi... licentiam et libi-r.in
facultatem impertimur.. (La Fuente, edición de 1861, tomo 1.", página 252.)
— 196 -
pueden reducirse á tres: 1.^ Las constituciones que la Santa hizo inmedia-
tamente después de fundar su primer convento. De éstas, dice la Crónica
Carmelitana, libro 1.", capitulo L: «Comunicólas con el P. M. Fr. Domin-
go Báñez, á la sazón su confesor, y por orden suya las presentó al Ilus-
trísimo Sr. D. Alvaro de Mendoza, obispo de Ávila y prelado de aquel
convento, para que con su aprobación tuviesen la autoridad que merecían.
Así lo confiesa la universal y uniforme tradición de monjas y frailes, as-
estas constituciones aprobadas, no sólo por el obispo de Avila, sino
también por el General de la Orden Fr. Rosi ó Rúbeo, que visitó á la San-
ta en San José el año de 1566, y lo que es más, por Pío IV, las llevaba la
Santa Madre á todas sus fundaciones y las implantaba en los nuevos con-
ventos; y por eso, en el capitulo III de las Fundaciones, dice, hablando del
convento de Medina: <Las monjas iban ganando crédito en el pueblo y
tomando con ellas mucha devoción, y á mi parecer, con razón...; en todo
iban con la manera de proceder que en San José de Avila, por ser una
misma la Regla y Constituciones. ■
Esto que la Santa dice del convento de Medina, que iban como en San
José, por ser una misma la Regla y Constituciones, se verificaba en todos
los conventos que fundaba.
Mas el año de 1569, el Santo Pontífice Pío V, nombró visitador apos-
tólico de la Orden del Carmen en Castilla, al M. R. P. Fr. Pedro Fernán-
dez, de la Orden de Santo Domingo, prior que era del convento de Do-
minicos de Talavera, y más tarde, provincial de la provincia de España y
prior del celebérrimo convento de San Esteban de Salamanca, dejando en
todos los puestos tal fama de virtud, que en su provincia es designado
con el nombre de ' el provincial santo - . Este fraile Dominico, de gran virtud
y saber, como dice el Sr. La Fuente (1), este V. P., á quien el Carmelita
Descalzo Fr. Antonio de San José, anotador de las Cartas de su Santa Ma-
dre, llama con justa razón, verdadero padre de nuestra Reforma, empezó
su visita revestido de toda la autoridad de la Sede Apostólica; pues como
decía Santa Teresa á D. Diego Ortiz, vecino de Toledo (2): - Después de
(1) Nota á la carta 26.
(2) La Fuente, caria 26, edició» de 1881.
-197-
¡da la carta de nuestro P. General, he advertido que no había para qué,
porque es muy más firme cualquiera cosa que el P. Visitador (P. Pedro),
hiciese, porque es como hacerlo el Pontífice, que ningún general, ni Capí-
tulo general, lo puede deshacer. El es muy avisado y letrado y gustará
V. M. tratar con él-; y escribiendo á Doña María de Mendoza (1): «V. S. lo
tratará con el P. Visitador (P. Pedro). Suplico á V. S. le muestre mucho
fivor y haga la merced que acostumbra hacer á personas semejantes; por-
que es el mayor prelado que ahora tenemos, y su alma debe merecer mu-
cho delante de Dios>. Empezó, repetimos, á hacer la Visita en los conven-
tos de la naciente Reforma, ordenando lo que parecía prudente para el buen
régimen y gobierno de dichas casas. Mas como era tan cuerdo, nada dis-
ponía sin tratarlo antes con la Santa Fundadora y de acuerdo con ella; y
á estas actas ú ordenaciones llama el Sr. La Fuente: ^Constituciones da-
das por Santa Teresa, de acuerdo con el P. Pedro Fernández», porque en
verdad, los dos tenían parte en ellas, y que así sucedió, lo consigna ex-
presamente la Santa, cuando escribiendo al P. Gracián, poco antes de ce-
lebrarse el Capítulo de Separación en Alcalá, ó sea en Febrero de 1581, le
decía entre otras cosas (2); en nuestras cosas (en las de las monjas), no
hay que dar parte á los frailes, ni nunca las dio el P. Pedro Fernández.
Entre él y mí pasó el concertar las Actas que puso, y nini^una cosa hacía
sin decírmelo: ésto le debo». Y en otra carta escrita al mismo Padre pocos
días después de la anterior, se expresaba de esta manera (3): *pues nues-
tras constituciones, ó lo que ordenare para nosotras (las monjas), no es
menester tratarlo en Capítulo, ni que lo entiendan ellos (los frailes), que
solo consigo y conmigo lo trató el P. Pedro Fernández (que haya gloria)>.
Tiene, pues, razón el ilustre historiador, al distinguir las constituciones
primitivas de éstas que llama «Constituciones dadas por Santa Teresa, de
acuerdo con el P. Pedro Fernández.»
El mismo P. Pedro, como Visitador, hizo actas ó Constituciones sobre
el número de monjas que había de tener cada convento; y así, escribiendo
(1) Carta 2.'' á Üufia María de Mendoza, tumo 4."
(2) La Fuente, edición de 1S81, carta 325.
(3) La Fuente carta 329, edición de 188L
-198-
Santa Teresa á María Bautista, priora en Valladolid, le decía: «En eso de
la freila no hay que hablar, pues está hecho: mas yo le digo que es cosa
bien recia tres monjas, como dicen, tener tantas freilas: harto sin camino
es. Creo se habrá de procurar con el padre visitador, haga número, como
de las monjas.
El comentador Fr. Antonio de San José, añade: «Tenían cuatro profe-
sas, y con la novicia eran cinco, y no gustaba la Santa de tantas freilas.
Con que insinúa la providencia de que el padre visitador señalase núme-
ro fijo. El P. Fr. Pedro Fernández, que lo era, en las actas que hizo en
Medina del Campo á 2 de Septiembre de 71, le señaló para las coristas,
ordenando que en los conventos que vivían de limosna, no pasasen de
trece ó catorce, ni en los que tenían renta, excediesen de veinte. Esto se
entiende, dice, fuera de las legas que se tomen para los oficios. Con que
éstas aún no tenían determinado número, como se señaló después, man-
dando que en ningún convento puedan pasar de tres. >
De otra constitución hecha por el P. Pedro, nos habla la Santa en una
carta que escribía á una religiosa de otra Orden que pretendía abrazar la
descalcez. La Santa la decía: <*En lo principal que V. M. manda, no la pue-
do servir en ninguna manera, por tener Constitución pedida por mí, de no
tener monja de otra Orden en estas Casas*; y añade el comentador: «La
Constitución que dice la Santa haberse hecho á petición suya, sería una
Acta que hizo Fr. Pedro Fernández, Comisario Apostólico, dándola fuerza
de Constitución, que después se incorporó entre las demás leyes estable-
cidas en Alcalá. >
El P. Gregorio de San José, Carmelita descalzo y primer Definidor en
Roma, ha publicado tres volúmenes de Cartas de su Santa Madre, con
algunos otros importantes documentos; entre ellos, una circular del Padre
M., Fr. Jerónimo Gracián, Visitador Apostólico el año de 1576, y que su-
cedió en este cargo al P. Pedro Fernández, y en ella ordena entre otras
cosas, lo siguiente: -Así mismo guarden todas las actas y Constituciones
que el M. R. P. Fr. Pedro Fernández, Visitador de la Orden de Nuestra
Señora del Carmen en la provincia de Castilla les puso.»
Consta, pues, de lo expuesto, la intervención del dominico P. Pedro
en la formación -de las leyes y Constituciones de la naciente descalcez.
-199 —
La tercera vicisitud ó modificación de esas constituciones, tuvo lugar
en el «Capítulo de Separación de los Descalzos, donde se eligió por pro-
vincial al M. R. P. Fr. Jerónimo Gracián. Se celebró este Capitulo de tan-
ta trascendencia para la Descalcez, en Alcalá de Henares, el 4 de Marzo
de 1581.
Lo convocó el M. R. P. Fr. Juan de Cuevas, prior que era del Conven-
to de Predicadores en Talavera. Santa Teresa se ocupa en el libro de las
Fundaciones de este importante suceso, y en el capítulo XXIX, dice: «Es-
tando en Palencia fué Dios servido, se hizo el apartamiento de los Des-
calzos y Calzados, haciendo provincia por sí, que era todo lo que deseá-
bamos para nuestra paz y sosiego... Hízose capítulo en Alcalá por man-
dado de un reverendo padre, llamado Fr. Juan de la Cuevas, que era en-
tonces prior en Talavera: es de la Orden de Santo Domingo; que vino
señalado de Roma (por Gregorio XHI), nombrado por su Majestad, per-
sona muy santa y cuerda, como era menester para cosa semejante.»
El Sr. La Fuente añade á estas palabras de la Santa, lo siguiente: «Ape-
llidábase Fr. Juan Velázquez de las Cuevas, aunque generalmente se le
llamaba Fr. Juan de las Cuevas, con su apellido materno. Era natural de
Coca, y fray le del convento de San Esteban de Salamanca. En 1596 fué
nombrado Obispo de Avila, y murió dos años después.»
A este Capítulo envió Santa Teresa sus memoriales por parecer perso-
na, como ella dice con mucha gracia en carta al P. Gracián (1): <He escri-
to á V. P. por dos partes y enviado mis memoriales por parecer persona >.
El contenido de estos importantes memoriales, se ordenaba á que en el
Capitulo se organizase un cuerpo de leyes para religiosos y religiosas,
quitando, añadiendo, modificando lo que hasta allí se había observado,
según que el presidente ó comisario P. Cuevas, con el Capítulo, creyeran
conveniente. Por eso, en el mes de Febrero de 1581, ó sea pocos días añ-
il) La Fuente, carta 325, edción 1811.
Quizá no sea aventurad ) el decir que Santa Teresa, al usar esta frase, «por parecer
persona», no se la ocultó lo que Santo Tomás enseña sobre lo que significa ese nom-
bre cuando escribe: «Hoc nomen personae impositum estad significandum aliquos dig-
nitatem habentes. Unde consueverunt dici persona; in Eclesiis, qua; iiabent aiiquam
dignitatem. (1.' P. quíest. 29, artículo 3.°, ad 2.um)
— 200-
tes de celebrarse, la Santa multiplicaba sus cartas tanto al P. Comisario
Cuevas, como al P. Gracián. Por desgracia, no se conserva ninguna de
las que escribió al primero; pero por las que tenemos de las dirigidas al
P. Gracián, se ve las observaciones tan oportunas que hacía, porque como
le escribe (1): en esto de monjas, puedo tener voto, que he visto muchas
cosas por donde se vienen á destruir, pareciendo de poco momento», y
como añade en otra parte: conocía muy bien los reveses de las muje-
res, V mire que no somos tan fáciles de ser conocidas las mujeres». En
confirmación de cuanto acabamos de decir, citaremos algunos pasajes de
sus cartas al P. Gracián donde la Santa pide que el P. Comisario Apostóli-
co, modifique las Constituciones que hablan regido hasta allí, al tenor de
las advertencias que ella hacía, y así escribe: - Habíaseme olvidado lo que
ahora escribo en esa carta al padre comisario. Vuestra paternidad la lea,
que por no me cansar en tornarlo á decir aquí, la envío abierta, y la selle
con el sello que parezca al mío, y se la dé... Eso de tener libertad para
que nos prediquen de otras partes, me advirtió la Priora de Segovia, y yo
por otra cosa averiguada lo dejaba. Mas no hemos de mirar, mi padre, á
los que ahora viven, sino que pueden venir personas á ser prelados, que
en esto y más se pongan. Por eso vuestra paternidad nos haga caridad de
ayudar mucho, para que ésto y lo que ei otro día escribí, quede muy cla-
ro y llano ante el padre Comisario, porque á no lo dejar él, se había de pro-
curar traer á Roma... Yo querría que si puede el padre Comisario enmen-
dar Constituciones, y poner en las que se hiciesen unas bien puestas,
que quitasen y pusiesen lo que ahora pedimos; y ésto no lo hará ninguno,
si V. P. y el P. Nicolás no lo toman muy á pechos, y como V. P. dice, y
creo que se lo escribí á V. P. en mi carta, en nuestras cosas no hay que
dar parte á los frailes, ni nunca la dio el P. Fr. Pedro Fernández. Entre él
y mí pasó el concertar las actas que puso, y ninguna cosa hacía sin de-
círmelo: esto le debo. Si se pudieren hacer de nuevo Constituciones, ó
quitar, advierta vuestra paternidad en lo de calzas de estopa ó sayal, que
no se señale ni diga más de que puedan traer calzas, que no acaban de
traer escrúpulos... En nuestras Constituciones, dice, sean de pobreza, y no
(l) Carta 329, edición del Sr. La Fuente 1881.
- 201 —
puedan tener renta. Como ya veo que todas llevan camino de tenerlas,
mire si será bien se quite ésto, y todo lo que hablare en las Constitucio-
nes de ésto, porque quien las viere no parezca se han relajado tan presto;
ó diga el P. Comisario, que pues el Concilio da licencia, la tengan^ (1).
En otra carta que escribía al mismo P. Gracián en el mismo año y rnes
de Febrero, le decía: *Sepa que quería enviar á suplicar al padre prior y
Comisario que hiciese maestros y presentados á los que tenían letras para
ello, de vuestras reverencias; porque para algunas cosas es necesario, y
porque no tuviesen que ir al General; y como vuestra reverencia dice que
no trae comisión, sino para asistir al Capítulo y hacer Constituciones, lo
he dejadO' (2).
Y por cierto que el P. Cuevas tomó muy en cuenta las advertencias
que la Santa envió en sus memoriales, y como ella escribe después de
terminado el Capítulo, se hallaba contenta de él, y alababa á Dios porque
lo había hecho muy bien, y dice así (3): Mucho alabo á Dios sea tan bue-
no como vuestra reverencia me dice, y lo haya hecho tan bien-.
No es extraño, por lo tanto, que el Cronista de la Reforma, ocupándo-
se en el libro I.*", capítulo L de este primer Capítulo provincial, en que se
llevó á cabo la separación, diga así: Después de ejecutada la dicha sepa-
ración, hicieron Constituciones para los frailes. Hiciéronlas también para
las monjas, y dice el título de ellas así: Constituciones de las Monjas Car-
melitas Descalzas de la primitiva observancia. Hechas por el R. P. Fr.Juan
de las Cuevas, de la Orden de Santo Domingo. Comisario Apostólico, y
por el Provincial y Definidores de la dicha Orden de Descalzos Carmeli-
tas, en el Capítulo celebrado en Alcalá de Henares, por Marzo de mil qui-
nientos y ochenta y uno.
El Sr. La Fuente confirma cuanto se acaba de decir por las siguientes
palabras (4): «Las Constituciones primitivas de Santa Teresa, juntamente
con las convenidas por ella con el P. Fr. Pedro Fernández, fueron revisadas
(1) Carta 325, La hiieiite, edición 18^1.
(2) Carta 329, La Fuente, edición 18SL
(3) Carta 3:^2, La Fuente, edición de 188L
(4) Prólogo á las Constituciones, tomo 3.°, página 12, edición de 1881.
-202-
en el Capítulo que celebraron los frailes en el Convento de San Cirilo de
Alcalá, bajo la presidencia del P. Fr. Juan de las Cuevas, prior del con-
vento de San Qinés de Talavera, el domingo cuarto de Cuaresma de 1581,
siendo dicho prior delegado apostólico para formar provincia aparte de
los conventos de Descalzos que ya existían, y por muerte del dicho Padre
Fr. Pedro Fernández, antes nombrado por la Santa Sede, á propuesta del
Rey.>
El mismo historiador añade á continuación, que el P. Gracián, como
provincial recien electo, remitió estas Constituciones á Santa Teresa,
acompañándolas de la siguiente carta, especie de prólogo y dedicatoria á
la vez: «A la muy religiosa Madre Teresa de Jesús, fundadora de los mo-
nasterios de las monjas Carmelitas descalzas.
>Fr. Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, provincial de la provincia
de la misma orden, gracia y consolación en el Espíritu Santo.
»E1 principal y más ordinario consejo que siempre he oído de V. R. á
sus hijas, es que nunca se les caiga de las manos la Ley de Dios, la Regla
y las Constituciones de la Orden para verlas cada día; y por esta causa,
me pareció hacerlas imprimir... La Regla va al principio... Y luego las Cons-
tituciones, las cuales van divididas en veinte capítulos, y llevan la misma
orden de los capítulos de la Regla. Distínguense los capítulos en pá-
rrafos para mayor división y claridad, porque mejor se queden en la me-
moria. Fueron sacadas al principio de las Constituciones antiguas de la
Orden, dadas por el R. P. N. Fr. Juan Baptista Rúbeo de Rávena, prior ge-
neral. Después añadió el M. R. P. Fr. Pedro Fernández, Visitador Apos-
tólico de esta Orden, por nuestro muy Santo P. Pío V, algunas actas, y
declaraba algunas constituciones, y también yo añadí algo, visitando con
comisión apostólica esta congregación de los carmelitas descalzos y la
provincia de los Carmelitas calzados de Andalucía. Y finalmente, en este
nuestro capítulo provincial, que se celebró en Alcalá, nos pareció al Muy
R. P. Fr. Juan de las Cuevas, que presidía en él, y á los definidores y á
mí, que convenía juntar todas las cartas y Constituciones por el orden que
van, declarando, añadiendo ó quitando algunas cosas, aunque pocas, que
como fué el primer capítulo, y en él se hicieron leyes para los frailes, con-
venía que también se hicieran las leyes de las monjas, pues se dividió la
— 203-
provincia de la de los Calzados, y quedó uno el gobierno de frailes y
monjas.»
De todo lo dicho y expuesto hasta aquí, se infiere con claridad la mu-
cha parte que los hijos de Santo Domingo tuvieron, ya en las Constitucio-
nes primitivas, en cuanto la Santa las sujetó al examen y aprobación del
P. M. Báñez, antes de presentarlas á D. Alvaro de Mendoza Obispo de
Avila, ya en las diversas modificaciones que sufrieron viviendo aún la
misma Santa; pues como hemos visto, N. V. P. Fr. Pedro Fernández, vi-
sitador apostólico, nada disponía sino de acuerdo con la Santa Madre, y
últimamente en este primer Capitulo de la Reforma, convocado y presidi-
do por el V. P. Fr. Juan de las Cuevas, se arregló definitivamente el cuer-
po de legislación por el cual debía gobernarse toda la Descalcez.
Si se quiere aún una prueba, que pudiéramos llamar intrínseca, de la
gran intervención de los Dominicos en la legislación de la Reforma, véase
en el siguiente cuadro comparativo la semejanza, por no decir identidad
de muchas de las constituciones de una y otra Religión (1). Y téngase
(1) A fin de que resalte más la fuerza de este argumento, es preciso dar algunas
nociones sobre las Constituciones llamadas de Santa Teresa, y que en el cuadro se
comparan con las de la Orden de Santo Domingo.
Es cierto que la Santa, al fundar su convento de San José en 1562, además de la
Regla primitiva llamada de San Alberto, hizo un reglamento para el buen gobierno del
convento, que pasó á tener valor jurídico de leyes ó constituciones, una vez que fué
aprobado y sancionado, tanto por el Obispo de Avila, á quien el monasterio estaba su-
jeto, como por el General de la Orden, y aun por el mismo Papa Pío IV.
Como la Santa permaneció en su recién fundado convento sin salir de él por espa-
cio de cinco años, durante ese periodo- de tiempo, en que, como hemos visto, escribió
por segunda vez su Vida y el Camino de Perfección, redactó también las Constitu-
ciones.
Todo lo que la Santa escribía, lo enviaba al convento de Santo Tomás, á los Padres
García de Toledo y Báñez, que fueron sus confesores en esos cinco años. A ellos dos
alude en el capítulo XXXIX de la Vida, cuando escribe: «Díjelo á mis confesores, que
tenia entonces dos, harto letrados y siervos de Dios». Por eso hemos visto cómo la
Crónica de la Reforma, hablando de esas Constituciones, dice: «Comunicólas con el
P. M. Fr. Domingo Báñez, á la sazón su confesor, y por orden suya, las presentó al
limo. Sr. D. Alvaro de Mendoza». Estas Constituciones, revisadas por el P. Báñez, y
- 204 -
presente que la fuerza de esta prueba, consiste en que la Orden de Santo
Domingo, fundada en el siglo XIII, es trescientos años más antigua que la
Reforma de Santa Teresa, llevada á cabo en el siglo XVI. Y no sólo es
tres siglos más antigua que la Reforma ó Descalcez, sino que es anterior
á la prudente mitigación introducida en la Regla austerísima de los Car-
melitas que tuvo lugar en tiempo de Inocencio IV, ó sea el año de 1248.
Sabida cosa es que los Carmelitas reunidos en congregación general su-
plicaron á este gran Pontífice, moderase algún tanto las muchas austerida-
des que tenían y que les imposibilitaban para cumplir sus ministerios
evangélicos, y que el Papa llamó entonces á dos célebres Dominicos, el
Cardenal Hugo de S. Caro y á Guillermo Obispo Antederense confiándo-
les comisión tan delicada; comisión que fué con gusto aceptada y con sa-
tisfacción cumplida. Sólo teniendo á la vista todos estos antecedentes y
datos, se explica la grande conformidad, ó mejor dicho, como se ha indi-
cado ya, la identidad de muchas de estds constituciones, según lo mani-
fiesta el siguiente Cuadro:
que fueron las verdaderamente primitivas de Santa Teresa, han desaparecido, pero
afortunadamente, se conserva un fiel traslado de ellas en el convento de Carmelitas
Descalzas de Alcalá de Henares, fundado también en 1562 por la V. María de Jesús,
amiga de Santa Teresa. Tratando este punto el Sr. La Fuente, en un prólogo al libro
de las Constitiíciones, escribe así: «Estuvo en aquel convento Santa Teresa varias ve-
ces, y en especial el año de 1567, por espacio de dos meses, antes de pasar á las fun-
daciones de Malagón y Valladolid, para arreglar el método de vida en aquel monas-
terio, que conserva varios ■ acuerdos y tradiciones relativas á su estancia en él. Dióle
Santa Teresa entonces kis Constituciones particulares hechas para el convento de San
José, tanto más adecuadas para él, cuanto que el de la Imagen dependía y depende del
ordinario, como sucedía entonces con el de San José de Avila, que todavía estaba en-
tonces sometido al obispo de aquella ciudad.
'La autorización dada á las Constituciones del convento de la Imagen por el car-
denal archiduque Alberto, arzobispo de Toledo, dice terminantemente que estas Cons-
tituciones habían sido dadas á las monjas de la Imagen por Santa Teresa.
*Díce así: «Alberto, por la gracia de Dios, cardenal presbítero de la santa iglesia de
Roma, del título de Santa Cruz en Hierusalem, arzobispo electo de la santa iglesia de
Toledo, primado de las Españas, chanciller mayor de Castilla, archiduque de Austria,
duque de Borgoña, Stiría, etc. Por cuanto nos consta de la necesidad que hay en el
-205 —
Cuadro comparativo de ¡as constituciones primitivas
de la Reforma ó Descalcez de Santa Teresa de Jesús, con las cons-
tituciones de la Orden de Santo Domingo.
Consíiluciones
de la
Orden de Santo Domingo.
De Leui Culpa.
1.'' Levis culpa est si quis,mox
ut signiim factum fuerit, non relic-
tis ómnibus cuní matura festinatio-
ne, differat se praeparare, ut ad
Ecclesiam ordinate et composite,
quando debuerit veniat.
2." Si quis, in Choro, male le-
Constituciones prlmitiuas
de la Reforma ó Descalcez
de Sania Teresa de ¡lesiís.
De culpa inedia v leve-
1.'' Leve culpa es si alguna con
debida festinación ó priesa, luego
como fuere hecha señal, difiera
aparejarse para venir al coro or-
denada y compuestamente cuando
debiere.
2y Si alguna comenzando ya
monasterio de la Concepción de las Descalzas Carmelitas de nuestra villa de Alcalá de
Henares, que son de nuestra jurisdicción, de Constituciones y reglas que guarden, y por
las cuales so rijan para guardar en el dicho monasterio, la religión y orden que convie-
ne á la salud de las almas y buena administración de la priora y monjas del dicho mo-
níisterio, por la presente mandamos, que por ahora y para siempre jamás se cumplan,
guarden y obedezcan las Constituciones y reglas que se siguen, so las penas en ellas
contenidas, que son las que la Madre Teresa de Jesús, fu idadora de la dicha orden de
Descalzas Carmelitas, hizo viviendo pai a el gobierno de ella, que son del tenor si-
guiente.>
>E1 ejemplar de ellas que tengo á la vista, es un toinito en octavo, impreso en 1678.
Tiene 273 páginas, y en ellas la aprobación del archiduque arzobispo de Toledo, la re-
gla de San Alberto y las Constituciones primitivas de Santa Teresa.'>
El cuadro comparativo que en el texto ponemos, se refiere á estas Constituciones
en las que tanta parte tuvo el P. Báñez, sin contar lo que en este mismo sentido, y años
más adelante, hicieron los PP. Pedro Fernández y Juan de las Cuevas, según acaba-
mos de decir, y en época anterior la intervención de los dominicos comisionados por el
Papa Inocencio IV.
En todos estos datos históricos hallaremos más que sobrados motivos de analogía
y semejanza entre las Constituciones de las dos Ordenes, Carmelitana y Dominicana.
-206-
gendo vel cantando offendens, non
statim se coram ómnibus humilia-
verit.
3.° Si liber in quo legendum
est cujuscumque neglectu defuerit.
4.° Si quis lectionem statuto
tempore non proeviderit.
5." Si quis in Choro riserit, ve!
alios ridere fecerit...
6/' Si quis in Ecciesia, vel in
Dormitorio, ve! in cellis, aliquid
inquietudinis fecerit.
7." Si quis, divino non inten-
tus Officio, vagis ocuiis et motu
irreligioso, levitatem mentis osten-
derit.
De 6raví Culpa.
1.° Gravis culpa est, si quis
inhoneste, in audientia soecula-
rium, cum aliquo contenderit...
2.° Si quis mendacíum de in-
dustria dixisse deprehensus fuerit.
3." Si quis silentium non tene-
re in consuetudinem duxerit...
De Grauiori Culpa.
l.*^ Gravior culpa est, si quis,
per contumaciam vel manifestam
rebelionem, inobediens Proelato
suo extiterit; vel cum eo, intus vel
el oficio entrare, é mal leyere, ó
mal cantare, ó se ofendiere, y no
se humillare luego delante de to-
das.
3." Si alguna por negligencia
le faltare el Breviario ó libro en
que ha de rezar.
4." Si alguna no proveyerela
lección en el tiempo que está ins-
tituida para ello.
5." Si alguna en el Coro hicie-
re reir á la otra.
6." Si alguna en el Coro, ó en
el dormitorio, ó en la celda hiciere
alguna inquietud ó ruido.
7.'* Si alguna, no siendo aten-
ta al oficio divino con los ojos va-
gos, demostrare la liviandad de la
mente.
De grave culpa.
l.*^* Grave culpa es, si alguna
contendiere inhonestamente con
otra.
2." Si alguna fuere hallada ha-
ber dicho mentira por su industria
falsamente.
3.^' Si alguna tiene costumbre
de no tener silencio...
De más graue Culpa.
1 ." Más grave es si alguna fue-
re osada á contender traviesa, ó
decir descortesmente alguna cosa
á la Madre Priora ó á la Presi-
— 207
foris, proterve contendere ausus
fuerit.
2." Si quis percusor fuerit
3." Si prociamatus convictus
fuerit sponte surgat, et veniam pe-
tens, sceleris sui immanitatem la-
mentabiliter proferat; et denudatus
(ut dignam recipiat suis meritis
sententiam), vapulet quantum pla-
cuerlt Proelato, et sit omnium no_
vissimus in Conventu: ut qui. cul-
pam perpetrando, non erubuit
membrum diaboli fieri, ad tempus,
ut resipiscat, secuestretur á con-
sortio ovium Christi.
4.° In refectorio quoque ad
communem mensam cum coeteris
non sedebit. sed in medio refecto-
rii super nudam terram comedat,
et providebitur ei seorsum pañis
grossior et potus aquce.
De Dejunüs-
1 /' A festo autem S. Crucis us-
que ad Pascha. continuum tenebi-
mus jejunium, et Nona dicta co-
medemus, exceptis Dominicis die-
bus.
dente.
2y Si alguna maliciosamente
iiiriere á la hermana, etc.
3.^ Si las acusadas de seme-
jantes culpas, que estas, fueren
convencidas, y luego se postraren
demandando piadosamente per-
dón, y desnudas las espaldas, por-
que reciba sentencia digna de sus
méritos, reciba una disciplina,
cuanto á la Madre Priora le pare-
ciere, y mandada levantar vaya á
la celda diputada por la Madre
Priora, y ninguna sea osada á jun-
tarse á ella, ni hablar, ni enviarla
cosa alguna, porque que conozca
que apartada ha sido del conven-
to, y sea privada de la compañía
de los Angeles.
4." En el refectorio no se asien-
te con las otras, sino en medio del
refectorio vestida con su manto, se
asiente, y coma pan y agua, salvo
si por misericordia alguna cosa le
sea dada por mandado de la Ma-
dre Priora.
De los avunos-
1.° Ayunaréis todos los dias.
excepto los Domingos, desde la
misma fiesta de la Exaltación de
la Cruz, hasta el día de la Resu-
rreción del Señor.
208
De Capitulo Ouolidiano.
In Capitulo vero, Fratres nisi
duabus de causis, no loquantur:
culpas suas vel aliorum dicendo
sinipliciter, et Proelatis suis tantum
ad interrogata respondendo.
Del Capítulo de Culpas.
No hablen las hermanas, salvo
por dos cosas en capítulo, dicien-
do sus culpas y las de las herma-
nas simplemente, y respondiendo
á la Presidenta á lo que le fuere
preguntado.
No creemos necesario aducir otros muchísimos puntos de identidad en-
tre unas y otras Constituciones: bastan los que se han presentado para con-
vencerse cualquiera de que los Dominicos sin duda alguna intervinieron en
esa legislación, aun cuando no constara eso mismo por la historia y por
los documentos y pruebas que dejamos consignados.
^m)<fm\
CAPITULO IX
Conformidad de doctrina entre Santa Ceresa y Santo Comas.
No es necesario estar muy versado en las obras llenas de celestial sa-
biduría que nos legó la Santa Madre Teresa de Jesús, para persuadirse de
la justicia con que aparecen ceñidas sus angelicales sienes con las insig-
nias de los Santos Doctores. Los sabios á porfía, han encomiado sus es-
critos, y la Iglesia los considera como un tesoro recibido de la sabiduría
de Dios por intermedio de esta heroína.
Sin embargo, acaso no todos estén en condiciones de juzgar con co-
nocimiento de causa de la intensidad y amplitud de la ciencia, que aquila-
ta las inmortales obras de nuestra Santa, y por eso no nos pareció fuera
de propósito, hacer un ligero ensayo ó cuadro en que se vea, cómo esta
insigne Doctora echa mano de todos los recursos, y estaba perfectamente
al tanto, de las conquistas de las ciencias más extrañas á su profesión.
No haremos más que esbozar la materia, porque la índole del libro no
permite otra cosa. Aunque no descendamos á detalles, que nos harían in-
terminables, diremos lo suficiente, para que todos se convenzan, de que no
le fué extraño ningún ramo de los humanos conocimientos.
A dos grandes grupos ó categorías se pueden éstos reducir: al orden
natural ó al sobrenatural, á la filosofía ó á la teología; y preciso es confe-
sar, que en ambos campos, espigó con grande fruto y competencia la mis-
tica doctora abulense.
Para persuadirnos de lo mucho que sobresalió el ingenio de nuestra
Santa en todas las ciencias filosóficas, bástenos recordar que Lebnitz, ese
-210-
peregrino talento de quien se ha podido con justicia afirmar, que llevaba
todas las ciencias de frente, no tiene inconveniente en confesar, que una
de las principales fuentes de su doctrina, fueron los escritos de Santa Te-
resa de Jesús. A quien no ignora que este respetabilísimo sabio, apesar de
haber nacido y educádose fuera de la Iglesia católica, es uno de los pocos
filósofos dignos de figurar al lado del Ángel de las Escuelas, no se le pue-
de ocultar el alcance de semejante testimonio. No estará, sin embargo,
demás, indicar, siquiera sea á grandes rasgos, algo de lo mucho que esta
escritora celestial nos enseñó en esta materia. Ella nos habla de los cielos,
de sus movimientos é influencias (1), aunque siguiendo la común doctrina
adoptada en las escuelas exceptúa de este movimiento el cielo empíreo (2.)
Ella nos habla de luz (3), primera cualidad de los cuerpos, é hizo de
ella sagaces observaciones y señala las inmensas diferencias, si se com-
para con la luz de los cuerpos que están glorificados: ella nos habla de
los elementos, ó sean los principios de los cuerpos sublunares y analiza
sagazmente las propiedades de ellos en especial del elemento del agua
(4), porque sin duda es el principal en la composición de todo lo corrup-
(1) «Se me quitó el deseo de escribir á V. R. y ansi no lo he hecho hasta ahora,
que no lo puedo excusar y es en día de luna en lleno, que he sentido la noche bien
ruin y ansí lo está la cabeza. Hasta ahora mejor he estado, y mañana creo (como pase
la luna se acabará esta indisposición)». Carta al P. Gracián, tomo 2.°, pág. 310.
(2) «Ansí con)o dicen, que el cielo empíreo, no se mueve como los demás». Mora-
das 7.as cap. II, n." 14.
(3) «Es una luz tan diferente de la de acá, que parece una cosa tan deslustrada la
claridad del sol que vemos». Vida cap. XXVIII, n.° 4. «No porque se le representa sol»
ni la luz es como la del sol, parece, en fin, luz natural, y esta otra cosa artificial. Es luz
que no tiene noche». Ib. n.° 5.
(4) «El agua tiene tres propiedades, que ahora se me acuerda que me hacen al caso,
que muchas más terna. La una es, que enfría....» Camino de Perfección, cap. XIX, n.° 4.
«Y si hay gran fuego, con ella se mata, salvo si no es de alquitrán, que se enciende más.
¡Oh válame Dios, que maravillas hay en este encenderse más el fuego con el agua,
cuando es fuego fuerte, poderoso y no sujeto á los elementos, pues éste con ser su
contrario no le empece, antes le hace crecer! Mucho valiera aquí poder hablar, quien
supiera filosofía...» Ib. cap. XIX, n.° 4.
«Que no me hallo cosa más apropósito para declarar algunas de espíritu, que esto de
— 211 -
tibie; ella nos dice, por haberlo oído asi, que el sol coge los vapores y los
sube, formándose así las nubes (1): ella nos habla del ámbar (2) y sus
virtudes; del magnetismo (3) y sus fenómenos; de las plantas, de las flo-
res (4), y nos describe además las maravillosas obras de las abejas y del
gusano de la seda (5), pero donde se excedió á si misma, y lo que consti-
tuirá para siempre un monumento eterno que acredite su sabiduría es el
análisis que hace del hombre y sus facultades.
En los escritos de esta iluminada escritora se encuentran las bases
de una perfecta psicología cristiana. Empieza por sentar y repite mil ve-
ces la superioridad del hombre con respecto á la mujer (6) consagrando
después muchas páginas para ponderar lo que significa, ser nuestra alma
hecha á imagen de Dios (7). Con su agudísimo ingenio conoció lo que
agua, y es, como sé poco, y el ingenio no ayuda, y soy tan amiga deste elemento, que
le he mirado con más advertencia que otras cosas». Moradas 4.as, cap. II, n.° 3.
(1) «Coge el Señor el alma (digamos ahora, á manera que las nubes cogen los va-
pores de la tierra) y levántala toda ella; helo oido ansi esto, de que cogen las nubes
los vapores, ó el sol, y sube la nube al cielo». Vida cap. XX, n." 2.
(2) «Y tomaba ya por sí no hacer más, que hace una paja, cuando la levanta el ám-
bar (si lo habéis mirado)-. Moradas 6.as cap. V, n." 1.
(3) Paréceme, es este bullicio de estotras dos potencias, como el que tiene una
lenguecilla destos relojes de sol, que nunca para; mas cuando el sol de justicia quiere,
hácelas detener . Vida cap. XX, n.° 14.
(4) 'Aprovechábame á mí también ver campos, agua flores: en estas cosas hallaba
yo memoria del Criador . Vida cap. IX, n." 4.
(5) «¿Ni con qué razones pudiéramos sacar, que una cosa tan sin razón como es un
gusano, y una abeja, sean tan diligentes en trabajar para nuestro provecho, y con tanta
industria, y el pobre gusanillo pierda la vida en la demanda? Para un rato de medita-
ción basta esto, hermanas •. Moradas 5.as, cap. II, n." 2.
(6) «Que no son arrobamientos, sino alguna flaqueza natural, que puede ser á per-
sonas de flaca complexión (como somos las mujeres) . Moradas 4.a^, capitulo III, nú-
mero 2.
(7) «Baste decir su Majestad, que es hecha á su imagen, para que podamos enten-
der la gran dignidad y hermosura del ánima. Moradas l.as, capítulo I, número 2. Porque
las cosas del alma siempre se han de considerar con plenitud, y anchura, y grandeza,
pues no le levantan nada, que capaz es de mucho más que podremos considerar. Ídem
capítulo II. número 8. Mas alabaremos su grandeza, y nos esforzaremos á no tener en
-212 —
esta frase encierra, ser hecha el alma á imagen de Dios, concluyendo que
cuanto digamos de la grandeza del alma, todo es poco, y que es capaz de
todo y que nada la levantamos. Distingue además el ánima del espíritu (1),
diciéndonos que este es lo superior de aquella, y luego pasa á analizar
sus facultades. Nos dice que estas se distinguen del alma, ó sea de su
esencia (2) y que las mismas potencias se distinguen entre sí (3) como es-
tas también de sus actos (4). Los actos de estas potencias, con ser tan
múltiples, delicados y recónditos, con tal primor los analiza y distingue
que el Reverendísimo Vallejo (5), maestro y doctísimo religioso Carmelita
Calzado, después de leer las obras de esta Doctora, cerrando con admi-
ración el libro, exclamó de esta manera: «Cierto que entiendo que Santo
Tomás no alcanzó á entender tanto de precisión de actos interiores como
poco alma con quien tanto se deleita el Señor, pues cada una de nosotras la tiene, sino
que como no la preciamos como merece criatura hecha á la imagen de Dios, ansi no
entendemos los grandes secretos que están en ella». Moradas 7. as, capitulo I, núme-
ro 16.
(1) «Que cierto se entiende hay diferencia en alguna manera muy conocida del alma
á el espíritu, aunque más sea todo uno. Conócese una división tan delicada que algu-
nas veces parece obra de diferente manera lo uno del otro». Moradas 7.as, capítulo I,
número 16.
(2) «También me parece, que el alma es diferente, cosa de las potencias, que no es
todo una cosa». Moradas 7. as, capítulo i, número 17.
(3) «Vine á entender por experiencia, que el pensamiento, ó imaginación (porque
mejor se entienda) no es el entendimiento, y pregúntelo á un letrado, y dijome que era
ansi, que no fué para mí poco contento; porque como el entendimiento es una de las
potencias del alma, hacíaseme recia cosa estar tan tortolito á veces». Moradas 4.as, ca-
pitulo I: número 8. «También me parece que, como la voluntad está ya encendida, no
quiere esta potencia generosa aprovecharse de otra si pudiese*. Moradas 6.as, capítu-
lo VII, número 6.
(4) "Pensaba yo ahora, si hay alguna diferencia entre la voluntad y el amor. Y paré-
cerne que sí, no se si es bebería: paréceme que es el amor como una saeta que envía
la voluntad», Conceptos, capitulo VI, número 9.
Sobre estas palabras de la Santa, escribe el Sr. La Fuente: «No solamente no es
boberia, sino que es una doctrina filosófica corriente, y muy bien explicada, aun en lo
humano.»
(5) La Fuente, tomo VI.
I
-213 —
esta mujer'. Léanse sus Exclamaciones, y en elias se encontrará el análi-
sis más profundo de lo que es y debe ser el libre albedrio en el hombre (1):
alli se encuentra magistralmente expuesta la ¡dea de la verdadera libertad,
de la cual abusan tanto los charlatanes de nuestros días, que no penetrando
en qué consiste este don tan precioso que Dios comunicó al hombre tras-
tornan los conceptos y deducen consecuencias, las más funestas en ma-
teria la más delicada de la filosofía moral.
Conoció asimismo los principios ó apotegmas filosóficos, ^que la se-
mejanza es causa del amor (2); que el bien en cuanto tal, no es causa
del mal» (3): *que nadie puede dar lo que no tiene- (4) y otros muy
(1) «¿Cómo será libre el que del Suinu (Bien) estuviere ageno? ¿qué mayor ni más
miserable cautiverio que estar el alma suelta de la mano de su Criador? ¡Dichosos los
que con fuertes grillos y cadenas de los beneficios de la misericordia de Dios, se vieren
presos é inhabilitados para ser poderosos para soltarse!... ¡Oh libre albedrio tan esclavo
de tu libertad sino vives enclavado con el temor y amor de quien te crió! ¡Oh cuándo
será aquel dichoso día que te has de ver ahogado en aquel mar infinito de la suma
verdad donde ya no serás libre para pecar, ni lo querrás ser, porque estarás seguro de
toda miseria naturalizado con la vida de su Dios. El es bienaventurado porque se co-
noce y ama y goza de si mismo, sin ser posible otra cosa; no tiene ni puede tener, ni
fuera perfección de Dios poder tener libertad para olvidarse de sí y dejarse de amar.
Entonces, alma mía, entrarás en tu descanso cuando te entrañares con este sumo bien
y entendieres lo que entiende, y amares lo que ama y gozares lo que goza. Ya que vie-
res perdida tu nmdablc voluntad, ya, ya no más mudanza, porque la gr.icia de Dios ha
podido tanto que te ha hecho particionera de su divina naturaleza con tanta perfección
que ya no puedas ni desees poder olvidarte del sumo bien, ni dejar de gozarle junto
con su amor». Exclamación IG.
(2) «Y si Vos aún no le amáis, porque para ser verdadero el amor y que dure la
amistad, hánse de encontrar las condiciones (ser semejantes) y la del Señor ya se sahe
que no puede tener falta; la nuestra es ser viciosa, sensual, ingrata, no podéis acabar
con Vos en amarle tanto porque no es de nuestra condición... pasad por esta pena de
estar nuicho (tiempo) con quien es tan diferente de Vos". Wí/o, capitulo VIII.
(3) -En fin, tenga por cieno no le hará daño el haberie comenzado (el Camino de la
Oración), aunque le deje, porgue el bien nunca hace mal». (Camino de Perfección, capi-
tulo XX.)
(4) 'Está claro que no puede uno dar lo que no tiene (Nemo dat quod non habet),
sino que es menester tenerlo primero . Fundaciones, capítulo V.
— 214 —
usados del Angélico Doctor, y no sólo los conoció, sino que les dio el
verdadero sentido, y lo que es más, echó mano de ellos como quien los
dominaba y penetraba, para explicar los puntos más oscuros y difíciles de
las materias que trataba.
Y si todo ésto, y mucho más que es necesario omitir, sucedía en la
parte filosófica, que por su naturaleza parece no tiene relación con las en-
señanzas de esta mística Doctora; ¿qué será si se trata de la Teología en
todas sus manifestaciones y especies? Conoció tanto de esta principalísi-
ma ciencia y tan acorde estuvo en sus principios y conclusiones con el
Ángel de las Escuelas, y esto en materias las más graves, que un célebre
Doctor, de la Universidad más renombrada de Flandes, sostuvo con gran-
de aplauso 48 tesis sobre la gracia, la justificación y el mérito apoyadas
en textos literalmente tomados de los escritos de Teresa de Jesús y de
Santo Tomás de Aquino.
No entra en el plan de esta obra desarrollar cuestiones de tan suma
trascendencia, pero sí indicaremos siquiera sea por alto algunos de los
puntos de contacto y donde palpablemente se ve la uniformidad de las
doctrinas Teológicas de estos dos astros de primera magnitud, que plugo
á Dios enviar para enseñarnos su ley, sus preceptos, su testamento y sus
juicios.
Ella nos dice cómo los bienaventurados ven á Dios y todas las cosas
en Dios (1): que Dios es la primera verdad de donde proceden todas las
verdades y el primer amor de donde dimanan todos los amores (2); vida
de todas las vidas (3); que las cosas sobrenaturales y divinas, se entien-
(1) '<Estand() una vez en oración, se me representó muy en breve como se ven en
Dios todas las cosas, y como las tiene todas en si... Digamos ser la Divinidad como un
muy claro diamante... y que todo lo que hacemos se ve en este diamante. Vida, capí-
tulo XL, número 7.
(2) 'Esta verdad, que digo se me dio á entender, es en si mesma verdad, y es sin
principio ni fin, y todas las demás verdades dependen desta Verdad, como todos los
demás amores deste amor, y todas las demás grandezas desta grandeza». Vida, capitu-
lo XL, número 3.
(3) -Si, que no matáis á nadie, Vida de todas las vidas de los que se fian de vos».
Ib. capitulo VIII, número 4.»
-215-
den, no entendiendo (1); como cada uno está contento en el lugar que
ocupa (2); y como se entienden los bienaventurados en el cielo sin ha-
blarse (3); que el demonio nu puede penetrar ni entender nuestro pensa-
miento porque allí no hay bullicio (4); porque todos poderes son por las
adefueras (5), ó sea con las potencias sensitivas que el demonio siempre
tiene intención mala (6), aunque lo que dice no es malo muchas ve-
ces (7); nos habla de las batallas (8) entre los Angeles buenos y los de-
(1) «Dijéronme, y no se quién, que lo que a'.Ií podía hacer era entender, que no po-
día entender nada, y mirar lo no nada que era todo en comparación de aquello». Vida,
capítulos XXXIX, número 15.
(2) «Como deben ser los que están en el cielo, que como no han visto más de lo que
el Señor conforme á lo que merecen, quiere que vean, y ven sus pocos méritos, cada
uno está contento con el lugar en que está». Vida, capítulo X, número 3.
(3) «Paréceme á mí, que ansí como allá (en el cielo) sin hablar se entienden (lo que
yo nunca supe cierto es ansí, hasta que el Señor por su bondad quiso que lo viese, y
me lo mostró en un arrobamiento) ansí es acá, que se entienden Dios y el alma, con
sólo querer su Majestad que lo entienda». Vida, capitulo XXVII, número?.
(4) "Y paréceme que es á donde el demonio se puede entrometer menos, por estas
razones, si ellas no son buenas, yo me debo engañar. Es una cosa tan de espíritu esta
manera de visión y de lenguaje, que ningún bullicio hay en las potencias ni en los sen-
tidos, á mi parecer, por donde el demonio pueda sacar nada >. Vida, capítulo XXVII, nú-
mero 5. «Y está claro, pues dicen, que no entiende nuestro pensamiento». Moradas d.'^^,
capítulo I, número 6.
(5) «La primera (razón), porque jamás el demonio debe dar pena sabrosa comu
ésta:... que todos sus poderes están por las adefueras. Moradas 6.as, capítulo II, núme-
ro 7. El no temer que esta merced puede contrahacer el demonio... porque como está
dicho, no tienen que ver aquí los sentidos". Moradas 7.as, capítulo III, número 7.
(6) 'Porque de muchas maneras entran almas aquí unas y otras con buena inten-
ción; mas como el demonio siempre la tiene tan mala, debe tener en cada una (de las
Moradas) muchas legiones de demonios». Moradas l.as capítulo II, número 13.
(7) Y aunque me atormenta (el demonio) hartas veces, como adelante diré, es una
inquietud que no se sabe entender de dónde viene, sino que parece resiste el alma y
se alborota, y aflige sin saber de qué; porque lo que él dice no es malo, sino bueno».
Vida, capítulo XXV, número 6.
(8) Estando un día de la Trinidad en cierto monasterio en el coro, y en arroba-
miento, vi una gran contienda de demonios contra ángeles. Vida, capítulo XXXI, nú-
mero 4.
— 216 —
monios y añade en una ocasión: -Pudo más el ángel bueno (1) que el
malo: ella nos habla de los Ordenes y Jerarquías angélicas (2).
La forma de carne que algunas veces toma el demonio, siempre es cosa
contrahecha (3) que los demonios nada pueden hacer si el Señor no les
da licencia (4); que no hay encerramiento tan encerrado, á donde él (el
demonio) no pueda entrar (5); que los demonios están en todas partes (6);
que un espíritu siente á otro (7) abordando así las sutilísimas cuestiones;
de la locución é iluminación angélica, propias de la Teología escolástica;
que el quemarse acá no tiene comparación con el fuego de allá (8) y cuan
diferente es el padecer del alma al del cuerpo (9).
(1) -Pareceine que fueron tres veces las que esto me acaeció, y en fin, pudo más el
ángel bueno que el nuilO'. Vida, capítulo XXXIV, número 4.
(2) 'El rostro tan encendido que parecía de los Ángeles muy subidos, que parece
todos se abrasan: deben ser los que llaman Serafines, que los nombres no me los di-
cen, mas bien veo que en el cielo hay tanta diferencia de unos Ángeles á otros y de
otros á otros que no lo sabría decir». Vida, capítulo XXIX, número 11. b.
(3) «Torna la forma de carne, mas no puede contrahacerla con la gloria que cuando
es Dios, Vida, cap. XXVIll, n." 9.
(4) «Son tantas veces las que estos malditos me atormentan, y tan poco el miedo
que yo ya les hé con ver que no se pueden menear, si el Señor no les dá licencia».
Vida, cap XXXI, n." 3.
(5) Porque no hay encerramiento tan encerrado adonde él no puede entrar, ni de-
sierto tan apartado adonde deje de ir». Moradas 5.as, cap. IV, n." 7.
(6) «La segunda causa, que me parece causa este sinsabor, es, que como en la so-
ledad hay menos ocasiones de ofender al Señor (que algunas, como en todas partes
están los demonios, y nosotros mismos, no pueden faltar)». Fundaciones, cap. V, núme-
ro 12. b.
(7) <Pienso si siente un espíritu á otro»'. Vida, cap. XXV, n." 6. b.
(8) *Y el quemarse acá es muy poco en comparación de este fuego de allá». Vida,
cap. XXXII, n.'' 2.
(9) "Por esto sacó esta persona (la Santa) cuan más recios van los sentimientos de
ella (del alma), que los del cuerpo, y se le representó ser de esta manera los que pa-
decen en purgatorio, que no les impide no tener cuerpo para dejar de padecer mucho
más, que todos los que acá teniéndole padecen». Vida, cap. XXXII. «Yo us digo, que
será imposible dar á entender cuan sentible cosa es el padecer del alma, y cuan dife-
rente á el del cuerpo, si no se pasa por ello.»
— 217 —
Nos habla de la niaiicha que en el alma causa el pecado niorta! (1) y
hasta hace uso del mismo ejemplo de que usa Santo Tomás, señalando á
la vez muy gráficamente la diferencia del pecado de herejía: de la conexión
de las virtudes, ó sea, que ó no se poseen todas, ó si se tienen que se ha-
llan carcomidas (2); nos repite con frecuencia la distinción del auxilio ge-
neral y particular (3), que pudiera traducirse sin violencia por la gracia
suficiente y eficaz: analiza la naturaleza del temor ya servil (4) ya filial y
señala sus diferentes efectos.
Ella nos habla en muchas ocasiones del misterio augusto de la Santí-
sima Trinidad, y se expresa con tanta y tan maravillosa exactitud, como
(1) Diósenie á entender, que estar un alma en pecado mortal es cubrirse este es-
pejo de gran niebla y quedar muy negro, y ansí no se puede representar ni ver este Se-
ñor, aunque esté siempre presente dándonos el ser; y que los herejes es como si el es-
pejo fuese quebrado, que es muy peor que escurecido>. Vida cap. XL, n." 4.
(2) 'Pues créame, crean por amor del Señor á esta hormiguilla, que el Señor quiere
que hable, que si no quitan esta oruga, que ya que á todo el árbol no dañe, porque al-
gunas otras virtudes quedarán, mas todas carcomidas. No es árbol hermoso, sino que
él no medra, ni aún deja medrar á los que andan cabe él; porque la fruta que da de buen
ejemplo no es nada sana, poco durará. Muchas veces lo digo, que por poco que sea el
punto de honra, es como en el cantcj de órgano, que un punto ó compás que se yerre
disuena toda la música, y es cosa que en todas partes hace harto daño al alma, mas
en este camino de oración es pestilencia . Vida, cap. XXXI, n." 9.
Esto me daba gran pena, y ver que perdían crédito las personas que me ayudaban,
y el mucho trabajo que pasaban; y si tuviera alguna fe ninguna alteración tuviera, sino
que faltar alj^o en una virtud, basta á adormecerlas todas^. Vida, cap. XXXVI, n." 8.
(3) Y considerad, que éste, y muy mayor, tenían algunos santos, que cayeron en
graves pecados; y no tenemos seguro que nos dará Dios la mano para salir de ellos, y
hacer la penitencia que ellos. (Entiéndese del auxilio particular). Moradas 3.as, cap. I,
n." 3. Pt)rque para hartas cosas eran menester letras; porque aquí viniera bien dar á
entender qué es auxilio general ó particular que hay muchos que lo ignoran; y como
este particular quiere el Señor aquí que casi le vea el alma por vista de ojos (como di-
cen)». Vida, cap. XiV, n." 4.
(4) 'Echa luego el temor servil del alma, y pónele el filial temor nniy más crecido...
porque si de suyo es amorosa y agradecida, más la hace tornar á Dios la memoria de
la merced que le hizo, que todos los castigos del infierno que le representan: al menos
á la mía, aunque tan ruin, esto le acaecía». Vida; cap. XV. n.° 9.
-218-
lo hace el Angélico Doctor en su Suma; y así escribe: «Podría el hijo criar
una hormiga sin el Padre? No: que es todo un poder... ¿Podría uno amar
al Padre, sin querer al Hijo y al Espíritu Santo? No: porque es una esen-
cia* (1). Y si las afirmaciones que preceden son las de Santo Tomás, ¿qué
diremos de su teoría sobre las visiones (2) sus nombres, su gradación,
sus señales, sus efectos y en cuál de ellas cabe más la intervención del
demonio (3) y repite muchas veces al hablar de las imaginarias que la
imagen de Jesucristo debe ser reverenciada, aun cuando la haya pintado
el demonio que es gran pintor (4), porque en las obras de arte, como pro-
fundamente establece el Angélico Doctor, para nada influye !a bondad ó
malicia del artífice. No parece sino que al leer á Santa Teresa se lee á
Santo Tomás, La Santa consagra algunos capítulos en sus obras para ha-
cer ver cómo nadie, por gigante y elevado que se halle en la contempla-
ción, debe prescindir de la Humanidad de Nuestro Señor Jesucristo, com-
batiendo una opinión contraria que corría en su tiempo, y que era soste-
nida por personas de autoridad y de espíritu (5). ¿Y qué nos dice Santo
(1) Relación 5.% La Fuente, edición de 18 1, tomo 1.", página 514.
(2) 'Acaece estando el alma descuidada de que se le ha de hacer esta merced, ni
haber jamás pensado merecerla, que siente cabe si á Jesucristo nuestro Señor, aunque
no le ve, ni con los ojos del cuerpo, ni del alma. Esta llaman visión intelectual, no sé
yo por qué». Moradas G.^i^, capítulo VIII, número 2.
(3) «Ahora vengamos á las visiones imaginarias, que dicen que son adonde puede
meterse el demonio, más que en las dichas; y asi debe ser. ídem, capítulo IX, núme-
ro 1. Esta visión, aunque es imaginaria, nunca la vi con los ojos corporales, ni ninguna,
sino con los ojos del alma. Dicen los que lo saben mejor que yo, que es más perfecta
la pasada que ésta, y ésta más mucho que las que se ven con los ojos corporales. Esta
dicen que es la más baja, y a donde más ilusiones puede hacer el demonio, aunque en-
tonces no podía yo entender tal, sino que deseaba, ya que se me hacia esta merced,
que fuese viéndola con los ojos corporales, para que no me dijese el confesor se me
antojaba». Vida, capítulo XXVIII, número 3.
(4) Que como decía un gran letrado (el P. Báñez), que el demonio es gran pintor,
y se le mostrase muy al vivo una imagen del Señor, que no le pesaría, para con ella
avivar la devoción, y hacer á el demonio guerra con sus mismas maldades: que aunque
un pintor sea muy malo, no por eso se lia de dejar de reverenciar la imagen que hace»
Moradas 6.as, capítulo IX, número 7.
(5) Vida, capítulo XXII, números 1, 2, 3 y 4.
-219-
Tomás sobre este punto? Léase entre otros muchos pasajes del Santo
Doctor, lo que escribe acerca de la devoción y sus causas en su suma
Teológica (1).
Explicando las causas de la devoción, pronuncia, entre otras, estas for-
males palabras. <Et ideo quoe pertinent ad luimanitatem Christi per modum
cujusdam manuductionis, máxime devotionem excitante, y lo que es más
de notar, !a razón en que se funda, es la que dio Santa Teresa después,
cuando escribió asi: «Es gran cosa, mientras vivimos y somos humanos
traerle humano... Nosotros no somos ángeles, sino tenemos cuerpo; que-
remos hacer ángeles estando en la tierra... es desatino (2).
Al hablar del arrobamiento y los raptos á cada paso nos dice: *S¡ ésto,
todo pasa estando (el alma) en el cuerpo, ó no, yo no lo sabré decir, al
menos ni juraría que está en el cuerpo, ni tampoco que el cuerpo está sin
el alma...» Parece verdaderamente que el alma se separa del cuerpo (3) en
lo cual no hace sino repetir lo que el Santo Doctor escribe al ocuparse en
su suma del rapto que tuvo el Apóstol de las gentes cuando fué llevado
al tercer cielo.
Cuando trata de las hablas interiores que Dios hace alguna vez á las
almas, escribe, que esas palabras no las dice el Señor sino algún Ángel y
que es hablando y obrando, y que estas palabras no se pasan como las de
los hombres por graves y letrados que éstos sean (4).
También concuerda con Santo Tomás al afirmar que la sagrada comu-
nión causa muchas veces la salud y mejoria de los cuerpos (5); así como
(1) 2." 2.» q. 82, articulo 3." ad. 2.""'
(2) Vida, capítulo XXII, números 5 y ó.
(3) Moradas (5.as, capitulo V, números 9 y 14.
(4) «¡Oh, Señor! si una palabra enviada á decir con un paje vuestro (que á lo que
dicen, al menos éstas en esta Morada no las dice el mismo Señor, sino algún ángel)
tienen tanta fuerza, etc . Moradas O.^s^ capitulo III, número 6.
«La primera y más verdadera (señal que estas palabras son de Dios es el poderlo y
señorío, que traen consigo, que es hablando y obrando. Moradas 6.as, capítulo III, nú-
mero 4. La tercera señal es, no pasarse estas palabras de la memoria... como le pasan
las que por acá entendemos; digo, que oímos de los hombres, que aunque sean muy
graves y letrados, no las tenemos tan esculpidas en la memoria*. Ib. número 7.
(5) «¿Pensáis que no es mantenimiento, aún para estos cuerpos; este santísimo man-
-220 —
confirma la opinión del mismo Santo Doctor, con lo que se le manifestó
en una visión de la edad que los cuerpos gloriosos han de representar en
el día de la resurrección general que ha de ser la de Nuestro Señor Jesu-
cristo (1).
Finalmente, para que aparezca más de relieve la conformidad de doc-
trina (2) entre Santo Tomás y Santa Teresa, véase el siguiente cuadro
comparativo sobre algunos puntos importantes:
jar y gran medicina, aún para los males corporales? Yo sé que lo es, y conozco una
persona de grandes enfermedades, que estando muchas veces con grandes dolores,
como con la mano se le quitaban, y quedaba buena del todo. Esto muy ordinario, y de
males muy conocidos, que no se podían fingir, á mi parecer ». Camino de Perfección, ca-
pítulo XXXIV, número 5.
(1) «Estando pidiendo esto al Señor, lo mejor que yo podía, parecióme salía del pro-
fundo de la tierra á mi lado derecho, y víle subir al cielo con grandísima alegría. El era
ya bien viejo, mas víle de edad de treinta años, y aún menos me pareció, y con res-
plandor en el rostro». Vida, capítulo XXXVIII, número 18.
(2) En confirmación de lo que decimos en el 1exto, añadimos por vía de nota los
testimonios que trae el Año Teiesiano, y con el fin de conservarles toda su fuerza y
elegancia, ni siquiera nos hemos permitido veiter al castellano los que están en latín.
Dice pues, así, el autor citado en el día 7 de Marzo, consagrado al Angélico Doc-
tor: «Ninguna luz de aquellas, que difunde el Sol refulgente de los escritos de Tomás,
tuvo oposición con las que despide el Astro brillante de Teresa. Ambas rutilantes an-
torchas (afirma el doctísimo Ferré), campean en la Iglesia con íntima concordia en la
certeza y claridad; á cuyo propósito, nuestro Colegio de Descalzos de la Ciudad de
Genova, formó una estampa, donde se delineaban dos espejos, que recibiendo luces del
Sol Divino de Justicia, las conuinicaban entre sí en amigable difusión, con este lema,
que decía: Fulgent vicisim eodcm: en cuyo ejiigrafe significaron ingeniosos ni'estros
Carmelitas la unidad de conceptos, que inspiró la ciencia del Altísimo en los escritos
de estos Santos.»
«Thomae non inveniebatur in toto Orbe Adjutor similis e jus, propterea dedit illí
Christus Adjutricem simiiem sibi, similem sanctitate, similem virginitate, similem doc-
trina, haec est dignitate Mater, puritate Virgo, conditione faemina, luce Stel'a, Eccle-
siae decus, forma Virgínum, Ntitrix, et Magistra, ardore Seraplñm, splendore Cheru-
bim, cordium flamma, mentium lucerna, Haec est ergo Ad jutrix similis Thomae. Haec
etiam melius quam Eva, vocabitur Virago; quoniam de viro Angélico sumpta est. Te-
resiam Thomam respiciens clamaí: Dilectus meus mihi, et ego illi.»
«De esta semejanza (como productiva del amor entre los sujetos que la gozan) nace
— 221 —
/." Moción general y particular.
SANTA TERESA DE JESÚS
- Y considerad, que éste, y muy
mayor, tenían algunos santos, que
cayeron en graves pecados; y no
tenemos seguro que nos dará Dios
la mano para salir de ellos, y hacer
la penitencia que e\\oS'>.( Entiénde-
se del auxilio particular.) Moradas
terceras cap. I, n." 3.
«Porque para hartas cosas era
menester letras; porque aquí vinie-
ra bien dar á entender que es auxi-
lio general ó particular, que hay
SANTO TOMÁS DE AQUINO
«Dicendum, quod Deus movet
voluntatem hominis sicut univer-
sale objectum voluntatis quod est
bonun
Sed tamen interdum, specialiter
Deus movet aliquos ad aliquid de-
termínate volendum, quod est bo-
nun sicut in his, quos movet per
el singular, y cariñoso aprecio, con que se corresponden los dos Santos. El del Angéli-
co Doctor, no puede evidenciarse con obras practicadas, cuando vivió en la tierra, por
no haber alcanzado los días de la Santa; mas desde la Gloria hizo demostración de su
fineza en un suceso milagroso, cuando apareciéndose á una estática Virgen, hija de
nuestra Seráfica Doctora, dijo el Santo Doctor: Que Santa Teresa era gran Santa; y
después añadió: Estad contentos de tenerla por Madre. El de Santa Teresa de Jesús,
para bU amantisimo Doctor, está verificado con innumerables argumentos, que se pu-
dieran referir, siendo entre todos de especial excepción aquel sagrado anhelo, con que
recurría nuestra Madre á los hermanos de Tomás, hijos de su doctrina, para asegurar-
se, é instruirse en los puntos más arduos del espíritu. -
♦ Laudaris doctrina insigne Orbis lumen, perfectionis Magistram, et Thomae lucis
connubio mérito sociandam Doctor Doctrici, Magistra Magistro jungatur; Ángelus Vir-
gini Virgo viro Angélico adhaereat, ut sint dúo in luce una, uno spiritu instructi, quos
Dei nutu sotiat unus spiritus veritatis::::: sunt ergo dúo luminaria, quae mutuo se ju-
vant, dúo (inquam) luminaria magna, quae condidit Deus, ut sint in signa, veluti dúo
mundi portenta, ut sint ín firmamento Coeli, et illuminent terram; quia in Christi Eccle-
sia, jterque velut flos pulcher mundum replet odore, uterque, velut Sol clarus Coelum
ornat splendore: redolet enim, uterque pura virginitate, uterque rutilat coelestis doc-
trincE claritate. Jungantur ergo Teresia et Thomas pulchro connubio Solis, et Floris, et
quo- Deus ita conjunxit non separet homo.
— 222 —
muchos que lo ignoran: y cómo
este particular quiere el Señor aquí
que casi le vea el alma por vista
de ojos (como dicen.)» Vida, cap.
XIV, n." 4.
gratiam.» (1.^ 2.-'''^ q. 9. art. 6." ad
3.""0
2." Conexión de las virtudes.
-^Pues créame, crean por amor
del Señor á esta hormiguilla, que
el Señor quiere que hable, que si
no quita esta oruga, que ya que á
todo el árbol no dañe, porque al-
gunas otras virtudes quedarán, mas
todas carcomidas. No es árbol her-
moso, sino que él no medra, ni
aun deja medrar á los que andan
cabe él; porque la fruta que da
de buen ejemplo, no es nada sana,
poco durará. Muchas veces lo di-
go, que por poco que sea el punto
de honra, es como en el canto de
órgano que un punto ó compás
que se yerre disuena toda la músi-
ca, y es cosa que en todas partes
hace harto daño al alma, mas en
este camino de oración es pesti-
lencia. Vida, cap. XXXI, n.« 9.
Esto me daba gran pena, y ver
que perdían crédito las personas
que me ayudaban y el mucho tra-
bajo que pasaban; y si tuviera al-
guna fe ninguna alteración tuviera,
«Respondeodicendum quodvir-
tus moralis potest accipi vel per-
fecta vel imperfecta: imperfecta
quidem moralis virtus, ut tempe-
rantia vel fortitudo, nihil aliud est
quam aliqua inclinatio in nobis
existéns ad opus aliquod de gene-
re bonorum faciendum, sive talis
inclinatio sit in nobis a natura, si-
ve ex assuetudine. Et hoc modo
accipiendo virtutes morales non
sunt conexae; videmus enim ali-
quem ex naturali complexione,
vel ex aliqua consuetudine esse
promptum ad opera liberalitatis,
qui tamen non est promptus ad
opera castitatis.
Perfecta autem virtus moralis est
habitus inclinans in bonum opus
bene agendum; et sic accipiendo
virtutes morales dicendum est eas
conexas esse, ut fere ab ómnibus
ponitur. (1''. 2.oe q. 65. art. 1.'' in
corpore.)
-223-
sino que faltar algo en una virtud,
basta ú adormecerlas todas*. Vida
cap. XXXVI, n." 8.
5.° De la Eucaristía.
«¿Pensáis que no es manteni-
miento, aun para estos cuerpos,
este santísimo manjar y gran me-
dicina, aun para los males corpo-
rales? Yo se que lo es, y conozco
una persona de grandes enferme-
dades, que estando muchas veces
con grandes dolores, como con la
mano se le quitaban, y quedaba
buena del todo. Esto muy ordina-
rio, y de males muy conocidos,
que no se podían fingir á mi pare-
cer. Camino de Perfección cap. 34,
n.^' 5."
- Cum hoc sacramentum (Eucha-
ristiae) ad salutem corporis et ani-
mae sumatur, oportet quod sub
specie pañis ad significandam sa-
lutem animae hoc sacramentum
perficiatur.» (4 Sent. Dist. 11 q. 2.^
a. 1." quaestiunc. 1.'')
4." Las potencias se distinguen del alma.
«También me parece que el al-
ma es diferente cosa de las poten-
cias, que no es todo una cosa».
Moradas 7.^^ cap. 1." n." 17.
«Respondeo dicendum quod im-
possibile est dicere quod essentia
animae sit ejus potentia. (1.^ p. q.
77. art. 1.°) Manifestum est ergo
quod ipsa essentia animae non est
principium immediatum suarum
operationum; sed operatur median-
tibus principiis accidentalibus; un-
de potentiae animae non sunt ipsa
essentia animae, sed proprietates
ejus-. (QQ. Disp. de anim. a. 12.)
- 224
5.° Las potencias del alma se distinguen entre sí.
«Respondeo dicendum quod ne-
cesse est poneré plures animae
potentias... Dicendum quod unius
rei est unum esse substantiale, sed
possunt esse operationes plures;
et ideo est una essentia animae,
sed potentiae plures *.(1.^, p. q. 77.
art. 2.° in corp. et ad S."'")
«Vine á entender por experien-
cia, que el pensamiento ó imagi-
nación (porque mejor se entienda)
no es el entendimiento, y pregún-
telo á un letrado y díjome que era
ansi, que no fué para mi poco con-
tento; porque como el entendi-
miento es una de las potencias del
alma, hacíaseme recia cosa estar
tan tortolito á veces. Moradas
4.^^, cap. 1, n.^' 8. También me pa-
rece, que, como la voluntad está
ya encendida, no quiere esta po-
tencia generosa aprovecharse de
otra si pudiese. Moradas 6.^^, cap.
VII, n." 10.
6".° Las potencias se distinguen de sus actos.
«Pensaba yo ahora, si hay algu-
na diferencia entre la voluntad y el
amor. Y paréceme que si, no sé si
es boberia, paréceme que es el
amor como una saeta que envia la
voluntad.' Concp. cap. VI, n." 6.
«Respondeo dicendum quod
potentia, secundum illud quod est
potentia ordinatur ad actum. Unde
oportet rationem potentiae accipi
ex actu ad quem ordinatur; et per
consequens oportet quod ratio po-
tentiae diversificetur, ut diversifica-
tur ratio actus.» (1 .'' p. q. 77 art. 3.«)
7." El artífice bueno y malo.
Que como decía un gran letra-
do (el P. Báñez), que el demonio
Dicendum quod bonum artis
consideratur non in ipso artífice,
— 225 —
es gran pintor, y se le mostrase
muy al vivo una imagen del Señor,
que no le pesaría, para con ella
avivar la devoción, y hacer al de-
monio guerra con sus mismas mal-
dades: que aunque un pintor sea
muy FTialo, no por eso se ha de de-
jar de reverenciar la imagen que
hace.» Moradas d.^^ cap. IX, n." 10.
sed magis in ipso artificiato; cum
ars sit ratio recta factibilium; factio
enim in exteriorem materiam tran-
siens non est perfectio facientis,
sed facti, sicut motus est actus mo-
vilis... et ideo ad artem non requi-
ritur quod artifex bene operetur
sed quod bonum opus faciat. (1.''
2.^'e q, 57. art. 5." ad I."'") «Bonum
artificialium non est bonum appe-
titus humani, sed bonum ipsorum
operum artificialium; et ideo ars
non praesupponit appetitum rec-
tum.» (Ib. art. 4.^ in corp.)
5.° De la Sacratísima Humanidad de Nuestro Señor Jesucristo.
'También os parecerá, que quien
goza de cosas tan altas no tendrá
meditación en los misterios de la
Sacratísima Humanidad de Nues-
tro Señor Jesucristo, porque se
ejercitará ya toda en amor. Esto es
una cosa que escribí largo en otra
parte, y aunque me han contrade-
cido en ella y dicho que lo entien-
do (porque son caminos por lleva
Nuestro Señor, y que cuando ya
han pasado de los principios, es
mejor tratar con cosas de la divi-
nidad y huir de las corpóreas) á mí
no me harán confesar que es buen
camino.
Praeterea. Si contemplatio esset
propria, et per se devotionis causa,
oporteret, quod ea, quae sunt altio-
ris contemplationis, magis devo-
tionem excitarent: hujus autem
contrarium apparet: frequenter enim
major devotio excitatur ex consi-
deratione passionis Christi, etaliis
misteriis humanitatis ipsius, quam
ex consideratione divinae magni-
tudinis; ergo comtemplatio non est
propia devotionis causa.
Respondeo dicendum, quod
causa devotionis extrínseca et
principalis Deus est...
Causa autem intrínseca ex parte
15
226 —
Ya puede ser que me engañe, y
que digamos todos una cosa: mas
vi yo que me quería engañar el
demonio por ahi, y así estoy tan
escarmentada, que pienso, aunque
lo haya diclio más veces, decíroslo
otra vez aquí, porque vais en esto
con mucha advertencia; y mirad
que oso decir, que no creáis á
quien os dijere otra cosa.
Yo no puedo pensar en qué
piensan; porque apartados de todo
lo corpóreo, para espíritus angéli-
cos, es estar siempre abrasados en
amor, que no para los que vivimos
en cuerpo mortal, que es menester
trate y piense y se acompañe de
los que teniéndole, hicieron tan
grandes hazañas por Dios; cuanto
más apartarse de industria de todo
nuestro bien y remedio que es la
Sacratísima Humanidad de Nues-
tro Señor Jesucristo: y no puedo
creer que lo hacen, sino que se
entienden, y así harán daño á sí y
á los otros. Al menos yo les ase-
guro, que no entren á estas dos
Moradas postreras; porque si pier-
den la guía, que es el buen Jesús,
no acertarán el camino: harto será
si se están en las demás con segu-
ridad. Porque el mismo Señor dice
nostra, oportet quod sit meditatio
seu contemplatio.Dictum est enim,
quod devotio est quídam volunta-
tis actus ad hoc quod homopromp-
te se tradat ad divinum obsequium.
Omnis autem actus voluntatis ex
aliqua consideratione procedit, eo
quod bonum intellectum est ob-
jectum voluntatis... Et ideo necesse
est quod meditatio sit devotionis
causa, inquantum scilicet homo
per meditationem concipit, quod
se tradat divino obsequio.
«Ad secundum dicendum, quod
ea, quae sunt divinitatis, sunt se-
cundum se máxime excitantia di-
lectionem, et per consequens de-
votipnem. Sed ex debilítate men-
tís humanae est, quod sicut indi-
get manuductione ad cognitionem
divinorum: ita ad dilectionem per
aliqua sensibilia nobis nota, ínter
quae praecipuum est humanitas
Christi, secundum quod ín Prsefa-
tione decítur: Ut dum visibiliter
Deum cognoscimus, per hunc in in-
visibilium amorem rapiamur. Et
ideo ea quae pertinent ad Christi
humanitatem per modum cujusdam
manuductíonis, máxime devotio-
nem evcitant: cum tamen devotio
principaliter circa ea, quae sunt
divinitatis, consistat». (2.*'^ 2.^^
-227
que es camino: también dice el Se-
ñor que es luz, y que no puede
ninguno ir al Padre sino por El: y
quien me ve á Mí, ve á mi Padre >.
Moradas 6.^^, capítulo VII.
quaest. 82 art. 3." ad 2."'")
9/ No es de esencia de! libre albedrío el poder pecar.
Él (Dios) es bienaventurado
porque se conoce y se ama y se
goza de sí mismo, sin ser posible
otra cosa; no tiene ni puede tener
ni fuera perfección de Dios poder
tener libertad para olvidarse de sí
y dejarse de amar. Entonces, alma
mía entrarás en tu descanso, cuan-
do te entrares en este sumo bien y
entendieres lo queentiende,y ama-
res lo que ama, y gozares lo que
goza. (Exclamación 16.)
Liberum arbitrium per se in bo-
num ordinatum est, cum bonum
sit objectum voluntatis, nec in ma-
lum tendat nisi propter aliquem
defectum quem apprehendit ut bo-
num, cum non sit voluntas aut
electio nisi boni autapparentis bo-
ni. Et ideo ubi perfectissimum est
liberum arbitrium, ibi in malum
tendere non potest, quia imperfec-
tum esse non potest. (2.° Sent.
dist. 25 q. 1.a. 1. ad 2."^)
De lo dicho, se desprende claramente que la gran Doctora del Carme-
lo, no se ciñe en sus magistrales escritos á las materias místicas, que cons-
tituían el objeto principal de su inspirada pluma, sino que con suma des-
treza supo utilizar para su fin. todos los recursos que le suministraban las
soluciones, que los grandes maestros aportaron á los más recónditos pro-
blemas de las ciencias sagradas y profanas.
-■¥-
CAPÍTULO X
Resumen de lo contenido en esta segunda parte.
Hemos concluido el análisis y examen de los principales libros de la
mística Doctora, Santa Teresa de Jesús (1): y de este análisis resulta que,
el gran libro de su Vida, ó sea su Suma; que ese libro histórico, doctrinal,
ascético y místico; que esa especie de Vademécum; que esa Mística en ac-
ción, donde bajo secreto de confesión, se contienen los más sublimes ar-
canos; que esa vida intima, y podemos decir divina de la seráfica Virgen,
se debe, por testimonio unánime de todos los biógrafos de la Santa, al
V. P. Fr. Pedro Ibáñez; y que á ese fraile Dominico son deudores, la Re-
ligión Carmelitana, y lo que es más, toda la Iglesia Católica, y la misma li-
teratura española, de poseer este tesoro; y que la misma historia de la
primera fundación de San José de Avila, unida al libro de la Vida, se debe
también á otro fraile Dominico, al V. P. Fr. Garcia de Toledo. Que delata-
do ese gran libro al Tribunal de la Inquisición por los principes y poten-
(1) Como luibrá podido observar ti lector, nada hemos dicho en esta segunda parte
dedicada á examinar los libros de la mística Doctora, de las meditaciones sobre el Pa-
ter noster, que se editan con frecuencia juntamente con sus libros, como lo ha hecho
la librería religiosa de Barcelona. Hoy es corriente la opinión de que esa serie de me-
ditaciones, aunque en sí de mucho valor y estima, no es obra genuina de la Santa y por
ese motivo, para nada nos hemos ocupado de ellas. Sólo consignaremos, siquiera sea
de paso, que tanto Quetif como Echard aseguran ser el autor de ellas el dominicano
Giraldel, Borgoñés de nación, aduciendo como prueba de su afirmación, el que estas
meditaciones las encontró el P. Domingo Rey en 1612 en poder de dicho P. Giraldel,
Prior que era en esa época de nuestro convento de Predicadores de Tolosa.
— 230-
tados del mundo, eligió el Santo Tribunal entre todos los consultores,
para que lo examinasen, á dos hijos de Santo Domingo, á los VV. PP. Her-
nando del Castillo y Domingo Báñez, hombres llenos de ciencia y del es-
píritu de Dios; quienes dieron sobre él un informe favorable, para que asi
nunca faltasen frailes Dominicos al amparo de la Santa; que sobre todo,
el P. Báñez, oráculo por entonces de la Universidad de Salamanca, con
su censura oficial, influyó sobre manera en el Santo Tribunal, y sacó á
Santa Teresa del mayor apuro, del tormento y de la cruz en que se halla-
ba, derramando muchas lágrimas: y que esa censura, cosida como está al
original, debiera ir siempre unida á este precioso libro, con preferencia al
mismo prólogo de Fr. Luis de León; pues el P. M. Báñez, en expresión
del Sr. La Fuente, pudo muy bien decir con el Poeta:
Cujus pars, ego magna fui.
En cuanto al Camino de Perfección, libro, después del de la Vida, el
más conocido y manoseado, porque es libro para todos: ese Kempis, es-
crito para los religiosos, verdaderos ascetas; pero que aprovecha aún mu-
cho á los que viven en el tráfago del mundo: ese libro ascético y místico
á !a vez, se debe, según todos los biógrafos, al célebre P. Fr. Domingo
Báñez, de quien no solo tenía licencia para escribirle, como la Santa con-
signa en el prólogo, sino mandato, como ella misma lo afirma en la rela-
ción al P. Rodrigo Alvarez, de la Compañía de Jesús y lo confirman tam-
bién los historiadores, La Fuente y el autor de la Crónica Carmelitana, y
lo mismo el Año Teresiano, añadiendo éstos, que á este V. P. debe la Or-
den este beneficio, esa preciosísima joya.
Con respecto al libro de las Fundaciones, que contiene las operaciones
ad extra de Santa Teresa; esa historia, la mejor escrita, después de las his-
torias sagradas, en cuyo estilo se excedió en cierto modo á sí misma la mís-
tica escritora, y de la cual ella misma profetizó cuan sabrosa había de ser al-
gún día su lectura, ya hemos dicho que comprende tres periodos, sin con-
tar la fundación de San José, cuya historia se halla en el libro de su Vida.
Las del primer periodo se las mandó escribir el P. Ripalda, Jesuíta: las de-
más, y aun parte de las primeras, el P. Gracián, su prelado, pero sin per-
der de vista las tres conclusiones que se desprenden de las palabras de la
Santa en el prólogo á este libro, á saber: I.*' Que la iniciativa de escribir
— 231 —
Fundaciones la gran Teresa de Jesús, partió del Padre García de Toledo:
'fui mandada del P. García de Toledo, Dominico, que escribiese la fun-
dación de aquel Monasterio. 2/' Que la causa que movió al P. Ripalda
para mandarla escribir el año 1573 algunas fundaciones, fué el haberle
parecido bien y muy acertado lo que había escrito por mandato del Padre
García de Toledo, sobre la fundación de San José: «Confesándome con el
P. M. Ripalda, habiendo visto el libro de la primera fundación, le pareció
sería servicio de Dios (^ue escribiese de otros siete monasterios.» 3.^ Que
no sólo se debe á los Dominicos que Santa Teresa escribiese su Vida in-
terior, como lo afirman sus biógrafos, sino que á ellos se les debe en cier-
to modo el que escribiese también su Vida exterior, ó sea las Fundacio-
nes, Cuan cierto sea todo ésto, se comprenderá fácilmente con sólo recor-
dar aquella frase del Historiador de la Reforma, y que no estará demás
repetir aquí: < Según ésto, el primer fundamento de escribir fundaciones San-
ta Teresa, fué el P. M. Fr. García de Toledo. >
Sobre el libro de las Moradas, ó sea el Apocalipsis de Teresa de Jesús,
sólo diremos, que conteniendo la misma doctrina, como dice el P. Ribera,
que el libro de la \/ida y habiendo sido escrito para reparar la falta de éste,
que estaba detenido en la Inquisición, alguna parte corresponde á los Domi-
nicos que fueron quienes la mandaron escribir aquella; y sin duda, se pue-
de tener por cierto que jamás hubiera escrito este misterioso libro y dicho
en tercera persona lo que había enseñado en primera, al exponer la mística
en acción en el libro primero de su Vida: esto sin contar el empeño que
la Santa tuvo en que el V. P. Yanguas le examinase por la seguridad de
la doctrina que profesa la Religión Sagrada de Santo Domingo, como muy
bien testifica el célebre P. Gil González, de la Compañía de Jesús: «Mu-
cho honró siempre Santa Teresa á los grandes letrados de la Orden del
glorioso Santo Domingo-, frase muy usada de ella; mucho encargó á sus
hijas que los honrasen y comunicasen con ellos, como asegura el citado
Jesuíta P. Gil, y por fin, mucho y muy en alto grado honró también en
esta ocasión al V. P. Yanguas, deseando fuese el censor de su gran libro
y suplicándoselo asi á su prelade.
Hemos visto también que es punto oscuro, por razones que hay en
pro y en contra, si fué ó no fué el P. Yanguas quien ordenó á la Santa
- 232 -
quemase lo que había escrito sobre el santísimo libro de los Cantares, y
siguiendo al Sr. La Fuente en sus atinadas observaciones sobre este pun-
to, hemos hecho ver la prudencia de este Padre, ó de cualquiera que haya
sido, el que tal cosa mandase á la Santa por los tiempos que corrían y cir-
cunstancias especiales que es preciso apreciar para fallar con acierto, y á
la vez hemos hecho constar como el P. Báñez autentizó la copia que la
religiosa ó la Duquesa de Alba había sacado, legándonos de esa manera
los preciosos capítulos que hoy poseemos.
Por último, se ha visto que el P. Domingo Báñez tuvo con respecto á
las Constituciones primitivas de la Santa Fundadora, la misma influencia
que tuvo después el visitador Apostólico V. P. Fr. Pedro Fernández; y en
el capítulo de Separación eí V. P. Fr. Juan de las Cuevas, como Presidente
de aquella tan importante asamblea, y por si esto fuera poco, la identidad
de muchas de las Constituciones primitivas de la Santa Fundadora con las
de la Orden Dominicana, argumento que hemos llamado intrínseco; todo
lo cual prueba clara y evidentemente la mucha parte que los hijos de Santo
Domingo tuvieron en su redacción, y que este libro, si bien, pequeño en
volumen, pero de suma importancia y significación, por contener la legis-
lación de la Reforma, es obra sí de Santa Teresa, pero dirigida y ayudada
en ella por los VV. PP. Fr. Domingo Báñez, Fr. Pedro Fernández y Fr. Juan
de las Cuevas.
No creemos por lo tanto sea exagerado el afirmar que Santa Teresa,
considerada como doctora y escritora, pertenece en cierto modo á los Do-
minicos. Por eso el V. Palafox se expresa así sobre esta materia (1):
<Para el examen de su espíritu en puntos de Fe, Gracia y Caridad,
dice en otro lugar el Venerable Comentador de nuestra Virgen: Eligió Te-
resa á los de Santo Domingo: y como quien se ha de graduar de Santa, des-
pués de haber cursado, y hecho actos en diversas Academias, y Universida-
des, pasó de los Místicos á los Doctos de la Religión de Santo Domingo; y
no parece que reposó su espíritu, hasta que llegó allí. *
No queremos repetir aquí cuál fué su opinión sobre este particular, y
el aprecio grande que hizo siempre de las letras.
(1) Año Teresiano, 7 de Marzo.
-233-
Ya se han visto en otra parte algunos de los pasajes, entre los mu-
chísimos con que á cada paso tropieza uno en sus obras y en todas sus
cartas: ni repetimos tampoco lo que en especial nos ha dicho sobre los
grandes letrados Dominicos; sin embargo, juzgamos ha de ser del agrado
del lector, saborear ciertas páginas en que la mística Doctora refiere deta-
lladamente lo que la sucedió con algunos de ellos.
«Acaecióme, escribe en el capítulo XVlll, á mí una ignorancia al prin-
cipio, que no sabía que estaba Dios en todas las cosas, y como me pare-
cía estar tan presente, parecíame imposible dejar de creer que estaba allí,
no podía, por parecerme casi claro había entendido estar allí su mesma
presencia. Los que no tenían letras me decían que estaba sólo por gracia,
yo no lo podía creer; porque, como digo, parecíame estar presente, y ansí
andaba con pena. Un gran letrado de la Orden del glorioso Patriarca de
Santo Domingo me quitó desta duda; que me dijo estar presente, y como
se comunicaba con nosotros, que me consoló harto.»
En el capítulo XXXI, hablando de las tentaciones con que la atormen-
taba el demonio escribe así: * Otras veces me atormentaba mucho, y aun
ahora me atormenta, ver que se hace mucho caso de mí (en especial per-
sonas principales) y de que decían mucho bien: en esto he pasado y paso
mucho. Miro luego á la vida de Cristo y de los Santos, y paréceme que
voy al revés, que ellos no iban sino por desprecio é injurias; háceme an-
dar temerosa, y como que no oso alzar la cabeza, ni querría parecer, lo que
no hago cuando tengo persecuciones: anda el alma tan señora, aunque el
cuerpo lo siente, y por otra parte ando afligida, que yo no sé cómo ésto
puede ser; mas pasa ansí, que entonces parece está el alma en su reino,
y que lo trae todo debajo de los pies. Dábame algunas veces y duróme
hartos días, y parecía virtud y humildad por una parte, y ahora veo claro
era tentación. Un fraile Dominico, gran letrado, me lo declaró bien> (1).
(1) Repugnaba mucho el Cardenal Quiroga que su sobriiui, Doña Elena de Quiro-
ga, viuda y con familia, abrazase la Descalcez; pero tenia hecho voto, y habia algún
confesor que la inquietaba para que luego lo cumpliese. La Santa se detenía en admi-
tirla, ya por las obligaciones que con sus hijos tenia dicha Señora, ya por no incurrir
en la indignación del Cardenal; pero como estaba por medio el voto, la Santa dudaba
— 234-
En el precedente capítulo hemos visto también la conformidad de la
doctrina de Santo Tomás y Santa Teresa, ya por medio de un pequeño
ensayo y comparación de algunos pasajes, ya aduciendo el testimonio de
gravísimos autores que aseguran esa misma identidad. Porque si bien la
mística Doctora no leyó las obras de Santo Tomás, ni estudió en su Suma,
pero comunicó perennemente con los que eran textos vivos de esa Suma;
comunicó con Mancio, Chaves y Medina, Lectores primarios de la Uni-
versidad Salmantina, y sobre todo con Báñez, oráculo de aquella Univer-
sidad; comunicó con Presentados, Maestros y Regentes de la Orden de
Santo Domingo, fidelísimos intérpretes y discípulos del Angélico Doctor,
y como dice el autor del Año Teresiano: «Buscábalos, en fin, como á
oráculos de la sabiduría y la verdad; y siendo su recurso dirigido á este
intento, ya se advierte constante, que en cada hijo de Domingo buscaba
Teresa las letras y ciencia de Tomás, para indicio evidente de aquel sa-
grado afecto, que la Seráfica Doctora profesó, apasionada al Doctor An-
gélico. Una es su doctrina, una la enseñanza, una la pureza, una la santi-
dad de los dos Santos.*
En sus comunicaciones con los grandes letrados Dominicos aprendió
muchas cosas que ignoraba, según ella nos confiesa con inimitable candi-
dez, añadiendo además, el mucho consuelo que la causaba el oír las ex-
plicaciones que la daban los hermanos del Angélico Doctor; porque así la
sacaban de las dudas y perplejidades en que estaba.
Los VV. y antiquísimos PP. Descalzos, fieles imitadores de la gratitud
de su Santa Madre, bien penetrados y actuados de cuanto se acaba de
de lo que debia hacer. Hallándose perpleja en este caso, lo consultó en Soria con nues-
tro P. Alderete, y éste contestó lo que la Santa nos dice: «que como nosotras no la qui-
siéramos recibir, queda libre del voto, porque fué de entrar en esta urden, y que no
está obligada á más que á pedirlo. Diónie mucho consuelo, que yo no sabia esto. Está
en este lugar, á donde ha estado ocho años en posesión de muy santo y letrado y me
lo pareció». Con este consejo la Santa salió del apuro en que se hallaba; porque no sa-
bía, como ella dice, que no queriéndola recibir, quedaba Doña Elena libre de! voto. Más
tarde esta Señora, dio estado á sus hijos, v cediendo de su tesón, el Cardenal, su tio,
entró con una hija en el convento de Descalzas de Medina, y vivieron Madre é hija con
grande ejemplo de santidad, y á la vez con mucho contento del Enimo. Sr. Cardenal.
— 235-
aducir, lo sintetizaron de una manera sensible, gráfica é imperecedera,
cuando en la Capilla donde nació esta singular mujer, colocaron al lado
del Evangelio y con preferencia á todas las Ordenes religiosas, una
preciosa pintura donde se halla un grupo de Dominicos, representando
la Orden de Santo Domingo, como la que más ayudó á la Seráfica Ma-
dre en las proezas que para siempre inmortalizarán su nombre. Este cua-
dro, además de significar (por el lugar que ocupa entre los cuatro que
allí se hallan (1) la palma que los Dominicos se llevaron en ayudar á
Teresa de Jesús, tiene un letrero, que en cuatro palabras encierra todo
lo dicho, y lo canoniza diciendo así: -Dabo tibi Spiritum Sapientiae».
Yo te daré, dice, el Señor, el espíritu de sabiduría-. ¡Cuánto dicen, cuán-
to significan estas breves palabras dirigidas por el Señor á Teresa de Je-
(1) Se hallan estos grandes cuadros simétricamente colocados en la Capilla natal y
representan las cuatro Ordenes religiosas que mayor auxilio prestaron á la Santa
Madre, ya como persona particular, ya como Doctora y Reformadora. Son estas Orde-
nes, la del glorioso Santo Domingo de Guzmán, que ocupa el primer lugar al lado del
Evangelio; la Compañía del ínclito San Ignacio que está enfrente y al lado de la Epís-
tola, ocupa el segundo; sigue la de San Francisco, y por último la Orden Carmelitana.
En cada pintura ó cuadro aparece un grupo de religiosos de la Orden que representa,
y en medio se destaca la simpática figura de la Mística Doctora, á quien el Señor in-
funde el espíritu que caracteriza á cada uno de los institutos religiosos referidos. Como
hemos indicado, la Orden de Santo Domingo lleva el lema: "Dabo tibi spiritum sapien-
tiae. La de San Ignacio: Dabo tibi spiritum religionis. La de San Francisco: Dabo tibi
spiritum fiumilitatis. Y la Carmelitana: Dabo tibi spiritum devotionis.
Cualquiera que conozca la historia de estas sagradas Religiones y el papel que de-
sempeñaron cerca de la seráfica Virgen Teresa de Jesús, podrá apreciar como se me-
rece el tino y buen sentido que presidió á la colocación de esos lemas. Acababa de ser
fundada la Compañía, y estaba la observancia de sus reglas religiosas en su primer
fervor: la humildad por antonomasia corresponde á San Francisco y sus hijos; el espíri-
tu y vocación de la Orden Carmelitana es espíritu de oración v de ermitaños, y de esa
casta vienen, según frase de Teresa de Jesús; así como la sabiduría, personificada en
el Ángel de las Escuelas, ha estado vinculada, por decirlo así, á la Orden de Santo To-
más desde su nacimiento, de tal modo, que como testifica el célebre Jesuíta P. Suárez:
«Satis etiam probavit eventus, ut ex eo ordine, tamquam ex Trojano equo, vel potius
arce ínstructissima ad destructíonem munítionum, ut Paulus loquitur, ab Ecclesia hos-
tibus oppositarum, prodierint strenui propugnatores, fideí, quam vel editis libris illus-
- 236 —
SUS, que se halla representada en el cuadro en medio de los grandes le-
trados Dominicos, por cuyo conducto la comunicó Dios ese don, ese es-
píritu de sabiduría no humana, sino celestial y divina! ¡Cuánto, repetimos,
nos enseñan esas tan misteriosas palabras! Ellas nos dicen que aunque el
Señor fué su principal maestro, como ella candorosamente lo confirma en
muchísimos pasajes de sus obras, en especial en el libro de la Vida; pero
mucho aprendió también oyendo y comunicando con los más grandes sa-
bios y letrados que vivían en su tiempo. No ha habido mujer más amiga
de conversar con letrados que la gran Teresa de Jesús (1).
Por último: ¿Quién venció la gran modestia de Teresa de Jesús, é hizo
dar el primer paso, por decirlo así, en la carrera de escritora? ¿Quién la
colocó en esta categoría? ¿Quién hizo (para usar sus mismas palabras) que
trem fecerunt. ínter quos Stus. Tlioiiias, tamquam ínter reliqna minora lumina fulgen-
tissimum astrum, longe lateque coruscat. Vel ab ea deerantes revocaverint; vel certe
in pertinaces á Sede apostólica inquisitores delegati animadverterunt; quan denique
nobili martyrio fuerint testati. Sed piget omnium catalogan texere, cum facile constare
possint ex ipsius Ordinis nionunientis; imo, et constare quot et quales prodierint Eccle-
siae Praelati; Sacri, ut vocant, Palatii Magistri; Monarcharum Hispaniae Coníessarii.
Quot in celeberrimis Academiis professores primarii ut facile credas omnia haec jure
pene haereditario huic illustri Ordini obvenisse; adeo ut per anuos non paucos rari fue-
rint In República litteraria alicujus nominis viri in doctrina Sacra conspicul, quin Domi-
nicanae Familiae non essent alumnl».— De Religione Tomo IV, Tract. IX. De varietate
religionum, libro 2.°, capítulo VI.»
(1) En la relación que la Santa dirigió á nuestro P. Fr. Pedro Ibáñez en 1562, le de-
cía entre otras cosas, dándole cuenta del interior de su espíritu: «Deseo grandísimo,
más que suelo, siento en mi que tenga Dios, personas que con todo desasimiento le
sirvan, y que en nada de lo de acá se detengan, como veo es todo burla, en especial Le-
trados, que como veo las grandes necesidades de la Iglesia (que éstas me afligen tanto,
parece cosa de burla tener por otra cosa pena) y ansí no hago sino encomendarlos á
Dios; porque veo yo haría más provecho una persona del todo perfecta, con herbor ver-
dadero de amor de Dios, que nuichas con tibieza*. Y afiade el comentador: «Fué Santa
Teresa la Santa de los Doctos, la Santa de los Sabios, la Santa de los Letrados, la San-
ta de los Maestros. Por eso, apenas hay Maestro, Letrado, Sabio ni Docto, que no
adolezca tiernamente en su afectuosa devoción. No sin misterio juntó la Iglesia en su
Oficio la devoción con el maglsteri():-Coí'/í's//.s ejiís docti inac pábulo nntriamur, et piae
devotionis, erudiamur affectu.»
-237-
siendo mujer, y la mas ruin entre todos los nacidos, no se la eayeran las
alas y que perdiese de hilar para meterse á escritora? ¿Nó fué el V. P. Fray
Pedro Ibáñez, quien al decir de la Crónica Carmelitana, anteviendo como
gran letrado, los inmensos frutos que se habían de seguir á la Religión y
á la Iglesia, la mandó, el primero entre todos sus confesores y direc-
tores que tomase la pluma y escribiese las soberanas mercedes que
del Señor recibía? Sólo ésta circunstancia, el haber empezado Santa Te-
resa á escribir por insinuación y mandato de un hijo de Santo Domingo,
bastaría por sí solo, para que nos perteneciese bajo el glorioso y singular
título de doctora y escritora. Muy bien sabemos todos por experiencia, lo
que cuesta el romper, el empezar á escribir, sobre todo si el que escribe
para el público es una mujer, y mujer que se tiene por la más ruin entre
todos los nacidos.
Es preciso, pues, convenir en que Santa Teresa, como doctora y escri-
tora pertenece á la Orden de Santo Domingo con tanto ó mejor título que
como Santa v reformadora.
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Tercera Parte
INFLUENCIA QUE LOS DOMINICOS TUVIERON
EN M 61iflNDI05fl OBRA DE hñ "REFORIVIfl CBRMEblTfiNfl,,
REALÍZAHA POR
SANTA TERESA DE JESÚS
CAPÍTULO FRIA\ERO
€1 Convento de San ¡osé de Avila y el \?, IPedro líbáñez.
Uno de los timbres de gloria que más enaltecen al Colegio de Domini-
cos de Santo Tomás de Avila (1), es sin duda el haber contado entre sus
(1) El fundador del Convento de Santo Tomás de Avila, por los años de 1480 y si-
guientes, fué D. Hernán Núñez Arnalt, tesorero de los Reyes Católicos, aunque con la
cooperación de los mismos Reyes, del P. Fr. Tomás de Torquemada y de Doña María
Dávila, esposa de D. Hernán.
El edificio, tal como quedó el 3 de Agosto del añ > de 1493, día en que terminaron
las obras, empezadas el 1 1 de Abrí! del año de 1482, era verdaderamente regio, uno de
los más grandiosos que nos legó aquella dichosa edad de los Reyes Católicos, y que
por gran beneficio de la Divina Providencia nos ha sido conservado entre tantos como
hemos visto perecer en los aciagos tiempos que alcanzamos.
-240-
miembros á hombres que, penetrados del espíritu de Dios, conocieron por
una especie de intuición la inmensa transcendencia que tendría en el por-
venir de la sociedad y de la Iglesia la obra colosal de la Reforma que por
los años de 15t)l y 62, emprendió la Virgen Avilesa, ó sea Santa Teresa
de Jesús. Por algo ha dicho la Iglesia en el Oficio de esta Seráfica Vir-
gen: «DivaTeresia tantum opus (Reformationis) perfecit subsidio Prae-
dicatorum adjuta, quibus plurimis doctrina et sanctitate praeclaris usa est
a confessionibus, consiliis spiritualique regimine*. «Santa Teresa llevó á
cabo la obra tan grande de la Reforma, ayudada de los Hermanos Predi-
cadores, muchos de los cuales, célebres todos por su doctrina y santidad,
fueron sus confesores, consejeros y directores (1).
Por eso, en la fundación de San José de esta Ciudad, fundación que
justamente se llama y es la cuna de la Reforma, desde luego se pusieron
á su lado dos grandes hombres, dos hijos de Santo Domingo de Guzmán,
religiosos que habitaban por entonces en los venerandos claustros de este
histórico Colegio.
¿Quiénes fueron estos VV. PP. que así penetraron el alcance de la in-
mortal Reforma Carmelitana? Estos nombres se hallan escritos, para no
Demás de la Iglesia, que es suntuosísima, precioso ejemplar del estilo gótico más
florido, constaba el edificio de tres partes: Convento, Universidad y Palacio real, cons-
truido por los Reyes Católicos para su vivienda en las temporadas que habían de pasar
en la ciudad de Avila.
La Universidad no se fundó al mismo tiempo que el Convento, sino algo después,
en 1504, cuando la Reina Dcfia Isabel, en la visita que hizo el M. R. P. M. general de
la Orden, Fr. Vicente Bandelo, le manifestó el deseo de que se erigiese en Santo To-
más un estudio general ó universidad para los religiosos de la Orden no más, siquiera
más adelante concurrieran á él algunos escolares de fuera, que bajaban de Avila á oir las
lecciones de los maestros.
De esta Universidad salieron hombres afamados en todo género de doctrinas, entre
ellos el celebérrimo Jovellanos.
Por este Convento pasaron y en él hicieron morada más ó menos duradera gran
parte de los varones más ¡lustres que tuvo la religión de Santo Domingo en la provin-
cia de Castilla.
(1) Breviario O. P. en la festividad de Santa Teresa.
- 241 —
borrarse jamás, en las crónicas de Santo Domingo y del Carmen, y son
Fr. Pedro Ibáñez y Fr. Domingo Bañez.
En dos distintos capítulos expondremos la intervención que tuvieron
en la fundación de este primer monasterio cada uno de estos VV. PP., y
sea el primero el P. Fr. Pedro Ibáñez, del cual afirma la misma Santa Te-
resa, que era «el mayor letrado que había entonces en la Ciudad y pocos
más en su Orden . Al final del capítulo veremos las mercedes singulares
que recibió del Señor, este hijo de Santo Domingo; examinemos ahora lo
que ayudó y el apoyo que halló en él Santa Teresa en el año de 1561,
cuando por primera vez salió de la Encarnación para ejecutar la comisión
que el Señor la confiara de reformar la antiquísima Orden del Carmelo.
Veinticinco años (1) había vivido Santa Teresa de conventual en el
monasterio de la Encarnación de esta ciudad, uno de los santuarios más
venerandos del orbe católico, como le llama el Sr. La Fuente (2); porque
en él recibió Teresa de Jesús los más insignes favores, no siendo el me-
nor el de su misteriosa transverberación con otros mil y mil de que ella
misma, con inimitable candidez, nos da cuenta en su vida, de tal modo,
que pudo muy bien afirmar un célebre Carmelita, que la corte celestial
había habitado toda en este santo convento, y con razón, porque Jesús
de Teresa vivió en la Encarnación largos años con Teresa de Jesús, y
como la Santa dice con grande agudeza (aunque á otro propósito), en su
Camino de Perfección: Adonde está el Rey, está la Corte- (3).
Oigamos ahora á la misma Santa Teresa de Jesús, que nos refiere lo
que sucedió después de estos veinticinco años. -Estando un día en ora-
ción, dice, me hallé en un punto sin saber cómo, que me parecía estar
metida en el infierno. Entendí que quería el Señor que viese el lugar que
los demonios allá me tenían aparejado- (4). Describe después lo terrible
(1) Esto se entiende siguiendo la opinión de que Santa Teresa tomó el hábito en
1535, porque si le tomó el 1533, como opinan algunos, serían veintisiete años ios trans-
curridos hasta la fecha que nos ocupa.
(2) Guia del Sr. La Fuente sobre la peregrinación de Santa Teresa en su último
Centenario.
(3) Camino de Perfección, capitulo XXVIII, número 1 y siguientes.
(4) Vida de la Santa, capitulo XXXII, número I y siguientes.
]«
-242-
del lugar y de las penas y luego continúa así: «Yo no sé cómo ello fué;
yo quedé tan espantada y aun lo estoy ahora escribiendo, con que ha casi
seis años, que me parece el calor natural me falta de temor... No sosega-
ba mi espíritu, pensaba qué podía hacer por Dios, y pensé que lo primero
era seguir el llamamiento que su Majestad me había hecho á la Religión,
guardando mi Regla con la mayor perfección que pudiese, porque en la
casa donde vivía no estaba fundada en su primer rigor la Regla sino guar-
dábase con bula de relajación (1) «Ofrecióse estando con una persona
(era Doña María de Ocampo, sobrina de la Santa, que estaba de educan-
da en la Encarnación) (2), decirme á mi y á otras (entre estas otras era la
principal Doña Guiomar de Ulloa, viuda y amiga fidelísima de Santa Te-
resa), si seríamos para ser monjas de la manera de las Descalzas (d.í San
Francisco), que aun era posible hacer un Monasterio... y concertamos de
encomendarlo mucho á Dios.
^Habiendo un día comulgado, mandóme mucho su Majestad lo procu-
(1) Se refiere á la BuIíí de mitigación dada por Eugenio IV en 1431, aunque ya ha-
bía sido mitigada también la Regla carmelitana en época anterior, ó sea en el siglo Xlll,
por Inocencio IV, quien comisionó para tan delicado cargo á los Dominicos, Cardenal
Hugo de Santo Caro y Guillermo, Obispo Antederense.
(2) Era esta una sobrina de la Santa, hija de uno de aquellos primos hermanos de
que ella nos habla en el capitulo II de su Vida, y nieta de D. Francisco Cepeda, tio
carnal de Santa Teresa, quien la volvió á casa de sus padres, cuando en compañía de
su hermano Rodrigo se dirigieran al África, para ser descabezados por Cristo. Abrazó
después la Descalcez, y fué por muchos años priora en Valladolid. Santa Teresa la tra-
tó siempre con muchísima confianza, y decía de ella que era una urguillas por la ha-
bilidad que tenia en especial para los negocios económicos del convento. Estuvo siem-
pre en íntimas relaciones con nuestros Padres, en especial con el P. Bííñez, que la diri-
gía en todo, así que viviendo éste- en Vallado! id decía la Santa á su sobrina: «Estando
ahí Fr. Domingo, ¿qué falta puedo yo hacer? Sintió también que nuestro P. Medina
no la escribiese con frecuencia y llegó á enfadarse algo porque no contestaba á sus car-
tas, y hasta quiso no volver á escribirle, lo cual reprendió la Santa con nuicha gracia
diciendo «se dejase de esas damerías.
En su muerte mereció esta religiosa que se hallasen á su cabecera los piadosísimos
Reyes D. Felipe III y Doña Margarita, pidiéndola favores del cielo para sus hijos y
reinos.
— 243-
rase con todas mis fuerzas, haciéndome grandes piomesas de que no se
dejaría de hacer el monasterio, y que se serviría mucho en el, y que
se llamase San José, y que á la una puerta nos guardaría él, y Muestra
Señora á la otra, y que Cristo andarla con nosotras, y que sería una es-
trella que diese de sí gran resplandor; y que aunque las religiones estaban
relajadas, que no pensase se servía poco en ellas: ¿que qué sería del mun-
do si no fuese por los religiosos? Que dijese á mi confesor (1) esto que
mandaba, y que le rogaba él que no fuese contra ello ni me lo estorbase.
Era esta visión con tan grandes afectos, y de tal manera esta habla que me
hacia el Señor, que yo no podía dudar que era él. Yo sentí grandísima
pena, porque en parte se me representaron los grandes desasosiegos y
trabajos que me había de costar; y como estaba tan contentísima en aque-
lla casa, que aunque antes lo trataba, no era con tanta dLterminaci(3n ni
certidumbre que sería. Aquí parecía se me ponía premio, y como veía co-
menzaba cosa de gran desasosiego, estaba en duda de lo que haría, mas
fueron muchas veces las que el Señor me tornó á hablar de ello, ponién-
dome delante tantas causas y razones, que yo veía ser claras y que era su
voluntad, que ya no osé hacer otra cosa sino decirlo á mi confesor, y dile
por escrito todo lo que pasaba. El no osó determinadamente decirme que
lo dejase, mas veía que no llevaba camino conforme á razón natural, por
haber poquísima y casi ninguna posibilidad en mi compañera, que era la
que lo habla de hacer. Dijome que lo tratase con mi Perlado, y que lo que
él hiciese, eso hiciese yo: yo no trataba estas visiones con el Perlado, sino
aquella señora trató con él que quería hacer este monasterio, y el Provin-
cial (2) vino muy bien en ello, que es amigo de toda religión, y dióle todo
el favor que fué menester, y díjole que él admitiría la casa: trataron de la
renta que había de tener, y nunca queríamos fuesen más de trece por mu-
chas causas.
Analicemos algunas de las precedentes palabras de Santa Teresa. Esta
comunica al P. .Mvarez su proyecto y además las revelaciones que sobre
(1) El Jesuíta P. Baltasar Alvarez.
(2) Fray Ángel de Salazar, hombre prudentisinin y que favoreció mucho andando el
tiempo á la Descalcez, apesar de ser Calzado.
— 244 —
él ha recibido del cielo, intimándole al mismo tiempo el mandamiento del
Señor, y que el mismo Señor le rogaba que no lo estorbase: <Que dijese
á su confesor esto que me mandaba y que le rogaba él que no fuese con-
tra ello ni me lo estorbase». ¿Cuál fué el dictamen del P. Alvarez? «El no
osó determinadamente decirme que lo dejase, mas veía que no llevaba ca-
mino... por haber poquísima y casi ninguna posibilidad en mi compañe-
ra... (1) Díjome que lo tratase con mi Prelado, y que lo que él hiciese, eso
hiciese yo.>
Hablando el autor de la Reforma sobre esta entrevista de la Santa con
su confesor el P. Alvarez dice así:
«Por estos mandatos y ruegos no se atrevió el confesor P. Alvarez á
contradecirlo. Pero como su prudencia humana le detenía (2), porque no
veía renta bastante, tenía por muy desacertada la resolución y descamina-
da. Para salir de esta perplejidad aconsejó á su discípula consultase con
el Provincial ó para dar más autoridad y firmeza á la obra, ó para impedir-
la por este medio, no atreviéndose á hacerlo por sí mismo> (3).
Debió de ser esto segundo, es decir, que la mandó el confesor P. Al-
varez, lo consultase con su Provincial para que éste lo impidiese: y el
fundamento para dar esta interpretación, es el billete que la escribió des-
(1) Doña Guiomar de Ulloa.
(2) Téngase muy presente que cuando el autor de la Crónica nos dice que la pru-
dencia humana detenía al P. Alvarez, no se debe ésto entender de aquella prudencia
de la cual nos habla el Evangelio por estas palabras: «Filii hijus soeculi prudentiores
sunt in generatione sua, etc.» Esta no es, ni puede ser virtud; la prudencia del P. Bal-
tasar Alvarez, era verdadera prudencia y verdadera virtud, pero no alcanzaba á lo he-
roico que requería el caso ó punto de que se trata.
Santo Tomás distingue muy bien los dones del Espíritu Santo, no sólo de las vir-
tudes adquiridas, como es evidente y claro; sino aun de las virtudes sobrenaturales é
infusas, en cuanto que los dones disponen al hombre para recibir la moción de Dios y
seguir los instintos divinos. «Similiter autem, dice el Santo Doctor, donum, prout dis-
tinguitur á virtute infusa, potest dici id, quod datur in ordine ad motionem ipsius, quia
scilicet facit hominem bene sequentem suos instintus' , y añade en el mismo artículo:
«dona perficiunt hominem ad altiores actus, quam sint actus virtutum». (1." 2.oe
quaest. 61.*art. 1.°)
(3) Crónica Carmelitana, Libro 1.", capítulo XXXVI, número 2.
I
-245-
pués que mudó d3 parecer el Provincial y no quiso admitir el monasterio,
en el cjal billete decía á la Santa: «que ya vería que era todo sueño en lo
que había sucedido, que se enmendase de ahí adelante en no querer sa-
lir con nida ni hablar más di ello», lo cual manifi^^sta que él nunca lo ha-
bía aprobado como la Crónica Cjrrmlitana lo afirma por estas palabras:
'Y conij él (P. Baltasar Alvarez) por su dictamen propio nunca la había
favorecido; viéndola ahora desfavorecida del Provincial la escribió el di-
cho billete > (1.)
Del mismo parecer es el autor del Año Teresiano, es decir, que el Pa-
dre Alvarez no aprobó el proyecto, como veremos después.
Obedeciendo Santa Teresa al consejo del confesor propuso al Provin-
cial el intento, y éste vino muy bien en ello como ya nos ha dicho la San-
ta, pero añade: No se hubo comenzado á saber por el lugar, cuando no
se podía escribir en breve la gran persecución que vino sobre nosotras, los
dichos, las risas, el decir que era disbarate; á mí, que bien me estaba en
mi monasterio, á la mi compañera tanta persecución, que la traían fatiga-
da. Yo no sabía que me hacer, en parte me parecía que tenían razón. Es-
tando ansí muy fatigada encomendándome á Dios, comenzó su Majestad
á consolarme y á animarme: dijome que aquí vería lo que habían pasado
los santos que habían fundado las religiones, que muchas más persecucio-
nes tenía por pasar de las que yo podía pensar, que no se nos diese nada.
Decíame algunas cosas que dijese á mi compañera, y lo que más me es-
pantaba yo, es que luego quedábamos consoladas de lo pasado y con áni-
mo para resistir á todos; y es ansí, que gente de oración y todo, en fin, el
lugar no había casi persona, que entonces no fuese contra nosotras y le
pareciese grandísimo disbarate. • (2)
«Entonces, dice el P. Ribera (3), vánse las dos á Santo Tomás, monas-
terio principal de la Orden del glorioso Santo Domingo y hablan al Padre
Presentado (4) Fr. Pedro Ibáñez, hombre de muchas letras y de mucha
(1) Crónica Carmelitana, Libro 1.°, capitulo 37, número 8.
(2) Vid. cap. XXXII.
(3) P. Ribera, libro 1.°, capitulo XIII.
(4) El titulo de Presentado en la Orden de Santo Domingo, equivale al de Licen-
ciado en Teología.
— 246 —
religión-; «porque en todo el lugar, continúa Santa Teresa (1), no teníamos
quien nos quisiese dar parecer, y ansí decían que sólo era por nuestras
cabezas. Dio esta señora cuenta de la renta á este santo varón, con harto
deseo de que nos ayudase, porque era el mayor letrado que había enton-
ces en la ciudad y pocos más en su Orden. Yo le dije todo lo que pensá-
bamos hacer; y algunas causas: no le dije cosa de revelación ninguna, sino
las razones naturales que me movían. El nos dijo que le diésemos de tér-
mino ocho días para responder y que si estábamos determinadas á hacer
lo que él dijese.
"Yo le dije que sí, mas aunque yo esto decía (y me parece lo hiciera)
nunca jamás se me quitaba una seguridad de que se había de hacer. Mi
compañera tenía más fe, nunca ella por cosa que la dijesen se determina-
ba á dejarlo: yo (aunque como digo me parecía imposible dejarse de ha-
cer) de tal manera creo ser verdadera la revelación, como no vaya contra
lo que está en la Sagrada Escritura ó contra las leyes de la Iglesia, que
somos obligados á hacer, porque aunque á mí verdaderamente me parecía
era de Dios, si aquel letrado me dijera que no lo podíamos hacer sin ofen-
derle, y que íbamos contra conciencia, parecióme luego me apartara de
ello y buscara otro medio; mas á mí no me daba el Señor sino éste.-
Decíame después este siervo de Dios que lo había tomado á cargo con
toda determinación de poner mucho en que nos apartásemos de hacerlo
(porque ya había venido á su noticia el clamor del pueblo y también le
perecía desatino como á todos y en sabiendo habíamos ido á él, le envió
á avisar un caballero que mirase lo que hacía, que no nos ayudase); pero
que comenzando á mirar lo que nos había de responder y á pensar en el
negocio y el intento que llevábamos, y manera de concierto y religión, se
le asentó ser muy en servicio de Dios y que no Imhía de dejar de hacerse; y
ansí nos respondió nos diésemos prisa ú concluirlo, y dijo la manera y tra-
za que se había de tener, y aunque la hacienda era poca, que algo se había
de fiar de Dios, que quien lo contradijese fuese á él que él respondería y
ansí siempre nos ayudó, como después diré.
• Y con esto fuimos muy consoladas, y con que algunas personas san-
(1) Vida, capítulo XXXII, número 8.
— 247 —
tas q.ie nos soiían ser contrarias, estaban ya más aplacadas, y algunas nos
ayjdaban: entre ellas era el caballero santo (1) de quien ya he hecho men-
ción, que (como lo es y li pareció llevaba camino de tanta perfección por
ser todo nuestro fundamento en oración) aunque los medios le parecían
muy dificultosos y sin camino, rendia su parecer á que podía ser cosa de
Dios, que el mesmo Señor le debía mover, y ansí hizo al maestro, que es
el clérigo siervo de Dios (2) que dije que había hablado primero, que es
espejo de todo el lugar, como persona que le tiene Dios en él para reme-
dio y aprovechamiento de muchas almas, y ya venía en ayudarme en el
negocio.»
Leyendo con atención el precedente pasaje, no podrá menos de admi-
rar el lector la actitud en que desde un principio se coloca el dominico
P. Ibáñez. ^Se le asentó (dice la Santa), ser muy en servicio de Dios... y
ansí nos respondió nos diésemos prisa á concluirlo, y dijo la manera y
traza que se había de tener, y que aunque la hacienda era poca, que algo
se había de fiar de Dios, que quien lo contradijese fuese á él, que él res-
pondería-. Y téngase muy en cuenta que Santa Teresa nada le dijo de las
revelaciones que había tenido ni los mandatos del Señor; todo lo cual ha-
bía manifestado al P. Alvarez, y sin embargo, ¡qué distinta la resolución
de uno y otro! El P. Alvarez, aun con las revelaciones y mandatos del Se-
ñor no lo aprueba: el P. Ibáñez, sin saber nada de estos mandatos del Se-
ñor, no sólo ¡o aprueba y dice ser cosa de Dios, sino que se compromete
á defender el proyecto de Santa Teresa contra quien lo contradiga: al Pa-
dre Baltasar le parece que no lleva camino por la poca posibilidad: el Pa-
dre Ibáñez discurre de otro modo, y dice que aunque la hacienda es poca,
algo hay que fiar de Dios, y responde y habla de esta manera, sin cono-
cimiento alguno de las revelaciones: - no le dije cosa de revelación nin-
guna, sino las razones naturales que me movieron (3). Esta es una cir-
(1) Francisco Salcedo. Este santo caballero, después de haber vivido algún tiempo
en el estado de matrimonio, al enviudar, se ordenó de Sacerdote. Según los manuscri-
tos del convento de San José, asistió durante muchos años á las aulas de Teología de
este Colegio.
(2) El Maestro Gaspar Daza.
(3) «Tiró las primeras lineas para forjar la planta de su primer convento, y a pocos
— 248 —
cunstancia digna de toda ponderación y que acredita la singular perspica-
cia del P. Ibáñez, en asunto tan delicado (1).
Con este parecer del P. Ibáñez, persona tan respetable en Avila por su
virtud y su ciencia, algunos de los que lo contradecían se aplacaron; en-
tre ellos el caballero Salcedo y el M. Daza. Pero el alboroto de la ciudad
continuaba, y á todo esto se añadió el alboroto en el monasterio de la
Encarnación donde era profesa Santa Teresa, y llegó esto á tanto que el
Provincial mudó de parecer y no quiso admitir el nuevo monasterio y fun-
dación. <Fueron (dice Santa Teresa) tantos los dichos y el alboroto de
mi mesmo monasterio, que al Provincial le pareció recio ponerse contra
todos, y ansí mudó el parecer y no lo quiso admitir: dijo que la renta no
era segura, y que era poca, y que era mucha la contradición, y en todo
pasos Ilubiera parado este propósito, si la Divina Majestad no hubiese aprontado á otro
P. Dominico, que !e diese curso, espiritu y vigor. Fué este grande hombre el Reveren-
dísimo Maestro Fray Pedro Ibáñez,, Lector dei Colegio de Santo Tomás de Avila, quien
en aquella ocasión, en que toda la Ciudad juzgaba delirio, ilusión y ligereza mujeril la
idea del nuevo monasterio, fué bascado de la misma Santa, y de aquella Señora, que
la acompañaba en este intento, para que decidiese lo que se debía ejecutar-. (Año Te-
resiano, tomo 9.", mes de Septiembre.)
(1) El P. Ribera en el libro 1.°, capítulo 13, al referir como Santa Teresa y Doña
Guiomar bajaron al convento de Santo Tomás á consultar con el Dominico P. Ibáñez,
indica que la causa de ello fué por no malquistar á los Padres de la Compañía con los
vecinos de Avila de quienes necesitaban, por ser aquellos muy pobres. Santa Teresa
dice expresamente, que bajaron, porque en todo el lugar no teníamos quien nos qui-
siese dar parecer», es decir, quien aprobase el proyecto, y «porque (el Dominico Padre
Ibáñez) era el rnayor letrado que entonces había en el lugar y pocos más en su Orden.»
La causa que señala el P. Ribera dá por supuesto que los Jesuítas estaban dispues-
tos á defender y apoyar el intento de la Santa; pero que no acudieron á ellos por no
malquistarlos con la ciudad que estaba revuelta al saber lo que la Santa intentaba. A
nuestro juicio esa suposición del P. Ribera no tiene fundamento alguno, pues en pri-
mer lugar el P. Alvarez, según expresión del mismo P. Ribera, -no quiso decir clara-
mente á la Santa que lo dejase, aunque le parecía era cosa que no llevaba camino» y
esto se vio claro cuando al saber que el Provincial no quiso admitir el monasterio, la
escribió «que ya veía era todo sueño y que se enmendase en adelante.»
Un sujeto que piensa de esta manera, no se halla en disposición de apoyar y menos
de defender á nadie. Añádase á esto que el Rector que entonces era de la Compañía
— 249-
parece tenía razón, y en fin lo dejó y no lo quiso admitir. Nosotras, que
ya parecía teníamos recibidos los primeros golpes, diónos muy gran pena;
en especial me la dio á mí de ver al Provincial contrario, que con querer-
lo él, tenía yo disculpa con todos. A la mi compañera ya no la querían
absolver si no lo dejaba; porque decían era obligada á quitar el escán-
dalo.-
<Como él (P. Provincial) no lo quiso admitir, mi confesor me mandó
no entendiese más en ello; con que sabe el Señor los grandes trabajos y
aflicciones que hasta traerlo á aquel estado me había costado. Como se
dejó y quedó ansí, confirmóse más que era un disbarate de mujeres, y á
crecer la murmuración sobre mí, con haberlo mandado hasta entonces mi
Provincial. Estaba muy malquista en todo mi monasterio (1), porque que-
en Avila, el P. Diunisio Vázquez «nu estaba biüii en este negocio . como asegura el
mismo biógrafo en el capitulo siguiente: es decir, no lo aprobaba; y como ellos (los Je-
suítas) no se osan bullir en expresión de la Santa sin el permiso del Superior, se com-
prende en que cuerda se hallaban tanto el P. Alvarez como el Rector. Este lo desapro-
baba; el P. Alvarez además de no poderse bullir, eri un joven de 25 años, de carácter
tímido y encogido, en un periodo de su vida de grande turbación y oscuridad interior,
según testifican los Bolandos, todo lo cual prueba evidentemente que no se hallaban
los Padres de la Compañía en disposición de defendc á Santa Teresa, y que es muy
cierto que no había en toda la ciudad, como ella escribe, ni jesuíta, ni nadie que apro-
base su proyecto.
Es más: creemos que aún después de haber sucedido el P. Salazar en el cargo de
Rector al P. Vázquez, no se hallaban los Padres de la Compañía con decisión para
defenderá Santa Teresa; pues se necesitaron am^ínazas del Señor, según afirma la mis-
ma Santa, para que no se opusiesen. Y sí se desea otra prueba más, la tenemos con-
cluyente en lo que sucedió á los pocos días de fundarse el monasterio. Se reunieron
de todas las Órdenes religiosas, dos letrados, junto con el Cabildo y proceres de la
ciudad, y en esa reunión ó junta, sólo un P. Dominico defendió á Santa Teresa, como
lo veremos en el capítulo siguiente. ¿Cómo no la def?nd¡eron entonces los Jesuítas,
presentándose una ocasión tan propicia? A nuestro juicio y expresando sencillamente lo
que sentimos, decimos que no la defendieron, porque no se hallaban plenamente conven-
cidos de que esa era la voluntad de Dios, ni de que entraba en los planes de la Provi-
dencia divina el proyecto de la Reforma. Este es nuestro sentir después de analizar
con detención y concienzudamente e! contexto de la Santa sobre este punto concreto.
(1) Convento de la Encarnación.
— 250-
ría hacer monasterio más encerrado; dacían que las afrentaba, que allí po-
día también servir á Dios, pues había otras mejores que yo, que no tenía
amor á la casa, que míjor era procurar reata para ella que para otra parte.
Unas decían que me echasen en la cárcel, otras (bien pocas) tornaban algo
por mí; yo bien veía que en muchas cosas tenían razón, y algunas veces
dábales descuento, aunque como no había de decir lo principal, que era
mandármelo el Señor, no sabía qué hacer, y ansí callaba.»
Cuando se volvió atrás ó mudó de parecer el Provincial, y supo esto
el confesor P. Alvarez, no sólo la mandó «que no entendiese más en ello»
sino que la escribió un billete en que la decía entre otras cosas «que ya
veía que era todo sueño en lo que había sucedido, que me enmendase de
ahí adelante en no querer salir con nada, ni hablar más de ello, pues vela
el escándalo que había sucedido*. Este billete fué la causa del mayor tra-
bajo y pena que la Santa padeció en todo este negocio de la fundación de
su primer monasterio, y fué necesario que el Señor la consolase. Oigámos-
la á ella misma: Lo que mucho me fatigó fué una vez que mi confesor,
como si yo hubiera hecho cosa contra su voluntad (también debía el Se-
ñor, querer que de aquella parte, que más me había de doler, no me de-
jare de venir trabajo; y ansí en esta multitud de persecuciones, que á mí
me parece había de venir del el consuelo), me escribió que ya vería que
era todo sueño en lo que había sucedido, que me enmendase de ahí ade-
lante en no querer salir con nada ni hablar más de ello, pues veía el es-
cándalo que había sucedido, y ot as cosas todas para dar pena. Esto me
la dio mayor que todo junto, pareciéndome si había sido yo ocasión y te-
nido culpa en que se ofendiese; y que si estas visiones eran ilusiones, que
toda la oración que tenía era engaño y que yo andaba muy engañada y
perdida. Apretóme ésto en tanto extremo, que estaba toda turbada y con
grandísima aflicción; mas el Señor (que nunca me faltó en todos estos
trabajos que he contado, hartas veces me consolaba y esforzaba, que no
hay para qué lo decir aquí), me dijo entonces, que no me fatigase, que yo
había mucho servido á Dios y no ofendídole en aquel negocio, que hicie-
se lo que me mandaba el confesor en callar por entonces, hasta que fuese
tiempo de tornar á ello.>
Al decir el P. Alvarez que ya veía ser todo sueño y que se enmenda-
-251-
se en adelante, se ve que ti nunca aprobó el intento d¿l monasterio, y está
en su punto el autor de la Reforma cuando escribe: -Y como él (P. Balta-
sar Alvarez) por su dictamen propio nunca lo había favorecido: viéndola
ahora desfavorecida del Provincial la escribió el dicho billete- (1.)
Pero oigamos al autor del Año Teresiano, quien tocando este punto el
día 7 de Febrero, dice así:
-Sufribles parecieran tantas fatigas interiores, si el Señor no se valiera
de exterior y sensible mano para apretar las cuerdas del tormento en que
gemía su tristeza.
Eligió, pues, su Majestad la de su confesor, que por más apta para
mitigar su desconsuelo, se trasformó más rígida, dando mayor cuerpo á
sus congojas. Fué este ilustre varón el espiritualisimo, y venerable Padre
Baltasar de Alvarez, de la Compañía de Jesús, que en todos estos lances
no habla expresado su sentir favoreciendo al monasterio; y al ver la fun-
dación tan decaída, escribió á la Santa, vituperando el hecho, expresando,
que ya conocería en la experiencia de! combate no llevaban camino sus
ideas; que era temeridad ir contra el torrente de tan sabios dictámenes; y
en fin, que para obviar tantos disturbios, estaba obligado á prevenirla,
con fuerza de inandato. el que desistiese de su tema-. (Año Teresiano,
tomo 2.")
En medio de este alboroto de la ciudad y del convento de la Encarna-
ción, en presencia de la timidez del Provincial y su mudanza en no que-
rer ya admitir el monasterio, y cuando el jesuíta P. Alvarez afligií) tanto á
la Santa, diciéndola que era sueño, que se enmendase en adelante y man-
dándola que callase y no hablase más en ello, ¿qué pensaba? ¿qué hacía
el Dominico P. Ibáñez? Oigamos otra vez más á Santa Teresa, que nos
dice: «El sant(j varón Dominico no dejaba de tener portan cierto como yo
que se había de hacer, y como yo no quería entender en ello por no ir
contra la obediencia de mi co;ifesor, negociábalo él con mi compañera, y
escribían á Roma y daban trazas ■. ¡Quién podrá leer sin asombro estas
palabras de la Seráfica Virgen! Se alborota la ciudad, se conceptúa loca á
la Santa y digna de meterla en una cárcel, se niega el Provincial á admitir
(1) Crónica Caimclitunn. Libro 1.". capítulo XXXVll, número H.
~ 252 -
el monasterio, el confesor la prohibe hablar en adelan'e más de tal asunto
y la dice que se enmiende, y entonces el P. Ibáíiez tiene por cierto que se
ha de hacer el monasterio, y como la Santa nada podia negociar por no
faltar á la obediencia al confesor, el P. Ibáñez negocia y escribe á Roma
áfin de sujetar el convento al Ordinario, ya que el Provincial se negaba á
recibirle.
Añade el Año Teresiano en el lugar citado: •<No cesaron por eso las
(diligencias) de su compañera, y del Presentado Dominico, quien sin la
menor duda estaba persuadido, intentaba el Señor, aquella obra. Este con-
cepto, y su celosa actividad le servían de estímulo para no dejarla de la
mano. Escribió á Roma acerca del intento, haciendo otros oficios, que no
poco sirvieron, para salir bien de los ahogos, que iremos historiando». Y
en el día treinta de Septiembre, dice así: <Ya tenemos aquí, después de
frustrados muchísimos afanes para la fundación del monasterio, restaurada
la idea por un Religioso Dominico, y en él un castillo roquero para defen-
derle, y llevar adelante su prosecución. Fuera muy largo el historiar todos
los obstáculos que impedían su fábrica; baste decir, que el Provincial re-
tractó la licencia que había ofrecido para esta grande obra; que todos la
graduaron de locura; que cesó totalmente por entonces; y lo que es mucho
más para martirio de la Santa, fué el reprenderla el confesor... -No parece
que puede figurarse estado más adusto, ni mayor imposibilidad, que aque-
lla en que se vio en este lance el principio de nuestra Descalcez; mas
como el Señor ocultaba su fuerza, y restauración en el patrocinio de San-
to Domingo de Guzmán, mantuvo á su hijo el Presentado Ibáñez en tan
firme constancia, para restablecer lo que había caido; que estable en su pri-
mer propósito, enardeció el ánimo para seguir la idea, recurriendo á Roma
y á cuantos arbitrios eran conducentes para asegurarlo.
*En este lance se conoce cuan á las claras quiso dar á entender la
Majestad Divina, cómo el influjo principal para la erección de la Reforma
del Carmelo le fiaba el Señor á Santo Domingo dé Guzmán, por medio de
sus hijos.'
Para apreciar todo lo que significaba esa actitud del P. Ibáñez, es pre-
ciso repetir, que nada sabía durante este periodo de las revelaciones de la
Santa, y que ese dictamen, ese mantenerse como un castillo en su prime-
-253-
ra resolución, era solo por las razones naturales que la Santa le había ma-
nifestado, para llevar adelante su intento.
«Yo le dije todo lo que pensábamos hacer, y algunas causas; no le dije
cosa de revelación ninguna, sino las razones naturales que me movían,
porque no quería yo nos diese parecer sino conforme á ellaS'.
Ahora veremos qué juicio formó también en el primer momento que la
Santa le comunicó todas las mercedes y revelaciones que del Señor había
recibido. Continúa Santa Teresa de esta manera:
<Aquí me enseñó el Señor el grandísimo bien, que es pasar trabajos y
persecuciones por él; porque fué tanto el acrecentamiento que vi en mi
alma de amor de Dios y otras muchas cosas, que yo me espantaba; y ésto
me hace no poder dejar de desear trabajos, y las otras personas pensaban
que yo estaba muy corrida, y si estuviera si el Señor no me favoreciera en
tanto extremo con merced tan grande. Entonces me comenzaron los gran-
des ímpetus de amor de Dios que tengo dicho, y mayores arrobamientos,
aunque yo callaba y no decía á nadie estas ganancias. El Santo varón do-
minico no dejaba de tener por tan cierto como yo que se había de hacer,
y cómo yo no quería entender en ello por no ir contra la voluntad de mi
confesor, negociábalo él con mi compañera, y escribían á Roma y daban
trazas. También comenzó aquí el demonio de una persona en otra á pro-
curar se entendiese había yo visto alguna revelación en el negocio, é iban
á mi con mucho miedo á decirme, que andaban los tiempos recios y que
podía ser me levantasen algo y fuesen á los Inquisidores. A mi me cayó
esto en gracia y me hizo reír (porque en este caso jamás yo temí, que sa-
bía bien de mí que en cosa de la fe contra la menor ceremonia de la Iglesia,
que alguien yo viese iba por ella ó por cualquier verdad de la Sagrada Es-
critura, me pornía yo á mil muertes) y dije que de eso no temiesen, que har-
to mal sería para mi alma, si en ella hubiese cosa que fuese de suerte yo
temiese la Inquisión; que si pensase había para qué, yo me la iría á bus-
car, y que si era levantado, que el Señor me libraría y quedaría con ganan-
cia. Y trátelo con este padre mío Dominico (1) (que como digo era tan le-
trado que podía bien asegurar con lo que él me dijese) y díjele entonces to-
(1) Vida de la Santa, capitulo XXXIH, número 3.
-254-
das las visiones y las grandes mercedes que el Señor me hacía y supliquéle
lo mirase bien y me dijese si había algo contra la Sagrada Escritura y lo que
de todo sentía. El me aseguró mucho y á mi parecer le hizo provecho: por-
que aunque él era muy bueno, de allí adelante se dio mucho más á la ora-
ción y se apartó á un monasterio de su Orden, donde hay mucha soledad
para poder ejercitarse en esto, á donde estuvo más de dos años; y sacóle
de allí la obediencia (quj él sintiu harto) porque le hubieron menester
como era persona tal. Y yo en parte sentí mucho cuando se fué (aunque
no se lo estorbé), por la gran falta que me hacía; mas entendí su ganancia,
porque estando con harta pena de su ida, me dijo el S?ñor que me conso-
lara y no la tuviese, que bien guiado iba. Vino tan aprovechada su alma
di allí, y tan adelante en aprovechamiento de espíritu, que me dijo cuando
vino, que por ninguna cosa quisiera haber dejado de ir allí. Y yo también
podía decir lo mesmo, porque lo que antes me aseguraba y consolaba con
solas sus letras, ya lo hacía también con la experiencia de espíritu, que
tenía harta de cosas sobrenaturales; y trájole Dios á tiempo que vio su Ma-
jestad había de ser menester para ayudar á su obra de este monasterio,
que quería su Majestad se hiciese (1.)
Fijemos nuestra atención en algunas de las palabras precedentes de
la Mística Doctora. Por primera vez, y después de todo lo que ha prece-
dido, manifiesta la Santa sus revelaciones al P. Ibáñez, y éste, sin más
examen que la candida y sencilla relación hecha por Santa Teresa, las
aprueba, y ve en ellas el dedo de Dios, y no sólo las aprueba, sino que
le sirven para correr como gigante en los caminos de la santidad. ¿Quién
no ve también el dedo de Dios en esta conducta del P. Ibáñez? ¿Quién
no ve en él aquella gracia gratis data, que el apóstol llama discreción ó
discernimiento de espíritus? ¿Quién no ve que el P. Ibáñez, en todos es-
tos negocios es gobernado, no según las reglas comunes de las virtudes,
aun cuando sean las infusas: sino bajo la moción extraordinaria y alta de
(1) En este tiempo recibió Santa Teresa en esta Iglesia de Santo Tomás de Avila
la merced grande de oue hemos hecho mención en el capitnio II, de la primera parte
de esta obra. Estando en estos niesmos días (el de Nuestra Señora de la Asunción) en
un monasterio de la Orden del glorioso Santo Domingo... >
-255-
los dones del divino espíritu? Léanse, entr'j otros, los capítulos XXVlI,
XXVIII y XXIX de su Vida, y se verán los terribles martirios que la San-
ta padeció, por no hallar quién entendiese su espíritu. Llega ahora el Pa-
dre ibáñez, y al instante define que es espíritu de Dios el que la guia.
Mas continuemos exponiendo todo el proceso y trámites por que tuvo
que pasar hasta terminar la fundación de su primer monasterio.
Al fin de este tiempo, habiéndose ido de aquí el Rector que estaba
en la Compañía de Jesús (1), trajo su Majestad aquí otro muy espiritual;
fuéme á ver este Rector... (2); consoléme mucho: desde á poco que le trata-
(1) Entiéndese taniliién que los miedos y recatos y apreturas, más procedian del
Rector que entonces gobernaba que del confesor (P. lialtasar Alvarez); si bien él no
era puco estorbo >. (Clónica Carmelitana, libro 1 ", capitulo XXXVIil, número 3.)
(2) Este Rector de la Compañía, fué el V. í^. üaspar Salazar, uno de los hombres
más espirituales que tuvo la Compania en sus principios. Profesó en dicho instituto
por el año de 1552. Desempeñó más tarde el cargo de Rector en San Gil de Ávila, y
contrajo entonces muy estrecha amistad con nuestra Santa que duró toda la vida. In-
tentó más tarde pasar á la Descalcez, con cuyo motivo se cruzaron cartas y contesta-
ciones muy agrias entre el P.Juan Suárez, Provincial entonces de la Compañía en Cas-
tilla y la Seráfica Virgen Santa Teresa. Era ésta tan amiga de claridad y llaneza que
se perdía por ella: «una claridad y llaneza, escribe (a), perlas que soy perdida», y como
creyó faltaba ésta en las cartas del Provincial Jesuíta, sufrió mucho y asi escribiendo al
P. Gonzalo, Rector de la Compañía en Avila, le decía (b): «Jesús.— Sea con V. R. el
Espíritu Santo. Yo he tornado á leer la carta del P. Provincial más de dos veces y
siempre halo en ella tan poca llaneza para conmigo, y tan certificado lo que no me ha
pasado por pensamiento, que no se espante su Paternidad que me diese pena. En otra
carta al P. Gracián se queja de esta misma falta en el Provincial Jesuíta, y así le dice
con cierta ironía (c): «Mire vuestra Paternidad qué sencillez». Y por fin le decía al Pa-
dre Gracián: «Ahí envío á vuestra Paternidad una carta que me escribió el Provincial
de la Compañía sobre el negocio de Carrillo (P. Salazar), que me disgustó harto, tanto
que quisiera responderle peor de lo que le respondí, porque sé que le había dicho que
yo no había sido en esta mudanza, como es verdad, que cuando lo supe me dio harta
pena, como á vuestra Paternidad escribí, y con gran deseo de que no fuese adelante.
Le escribí una carta cuan encarecidamente pude, como en esa que respondo al Provin-
(a) La Fuente, edición 1881, Carta 90.
(h) La Fuente, edición 1881, Caria 184.
(c) La Fuente, edición 1381, Carta 185.
-256-
ba, comenzó el Señor á tornarme á apretar, que tornase á tratar el negocio
del monasterio y que dijece á mi confesor y á este Rector muchas razones
y cosas pa''"a que no lo estorbasen, y algunas los hacían temer > (1). Co-
mentando la Crónica Carmelitana estas palabras, dice así (2): «Según esto
amenazas se mezclaban entre los mandatos. No se fiaba el Señor de la
corta cortesía humana y servíase del temor para que no lo impidiesen>.
«Porque este Rector, continúa Santa Teresa, nunca dudó en que era espí-
ritu de Dios, porque con mucho estudio y cuidado miraba todos los efec-
tos. En fin, de muchas cosas no se osaron á atrever á estorbármelo (3):
tornó mi confesor á darme licencia que pusiese en ello todo lo que pudie-
se. Concertamos se tratase con todo secreto y ansí procuré que una her-
mana mía comprase la casa y la labrase como que era para si... porque yo
traía gran cuenta en no hacer cosa contra la obediencia, mas sabía, que si
lo decía á mis Prelados, era todo perdido como la vez pasada (4). Por
mucho cuidado que yo traía (5) para que no se entendiese mucho en al-
gunas personas; unas lo creían y otras no. Yo temía que venido el Provin-
cial (á Avila) si algo le dijesen de ello me había de mandar no entender en
ello, y luego era todo cesado*. «Como en esta casa (6) que se hizo el mo-
cial se lo juro: que están de suerte que me pareció, sino era con tanto encarecimiento,
no lo creerían, é importa mucho lo crean por eso de las revelaciones que dice, no pien-
sen que por esa vía le he persuadido, pues es tan gran mentira». Desistió por fin de su
empeño el P. Salazar al ver el sesgo que tomaba el negocio y murió santamente en
la Compañía de 1593 á los 61 años de su edad.
(1) Vida de la Santa, capitulo XXXIII, número 5.
(2) Crónica Carmelitana, libro 1.", capitulo XXX VIH, número 3.
(3) Aunque el P. Rector entendió era espíritu de Dios, según el testimonio de la
Santa, sin embargo, diciendo ella misma "que algunas cosas que de parte de Dios decía
al confesor y al Rector los hacía ^emer, y en fin, de muchas cosas no se osaron atrever
á estorbárselo , con lo cual sin duda se da á entender, que no solo el confesor P. Al-
varez, sino aun el mismo P. Rector se oponía á que la obra del monasterio se llevase
adelante. Por eso dice muy bien la Crónica Carmelitana que el Señor mezclaba ame-
nazas con ios mandatos y se servía del temor para que no lo estorbasen.
(4) Cuando el Provincia! mudó de parecer y no admitió el monasterio. Vida, capi-
tulo XXXllI, número 6.
Í5) Vida, capitulo XXXIV, número 1.
(6) Vida, capitulo XX XVI, número 3.
— 257-
nasterio era en la que estaba mi cuñado (1) (que como he dicho la habia
él comprado por disimular mejor el negocio), con licencia estaba yo en
ella y no hacia cosa que no fuese con parecer de letrados... y guardándome
lo supiesen mis Prelados, me decian lo podía hacer, porque por muy poca
imperfección que me dijeran era, mil monasterios me parece dejara, cuan-
to más uno . No vino el Provincial á Avila, antes ignorando lo que aquí
sucedía la envió un precepto de obediencia á fin de que se trasladase á
Toledo para consolar á la duquesa de Medinaceli, Doña Luisa de la Cer-
da, estuvo allí poco más de medio año (2), al cabo del cual el Provincial
(1) D.Jiuin de Ovalle casado con Doña Juana, hermana de Santa Teresa, quienes
se trasladaron temporalmente á petición de la Sania desde Alba, donde residían á Avi-
la, á fin de disimular la compra y arreglo de la casa que se destinaba para convento.
Figuraba al frente de las obras que se hacian D. Juan, pero quien las dirigía secreta-
mente era Santa Teresa.
(2) Durante esta estancia de Santa Teresa en Toledo, tuvo lugar en la Iglesia de
Dominicos de San Pedro Mártir, el suceso maravilloso del P. García de Toledo, del
cual hemos hablado en el capitulo IV de la primera parte.
En ese niisn ^ tiempo que la Santa vivió en Toledo el 15(32, en el Palacio de Doña
Luisa de la Cerda, se encontró alli con una beata que, como Santa Teresa escribe:
• con no saber leer !a dijo que la Regla carmelitana, antes de la relajación ó mitigación
no permitía tener piopio (renta) cosa que ella ignoraba con tanto haber andado leyen-
do las Constituciones." Era esta Beata la V. Ana de Jesús, natural de Granada.
Había estado casada, y habiendo enviudado, fundó en Alcalá de Henares, el 1563,
un convento de Carmelitas Descalzas, llamado de la Imagen, y allí mismo murió en
olor de santidad en 1580.
Aunque Santa Teresa, siguiendo su espíritu y los grandes deseos que Dios la daba
de pobreza, hubiera querido establecer sobre ella su Reforma, es lo cierto que condes-
cendiendo con la humana flaqueza, cuando por primera vez propuso su intento de fun-
dar el convento de San José á su confesor, ai Jesuíta P. Alvarez, y después al dominico
P. Ibáñez, propuso su proyecto bajo la base de que tuviera renta. Así se explica la
contestación del jesuíta P. Alvarez; "que no llevaba camino conforme á razón natural,
por haber poquísima y casi ninguna probabilidad de renta en su compañera-' (Doña
Guiomar): y en el capituio XXXII, al referir la consulta con el donnnico P. Pedro Ibá-
ñez: «Dio, dice esta señora (Doña Guiomar), relación de todo y cuenta de la renta que
tenía de su mayorazgo». Por todo lo cual, y más aún por las palabras del P. Ibáñez,
cuando dijo: -que aunque la hacienda era poca, que algo se había de fiar de Dios,
17
258-
la alzó el precepto de obediencia dándole licencia para venirse ó estarse,
como ella más quisiese. Pero el Señor la dijo: «En ninguna manera, hija,
dejes de ir: ve con ánimo y sea luego». «^Partida (1) de aquella ciudad,
dice la Santa, venía muy contenta por el camino. La noche misma que
que quien lo contradijese que fuese á él, que él responderla», se ve claramente que el
primer intento de Santa Teresa, era fundar con renta.
Tan corriente es esto, que empieza el primer capítulo del Camino de Perfección, por
estas palabras: «Al principio que se comenzó este monasterio á fundar, por las causas
que en el libro que digo tengo escrito, están dichas, con algunas grandezas del Señor,
en que dio á entender se había mucho de servir en esta casa, no era mi intención hu-
biese tanta aspereza en lo exterior, ni que fuese sin renta, antes quisiera hubiera posi-
bilidad para que no faltara nada. En fin, como flaca y ruin, aunque algunos buenos in-
tentos llevaba más que mi regalo». Cuando ahora Santa Teresa comunicó en Toledo
con esta Beata, terciaria del Carmen, mudó de parecer, y se decidió á fundar su primer
convento, no con renta, sino en pobreza. El P. Pedro Ibáñez, á quien la Santa consul-
tó, se opuso á este nuevo parecer, y 'e escribió dos pliegos de contradición y Teolo-
gía, al cual respondió Santa Teresa con mucha gracia, diciendo: «que para no seguir los
consejos de Cristo, que no quería aprovecharse de Teología, ni con sus letras le hicie-
se en este caso merced». Poco después, también cambió de parecer dicho V. P. Ibáñez,
ó más bien como la Santa escribe en el número 1." «También volvió el Señor el corazón
del Presentado digo el religioso dominico», y entonces con este parecer, y sobre
todo el de San Pedro de Alcántara, gran maestro de la pobreza, llevó la Santa adelan-
te su plan, é hizo su primera fundación de San José de Avila bajo la más estrecha
pobreza.
«Pasados algunos años, escribe el P. Ribera, nuidó Santa Teresa de parecer, no
por su voluntad, sino porque personas muy letradas y espirituales hicieron grande ins-
tancia en que le mudase, y particulaunente el P. M. Fr. Domingo Báñez, diciéndola que
pues al Santo Concilio Tridentino había parecido cosa conveniente tener renta los mo-
nasterios, y especialmente era más menester ésto en monasterios de monjas, no qui-
siese ella saber más que el Concilio, á quien alumbra el Espíritu Santo. También se
entiende (aunque de ésto no estoy del todo cierto) que la mandó nuestro Señor se lle-
gase al parecer de estos siervos, y ella lo hizo así, como quien en todo obedecía á
Dios y á sus ministros, y no se casaba con su propio juicio. No hubo en esto contra-
dición ninguna en las revelaciones que tuvo, antes fué gran providencia de Dios man-
dar primero lo uno y después lo otro. (Librt) 2.", capitulo III.)
(1) De Toledo para Avila. Este viaje le hizo la Santa á principios de Julio de 15fi2.
Vida de la Santa, capítulo XXXVI, número 0.
-259 —
llegué á esta tierra (á Avila), llegó nuestro despacho para el monasterio y
Breve de Roma (1). que yo me espanté y se espantaron los que sabían la
prisa qui me había dado el Señor á la venida, cuando supieron la gran ne-
cesidad que había de ello y á la coyuntura que el Señor me traía; porque
hallé aquí al Obispo y al Santo Fr. Pedro de Alcántara y á otro caballero
muy siervo de Dios.-
<No faltó, dice la Crónica Carmelitana (2), el P. Presentado Fr. Pedro
ibáñez, Dominico, y acabaron con el Obispo admitiese el monasterio».
«Todo se hizo (3), continúa Santa Teresa, debajo de gran secreto, porque
á no ser ansí, no sé si se pudiera hacer nada, según el pueblo estaba mal
con ello. Ordenó el Señor que estuviese malo un cuñado mío y su mujer
no aquí y en tanta necesidad, que me dieron licencia para estar con él (4),
y con esta ocasión no se entendió nada, aunque en algunas personas no
dejaba de sospecharse algo, mas aun no lo creían... Pasé harto trabajo en
procurar con unos y con otros que se admitiese (el monasterio) y con el
enfermo y con los oficiales para que se acabase la casa á mucha prisa, para
que tuviese forma de monasterio, que faltaba mucho de acabarse... Pues
todu concertado, fué el Señor servido que el día de San Bartolomé toma-
ran el hábito algunas (cuatro) y se puso el Santísimo Sacramento: con toda
autoridad y fuerza quedó hecho nuestro monasterio del glorioso Padre
Ntro. San José, año de 1562 (5.)
(1) Este Breve fué el que negoció en Roma nuestro P. Fr. Pedro Ibáñez, cuando el
Provincial Carmelitano se negó á admitir el monasterio, y el Jesuíta P. Alvarez mandó
á Santa Teresa que no entendiese ni hablase más sobre la fundación de San José de
Avila.
(2) Libro l.°, capitulo XLll.
(3) Vida de la Santa, capitulo XXXVI.
(4) No se prometía clausura en el monasterio de la Encarnación, y por eso pudo
Santa Teresa salir á casa de su cuñado.
(5) Dio los hábitos y puso el Santisimo Sacramento el Maestro Daza, pariente de
Santo Domingo por parte de su Santa Madre la Beata Juana de Aza ó Daza, según lo
testificó él mismo, á quien comisionó el Sr. Obispo D. Alvaro de Mendoza, gran pro-
tector de Teresa de Jesús. Todos los años el día de San Bartolomé asiste y va el Ca-
bildo Catedral en procesión á la iglesia de San José, donde celebra una misa s )lemne
— 260-
■Pues queriendo descansar (1) después de comer un poco (porque en
toda la noche no había sosegado ni en otras algunas... y todos los días
bien cansada) como se había sabido en mi monasterio y en la ciudad lo
que se había hecho, había en él mucho alboroto... Luego la Prelada me
envió á mandar que á la hora me fuese allá (2). Yo, en viendo su manda-
miento, dejo mis monjas harto penadas y voyme luego con tener creído me
habían de echar en la cárcel» (3.)
Estuvo la Santa Madre en la Encarnación desde el 24 de Agosto hasta
Diciembre sin que pudiese recabar licencia del Provincial Fr. Ángel Sala-
zar para que volviese á San José. Las MM. Francesas afirman que no se
trasladó definitivamente hasta la Cuaresma de 1563.
Por este tiempo, ó sea pocos días después del 24 de Agosto, fiesta de
San Bartolomé, fecha memorable para la Descalcez, tuvo lugar una junta
magna de todas las Autoridades y personas respetables de esta ciudad,
con el fin de deshacer el monasterio que acababa de fundarse. Al hablar del
P, Domingo Báñez describiremos detalladamente todo lo ocurrido en ella;
sólo se consignará aquí lo que sobre este particular nos dice la Crónica de
la Reforma, con estas significativas palabras (4): < El P. Presentado Fr. Pe-
dro Ibáñez no parece haberse hallado en esta junta; pues de su celo, esti-
ma de la Santa y de la fundación, no esperáramos menos resistencia que
la del P. M. Báñez.
En efecto: no se hallaba entonces en Avila,^pero vino poco después de
celebrada la junta, ó mejor dicho, como se expresa el P. Ribera (5), 4e
trajo Dios... para aplacar los corazones de muchos, como lo hizo, por la
grande opinión que se tenía de sus letras y santidad, orillando la última
con sermón, alusivo á este grande acontecimiento, honrando de este modo la memoria
de la indita Virgen Aviiesa.
(1) Vida, capítulo XXXVI, número 6.
(2) La Priora de la Encarnación, que era Doña María de Luna.
(3) Según tradición del convento de la Encarnación, la Santa estuvo realmente al-
gunas horas de la tarde del día 24 de Agosto en la cárcel del monasterio, que es una
celda sin ventana.
(4) Crónica Carmelitana, libro 1.", capítulo XLV, número 4.
(5) P. Ribera, libro 2.", capítulo V.
-261 —
dificultad de parte de la ciudad que el Corregidor oponía, confundido ya
por el discurso del P. M. Báñez . Llevaba á mal el Corregidor, dice la
Crónica Carmelitana (1). no salir con algo y porfiaba en la renta; vino á
buen tiempo el P. lb¿iñez y como persona de tanta autoridad y letras valió
con él y con los Regidores para que no porfiasen, con que poco á poco
fué sosegándose la tempestad. -
Ya no faltaba más para coronar la obra, sino que la Santa Madre vi-
niese de la Encarnación á San José, pero parecía cosa imposible en expre-
sión de la Santa conseguir del Provincial tal licencia. Vencer estos impo-
sibles estaba reservado al bendito P. Ibáñez. Así consta de la' Crónica
Carmelitana, que en el libro 1.", capítulo XLVII, número 1, dice así: < Vien-
do ya la Santa los vientos en su favor, procuró por medio del Presentado
Fr. Pedro Ibáñez la licencia del Provincial. >
Pero oigamos á la misma Santa Teresa que nos lo cuenta de esta ma-
nera: Pues aplacada ya algo la ciudad dióse tan buena maña el P. Pre-
sentado Dominico que nos ayudaba, aunque no estaba presente, mas ha-
bíale traído el Señor á un tiempo, que nos hizo harto bien, y pareció ha-
berle su Majestad para sólo este fin traído, que me dijo él después, que
no había tenido para qué venir, sino que acaso lo había sabido. Estuvo lo
que fué menester; tornado á ir procuró por algunas vías que nos diese li-
cencia Ntro. P. Provincial para venir yo á esta casa con otras algunas
conmigo (que parecía casi imposible darla tan en breve...) Fué grandísimo
consuelo para mí el día que vinimos (2). Estando haciendo oración en la
iglesia, antes que entrase en el monasterio estando casi en arrobamiento,
vi á Cristo que con grande amor me pareció me recibía y me ponía
(1) Crónica Carmelitana, libro 1.", capitulo IVL, número 3.
(2) Es tradición que ai venir la Santa definitivamente, en Diciembre de 1562, ó á
mitad de cuaresma del año siguiente, como opinan otros, de la Encarnación á su con-
vento de San José, visitó la Virgen de la Soterraña, en San Vicente, se descalzó y llegó
descalza al convento de San José. En esta parroquia se celebraba todos los años una
fiesta conmemorativa de esta despedida, según afirma el Sr. Carramolino y el P. Grego-
rio de Santa Salomé, pero desde la exclaustración en 1836 se viene omitiendo este re-
cuerdo piadoso. Seria de desear se reanudase y renovase esa fiesta y es de esperar que
asi se haga.
- 262 -
una corona y agradecíame lo que había hecho por su Madre.*
Tenemos pues ya á Santa Teresa en su nuevo monasterio, vencidas'
como se ha visto, tan grandes dificultades por nuestro P. Fr. Pedro Ibá-
ñez, y en la Iglesia de San José, antes de entrar en el monasterio, recibe
una corona en premio de lo que había trabajado.
Echemos ahora una mirada sintética, y analicemos con la debida aten-
ción los textos y las palabras de Santa Teresa, citados hasta aquí, para
deducir de ellos la influencia suprema que tuvo nuestro P. Fr. Pedro Ibá-
flez en la fundación de este primer monasterio de San José de Ávila y por
ende en toda la obra de la Reforma Carmelitana, y sin duda alguna vere-
mos que su influencia fué verdaderamente grande. Porque cuando nadie
las quería dar parecer en la ciudad, ni las querían absolver; cuando el mis-
mo confesor se halló perplejo y tímido, á pesar de que el Señor le rogaba
no impidiese el monasterio, ¿qué opinaba el P. Ibáñez? Ya se ha visto lo
que Santa Teresa nos dice: repitamos sus palabras: «Se le asentó ser muy
en servicio de Dios y que no había de dejar de liacerse y ansí nos respon-
dió, que nos diésemos prisa á concluirlo y dijo la manera y traza que se
había de tener en comprar la casa, y aunque la hacienda era poca, que
algo se había de fiar de Dios, y que quien lo contradijese, que fuese á él, que
él respondería y ansí siempre nos ayudó» (1).
Cuando el Provincial mudó de parecer y no quiso ya admitir el mo-
nasterio, cuando el mismo confesor, el citado P. Alvarez, la escribió y la
(1) Hemos visto anteriormente, que al decir de la Crónica Carmelitana, la pruden-
cia liuinaiia detenia al P. Alvarez, porque no "\tin renta bastante '>; ahora vemos al Pa-
dre Ibáñez que dice: que auuque la hacienda era poca, algo se habia de fiar de Dios >.
Los dos, ya se ha indicado, juzgaban bien; el P. Alvarez, por la virtud de la prudencia,
que no alcanza á lo heroico y extraordinario: el P. Ibáñez, por el don de Consejo con
el cual el Espíritu Santo instruye é ilumina para el acierto en estos casos extraordina-
rios, perfeccionando la misma virtud infusa de la prudencia. Tal interpretación sobre la
conducta tan distinta de estos VV. Padres, coincide con la que dio el V. Palafox, ocu-
pándose de este mismo suceso. Escribe así: "Yo confieso que no me admiro que el Pa-
dre Baltasar Alvarez tuviese por imposible empresa tan ardua; porque para eso habia
infinitas razones. Ni tampoco, que le pareciese posible ;í un varón docto y espiritual
como el P. M. Fr. Pedro Ibáñez, porque pudo r3ios darle luz de que seria posible».
Tomo 1.", Carta 15.
— 263-
decía, que ya veía que era todo sueno, que se enmendase en adelante en
no querer salir con n¿ida ni hablar más de ello; palabras que fatigaron más
que todo á la Santa Madre, porque, como ella misma escribe, si estas vi-
siones eran sueño é ilusiones... toda su oración era un sueño y andaba
muy engañada y perdida»; cuando todo esto sucedía, ¿qué opinaba el
bendito P. Ibáñez? Oigamos á Santa Teresa que nos lo dice: El santo
varón Dominico no dejaba de tener por tan cierto como yo. que se Imbía de
hacer; y como yo no quería entender en ello por no ir contra la obediencia
de mi Confesor, negociábalo él con mi compañera y escribían ú Roma y da-
ban trazas»... Es decir, que cuando Santa Teresa nada hacía y ni aún ha-
blar de ello podía, por no faltar á la obediencia al confesor P. Alvarez, en-
tonces el P. Ibáñez negociaba y conseguía del Papa Paulo IV, el Breve
para erigir el monasterio de San José, exento de la jurisdicción del Pro-
vincial, para que así, éste no lo pudiese impedir, sujetándolo á la juris-
dicción del Obispo de la Diócesis, con lo cual está explicada ya la impor-
tancia de aquellas negociaciones con Roma de que se habló al principio. Y
no se pierda de vista, porque esto es, á nuestro juicio, lo que más engrande-
ce y magnifica al P. Ibáñez, que todo esto lo hacía antes que la Santa Ma-
dre le hubiese aún dado cuenta de sus visiones, revelaciones y mandatos
del Señor; visiones, revelaciones y mandatos que desde un principio había
la Santa comunicado á su confesor P. Alvarez, sin que por eso, éste atina-
se en el negocio; antes las había calificado de ilusiones y de sueños.
Últimamente, cuando atemorizaban á la Santa Madre, mejor dicho, tra-
taban de atemorizarla (porque ella se rió de esta ocurrencia), con la Inqui-
sición y con los Inquisidores, porque se empezó á entender había habido
alguna revelación en el negocio: ¿cuál fué la conducta de nuestro P. Ibáñez?
Trátelo, dice la bendita Santa, trátelo con este Padre mío Dominico, que
como digo, era tan letrado, que podía bien asegurar con lo que él me dijese,
y díjele entonces (fué la primera vez que le comunicó las c(jsas sobrenatu-
rales de su alma), todas las visiones y las grandes mercedes que el Señor
me hacía... y supliquéle lo mirase bien... y me dijese lo que de ello sentía .
Y ¿qué la dijo? Él me asegur(') mucho, continúa la Santa Madre, y á mi
parecer le hi/o provecho, porque se dio muciio más á la oración ; es de-
cir, que ii probó aquellas visiones y las tuvo¡por visiones celestiales y di-
- 264 -
vinas, las mismas que el confesor tenía por sueños é ilusiones; aprobó
aquellas visiones por las cuales la quisieron conjurar (1): pues cinco sier-
vos de Dios de esta ciudad de Ávila, entre ellos el confesor, todos se de-
terminaban, después de bien meditado, en creer que era demonio, man-
dándola diese higas (2) esto es que se burlase del Señor que se le apare-
(1) «Veíase obligada á comunicar estas visiones al confesor y lo que había de ser
luz para el confesor y demás amigos se convertía en tinieblas, atribuyendo á soberbia
y bachillería todo cuanto en su defensa la Santa decía... Llegó á tanto que la quisieron
conjurar». Crónica Carmelitana, libro 1.°, capítulo XXVI. número 1.
(2) "Andando entre estas espinas, aconteció confesarse una vez (que no pudo con
el P. Alvarez, con otro Padre de la misma casa de San Gil), algo espantadizo, y al pri-
mer examen decretó ser demonio el que la hablaba, y se la aparecía. Mandóle que sino
le era posible resistir á la visión se armase de la cruz, santiguándose; y para arredrar
más de si al demonio le hiciese las señales afrentosas que llaman higas» Crónica Car-
melitana, libro 1.", capítulo XXVI, número 2.
Esto mismo nos dice la Santa en el capítulo XXIX, números 4 y 5.
«Como las visiones fueron creciendo, uno de ellos que antes me ayudaba (que era
con quien me confesaba algunas veces que no podía el ministro) comenzó á decir que
claro era demonio. Mandábame que no había medio sino resistir, que siempre me san-
tiguase, cuando alguna visión viese, y diese higas y que tuviese por cierto era demo-
nio». Tanto por estas palabras de Santa Teresa como por las de la Crónica Carmelita-
na arriba citadas, se ve claramente que no fué el P. Baltasar Alvarez el que tan gran-
dísima pena causó á la Santa con el terrible tormento de las higas, sino otro Padre de
la Compañía ó sea el P. Fernando Alvarez del Águila. Por lo demás el P. Alvarez, como
la Santa dice capítulo XXVIII, número 12, «era muy discreto y de gran humildad y
esta humildad tan grande me acarreó á mi hartos trabajos porque, con ser de mucha
oración y letrado no se fiaba de sí». <'Por otra parte, como el Rector antecesor inme-
diato en el Colegio de la Compañía, al P. Salazar, no estaba bien (dice el P. Ribera en
el libro 1.", capítulo XIV), en este negocio de la fundación del Monasterio, debíale de
ir (al P. Baltasar) algo á la mano», lo cual confirma la Santa por e. 'as palabras; «por-
que como el que me confesaba tenía Superior, y ellos (los de la Coiupañía) tienen esta
virtud en extremo de no se bullir sino conforme á la voluntad de s; mayor, aunque é'
entendía bien mi espíritu no se osaba en algunas cosas determinar (capítulo XXXIII
número 4). Cuan imprudente é indiscreto fué el mandato de las higas, nos lo explica la
misma Santa en el capitulo VIH, lu'mieros 3 y 4 de su libro de las Fundaciones por es-
tas palabras. Yo sé de una persona que trajeron harto apretada los confesores por co-
sas semejantes (de visiones), y harto tenía (cuando veía la imagen de Dios en alguna
— 265 —
cía y le hablaba. Y no sólo las aprobó nuestro benditísimo P. Ibáñez, sino
que de esta primera comunicación que la Santa Madre le hizo sobre las
mercedes que del Señor recibía, se sirvió él para darse á la oración y po-
derla asegurar y consolar, no ya sólo con las letras sino también con la
experiencia de espíritu que tenía harta de cosas sobrenaturales, como la
Santa nos dice: y sobre todo, de aquí tomó ocasión para mandarla que
escribiese su vida, 'anteviendo, dice la Crónica Carmelitana, como gran
Letrado el inmenso fruto que había de dar á la Iglesia: por lo cual, con-
cluye la misma Crónica, toda nuestra Religión y la Iglesia (pudiendo tam-
bién añadirse la literatura española), deben á este gran Padre el beneficio
que de su consejo y mandato recibieron en aqueste celestial escrito».
A todo esto añádase el erudito tratado que escribió para probar que era
de Dios el espíritu de la Santa y lo que el siervo de Dios hizo á fin de que
el Obispo de la Diócesis, D. Alvaro de Mendoza, admitiese el monasterio
sin renta; la parte eficaz que tuvo en acabar de aplacar al Corregidor y
Regidores; y finalmente cómo coronó la obra con la maña que se dio para
alcanzar lo que parecía imposible, en expresión de la Santa, esto es, para
alcanzar la licencia del Provincial para que ella se trasladase definitiva-
mente de la Encarnación al nuevo Convento de San José, y no podremos
menos de confesar con la Crónica de San Esteban, que en las terribles y
gravísimas contradicciones que tuvo esta obra heroica de la Reforma, quien
más esforzó á la Santa, fué el Santo Fr. Pedro Ibáñez y a él como á autor
se le deben dar lar gracias de todo. Debemos confesar que encierran mu-
visión), que saiiti<;iiarse y dar liigas, porque se lo mandaban asi. Después, tratando con
un gran letrado Dominico, el M. Fr. Domingo Báñez, le dijo que era mal hecho que
ninguna persona hiciese esto; porque adonde quiera que veamos la imagen de nuestro
Señor es bien reverenciarla, aunque el demonio la haya pintado, porque él es gran
pintor, y antes nos hace buena obra, queriéndonos hacer mal, .si nos pinta un crucifijo
ú otra tan al vivo, que la deje esculpida en nuestro corazón. Cuadróme mucho esta ra-
zón, porque cuando vemos una imagen muy buena, aunque supiésemos la ha pintado
un mal hombre, no dejariamos de estimar la imagen, ni haríamos caso del pintor para
quitarnos la devoción; porque el bien ó el mal no está en la visión, sino en quien la ve
y no se aprovecha con humildad de ella, que si ésta hay, ningún daño podrá hacer,
aunque sea demonio, y si no la hay, aunque sea de Dios, no hará provecho».
— 266-
cha verdad las graves palabras del Historiador General de la Reforma que
dice (1): < Cuando considero lo que cada uno hizo ayudando y sirviendo á
la Santa Madre y favoreciendo su Religión no sé que nadie pueda ganar la
palma al V. P. Presentado Fr. Pedro Ibáñez». No es posible realzar más
el mérito del P. Fr. Pedro Ibáñez con respecto al apoyo que prestó á San-
ta Teresa de Jesús y su Reforma en la fundación de su primer Monaste-
rio (2). Sería supérfluo todo lo que se añadiese á las palabras precedentes
de la Crónica Carmelitana.
Murió siendo Prior en el convento de Santa Maria la Real de Tríanos,
el año 1565, tres después de la fundación del monasterio de San José, ha-
biendo vivido solo 25 años en la Religión, circunstancia que realza sin
duda alguna su mérito. No entró en el purgatorio, según el testimonio y
revelación de Santa Teresa, que asi lo consigna en el capítulo XXXVIII de
su Vida, número 23 (3).
No se contentó la mística escritora con decirnos que el bendito Padre
Fr. Pedro Ibáñez no entró en el purgatorio, sino que el Señor la dio á co-
nocer con celestiales visiones, el premio que en el cielo recibió por los ser-
vicios prestados en la fundación de este primer monasterio. Citaremos tex-
tualmente la palabras de Teresa de Jesús en ese mismo capítulo XXXVIII,
y con ellas terminará nuestro humilde trabajo sobre este hijo de Santo Do-
mingo cuya influencia no ha sido de todos conocida.
(1) Libro 5.", capitulo XXXVl, número 2.
(2) Al fin de esta obra pondremos la biografía de este V. P. Dominico. Por ahora
nos. limitaremos á decir que el P. Fr. Pedro Ibáñez, que tanto ayudó á Santa Teresa en
la fundación de su primer monasterio, fué natural de Calahorra (Provincia de Logroño).
Sus padres fueron D. Diego ibáñez y Doña María Díaz. Profesó el año de 1540 en San
Esteban de Salamanca, en manos de Fr. Domingo Soto, confesor del Emperador Car-
los V. Fué hombre docto, Lect(jr de Teología en este Colegio de Santo Tomás de Avi-
la, y más tarde Regente y Rector de San Gregorio de Vallaiiolitl. (Asi consta en la His-
toria del Convento de San Esteban de Salamanca, escrita por el P. Alonso Fernández,
libro 1.", capítulo XL).
(3) Santa Teresa, estando en el convento de San José, tuvo revelación de la nuierte
de este V. Padre, con todas sus circunstancias, y se lo manifestó al P. García de Tole-
do, que era entonces su confesor. Este averiguó después que todo había sucedido,
hasta en los menores detalles, según la Santa se lo había referido.
— 267 —
Dice así Santa Teresa: «Otra vez vi estar á Nuestra Señora poniendo
una capa muy blanca al Presentado de la Orden de Santo Domingo (Pa-
dre Pedro Ibáñez), de quien he tratado algunas veces. Díjome que por el
servicio que había hecho en ayudar á que se hiciese esta casa, le daba
aquel manto en señal de que guardaría su alma con limpieza de ahí ade-
lante y que no caería en pecado mortal. Yo tengo por cierto que así fué,
porque desde ha pocos años murió, y su muerte y lo que vivió, fué con
tanta penitencia, la vida y la muerte con tanta santidad, que á cuanto se
puede entender, no hay que poner duda. Díjome un fraile, que había esta-
do á su muerte, que antes que expirase le dijo, cómo estaba con él Santo
Tomás.
'Murió con gran gozo y deseo de salir de este destierro. Después me
ha aparecido algunas veces con muy gran gloria, y díchome algunas co-
sas: Tenía tanta oración, que cuando murió, que con la gran flaqueza la
quisiera excusar, no podía, porque tenía muchos arrobamientos. Escribió-
me poco antes que muriese qué medio tendría, porque como acababa de
decir misa se quedaba con arrobamiento mucho rato sin poderlo excusar.
Dióle Dios al fin el premio de lo mucho que le había servido en toda su
vida. •
Al terminar el presente capítulo en que nos parece haber suficiente-
mente demostrado la influencia suprema que tuvo en la fundación de San
José de Avila, piedra angular de la celebérrima Reforma de Santa Teresa,
el Dominico P. Fr. Pedro Ibáñez, plácenos estampar aquí la carta de con-
testación que el Dominico San Luis Beltrán escribió desde Valencia á la
Santa Madre Teresa de Jesús en 1560. De esta carta hablan todos los his-
toriadores y biógrafos de la Santa. Dice así:
•Madre Teresa, recibí vuestra carta. Y porque el negocio sobre que
me pedís pareceres tan del servicio del Señor, he querido encomendárse-
lo en mis pobres oraciones y Síicrificios, y esta ha sido la causa de haber
tardado en responderos. Ahora digo en nombre del mismo Señor, que os
animéis para tan grande empresa, que él os ayudará y favorecerá. Y de su
parte os certifico que no pasarán cincuenta años, que vuestra Religión no
sea una de las más ilustres que haya en la Iglesia de Dios. El cual os
guarde, etc. En Valencia. Fr. Luis Beltrán. '>
- 268 -
Comentándola el autor de la Reforma Carmelitana el M. R. P. Fr. Fran-
cisco de Santa María dice así: Por asegurarse más (nuestra Santa Madre),
sabiendo que en Valencia resplandecía el santo P. Fr. Luis Beltrán de la
Orden de Santo Domingo (decorado ya con la honra de Beatificado) y que
era mucha la opinión de santidad y prudencia que del tenía toda España;
le consultó de nuevo, diciéndole con llaneza todo lo que hasta allí le ha-
bla pasado con Dios, y con su confesor. Así lo testifica el M. Fr. Vicente
Justiniano en las Adiciones que hizo á la vida del santo P. Fr. Luis.
'<Gran ponderación pide esta respuesta. Asi porque el santo habla en
nombre de Dios, y certifica lo que dice, como porque profetiza. Cosa que
no se resolviera á hacer sin tener expreso mandato y certidumbre del Se-
ñor: y el suceso ha confirmado la verdad de la profecía. Porque el año de
mil y seiscientos y once, cuando se cumplieron los cincuenta de la Refor-
ma, estaba ya extendida no sólo por España, Italia, Francia, Flandes, Po-
lonia, Indias Orientales y Occidentales; sino recibida con opinión y fama
de gran perfección, así de los pueblos como de las Cabezas y Príncipes
que los gobiernan. Y el año de seiscientos y ocho se despacharon Letras
Remisoriales, y el Rótulo para la canonización de la misma Santa, á quien
esta profecía se escribió. Tan verdadera y cierta como esto fué.»
De modo que si el espíritu de la Santa Madre no tuviera á favor de su
verdad, y la Reforma por ella emprendida y llevada á feliz término, no tu-
viera á favor de su inspiración otro testimonio que el de este santísimo
varón, él fuera, por sí sólo fehaciente y decisivo, pues fué siempre este
austerísimo Santo, enemigo mortal de veleidades mujeriles; su humildad
llegó hasta lo incomprensible, y estaba entonces, cuando esta respuesta
dio, en el periodo de santidad consumada.
CAPITULO II
€1 convento de San ¡osé de Ávila y el IP. Ifíaestro
f r. Domingo Báñez.
Si fué grande la influencia del P. Pedro Ibáñez en la fundación del pri-
mer monasterio de la Reforma, como se ha podido ver en el capítulo an-
terior, no fué menos eficaz la intervención del célebre P. Domingo Báñez
que vivía también por aquella época en este convento de Santo Tom.ás
de Ávila, y más tarde llegó á ser el oráculo, y, por decirlo así, el alma de
la Universidad Salmantina.
No se trata aquí, y conviene se tenga esto muy presente, de exponer
todo cuanto el P. Domingo Báñez trabajó en favor de Santa Teresa de Je-
sús y su Reforma; pues, como ya hemos visto y lo observaremos en todo
el discurso de esta obra, el P. Domingo Báñez fué el hombre que Dios
destinó en su amorosa providencia para sostén, apoyo y mentor de la ín-
clita Teresa de Jesús.
Basta apuntar que en, opinión del Sr. La Fuente, el P. Domingo Báñez,
fué el director más querido de Santa Teresa, después del P. Gracián; aun-
que pudiera haber exceptuado además á San Juan de la Cruz: los dos Car-
melitas Descalzos y Padres de la Descalcez.
Dice asi el Sr. La Fuente: «Me parece indudable, que después del Pa-
dre Gracián, el Director que más apreció Santa Teresa, fué el P. Báñez.
— 270 —
Creo que á él aiude, cuando dice (1): «en especial el uno á quien tengo
gran voluntad me hacía terrible resistencia (2)>. En efecto, el P. Báñezfué
el Director de quien la Santa vivía encantada y santamente enamorada.
«No hay que espantarse, dice Santa Teresa, de cosa que se haga por amor
de Dios, pues tanto puede el de Fr. Domingo, que lo que le parece bien,
me parece bien, y lo que quiere, quiero; y no se en qué ha de parar este
encantamiento^ (3). No se trata, pues, al presente más que de hacer ver lo
(1) Se expresó así Santa Teresa, en el momento de hacer el voto de obediencia al
P. Gracián en Écija, yendo á fundar á Sevilla (Relación 6.^)
(2) Nota 4/ á la carta 71, edición de 1881.
(3) Comentando el V. Palafox las palabras citadas de Santa Teresa, dice así: «Fué
este gran Maestro (el P. Báñez) é insigne varón Catedrático de Prima de Teología de
Salamanca; y sus escritos dicen la profundidad de sus letras, y su opinión, y la Carta
de la Santa, la de su espíritu y santidad.
«Este grave Religioso fué el primero que defendió en Avila, en oposición de todos
los Religiosos y seglares de aquella Ciudad, la primera Casa de Descalzas, que es el
Convento de San Joseph, que fundó la Santa: y con una docta plática, que trae la Cró-
nica, contuvo él sólo la resolución de echar por el suelo el Convento, por no haberse
hecho con el consentimiento de toda la Ciudad.
Aquí se conoce, que esta Santa Reforma se debe en gran parte, sino en todo, en
sus santos principios, á la ilustre Religión de Santo Domingo, que con aquel espirílu
soberano, que la comunica Dios, conoció desde luego, cuan crecido fruto se esperaba
á la Iglesia, de que este árbol creciese y se lograse, y no lo cortase por el tronco im-
próvidamente la segur de la contradición.
«Este mismo Padre, siendo su Confesor, ordenó á la Santa que escribiese el Tratado
admirable del Camino de la Perfección, y á él le debemos aquella enseñanza del
Cielíj, en la cual, no sólo se lee, sino que se ve, y se recibe, y aprende la perfección
del Tratado, solo con leer el Tratado de la Perfección.
«Santa Teresa fué tan devota de esta Religión doctísima, que decía con harta gracia,
hablando de sí: "Yo soy la Dominica in Passione, para decir que era Dominica, é Hija
de esta Orden de todo su corazón, y con pasión grandísima: equívoco muy propio de
su agudeza y gracia.
«Y no me admiro, porque ¿quién no ha de amar, y ser, no solo la Dominica in Pas-
sione, sino todas las Dominicas del año, venerando á una Religión, que es muralla fir-
mísima, y Maestra universal de la Fé; fiscal constante en defensa de las Católicas ver-
dades contra los Herejes, luz de la Teología Escolástica, y Dogmática; fuente de toda
buena ciencia Moral, que desnuda, santa, y desasida de todo humano interés, comunica
— 271 —
que este Padre ayudó y cuánta fué su influencia con respecto al primer
monasterio de la Reforma, ó sea el de San José de Avila.
Ya se ha visto que el 24 de Agosto de 1562, fiesta del apóstol San
Bartolomé, se dieron los primeros hábitos y quedó fundado con grande
autoridad el monasterio de San José.
Como se había fundado con tanta contradición, á los pocos días tuvo
lugar en Avila una junta magna en la que tomó parte y parte muy decisi-
va el P. M. Báñez, y éste es el único hecho que he de citar con respecto
á este venerable Padre. Lo que pasó en esta junta nos lo describe la San-
ta con las siguientes palabras: - Desde á dos ó tres días (1), juntáronse al-
gunos de los Regidores y Corregidor y del Cabildo y todos juntos dijeron
que en ninguna manera se había de consentir, que venía conocido daño á
la República y que hablan de quitar el Santísimo Sacramento y que en
ninguna manera sufrirían pasase adelante. Hicieron juntar todas las Órde-
nes para que digan su parecer, de cada una dos letrados. Unos callaban,
otros condenaban; en fin, concluyeron que luego se deshiciese. Sólo (2)
un Presentado de la Orden de Santo Domingo dijo que no era cosa que así
se había de deshacer: que St' mirase bien, que tiempo había para ello, que
esto era cosa del Obispo ó cosas de este arte, que hizo harto provecho;
porque según la furia, fué dicha no lo poner luego por obra. -
repetidos rayos de enseñanza y doctrina á las almas? Yo confieso, que abstrayendo,
que Santo Domingo, aquel Apóstol de España, fué Prebendado de la Santa Iglesia de
Osma, que estoy indignamente sirviendo, solo por !o que le parecen sus Hijos al San-
to, deben ser amados, inutados y reverenciados . Carta 44, edición de 18-íl, del Sr. La
Fuente.
(1) Vida de Santa Teresa, capítulo XXX VI, núniero 8.
(2) Repetimos ahora lo indicado anteriormente si los PP. jesuítas, como supone
gratuitamente el P. Ribera, hubieran aprobado y canonizado la primera fundación de
Santa Teresa durante este periodo de revolución y alboroto, por qué no levantaron la
voz en esta ocasión en favor de elln siendo asi que se hallaron presentes en la Junta y
no había por qué tener efiipacho pues eran llamados todos los asistentes para que
Mbre y espontáneamente dieran su parecer. ¿Cómo se explica, según esa suposición,
que solo un Presentado de la Orden de Santo Domingo protestase contra los atrope-
llos que quería realizar el Sr. CorregidorV
-272-
Hablando el P. Ribera (1) sobre este mismo punto, nos dice: La con-
clusión de todo esto y la resolución de estas consultas fué, que venía mu-
cho daño á la ciudad de aquel monasterio y que no se habla de consentir,
sino que se quitase el Santísimo Sacramento y se deshiciese. Eran las ve-
ras con que todos tomaban esto, tan grandes, que hicieran lo que habían
dicho, sino saliera el P. M. Fr. Domingo Báñez, de la Orden de Santo
Domingo, Catedrático que es ahora de Prima de Teología en la Universi-
dad de Salamanca.»
Quien nos refiere detalladamente todo lo ocurrido en Avila en esta
ocasión, el alboroto de la ciudad, cuando sus vecinos vieron levantado el
nuevo monasterio, es el autor de la Reforma Carmelitana por estas pala-
bras (2): «Es un pueblo alborotado, un monstruo tal, que nunca la natu-
raleza lo crió tan disforme, de tantas cabezas y almas. De aquí nace ser
arrebatado, vario, sin consejo, sin prudencia. Obra acaso, muévese livia-
namente, olvidase del bien recibido, no considera el que recibe. Es una
junta de los delirios de muchos, de las pasiones de todos. Predominan en
él todos los afectos: y así á varias partes es arrebatado; y no teniendo fin
determinado de sus consejos, de todos es inquietado. Es una mar á quien
no solo tumban los vientos, sino calidades ocultas: y cuando está en cal-
ma, de repente se embrabece sin saber la causa, hasta querer tragarse los
montes. Bien se vio esto en la Ciudad de Ávila. Porque aun sosegada ya
la turbación del Convento de la Encarnación, aplacada la Priora y Monjas,
satisfecho el Provincial; era la alteración del pueblo tan terrible contra el
nuevo monasterio, como si se viera rodeado de enemigos, ó de algún fue-
go que lo quería abrasar. Por lo cual, fuera de lo mucho que se decía, y
murmuraba con injuriosa soltura, determinaron los Magistrados, pasados
dos días de hacer Cabildo, para deshacer el monasterio. En él determina-
ron, que luego se desbaratase, y como cosa perniciosa y hecha sin funda-
mento por antojo de una mujer, se disipase. Fué á ejecutar este decreto
el Corregidor, y dijo muy airado á las cuatro novicias, que se saliesen lue-
go, donde no, que les derribaría las puertas, y las sacaría por fuerza, y
(1) P. Ribera, libro 1.", c.ipitiilo IV.
(2) Crónica Carmelitana, libro 1.", capítulo XLV.
- 273 —
haría consumir el Santísimo Sacramento. Respondieron con gran valor y
esfuerzo del cielo, que entonces saldrían cuando se lo mandase quien allí
las había encerrado. Que Prelado tenían que era el Obispo: y que el Co-
rregidor no tenía.autoridad, y miraría lo que debía hacer, antes de derribar
las puertas, y quitar el Santísimo Sacramento: porque había en la tierra
Rey, y en el cielo estaba Dios. Tuvieron estas pocas palabras tal eficacia,
que quebrantaron la furia del Corregidor y volviendo sobre sí no se atre-
vió á pasar adelante, pareciéndole mejor medio, no llevar este negocio
por fuerza, sino por justicia.
'El día siguiente volvió á hacer otra junta muy grave, convocando de-
más de los Regidores de la ciudad á todos los Conventos, asistiendo de
cada uno dos Religiosos graves y doctos, para que con parecer de todos
el monasterio se deshiciese.' Habló entonces el Sr. Corregidor, y dijo de
esta manera:
«Habiéndonos aquí juntado, Ilustres Caballeros y Padres Muy Reve-
rendos, para una cosa que sin parecer de tantos hombres graves, se pudie-
ra íácilmente determinar, por ser fácil de conocer su conveniencia; pero la
satisfacción que de todos tengo, me ha hecho valer de este medio para que
mis acciones, acreditadas de personas de tan grande estimación, no parez-
can arrojadas ó livianas, y tengan en sí mayor fuerza cuanto fueren más
bien recibidas de los presentes. Notoria es á todos la novedad que en esta
ciudad amaneció el otro día hecho un Convento de Descalzas Carmelitas.
Y basta haber dicho novedad, para que se entienda cuan dañosa y abo-
rrecible sea. La turbación que causa en una república, los ánimos que con-
mueve, las lenguas que despierta, las murmuraciones que fomenta, las in-
quietudes que engendra (porque no permite asiento ni sosiego en la re-
pública, ni deja envejecerse las buenas costumbres y establecimientos)
¿quién lo ignora? Y siendo general esto á todas las novedades, la presen-
te es tanto más dañosa, cuanto trae color y capa de mayor piedad. Porque
dejado que multiplicar Conventos y Religiones, no todas las veces au-
menta el provecho y bien común; en esta ciudad no sólo es conveniente,
sino forzosa necesidad impedir nuevas fundaciones. Porque aunque es de
las más nobles de España, no es de las más ricas, y está suficientemente
proveída de todos los Conventos de varones y mujeres que prudentemen-
18
— 274 -
te se pueden desear. Y así no es justo que la devoción de algunas cargue
á la ciudad de lo que no puede llevar. Cuando el nuevo monasterio entra-
ra con dotación de renta muy bien puesta, corrían parte de los inconve-
nientes representados, pues al fin lo que se da á un Convento se quita al
resto de la ciudad, se enajena para siempre, se usurpa al uso común y he-
rencia de los ciudadanos. ¿Qué será fundándose este Convento sin renta,
sin dotación, y con presupuesto de nunca tenerla? Esto, Señores, es echar-
nos una forzosa alcabala, quitarnos de la bolsa el dinero, y el manjar de
la boca. ¿Qué corazón podrá sufrir, ver perecer de hambre á unas pobres
siervas de Dios? ¿No es fuerza quitarlo á nuestros hijos, para repartir con
ellas? Demás de esto, si la ciudad es la cabeza de todos los vecinos, y los
Conventos son miembros suyos, ¿cómo se fundó sin su orden? ¿Qué Go-
bierno sufre semejantes resoluciones? Si no se permiten otras menores,
¿por qué éste tan grande? Y ¿qué sabemos, señores, si esta fundación es
algún embuste, ó engaño del demonio? Dicen que esta Religiosa tiene re-
velaciones, y espíritu muy particular. Eso mismo me hace temer, y debe
hacer reparar al más cuerdo: pues en estos tiempos habemos visto enga-
ños é ilusiones de mujeres, y en todas ha sido peligroso aplaudir á las
novedades á que son inclinadas. No pongo dolo en el espíritu de esta Re-
ligiosa, que no corre eso por mi cuenta; pero quisiera poner cautela en los
ánimos prudentes para no admitir novedades, para no multiplicar Conven-
tos, para no consentir que se hagan sin orden y consulta de la ciudad; y
para que se sepa pertenecer á ella examinar por medio de personas graves
si es servicio del Señor ó no. Yo estoy en esta sentencia, y espero será
aprobada de tantas letras, y experiencia como aquí se han juntado.»
Hasta aquí el discurso del Corregidor.
«Oyeron al Corregidor, continúa la Crónica, con grande atención y to-
dos los más aprob^iron á bulto sus razones sin examinarlas. Otros, ó du-
dosos, ó contrarios al parecer suyo, callaban no atreviéndose á defender
públicamente la verdad; enfermedad muy ordinaria de las Comunidades,
donde de ordinario se antepone el bien propio al común, en los que más
obligados están á defenderle, y que de él recibieron autoridad para hacer-
lo. Vino entre tantos, con celo de Dios y libertad cristiana, uno que fué el
P. Maestro Fr. Domingo Báñez, Lector de Teología en el Convento de
— 275-
Santo Tomás, después Catedrático de Prima en Salamanca (hijo en fin de
Santo Domingo), opuesto al Corregidor y dijo así:>
Discurso del P. Domingo Báñez:
< Temeridad parece oponerme yo á tantos y tan graves, y á razonamien-
to tan bien pensado. Pero si la conciencia propia asegura y obliga más
que las ajenas en las consultas libres como es ésta, no podré dejar de pro-
poner lo que me dicta en favor del nuevo monasterio de Carmelitas Des-
calzas. Será por lo menos libre de pasión mi testimonio; porque hasta aho-
ra ni he hablado, ni conozco la Fundadora,(l) ni tratado en alguna manera
de su fundación. Nueva es ésta, yo lo confieso: y como tal ha causado los
efectos que suele la novedad en el vulgo. Pero no por esto debe causar-
los en los consejos graves y prudentes, pues no toda novedad es repren-
sible. ¿Fundáronse de otra suerte las demás religiones? Las Reformas que
cada dia vemos, y vieron nuestros predecesores, ¿no salieron á luz, cuan-
do menos se pensaba? La misma Iglesia Cristiana ¿no fué de nuevo refor-
mada por Cristo? Nada por cierto en ella se pudiera aumentar por exce-
lente que fuese, si todos nos rindiéramos al pusilánime temor de la nove-
dad. Lo que se introduce para mayor gloria de Dios y reformación de las
costumbres, no debe llamarse novedad ó invención, sino renovación de
la virtud, siempre anciana. Y sino son nuevos los árboles cuando se vis-
ten en la primavera, ni el sol cuando nace cada dia; ¿por qué será repren-
sible novedad en las Religiones el renovarse? ¿Cuál es más reprensible
en ellas: perder de su antiguo resplandor, ó recobrarle? Si no nos espanta
lo primero, ¿por qué nos escandaliza lo segundo? Aquello, Señores, es
novedad reprensible, que se opone á la virtud y mayor servicio de Dios.
El Convento de Carmelitas, recién fundado, es reformación de su antiguo
instituto, es restauración de lo perdido, en grande aumento de aquella
Santa Religión, y edificación del pueblo cristiano. Y así. por esta parte,
antes debe ser favorecido este Convento, y principalmente de las Cabezas
(1) Muchü abona y realza el discurso del P. Báñez el no conocer por entonces á la
Santa Fundadora, pues así es exent., de la tacha que suele encontrarse aún en hom-
bres de mucho sexo y gravedad, por dejarse llevar con frecuencia de los caprichos y ve-
leidades de mujercillas de poco fondo y virtud.
-276 —
de las Repúblicas católicas, á quien pertenece fomentar tan loables asun-
tos. iOjalá que muchos la imitasen! ¡Oh cuánta alabanza mereciera Avila,
y todos nuestros Reinos, y toda la Iglesia, si fuésemos en pos de esta va-
lerosa Virgen! No apruebo yo la sobrada multiplicación de Religiones,
Pero no es fácil determinar cuál lo sea. Porque donde si los hombres va-
nos y viciosos, por mucho que se multipliquen, no son tenidos por sobra-
dos; ¿por qué se han de tener y peseguir por tales los que siguen el ban-'
do de la virtud? Están las ciudades llenas de gente perdida; hierven esas
calles de hombres vagabundos, insolentes y haraganes; de mozuelos y
mujercillas entregados al vicio; y nada de esto se tiene por sobrado, ni
hay quien cuide de remediarlo, ¿y sólo cuatro monjitas metidas en un rin-
cón, en un agujero, encomendándose á Dios, se tiene por grave daño y car-
go intolerable de la República? ¿Esto inquieta y alborota una ciudad, y
hace juntas para su reparo? ¿Qué es esto, señores; á qué nos juntamos
aquí? ¿Qué ejércitos de enemigos baten esos muros? ¿Qué fuego abrasa
la ciudad? ¿Qué pestilencia la consume? ¿Qué hambre la aflige? ¿Qué
ruina la amenaza? ¿Solas cuatro monjitas descalzas, pobres, quietas y
virtuosas, son motivo de tanta conmoción en Avila? Déseme licencia para
decir, que me parece menos autoridad de ciudad tan grave, hacer por tan
ligera causa junta y convocación tan solemne. Confieso que me parece
bien no se haga esta fundación sin renta (1); no tanto por la carga que de
aquí resulta á la ciudad, que es muy leve, cuanto por la descoinodidad de
las mismas Religiosas, que encerradas y sin provisión segura, han de pa-
decer necesidad. No puedo negar pertenecer á la Providencia de las ciu-
dades prevenir los daños que se le pueden seguir: pero eso se entiende
en las causas seglares. Las que derechamente son eclesiásticas, al Obispo
pertenece examinarlas; y si con orden suyo se fundan Conventos, suyo es
(1) Como se ve el P. Báñez no era partidario de que se fundase sin renta. En este
punto hay que confesar que San Pedro de Alcántara fué quien aprobó decididamente
esta idea y consiguió que D. Alvaro de Mendoza admitiese el monasterio sin tener
renta, todo lo cual sintetiza Santa Teresa cuando en el capitulo XXXVI escribe *y el
aprobarlo este Santo viejo, y poner niuclio con unos y con otros en que nos ayudasen,
fué el que lo hizo todo.»
— 277-
el proveerlos. Este nuevo, con noticia y consulta del Obispo se hizo; y lo
que más es, con Breve especial de la Sede Apostólica. Y así del todo está
fuera de la jurisdicción seglar. Yo. finalmente, Señores y Padres nuestros,
de ninguna manera vengo en que el monasterio se deshaga por orden de
la ciudad; sino que si alguna cosa hubiere contra él, y conviniera desha-
cerle, se trate y consulte con el Señor Obispo, á quien pertenece como
el hacerlo» (1).
«No admiró poco, concluye la Crónica, á los circunstantes ver el celo
y santa libertad con que uno solo se opuso á tantos. Y como la verdad
tenga tanta fuerza, aunque no apagó luego la saña del Corregidor, y de
los demás que habían hecho valentía de no ser vencidos, pudo detener la
furia. Y así no se atrevieron á deshacer el Convento sin mirarlo mejor.-
En verdad que no puede menos de admirarse la elocuencia y soli-
(1) El P. Báñez como buen cántabro ó más bien descendiente de cántabros
tuvo siempre valor y fortaleza para manifestar francamente lo que exigían los intereses
de Dios y de las almas, aunque para ello fuese necesario oponerse á los príncipes y
grandes de la tierra. «El nombre y autoridad de los grandes de la tierra, (dicen las
RR. MM. Carmelitas Descalzas de París), (a) le importaban muy poco (á este Padre)
cuando se atravesaban los intereses de las almas consagradas á Dios.* Bien convin-
cente es la prueba de lo que estamos diciendo la conducta que observó en el caso que
nos ocupa. Sólo el P. Báñez se atrevió á levantar su voz haciendo frente á los planes
del Corregidor, quien en el modo y giro de discurrir simpatizaba bastante con las ideas
y programas de nuestros liberales. Esta casta siempre ha existido y siempre existirá
para ejercicio de los buenos..
No discurría como el Corregidor Santa Teresa, ni los nniy nobles ciudadanos de la
ciudad de Palencia. Escribe la Santa Fundadora en el capitulo XXIX del libro de
las Fundaciones: «Yo no quería dejar de decir muchos loores de la caridad que hallé
en Palencia, en particular y en general. Es verdad que me parecía cosa de la primiti-
va Iglesia (al menos no muy usada ahora en el mundo) ver que no llevábamos renta,
y que nos habían de dar de comer, y no solo no defenderlo (impedirlo), sino decir que
les hacia Dios merced grandísima. Y si se mirase con luz, decían verdad: porque, aun"
que no sea sino haber otra iglesia á donde está el Santisiiiio Sacramento más, es
mucha. -
No discurrían tampoco coinn el Corregidor S;ii)t;i Tiil-s,i y los habitantes de la
(a) Oluvrca completes. Volumen 3. página 230.
— 278 —
dez de razones, á la vez que la sagacidad con que rebate uno por uno los
fundamentos aparentes que tenía el Corregidor para destruir el nuevo mo-
nasterio. Con justicia, pues, pudo decir el P. Báñez en las informaciones
que se hicieron en Salamanca para la canonización de la Santa: «En la
primera fundación tuvo grandes contradicciones, así de toda la ciudad de
Avila como de las Religiones, y entonces sólo á mí me tuvo de su parte
sin haberla hasta entonces conocido ni visto; solamente por ver que ella
no había errado ni en la intención ni en los medios, pues lo había ejecuta-
do por orden de la Sede Apostólica.* «Hasta aquí, dice la Crónica Carme-
litana (1), el P. M. Báñez, cuya agradecida y venerable memoria no con-
inclita ciudad de Burgos: «Siempre había yo oído, (escribe Santa Teresa en el capítulo
31 del mismo übro), loar la caridad de esta ciudad (Burgos), mas no pensé llegaba á
tanto. Unos favorecían á unos, otros á otros; mas el arzobispo miraba por todos los
inconvenientes que podía haber, y lo defendía, pareciéndole era hacer agravio á las
Órdenes de pobreza, que no se podían mantener; y quiza acudían á él los mismos ó lo
inventaba el demonio, para quitar el gran bien que hace Dios á donde trae muchos
monasterios, porque poderoso es para mantener los muchos, como los pocos.»
No fué esta sola la ocasión en que el P. Domingo Báñez manifestó su valor é inte-
gridad de carácter en presencia de los proceres y magnates de la tierra. Léanse los
capítulos X y XI de las Fundaciones y allí veremos como defiende en Valladolid la
vocación de la célebre Casilda de Padilla, hija de los adelantados de Castilla contra
los caprichos y atropellos de tan prepotente familia. Véase cómo alaba su conducta
Santa Teresa: «Esto era por la mañana, hubiéronse de quedar hasta la tarde, y envia-
ron á llamar á su confesor, y al Padre maestro Fr. Domingo, que lo era mió, de quien
hice al principio mención, aunque yo no estaba entonces aquí. Este Padre entendió
luego, que era espíritu del Señor, y la ayudó mucho, pasando harto con sus deudos
(ansí habían de hacer todos los que le pretenden servir, cuando ven un alma llamada
de Dios, no mirar tanto las prudencias humanas) prometiéndola de ayudarla, para que
tornase otro día."
Por último, cuando la Princesa de Eboli, que era en aquellos días una potencia en
España, quiso que á todo trance se admitiese en el convento de Descalzas de Pastrana
á la monja Agustina (Machuca) de que ya hemos hecho mención en otra parte, el
Padre Báñez escribió á Santa Teresa que de ningún modo accediese á los caprichos
de tan veleidosa Princesa. Estos hechos y otros parecidos, revelan la virtud y el ca-
rácter del gran Dominico P. Domingo Báñez.
(1) Crónica Carmelitana, libro 1.", capítulo XLV, número 4.
- 279 -
sumirán las edades por venir en la Orden, por el gran favor que entonces
nos hizo.»
Tuvo lugar esta junta ó consistorio á fines de Agosto, y por lo tanto, á
muy pocos días de fundado el monasterio. Nos consta auténticamente y
con toda certeza este dato tan curioso é importante por la autoridad del
mismo P. Al. Báñez. En efecto, cuando el libro de la Vida fué delatado al
Tribunal de la Inquisición, el P. Báñez, como ya hemos indicado en otro
lugar, puso algunas notas al margen y una de ellas corresponde al capítu-
lo XXXVI, donde la Santa escribe: «que solo un Presentado de la Orden
de Santo Domingo salió á su defensa-; cuyas palabras hemos arriba lite-
ralmente copiado. Pues bien, esas palabras de la Santa -que solo un Pre-
sentado de la Orden de Santo Domingo, etc., etc. , se hallan anotadas
por el P. Báñez, quien dice al margen: Esto tuvo lugar en 1562 á fin de
Agosto. Yo era Presentado y di efectivamente este parecer. Fr. Domingo
Báñez. En el punto que yo escribo esto, 2 de Mayo de 1575, esta Madre
ha fundado ya nueve monasterios, donde hay grande regularidad y obser-
vancia.-
Por lo que se acaba de exponer se comprenderá muy bien cuan deci-
siva fué, con sólo este hecho, la intervención del P. M. Báñez; pues, sin
duda alguna, el monasterio de San José, recién fundado, se hubiera al
punto deshecho, á no ser por el ánimo, sabiduría y elocuencia del Padre
M. Báñez.
Recapitulando en breves palabras todo lo dicho hasta aquí acerca de
la influencia de los PP. Fr. Pedro Ibáñez y Fr. Domingo Báñez en la fun-
dación del primer monasterio de la Reforma, ó sea, de San José de Avila,
resulta ser muy cierto que el P. Fr. Pedro Ibáñez apoyó siempre la funda-
ción; y siempre nos ayudó, escribe Santa Teresa; y que el P. Domingo Bá-
ñez la defendió contra todos poniendo en juego su elocuencia y el gran
vigor de sus contundentes raciocinios, y que después de Dios, á estos
dos PP. Dominicos se debe la fundación de este primer monasterio, Cuna
y como piedra angular de la inmortal Reforma de Teresa de Jesús (1.)
(1) Véase lo que á este propósito, dice un manuscrito antiguo, conservado en el
archivo de este nuestro colegio de Santo Tomás, al hablar de los servicios prestados
- 280 -
Concluiremos el capítulo presente relativo como el anterior á la funda-
ción del primer monasterio de la Reforma con las palabras grandemente
significativas del autor del Año Teresiano, quien en el día 30 de Septiem-
bre, escribe así:
«De lo dicho hasta aquí se prueba claramente el patrocinio singular,
que logró ia Santa de los venerables profesores de esta esclarecida Reli-
gión; pues el primer intento que ideó nuestra Descalcez en la fundación
de San José de Avila, fué fortalecido con las oraciones, apoyo y dicta-
men de San Luis Beltrán; su principio, progreso, fin y segura estabilidad
fué caminando con admirable providencia sobre los hombros y diligencias
oportunas de los venerabilísimos Maestros Fray Pedro Ibáñez y Fray Do-
por esta Universidad: «Y si no digalo la gloriosa Santa Teresa, que hallándose en los
mayores desconsuelos que puede padecer un alma, ya en lo tocante á la quietud de su
conciencia, y ya en la grave contradicción que padeció en la erección de su Reforma,
confiesa la Santa que halló en dicha Universidad y Convento al P. Presentado Fr. Pe-
dro Ibíiñez, que á la sazón era Regente, que la resolvió sus mayores dudas, y la alentó
y animó grandemente, para que emprendiese la Reforma dicha, no obstante la contra-
dicción que le hicieron, y el mandato que tenía de su confesor el P. Baltasar Alvarez
de la Compañía de Jesús para que desistiese de ella, como lo confiesa la Santa en el
capítulo XXXllI de su vida; y las crónicas de su orden, donde tratan de la fundación del
convento del Señor S. Joseph de la ciudad de Avila, que fué el primero de Monjas de
su Reforma, aseguran que halló la Santa en dicho P. Regente Fr. Pedro Ibáñez luz,
resolución, magisterio, procurador y agente; pues cuando la Santa no hacia diligencia
alguna para vencer las grandes dificultades de su Reforma por no faltar en el menor
punto al dicho P. Baltasar Alvarez en la obediencia, dicho P. Regente escribía á Roma
sin omitir diligencia ni perdonar trabajo, hasta salir, como salió con el auxilio de Dios
con la empresa, de que dá fiel testimonio en el cap. XXXIll citado de la Santa.»
Con respecto al P. Domingo Báñez, he aquí lo que dice el mencionado manuscrito
«Otro caso sucedió á esta gloriosa Santa bien arduo en el año d^l Señor de 1562, y
fué el averse juntado en público Consistorio pleno toda la ciudad de Avila, y convo-
cado todos los theologos y juristas con ánimo de determinar sí se había ó no derribar
dicho convento de Monjas del Señor S. Joseph, con que había principiado la Santa su
Reforma en dicha ciudad, y aviendo sido todo el Consistorio tie dictamen que se debía
demoler, solo el dictamen del P. Regente del Real convento y Universidad de Santo
Thomas Fr. Do.mingo Báñez bastó para suspender dicho decreto, y para persuadir á
todo aquel grave Consistorio á que no se ejecutase cosa semejante.»
-281 —
mingo Báñez; de suerte, que aunque no faltaron otros medios de algunas
personas exemplares, que cooperaron á esta obra, los de la Religión Do-
minicana fueron tan patentes y eficaces, que quiso la Majestad divina dar
á conocer era la Reforma del Carmelo asunto propisimo de aquel sobe-
rano Patriarca. Todos estos auxilios aprontaba este Santo en premio de
aquella amorosa devoción que le profesaba Santa Teresa de Jesús, aun
antes de hacerla la promesa, que hoy hemos referido. - Y por lo que hace
al P. Báñez en particular, de quien nos hemos ocupado en el presente ca-
pítulo, escribe así:
<Si se hubiesen de historiar con cabal noticia todos los favores, y asis-
tencias que el gran Patriarca Santo Domingo dispensó desde el Cielo
á Santa Teresa de Jesús, y toda su Reforma por medio de este ilustre
hijo Fr. Domingo Báñez, sería muy prolija esta relación. Este grande
hombre, desde el día en que sin conocerla defendió con celo sagrado la
fundación primera del Convento de Avila, como ya se dijo, asistió á la
Santa con una fineza inexplicable todos los días de su vida. Fué confesor
suyo seis años seguidos, y siempre la trataba por cartas en cuantos asun-
tos eran importantes para gozar su dirección, en la que se mantuvo lo que
duró su vida.»
-^-
CAPITULO 111
fundación del Convento de IHedina y el IP. Domingo Báñez.
Fundado el primer convento de la Reforma con tanta contradicción, á la
vez que con tan eficaz protección de nuestros Padres, Fr. Pedro Ibáñez y
Fr. Domingo Báñez, como hemos visto en los dos capítulos precedentes,
y habiéndose ya trasladado la Santa Fundadora de su antiguo convento
de la Encarnación por la buena maña del P. ibáñez á su nuevo convento
de San José (1), ésta permaneció en esa santa morada sin salir de ella y
guardando la más rigurosa clausura por espacio de cinco años. Asi nos
lo testifica ella misma por estas formales palabras (2): ^ Cinco años des-
pués de la fundación de San José de Avila; estuve en él, que á lo que ahora
entiendo, me parece serán los más descansados de mi vida, cuyo sosiego
y quietud echa harto menos muchas veces mi alma.- Durante estos cinco
años, los más tranquilos de su vida tuvo por confesores á los dominicos
Fr. Domingo Báñez y Fr. García de Toledo, y es sabido de todos y ya
lo hemos indicado en otra parte, que en estos cinco años escribió el Ca-
mino de Perfección, y la fundación de su monasterio de San José de Avila,
y en el prólogo al Camino de Perfección, dice así: - Sabiendo las hermanas
de este monasterio de San José de Avila, cómo tenía licencia del P. Pre-
sentado Fr. Domingo Báñez. de la Orden del glorioso Santo Domingo
(1) Ya se ha dichu que su traslación definitiva fué á principios déla Cuaresma
de 15G3.
(2) Fundaciones, capitulo 1.
— 284 —
(que al presente es mi confesor) para escribir algunas cosas de oración...»:
y lo mismo testifica con respecto al P. García de Toledo en el prólogo á
las Fundaciones por estas palabras: -Estando en San José de Avila año
de 1562, que fué el mesmo que se fundó este mesmo monasterio, fui man-
dada del P. Fr. García de Toledo, dominico, que al presente era mi con-
fesor, que escribiese la fundación de aquel monasterio, con otras muchas
cosas, que quien la viere (si sale á luzj verá -. Lo mismo testifica con res-
pecto al P. Domingo Báñez, cuando en la relación al P. Rodrigo, escribe:
«Con el P. M, Fr. Domingo Báñez que ahora está en Valladolid por Re-
gente en el Colegio de San Gregorio, me confesé seis años y siempre tra-
taba con él por cartas, cuando se ofrecía algo», refiriéndose al decir seis
años principalmente á esos cinco que vivió en San José de Avila.
Grandes fueron las mercedes que en este tiempo recibió del Señor: éste
se complacía en revelarle los más ocultos secretos y en oír sus peticiones; y
así en el capítulo XXXIX de su Vida nos dice: «Estaba una vez con gran-
dísima pena, porque sabía que una persona, á quien yo tenía mucha obli-
gación, quería hacer una cosa harto contra Dios y su honra, y estaba ya
muy determinada á ello. Era tanta mi fatiga, que no sabía qué remedio
hacer para que lo dejase, y aún parecía que no le había. Supliqué á Dios
muy de corazón que le pusiese, mas hasta verlo no podía aliviarse mi
pena. Fuime, estando ansí, á una ermita bien apartada (que las hay en este
monasterio), y estando en una, á donde está Cristo á la columna, suplicán-
dole me hiciese esta merced, oí que hablaba una voz muy suave, como
metida en un silbo. Yo me espelucé toda, que me hizo temor, y quisiera en-
tender lo que me decía; mas no pude, que pasó muy en breve. Pasado mi
temor, que fué presto, quedé con un sosiego y gozo, y deleite interior, que
yo me espanté, que sólo oír una voz (que esto oílo con los oídos corpora-
les) y sin entender palabra, hiciese tanta operación en el alma. En esto vi,
que se había de hacer lo que pedía, y ansí fué, que se me quitó del todo
la pena, en cosa que aún no era (como si lo viera hecho) como fué des-
pués. Díjelo á mis confesores, que tenia entonces dos, harto letrados y sier-
vos de Dios- (1).
(1) Estos eran los Padres L)( mingo Báñez y (Jaicia de Toledo.
-235 —
Los éxtasis y arrobamientos se sucedían á cada paso. Isabel de Santo
Domingo que vivía por este tiempo en San José, dice: * Otras veces le
daba el Señor más grandes ansias de verlo y de verse desatada de ¡a
cárcel este cuerpo que parece le ponían en extremo de acabar la vida. Y
asi parece que en otro modo la sacaba de sí este deseo, con una ansia,
que toda, exterior é interiormente, la apretaba, que parecía arrancarse el
alma. Procuraba irse á lo más sólo de la casa, cuando así estaba, porque
esta pena trae este deseo. Mas yo entendí una vez della, que estaba apre-
tada en tal punto, que se temió se le había de acabar allí la vida sin que
la viese nadie; y estaba en una hermita y era de noche y sin luz. Yo la
había sentido salir del coro; y habíame ido en su mira; y como después
me estuviese escuchándola, entendí lo que era por lo de otras veces tenía
noticia. Y así entré donde estaba y me llegué á ella á oscuras, que no osé
llevar luz porque temí darle pena. Y aunque me decía que me fuese y la
dejase; no osé hacerlo, porque le toqué las manos y las tenía enclavijadas
y frías como de muerta. Dióme tanta pena, que sin mirar lo que hacía co-
mencé á reñirla, y á decirla que mirase lo que hacía, que también podía
haber peligro en aquello y morirse con aquella pena; y que se mataría así
y á nosotras; y que el demonio se holgaría de cortarle los pasos en el ser-
vicio de Dios, y que era desatino tomar ella tanta pena por ver á su Ma-
jestad hasta que El quisiese y lo ordenase. Ella, con una mansedumbre de
un ángel, me respondía: Calle, boba, y piensa que está en mi mano? Yo me
daba tanta priesa en darle mis consejos, que, aunque necios, la divertí
algo, para que estuviese para irse al coro, que nos fuimos á Maitines. Y
después fuimos las dos al confesor con este pleito, que era el Padre Maes-
tro Fray Domingo Báñez; y yo la acusaba y decía le mandase que no fue-
se lejos ni á solas en tales tiempos y que la había visto como fuera de sí en
las ansias que tenía >' (1).
■No se cansaba, añade, el limo. Yepes (2) de pedir á nuestro Señor,
que no le hiciese semejantes mercedes en público, y así contaba el Padre
(1 ) Vida de Isabel de Santo Domingo pt)r D. Miguel Bautista Lanuza. Libro 2.°, capí-
tulo XXV.
(2) Libro 1.", capitulo XV.
-286-
Maestro Báñez, que como una vez, acabando de comulgar, y estando en
una gran publicidad, se fuese á levantar el cuerpo de la tierra, ella se asió
fuertemente á una reja de la Iglesia, y muy afligida decía á Dios: Señor, por
una cosa que tan poco importa, como es dejar yo de recibir esta merced, no
permitáis que una mujer tan ruin como yo sea tenida por buena. Otras veces
se asia á las esteras del Coro, y las levantaba hacia arriba, y así tenía
prevenidas á sus compañeras; que cuando sintiesen algo de esto en público
la tirasen fuertemente de la ropa para no ser sentida» (1).
Además de estos regalos divinos la Santa se deleitaba viviendo en me-
dio de almas tan santas como eran sus primitivas hijas de San José. «Yo
me estaba deleitando, escribe en el capítulo 1 de sus Fundaciones entre
almas tan santas y limpias á donde sólo era su cuidado de servir y alabar á
Dios». Cuenta después los edificantes ejemplos de virtud, en especial de
obediencia, y luego continúa: «Pues, estando esta miserable entre estas
almas de ángeles, que á mí no me parecían otra cosa, porque ninguna fal-
ta, aunque fuese interior, me encubrían, y las mercedes y grandes deseos
y desasimiento que el Señor les daba, eran grandísimas; su consuelo era
su soledad, y así me certificaban, que jamás de estar solas se hartaban, y
así tenían por tormento que las viniesen á ver, aunque fuesen hermanos.
La que más lugar tenía de estarse en una ermita, se tenía por más dicho-
sa. Considerando yo el gran valor de estas almas, y el ánimo que Dios
las daba para padecer y servirle, no cierto de mujeres, muchas veces me
parecía que era para algún gran fin las riquezas que el Señor ponía en
ellas; no porque me pasase por pensamiento lo que después ha sido, por-
que entonces parecía cosa imposible, por no haber principio para poderse
imaginar, puesto que mis deseos, mientras más el tiempo iba adelante, eran
muy más crecidos de ser alguna parte para bien de algún alma; y muchas
veces me parecía, como quien tiene un gran tesoro guardado y-desea que
todos gocen de él, y le atan las manos para distribuirle: así me parecía es-
taba mi alma, porque las mercedes que el Señor en aquellos años
(1) Por este tiempo tuvo también lugar la dispensa ó conmutación del voto que el
P. García de Toledo hizo á la Santa Madre, como confesor que era suyo, según ya lo
hemos expuesto en el capitulo IV de la primera parte, al tratar de este R. Padre.
-287-
la luKÍa eran muy grandes, y todo me parecía mal empleado en mí.
'En la virtud de la obediencia, de quien yo soy muy devota, aunque
no sabia tenerla, hasta que estas siervas de Dios me enseñaron, para no
ignorar, si yo tuviera virtud, pudiera decir muchas cosas que allí en ellas
vi. Una se me ofrece ahora, y es: que estando un día en refectorio, diéron-
nos raciones de cogombro: á mí cupo una delgada, y por de dentro podri-
da. Llamé con disimulación á una hermana de las de mejor entendimiento
y talentos que allí había para probar su obediencia, y díjela que fuese á
sembrar aquel cogombro á un hortecillo que teníamos. Ella me preguntó,
¿si le había de poner alto ó tendido? Yo le dije que tendido. Ella fué y
púsole, sin venir á su pensamiento que era imposible dejarse de secar,
sino que el ser por obediencia le cegó la razón natural, para creer era muy
acertado (1). Acaecíame encomendar á una seis ó siete oficios contrarios, y
callando tomarlos, pareciéndole posible hacerlos todos. >
«Servía al Señor con mis pobres oraciones siempre, y yo procuraba con
las Hermanas que hiciesen lo mismo, y se aficionasen al bien de las almas
y al aumento de su Iglesia, y á quien trataba con ellas, siempre se edifi-
caban, y en esto embebía mis grandes deseos.-
En este tiempo llegó á España y á Avila el General de la Orden (1). «Yo
procuré, dice en el capítulo II, fuese á San José, y el Obispo tuvo por bien
se le hiciese toda la cabida que á su misma persona. Yo le di cuenta con
toda verdad y llaneza, porque es mi inclinación tratar así con los prela-
dos, suceda lo que sucediere, pues están en lugar de Dios, y con los con-
fesores lo mismo: y si esto no hiciese, no me parecería tenía seguridad mi
alma, y así le di cuenta della, y casi de toda mi vida, aunque es harto
ruin: él me consoló mucho, y aseguró que no me mandaría salir de allí.
Alegróse de ver la manera de vivir, y un retrato, aunque imperfecto, del
(1) Aún se conserva por tradición la memoria del sitio en que esta angelical novi-
cia, que lo era, Sor María Bautista, cegando su natural razón ejecutó este acto heroico
de obediencia.
(2) Juan Bautista Rosi ó Rúbeo, varón de grandes virtudes, quien amó tiernamente
á Santa Teresa. Gozaba este Santo General de hablar de ella y se deleitaba en lla-
marla «la mia figlia.*
-288 —
principio de nuestra Orden, y como la regla primera se guardaba en todo
rigor, porque en toda la Orden no se guardaba en ningún monasterio, sino
la mitigada; y con la voluntad que tenía de que fuese muy adelante este
principio, dióme muy cumplidas patentes (1) para que se hiciesen más mo-
nasterios, con censuras para que ningún provincial me pudiese ir á la
mano. Yo no se las pedí, puesto que entendió de mi manera de proceder
en la oración, que eran los deseos grandes de ser parte, para que algún
alma se llegase más á Dios.»
Con las patentes que tenía del General, pensó entonces en una segun-
da fundación, y escogió á Medina del Campo, ciudad entonces rica y pia-
dosa; pero se necesitaba la licencia del Abad.
A este fin envió á Julián Dávila (2): «á esto fué, dice, un clérigo muy
(1) El P. Báñez dice en su declaración de Salamanca para la canonización de la
Santa «que la mando hiciese, la dicha Madre Teresa de Jesús, tantos monasterios, como
pelos tenía en la cabeza.»
(2) El V. Julián üávila fué natural de esta ciudad y capellán á la vez que confesor
por muchos años del convento de San José: compañero inseparable de la Santa en sus
trabajos y en sus peregrinaciones. Andaban tan unidos sus nombres y su fama, que
como él testifica, corría un refrán por la comarca «que preguntando que qué se sonaba
en Avila, respondían que Teresa de Jesús y Julián Dávila.»
Era teólogo, según escribe Santa Teresa en su fundación de Sevilla, y hombre de
gran santidad y virtud. Sin embargo, no tuvo como confesor la discreción suficiente
para la dirección de las religiosas de San José; y asi escribiendo la Santa al P. Gracián,
decía, (a) «Espantada estoy de lo que hace el demonio, y tiene casi toda la culpa el
confesor, con ser tan bueno; mas siempre ha dado en que coman todas carne, y esta
era una de las peticiones que pedían. ¡Mire qué vida! Harta pena me ha dado ver
cuan estragada está aquella casa, y que ha de ser trabajo tornarlo á ser, con haber muy
buenas monjas.»
En otra carta de fecha posterior al mismo P. Gracian, ocupándose la Santa de la mala
dirección de Julián Dávila y estragos que causaba en su primer convento, pronunció
esta sentencia: «Dios me libre de confesores de muchos años». Dice así (b); ¡Oh mi
padre, qué desabrido anda Julián! A la Mariana no está para negársele cada día que le
(a) Tomo 5.", carta 326.
(b) Tomo 5." Carta 355
-289-
slervo de Dios y bien desasido de todas las cosas del mundo y de mucha
oración. Como la fundación habla de ser sin renta, no era fácil el obtener
la licencia, y sobre todo sin el informe de personas graves de la Ciudad;
con cuyo objeto convocó el Abad una junta que diese su parecer sobre
el caso. Asistió á ella el P. Domingo Báñez, como persona de tanta autori-
dad é hijo de la ciudad de Medina.
Aunque en la junta hubo oposición, hasta llegará desmandarse alguno
hablando mal de la Santa Fundadora, el P. Báñez que tanto la conocía,
como confesor que era suyo, y que había presenciado loque habla sucedido
en la fundación de San José de Avila, y había sido en ella su defensor y
patrono, la defendió también en esta ocasión, y dijo: *quién era la Madre
Teresa de Jesús y afeó las palabras que se dijeron contra ella, con lo cual
el Abad dio la licencia que para la nueva fundación se pedía>. Véase lo que
dice el autor de la Crónica de la Reforma: «No quiso el Abad (1) dar la li-
cencia sin información de conveniencia y consulta de personas graves.
Una se fué de lengua en deshonor de la Santa: y el P. M. Fr. Domingo Bá-
ñez que se halló presente, dijo con graves palabras quién era la Madre
Teresa, y cómo se debía hablar della: con que se despachó la licencia- (2).
Aunque la Santa tenía ya licencia del Abad y del pueblo, para fundar
en Medina, y estaba además cargada de patentes y de buenos deseos,
pero se encontraba sin ninguna posibilidad para ponerlo por obra. No
desfalleció, sin embargo, su ánimo más que de mujer y confiada en Dios
sale de Avila para realizar su obra. Veamos cómo ella misma describe esta
salida (3): <Pues ya que tenía la licencia, no tenía casa ni blanca (4) para
quiere, sino para rojearle con él. Todo es santo; mas Dios me libre de confesores de
muchos años. Ventura será si esto se acaba de desarraigar. ¿Qué hiciera si no fueran
tan buenas almas?»
(1) Muchas ciudades de España en el siglo XVI tenían el privilegio de ser gober-
nadas por un Abad. Medina del Campo era una de ellas, y la misma ciudad le nom-
braba como á todos los oficiales eclesiásticos y civiles. Por ese motivo lleva en su anti-
quísimo escudo esta divisa ó lema: «Ni del Papa beneficio, ni del Rey oficio.»
(2) Libro 2.°, capítulo V, número 4.
(3) Fundaciones, capituh» III.
(4) En tiempo de Santa Teresa dos ó tres blancas valían un maravedí.
19
■
— 290 —
comprarla: pues crédito para fiarme, en nada. Si el Señor no le diera, ¿cómo
le había de tener una romera (1) como yo? Proveyó el Señor que una don-
cella ipuy virtuosa, para quien no había habido lugar en San José que en-
trase, sabiendo se hacía otra casa, me vino á rogar la tomase en ella. Esta
tenía unas blanquillas, harto poco, que no eran para comprar casa, sino
para alquilarla; y así procuramos una de alquiler, y para ayuda al camino.
Sin más arrimo que éste, salimos de Avila dos monjas de San José y yo,
y cuatro de la Encarnación (2), que es el monasterio de la regla mitigada,
á donde yo estaba antes que se fundase San José, con nuestro P. Capellán
Julián Dávila.
«Cuando en la ciudad se supo hubo mucha murmuración: unos decían
que yo estaba loca; otros esperaban el fin de aquel desatino; el Obispo
(según después me ha dicho) le parecía muy grande, aunque entonces no
me lo dio á entender ni quiso estorbarme, porque me tenía mucho amor, y
no me dar pena; mis amigos harto me habían dicho, mas yo hacía poco
caso de ello; porque me parecía tan fácil lo que ellos tenían por dudoso,
que no podía persuadirme á que había de dejar de suceder bien.»
Añade el autor de la Reforma: «No fué tan secreta su salida, que no se
supiese en Avila. Conmovióse general murmuración en toda la ciudad: y
el juicio humano combatido de los vientos de sus discursos, naufragó. De-
cían unos de la Santa, que no tenía juicio; otros que era amiga de andar,
y de pasearse: otros esperaban en qué había de parar tan gran desatino...
El Obispo era el que más lo sentía, así por carecer de su presencia, con
que se consolaba, y aprovechaba; como porque le parecía no llevar cami-
no. Pero por la grande opinión que de la Santa tenía la dejó» (3).
Detengámonos un poco en analizar este pasaje de la Santa y veremos
lo que naturalmente se infiere de su contenido.
(1) Mujer que anda en romerías ó peregrinaciones.
(2) De las cuatro de la Encarnación, dos eran primas hermanas de la Santa é hijas
de Don Francisco Sánchez de Cepeda. Se llamaban Inés y Ana de Tapia.
De las dos religiosas de San José, una de ellas era Doña María de Ocampo, sobrina
de la Santa, á quien ya conocemos, que se llamó en la religión Maria Bautista, y vivió
más adelante muchos años en Valladolid siendo Priora.
(3) Libro 2.", capítulo V.
— 291 —
Era Santa Teresa una Virgen prudentísima muy mirada en el obrar y
hasta tímida (1) en sus pareceres como ella lo testifica en muchas ocasio-
nes. ¿Con qué apoyo, pues, con qué parecer contó para empezar con tan-
to ánimo la fundación que nos ocupa? Que lo hiciera sin consultar es un
absurdo que no se puede suponer en una Virgen que «fué principalmente
alabada de no hacer cosa sin tener aprobación primero de los más graves
y doctos hombres del reino y en especial de los Padres de Santo Domin-
go» (2.)
Y si consultó este tan grave negocio, como es evidente que lo hizo,
según era grande su prudencia, ¿con quién ó á quién hizo esta consulta?
¿Fué con sus compatriotas de Avila? Pero estos decían que estaba loca y
esperaban el fin de aquel desatino. ¿Fué con sus grandes amigos Salcedo,
Daza y Aranda? Pero estos le habían dicho harto para que no hiciese tal
cosa; mas ella hizo poco caso de ellos. ¿Lo consultó con su Prelado, que
lo era el Obispo de Avila? Pero á éste le parecía también un grande desa-
tino. ¿Con quién, pues, lo consultó, y quiénes únicamente aprobaron su
resolución? Fueron los hijos de Santo Domingo; fueron sus dos confeso-
res; fueron los FP. Domingo Báñez y García de Toledo; que por aquel
tiempo dirigían su espíritu, como lo hemos hecho constar en un principio,
(1) Escribiendo al P. Ordoñez de la Cumpañía y hablando de una carta que el
dominico y visitador P. Pedro habla escrito al P. Báñez dándole las veces para que en
unión con Santa Teresa determinase lo que convendría hacer acerca de un Colegio de
doncellas que se trataba de fundar en Medina, le decia: «hame dado más cuidado, en
especial después que vi hoy la carta del padre visitador, que lo remite al padre maestro
fray Domingo, y á mí; y escríbele una carta, en que para esto nos da sus veces, porque
soy tímida en cosa que yo he de tener algún voto; luego me parece lo he de errar
todo. (Carta 33).
(2) «A la segunda pregunta dijo que á personas muy graves en letras y en religión
con quien la Santa Madre trató, oyó este testigo nmchas veces y movió pláticas, sabe
de cierto de ellos que era mujer de heroicas virtudes y de rara santidad y en particular
la alababan de estas tres grandes virtudes, la una fué que jamás hacía cosa sin tener
aprobación primen» de los más graves y doctos hombres del reino y en especial de los
padres de Santo Domingo de los cuales oyó este testigo estar muy pagados de su
modo de proceder que era muy conforme á la perfección evangélica . (Declaración del
P. Alarcón, Lector de Teología en Santo Tomás, proceso de Avila.)
i
-292-
Ya dijimos también que al P. Báñez no sólo no le parecía desatino el
proyecto que la Santa tenia de hacer en Medina su segunda fundación,
sino que debido á la defensa que este Padre hizo de la Seráfica Madre, el
Abad, dio la licencia que para ese fin se pedía: por donde se nos da bien
á entender que aprobaba muy de grado la fundación intentada. Pero aún
tenemos que añadir otro dato mucho más significativo, y que de una ma-
nera decisiva prueba la eficaz intervención que el P. Báñez tuvo en esta
fundación.
Salió Santa Teresa de Avila el 13 de Agosto con dirección á Medina,
porque su intento era que el día 15, día de la Asunción de la Virgen se
hiciese la fundación. Mas al llegar á Arévalo, supo que los Agustinos se
oponían á sus intentos y que forzado había de haber pleito. El P. Báñez,
que por casualidad, ó más bien, por providencia divina, estaba en Arévalo,
se comprometió á concluir pronto y ea paz el negocio y resistencia de los
PP. Agustinos. Todo lo ocurrido en este caso nos lo refiere la Santa en el
capítulo III de sus Fundaciones, por estas palabras: «Pues llegando la pri-
mera jornada ya noche, y cansadas por el mal aparejo que llevábamos,
yendo á entrar por Arévalo, salió un clérigo nuestro amigo, que nos tenía
una posada en casa de unas devotas mujeres, y díjome en secreto cómo
no teníamos casa, porque estaba cerca de un monasterio de Agustinos y
que ellos resistían que no entrásemos ahí, y que forzado había de haber
pleito. ¡Oh válame Dios! Cuando Vos, Señor, queréis dar ánimo, ¡qué poco
hacen todas las contradicciones; Antes parece me animó, pareciéndome,
pues, ya se comenzaba á alborotar el demonio, que se había de servir el
Señor de aquel monasterio. Con todo, le dije que callase, por no alboro-
tar á las compañeras, en especial á las dos de la Encarnación (1), que las
demás por cualquier trabajo pasarán por mí. La una destas dos era supe-
riora entonces de allí, y defendiéronle mucho la salida, entrambas de bue-
nos deudos, y venían contra su voluntad, porque á todas les parecía dis-
parate, y después vi yo que les sobraba razón, que cuando el Señor es
(1) Aunque ha diclio antes que cíe la Encarnación eran cuatro las religiosas que la
acompañaban, pero sin duda en dos de ellas tenía menos confianza; y por eso dice
ahora que las dos de la Encarnación.
— 203 —
servido yo fundé una casa destas, parécenie que ninguna cosa admite mi
pensamiento, que me parezca bastante para dejarlo de poner por obra,
hasta después de hecho: entonces se ponen juntas las dificultades, como
después se verá.
Llegando á la posada, supe que estaba en el lugar un fraile dominico,
muy gran siervo de Dios, con quien yo me había confesado en el tiempo que
había estado en San José. Porque en aquella fundación traté mucho de su
virtud, aquí no diré más del nombre, que es el maestro Fray Domingo Bá-
ñez: tiene muchas letras y discreción, por cuyo parecer yo me gobernaba,
y al suyo no era tan dificultoso, como en todos los que iba á hacer; porque
quien más conoce de Dios, más fácil se le hacen sus obras, y de algunas
mercedes, que sabía su Majestad me hacia, y por lo que había visto en la
fundación de San José, todo le parecía muy posible. Dióme gran consuelo
cuando le vi; porque con su parecer todo me parecía iría acertado (1). Pues
venido allí, díjele muy en secreto lo que pasaba: á él le pareció que presto
podríamos concluir el negocio de los Agustinos; mas á mí hádaseme recia
cosa cualquiera tardanza por no saber qué hacer de tantas monjas, y así
pasamos todas con cuidado aquella noche, que luego lo dijeron en la po-
sada á todos».
Mucho nos dice Santa Teresa con las palabras que acabamos de trans-
cribir. Magnífico elogio contienen de lo que era para Santa Teresa el Pa-
dre Báñez. -Era, dice, hombre de muchas letras y discreción, por cuyo
parecer ella se gobernaba»: no le pareció había dificultad en la fundación
que se proyectaba y las demás que se habían de hacer en adelante; en lo
cual profetizó ó por lo menos presintió los destinos que el Señor tenía for-
(1) Son dignas de observación estas palabras de la Santa, que asegura que *con el
parecer del P. Báñez tudo iría acertado. > Era el P. Báñez, hombre que pasó toda su
vida en las escuelas de la Orden: su elemento eran las letras, en ias cuales se liabia
criado desde joven: y sujetos de esta especie no suelen, por lo común, ser los más
cuerdos y atinados cuando se trata de negocios y empresas que con frecuencia acae-
cen en la vida; sin embargo, por estas palabras de la Santa y por lo prudente que siem-
pre estuvo en aconsejarla, coni<t ya hemos visto, y se verá en adelante, se conoce que
juntó lo uno con lo otro, es decir, lo teórico con lo práctico, lo cual confirma una vez
el conocido apotegma de que «no hay regla sin excepción.»
— 294 —
mados acerca de esta incomparable mujer; y la razón de todo esto era
porque quien más conoce de Dios, más fáciles se le hacen sus obras; y el
P. Báñez, como confesor, conocía las grandes mercedes que Dios había
hecho á Teresa de Jesús. Había presenciado las maravillas que habían
acaecido en la fundación de Avila; había palpado como con la mano la
intervención soberana del espíritu de Dios, y de ahí que todo se le hiciera
fácil; porque ¿voliintati ejus qiiis resista? Por eso desde luego se compro-
metió á arreglar el negocio de los padres Agustinos; y Santa Teresa á su
vez descansó y recibió gran consuelo por la presencia del P. Báñez en
Arévalo y en ocasión tan recia como era aquella: porque desde luego se
la asentó que con su parecer todo había de ir acertado. En efecto; no se
equivocó, y todo fué acertado; pues como escribe el limo. Yepes «el Padre
Báñez, confesor y amigo grande de la Santa se le ofreció á alcanzar el be-
neplácito de los padres Agustinos; y de tal manera se hubo en este ne-
gocio, que el día siguiente, día de la Asunción de la Virgen, se dijo al
amanecer la primera misa en aquella Iglesia, que por tan pequeña y pobre
la comparaba la Santa con el portal de Belén.
Santa Teresa deseaba la mayor brevedad en el negocio, porque estaba
escarmentada de lo sucedido en Avila, y se lograron sus deseos; pues
como ella misma añade. «En esto mesmo vino (convino) el P. Maestro
Fr. Domingo». Sabroso sería por demás al lector si encontrase aquí trans-
crita la descripción que la Santa Fundadora hace de su entrada el día 14
á las doce de la noche en la ciudad de Medina y del afán con que em-
plearon lo restante de ella en aderezar la Iglesia y la gracia con que escri-
be: «Fué harta misericordia del Señor, que aquella hora encerraban toros
para correr otro día, no nos topar alguno»; y otros episodios de este géne-
ro; pero se alargaría demasiado este capítulo.
Concluyamos, pues, recapitulando lo que hasta aquí se ha dicho y que
concierne al objeto de este estudio. El P. Báñez, como hijo de la ciudad
de Medina y por el conocimiento grande que tenía de quién era la Madre
Teresa de Jesús al defenderla en la junta, influyó eficazmente para que el
Abad otorgase la licencia; y por eso dice la Crónica: «con que el Abad des-
pachó la licencia*. Santa Teresa emprendió esta fundación por consejo y
parecer de sus dos confesores Fr. García de Toledo y el P. Domingo Bá-
-295 —
ñez: pues no lo hizo sin consulta: y en Avila hasta sus amigos y el mismo
Señor Obispo consideraban su proyecto como un gran desatino. (1) El
Año Teresiano en el dia 30 de Septiembre confirma cuanto acabamos de
decir sobre el P. Báñez con estas palabras: Tuvo gran parte en la funda-
ción de Medina del Campo que fué la segunda que ejecutó la Santa, asis-
tiéndola y confortándola en Arévalo; y después en Medina en cierto con-
greso que se hizo sobre esta fundación, donde sus razones rebatieron todos
los obstáculos y siniestros informes, que detenían al Sr. Abad para dar la
licencia.
Finalmente acabamos de manifestar la actitud del P. Báñez con res-
pecto á la oposición que hacían á la fundación los padres de la Orden
Agustiniana, el consuelo grande que la Santa recibió con su presencia en
Arévalo, porque con su consejo había de salir con acierto en el negocio
como de hecho salió; de lo cual se deduce de una manera evidente, que
el P. Báñez influyó eficazmente en la fundación de Medina, que es lo que
intentábamos manifestar y probar en el presente capítulo.
(1) Plácenos consignar que los padres de la Conipiíñia ayudaron nniclio á la Santa
en esta fundación; en especial el V. P. Baltasar Alvarez, Rector que era el año de 15ü7
del Colegio de Medina. En esta ocasión, ó mejor dicho, por este tiempo ya no se ha-
llaba perplejo como sucedió en la fundación de Avila. Estaba convencidisimo de que
Santa Teresa habla recibido del cielo una misión providencial y la apoyó y ayudó en
Medina y siempre que necesitó de su dirección y amparo. Santa Teresa no vacila en
llamarle Santo.
Conviene también hacer constar que este sabio y virtuoso jesuíta cursó algunos años
de su carrera en este Colegio-Universidad de Santo Tomás de Avila.
CAPITULO IV
fundaciones de Ifíalagón, üalladolid y Coledo, y los IPIP. Báñez,
Castillo y Barrón.
I
FUNDACIÓN DE MALAGÓN
Fundado el monasterio de Medina, fué importunada la Santa por Doña
Luisa de la Cerda, duquesa de Medinaceli, en cuya casa había estado el
año 1562 por espacio de medio año, para que fundase un monasterio
en una villa suya llamada Malagón. Salió pues Santa Teresa de Medina en
Noviembre, y pasando por Madrid se detuvo algún tiempo en Alcalá de
Henares, donde se hallaba la beata de quien hace mención en el capitulo
XXXV de su Vida{\).
Había esta bendita mujer, terciaria de Nuestra Señora del Carmen, fun-
(1) A estii época deben referirse las dus graciosas anécdotas siguientes. Hospedá-
base la Madre en el convento de franciscanas descalzas de Ntra. Sra. de los Angeles
y allí acudieron curiosas gran número de Señoras nobles, ansiosas de ver, como ellas
decian, á la Santa. Pero ésta frustrando con delicadeza suma sus CiUculos, cambiados
los primeros saludos de buena crianza exclamó: ¡qué buenas calles tiene Madrid! y á
este tenor continuó hablando de cosas indiferentes.
De aquel Convento pasó ;'i otro de la misma reforma, aimque de fundación anterior,
llamado las Descalzas Reales. Quince días se detuvo allí; y al partirse, tanto las Reli-
giosas como su Abadesa, Juana de la Cruz, parienta próxima de San Francisco de Borja,
exclamaron: ¡sea Dios bendito! que nos ha permitido ver una Santa á quien todas po-
I
-298-
dado en Alcalá un monasterio con el título de la Imagen, en virtud de
breves y despachos que había traído de Roma; pero como mujer que ha-
bía sido casada, y sin conocer la vida regular y de convento, rogó á la
Santa Madre permaneciese en aquel su monasterio á fin de enseñarles el
modo de proceder en las observancias monásticas. Accedió la Santa á ello
y no sólo enseñó á la V. M. de Jesús (que así se llamaba esta bendita mu-
jer) y á sus hijas con ejemplo, sino que como añade la Crónica Carmeli-
tana (1): Dióles las Constituciones que para el convento de Avila hizo,
donde estaba el modo que se había de guardar en todas las acciones mo-
násticas- (2). Quisieran las religiosas que Santa Teresa continuase por
demos imitar. Come, duerme, habla como nosotras: nada hay en ella que huela á afec-
tación-.
En esta ocasión sucedió también lo que nos refiere Sor Petronila Bautista, religiosa
descalza en San José, cuyo testimonio dice así:
A! artículo 80 dijo: «que ansimismo el Señor dotó á la dicha Santa Madre Teresa
de jesús de muchas gracias, haciéndola su arcaduz.
Unas veces para que amenazase de parte de Dios á algunas y otras para que los
agradeciese los servicios que le hacían y sucedió que una vez el Señor, la dijo: -Tere-
sa, di al Rey— que era Don Felipe II— que se acuerde del Rey Saúl, lo cual regatea-
ba de decir la Santa, y sus confesores que eran en aquella sazón Fr. García de Toledo
y Fr. Domingo Báñez, Dominicos, varones muy doctos y de ejemplar vida, la dijeron
que lo dijese, y ansí la Santa Madre lo hubo de obedecer, y por intercesión de la
Princesa Doña Juana, hermana del dicho Rey D. Felipe II, se lo dijo, lo cual su Majes-
tad el Rey D. Felipe, lo tomó como tan católico Rey, y desde allí estimó en mucho á
la Santa Madre y la enviaba á decir que le encomendase á Dios y se escribieron nui-
chas veces el uno al otro con nuicha llaneza y la Santa le llamaba mí amigo al Rey, el
cual la ayudó y socorrió con todo favor á la Santa Madre en los trabajos y contradic-
ciones que tuvo cuando la división de esta Orden, aunque sus Superiores y el Reve-
rendísimo Nuncio, no bien informados de la verdad y s;intídad y buen celo de la síerva
de Dios, la eran contrarios, porque el Rey tenía ya gran aprobación y conocimiento de
las virtudes y santidad y buen celo de la síerva de Dios '. (Proceso de Avila.)
(1) Libro 2." capítulo X.
(2) El parangón que hicimos en hi segunda parte entro las Constituciones de la
Orden de Santo Domingo y la Reforma de Santa Teresa se refiere á estas del convento
de la Imagen de Alcalá, que son las primitivas que hizo Santa Teresa en San José de
Avila y que implantaba en los iiuevos Conventos.
— 299-
niás tiempo en su compañííi por el grande aprovechamiento que experi-
mentaban en su espíritu. La Santa, que nada obraba sin el consejo de le-
trados, acudió á su confesor el P. M. Báñez: Y habiendo, dice la Crónica
Carmelitana, consultado con el P. M. Fr. Domingo Báñez, que entonces
se hallaba allí en la fundación del Colegio de Santo Tomás, de su orden,
oyó de él sería mejor proseguir las fundaciones propias que detenerse más
en la agena. -
Se decidió, pues, á dejar aquel convento de la Imagen y trasladóse á
Malagón para la fundación tan deseada de Doña Luisa de la Cerda. Pero
tropezaba con el grande inconveniente para ella, como era el que tuviese
renta, sin la cual no era posible fundar, por ser el lugar muy pobre. En-
tonces, dice la Crónica Ca'-niclitana (1): «Consultó en Alcalá á diferentes
letrados lo que debía hacer, y en especial al P. M. Báñez, confesor suyo
muy estimado. El le respondió, que supuesto que el Concilio Tridentino
daba licencia á todas las religiones para que pudiesen gozar de renta, y
que en pueblo pequeño no se podía pasar de otra manera, no era justo
dejar fundación de tanto provecho y servicio del Señor, por su devoción.
Con esto (dice la Santa tratando de su fundación) se juntaron las muchas
importunaciones de esta señora, por donde no pude hacer menos de ad-
mitirla. >
Lo mismo nos testifica el Sr. Yepes por las siguientes palabras (2):
«Trató este negocio con algunos letrados, especialmente con el P. M. Fray
Domingo Báñez, Catedrático de Prima de la Universidad de Salamanca,
que fué muchos años su confesor y refugio, y él la aconsejó no reparase
en la renta, que pues el concilio Tridentino daba licencia para poderla te-
ner, no era justo se dejase por eso de hacer un monasterio, donde tanto
el Señor se podía servir. Ella, como siempre se gobernaba por parecer de
letrados, rindió el suyo, aunque de mala gana, porque como verdadera
adoradora de la santa pobreza, jamás se podía consolar en tener renta. Ad-
mitió la fundación, y partió para Toledo, que era donde Doña Luisa de la
Cerda la esperaba, y de allí habían de ir las dos juntas á la fundación.
(1) Libro 2." capítulo XI.
(2) Vida de Santa Teresa, libro 2." capitulo XVIIl.
— 300-
Idéntico es el testimonio del biógrafo P. Ribera, y finalmente la misma
santa escritora, al referir la fundación que nos ocupa, dice así: «Tratado
con letrados y confesor mió (P. Báñez), me dijeron que hacía mal, pues
el Santo Concilio daba licencia de tenerla, que no se había de dejar de ha-
cer un monasterio, á donde se podía tanto el Señor servir, por mi opi-
nión.»
Día de Ramos de 1568 quedó fundado este monasterio. Fué muy acer-
tado el parecer del padre Báñez de que era agradable á Dios fundase sus
monasterios con renta cuando no fuese posible otra cosa, como se la ma-
nifestó el Señor en una visión que la Santa tuvo en ese mismo convento,
de Malagón y que refiere ella por las siguientes palabras: (1) «Acabando
de comulgar, segundo día de Cuaresma, en San José de Malagón, se me
presentó Nuestro Señor Jesucristo en visión imaginaria como suele... Díjo-
me que no le hubiese lástima por aquellas heridas, sino por las muchas
que ahora le daban. Yo le dije que qué podía hacer para remedio de esto,
que determinada estaba á todo. Díjonie que no era ahora tiempo de des-
cansar, sino que me diese priesa á hacer estas casas, que con las almas
de ellas tenía Él descanso, que tomase cuantas me diesen, porque había
muchas que por no tener adonde no le servían, y que las que hiciese en lu-
gares pequeños fuese como esta que tanto podían merecet con deseo de hacer
lo que en otias ... Paréceme que estaría allí aún no dos meses, porque mi
espíritu daba priesa para que fuese á fundar la casa (el Convento) de Va-
lladolid . La causa de esta priesa que la ponía el Señor, como ella misma
escribe en el capítulo X; era porque no había de salir del Purgatorio el
mancebo D. Bernardino, quien le había dado casa para fundar en Valla-
dolid hasta decirse la primera misa.
Vino desde Malagón á Valiadolid pasando por Escalona como la Santa
escribe á doña Luisa de la Cerda (2). Voyme por Escalona, que está allí
la Marquesa (3) y envió aquí por mí. Yo le dije que V. S. me hacía tanta
merced, que yo no habla menester que ella me la hiciese, que me iría por
(1) Santa Teresa. Relación 3."
(2) 1.a l-iieiitc, carta 3:"; edición 1801.
(3) Marquesa de Villana y Escalona.
I
— 301 -
allí. Estaré medio día no más, sí puedo, y esto porque me lo ha enviado á
mandar Fr. García (dominico) que se lo prometió, y no se rodea nada>. A
estas palabas de su santa madre, añade el comentador P. Antonio de San
José, lo siguiente: En el número octavo dice, hacía su camino por Esca-
lona, que es un lugar cerca de Segovía, y no se rodea mucho para Avila.
Bien derecha iba la que caminaba por obediencia. Esta se la intimó Fray
García de Toledo (dominico), que aun parece estaba en Avila, donde fué
Maestro de Novicios.
II
FUi\DAC!ÓN DE VALLADOLID
*Entré en Valladolid, continúa Santa Teresa (1) día de San Lorenzo, y
llegando el día de Nuestra Señora de la Asunción, que es á quince de
Agosto, año de mil y quinientos y sesenta y ocho, se tomó posesión de
este monasterio*. En este día, ó sea el de la fundación de su convento de
Valladolid, predicó el sermón inaugural, según nos dice la Historia, el elo-
cuentísimo P. Dominico Fr. Hernando del Castillo, predicador de S. M. y
gran historiador de la Orden de Santo Domingo.
Honraron también los dominicos á Santa Teresa y á su Reforma cuando
se hizo á los pocos meses la traslación de la comunidad ó convento de la
casa que dio á Santa Teresa D. Bernardino de Mendoza dentro de la ciu-
dad. Esta traslación se hizo el 3 de Febrero de 1569, estando Santa Teresa
presente.
Se hizo con gran solemnidad, «asistiendo, escriben las RR. MM. Car-
melitas de París, D. Alonso de Mendoza, Obispo de Avila y hermano de
los fundadores, la comunidad de Carmelitas de la observancia (Calzados)
los religiosos de la Orden de Santo Domingo y toda la alta sociedad de
la ciudad'. (Tomo 3." página 153). (2).
Hablando la Santa en el capítulo II de la hija del Adelantado de Cas-
(1) Fundaciones, capítulo X.
(2) Se hizo la fundación el 15 de Agosto de ISCiS, pero cayeron pronto la^ religión. is
enfermas por ser mal san(» el lugar, como la Santa lo dice al liablar de esta fundación, y
por eso iuibieron de trasladarse a! Febrero siguiente de 15(3'J.
-302-
tilla, Doña Casilda de Padilla, que entró luego en este monasterio, después
de vencer grandísimas dificultades de parte de su familia, dice así: «Esto
era por la mañana: hubiéronse de quedar hasta la tarde, y enviaron á lla-
mar á su confesor y al padre maestro fray Domingo, que lo era mío, domi-
nico, de quien hice al principio mención, aunque yo no estaba entonces
aquí. Este padre entendió luego que era espíritu del Señor, y la ayudó mucho,
pasando harto con sus deudos, (así habían de hacer todos los que le pre-
tenden servir, cuando ven un alma llamada de Dios, no mirar tanto las
prudencias humanas), prometiéndola de ayudarla para que tornase otro
día.
El P. Báñez, no sólo defendió á Casilda de Padilla para que tomase el
hábito de Descalza, contra los caprichos de su familia, sino que además
obtuvo un Breve de Roma para que con dispensa de edad hiciese su pro-
fesión: y á esto alude Santa Teresa, cuando escribiendo al P. Gracián, le
dice: «Hoy me han traído esas (cartas) de Valladolid, dícenme que ha ve-
nido de Roma para que haga profesión Casilda... Ya dirían á V. P. ó se lo
dirían á quien dio la relación (el informe), que el uno fué Fr. Domingo.»
El Año leresiano en el día 30 de Septiembre hablando de esta funda-
ción de Valladolid y de lo que sirvió siempre el P. Báñez á Santa Teresa
y á su Reforma, dice así: «En Valladolid se manifestó igualmente activo, y
vigilante á favor de la Santa, y sus hijas, acerca de la vocación, y entrada
en la Orden de Doña Casilda de Padilla, Hija de los Adelantados Mayo-
res de Castilla y heredera de su Estado; debiéndose á la dirección de
este grave Maestro el éxito feliz de esta dependencia. El reclutaba monjas
para poblar nuestros monasterios, sin perdonar afán en cuanto se orde-
naba al obsequio de la maestra celestial, y amparo de nuestra Descalcez».
Como hemos de ver más adelante en las cartas de Santa Teresa, en
especial las que escribió á su sobrina María Bautista, Priora que fué mu-
chos años, el P. Báñez se le debe considerar como el director nato, como
vicario de este convento de Descalzas de Valladolid durante el tiempo que
este reverendo Padre vivió allí como Lector y Regente del Colegio de San
Gregorio, y así escribiendo la Santa á su sobrina la decía en una ocasión:
"Adonde está el P. M. (Fr. Domingo), ¿qué falta puedo yo hacer?>
En Valladolid la ayudaron también con sus letras y prudente dirección,
— 303-
los Maestros Osma y Orellana. los Regentes Diego Suarez, Felipe Me-
neses y Diego Alvarez, más tarde Obispo de una ciudad de Italia; y tantos
y tantos sujetos eminentes como se sucedieron, ya en el célebre convento
de San Pablo, ya en el Colegio magno de San Gregorio, donde brillaron
los mejores ingenios que la Orden de Santo Domingo tuvo en España en
los días que vivió esta Santa Madre. Por eso dicen muy bien las Carme-
litas de París: 'que tanto en el convento de San Pablo como en el Cole-
gio de San Gregorio encontró Santa Teresa confesores y consejeros de
una ciencia y virtud poco comunes* (Tomo 3.° página 148.)
Sobre un sermón que este padre dominico predicó en la Iglesia del
nuevo convento de Descalzas, y el cual oyó Santa Teresa, hace mención
la misma Santa en una carta á la lima, señora doña Ana Enriquez, cuando
la dice: (1) Este día de Santo Tomé, hizo aquí el P. Fr. Domingo un
sermón, á donde puso en tal término los trabajos, que yo quisiera haber
tenido muchos: y aún que me los dé el Señor en lo porvenir. En extremo
me han contentado sus sermones. Tiénenle elegido por prior: no se sabe
si lo confirmarán. Anda tan ocupado, que le gozado harto poco >.
La Crónica Carmelitana hablando de la gran observancia y fervor de
las religiosas de esta casa, escribe de esta manera: (2) < Muchos testimo-
nios en abono de la observancia y religión desta casa pudiéramos aquí
traer: y los principales (que son del cielo) referiremos en el capitulo siguien-
te, pero basta de los de la tierra uno muy grave, que fué el dicho del Pa-
dre fray Pedro Fernández de la Orden de Santo Domingo, Comisario y
Visitador Apostólico de la de Nuestra Señora del Carmen, antes que se
hiciese la separación de la Descalcez. El cual habiendo visitado este Con-
vento se hacía lenguas en alabanza de la gran perfección que había hallado
en él y entre otras cosas que refería y advirtió, era que en el tiempo que
duró el Capítulo de visita, y advertencias del. no vio que religiosa alguna
alzase jamás los ojos, ni menease pie ni mano, ni escupiese; sino que
todas estaban inmobles y como muertas: tai era y tan grande su compos-
tura y mortificación -.
(1) Tditk) 1.", Carta 12.
(2) Libro 2.", capitulo XVII.
- 304 —
III
FUNDACIÓN DE TOLEDO
Expuesta la intervención que tuvieron los Dominicos en la fundación
de los conventos de Malagón y Valladolid, expondremos la que tuvieron
en el convento de Toledo.
El 21 de Febrero de 1569 salió de Valladolid Santa Teresa, y, habiendo
visitado á sus hijas de Medina, pasó á Duruelo, donde los dos primitivos
padres de la Descalcez, V. Fr. Juan de la Cruz y el V. P. Fr. Antonio He-
redia, acababan de fundar el primer convento de Religiosos Descalzos,
edificando á los pueblos con su vida angelical.
Mucho gozó la Santa al ver tan buenos principios; pero, sin detenerse,
pasando por Avila y Medina, llegó á Toledo el 24 de Marzo de este mis-
mo año de 1569.
En el capítulo XV del libro de las Fundaciones, cuenta la Santa mucho
de lo ocurrido en esta fundación, digno por cierto de ser leído, por la gra-
cia con que la Santa escritora lo refiere. El ofrecimiento que hizo de sí y de
su persona el pobre é infeliz Andrada..., los dos jergones y una manta, jun-
to con no tener una seroja de leña para asar una sardina... aquel ir á boca
de noche con una campanilla para tomar la posesión, de las que se tañen
para alzar..., aquel levantarse de la cama despavoridas las mujeres... aquel
estar las monjas mustias, con otras muchísimas historias que la. Santa re-
fiere en ese capítulo, hacen de él uno de los de más amena lectura de
cuantos nos dejó la Santa escritora en el incomparable libro de sus Funda-
ciones. Y sólo diremos con la Crónica Carmelitana, que, cuando esto su-
cedía, era gobernador del Arzobispado D. Gómez Tello Girón (1). El y su
consejo fabricaron tantas dificultades, que se resolvieron á negarla. A lo
cual ayudaban no poco ciertos émulos de la Descalcez, que de secreto
atizaban. Ya eran pasados dos meses, y cada día hallaban más cerrada la
puerta los que por la Santa negociaban. Habiéndolo encomendado á Nues-
tro Señor, se fué á una iglesia acompañada de Isabel de Santo Domingo,
(1) Libro 2.", capitulo XXIIL
-305 —
cercana á la casa del gobernador, y envióle á suplicar le diese audiencia.»
Santa Teresa refiere la entrevista con el gobernador por estas palabras:
*y asi me determiné de hablar al gobernador, y fuíme á una iglesia que
está junto con su casa, y enviéle á suplicar que tuviese por bien de ha-
blarme. Habia ya más de dos meses que andaba en procurarlo y cada dia
era peor. Como me vi con él díjele: »Que era recia cosa, que hubiese mu-
jeres que querían vivir en tanta perfección y encerramiento, y que los que
no pasaban nada de esto, sino que estaban en regalos, quisiesen estorbar
obras de tanto servicio de Nuestro Señor. «-
-Estas y otras hartas cosas le dije con una determinación grande que
me daba el Señor. De manera le movió el corazón, que, antes que me qui-
tase de con él, me dio la licencia. >
El 14 de Mayo, dia de San Bonifacio, tomó posesión con fe y auto de
escribano y dedicóse el convento á honor del glorioso patriarca San José.
El Jesuíta V. P. Ribera refiere en el capitulo XIV del libro segundo el
apuro que la Santa pasó, por las siguientes palabras: Los oidores del con-
sejo del Arzobispo, cuando vieron hecho el monasterio, para quien nunca
hablan querido dar licencia, enojáronse en extremo, y como no estaba alli
el gobernador, porque se le había ofrecido cierto camino después de haber
dado la licencia; estaban muy bravos y decían que estaban espantados del
atrevimiento de una mujercilla, que contra su voluntad les hubiese hecho
un monasterio y hacían grandes amenazas.
<Pero el P. Fr. Vicente Barrón, de la Orden de Santo Domingo, que la
conocía mucho y había hablado de esta fundación con el gobernador, te-
nía algunas noticias de lo de la licencia, y habló á algunos del cabildo.
Con esto y con los buenos intercesores, y con estar ya el negocio hecho,
se allanaron los oidores». Ya se ha hablado bastante en otra parte de este
V. P. Dominico, que fué el confesor del padre de Santa Teresa, el mismo
que hizo volver á ésta al ejercicio santo de la oración y quien recibió por
las oraciones de la Santa extraordinarias mercedes del Señor.
Como síntesis de todo lo expuesto en este cuarto capitulo, resulta que
los Dominicos influyeron en estas tres fundaciones, ya mandando el Pa-
dre Báñez á Santa Teresa que abandonase cuanto antes el convento de la
Imagen de Alcalá y prosiguiese las fundaciones, como quien comprendía
20
-306 —
que la Santa había recibido esta misión de Dios y que toda su reforma era
obra de su espíritu; ya deshaciendo también las dificultades conque la
Santa tropezaba en no querer renta para sus conventos.
En Valladolid honró á Santa Teresa y su reforma el célebre predicador
de su Majestad, el Dominico P. Hernando del Castillo, predicando el ser-
món el día de la toma de posesión y los Dominicos PP. Báñez y Pedro
Fernández apoyan con su prestigio y autoridad de sus palabras esta nue-
va fundación.
Por último, cuando los del consejo del Arzobispo de Toledo estaban
muy bravos contra Santa Teresa y la enviaban excomuniones, el dominico
P. Barrón les amansa, é infórmales de quién era Santa Teresa, por tenerla
tan conocida desde su niñez, levantante la excomunión y queda la Santa
en posesión pacífica de su nuevo monasterio.
Santa Teresa consagra el capítulo siguiente, ó sea el XVI, á elogiar las
grandes virtudes de las religiosas que profesaron luego en este convento
de Toledo, en especial, cuenta la muerte .envidiable y santa que tuvo una
de ellas, y después de decirnos la paz y alegría con que morían sus hijas y
las muchas mercedes que Dios las hacía en aquella hora, cotejadas con
las sutilezas y engaños que padecen los mundanos al morir, tentándolos
el demonio, nos cuenta el caso sig.riente:
«Una cosa se me ofrece ahora que os quiero decir; pues conocí á la
persona que era casi deudo de deudos mios. Era gran jugador y había,
aprendido algunas letras, que por éstas le quiso el demonio comenzar á
engañar con hacerle creer que la enmienda á la hora de la muerte no valía
nada. Tenía esto tan fijo, que en ninguna manera podían con él que se
confesase, ni bastaba cosa, y estaba el pobre en extremo afligido y arre-
pentido de su mala vida; mas decía que para qué se había de confesar, que
veía que estaba condenado. Un fraile dominico que era su confesor y le-
trado, no hacía sino arguirle; mas el demonio le enseñaba tantas sutilezas
que no bastaba. Estuvo así algunos días, que el confesor no sabía que se
hacer, y debíale de encomendar harto al Señor él y otros, pues tuvo mise-
ricordia de él. Apretándole ya el mal mucho, que era el dolor de costado,
tornó allá el confesor, y debía de llevar pensadas más cosas con que le
argüir, y aprovechara poco si el Señor no hubiera piedad de él para ablan-
-307 —
darle el corazón; y como le comenzó á hablar y á darle razones, sentóse
sobre la cama como si no tuviera mal y díjole: ¿Que, en fin, decís que me
puede aprovechar mi confesión? Pues yo la quiero hacer, é hizo llamar un
escribano ó notario, que de esto no me acuerdo, é hizo un juramento muy
solemne de no jugar más y de enmendar su vida y que lo tomasen por tes-
timonio, y confesóse muy bien, y recibió los Santos Sacramentos con tal
devoción, que, á lo que se puede entender según nuestra fe se salvó. -
■•*-
^^^^1)^:^^^
CAPITULO V
San Fio ü. nombra visitadores Apostólicos de la orden del Carmen
á los Rvdos. IPIP. Dominicos
ir. IPedro Fernández y fv. francisco Uargas,
Hemos visto en los capítulos precedentes cómo los dominicos Fr. Pe-
dro Ibáñez y Fr. Domingo Báñez ayudaron á la seráfica Virgen Santa Te-
resa de Jesús en su primera fundación de San José de Avila; cómo hicieron
esto mismo en las de Medina, Malagón, Valladolid.y Toledo, el citado
P. Báñez, García de Toledo, Vicente Barrón y Hernando del Castillo. Co-
rrespondía ahora, siguiendo con rigor el orden cronológico, tratar de las
fundaciones tanto de Descalzas como de Descalzos; las cuales tuvieron
lugar en Julio de 1569. Pero nos parece conveniente interponer antes un
capítulo en que demos á conocer á dos reverendos padres de la Orden de
Santo Domingo, que fueron nombrados por el dominico San Pío V, Visi-
tadores de la Orden del Carmen, los cuales no ya sólo como personas
particulares, como amigos y devotos de la Santa la ayudaron en su em-
presa, sino también, y mucho más como vicegerentes y representantes del
santo Pontífice Pío V. La Bula se expidió en Roma el 20 de Agosto de 1569
con facultades amplias, no sólo para ordenar cuanto creyesen conveniente
al buen gobierno de las Provincias que les eran encomendadas, sino tam-
bién para comisionar ó subdelegar en otros sujetos ya de la Orden de
— 310 —
Santo Domingo, ya de la del Carmen, como en realidad lo hicieron en di-
versas ocasiones, según lo hemos de observar más adelante. (1)
No es nuestra intención exponer en este capítulo cuanto estos Visita-
dores hicieron en favor de la Descalcez, revestidos como estaban, de la
autoridad suprema de la Sede Apostólica y destinados por Dios para am-
parar á esa incomparable mujer y su gigantesea obra en los asuntos de más
trascendencia, y que pudieran llamarse de vida ó muerte para la Descalcez:
baste decir por ahora, que su influencia en este caso fué suprema, defen-
diendo muchas veces á Teresa y su Reforma contra las potestades del siglo
adversantibus plerumque scsculi principibus, como nos dice la Iglesia. Sólo
se trata de dar á conocer el nombramiento de las personas designadas para
tan delicado cargo; y sobre todo nos importa conocer á ese pontífice santo,
á ese hijo de, Santo Domingo que por inspiración del cielo tomó una me-
dida de transcendencia tal, que sin ella, no hubiera podido consolidarse la
obra de la descalcez; y toda la perfección que en ella se profesaba hubiera
ido por el suelo, para usar las mismas frases de Teresa de Jesús. Por eso
nos dice la Iglesia «Diva Teresia a Sancto Pió V singulariter protecta est
San Pío V amparó de una manera especial á Santa Teresa de Jesús. (2)
El cronista de la Reforma empieza el capítulo XXXVIII del libro 4.° por
estas palabras: <- Señala Pío V visitadores de la Sagrada Orden de Predi-
cadores á la del Carmen y con su favor comienza á dilatarse la Descalcez»:
y después de decirnos con cuánto celo los felicísimos Reyes Católicos
intentaron la reforma de las Ordenes Religiosas, pero sobre todo el celo-
sísimo Rey Felipe II, quien jamás alzó la mano de limpiar los espejos don-
de los pueblos se miran, fijando su atención en la Sagrada Orden del Car-
men cuya historia está escribiendo, dice así: «Uno de los sucesos de más
importancia y digno de mucha atención es el de los visitadores que Pío V
dio de su Orden de Predicadores á la del Carmen. Porque fueron los que
mucho favorecieron y honraron nuestra Descalcez, que con el favor de su
Orden había comenzado, y por cuyo parecer y mandato ella comenzó á
dilatarse.
(1) P. Antonio de San José. Tomo 3." carta 59.
(2) Breviario Ordinis Prcedicatorum 15 Octobris.
- 311 -
Ya queda dicho arriba cómo el Reverendísimo Fr. Juan Bautista Rúbeo
de Rávena, á instancia de Felipe II, pasó de Italia á España á visitar su
Orden y reformarla.
Viendo el prudente Rey que el fruto no había correspondido á las es-
peranzas, hizo nuevas diligencias con el Santísimo Padre Pío V, para que
diese nuevas órdenes en la visita del Carmen.
Accediendo á esto el Santísimo Padre, mandó que la Orden del Carmen
íuese visitada y reformada por la de Santo Domingo. Señaló para la de
Castilla al R. P. M. Fr. Pedro Fernández, prior que al presente era de su
convento de Talavera de la Reina, en quien letras y santidad concurrían.
Despachóle un Breve en que le daba sus veces pontificales, con comisión
amplia de cuatro años para todo lo que le pareciese conveniente en orden
á la reforma; y facultad de sustituir su comisión en el religioso que fuese
á propósito, estando él ocupado ó impedido. Otro semejante Breve des-
pachó al R. P. M. Fr. Francisco de Vargas de la misma Orden de Santo
Domingo, prior de San Pablo de Córdoba, adornado de la prudencia, le-
tras y religión que tan grande asunto pedía (1).
Nada nos dice el historiador de la Reforma sobre la influencia que
pudo tener Santa Teresa en el nombramiento de los visitadores. Consta
sin embargo, que la Santa Madre estuvo en comunicación con el pontííí-
(I) Escribiendo la Santa á su sobrina María Bautista, Priora en Valladolid, la decía:
'Harta falta nos es estar el P. Visitador tan lejos, que hay negocios, que aunque más
sea, creo le habré de enviar mensagero, que no basta el Perlado que es, ó para lo que
es. Séalo él muchos años». (Tomo 4.°, Carta 19).
«Comentando el P. Antonio de San José estas palabras de su Santa Madre, dice así:
«Para cuya inteligencia se ha de notar lo segundo, que el P. Visitador Apostólico Fray
Pedro Fernández, cometió sus veces al P. Bánez, para el gobierno de Descalzas y Des-
calzos; en fin, le hizo su Prelado por sustitución de su Comisión, que le podía hacer,
según la Bula, original de San Pío V, que poco ha se ha hallado en nuestras religiosas
de Toledo, con data de 20 de Agosto de 15G9, de cuyo hallazgo darían giHtiK.is ilhrj-
cias nuestros historiadores primitivos, pues se lastimaban de su falta.
«Pues ésta es la causa, porque prosiguiendo, dice la Santa la será preciso acudir ai
principal Visitador, que era el P. Fernández, porque ocurrían negocios en que Báñez,
como era sustituto, no la podía subvenir. Que no basta, dice, el Perlado que es, ó para
lo que es.»
— 312 —
ce dominico y bien sabida es la eficacia que para todo y para todos tenían
las cartas de Teresa de Jesús. La Madre Isabel de Santo Domingo, una de
la piedras angulares de la nueva reforma, nos habla en la declaración que
prestó en Avila en 1610 para la canonización de la Santa Fundadora, de
esas cartas «escritas, dice, con una prudencia del cielo, y esto vi por ex-
periencia algunas veces en unas cartas que me dejó que la Santa escribió
á Nuestro muy Santo Padre Pío V, las cuales iban llenas de tanto espíri-
tu, y escritas con tanta prudencia y humildad, que el Espíritu Santo pare-
cía haberlas dictado>. Es, pues, indudable que Santa Teresa influyó gran-
demente en el ánimo del Pontífice que tanto la ayudó en sus empresas.
Ya que este Santo Pontífice fué quien tomó medida de tanta trascen-
dencia para la Descalcez, justo es estampar aquí el juicio crítico sobre este
hijo de Santo Domingo, según se halla en una bien escrita memoria sobre
la influencia de la Orden Dominicana en la Obra de la Reforma y que
obtuvo el correspondiente premio. Dice así:
«Fué San Pío V, uno de los mayores Papas que han florecido en la
Iglesia de Dios, por su espíritu evangélico, altamente celoso y reformador;
Papa digno émulo y competidor de Gregorio Vil, Inocencio III, Alejandro
III y Bonifacio VIII, es, sin duda, Pío V, el gran Papa de los Dominicos,
el último de los sucesores de San Pedro, á quien la Iglesia haya tributado
los honores supremos de la canonización. ¡Loor y prez inmortal cupo á la
Exponiendo el mismo P. Antonio de San José la Carta 19 del tomo 4.", dice al ha-
blar del P. Antonio Heredia ó de Jesús: «Y antes le delegó algunas visitas el de Sala-
manca, esto es el P. Fr. Pedro Fernández, Prior actual de San Esteban, cuando fué Vi-
sitador, y se ven sus aprobaciones en los libros de cuentas de la Encarnación de Avila,
donde ix 9 de Octubre de 74, firma: Fr. Antonio de Jesús, Vicario Provincial.»
Las MM. Carmelitas de Paris, afirman expresamente que «el P. Pedro Fernández
delegó en el P. Baltasar de Jesús, carmelita descalzo, parte de su autoridad sobre los
descalzos de Castilla, haciéndole su Vicario Provincial. El P. Visitador de Andalucía,
Fr. Francisco Vargas, añaden le nombró su delegado en Andalucía en 1573 y luego al
P. Gracián». (Volumen 3.", página 232).
Finalmente sé dio el caso de que á petición de la misma Santa Teresa el Visitador
P. Pedro delegó su autoridad sobre el P. Medina nombrándole Prelado de la Santa
Madre.
-313-
Orden de Santo Domingo, en contar entre sus miembros á tan meritísimo
Pontífice, ya desde la temprana edacj de los catorce años!
»Pio V fué grande, no sólo por su piedad, por su austeridad y por el
heroísmo de sus virtudes; sino por las obras que acometió durante su glo-
rioso pontificado. Todos los paises experimentaron los efectos de su pa-
ternal solicitud: luchó denonadamente contra los protestantes que invadían
la Iglesia, con los Turcos que amenazaban anegar en fuego y sangre á
Europa, y contra la relajación de costumbres, cuya reforma llevó á cabo
con inflexible fortaleza. Ocupóse en la rehabilitación cristiana de las artes,
en la disciplina eclesiástica y en establecer la unidad litúrgica, sin que
nada se escapase á su vigilancia pastoral. Por eso un grande historiador
ha podido llamarle el mayor Papa que gobernó la Iglesia desde Inocencio 111
á nuestros días. Fué, por fin, este gran Pontífice, restaurador de la disci-
plina eclesiástica, reformador de las Religiones, triunfador de los Turcos y
común ejemplo de todas las naciones y estados.
»Pío V, pues, simpatizó también, como no podía menos de suceder, con
Santa Teresa y con su Reforma; y apenas tuvo noticia de tal mujer y de
tal empresa, vio complacidísimo, que los Dominicos, sus queridos herma-
nos de hábito, amaran y protegieran de tal suerte á la una y á la otra, y
comprendió al punto que era deber suyo ofrecer notorias muestras de su
aprobación y beneplácito, y facilitar y promover por su parte el mayor
auge y esplendor de la citada Reforma que tan fértil en sazonados frutos
del espíritu se mostraba á sus ojos, los cuales sólo codiciaban ver la her-
mosura y brillo de la virtud en las almas redimidas con la sangre de Cristo,
y muy particularmente en las consagradas de un modo especial al amor
y servicio del Hombre-Dios en los institutos religiosos y monásticos.
>Así, acariciando esos deseos, nombró de la misma Orden de Predica-
dores, dos visitadores apostólicos que fueron amparo y sostén de la na-
ciente Reforma, y centinelas de la observancia regular, según el espíritu
de la Santa Reformadora del Carmelo.
Tiene razón el ilustrado autor en llamar á los visitadores apostólicos,
amparo y sostén de la Reforma, y centinelas de la observancia regular:
pues como escribía Santa Teresa á don Teutón io, Arzobispo de Braganza,
quien deseaba fuese la Santa á fundar á Portugal, le decía: «Allá (en Por-
— 314-
tugal) no habiendo nada de esto, sujetos á los del paño, presto irá la pre-
feccián por el suelo, como por acá comenzaban á hacernos gran daño, si
no vinieran los comisarios apostólicos.» ¡Gloria, pues, á este inmortal Pon-
tífice, á este hijo del gran Domingo que con tanta providencia impidió
fuese la perfección por el suelo en una Orden de tanta veneración como la
Orden del Carmen.
No contento el gran Pontífice con haber en vida ayudado tanto á la
Santa Reformadora, quiso además en su muerte despedirse también de ella.
Así consta de la declaración de la V. Ana de Jesús, quien en el proceso
de la canonización afirmó con juramento haber sabido de su boca, que
el Santo Pontífice la visitó de camino para el cielo (1); muestra grande del
amor que la tenía y de lo que pensaba favorecerla en la propagación de
su Reforma.
El autor de la Mujer grande, en el día 7 de Octubre nos cuenta este mis-
mo suceso, añadiendo algunas circunstancias, por cuyo motivo aducimos
su testimonio, que dice así: El Mafeo, en la vida de S. Pío V, dice, que
cuando éste murió á primeros de Mayo de 1572, Santa Teresa comenzó á
llorar amargamente, y preguntada por la causa dijo: < ¿No tengo de llorar, pues
ha muerto el Padre universal de la Iglesia?» No sería extraño que habien-
do tenido la Santa aviso sobrenatural de la muerte de este Pontífice, llo-
rase, no solo por haber perdido la Iglesia tan buen pastor, sino también
porque se le manifestaría la terrible tempestad que se fraguaba contra su
Reforma. Y quizá por lo mismo en la deposición que hizo la Venerable
Ana de Jesús en la canonización de esta Santa, dice que luego < que muri(')
S. Pío V, se apareció á Teresa y la ofreció su protección animándola á
seguir sus fundaciones, y así se vio el mucho favor que recibió siempre
de los comisarios apostólicos dominicos y otros confesores suyos.»
'< Cumplió, pues, añade el citado autor, Santo Domingo la palabra que
(1) Aún se conserva en el venerando Convento de la Encarnación de Avila la reli-
giosa tradición del lugar donde la Santa se hallaba en oración, cuando se le apareció
el inmortal Pontifice á primeros de Mayo de 1572. El que esto escribe ha tenido la gran
dicha de visitar y venerar este lugar sagrado, que con gran respeto enseñan las Reli-
giosas, moradoras de tan célebre Santuario.
— sis-
en la cueva de Segovia dio á la Santa Madre Teresa de Jesús de favorecer
su Reforma, no sólo con los confesores dominicos que la Santa tuvo, sino
también con los visitadores apostólicos que parece fueron enviados de
Dios para este fin: pues sin ellos no parecía posible tal propagación, ni
menos que los observantes lo permitieran: y en fin, se ve que en las contra-
dicciones suscitadas poco después de esto, siempre tuvo la Santa á los Do-
minicos de su parte.
Hablando el Año Teresiano de lo mucho que podía esperarla seráfica
Virgen Teresa de Jesús de la intercesión en la presencia de Dios del San-
to Pontífice Pío V, después de su muerte, dice así el día 1." de Mayo
'Funda esta esperanza el aíecto amoroso, que durante su vida profesó á
Teresa y toda su Reforma; y la fineza singular, con que después de muer-
to la visitó glorioso antes de irse al cielo, como lo dice nuestra Historia, y
el Rmo. P. Presentado Fr. Antonio de Lorea, en la que escribió de este
Santísimo Pontífice, donde pone estas cláusulas: «La gloriosa Virgen San-
'ta Teresa de Jesús, gloria de nuestra España, lustre del Carmelo, y gran
-maestra de la perfección cristiana, tuvo una maravillosa visión de la feli-
cidad del Bienaventurado Pío, como refiere el P. Fr. Francisco de Santa
•María en las Crónicas de su Orden.
«El efecto que causó la muerte del Santísimo Pío en Santa Teresa nues-
tra Madre, fué deshacerla el corazón en vivos sentimientos, por considerar
la suma falta que hacía en la Iglesia su persona. Así lo afirman los Audito-
res de la Sagrada Rota; y más difusamente el escritor Dominicano en el lu-
gar que queda referido donde dice. *FI compendio de la Vida de la Seráfica
•Madre, recopilada de los escritos de Don Alonso de Manzanedo, Patriar-
»ca de Jerusalen y Decano de la Sacra Rota en el capítulo 309, dice
>estas palabras: 'No podía la Santa contenerse de llorar amargamente la
► muerte del gran Pontífice Pío V, y del P.Juan de Avila (1) por las calami-
*dades, que amenazaban á la Iglesia, por su muerte, y falta de su asisten-
'Cia. Aunque estaba cierta, y se le había revelado la gloria que gozaba con
'los bienaventurados, debida á sus méritos; habiéndole aparecido el Santo
(1) El í'. JiKín de Avila lia merecido, p(ir sus heroicas virtudes, los honores de los
altares.
— 316-
»Pontífice, después de su muerte, antes de ir á recibir la corona merecida
«certificándola de nuevo en el amor que la tenía, y la estimación y apre-
>ció en que siempre tuvo su Reformación, Fundaciones, y Monasterios. De
«donde se infiere cuánto debió la Santa y su Orden á la de Predicadores,
»ya por medio de Santo Domingo, nuestro Padre, de San Luis Beltrán, de
«San Pío V, y otros insignes Varones de esta Sagrada Religión. >
Las célebres Carmelitas de París, tratando algo de lo que fué el P. Pe-
dro para la descalcez como visitador apostólico, escriben así (1): El P. Pe-
dro Fernández de Orellana «hombre de santísima vida, de mucho saber y
prudencia* según el testimonio de la Santa (2) fué religioso de la Orden
de Santo Domingo. Ejerció el cargo de Provincial tan cumplidamente y con
tan feliz éxito que le quedó el nombre del Santo Provincial. Por este tiem-
po era Prior del Convento de Talavera de la Reina.
Según el testimonio del P. Báñez era grande amigo de las Reglas, en
extremo cincunspecto y nada fácil en admitir dones sobrenaturales ex-
traordinarios. Una Bula de S. Pío V de fecha 20 Agosto de 1569 le había
confiado el trabajar en la Reforma del Carmen en la Provincia de Castilla,
al tiempo que el P. Francisco de Vargas (dominico también) recibía la
misma comisión para la Provincia de Andalucía. En sus visitas, el P. Pe-
dro Fernández caminaba á pié, acompañado de un religioso en forma hu-
milde y austera. Llevaba delante una humilde cabalgadura y sobre ella su
bagaje. Cuando llegaba á Convento de Religiosos seguía la vida de Comu-
nidad, ayunando, asistiendo al Coro, guardando el silencio de Regla y
dando en todo ejemplo de la más exacta regularidad. Jamás entraba dentro
de los Conventos de Religiosas, contentándose con escucharlas á la reja.
Concluidas las exhortaciones y advertencias necesarias luego, sin deten-
ción, se retiraba. El año 1571, y en el Convento de San José de Avila, fué
cuando tuvo ocasión de hablar por primera vez á Santa Teresa.
Aunque profundamente edificado del tenor de vida de los Conventos
de Descalzas que había visitado en cumplimiento de su cargo, guardó no
obstante gran reserva— ó si se quiere severidad— con la fundadora; con-
(1) CEvres completes. Volumen 3." pá.ü;¡ii;i 275.
(2) Fundaciones, capítulo XXVIII.
-317-
ducta que no hizo sino aumentar en ella la confianza que tenía en las luces
del visitador. No tardó éste en dejarse ganar de la admiración y de él es el
siguiente elogio, considerable sobre toda ponderación en sus labios: «Te-
resa de Jesús y sus monjas han mostrado al niundo que las mujeres son
capaces de conseguir la perfección evangélica>.
El fué quien el mismo año 1571 nombró á Santa Teresa Priora de la
Encarnación, haciendo la aceptasen en dicha casa á despecho de todas las
oposiciones. Su celo y su prudencia le merecieron la estima, el reconoci-
miento y el afecto de la Reforma entera.
El Soberano Pontífice Gregorio XIII lo nombró para presidir el Capí-
tulo de separación de provincia; pero cuando llegó el Breve á España el
santo religioso se hallaba agonizando (1). Murió en el Convento de Sa-
lamanca, siendo Prior de allí, el 22 de Noviembre de 1580.»
Sobre el P. Visitador de la provincia de Andalucía sólo diremos que lo
fué el muy Reverendo P. Fr. Francisco Vargas religiosísimo fraile dominico,
prior en Córdoba, después en Granada y últimamente Provincial de nues-
tra celebérrima Provincia de Andalucía, hombre, dice la Crónica, adornado
de la prudencia, letras y religión que tan grande asunto pedia, el cual tra-
bajó infatigable en Andalucía, cuya provincia le estaba encomendada, pro-
pagando la Reforma y cimentándola en el espíritu de la antigua Orden del
Carmelo.
De este venerable Padre escogido por Dios y por su Vicario en la tie-
rra para tan singular empresa, podemos decir no sólo que ayudó ala Des-
calcez, sino que él fué quien la implantó en la provincia de Andalucía.
Y es de notar que así como el visitador de Castilla ayudó principal-
mente á la Santa en la fundación de los conventos de Religiosas, aunque
á él se debe también la licencia para el convento de religiosos de Alto-
mira, y sobre todo del célebre Colegio de San Cirilo de Alcalá, así el
visitador de Andalucía, P. Fr. Francisco Vargas, intervino eficazmente,
y de una manera especial en la propagación de los Religiosos Des-
(1) "Llegué á Salamanca con el Breve y cartas del Rey á tiempo que Fr. Pedro
Fernández estaba en el agonía de la muerte. Llevóselo Dios, no se pudo ejecutar el
Breve». V. P. Gracián. Peregrinaciones, diálogo S.'', pag. 45.
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calzos en aquella provincia y reino, como.se verá muy pronto.
Con justa razón se queja amargamente el autor de una Memoria, pre-
miada en cierta lid literaria, de que muchos de los biógrafos de Santa Te-
resa, lo mismo que algunos de los historiadores de la Reforma apenas se
fijen en esta gran figura que se destaca de una manera tan patente, no ya
sólo en la propagación, sino, lo que es más de admirar, en la misma im-
plantación ó principios de la Descalcez en la provincia de Andalucía; pues
como veremos el P. Vargas puede y debe con justicia llamarse el funda-
dor del primer convento de Religiosos Descalzos en la citada Provincia.
El Año Teresiano en el día 30 de Septiembre, dice así: «Establecido
el primer Convento de nuestra Reforma con la ayuda de estos Venerables
Religiosos, pasó la Santa Fundadora á dilatar la Orden con nuevas fun-
daciones de Frailes, y de Monjas, cooperando á todas ó las más el mismo
brazo de esta Religión Santísima. Entre las muchas señas, que dio la pro-
videncia Omnipotente para manifestar corría nuestra Orden á cuenta del
amparo, y auxilio de Santo Domingo de Guzmán, es singularísima la de
haber nombrado la Santidad de Pío V, dos Comisarios Apostólicos de la
Familia de los Predicadores para gobernar á la del Carmen, que entonces
constaba de Calzados y Descalzos.»
«Fueron estos Reverendísimos Maestros Fray Pedro Fernández, actual
Prior entonces del convento de Talavera de la Reyna, y Fray Francisco
de Vargas, que lo era asimismo de San Pablo de Córdoba. Al primero se
le confirió el mando para la Provincia de Castilla, y al segundo para la de
Andalucía; y éste, que era el Maestro Vargas, siempre inclinadísimo á fa-
vorecer á los Descalzos, sustituyó después su comisión en nuestro Vene-
rable Gracián.
-El Maestro Fernández se mostró tan Padre de nuestra Descalcez como
lo indica nuestro Historiador cuando refiere la visita que hizo á la Comu-
nidad de nuestro Convento de Pastrana.»
Creemos haber apuntado lo suficiente para formar ¡dea de la significa-
ción é importancia para la Descalcez de los dos Visitadores Apostólicos
tomados de la Orden de Santo Domingo, y cuyo nombramiento le hizo un
Pontífice santo é hijo también preclarísimo del mejor de los Guzmanes. El
fervor con que empezaron estos dos grandes religiosos á desempeñar su
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altü y delicado cargo, lo iremos manifestando en los siguientes capítulos
de la obra, pudiendo desde luego asegurar que no hubieran trabajado con
más celo y tesón, si se les hubiera encomendado la Reforma de su propia
Orden. Llegó á tanto el interés que se tomaron, que no sólo cada uno
trabajaba por promover la dilatación y observancia de las Provincias que
se les hablan encomendado, sino que se entendían entre si para trasladar
de una provincia á otra los sujetos, que de común acuerdo, juzgaban los
más aptos para conseguir la propagación y consolidación de la Reforma.
Tenían un solo fin, que era ayudar, cuanto de su parte estaba, á la seráfi-
ca Madre y su Reforma; y este único fin era la regla de todas sus deter-
minaciones. Santa Teresa comprendió, como era natural, toda la transcen-
dencia de tales Visitadores, sobre todo para defenderse de las persecucio-
nes que le venían de parte de los Calzados; y por eso, como hemos hecho
ver con testimonios auténticos, ella misma influyó con sus cartas al Pon-
tífice Pío V, en que éste los nombrase; y en diversas y múltiples ocasio-
nes da testimonio de la influencia que tuvieron en el porvenir y prospe-
ridad de la Reforma, elogiando sin cesar al P. Pedro Fernández, fundador
en Castilla, con quien ella comunicaba á cada paso, de palabra y por es-
crito en los múltiples negocios que ocurrían todos los días al empezar la
Reforma.
-^-
C A PÍTU LO VI
fundaciones de Carmelitas Descalzos y Descalzas
en IPastrana, y los IPiP. l/icente Barrón,
l^ernando del Castillo y IPedro fernández.
Después de haber dado á conocer en el capítulo anterior el nombra-
miento de los Visitadores Apostólicos, lo cual era necesario para la inte-
ligencia de los sucesos que siguen, continuaremos la historia de las funda-
ciones, según el orden cronológico.
«Acabadas, dice la Crónica Carmelitana (1), las dificultades que se ha-
blan ofrecido en la Fundación de San José de Toledo, puesto el Santísimo
Sacramento en la nueva Iglesia, dispuesta la clausura con tornos, rejas y
lo demás; se hallaba la Santa Reformadora, víspera del Espíritu Santo, tan
consolada esperando gozar de quietud en fiesta tan célebre, que estando
en el refectorio apenas podía comer, anegada en el gozo interior y satis-
facción delalma. Llegó á esta ocasión la portera, diciéndole aguardaba en
e! torno un Caballero, criado de Doña Ana de Mendoza, Princesa de Ebo-
li, mujer del Príncipe Rui-Gómez de Silva, que con prudencia, discre-
ción y valor, supo subir por los peligrosos escalones de Palacio, á la pri-
vanza de Felipe II, y ser su Camarero mayor. Tenían estos Príncipes gran
noticia de la Santa por la que el General Rúbeo les había dado en Madrid:
y creció con la fama de los monasterios que fundaba de tanta recolección
(1) Librü2.", capitulo XXVIl.
I
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y santidad. Movidos de esto habian tratado con ella de una fundación en
su villa de Pastrana, que poco antes habían comprado.
*No habiendo pensado la Santa seria esto tan presto, le causó pena la
priesa que la daban, diciendo la Princesa en sus cartas, que ella y su ma-
rido la aguardaban en Pastrana, y que no iban á otra cosa. Desamparar el
Convento recien fundado con tantas dificultades, sin acabar de asentar en
él la reforma y observancia que pretendía, se le hizo tan duro, que no
atendiendo á que perdía mucho perdiendo el favor de Rui-Gómez, que
para tantas cosas había menester, respondió al criado resueltamente, que
no pensaba ir, que por cartas daría cuenta de sí á los Príncipes. El criado
prudente le advirtió cuanto perdía enojándoles, cuan peligroso es no ha-
cer en todo su voluntad, cuan desabridos quedarían no habiendo salido
de Madrid para otra cosa, cuan desairados en Palacio, no efectuando lo
que de allí les sacó.
^Reparando la Santa en ésto, dijo al criado que fuese á comer, que ella
entre tanto vería lo que convenía. Fuese al Santísimo Sacramento á supli-
carle le diese acierto y luz para responder á la Princesa, no yendo, para
que quedase satisfecha y sabrosa: y díjole el Señor: Hija, no dejes de ir,
que á más vas que á esa fundación: lleva la Regla y Constituciones. Oído
ésto se fué al Confesor, y sin decirle lo que había pasado con el Señor, le
consultó la duda. Alumbrado de su Majestad, le aconsejó se partiese á
Pastrana, y no perdiese la ocasión de ganar aquellos F-*ríncipes.>'
La Santa Fundadora escribe en el capítulo XVII lo ocurrido en este
caso por las siguientes palabras:
«Pues habiendo, luego que se fundó la casa de Toledo, desde á quin-
ce días víspera de Pascua de Espíritu Santo, de acomodar la iglesia, y
poner redes y cosas, que había habido harto que hacer; porque, como
he dicho, casi un año estuvimos en esta casa, y cansada aquellos días de
andar con oficiales, habíase acabado todo. Aquella mañana, sentándonos
en refectorio á comer, me dio tan grande consuelo de ver que ya no tenía
qué hacer y que aquella Pascua podía gozarme con nuestro Señor algún
rato, que casi no podía comer, según se sentía mi alma regalada.
>'No merecí mucho este consuelo, porque, estando en ésto, me vienen
á decir que está allí un criado de la Princesa Eboli, mujer de Ruy-Gómez,
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de Silva: yo fui allá, y era que enviaba por mi, porque habia mucho que
estaba tratado entre ella y mi, de fundar un monasterio en Pastrana; yo no
pensé que fuera tan presto. A mí me dio pena, porque tan recién fundado
el monasterio y con contradición, era mucho peligro dejarle, y así me de-
terminé luego á no ir, y se lo dije. El dijome que no se sufría, porque la
princesa estaba ya allá, y no iba á otra cosa, que era hacerla afrenta. Con
todo eso, no me pasaba por el pensamiento de ir, y así le dije que se fue-
se á comer, y que yo escribiría á la princesa, y se iría. El era hombre muy
honrado, y, aunque se le hacia de mal, como yo le dije las razones que
había, pasaba por ello.
«Las monjas, que para estar en el monasterio acababan de venir, en
ninguna manera veían cómo se poder dejar tan presto aquella casa. Fuíme
delante del Santisimo Sacramento para pedir al Señor que escribiese de
suerte, que no se enojase, porque nos estaba muy mal á causa de comen-
zar entonces los frailes, y para todo era bueno tener el favor de Ruy Gó-
mez, que tanta cibida tenía con el rey y con t(jdos, aunque esto no me
acuerdo si se me acordaba, mas bien sé que no la quería disgustar. Estan-
do en ésto; fuéme dicho de parte de nuestro Señor: — Qwí' no dejase ir, que
á más iba que ú aquella fundación, y que llevase la regla y constituciones.
•Yo, como esto entendí, aunque veía grandes razones para no ir, no
osé sino hacer lo que solía en semejantes cosas, que era regirme por el
consejo del confesor:' y así le envié á llamar, sin decirle lo que había en-
tendido en la oración, porque con esto quedo más satisfecha siempre, sino
suplicando al Señor les dé luz. conforme á lo que naturalmente pueden
conocer, y su Majestad, cuando quiere se haga una cosa, se lo pone en
corazón.
»Esto me ha acaecido muchas veces: así fué en esto, que mirándolo
todo le pareció fuese, y con esto me determiné á ir. Salí de Toledo se-
gundo día de Pascua de Espíritu Santo: era el camino por Madrid, y fui-
monos á posar mis compañeras y yo á un monasterio de Franciscas con
una señora, que le hizo, y estaba en él, llamada Doña Leonor Mascare-
ñas, aya que fué del Rey, muy sierva de nuestro Señor, adonde yo habia
posado otras veces, por algunas ocasiones que se habían ofrecido pasar
por allí, y siempre me hacia mucha merced.
— 324 —
Las palabras de la Santa que acabamos de citar, se prestan á que ha-
gamos sobre ellas, siquiera sea de paso, una oportuna reflexión.
Las fundaciones de religiosos y religiosas Descalzas de Pastrana, ma-
teria de este capítulo, se deben en primer lugar á Dios nuestro Señor, no
sólo en cuanto todo está sujeto á su providencia divina, sin la cual y fue-
ra de la cual, nadie obra ni puede obrar, sino también á una providencia
especial, ó mejor dicho, á un mandato expreso de su soberana Majestad;
pues como la Santa escribe y lo acabamos de ver: «Fuéseme dicho de
parte de nuestro Señor que no dejase de ir, que á más iba que á aquella
fundación y que llevase la regla y las constituciones*. Santa Teresa, se-
gún su costumbre, nunca ejecutaba estos mandatos divinos sin la inter-
vención de los ministros visibles de Dios; conducta que por sí sola basta
para canonizar el buen espíritu de esta seráfica Madre y Maestra consu-
mada en la ciencia de Jos santos. ¡Ojalá que su ejemplo enseñase á tantas
y tantas almas que caen en los mayores desatinos y yerros de trascenden-
cia por no obrar conforme á lo que la seráfica Doctora nos dejó á cada
paso repetido en sus inmortales obras y sobre todo practicado por sí mis-
ma en todas las ocasiones.
El caso que nos ocupa, prueba todo lo que acabamos de afirmar. Ha-
bía recibido el mandato del Señor; sin embargo, llama á su confesor, que
lo era entonces en Toledo el Dominico Fr. Vicente Barrón, como lo testi-
fican las RR. MM. Carmelitas de París, tantas veces citadas (1). Nada le
dijo de lo que el Señor la había mandado, porque de ese modo quedaba
siempre más tranquila: le envié á llamar, escribe, sin decirle lo que había
entendido en la oración, porque con esto quedo más satisfecha siempre;
sino suplicando al Señor les dé luz, conforme á lo que naturalmente pue-
dan conocer, y su Majestad cuando quiere se haga una cosa se lo pone
en el corazón: esto me ha acaecido muchas veces.- ansí fué en esto, que
mirándolo todo, le pareció fuese, y con esto me determine á ir». No es ex-
traño que el P. Barrón aconsejase así á la Santa Fundadora; él la conocía
y la había tratado por muchos años, antes de la ocasión presente, como
la Santa lo afirma, y ya hemos hecho ver detenidamente en la primera par-
(1) Oeuvres Completes, tomo 3.", página 222.
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te; él conocía perfectamente la misión extraordinaria á que esta Virgen
singular estaba destinada en los planes de la providencia: quizá presintió
y barruntó la orden mandato que tenía del Señor, aunque la Santa calló
esta circunstancia; porque sabía que la vida y empresas de Teresa de Je-
sús eran reguladas, no según el curso común, sino por vías extraordina-
rias, de que Dios se vale para la manifestación de su gloria; y por eso
^mirándolo todo le pareció fuese» á fundar á Pastrana.
Salió de Toledo segundo día de Pascua del Espíritu Santo, en el coche
que la Princesa le había enviado.
Pasando la Santa por Madrid, redujo á Ambrosio, Mariano y á Juan de
la Miseria (1) á que tomasen en Pastrana el hábito de Descalzos, y llegan-
do á esta Villa fueron todos bien recibidos de los Príncipes. El 9 de Julio
quedó fundado el Monasterio de Monjas y el 13 el de Religiosos. Ya se ha
dicho los disgustos que la Princesa con sus veleidades y caprichos causó
á la Santa Fundadora, y como nuestro P. Báñez, su consultor nato, y
(1) Fr. Juan de la Miseria, viene á ser entre los Carmelitas Descalzos, lo que Fray
Junípero entre los Franciscanos: Este fué el concepto que de él tuvo Santa Teresa,
añadiendo: <que era muy siervo de Dios, y muy simple en las cosas del mundo». Lla-
mábase Ju¿m Narduch y era italiano, natural de una aldea de los Abruzos. Tomó en su
patria el hábito de los Menores Descalzos, que se vieron precisados á despedirle á
causa de las molestias que causaba á los religiosos con las vejaciones de que era ob-
jeto por parte del diablo. Entonces le pareció oir una voz que le llamaba á España, y
fué en peregrinación á Compostela. Por algún tiempo anduvo viajando de una parte
para otra. En Falencia trabajó en un taller de escultura. Después se retiró á la vida
eremítica en las proximidades de Jaén, pero al saber que entre los ermitaños del Tar-
dón, desierto cerca de Sevilla, se encontraba el P. Mariano, á quien liabia conocido y
servido en Italia, se determinó á visitarle, quedándose, al fin, en su compañia. Al cabo
de algún tiempo y sin decir nada, se volvió á su retiro de Jaén. Al ser llamado á Aran-
juez el P. Mariano, por Felipe II, que queria servirse de él para canalizar el Guadal-
quivir desde Sevilla á Córdoba, supo dar con su escondite y consiguió llevarlo consi-
go. Como la estancia en la corte fué más larga de lo que pensaban, á Fr. Juan de la
Miseria le entraron ganas de aprender pintura, y se consiguió que entrara de aprendiz
en los talleres del famoso pintor Alfonso Sánchez Coello, donde estuvo trabajando más
de un año, sin abandonar por eso los ejercicios de la oración y penitencia. Doña Leo-
nor Mascareñas le llevó consigo á Madrid y le encomendó algunos trabajos. Despa-
-326-
grande amigo la alentó á que de ningún modo admitiese en su nuevo Con-
vento á la Religiosa Agustina de Segovia, D/' Catalina Machuca.
Con respecto al nuevo Convento de Frailes Descalzos, fué tal su fervor
en la oración, penitencia, silencio y obediencia, que pudieran muy bien
compararse estos primeros hijos de Santa Teresa con los antiguos monjes
de la Tebaida. En prueba de ello, copiaremos lo que nos dice la Crónica
Carmelitana (1). Tratando sobre este punto. Dice asi: *De este género su-
cedieron tantos y tan raros ejemplos, que por no exponerlos al flaco jui-
cio de algunos, los callo, Pero no puedo (callar) un dicho del insigne pre-
dicador del Rey Felipe II y estimado historiador de su Orden de Predica-
dores, el P. M. Fr. Hernando del Castillo, ornamento honorífico de su
Religión, y de la ciudad de Granada, cuyo hijo fué. Habia comenzado á
escribir la historia tan celebrada en su Orden, y para ver en obra lo que
leía en los papeles de ella, sabiendo cuanto mejor se copia del natural que
del arte, y habiendo entendido por relación del Príncipe Rui Gómez cuánto
chados los negocios que habían retenido en la corte al P. Mariano, fué á juntarse con
Fr. Juan, precisamente cuando Santa Teresa volvía de Toledo. Enterados los dos de la
Regla que trataba de implantar la Santa, se decidieron á abrazarla y poco después re-
cibían el hábito de conversos en Pastrana, y al año profesaron. Fr. Juan de la Miseria
se distinguió siempre no menos por su simplicidad evangélica, que por su ardiente
amor al Santísimo Sacramento y á la Santísima Virgen, á la cual solía llamar su palo'
ma. A él se debe el retrato de Santa Teresa que hizo en Sevilla en 1576, tomándolo del
natural. Durante la persecución levantada contra la Reforma por los Carmelitas Calza-
dos, Fr. Juan se acobardó, se salió de ella y se dirigió á Roma, donde abrazó la Regla
mitigada. No satisfecho de su tuieva profesión, obtuvo indulto pontificio para abrazar
la regla de los Franciscanos descalzos, y al poco solicitó volver á la Descalcez carme-
litana; pero los PP. de la provincia de España, se resistían á admitirle si antes no se
sujetaba á las penas correspondientes, y es fama que Santa Teresa intervino en su fa-
vor desde el cielo. Obtuvo por fin Fr. Juan un nuevo indulto apostólico y volvió á la
Reforma, muriendo santamente en Madrid en 1616, á los noventa años. (Cnf. CEuvres
completes de Sainte Térésie de Jésus, tomo 3.", página 225). Refiérese que al ver San-
ta Teresa el trabajo que había hecho Fr. Juan de la Miseria, le dijo con su natural don-
aire: «Dios te lo perdone, Fr. Juan, que me has hecno padecer aquí lo que Dios sabe, y
al cabo me has pintado fea y legañosa.»
(1) Libro 2.", capítulo XXXIl.
— 327 —
del espíritu de Antonio y de Pacomio, entre ios cerros helados de Pas-
trana habían encendido el fuego de Egipto, fué á verlos. Consideró muy
despacio sus acciones, en Coro, celdas, refectorio, oficinas, y en toda la
casa. Volvió á Madrid taii admirado, que preguntándole el Príncipe qué le
parecía de sus Religiosos de Pastrana? respondió: Señor, á los ojos de la
carne, locos; á los ojos de la Fe, Angeles y ministros de fuego en cuerpos
fantásticos: para que podamos los flacos ver algo de espíritu en ellos encen-
dido.»
«Habiendo recibido su comisión el P. Visitador de Castilla, comenzó la
visita por Pastrana, así para dilatar su camino con aquella nueva planta en
que tanta parte tenía su Orden, como para acudir á facilitar los deseos de
algunos Padres graves de la observancia, que querían gozar de ella, y eran
impedidos de otros. Entró con un compañero de su hábito, ambos á pié y
un jumentillo delante que servia de llevar las capas. Causó grande edifi-
cación así á seglares como á frailes, y tuvieron por buen agüero de la visi-
ta esta humildad y mansedumbre (1).
(1) Poco después de la fundación del convento de religiosos de Pastrana ocurrió
un suceso que estimamos oportuno consignar aquí, por la intervención que en él
tuvo el P. Báñez. He aquí cómo lo refiere la Crónica en el capítulo L del libro 2.°:
«Mientras N. V. P. Fr. Juan de la Cruz asentaba en el Colegio de Alcalá la obser-
vancia primitiva, y la hermanaba con los ejercicios de estudio, haciendo un apostó-
lico mixto; y nuestra Santa Madre en Avila reformaba el convento de la Encarnación;
prosiguió su oficio de Maestro de Novicios de Pastrana el P. Fr. Ángel de San
Gabriel, á cuyo fervor y aliento pareció poco todo lo que en aquella casa hacían
profesos y novicios, viéndose con la mano que N. V. P. Fr. Juan de la Cruz le dejó
en el Noviciado, y á lo que se entiende, ya profeso. Fué notable el trasiego que en
él hizo de costumbres y observancias. Quería que todos pasasen por un rasero: no
hallaba diferencia ni de edades ni fuerzas. En el rigor y aspereza puso todo su
conato, y en su estima y alabanza era preferido, no el de mayor talento, ni el de ma-
yor espíritu, sino el de mayores rigores. Introdujo que los Religiosos, novicios ó
profesos, fuesen á enseñar la doctrina á los pueblos con las ceremonias que lo ha-
cían los que profesan reglas desobligadas al retiro. Las mortificaciones extraordi-
narias dentro del convento, y las públicas para los pueblos, eran llenas de novedad,
y aquella escogía por mejor que más espantaba. Y eran tantas que presto perdieron
la admiración y se trocaron en risa y llegaron á mofa. Quería que los frailes fuesen
328 —
«Preguntáronle cómo iba de aquella suerte un hombre de su autoridad
y años? Y respondió: Que quien venía á visitar á santos, no había de ca-
á los entierros, contra lo que la Descalcez desde el principio había practicado: y
desdiciendo del espíritu propio de la Regla, echaba sin cuenta los Religiosos de
casa á buscar almas. Y como era fuerte de condición, y tenaz en sus propósitos al-
canzaba de los Prelados con inquietud, lo que no podía con paz.
«Viendo los Superiores lo que pasaba, juzgaron por mayor necesidad el sosiego
de la casa de Pastrana y remedio de sus principiantes que la instrucción del Colegio
de Alcalá, lleno ya de provectos, y ordenaron que volviese á Pastrana N. Venera-
ble P. á poner orden. Hízosc así muy á los principios del año 72, y redujo á su primer
concierto así el Noviciado como todo el Convento: quitando todo lo que el buen
Padre había introducido, y quitóle el oficio, considerando que su condición no tenía
otra enmienda. Mucho sintió el dicho Maestro de Novicios ver malogradas sus
trazas, desacreditados sus pensamientos, y estrechada su devoción. Y no penetran-
do bien el consejo del experimentado y Venerable Padre porque fiaba más del propio
que del ageno; quedó mortificadisimo. viendo que ni le dejaban mortificarse ni mor-
tificar. Y á título de mayor perfección desacreditaba lo hecho y á quien lo hizo.
Apeló en fin á N. M. Santa Teresa, á quien todos respetaban y miraban como á
fundadora. Escribióle una carta refiriendo todo el caso muy por menudo, y las razo-
nes que había tenido para asentar así la doctrina monástica y mortificaciones pú-
blicas. Aprobó la Santa el consejo de N. V. Padre por más conforme á la Regla y más
quitado de ocasión de distracción. Pero como la grande humildad no le dejase fiar
de su propio parecer, para responder al Maestro de Novicios con más fundamento
quiso consultar al P. M. Fr. Domingo Báñez, de cuya prudencia y religión no fiaba
menos que de sus grandes letras. Escribióla desde la Encarnación de Avila; donde
se hallaba, á Salamanca, y envióle la carta del Maestro de Novicios; y él respondió
desde Salamanca la carta siguiente, sacada del original que tengo en mi poder:
«Muy Reverenda Madre mía, mi Señora Teresa de Jesús.
«Jesús sea con V. m. Quisiera hallarme desocupado para muy despacio respon-
der lo que siento acerca de la carta del Padre Maestro de Novicios de Pastrana.
Pero al fin su buen celo y deseo merece que no me excuse del todo, aunque sea
con alguna falta de mi oficio, y obediencia en que estoy ocupado. Bien sabe
V. m. que aunque yo soy ruin, me huelgo que los otros sean buenos y perfectos, y
que para ayudar á ios que siguen perfección con mis palabras, y defender mis ejer-
cicios no suelo ser corto, y que he padecido algunas mortificaciones, y aun obras
ruines, por favorecer lo que lleva especie de virtud; y no estoy arrepentido, sino
de no haber sufrido más, y de no haber purificado mi intención en semejantes ne-
329-
minar como profano. Llegado al nuevo monasterio de San Pedro, fué reci-
bido con gozo y veneración, y siguió en toda la vida común de los Des-
godos; porque sospecho he seguido mi inclinación, é ingenio más que el celo pru-
dente del espíritu de Dios: que este nuestro natural es muy inclinado al propio
amor y parecer, aun en las cosas de virtud; y después de comenzadala buena obra
por Dios acontece proseguirla por nos, y por llevar adelante lo que nuestro pare-
cer trazó al principio, aunque con buen celo.
No tengo yo por menor, sino por mayor la ignorancia de los que con celo de vir-
tud pecan que la que tienen otros por pasión, y ruines obras claras, l^orque si
aquellos caen, son menos corregibles; porque han asentado en su corazón, que quien
ios contradice persigue la virtud ó tiene poca experiencia de cosas de espíritu ó
envidia, ó semejantes faltas para no recibir corrección de nadie. Y lo peor es que se
finge que son perseguidos por la virtud y no entienden que no, sino por su ignoran-
cia, y paréceles que ya son algo, pues son perseguidos por la virtud; y secretamente
se cria en el centro del corazón un idolillo de su propia estima que aunque á ratos
parece se humillan en sus pensamientos y palabras, pero bien mirado, son humilla-
ciones hechas, no ante la Majestad de Dios, con sumo temor de ofenderle, sino ante
el secreto y disimulado ídolo de su propia estima. Vístese el amor propio de vestido
virtuoso, y luego quiere ser adorado de si mismo, y de todo el nuindo. Y si alguno
no adora su estatua, luego se juzga ser perseguido de la virtud, de manera que
hacen regla de virtud sus trazas y sus obras.
«Este Padre Maestro de Novicios que parece hombre de buen celo y de buenos
deseos; pues quiere luz, no es de razón negársela. Désela Jesucristo y enséñele la
suma de la perfección. Discite a me, qiiia mifis sum et humiíis corde. Un corazón
manso y humilde está tan colgado de la misericordia de Dios, conociendo el abismo
de su propia miseria que parece que le sobra el aire que respira, y la tierra que
pisx para lo que él merece, y está temblando de la justicia de Dios, sospechando
siempre que hay en sí faltas por donde le ofendió. «Mucho valen para ganar esta
humildad los ejercicios y mortificaciones exteriores; mas han de ser con prudencia
de-Dios y ésta consiste en la obediencia de lo que está escrito, como el Salvador
se humilló y caminó obedeciendo á lo escrito. No es mortificación prudente que el
fraile que ha profesado tanto recogimiento como es el de la primera Regla, salga á
peregrinar sin otra necesidad. Ni es manera de criar novicios, en mortificaciones
de libertad, pues su profesión ha d':i ser recogimiento. Querer imitar en esto á los
Padres de la Compañía es hacer otra Religión, que no es del Carmen. Ellos no tie-
nen hábito señalado, su profesión no es de recogimiento ni de silencio, ni ayunos,
ni Coro perpetuo; han de andar familiares entre el pueblo, enseñando la doctrina
330
calzos. Como era tiempo de Cuaresma, y hervía el fervor de los ejercicios
que entonces se hacian, tan esforzadamente los siguió, asi por el ejemplo,
cristiana; no es mucho se ejerciten en eso. El fraile y monje no tiene necesidad de
buscar ejercicios ajenos: siga su profesión y calle: que sin que el mundo vea sus
mortificaciones, será santo. Muy prestos me parecen estos celos de edificar al pró-
jimo. Lo que dicen de San Francisco que lo tenían por loco, y se desnudó y vistió
como pobrísimo, yo lo adoro, porque fué de ímpetu de Espíritu Santo, y querer
imitar esos hechos raros sin aquel ímpetu, es cosa de farsa.
«San Francisco no tenía entonces hábito ni orden, ni profesión al contrario: hizo
lo que en él era prudencia. Si dice ese Padre que siente que hay espíritu para ha-
cer esos ejercicios, querría yo lo experimentase en otros ejercicios más canoni-
zados. Ayunen como los Santos, velen como ellos. No podrían. Y tienen razón, por-
que no tienen tanto espíritu como tuvieron; pues crean cierto que cuando el alma
ha de salir á ejercicios de tanto extremo con espíritu de Dios, que primero han de
tener espíritu de sí en los ejercicios de ayuno, vigilia y oración. No me conténtalo
que dice ese Padre, que le tomará melancolía si le niegan lo que quiere. Muy re-
suelto está para ser como dice tan nuevo y sin experiencia. Si busca mortificacio-
nes, ésta lo es de veras, creer que se engaña. V. m. le consuele y aconseje que haga
su obediencia, y calle, que treinta aiios y más calló el Señor y dos predicó. No deje
V."m. de enviarle esta carta y rogarle agradezca mi deseo de servir á su buen celo.
Y Nuestro Señor nos dé á todos luz de su gracia y guarde á V. m. en ella. De San
Esteban de Salamanca, á 23 de Abril de 1572. Siervo de V. m. en Cristo, Fray Do-
mingo Báñez».
Después de esta carta del P. Báñez, concluye la Crónica el capítulo L, con estas
palabras: «Cuando el Padre Maestro Báñez no hubiera alcanzado la estimación que
con todos tiene por sus doctos libros; esta carta le diera mucha, descubriendo en
él gran capacidad, mucha prudencia, atenta especulación de los afectos humanos,
aventajada discreción en las materias, y con las personas á quien escribe. De la
fecha, en 22 de Abril, se puede colegir que ya e! Maestro era removido de Pastrana
y la mejora de aquel Convento iba muy adelante con la doctrina del gran Padre
Fray Juan de la Cruz. Pt^rque pocos días después le hallamos en Avila en compa-
ñía de Fray Germán de Santo Matía ejerciendo el oficio de confesor en el Conven-
to de la Encarnación, donde Nuestra Santa Madre era Priora. Por serlo, atendien-
do al bien de aquellas Religiosas pidió al Padre Visitador de Castilla, á nuestro
venerable Padre para confesor; y el crecido aumento en toda virtud mostró el
acierto de esta elección.»
A las precedentes palabras, con las cuales, el autor de la Crónica de la Reforma
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como por el provecho, que no quiso quedar atrás. Ayunaba á pan y agua,
asistía al Coro, guardaba silencio, y en todo quiso ser uno de los restau-
radores del antiguo fervor profético.
Pasados algunos días propuso en el Capítulo conventual y declaró su
comisión. Dijo que aunque conforme á ella no estaban los Descalzos obli-
gados á darle la obediencia; porque solamente se enderezaba á los Calza-
dos: que traía orden del Nuncio para que se la diesen, si les pareciese que
les estaba bien. Y que el Rey gustaría de ello para fines santos, útiles á toda
la Religión y convenientes á los Descalzos. Trataron entre sí los Religiosos
de aquel convento, lo que convenía hacer. Y habiendo conferido cuan bien
les estaba ser gobernados por persona tan grave, cuánta ocasión tenían de
estenderse por su medio, cuánto amparo si hubiese contradicciones, cuanto
ganaban dando gusto al Rey, resolvieron todos en darle luego la obe-
diencia. Y lo mismo hicieron á su ejemplo las Monjas. Las diferencias, y
disidencias que entre Descalzos y Observantes poco antes habían descu-
bierto el rostro, por los muchos que de la mitigación pasaban á la Descal-
cez, tomaron con esta acción más cuerpo, y fueron poco á poco creciendo
tanto, que duraron sin hallarse medio para concertarlos, hasta que se tomó
el medio de la separación.
'Los pocos días que en San Pedro estuvo el Padre Visitador después
de haber recibido la obediencia de los Religiosos, los gastó en su benefi-
cio. Exhortaba á la Comunidad á la perseverancia en lo comenzado, propo-
niéndoles el gran servicio que á la Iglesia hacían, el colmado fruto de su Re-
ligión, y el crecido agrado del Señor. Y para que las virtudes creciesen, las
elogia al célebre P. Báñez y su carta á Ternsa de Jesús, sólo añadiremos que todo
esto prueba uua vez más como el consultor nato en todos los casos y circunstancias
graves en que la Santa Madre necesitaba de luces, era el M. Báñez, á quien siem-
pre recurría de palabra ó por escrito, pidiendo su parecer y bien persuadida de que
la resolución había de ser acertada. El caso presente reviste un carácter especial
pues la controversia y encuentro no eran con personas extrañas á la Descalcez, sino
entre los mismos Descalzos, por donde se nos dá á entender que el P. Domingo Bá-
ñez, no solo fué siempre quien defendió á la Santa Madre y su Reforma contra los
atropellos que ocurrían de parte de los extraños, sino que era además el arbitro
eti las cuestiones domésticas y que pudiéramos llamar de familia.
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alababa. A los particulares exhortaba en su celda, y alumbraba según la ne-
cesidad de cada uno. A cierto novicio muy fervoroso traía muy de vencida
el demonio para que dejase el hábito, proponiéndole que en otra Orden
se guardaba más rigor, y podría fácilmente conseguir la perfección.
»Comunicó su pensamiento con el Visitador. Díjole ser declarada tenta-
ción, para sacarle una vez de la Religión, y ponerle después nuevos y
grandes obstáculos para no entrar en otra. Y entre otras cosas en remedio
del inquieto pensamiento le dijo: En todo cuanto yo he visto y leído, no
alcanzo que en toda la Iglesia de Dios haya monasterio, donde mayor ri-
gor y perfección se guarde que en éste. Sosegóse con esto el novicio,
profesó, y después repetía estas palabras agradeciendo el beneficio que
este sabio Padre le hizo.
» Visitó también el Convento de las Monjas Descalzas de aquella Villa,
con no menor consuelo y admiración (1). En la visita de él, y de los demás,
(1) Este convento permaneció hasta Abril de 1574, en que se trasladaron las mon-
jas á Segovia, según la Crónica Carmelitana en el libro 3.°, capítulo XXVIII, que dice
así: «Quien oyere traslación de Convento de Monjas hecho por tan grandes Príncipes
como los Duques de Pastrana, y tan aficionados bienhechores de la nueva Reforma, y
de un pueblo donde había frailes Descalzos de la Orden íde cuya doctrina las Monjas
mucho se aprovechaban), á Segovia, donde ni había fundador, ni Religiosos Carmelitas
Descalzos; con razón deseará saber las causas, que á tan prudente gobernadora mo-
vieron á hacer lo que sin ellas, la prudencia condenaba. Por esto, y porque no sabién-
dolas, unos censurarán el hecho en favor de los Señores contra la Santa; otros celando
su honor, imaginarán más de lo que fué, en desdoro de aquellos Principes, diré lo que
en buenos originales hallo escrito.
»Ya queda referido en el capítulo XXVI de este tercero libro, cómo la Duquesa de
Pastrana viendo muerto al Duque, con repentina resolución se vistió el hábito de mon-
ja, y salió de Madrid para su Viüa. Llegando á ella el P. Fr. Baltasar de Jesús, que se
adelantó al carro en que la Princesa iba, porque no quiso coche en representación de
tristeza: aquella misma noche, á las dos de la mañana, llamó al Convento de las reli-
giosas. Bajó la Madre Isabel de Santo Domíiigo, que lo gobernaba, y habiendo oído
del P. Prior cómo traía á la Princesa á ser Monja, porque la muerte de su marido le
había quitado la vida del siglo: y que ya traía el hábito puesto, y mostraba en sus pa-
labras y hechos cumplida renunciación: que sería para mucho bien y crédito de la plan-
ta nueva de la Orden; con espíritu prudente dijo: ¿Lm Princesa Monja? Yo doy la casa
-333 —
así de Monjas como de Frailes, guardó tanta prudencia, y recato, que nunca
por deshecha. Llamó luego á las Monjas, compusieron la casa, previnieron dos camas,
una para la Princesa, y otra para su Madre, que llegaron á las ocho del día. Mudáron-
le el hábito; porque el que tomó de Mariano; ni era á propósito, ni tan limpio como con-
venia. Descansó algún tiempo, y mostrando presto su resuelta voluntad, quiso que lue-
go se les diese el hábito á dos doncellas que llevaba, pagándoles con un poco de sa-
yal los salarios de largos años. Respondiendo la Priora, que era necesaria licencia de'
Prelado, dijo con mucho enfado: «¿Qué tienen que ver en mi convento los frailes? De-
tuvo la ejecución la Madre Priora hasta consultar al P. Prior, no sin sentimiento de la
Princesa. Habiendo conferido lo que convenía, se resolvieron de darles el hábito. Hizo-
se en el locutorio, poniéndose la Princesa en medio de las dos, para que también le
alcanzasen las bendiciones. Lleváronla después á comer carne con su madre en una
pieza á parte. Despreció aquel servicio. Fuese al refectorio, y dejando el lugar cercano
á la Priora que le tenían prevenido, tomó uno de los ínfimos, sin rendirse ni á ruegos
ni á exhortaciones, conservando superioridad en lugar inferior.
• Considerando la Priora que voluntad tan entera había de ser ocasión de muchos
disgustos; consultó con la Princesa su madre, que sería acertado que aquella señora
tomase alguna parte de la casa donde pudiese vivir con sus criadas y ser visitada de
los seglares, con puerta que entrase á la clausura, cuando gustase, y no otra persona
seglar. Pareció á todos bien el consejo: á ella mal, porque no había sido suyo, y que-
dóse en el Convento como estaba. El día siguiente, habiendo enterrado al Príncipe, y
cumplido con las exequias, la llegaron á visitar el Obispo de Segorbe, y otras personas
de calidad que allí se hallaron. Dijole la Madre Isabel que las hablase por la reja de la
Iglesia: mas ella no quiso sino que entrasen en la clausura; é hizo en esto tanto esfuer-
zo á pesar de los Religiosos, Religiosas y seglares que la visitaban, que se abrieron
las puertas del convento, y entraron con los señores muchos criados, atropellando los
decretos del Concilio, las órdenes de la Santa Madre, el retiro y silencio de las Reli-
giosas, y todo buen gobierno. Porque no piensan los señores que lo son si sirven á las
leyes. No contenta con ésto, instó en que le había de dar dos criados seglares: y ofre-
ciéndole la Madre Priora que ella y todas la servirían y en especial las dos Novicias
que la habían servido en el siglo; de nada se contentó, pareciéndole que le ponían leyes.
• Escribió la Madre Isabel á nuestra Madre Santa Teresa la muerte del Príncipe, la
determinación de la Princesa y los primeros lances que con ella le habían pasado: Es-
cribió la Santa una carta á la viuda Monja, cual de su condición, se podía esperar. El
poco gusto causó desestimación, y esto le daba en rostro, sin permitir que en nada le
fuesen á la mano. La Madre Isabel y dos Religiosas de las más antiguas le dijeron que
si de aquella manera había de proceder, entendiese que la Santa Fundadora las había
de sacar de allí y llevar á donde pudiesen guardar sus leyes, superiores en su estima á
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quiso entrar dentro de la clausura de las Religiosas, contentándose con la
todas las grandezas del mundo. Enojóse de suerte, que cogiendo sus criadas se fué á
unas ermitas que había en la huerta, y allí se estuvo sin que las Religiosas la tratasen, por
estar fuera de clausura. Enviáronle empero las dos Novicias para que le asistiesen por
no ser entonces tan comprendidas en las leyes del claustro. Alli abrió una puerta á la
calle, donde admitía toda comunicación, templado en gran parte el dolor de la muerte
del marido. Cesó con esto la obra de la Iglesia y Convento, y la limosna que Rui-Gó-
mez había dejado para el sustento, con que comenzaban á padecer mucha necesidad.
»Vino á Pastrana este año de setenta y cuatro la Madre Doña Catalina de Cardona.
Túvola consigo la Princesa algunos días, por la grande veneración que de su virtud tenía
y dándole una noche de los Reyes deseo de oír los Maitines en el Coro con las Reli-
giosas, volviendo de ellos le dijo con mucha sencillez: Piincesa, mira lo que haces con
estas Monjas, no enojes á Dios; que yo estuve en sus Maitines, y vi que estaban Ange-
les entre ellas que las guardan con espadas desenvainadas. Dióle esto algún temor.
Salióse de la ermita á una casa seglar cercana, donde acomodó su Oratorio, y estaba re-
cogida sin ver á las Monjas, con hábito de Monja. Confesábala el P. Prior, y procuraba
con prudencia sobrellevar aquella tan entera voluntad, esperando lo que Dios haría de
ella, cierto ya que no llevaba camino de religión. Estas cosas que en tan gran Señora
ni eran pecados, ni parecían grandes á los ojos de los que la habían visto en tanta al-
tura, venerada de la Corte, y celebrada del Rey; antes hallaban qué estimar por haber-
se reducido á tanta estrechura y tasa; para unas pobres Descalzas donde la igualdad,
el silencio, el rendimiento, la humildad, la penitencia, el Coro eran joyas más pre-
ciosas que lo que todo el mundo estinur, pedían á toda priesa el remedio de los daños
que ya se sentían de presente, y de futuro temían con tan díi.Vjso ejemplo para los de-
más Conventos de la Reforma.
»Llegando la noticia de todo á la Santa Fundadora, trató con los Padres Fr. Án-
gel de Salazar, provincial del Carmen; Fr. Pedro Fernández, visitador; Fr. Domingo
Báñez y Fr. Hernando del Castillo del remedio. Porque aunque la falta de lo temporal
la tenía librada en la paciencia y mortificación de sus hijas: la de lo espiritual le era de
gran peso. Decretaron que el medio único era sacar las Monjas de Pastrana, acordando
que primero se hablase á la Princesa, y se le pidiese mandase á sus criados acudiesen
al convento con el sustento necesario, como estaba asentado. Fué con la legacía el
P. Fr. Hernando del Castillo por la mucha cabida que con el Príncipe Rui-Gómez ha-
bía tenido. Halló á la Princesa tan desazonada y tan desamorada con las Monjas, que
se echaba de ver deseaba verse descargada de ellas, y aun lo significó por palabras
no muy confusas. Dio luego aviso al Visitador de quien pendía el remedio. Por hacerlo
con más acuerdo envió de nuevo al P. Provincial á Pastrana, para que juntamente con
el P. Fr. Hernando que allí estaba resolviesen el caso. Estaba ya en Palacio la Prin-
-335-
relación que le daban de ella, y de todo lo demás que preguntaba. Tomaba
él solo las cuentas, sin que las viese su compañero, por si hallaba en ellas
cesa cansada de la ermita, y por no dar audiencia fingió enfermedad: y los criados lla-
namente descubrian el intento de su ama. Sabido de la Santa que estaba en Salaman-
ca, escribió á la Priora lo que debía de hacer. Y aunque ella y las Religiosas le mani-
festaban el gusto que tenían de padecer, porque aquella casa no se perdiese; les res-
pondió, que ya no había remedio, porque los Prelados juzgaban otra cosa, y que poco á
poco se preparasen para cuando las avisase de Segovia, á donde se partía.
«Previno prudentemente la Madre Isabel todo lo necesario, y en primer lugar envió
á llamar al Corregidor de la Villa muy su aficionado, á un Escribano y al P. Fr. Gabriel
de la Asunción, Vicario de nuestro Convento por ausencia del Prior. Rogó al Corregi-
dor, que para cierto intento del servicio de Dios recibiese en su poder todas las joyas
y alajas que la Princesa había dado: y con el libro del recibo de ellas en la mano las
fué entregando sin que faltase alguna. Hecha la entrega, recibió carta de ella con firma
del Corregidor y fe del Escribano. Corrió la fama que las Monjas se querían ir. Salió
voz de Palacio de gran sentimiento de la Princesa y envióles á decir con el Corregi-
dor que les pondría guardas. Estaba ya todo dispuesto y consumido el Santísimo Sa-
cramento; y respondió la Priora que ya era tarde. Rindióse la Princesa con condición
que las Monjas se llevasen las dos Novicias criadcs suyas, á quien habían dado el há-
bito. Respondieron que á la una que era pobre, llamada Ana de la Encarnación que
adelante fué Religiosa de mucho nombre la llevarían de buena gana: á la otra que te-
nia muy bien con que remediarse, su Excelencia la acomodase como fuese servida. Lle-
garon de Segovia enviados por nuestra Santa Madre, el P. Julián Dávila y Antonio
Gaitán, con los cuales y el P. Fr. Gabriel de la Asunción, se hizo el viaje con la decen-
cia y religión que acostumbraban, yendo las Religiosas y la ropa en carros que de se-
creto previnieron. Tuvieron al pasar un río tragada la muerte, y de ella las libraron las
oraciones de la Priora, y las de su Madre Santa Teresa, que en aquel mismo punto dijo
á las Monjas de Segovia: Hermanas, encomienden á Dios á las que vienen de Pastra-
na. Entraron en Segovia trece Religiosas. Recibiólas la Santa, aunque estaba con la
cuartana, con increíble gozo, y especialmente á la Priora por la grande estima que de
ella hacía. Entrególe luego el Convento para que lo criase á los pechos de su doctrina:
y fueron tales sus ejemplos que fortalecieron á muchas para ser después ilustres Pre-
ladas en otras fundaciones. Y por esto la Religión la conservo en aquel Convento hasta
el año de mil quinientos ochenta y ocho que salió á fundar el de Zaragoza.»
Séanos permitido llamar la atención sobre algunas cláusu'as del minucioso relato
de la Crónica: «Llegando, dice, la noticia de todo á !a Santa Fundadora, trató con los
PP. Fr. Ángel de Salazar, Provincial del Carmen, Fr. Pedro Fernández, Visitador Apos-
— 336
alguna cosa que le disonase, y entonces á solas se la advertía á la Prio-
ra (1).
tólico, Fr. Domingo Báñez y Fr. Hernando del Castillo del Remedio». Cinco respetabi-
lísimas personas tratando en consejo sobre lo que convenía hacer en este caso urgente
y relativo á la Reforma, y de los cinco son tres gravísimos hijos de Santo Domingo, y
si bien oficiosamente el alma en todos estos negocios era la Santa Madre, pero quien
oficialmente presidió este consejo, fué el visitador P. Pedro, y él determina que el
P. Castillo vaya hablar á la Princesa de Eboli, y más tarde, que vaya también el Pro-
vincial Carmelita, y por último él es el que decreta que se abandone el convento de
Pastrana, y las monjas se trasladen á Segovia, como lo testifica la Santa cuando escri-
bía: «Yo procuré por cuantas vías pude, suplicando á los prelados, que quitasen de
alli el monasterio». Y bien sabemos que el Prelado superior era el P. Pedro Fernández
por su carácter de Visitador Apostólico. Y aun eso de suplicarlo no lo hizo !a Santa
por su propio parecer. «Yo por sólo el mío, añade, no me atreviera, sino por el parecer
de personas de letras y santidad»: es decir, por consejo del P. Báñez y del P. Castillo.
(Fundaciones, capítulo XVII).
¿Quién no ve en todos estos negocios á ¡os Dominicos ocupados y preocupados de
la Reforma de Teresa, cual si fueran negocios Je su Orden? ¿Qué mayor interés toma-
ran, sí se tratara de asuntos concernientes á la Orden de Santo Domingo, de la cual
eran miembros, y á la cual honraban en aquellos días, y la honran aún ahora con el
prestigio de su santidad y letras? Creemos que cualquiera que considere estos sucesos
con imparcialidad y buen sentido, no podrá menos de reconocer y confesar que, en vis-
ta de tales datos, es evidente haber confiado Dios en su alta providencia á la Orden de
Santo Domingo la realización de los planes y designios que tenía ab ceterno concebi-
dos sobre lo que en la historia se conoce con el nombre de la Reforma del Carmen, ó
Reforma de Teresa de Jesús.
En efecto; antes de celebrar el consejo ó consulta de que hemos hecho mención, ya
había escrito Santa Teresa al P. Báñez, pidiéndole su parecer y consejo y pintándole
la cautividad en que se hallaban sus hijas de Pastrana. He aquí sus palabras: «He gran
lástima á las de Pastrana; aunque se ha ido á su casa la Princesa, están como cautivas;
cosa que fué ahora el Prior de Atocha allá y no las osó ver. Ya está también mal con
los Frailes, y no hallo porque se ha de sufrir aquella servidumbre». Carta 37, edición
de 1861. La Fuente). Por desgracia no poseemos la contestación del P. Báñez, que de-
cidió á Santa Teresa á reunir la junta de tan respetables personas.
(1) No conocía aún entonces el P. Pedro Fernández á la Santa Madre, Teresa de
Jesús, mas que por referencias del P. M. Báñez y otros Padres graves de la Orden que
'a habían tratado, y al hacer ahora la visita canónica, como Visitador Apostólico del
— 337 —
» Hacía las visitas con grande brevedad, porque los seglares, de la de-
tención no hiciesen argumento de mayor necesidad de la que el convento
tenía.
«Dejaba así á Frailes como á Monjas excelentes advertencias, exhor-
tándoles al silencio, al retiro de seglares, á la oración, y á todo aquello que
camina y facilita el trato inierior con Dios. Ordenó que el trabajo de ma-
nos (que entonces se usaba más) no se hiciese tarea ni grangería, ni pasase
del tiempo, ni tasa, que la razón pedía para evitar la ociosidad. Después
de haber dado estas sabias y provechosas advertencias, salió de Pastrana
prosiguiendo su comisión. Llegando á Madrid dijo tanto al Príncipe Rui-
Gómez, á todo el Palacio, al Nuncio de su Santidad: y finalmente al Pru-
dente Rey, que á todos los llenó de esperanzas de grandes cosas para lo
futuro. No por lo dicho quitaba el prudente visitador al Provincial de la
Observancia, el gobierno ordinario, así de Descalzos como de Calzados. Y
solamente usaba de su comisión cuando la necesidad pedia no se pertur-
base el beneficio común».
Ya dejamos consignado en anteriores notas, cuanto trabajaron los Pa-
dres Báñez, Castillo y Pedro Fernández, para procuiar la paz y bienestar
de este convento de Pastrana. También hemos manifestado cómo el céle-
convento de Descalzas en Pastrana, preguntó á la Priora, que lo era la V. Isabel de
Santo Domingo, hija muy predilecta de la Santa, que qué modo debía de tener en tra-
tar con ella y cómo debía conducirse. La V. Isabel le contestó lo que nos dice en las
informaciones de Avila, y que á continuación copiamos: «Al articulo setenta y uno (so-
bre la virtud de la verdad ó veracidad), dijo:... y ansí estando la declarante por Priora
en el Convento de Pastrana y deseando saber de ella el P. Fr. Pedro Fernández, de la
Orden de Santo Domingo, Comisario Apostólico desta reformación en la Provincia de
Castilla, qué modo tendría en tratar con la Santa Madre, esta declarante le respondió
que no tenia que cuidar de buscar otro modo para tratar con ella que solamente la ver-
dad, porque era una mujer amicisima de ella y muy deseosa de tratarla en todo tiempo
y con todas las personas, lo cual halló tan cumplid;imente este Padre Comisario en la
Beata Madre que, hablando con esta declarante, después de algunos días y tratando
de la Santa Madre la llamaba ^Teresa de la gran cabeza», y decía otras palabras de
gran alabanza suya y encarecimiento de su prudencia y santidad, muy satisfecho de ha_
ber hallado en ella todo lo que esta- declarante le había dicho.»
22
338-
bre P. Barrón asistido sin duda, de luces muy especiales del cielo, intima
á Santa Teresa después de mirarlo todo, que dejando el Convento de To-
ledo se traslade á la Villa de Pastrana y realice así los planes que Dios
tenia sobre ella; y cómo la intervención divina se palpaba en todas sus
empresas, en cuestión de cinco dias aparecen fundados de repente dos
conventos.
Desde luego se comprende también el efecto que debieron producir en
el ánimo de todos los cortesanos, del Nuncio y del mismo Rey Felipe 11
los testimonios de personas tan graves por su virtud y su ciencia en favor
de la naciente Reforma y en ocasión que la combatían y hacían cruel gue-
rra personas también de respeto y aun consagradas á Dios, como eran
muchos de los Carmelitas Calzados á quienes ofendían y daban en rostro
la pobreza, mortificación y penitencia de la nueva Descalcez.
Téngase presente, para apreciar el valor de estos testimonios, la alta
estima que tenía Felipe II y toda la corte de España de estos Padres. Los
dos habían sido teólogos en el Concilio de Trento; y por lo que hace al
P. Hernando del Castillo, además de ser predicador de su Majestad el Rey,
éste le envió de Embajador á Portugal, y nunca disponía nada grave en
sus estados y reinos sin el parecer y consejo de este Padre.
Por otra parte, ¿qué efecto no debió de producir en los Descalzos y
Descalzas el ejemplo de austeridad y penitencia del Visitador Apostólico?
¿Qué consejos y ordenaciones les dio tan á propósito para llevar adelante
y continuar en el fervor comenzado? No se puede, por lo tanto, poner en
duda, que estas dos fundaciones de Pastrana se efectuaron, gracias á la
dirección y consejo del P. Vicente Barrón, y debieron en gran parte su
consolidación á los hijos de Santo Domingo; al P. Fr. Domingo Báñez,
que sostuvo á la Santa contra los caprichos de la voluble Princesa de Ébo-
li, á los PP. Castillo y Fernández, que canonizaron la conducta de las Des-
calzas ante el mismo Rey y toda la Corte, y en especial al P. Pedro Fer-
nández, que edificó con sus ejemplos de santidad y animó con sus exhor-
taciones y consejos á aquellos fervorosos religiosos que habían de ser en
los tiempos venideros las piedras angulares de toda la Descalcez.
-*-
CAPÍTULO Vil
fundación del Golegio de San Giririlo y el IP. IPedro Fernández.
Aunque muy por alto y á grandes rasgos, porque así corresponde á la
índole de este trabajo, hemos hisioriado en el capítulo anterior la fundación
del Convento de Descalzas en Pastrana. Se indicó también como Ambro-
sio Mariano (1) y Juan de la Miseria fueron persuadidos por Santa Teresa
(1) En el precedente capítulo dimos algunos datos biográficos acerca del famoso y
simpático Fr. Juan de la Miseria. Estamparemos en éste la biografía del P. Mariano, es-
crita por Santa Teresa en e! capitulo XVU de sus Fundaciones. Dice así:
«Y antes que pase adelante quiero decir lo que sé de este Padre, llamado Mariano
de San Benito. Era de nación italiana, doctor, y de muy gran ingenio y habilidad.
Estando con la reina de Polonia, que era el gobierno de toda su casa, nunca se ha-
biendo inclinado á casar, sino tenia una encomienda de San Juan llamóle nuestro Señor
á dejarlo todo, para mejor procurar su salvación. Después de haber pasado algunos tra-
bajos, que le levantaron había sido en una muerte de ;m hombre, y le tuvieron dos
años en la cárcel, adonde no quiso letrado, ni que nadie volviese por él, sino Dios y su
justicia, habiendo testigos que decían, que él los había llamado pi>ra que le matasen,
casi como á los viejos de Santa Susana, acaeció, que preguntando á cada uno á donde
estaba entonces, el uno dijo que sentado sobre una cama, el otro dijo, que á una ven-
tana: en fin vinieron á confesar como lo levantaban, y él me certificaba, que le habían
costado hartos dineros librarlos para que no los castigasen y que el mismo que le ha-
cia la guerra había venido á sus manos, que hiciese cierta información Cíjutra él, y que
por el mismo caso había puesto cuanto había podido por no le hacer daño.
Estas y otras virtudes, que es hombre limpio y casto, enemigo de tratar con muje-
res, debía de merecer con nuestro Señor que le diese luz de lo que era el mundo, para
procurar apartarse de él, y así comenzó á pensar en qué Orden tomaría, é intentando
— 340-
al pasar ésta por Madrid viniendo de Toledo á Pastrana para que abra-
zasen la Descalcez. Durante la permanencia de Santa Teresa, arreglando
todo lo concerniente á las dos fundaciones, tomaron los dos el hábito de
Descalzos. La Santa se halló presente, y lo que es más, ella misma les pre-
paró el santo hábito. <Yo, (1) dice, les aderecé los hábitos y capas y hacia
todo lo que podia para que ellos tomasen el hábito».
Regresó luego la Santa á Toledo, donde vivió de asiento, aunque ha-
ciendo algunas excursiones y visitas á los conventos que ya tenia funda-
dos; y al cumplirse el año del noviciado de Fr. Mariano y Fr. Juan, quiso
asistir la Santa Madre á la profesión de estos sus queridísimos hijos.
Hallándose la Santa en Pastrana en esta ocasión, pensó en fundar un
Colegio de estudios para la nueva Reforma. Ya hemos dado á conocer en
otra parte lo amiguísima que fué siempre Santa Teresa de las letras y le-
trados, y desde luego comprendió que era preciso llenar el vacío que había
en su naciente Reforma, creando en ella un Colegio-Universidad, donde
las unas y las otras, en todas debía de hallar inconvenientes para su condición, según
me dijo. Supo que, cerca de Sevilla estaban juntos unos ermitaños en un desierto, que
llamaban el Tardón, teniendo un hombre muy Santo por mayor, que llamaban el Padre
Mateo: tenía aparte cada uno su celda, sin decir oficio divino; sino un oratorio á donde
se juntaban á Misa, ni tenían renta, ni querían recibir limosna ni la recibían, sino de la
labor de sus manos se mantenían, y cada uno comía por sí, harto pobremente. Pareció-
me, cuando lo oí, eí retrato de nuestros santos padres. En esta manera de vivir estuvo
ocho años.
Como vino el Santo Concilio de Trento, y como mandaron reducir á las Ordenes los
ermitaños, el quería ir á Roma á pedir licencia para que los dejasen estar así, y este
intento tenía cuando yo le hablé. Pues como me dijo la manera de su vida, yo le mos-
tré nuestra regla primitiva, y le dije que sin tanto trabajo podía guardar todo aquello
pues era lo mismo, en especial del vivir de la labor de sus manos, que era á lo que é|
mucho se inclinaba, diciéndome que estaba el mundo perdido de codicia, y que esto
hacía en no tener en nada á los religiosos. Como yo estaba en lo mismo, en esto
presto nos concertamos, y aún en todo; que dándole yo razones de lo nuicho que po-
día servir á Dios en este hábito, me dijo que pensaría en ello aquella noche. Ya yo le vi
casi determinado, y entendí que lo que yo había entendido en la oración, que iba á más
que al monasterio de las monjas, era aquello. Dióme grandísimo contento, pareciendo
se había mucho de servir el Señor si él entraba en la Orden.
(1) Fundaciones, capítulo XVII.
-341 -
dedicados al estudio dia y noche los nuevos profesos pudiesen adquirir
aquellos conocimientos y letras porque ella se privaba.
Pero tropezaban ella y los Padres con quienes consultó tan grave
asunto. en Pastrana, con una dificultad insuperable, que era no tener licen-
cia del General, más que para fundar dos conventos, y estos ya estaban
fundados en Pastrana y en Mancera.
El General habia encontrado contradicción en la Orden ó provincia de
Castilla, y no se atrevió á conceder el permiso más que para dos conventos
de religiosos, si bien podía fundar por parte del santo General tantos con-
ventos de Monjas como pelos tenía la Santa en su cabeza. El Provincial de
Castilla (1) no estaba tampoco en disposición de darla, por las mismas difi-
cultades que detuvieron en esto al General. ¿Qué hacer, pues, en este apu-
ro? La Santa que hallaba recurso para vencer las mayores dificultades y
obstáculos, pensó que esta licencia podía darla el nuevo visitador apos-
tólico el P. Pedro Fernández, quien como ella escribe en otra parte tenía
más facultades, no sólo que el Provincial, sino aún más que el mismo Ge-
Su Majestad que lo quería, le movió de manera aquella noche, que otro día me llamó
ya muy determinado, y aún espantado de verse mudado tan presto, en especial por una
mujer (que aún ahora algunas veces me lo dice) como si fuera eso la causa, sino el Se-
ñor que puede mudar los corazones. Grandes son sus juicios, que habiendo andado
tantos años sin saber á qué se determinar de estado (porque el que entonces tenía, no
lo era, que no hacían votos, ni cosa que les obligase, sino estarse allí retirados) y que
tan presto le moviese Dios y le diese á entender lo mucho que le había de servir en este
estado, y que su Majestad le había menester para llevar adelante lo que estaba comen-
zado, que ha ayudado mucho, y hasta ahora le cuesta muchos trabajos, y costará más
hasta que se asiente, según se puede entender de las contradicciones que ahora tiene
esta primera regla; porque por su habilidad, ingenio y buena vida, tiene cabida con mu-
chas personas, que nos favorecen y amparan». Y concluye con estas palabras: «El (Padre
Baltasar) dio el hábito al P. Mariano, y á su compañero, para legos entrambos, que tam-
poco el P. Mariano quiso ser de misa, sino entrar para ser el menor de todos, ni yo lo
pude acabar con él. Después, por mandado de nuestro reverendísimo padre general, se
ordenó de misa».
(1) Era este provincial Fr. Alonso González, á quien describe Santa Teresa con las
siguientes gráficas palabras: «Era viejo y harto buena cosa y sin malicia». (Fundacio-
nes, capitulo XIII).
I
— 342-
neral y el Capítulo; porque como ella añade, es como si lo hiciese el Pon-
tífice.
Feliz idea, feliz plan, el que concibió; pues todo se cum.plió según ella
deseaba. El P. Pedro amaba tiernamente á la Santa Fundadora, aunque per-
sonalmente aún no la conocía; amaba á los nuevos Descalzos que acaba-
ba de visitar canónicamente en Pastrana, y cuyas virtudes y santidad ha-
bía testificado en presencia del Nuncio, del Rey y de su corte: era amador
de las letras, y conocía cuánto prestigio dan éstas á un instituto religioso;
todo lo cual hizo que este venerable Padre concediese la licencia y la con-
cediese con gusto.
Cuanto acabamos de exponer, se halla consignado, tanto en la Cróni-
ca de la Reforma, como en la Mujer Grande. Empieza la primera el capi-
tulo XLIII del libro 2P, de esta manera: <Por el mes de Julio deste año de
setenta, se hallaba San Pedro de Pastrana, ilustrado y consolado con la
presencia de nuestra Madre Santa Teresa, que había venido á la profesión
de los dos primeros hijos, Fr. Ambrosio Mariano y Fr. Juan de la Miseria.
Ella también se recreaba de verlos, juntamente con otros que en la Reli-
gión f jeron después grandes luceros: unos que de la Observancia habían
pasado: otros que del siglo vinieron. Entre los de la Observancia eran
insignes el P. Prior Fr. Baltasar de Jesús Nieto, hijo de la provincia de
Andalucía, ya profeso; y el P. Fr. Francisco de la Concepción, novicio:
aquél en el pulpito y prudencia: éste en santidad y penitencia. Y hacíales
compañía Fr. Pedro de los Apóstoles y Fr. Pedro de San Jerónimo, na-
tural de Zaragoza, con otros. Entre los del siglo había tres novicios, que
adelante fueron grandes Maestros del espíritu y gobierno, Fr. Gabriel de
la Asunción, Fr. Agustín de los Reyes, Fr. Ángel de San Gabriel^... -Entre
todos se trataba de fundar en Alcalá un Colegio, por la necesidad de letras,
y por la comodidad de ganar sujetos de importancia. Era para esto grande
embargo haberse acabado la licencia del Reverendísimo, con los dos con-
ventos de Mancera y Pastrana, ya fundados. Del P. Provincial, aunque
tenía prendas de amor, no la podían esperar: porque contra la limitación
del General, no la había de conceder. Y porque comenzaban ya á sentirse
entre los graves de la Observancia vivos sentimientos de los Descalzos,
porque les llevaban los sujetos más lucidos: y porque les daba en rostro
- 343 -
el apellido de Reformados y Primitivos, pareciéndoles era mengua de su
Religión: y derramaban ya quejas entre los seglares, desto y de otras co-
sas que la emulación sabe fraguar. Tentaron el ánimo del visitador, para
que usando de su potestad les diese licencia para esta fundación; y dióla
con gusto persuadido de la importancia».
Y en el día 16 de Septiembre nos dice La Mujer Grande: •^Con el favor
de la Santa, pues, se fundó el Colegio de Alcalá ál." de Noviembre de 1570
porque como ya había tantos novicios en Duruelo y Pastrana, era preciso
que tuvieran casa donde estudiar, y hubiera Universidad, pues acudían
todos á ella. La dificultad era grande por dos partes. Primera, porque la
Santa no tenía licencia para fundar más conventos de frailes que los dos
ya fundados y el General y los Calzados, resentidos de que se iban muchos
y muy buenos á la Reforma, no pensaban en dar más licencias. A esto
ocurrió la Santa acudiendo el visitador apostólico, que con las facultades
que tenía podía dar la licencia, y la dio, porque tenía mucho amor á la
Santa y á los de Pastrana, que ya había visitado, y aquí se vio la Provi-
dencia divina en haberse sujetado los Descalzos y Descalzas á la visita,
aunque no tenían obligación ni estaban comprendidos en el Breve >.
Restaba aún otra dificultad que vencer, y era la falta de renta, la ca-
rencia de dinero necesario para una fundación de este género. Dios pro-
veyó, como era de esperar, y la Santa encontró todo lo que deseaba en el
Príncipe Ruiz Gómez.
Este se había informado muy bien de nuestro P. Castillo, á quien hon-
raba con su amistad y afecto; le habían grandemente impresionado las pa-
labras de tan grave religioso, que preguntado por el Príncipe, qué le pare-
cía de sus frailes de Pastrana; le contestó como ya lo hemos dicho: -Se-
ñor, á los ojos de la carne, locos; á los de la fé, Angeles». Por eso cuando
en esta ocasión la Santa acudió al Príncipe suplicándole que sufragase
los gastos para la fundación del Colegio, accedió generosamente á tan
justa petición. -Vino en esta ocasión á Pastrana el Principe Ruíz Gómez,
y si mucho había entendido por relación de sus frailes, más halló el he-
cho, y mucho más se prometía en la esperanza viendo sujetos tales y
tantos, y algunos tan aventajados que se podía esperar dellos una nueva
Reforma. Consultaron con él su deseo de fundar en Alcalá, y su falta de
— 344 -
dinero, Remedióla su generosidad, y ofreció de presente para comprar la
casa una buena cantidad, y en lo futuro dejar renta para el sustento de
diez y ocho Colegiales; con que justamente ganó el título de Padre desta
familia, que ella muy de voluntad le dá» (1).
Lo mismo nos dice La Mujer Grande en el lugar ya citado: *Pero fal-
taba más, que era la renta para mantener los Coristas estudiantes. Para
esto habló (la Santa) al Príncipe Ruíz Gómez, que aú i vivía, y éste contri-
buyó con mucho dinero para comprar casa en Alcalá, y dio renta para diez
y ocho estudiantes».
Llegada la licencia del visitador P. Pedro, se procedió á la compra de
la casa que había de servir de Colegio; se nombró primer Rector al extá-
tico San Juan de la Cruz, que edificó aquella Universidad con el esplendor
de sus virtudes: y para coronar la obra de Teresa de Jesús, el Señor la dio
un varón poderoso en obras y palabras; un gran predicador del cual dice
así la Crónica: < Comenzó luego á predicar el P. Baltasar de Jesús, con tan
gran espíritu, con tan poderosa elocuencia, que asombró á la Universidad...
Traía á las Escuelas y á los seglares tras sí, no menos con el hábito nuevo,
y penitente vida que representaba á uno de los antiguos Anacoretas; que
con la fuerza de su lengua. Y en las conversaciones públicas y secretas,
era la común materia el Descalzo, el Penitente, el Predicador apostólico,
el nuevo Profeta del Carmelo. A pocos meses demás de la mucha refor-
mación que en todo el pueblo causó, llenó los conventos de Frailes, y al
de Pastrana enriqueció de Novicios: algunos dellos graduados, y casi to-
dos sujetos muy lucidos.
Fué este el primer lugar insigne en que nuestra Reforma salió á luz, y
el primer teatro público, donde el nuevo Carmelo comenzó á representar
la vida apostólica, y profética, y á seguir la estrecha senda del Cielo, el
desprecio del mundo, la voluntaria pobreza, la vida de los Angeles trasla-
dada en hombres; y así fué uno de los notables espectáculos que han visto
nuestros siglos*.
A estas palabras de la C/ó/z/ca únicamente añadiremos, *que no sólo
(1) Crónica Carmelitana, libro 2.°, capitulo XLIll.
— 345 —
fué este Colegio el primer Colegio de Estudios que tuvo la Descalcez,
donde se formaron sabios, como el autor ó autores del Curso Complutense
tan conocido y alabado en la República de las Letras, sino que este Cole-
gio fué la cuna donde tuvo principio esd falange de hombres eminentes
en las ciencias filosóficas y teológicas, tanto dogmáticas como morales, que
tanto prestigio y fama han dado á la Reforma Carmelitana.
En efecto: la obra monumental conocida con el nombre de los Salma-
ticenses irá siempre unida á la fundación de este Colegio de Alcalá, de don-
de arranca las casta de teólogos, que teniendo por preceptor y maestro al
Angélico Doctor, han asombrado al mundo sabio, que siempre cita con
respeto las gravísimas sentencias de estos ilustres hijos de la gran Teresa
de Jesús. Honor, bendición y gloria también al inmortal P. Pedro Fernán-
dez, quien como amaba tanto ú la Santa, dio con gusto la licencia para su
fundación, persuadido de la importancia, para usar las mismas frases de
las Crónicas Carmelitanas.
Aún nos resta presentar otro título, por el cual la Descalcez debe eterna
gratitud al P. Pedro Fernández, en cuanto este varón santo, al visitar el
nuevo Colegio de Estudios, animó con sus palabras y ejemplos á aque-
llos recien profesos fervorosos estudiantes, á que continuasen en el camino
emprendido de penitencia y austeridad nunca vistas. No se dejó llevar este
varón de Dios, este gigante en la virtud de lo que acaso á muchos menos
adelantados en los caminos de Dios les hubiera parecido exceso de mor-
tificación y penitencia incompatible con el estudio y la asistencia á las
aulas, antes bien, les confortó y animó á continuar en el camino empezado
apoyando su dictamen, no en razones de la carne y de la prudencia hu-
mana; que no está sujeta á ley. que es enemiga de Dios, sino en razones
propias del espíritu divino.
Veamos lo que nos dice sobre este punto la Crónica: ^ Llegando el
Padre Maestro Fray Pedro Fernández visitador deste Colegio, y parecién-
dole al compañero que más era cárcel, ó casa de los ejercicios de San
Juan Clímaco, que Colegio de Estudios; le rogó que moderase las peni-
tencias. Pero él con un celo apostólico, antes les exhortó á que las conti-
nuasen. Y cuando se despidió dellos, significando lo que se había conso-
lado de ver tan gran fervor de virtud entre las letras, les dijo que no
- 346 -
aflojasen por los estadios en el rigor y buen ejemplo; que aunque muriesen
en la demanda, más habrían predicado con eso, que rompiendo después
muchos pulpitos por el camino ordinario. Y mayor servicio harían á la
Iglesia: para que en tiempo que estaba el mundo tan lleno de letras, y tan
vacio de obras de penitencia; viesen en ellos una semejanza de la primi-
tiva Iglesia, y de la predicación Apostólica, que movía más con obras que
con las palabras: razones todas de tan gran Maestro de virtud y letras. Y
recibiéronlas de tal manera aquellos primitivos estudiantes, que las dejaron
como vinculadas, y en herencia fija á sus sucesores. Porque siempre ha-
bemos visto y vemos resplandecer en este Colegio el fervor, virtudes, y
perfección de los antiguos, y observadas las costumbres, leyes, y cere-
monias de un estrechísimo Noviciado, en medio del bullicio y ocupaciones
de los estudios, de que soy testigo. Consérvelo el Señor siempre* (1).
Y si porque con su licencia se fundó este Colegio, esta primera casa
de Estudios de la naciente Reforma es digno el P. Pedro Fernández de
eterna é imperecedera memoria, ¿cuánto más lo es por haber confirmado
con sus palabras y ejemplos en los caminos de la penitencia y santidad,
tan olvidadas por lo común en aquellos que se dedican á las letras, á
aquel tierno plantel de la naciente Reforma? No en vano mereció este ve-
nerable Padre el dictado de Provincial Santo con que le honró la Orden
de Santo Domingo. Conocía sin duda el gran escollo que han sido los es-
tudios ó más bien el desordenado deseo de saber, á muchos que, llevados
de este apetito, han abandonado las prácticas de la mortificación y peni-
tencia. Esto hizo escribir á nuestro venerable Granada, hablando en el
Tratado de la Oración sobre esta materia: <Dícesc que en el estrecho de Ma-
gallanes de tres navios se perdió uno, mas en éste de que hablamos de ciento
apenas se escapa uno, ¡Cuántos estudiantes tiene hoy el mundo, y qué po-
cos discípulos tiene Cristo!»
(1) Libro 2.", capitulo XLIU.
■ CAPÍTULO VIII
fundaciones de Salamanca y de fllba, y los IPIP. Fernández
y Domingo Báñez. -Otros sucesos.
FUNDACIÓN DE SALAMANCA
Siguiendo la Cronología del Sr. La Fuente, Santa Teresa en 1570. vís-
pera de la festividad de todos los Santos, invitada por el P. Martín Gu-
tiérrez de la Compañía de Jesús, (I) fué á Salamanca, fundando a'.li su
convento de Descalzas; de modo que en un mismo año y acaso en el
mismo día se efectuaron las fundaciones del colegio de Descalzos de Al-
calá y esta de Salamanca y entró en las dos Universidades, más insignes
de España, según la expresión de uno de los Biógrafos de la Santa.
En los capítulos XVIII y XIX de sus Fundaciones se ocupa la Santa
Escritora de este convento de Salamanca y da Consejos de consumada
(1) Como lio entra en el plan de esta obra el consignar lo que los demás institutos
relÍRinsos, en especial la Conipañia de Jesús, hicieron en pro de Santa Teresa, no nos
detenemos en exponer detalladamente su intervención y ayuda; sin embargo, no pode-
mos menos de manifestar que en esta fundación de Salamanca los Padres Jesuítas tu-
vieron también mucha parte. Recuérdese la frase de nuestro capitulo preliminar, en
que dimos el nombre de milicias ambulantes á los religiosos jesuítas y dominicos por
hallarse siempre dispuestos á secundar los planes que Dios tenia sobre Santa Teresa
y su Reforma.
I
— 348 —
prudencia á las prioras para el buen gobierno y dirección de los conven-
tos. No puedo omitir uno que los abraza todos: 'Siempre, dice, os infor-
mad. Hijas, de quien tenga letras, que en éstas hallaréis el camino.
Esto han menester mucho las Preladas, si quieren hacer bien su oficio,
confesarse con letrados, y si no harán hartos borrones, pensando que es
santidad, y aun procurar que sus monjas se confiesen con quien tenga
letras.» Allí nos cuenta también el miedo de su compañera á la cual no se
le quitaba del pensamiento los estudiantes, el doblar de las campanas (1)
por ser noche de las ánimas, junto con la descripción del buen Nicolás
Gutiérrez (2) y del caballero, cuya era la casa, que vino tan bravo... con
otras muchas historias tan delicadamente escritas que prueban una vez
más la afirmación del Sr. La Fuente, cuando dice, que la Santa Escritora
se excedió á si misma en la corrección y estilo de éste su libro de las
Fundaciones.
Nada nos dice Santa Teresa de la intervención del P. Pedro Fernán-
dez en esta fundación de Salamanca ni en la siguiente de Alba; pero es
indudable que estas dos fundaciones como las siguientes de Segovia y
Veas, se hicieron con su licencia; pues habiendo sido nombrado Visitador
en Agosto de 1569, la Santa no sólo no podía fundar ninguna casa sin su
autorización, pero ni aun trasladarse de un punto á otro, sin la venia del
que era su prelado como ella misma lo testifica, y lo veremos muy pronto
en los diversos sucesos y ocasiones que ocurrieron.
Santa Teresa aunque había recibido licencia del General de la Orden
Carmelitana para fundar tantos conventos de monjas como pelos tenía en
la cabeza; pero una vez nombrado el Dominico P. Pedro Fernández, Vi-
sitador Apostólico, como la autoridad de éste era la misma del Pontífice,
la Santa nada podía hacer sin su licencia y permiso, ni detenerse en los
(1) María del Sino. Sacramento (María Suarez) de más edad que Santa Teresa. Es
graciosa la contestación de la Santa, cuando María Suarez la dijo: Madre, estoy pen-
sando si ahora me muriera yo aquí, ¿qué iiaría Vos sola? yo la dije: «Hermana, do que
eso sea, pensaré lo que he de hacer; ahora déjeme dormir».
(2) Tenía seis hijas religiosas en la Encarnación de Avila, las cuales abrazaron des-
pués la Descalcez de Santa Teresa.
— 349-
conventos más del tiempo señalado y así, escribiendo á D. Alvaro de Men-
doza solicita la licencia del P. Pedro para detenerse algún dia en Avila y
dice: «Suplico á V. S. me mande avisar si se recaudó la licencia del Padre
Visitador para estar en San Joseph algún dia: la Priora me lo escribirá...»
y añade el anotador: -En la posdata solicita licencia del P. Visitador que
era el P. Fernández para estar algún dia en su primogénito convento de
San José, ó pensando hacer viaje por Avila á Segovia, ó queriendo con-
cluir presto la Fundación de Segovia, y deseando antes de encerrarse en
la Encarnación ver y consolar á sus hijas primitivas. Acaso cansada de
tantos besamanos y Señorías que son muy gravosas, deseaba descansar
en la quietud, sencillez y lisura de sus hijas • (1).
Al P. Pedro alude la Santa cuando en el capítulo XIX tratando de esta
fundación de Salamanca escribe así: «Estuvo el monasterio en esta casa
cerca de tres años, y aun no me acuerdo si cuatro, que había poca memo-
ria de él; porque me mandaron ir á la Encarnación de Avila, que nunca,
hasta dejar casa propia recogida y acomodada á mi querer, dejara ningún
monasterio, ni lo he dejado, que en esto me hacía Dios mucha merced,
que en el trabajo gustaba ser la primera, y todas las cosas para su des-
canso y acomodamiento procuraba hasta las muy menudas, como si toda
mi vida hubiera de vivir en aquella casa; y así me daba gran alegría cuan-
do quedaban muy bien*. Y un poco más adelante añade:
<Pues visto el prelado su perfección, y el trabajo que pasaban, movido
de lástima me mandó venir de la Encarnación: ellas se habían ya concer-
tado con un caballero de allí, que les diese una, sino que era tal, que fué
menester gastar más de mil ducados para entrar en ella. Era de mayoraz-
go, y él quedó que nos dejaría para pasar en ella, aunque no fuese traida
la licencia del Rey, y que bien podíamos subir paredes. Yo procuré que el
P. Julián Dávila, que es el que he dicho andaba conmigo en estas funda-
ciones, y había ido conmigo, me acompañase, y vimos la casa, para decir
lo que se había de hacer, que la experiencia hacía que entendiese yo bien
de estas cosas (2).
(1) P. Antonio de San José, tomo 4.°, Carta 0."
(2) Santa Teresa que en todas partes salió triunfante y victoriosa, no pudo, sin em-
— 350 —
Como documento concerniente á este convento de Descalzas de Sala-
manca pondremos á continuación la patente del P. Pedro Fernández, en
virtud de la cual, Santa Teresa fué asignada para siempre como conven-
tual de esta casa, y antes daremos á conocer la profesión que hizo de la
primitiva Regla sin mitigación alguna y su aceptación por el P. Pedro
Fernández.
Los documentos son como sigue:
Digo yo Teresa de Jesús, monja de Nuestra Señora del Carmen, pro-
fesa en la Encarnación de Avila y ahora de presente estoy en San Josef de
Ávila, á donde se guarda la primera Regla y hasta ahora yo la he guarda-
do aquí, con licencia de nuestro Rdvmo. P. general Fr. Juan Bautista, y
también me la dio para que aunque me mandasen los prelados tornar á la
Encarnación allí la guardase, es mi voluntad guardarla toda mi vida, y ansí
lo prometo, y renuncio todos los breves, que hayan dado todos los Pon-
tífices para la mitigación de la primera Regla, que con el favor de nuestro
Señor la pienso y prometo guardar hasta la muerte, y porque es verdad lo
firmo de mi nombre. Hecha á Xlll dias del mes de Julio, año de MDLXXI.
Teresa de Jesús.»
<Yo Fr. Pedro Fernández, comisario apostólico en la provincia de Cas-
tilla de la Orden del Carmen, acepto la dicha renunciación á petición de la
dicha madre, como perlado della y la quito de la conventualidad de la En-
carnación, y hago conventual de los conventos de la primera Regla y agora
bargo conseguir en Salamanca casa para sus hijas, á pesar de hacer ex projeso tres
viajes con ese objeto; y se fué al cielo, dejándolas, no en casa propia, sino alquilada.
Por eso solía decir con donaire: «que lo sucedido en Salamanca la quitaba la vanaglo-
ria que la podía venir de las demás fundaciones». Mucho la hizo padecer allí D. Pedro
de la Vanda con su carácter versátil, y por eso escribiendo á los fundadores de To-
ledo, alaba mucho su formalidail contraponiéndola á la falta de cl!a en el caballero
Vanda de Salamanca, y le dice á D. Diego ürtiz y á D. Alonso Ramea ciudadanos de
Toledo: *0h Señor, qué de veces me acuerdo de vuestra merced en los conciertos que
se me ofrecen por acá (en Salamanca) y echadoles bendiciones, porque era hecho lo
que una vez decían vuestras mercetles, aunque fuese de burla . O. Pedro de la Vanda
era un hombre sumamente voluble, sem'in lo ilescribe nuiy .iíi'<'ti'^';""t-'"b' al historiar la
fundación de Salamanca.
-351 -
la asigno y hago conventual del monasterio de Descalzas de Salamanca y
por qualquier via que acabe el oficio de priora de la Encarnación que el
presente tiene, la revoco del dicho monasterio de Salamanca y durante el
dicho oficio también quiero que en cuanto á la conventualidad pertenezca
al dicho monasterio de Salamanca aunque por esto no le quito el oficio de
priora de la Encarnación que bien lo puede ser con pertenecer su conven-
tualidad cá Salamanca, y si acaso en la Orden del Carmen hay ley en con-
trario, por esta vez yo la revoco y de mi autoridad uso la dicha, fecho en
m.'' (Medina) á seis de Octubre de mili y quinyentos y setenta y un años,
Fr. Pedro Fernández, comisario apostólico- (1).
Hablando el P. Antonio de San José, anotador de las cartas de la San-
ta sobre esta disposición del P. Pedro en que hace á Santa Teresa con-
ventual de Salamanca, dice asi: -Discretísimo estuvo este gran Dominico
en señalar á la Santa la conventualidad de Salamanca; porque solo en las
Universidades debia asistir esta insigne Doctora* (2).
Tan acertada se creyó esta asignación del P. Pedro Fernández decla-
rando á Santa Teresa para siempre conventual de San José en Salamanca
y tanto respeto se la tuvo, que cuando en 1576 siendo Comisario Apos-
tólico el P. Gracián la mandó arreglar ciertos asuntos del convento de Ma-
lagón y que después se trasladase á concluir su priorato en Avila, añadía
en la patente: Y acabado vaya á la casa de San José de Salamanca, donde
es conventual, por el M. R. P. Fr. Pedro Fernández, visitador apostólico.
En fe de lo cual di ésta, firmada de mi nombre, fecha á 6 de Mayo de 1576.
Fr. Gerónimo Gracián (3).
Como se ve Santa Teresa desde la asignación del P. Pedro, fué siem-
pre y murió siendo conventual de Salamanca. Feliz idea, pues la más
amante de las letras y letrados convenía que de jure, digámoslo así, vi-
viese siempre alternando y en comunicación con los grandes sabios que
honraban con su ciencia á Salamanca y á España; allí desahogó su es-
píritu, consultando su oración y las mercedes tan extraordinarias que el
(1) Sr. La Fiientf, toiiK» 2.", página 522, edición 1 <il.
(2) Nota 12." á la Carta 7!t." del tomo 2."
(3) At'w Ter estaño O de Mayo.
-352-
Señor la hacía, con Mancio, y con Medina, Lectores primarios de aquella
Universidad, y sobre todo con Báñez, para quien la Santa pidió á Dios la
cátedra de prima en aquella universidad. Nos consta este dato por el Pa-
dre Fr. Antonio de San José.
Escribiendo la Santa á la lima. Doña María Enríquez, la dice: «¿Qué le
le parece á Vm., que honradamente salió Fr. Domingo Báñez con su cá-
tedra?, plega á Dios le guarde, pues ya poco más me ha quedado: trabajo
no le faltará en ella, que honra harto costosa es.»
Comentando dicho P. estas palabras, dice asi: «En el número cuarto dá
á entender el decoroso empeño con que lució el P. M. Báñez en la promo-
ción á su cátedra. Siendo sobre Dominico, docto y noble cántabro, no le
correspondía desempeño menos honrado: Fué ésto la cátedra de Prima á
que subió desde la de Durango, por muerte de Fr. Bartolomé de Medina,
y había tomado posesión de ella á 21 de Febrero inmediato, según consta
de papeles del gravísimo convento de Salamanca.
El Sr. Yepes dice en una relación que se presentó en las informacio-
nes de la Santa, que estando ella en Toledo, cuando llevó Báñez una de
las cátedras, le di]o á él mismo: No he pedido en mi vida á nuestro Señor
cosa tempoi al para nadie, sino que dé la cátedra á este Padre.*
II
FUNDACIÓN DE ALBA
Empieza la santa escritora el capítulo XX de sus Fundaciones por estas
palabras: «No había dos meses que se había tomado la posesión, el día de
todos los Santos en la casa de Salamanca, cuando de parte del contador
del Duque de Alba y de su mujer fui importunada, que en aquella villa
hiciese una fundación y monasterio, y no lo había mucha gana, á causa
que por ser lugar pequeño; era menester que tuviese renta; que mi incli-
nación era á que ninguna tuviese. El P. M. Fr. Domingo Báñez; que era mi
confesor, de quien traté al principio de las Fundaciones, y acertó á estaren
Salamanca, me riñó y dijo, que pues el Concilio daba licencia para tener
renta, que no sería bien dejarse de hacer un monasterio por eso; que yo no
-353-
lo entendía, que, ninguna cosa hacía para ser las monjas pobres y muy
perfectas».
Los biógrafos Yepes y Ribera nos íiablan de lo que influyó en el ánimo
de la Santa esta indicación del P. M. Báñez á quien llaman, y con razón
su antiguo confesor y grande amigo. (1) En lo restante del capítulo se en-
tretiene la Santa en escribir la biografía de los fundadores Francisco Ve-
lázquez y Teresa de Laiz, en especial cuenta cosas muy curiosas y ex-
traordinarias sobre el nacimiento de esta.
(1) He aquí los testimonios de Ribera y Yepes. Dice así el primero en el libro 2",
capítulo XVII: No había dos meses que había fundado en Salamanca, cuando la torna-
ron á importunar que volviese á Alba. No gustaba ella mucho de ir á esta fundación, por
ser Alba pequeño lugar y no poder el monasterio dejar de tener renta. Pero el padre
M. Fr. Domingo Báñez, que entonces estaba en Salamanca y la confesaba, la contra-
dijo eso mucho, como otras veces lo había hecho, diciendo: que no convenía dejarse
de hacer por eso e'. monasterio, y que aunque tuviese renta no estorbaría en nada para
ser las monjas pobres y perfsctas. Con esta respuesta se determin j á fundarle».
Lo mismo escribe el limo. Yepes en el libro 2." capítulo XXIV; «No gustaba mucho
la Santa de esta fundación, por ser Alba pequeño lugar, y por esta razón era necesario
que el monasterio tuviese renta, que era lo que la Madre rehusaba nnicho; pero el
P. M. Fr. Domingo Báñaz, confesor antiguo suyo, que entonces estaba en Salamanca,
la persuadió que de ninguna manera lo dejase de hacer, diciendo que aunque tuviese
renta el monasterio, no estorbaría nada para que las monjas fuesen pobres y perfectas
y como la Santa era tan obediente, se determinó fundarle, viendo que no era posible
sustentarse allí de limosnas».
Añadamos, por último, las palabras de la Crónica de la Reforma, que confirman lo di-
cho en el libro 2.°, capitulo XVI: Hacía reparar á la Santa en esta fundación lo que en
otras; ser lugar pequeño para vivir sin renta, y ella tan fuertemente inclinada á estado
de pobreza estrecha, no sólo en particular, mas también en común. Dio cuenta de ello
al P. M. Fr. Domingo Báñez, que se hallaba en Salamanca, y era su confesor, y él la
persuadió á que no reparase en aquello, diciendo que cuando el Concilio de Trento con-
cedió renta á las monjas no pretendiendo con esto quitarles la perfección, sino aumen-
társela; con lo cual se determinó á fundar este convento".
No está demás que consignemos, aunque sea de paso, que un fraile francisco, hom-
bre de letras y calidad, cuyo nombre no sabemos, ni la Santa lo expresa, influyó con
Francisco Velázquez y Teresa Laiz, fundadores de este convento de Alba, para que se
llevase á cabo dicha fundación, contra los ardides del demonio, que intentaba impedirla.
-354-
III
OTROS SUCESOS
Por este tiempo tuvieron lugar ciertos sucesos, cuya relación dice bien
con el fin de este trabajo.
Habían conseguido los condes de Monte Rey, que al volver Santa Te-
resa de su íundación de Alba á Salamanca, se pudiese detener algunos
días en su palacio. La Santa; siempre obediente y amiga de complacer,
«porque en esto de dar contento á otros he tenido extremo >, se hospedó
en dicho palacio con gran edificación y ejemplo de los condes. Tenían és-
tos en aquella ocasión una hija tan enferma que, de un momento á otro,
temían la muerte de la niña. Rogaron á la Santa Madre, supjicase al Señor
les concediese la salud y vida de la hija. La Santa se retiró á su aposento
y fueron tan eficaces sus súplicas y oraciones, que se le aparecieron el
glorioso Santo Domingo, y Santa Catalina de Sena, y la avisaron cómo
Dios le había concedido la vida de aquella niña, y que era gusto suyo
trajese un año el santo hábito de su Orden. Llamó la Santa al P. M. Bá-
ñez, que era su confesor, y revelóle todo el secreto para que se lo dijese
á los condes: tanta como ésta era su modestia. Sanó la niña, trajo un año
el hábito de Santo Domingo en servicio del Señor, que de tan pocas co-
sas hechas por su amor se satisface: y adelante fué mujer del conde de
Olivares, de las insignes en valor de España, y madre del que ahora lo
es, y duque de San Lucar. No sería de extrañar que en esta aparición de
la insigne terciaria dominica, á la mística Doctora, Teresa de Jesús, la
hiciese otras mercedes mayores que la que la Crónica indica, toda vez que
nos consta por un testigo para las informaciones en la canonización de
Santa Teresa, haber asegurado ésta, «que después de Dios, debía á Santa
Catalina muy singularmente la dirección y progresos de su alma en el ca-
mino del cielo. Por cierto que debe considerarse esta afirmación de la
mística Doctora, como una prueba sin igual de que la Orden de Santo
Domingo, influyó eficacísimamente en la perfección moral y en la santidad
de Teresa de Jesús (1).
(1) Santa Teresa, no sólo trataba eila de imitar la extraordinaria Santidad de Ca-
- ^=55 —
Siempre profesó la Santa una tierna devoción al patriarca Santo Domin-
go (1) y á su ínclita hija, la celebérrima Virgen de Sena, y así, según nos
consta de la declaración de Teresita en Avila, para la canonización de su
Santa Tía. en la huerta de su primer convento de San José de Avila, edi-
ficó una ermita á estos sus dos protectores y en su Breviario, como nos
dice el P. Ribera, llevaba una lista de los Santos especiales abogados, en-
tre los que aparecen los nombres de Domingo y Catalina de Sena.
Terminadas las fundaciones de Salamanca y de Alba, Santa Teresa se
trasladó á su convento de Medina. Quería el provincial Calzado que en
este convento se eligiese por priora á Teresa de Quesada. Se oponían á
esta resolución del provincial, Santa Teresa y sus monjas, y eligieron á la
M. Inés de Jesús. Resentido el provincial, y teniendo por atrevimiento esta
entereza, mandó que inmediatamente se trasladasen á Avila la M. Inés y
Santa Teresa, y puso con su autoridad de provincial, por priora á Teresa
de Quesada. Obedeció sin réplica la Santa, y de noche, en dos jumenti-
llos, salieron de Medina y llegando á Avila, fué recibida con grande ale-
gría por sus hijas en el convento de San José.
Aquí se hallaba la Santa Madre cuando entró en Avila el Dominico
talina de Sena, sino que se la proponía como modelo á sus hijas, y así, escribiendo á
la Priora de Sevilla, 1579, la decía:
»No quieran, hijas mías, perder lo que han ganado este tiempo: acuérdense de San-
ta Catalina de Sena, lo que hizo con la que la había levantado que era mala mujer,
y temamos, temamos, hermanas mías... (La Fuente, Caita 23G. edición de 1861.
tomo 2.")
(1) Sor Petronila Bautista, religiosa en San José de Avila, testifica también que la
Santa Madre era muy devota de nuestro P. Santo Domingo: -é imitando, dice, al dicho
P. Santo Domingo era muy devota la Santa Madre de las Colaciones de Casiano y Pa-
dres del desierto, y ansí cuanto esta declarante estuvo con el. a, la Santa Madre la
mandaba cada día que leyese dos ó tres vidas de aquellos Santos por no tener ella
siempre lugar por sus justas y santas ocupaciones y que á las noches se las refiriese
esta declarante y ansí lo hacía deseando la Santa Mare que en desto y en todas las
demás virtudes sus hijas imitasen á los Santos...'
Es sabido por las historias de la orden de Santo Domingo que este Santo fimdador
leía con suma frecuencia las colaciones de Casiano. Collationes Casianí assidue pervol-
vebat.
I
-356-
M. R. P. Fr. Pedro Fernández, que como Visitador Apostólico, iba visitan-
do los conventos de la Orden Carmelitana en la provincia de Castilla. Te-
nía este V. Padre grandes deseos de conocer á la Santa Madre; porque,
aunque se hablan escrito muchas veces, para pedir y conceder las licen-
cias necesarias, con las cuales se fundaron tanto el colegio de Descalzos
de Alcalá, como los conventos de Salamanca y Alba y para otros asuntos
pero nunca la había visto ni conocido personalmente.
La conocía en sus hijos y en sus hijas á quienes había visitado, y por
cierto que Isabel de Santo Domingo, priora del convento de Pastrana, nos
refiere como ya se ha dicho antes la preguntó el P. Pedro con qué modo
y en qué forma convenia tratar con Santa Teresa. La V. Isabel contestó,
como lo testifica en su declaración para la canonización, «que no buscase
otro modo para tratar con ella más que la verdad, porque era amicísima
de esta virtud y deseosa de tratarla en todo tiempo y con todas las per-
sonas, y añade en la misma declaración, que pasados algunos años la
manifestó el P. Pedro lo satisfecho que estaba de haber encontrado en la
santa fundadora todo cuanto la V. Isabel le había referido de ella.
Había también oido contar cosas muy extraordinarias sobre Santa Te-
resa á los PP. de su Orden, en especial al P. Mtro. Báñez; pero cuando
ahora la habló por primera vez en Avila, formó tal concepto de ella que le
parecía muy corto el que los demás tenían; y con ser hombre de gran va-
lor, prudencia y santidad, pero de pocos encarecimientos, como lo testi-
fica el célebre P. Ribera, solía decir: <Que Teresa era una gran mujer y
que había mostrado al mundo, cómo era posible vivir las mujeres guar-
dando la perfección evangélica en su más subido punto» (1); y así añade
el mismo biógrafo:
(1) Tan prendado quedó el P. Pedro Fernández, después de esta entrevista del es-
píritu de Santa Teresa, que visitando sus conventos siendo Provincia! de España, en
los Capítulos conventuales exhortaba á sus frailes á la perfección, proponiendo el
ejemplo de Teresa de Jesús. Así lo testifica el P. Alonso Carbajal en su declaración en
el proceso de Avila, y lo mismo el M. I^áñez en su declaración en el Proceso de Sala-
manca. He aquí sus declaraciones:
«Al artículo 17, dijo: que sabe que la dicha Santa Madre, deseosa de no ser en-
gañada del demonio, comunicó su espíritu, oración é llamamiento de nuestro Señor
-357-
» Estimábala tanto, que estando ciertas personas graves delante de él
murmurando de ella, les dijo con muchas veras: Eso no tengo yo de sufrir,
que se diga mal de una persona tan buena: y si esa conversación pasa
adelante, yo me iré de aquí- (1). Tal era la estimación y aprecio que este
V. P. tenía de Santa Teresa, antes y sobre todo después que la conoció en
el convento de San José de Avila.
Después de esta entrevista entre Santa Teresa y el P. Pedro, pasó éste
á Medina y visitando el convento de Descalzas, supo el atropello que el
provincial Calzado había hecho y encontró además muy inquietas á las
monjas por el gobierno de la priora. Reunió á las Madres y éstas eligieron
por priora á Santa Teresa y volviendo el P. Pedro á Avila, mandó á ésta
(lue dejando el convento de San José se trasladase á ejercer el oficio de
priora en el convento de Medina. Así lo hizo la Santa, y con su presencia
cesaron por completo las inquietudes de las Religiosas, y con esta medida
reparó el P. Pedro la injuria y el atropello que contra Santa Teresa había
cometido el provincial Calzado. Muy poco tiempo estuvo Santa Teresa en
Medina, porque como veremos en el capítulo siguiente, á los tres meses
fué nombrada por el mismo P. Pedro priora del convento de la Encarna-
ción de Avila.
Compendiando en pocas palabras cuanto llevamos expuesto en el pre-
sente capítulo, resulta que las fundaciones de los conventos de Salamanca
con imiclias personas jíraves é doctas de la Orden de Santo Domingo é nombrada-
mente con el P. M. Fr. Domingo Báñez, catedrático de prima de la Universidad de Sala-
manca é con el P. M. Fr. Pedro Fernández, Comisario Apostólico, de toda la Orden
de Carmelitas é con el P. M. Fr. Diego de Yanguas, Regente del Colegio de San Gre-
gorio de Valladolid, todas personas de gran cuenta en letras y espiritii de la Orden
do Santo Domingo, de los cuales sabe este testigo haber sido aprobado el espíritu de
la Santa Madre é conocidamente bueno, seguro é de Dios: Todo lo cual sabe por ha-
berlo así oído decir común é públicamente en su religión é más en particular al sobre-
dicho P. Fr. Pedro Fernández á quien algunas veces en los capítulos conventuales oyó
decir mucho bien de la Santa Madre Teresa é de la reformación que había hecho, y á
otras personas ha oído decir lo mesmo». (Declaración del P. Alonso Carbajal, Prior de
Santo Tomás. Proceso de Avila).
(1) Libro 3.", capítulo 1.
-358-
y Alba, se hicieron con la licencia del dominico y visitador, el P. Pedro
Fernández; que el P. Báñez convenció y animó á Santa Teresa á llevar
adelante la fundación de Alba, porque el tener ó no tener renta nada in-
fluía en la perfección de las religiosas y así, como la Santa escribe, la riñó
por esto diciéndola que ella no lo entendía, con lo cual la Santa mudó de
parecer y en adelante ya fundó con renta sus conventos, siempre que las
circunstancias lo pedían, como sucedió en Soria y también en Veas; todo lo
cual, si se estudia con reflexión este punto, se debe al Dominico P. Báñez,
cuyo modo de pensar la Santa respetaba de tal modo, que tenía siempre
por acertado cuanto hiciese por el parecer de este R. Padre.
Hemos visto además la tierna devoción que tuvo á Santo Domingo y
á la ilustre Dominica, la Virgen de Sena, de quien recibió tan insignes fa-
vores que atribuía á ella después de Dios la perfección de su vida; lo cual
prueba que no sólo los Dominicos que vivían en la tierra la ayudaban,
sino que también la favorecían y ayudaban desde el cielo.
Por último; luego que la conoció el Visitador Apostólico, el V. P. Pe-
dro Fernández la alabó siempre, salió por ella delante de quienes la criti-
caban y la defendió contra los atropellos del provincial, Carmelita Calzado
Pudiera añadirse aquí, ya que hemos hecho mención del convento de
Medina para que se manifieste más y más la intervención de los Domini-
cos en todos los negocios de la Descalcez, lo que sucedió algunos años
«Fiaba mucho de la intercesión de los Santos, especialmente de San José y de
Santo Domingo, del cual me dijo se le habla aparecido en la oración y dichole que se
esforzase, que él le ayudaría, y después de algunos años vi por experiencia lo que el
Santo le prometió por ministerio de sus hijos; porque un Maestro llamado Fr. Pedro
Fernández, Provincia' de la Provincia de España, de la Orden de Santo Domingo, hom-
bre de gran vida y penitencia, vino á ser Visita Jor de toda la Orden del Carmen, y en
particular ayudó á los Descalzos y Descalzas en España, y ayudó en particular á la
Madre Teresa de Jeíús, y siendo hombre nuiy legal y recatadísimo de falsos espíritus,
tratando á la dicha Teresa de Jesús, á quien, con más miedo que yo, comenzó á exa-
minar, y al fin se venció y me dijo que al fin Teresa de Jesús era nuijer de bien, que en
boca del dicho Maestro era gran encarecimiento. Y m;is dijo: que la dicha Teresa de
Jesús y sus monjas hablan dado á entender al mundo ser posible que mujeres puedan
seguir la perfección evangélica. (Declaración del P. Báñez. Proceso de Salamanca).
-359-
después de estos acontecimientos. Entró religiosa una sobrina de! Carde-
nal Quiroga y dejó una cuantiosa hacienda para la fundación de un cole-
gio de doncellas en Medina, cuyo patronato había de pertenecer á la prio-
ra pro temporc del convento de Descalzas. La ejecución la confió al Visi-
tador Apostólico P. Pedro Fernández, / éste delegó sus veces en Santa
Teresa y el P. Báñez, como lo escribe la Santa al P. Ordóñez, diciéndole:
■Ei P. Visitador (P. Pedro) lo remite al P. Al Fr. Domingo Báñez y á
mi. y escribile al P. Báñez una carta en que para esto noj da sus ve-
ces >. Santa Teresa deseaba además que otro de los vocales fuese el prior
pro /e/7z/7(?re de los Dominicos de Medina, y así escribe: <Si lo quisiese
hacer el prior de San Andrés, no sería malo* (1).
Se ve, pues, que los Dominicos servían en todo á Santa Teresa y ésta
acudía con plenísima confianza á ellos en los múltiples negocios y asun-
tos que la ocurrían.
V'.» U.. I UL.U'J, L^'/.U ó ,, Cdiciull 1«Ó1.
CAPÍTULO IX
Santa Cercsa e$ nombrada priora del convento de la £ncarnación
por el visitador dominico, IP. IPedro f ernández.
«Habiendo visitado, dice el autor de la Crónica Carmelitana (1), el
P. M. Fr. Pedro Fernández, los conventos de Medina del Campo, se vol-
vió á visitar el grande de Avila de la Observancia (2), donde nuestra San-
ta Madre tomó el hábito. Lo que de la visita resultó, fué experimentar la
gran necesidad que tenia aquel monasterio de quien lo amparase, así en
lo temporal como en lo espiritual; porque en todo se iba acabando. La
causa era que á las monjas no les daban el sustento necesario, ni tenían
de qué, y ellas estaban ya determinadas de pedir licencia á sus superio-
res para irse á casa de sus deudos que las sustentasen: que por ser tanta
la necesidad y el número de las religiosas tan grande, que pasaban de
ochenta (3), era mucha la costa. Y de aquí nacía haber muchas ocasiones
(1) Libro 2.", capitulo XLIX.
(2) De la Observancia eran las Carmelitas Calzadas. Otras veces se les da á los
Carmelitas el nombre de los del Paño , por la materia de los hábitos que no eran de
jerf^a como los de los Descalzos.
(3) No se sabe á punto fijo el número de monjas que había en la Encarnación en
esta época. Se sabe de cierto que eran muchas; pero no es fácil averiguar si eran 100,
160 ú 80 monjas, como dice este autor. Santa Teresa, escribiendo á una religiosa de
otra Orden, la decia: -Antes que fuesen comenzados estos monasterios, estuve veinte
y cinco años en uno, donde había ciento y ochenta monjas». (La Fuente, Carta, 312,
edición 1881).
- 362 -
para que se faltase en el recogimiento, y en otras observancias sustancia-
les de la Religión, y se siguiesen otros daños mayores. ¿Quién puso leyes
á la necesidad? Parecíale al Visitador que ninguna persona se podia hallar
que con tanta satisfacción acudiese al remedio y llenase aquel vacio como
la Madre Teresa de Jesús. Y así consultándolo primero con los Definido-
res del Capítulo de los Padres del Carmen; con sus votos y con autoridad
que él tenía, hizo á la Santa Madre priora del monasterio de la Encarna-
ción, para que con su presencia y ejemplo, y juntamente con su grande
prudencia y espíritu, lo remediase y ajustase (1).
«Sintió mucho la Santa esta elección, así por la gran quietud y sosiego
de que gozaba en sus monasterios de Descalzas, como por la gran nece-
sidad que todos ellos tenían de ella. Porque no sólo dependían de sus
consejos y cartas, sino que muchas veces clamaban por su prudencia, y
más en tiempo de tantas contradicciones y persecuciones. Y no le daba
menos pena el amor que tenía á sus monjas, las cuales como las que te-
nían conocida tal Madre habían de quedar huérfanas y desconsoladas. A
todo esto se añadía la gran contradicción que la Santa Madre tenía con
oficios y prelacias (2) y más donde había de templar tantas contradiccio-
(1) Lo niisnio dice el autor de la Mujer Grande en el día 13 de Septiembre: «Como
el Visitador apostpiico, dominico, Fr. Pedro Fernández, había hecho tan alto concepto
de Santa Teresa, y estando en Avila visitase el convento de Carmelitas Calzadas de
la Encarnación (donde estuvo primero monja Santa Teresa), lo haló casi enteramente
perdido en lo temporal y espiritual, pues faltando el alimento debia entrar la disipación
para buscar qué comer. Esto nacía de que las mejores se habían pasado á la Descal-
cez, y era un número exorbitante, y con esto podían gobernarse mal. Consultó el Visi-
tador con los padres carmelitas calzados sobre el medio de poner en orden el conven-
to de la Encarnación, y buscar una priora que ias gobernase bien y con prudencia. No
se halló otra que hacer priora á Santa Teresa, y así tuvo que salir de Medina, aunque
con harto sentimiento de dejar sus monjas, y éstas en perderla.»
(2) Sieinpre tuvo la Santa grande repugnancia á las prelacias y oficios, como ella lo
testifica en el capítulo XXXV de su Vida. Aim no había emprendido la Reforma, y
como había de haber elección en la Encarnación y temiese fuese elegida Priora, escri"
bia: «En este (tiempo) había de haber elección en mi monasterio, y avisáronme que
muchas querían darme aquel cuidado de Perlada; que para mi sólo pensarlo era tan
grande toriuento, que cualquier martirio m¿ determinaba á pasar por Dios con facilí-
- 363 -
nes, y donde las costumbres iban de caida, y las buenas leyes que en su
tiempo se guardaban estaban sin vigor. Estos temores la detenían sin que
osase arrojarse á tan evidente peligro, hasta que Nuestro Señor (como
quien había puesto las manos en este negocio) declaró su voluntad. Qui-
tóle las dificultades y temores, como ella dejó escrito por estas palabras
en las adiciones de su Vida: -Estando yo un día después de la Octava de
la Visitación encomendando ú Dios un hermano mío en una ermita del
Monte Carmelo ( 1 ) dije al Señor, no sé si en mi pensamiento (porque está
este mi hermano á donde tiene peligro su salvación.) Si yo viera, Señor, un
hermano vuestro en este peligro, qué hiciera por remedia/ le? Parecíame á
mi que no me quedara cosa que pudiera por hacer. Díjome el Señor. Oh
hija, hija, hermanas mías son estas de la Encarnación, y te detienes. Pues
ten ánimo: mira que lo quiero yo, y no es tan dificultoso como te parece; y
por donde piensas perderán estotras casas, ganarán ¡o uno y lo otro: no re-
sistas que es grande mi poder*.
* Estas palabras que el Señor le dijo allanaron todas las dificultades, y
obedeció sin réplica á lo que el Visitador le mandaba, determinada á mo-
rir antes de volver atrás de lo que entendía era la voluntad de Dios. Salió
de Medina donde era priora, por nombramiento del mismo P. Pedro, para
Avila (2).
dad, á éste en ningún arte me podía persuadir; porque dejado el trabajo grande, por
ser muy muchas y otras causas, de que yo nunca fui amiga, ni de ningún oficio, antes
siempre los habia rehusado, parecíame gran peligro para la conciencia, y ansí alabé á
Dios de no me hallar allá. Escribí á mis amigas para que no me diesen voto.
Estando muy contenta de no me hallar en aquel ruido, dijome el Señor, que en nin-
guna manera deje de ir, que pues deseo cruz, que buena se me apareja, que no la des-
eche, que vaya con ánimo, que él me ayudará, y que me fuese luego. Yo me fatigué mu-
cho, y no hacia sino llorar, porque pensé que era la cruz ser Perlada, y como digo, no
podía persuadirme á que estaba bien á mi alma en ninguna manera, ni yo hallaba tér-
minos para ello». La cruz que la esperaba no era el ser Preada, sino que estaba lle-
gando de Roma el Breve para la fundación de San José, y ya sabemos lo que padeció
en esta fundación; y á esto se referia el Señor, cuando la dijo: que buena cruz se la
aparejaba .
(1) Esta ermita se encuentra en la huerta del convento de San José de Avila,
(2) «Al treinta y ocho articulo, dijo: -que lo que sabe es que vacó el oficio de Prio-
— 364 -
«Entrando en Avila se fué á su convento de San José, así por ver á
sus hijas, como por no entrar de repente en la Encarnación.
«Sabida en la Encarnación la elección en Priora de nuestra Santa Ma-
dre, hecha por el visitador, causó en las monjas grande inquietud y albo-
roto; así por haberse hecho sin sus votos y consentimiento, como por pa-
recerías que las había de estrechar al modo del monasterio de San José:
vida que ellas no habían profesado, ni pensaban admitir. Y así se determi-
naron á no recibirla por prelada, y hacer en este caso toda la resistencia
que sus fuerzas alcanzasen. Y para salir mejor con su intento habían invo-
cado en su favor muchos caballeros de la ciudad de Avila. No se escondía
nada de esto á la Santa, ni otras cosas que después sucedieron. Pero
como iba determinada á padecer, y esperaba (como el Señor se lo había
dicho) ver el fruto de sus trabajos en el remedio de aquel convento, ani-
móse varonilmente fiada de Dios y de la obediencia para acometer esta
empresa. Fué al monasterio donde la estaban esperando, más con ánimo de
injuriarla, que de obedecerla. Y así temiendo esto el visitador, para que
fuese recibida como convenía de las monjas, ordenó que llevase en su
compañía al Padre Provincial de la Orden, y á otro compañero suyo, y así
se hizo. (1)
«Llegando al monasterio de la Encarnación el Provincial juntó Capi-
ra en el dicho Convento de la Encarnación, pnso en él á la sierva de Dios el P. M. Fray
Pedro Fernández, religioso de la Orden de Santo Domingo, Visitador Apostólico de
toda la Orden de Carmelitas... ' (Isabel de Santo Domingo, en el proceso de Avila).
(1) Era píiso muy espinoso el de ir á tomar la posesión del Priorato, porque las
monjas resistían la Reforma y mucho más admitir por Priora á quien las había dejado,
y sobre todo temían que quisiera hacerlas Carmelitas Descalzas. Las más estaban re-
sueltas á no admitirla por Priora. Temiendo todo esto el Padre Visitador, mandó al Pro-
vincial que aco;npañar;i á la Santa para darla la posesión, que por fin se logró, aunque
con increíble trabajo, porque hubo lloros, alborotos, desmayos, quejas y otras cosas que
no son de mi objeto. E! Provincial, Fr. Ángel de Salazar, estaba enojado al ver tal re-
sistencia, pero la Santa, que era la ofendida con palabras, con la risa en la boca tem-
plaba al Provincial, diciendo que tenían razón de no querer tan mala Priora. A las que
se desmayaban se notó que con sólo tocarlas volvían en si, y jiara más disimular, decía
que traía una gran reliquia de Lignum CruciS".
-365 —
tulo en el coro bajo del convento, donde les leyó las patentes de la elec-
ción hecha en la Madre Teresa de Jesús por el visitador y definitorio de su
capítulo. Levantáronse luego muchas, y con demasiada osadía, no sólo no
querí:in obedecer la patente, pero decían palabras contra la Santa Madre
harto pesadas y descompuestas. Pero las más prudentes del convento (que
eran entonces las menos) tomaron luego la Cruz, para recibirla; y el Padre
Provincial que era el Maestro Fr. Ángel de Salazar, y su compañero la
obligaron por fuerza á entrar resistiendo las demás Levantóse una gritería
y algazara cual se puede presumir de gente apasionada. Las unas cantaban
Te Deum laudamus: otras maldecían á la priora y á quien se la había en-
viado. Estaba el Provincial enojadísimo, pero la Santa mientras esto pasa-
ba, de rodillas delante del Santísimo Sacramento: y levantándose de allí
mostró tener gran lástima de las monjas á quienes traían priora contra su
voluntad; y decía el Provincial que no se maravillase de cuanto decían,
que tenían razón de no querer tan mala priora. Y viendo algunas que (ó
ya por la grande pena, ó ya por ser enfermas de corazón) se habían des-
mayado de la alteración y grita pasada: movida de compasión se llegaba
disimuladamente á ellas, y tocándoles con las manos, como apasionándose
mucho de su enfermedad, volvían luego en sí, y quedaban libres y bue-
nas. Y cuando alguno notaba estas y otras semejantes maravillas, decía la
Santa: Que traía consigo una gran reliquia del Lignum Crucis que tenía
grandes virtudes.- Este fué el recibimiento que las monjas hicieron á la
nueva priora según la Crónica de la Reforma.
Sin embargo, la Madre Doña María Pinel que escribió la Crónica del
convento de la Encarnación, cuyo manuscrito conservan aquellas Religio-
sas, refiere este mismo suceso, y no parece tuvieron lugar, según ella,
los extremos de que habla la Crónica Carmelitana. Dice así: «Llegó en fin
el dia en que la Santa había de venir á ser priora y fué en 6 de Octubre del
año del 1571. Vino abrazada con una imagen de mi Padre San José, el
cual le había traído consigo en todas las fundaciones que había hecho
hasta aquel día.
«Protesti:ban las Religiosas que las dejaran votar; el Padre Provincial
decía: pues en fin no quieren á la Madre Teresa de Jesús? En medio de
la resistencia Doña Catalina de Castro levantó la voz y dijo: la queremos
— 366 —
y la amamos; Te Deum laudamus. Palabras que hasta hoy se repiten en
esta Santa Comunidad con la fuerza del amor; con esto la siguieron mu-
chas, y todas la dieron la obediencia y como en todo la guiaba Nuestro
Señor, y gobernaba sus acciones, se valió de un medio grande para alla-
nar los interiores de las que tuviesen alguna repugnancia.
«Puso en la silla prioral una imagen de Nuestra Señora hermosísima
que tendrá vara y cuarta de alto (es vestida y no sabemos si estaba en la
Iglesia, ó si la tenía en su oratorio). En la silla suprioral puso á mi Padre
San José que tal había de ser el Subprior á donde la Reina de los Angeles
y hombres era la Priora.
«La Santa la puso las llaves del convento en las manos, y tocó á Ca-
pítulo, y sentóse la Santa á sus pies é hizo el Capítulo, con que los cora-
zones de todas quedaron derretidos como la cera en la fuerza del sol; y
porque Cristo nuestro bien y su benditísima Madre se esmeraban en fa-
vorecer esta santa comunidad la soberana Reina bajó á aceptar el oficio
de Priora perpetuo de su convento, principalmente por los méritos de su
sierva Teresa y por los de tantas que ayudaban á sus hazañosas obras,
siguiendo como soldados esforzados á tan animoso capitán para reformar
la Orden de esta soberana Señora^ (1).
(1) Sobre este punto hay diferentes declaraciones en el proceso de Avila, pero por
no recargar demasiado, sólo pondremos dos.
'A la quinta pregunta dijo (hablando de la paciencia) que se acuerda que en la En-
carnación yendo por Priora de aquella casa á do había sido elegida, estando ella ausente
en Salamanca, al entrar por la puerta de la Iglesia al dicho Convento con mucha con-
fusión, voces y gritería que las monjas daban á iio la querer admitir, pareciéndoles que
era negociación que ella debía de haber hecho y que se la traían para reformación de
la vida de las que dentro estaban oyó palabras libres y licenciosas y en deshonor suyo,
las cuales sufrió con tanta humildad respecto de como está dicho no la querer dar la
obediencia que ponía admiración y espanto á los que lo veían, pidiendo a' Prelado con
mucha humildad las otorgase su apelación de la elección que tenia hecha en ella, de
donde esta declarante y los demás que presentes estuvieron coligieron la grande hu-
mildad y paciencia que en ella había y sufrimieiitij para llevar por Dios semejantes in-
jurias y trabajos. Confirmó bien ser esto asi en el aquel acto, pues el día siguiente se
llegó á la comunión sin reconciliarse". (Declaración de Doña Beatriz de Jesús, monja
de San José.)
-367-
Sea de esto lo que quiera, es lo cierto que la Santa Madre manifestó
una admirable prudencia en el primer Capítulo que celebró. -Puso, conti-
núa la Crónica en el mismo capítulo, en la silla priora! (que era donde ella
se había de sentar á presidir en el Capítulo), una muy hermosa imagen de
Nuestra Señora, las llaves del convento en sus manos. Dando á entender
cómo ella no era nada, y que la Virgen Santísima, cuya era esta Religión
y casa era la verdadera priora que las había de gobernar: y ella se sentó
á sus pies para hacer desde allí su Capítulo. Cuando entraban las monjas.
y ponían los ojos en la silla de la priora, y veían en ella aquella novedad
tan grande, comenzaban á temer, y á refrenar sus pensamientos: y á muchas
les temblaban las carnes, como testificaron después. Asentadas las monjas
»A los artículos 38 y 39 dijo: que lo que sabe es que siendo electa Priora la Santa
Madre Teresa de Jesús del convento de la Encarnación de esta ciudad, donde ella ha-
bia sido monja antes que fundara la Reformación de Carmelitas Descalzas, fué mal re-
cibida de las religiosas de dicho convento que ni bastaba la presencia y buena diligen-
cia y razones del P. Provincial de su Orden, de la gente seglar de esta ciudad y de otras
personas de cuenta que se hallaron presentes en la Iglesia del dicho convento para que
la recibieran é para que cejaran de decir injurias no pequeñas á la dicha Santa Madre,
pareciéiidoles que metiéndola en casa las había de afligir é con ella había de entrar la
inquietud y desasosiego del convento.— Mas fué Nuestro Señor servido de dar tantas
ayudas á la dicha Santa Madre que ninguna de las injurias dichas ni la contradicción que
la hacían bastaron para causar en su ánimo turbación ni repugnancia alguna, antes con
suma paz ya que la hubieron abierto la puerta se entró en el convento y habló y trató
con todas principalmente con aquellas que más la habían injuriado, como si ellas la
hubieran hecho grandes favores é mercedes y señaladamente se dice de ella que aquella
noche se recogió con tanta paz como si hubiera estado en oración en el monte alberno
y no en medio de las contradicciones que había estado. Y ansí mismo sabe esta decla-
rante que sosegó y pacificó los corazones de sus religiosas é los redujo á su amor y
gracia con el buen mi. do y celestial prudencia que Dios Nuestro Señor la dio de ma-
nera que de ellas pud(j hacer todo cuanto quiso en orden á la reformación de aquel
convento, la cual después que la Santa Madre entró en él fué muy grande y hoy dura
todo lo cual sabe esta declarante porque al presente que sucedió estaba é residía en
esta ciudad y en ella lo oyó decir á muchas personas de crédito y en esta ciudad es
público y notorio é de ello hay pública voz, y fama entre todo género de personas sin
haber oido decir cosa en contrario -. (Declaración de Doña Francisca de Salazar, Prio-
ra del convento de Gracia.)
-368-
en sus lugares, y esperando que las palabras de la Santa habían de ser
rayos, ó relámpagos que les pusiesen turbación y temor, les comenzó á
decir las siguientes:
'< Señoras, Madres y Hermanas mías, Nuestro Señor por medio de la
obediencia me ha enviado á esta casa para hacer este oficio, de que estaba
yo tan descuidada, cuan lejos de merecerlo. Hume dado mucha pena esta
elección, asi por haberme puesto en cosa que yo no sabré hacer, como
porque ú Vuesas mercedes les hayan quitado la mano, que tenían para hacer
sus elecciones, y les hayan dado priora contra su voluntad y gusto, y priora
tal, que haría harto si acertase á aprender de la menor que aquí está lo
mucho bueno que tiene. Solo vengo para servirlas, y regalarlas en todo lo
que yo pudiere: y á esto espero que me ha de ayudar mucho el Señor; que en
lo demás cualquiera me puede enseñar y reformarme. Por eso vean. Señoras
mías, lo que yo puedo hacer por cualquiera, aunque sea dar mi sangre y la
vida, lo haré de muy buena voluntad. Hija soy de esta casa, y hermana de
todas vuesas mercedes: de todas ó de la mayor parte conozco la condición y
las necesidades: no hay para qué se extrañen de quien es tan propia suya. No
teman mi gobierno, que aunque hasta aquí he vivido y gobernado entre Des-
calzas, se bien por ¡a bondad del Señor cómo se han de gobernar las que no
lo son. Mi deseo es que sirvamos todas al Señor con suavidad, y ese poco
que nos manda nuestra Regla y Constituciones, lo hagamos por amor de
aquel Señor á quien tanto debemos. Bien conozo nuestra flaqueza, que es
grande: pero ya que aquí no llegamos con las obras, lleguemos con los de-
seos: que piadoso es el Señor, y hará que poco á poco las obras igualen con
la intención y deseo ^'.
"Con esta plática y con la devoción y vista de la imagen, que les había
hecho grande impresión, quedaron enternecidas todas, y tan sujetas, que
luego postraron el corazón antes tan rebelde al servicio de Dios y obe-
diencia de su prelada, determinándose y ofreciéndose á cualquiera cosa,
que la Santa Madre ordenase.-
Fué tan grande la reformación que escribiendo la Santa por este tiempo
á Doña María de Mendoza la decía sobre las monjas de la Encarnación. (1)
(1) La Fuente, Carta 27, edición de 18G1.
-369-
'Es para alabar á Nuestro Señor la mudanza que en ellas ha hecho (1).
Las más recias están ahora más contentas, y mejor conmigo. Esta cua-
resma no visita (2) mujer ni hombre, aunque sean padres, que es harto
nuevo para esta casa. Por todo esto pasan con gran paz. Verdaderamente
hay aquí grandes siervas de Dios, y casi todas se van mejorando. Mi
Priora hace estas maravillas- (3).
(1) Al artículo 60, dijo «... vio esta declarante que la Santa Madre en los tres años
de su priorato en este convento de la Encarnación quitó muchas visitas de personas
que de ningún modo se pudiese entender hubiese ó pudiese haber a guna ofensa de
Nuestro Señor, con lo cual, es claro se quitarían algunos inconvenientes que de las di-
chas visitas podrían resultar con algunos pensamientos, y á las religiosas pareció muy
bien esto.»
Al articulo 70, dijo: «... que en el tiempo que fué priora de este convento de la En-
carnación, hizo cosas muy heroicas y santas con su buena industria y sagacidad, y ce-
sas al parecer dificultosas las sazonó y puso en el punto que deseaba, haciendo esta-
tutos que después se aprobaron y confirmaron en observancia de este convento y reli-
giosas de él, y dejó muchos avisos espirituales». (Declaración de María Castrillo, monja
en la Encarnación. Proceso de Avila).
(2) «Como un joven notara que jamás'salíaá visita la monja que buscaba, llamó
á la Priora y la dijo mil desvergüznzas, como usan los jóvenes atolondrados, lo oyó
la Santa muy serena; pero tomando la palabra, le habló con tal vigor; y le amenazó
con el Rey y con tal aire, que volviendo las espaldas, se fué diciendo: .Vo hay burlas
con la Madre Teresa; se acabaron para mi estas monjas-. (Crónica, libro 2.", capí-
tulo XLIX).
Ya se dijo en el capítulo anterior la mutua confianza que existió entre Santa
Teresa y el rey Felipe II, á quien la Santa llamaba su amigo, escribiéndose uno á
otro con grande intimidad. Así se explica lo que nos dice el P. Antonio de San José
sobre el caballero que nos ocupa, comentando las canas de la Santa Madre: «Cierto
Caballero iba algunas veces á visitar á una Monja de la Encarnación: la Santa, que
era Priora de aquella comunidad, le avisó cortesmente se abstuviese de la frecuen-
cia; y no habiendo enmienda, bajó la Santa y le dijo muy severa: que si volvía más
allá, haría con el Rey le quilase la cabeza'-. (Tomo 4.°, Carta 55).
Estas palabras de la Santa, prueban sin duda, que era muy grande la intimidad y
confianza que con el Rey tenía.
(3) «Era esta gran Priora la soberana Madre de Dios, cuya sagrada imagen puso
la Santa en el asiento prioral del coro, y en sus reales manos las llaves del convento.
Fué tan acertada esta acción, que la misma serenísima Reina se !a aprobó con estas
24
— 370 —
Para consolidar más y más la vida tan fervorosa que habían empren-
dido, la Santa propuso al Visitador P. Pedro nombrase por confesores de!
convento á San Juan de la Cruz y al V. P. Germán. Accedió gustoso á lo
palabras: «Bien hiciste de ponerme aquí. Yo acudiré á las alabanzas que se hacen
á mi hijo, y se las presentaré». Y en otra ocasión la aseguró cuidaría de la casa y
de sus almas. Tales salieron estas con tal patrona y prelada, que no es mncho diga
la Santa.- «Verdaderamente hay aquí grandes siervas de Dios.»
Aun declaró más su virtud en otra ocasión; pues cuando en la Encarnación se
la quejaban que para sus fundaciones Descalzas despojaba aquel convento de las
mejores religiosas, llegó á decir: «Quedaban más de cuarenta, que podia cada una
fundar una religión: y entre éstas, catorce, que si las hubiera cuando Dios destruyó
el mundo por agua, no le destruyera». Así consta de un documento antiguo manus-
crito de aquel gravísimo convento». (Fr. A.)
Ponemos á cont.nuaciún una interesante carta del Visitador Apostólico P. Pe-
dro Fernández que escribió á la Duquesa de Alba, en la cual con muy grande cor-
tesía se niega á que Santa Teresa se traslade ni siquiera temporalmente del con-
vento de la Encarnación de Avila á la Villa de Alba, como la Duquesa deseaba y
pedía.
La razón principal que el P. Pedro tenía para no acceder á la petición de la
Duquesa era el provecho grande que con su presencia causaba la Santa Madre en
las religiosas de la Encarnación. La carta es como sigue:
lima, y Exma. Señora:
Cuando V. Excia. me mandó que diese licencia á la Madre Teresa de Jesús, se me
representaron algunos inconvenientes, y ninguno me pareció mayor que no hacer
lo que V. Excia. me mandaba, y ansí gusté de comunicar mi escrúpulo, y mucho
más de hallar quien en alguna manera le quitase.
-Venido aquí, hallo á la Madre con tan gran escrúpulo, que me le ha puesto á mí
también, y no sin fundamento. Decirlo he á V. Excia. y lo que más hay de nuevo, y
si V. Excia. juzgare no ser bastante, yo fiaré mi alma de la V. Excia.
«El escrúpulo de la madre es, diciéndole yo que por algún tiempo era necesario
ir á Alba, porque V. Excia. se servia dello, fuera de ser necesario para esa casa
que ahí se halle, me respondió quel Señor Obispo de Avila había escrito á su Santi-
dad de Pío V la necesidad que había de que ésta Madre viese los monasterios que
avia fundado y acabase lo comenzado, y muchas cosas en esta sazón. Su Santidad
respondió que no saliese de su monasterio, y el Sr. Obispo tiene esta respuesta,
contra la cual ya V. Excia. ve lo que yo puedo hacer. Y cuando esto no fuera ansí
sabiendo V. Excia. lo de acá, entiendo que juzgará que se esté por agora. El mo-
-371 -
que Santa Teresa pedía y puso por confesores á estos santos Religiosos,
nasterio de la Encarnación es de ':iento é treinta monjas. Están todas con la quie-
tud y santidad que están las diez ó doce descalzas que hay en ese monasterio, que á
mi me ha hecho extraña admiración y consuelo. Todo esto es por la presencia de la
madre, y á faltar ella agora un solo dia, como la costumbre de la libertad desta
casa ha sido tan añeja y las raices de la bondad que agora hay tan cortas, porque
son, cuando mucho, de un año, quitado el freno y el respeto de andar sobre esta
labor, se volvería como antes, porque está flaco el fundamento: y esto es tan cierto,
que todas las que aquí tienen más celo lo entienden así, y la madre lo ve tan claro,
que dice que, aunque de no salir de aquí se siguiese que .se deshiciesen dos y más
monasterios' de descalzas, lo tendría por menos inconveniente que dejar á tal sa-
zón, éste, donde, con su presencia, hay esperanza de dar asiento y firmeza en lo
porvenir. Fuera de ésto, como la madre vino aquí con tanta violencia y ruido, y á
tanta costa del sosiego destas Religiosas, á las que yo he tenido penitenciadas, al
tiempo que las va ganando, y que está la labor en flor y no ha llegado á grano, de-
jarla es gran inconveniente y escrúpulo.
Yo sé que si V. Excia. viera el estado en que está el negocio, que me mandara
que en ningún caso tratara de mudanza, y que impidiera las licencias del Papa, si
las viera, porque todo lo de las descalzas es tener po:- un año ó dos descomodidad
de casa y abrigo en cosas temporales: lo de acá es quedar sin fundamento y sin
asiento en lo espiritual, porque pasada esta ocasión, ninguna esperanza queda
para adelante, y por del todo se haga lo posible para el buen orden desta casa y
para que persevere. Yo me he detenido aquí casi quince dias en ordenar el con-
vento de los frailes de modo que pueda hacer ayuda y no estorbo al de las monjas,
y traído aquí algunos descalzos, no para que el convento sea de Descalzas, sino
para que le gobiernen conforme á sus leyes, que si las guardan, serán santas. Dejo
por presidente al P. Fr. Antonio, prior de Toledo, y subprior otro Padre de Man-
cera, y para dar á estos Padrís alientos, es necesaria la presencia de la madre
Con el buen orden que se toma, y la buena esperanza de que haya firmeza en él,
después que yo aquí vine se le ha quitado del todo á la madre la cuartana y está
buena. Espero en Dios que ha de llevar esta labor tan adelante y tan presto, que
la madre pueda en breve dejar el oficio.
«De la muerte de la Sra. Marquesa de Velada me ha cabido á mí la parte que es
razón, y como Capellán de la casa he hecho lo que he podido en encomendarla á
Dios. Ella era tal que entiendo que está gozando del.
• A Francisco Velazquez, yo le escribo que yo daba la licencia que V. Excia. me
mandó y que por la madre ha quedado y también por el estado en que están los ne-
gocios de aquí.
- 372 —
no obstante que lo repugnaban los Calzados (1). Cuando el P. Pedro Fer-
nández tomó esta determinación, se hallaba Fr. Juan de la Cruz en Pas-
trana, ocupado, de modo que no pudo venir hasta pasados cinco meses.
Como el mismo P. Pedro habla prohibido á los Observantes del Carmen
se acercasen á la Encarnación, mandó á petición de la misma Santa Priora
Guarde nuestro Señor !a Excma. persona de V. Excia. en su gracia, etc. De Avi-
la á 22 de Enero 1573.
Siervo y Capellán de V. Excia.— Fr. Pedro Fernández.»
Esta carta está sacada de los documentos escogidos del Archivo de la casa de
Alba. Los publica la Duquesa de Bewich y de Alba, Condesa de Siruela. Madrid
1891.
No obstante la negativa que con tanta cortesía dio el P. Pedro Fernández, pre-
valeció la voluntad de la Duquesa de Alba; pues en 8 de Febrero del mismo año
de 1573, Santa Teresa se hallaba en Alba, como nos consta de una copia del Camino
de Perfección que la Santa autenticó en Alba con su firma en esa fecha. Probable-
mí^nte la Duquesa debió insistir en su petición, y le fué preciso al P. Pedro el ce-
der. (Conf. CEuvrcs Completes, tomo 3.", página 256).
(1) Acerca de la forma y con que como Santa Teresa consiguió del Visitador Pa-
dre Pedro que señalase por confesores de la Encarnación á San Juan de la Cruz y
al P. Germán, tenemos una declaración del V. Julián Dávila que dice así:
«Cuando ya tenía abundancia de frailes Descalzos parecióle que en un Monas-
terio como el de la Encarnación á donde había tantas almas que si se les pusieran
por confesores frailes Descalzos que les animasen á guardar mayor perfección que
sería de gran servicio de Dios y esto no se podía hacer sino era quitando á los del
Paño que son los ordinarios confesores que toda la vida han tenido, lo cual era
muy dificultoso salir con ello, pero con todo eso, la daba Dios santidad y sagacidad
para salir con cuanto aprendía y entendía era más servicio de Dios, y como en
aquel tiempo tenía la visita apostólica de los Carmelitas Fr. Pedro Fernández,
fraile Dominico, hombre de gran prudencia y santidad, estaba á la sazón en Sala-
manca, y la madre estaba por priora en la Encarnación, envióme á mí con este re-
caudo á Salamanca, para que lo tratase con el dicho Padre, y también para que
como testigo de vista le diese razones que le moviesen á conceder su petición; yo
se las di, y aunque el Padre entendió la dificultad que había ansí de parte de las
monjas como de parte de los Padres del Carmen que lo habían de tomar pesadamen-
te, con todo eso, me dio la licencia, y yo la truge, y vi á la Santa Madre, y en muy
poco tiempo dio traza de que viniesen dos frailes Descalzos.» (Proceso de
Avila.)
-373-
que fuesen los Dominicos de Santo Tomás á confesarlas liasta que llegase
Fr. Juan de la Cruz. Todo esto lo refiere Doña María Pinel, Cronista de
aquel convento por estas palabras: -^No pudo el santo venir luego, por
estar ocupado en Alcalá y Pastrana, con que según la Carta de Nuestra
Santa Madre que va aquí, que se queja de que está sin confesor, no llegó
á la Encarnación hasta fin de Abril, ó principio de Mayo. En este tiempo
que fueron unos cinco meses, desde que el P. Comisario, mandó á los
Padres de la Observancia, que se estuviesen en su convento; como mi
madre era, como ella decía, la Dominica in Pasione ■ venían los Padres
Dominicos á confesar y predicar, -y también se lo habría encomendado el
P. Comisario .
Después de todo lo expuesto, no resta sino repetir las palabras de un
biógrafo de la Santa, que hablando sobre esta materia hace el más aca-
bado elogio de nuestro V. P. Pedro y de Santa Teresa. Dice así:
«Sin duda ésta es una de las ocasiones en que más brilló la prudencia
de Santa Teresa y del Comisario Apostólico. Este conoció como religioso
práctico, que todo el mal de aquel convento tenía su origen, en que per-
didos sus fondos, por mal administrados, y siendo más de ochenta, y an-
tes habían llegado á ser cerca de doscientas monjas, no era posible con-
tenerlas, porque no les podían dar lo necesario para comer, y así querían
irse á casa de sus parientes (porque no había clausura rigurosa). También
tenían muchas educandas que eran causa de distracción.
-¡Qué digno es de reflexión este punto! Otro Comisario creyera po-
derlo remediar todo á fuerza de preceptos y mandatos de reformación, sin
pensar en darlas de comer. Otro pensara que era lo mejor suprimirlo, pues
no se podían mantener; mas este sabio y prudente hombre atinó, no ha-
ciendo decreto alguno, pues éstos se eluden, sino poniendo una priora
prudente como Santa Teresa. Así lo remedió todo la Santa con suavidad
y entereza. Otra pensara hacerlas santas á fuerza y con rigor, pero Teresa
lo hace ganando el corazón y tratándolas con abundancia, y quitándolas
las ocasiones y pretextos peligrosos. ¡Cuánta luz puede dar este suceso y
esta conducta! (1).
(1) La Mujer Grande, 13 de Septiembre.
— 374 —
«En esto de llevarla por priora de la Encarnación, como también en lo
demás, procedió él (el P. Pedro) ron mucha prudencia, porque la necesi-
dad de aquel Monasterio era tan grande, que ni las daban de comer á las
religiosas, ni tenían de qué, y decian que habían de pedir licencia para
irse á casa de sus deudos que las sustentasen. Y habiendo tantas, y en la
casa tanta necesidad, había grande ocasión para que se faltase en el reco-
gimiento y en la religión que era razón hacer, y parecióle que nadie po-
dría remediar esto mejor que la Madre Teresa de Jesús. Esto hizo él como
Visitador Apostólico, usando del poder que tenía, aunque para determi-
narse, hizo primero capítulo de los frailes del Paño, y él y los definidores
votaron que se hiciese. Así que no fué por votos de las monjas de la En-
carnación, sino antes contra la voluntad de muchas dellas. Por esta razón,
cuando fué allá la Madre, rué muy mal recibida, aunque la habían traído
el provincial y sjs frailes, y hubo grande alboroto, y hicieron toda la re-
sistencia que pudieron y dijeron muchas palabras de gente enojada. Había
caballeros y gente de la ciudad de parte de las monjas. Mas el P. Provin-
cial las hizo juntar en el coro bajo, y las leyó las patentes. Luego algunas
monjas de las más recogidas y devotas de la casa, tomaron la cruz para
recibirla, y los frailes, haciendo gran fuerza, la metieron. Las de la parte
contraria daban gritos y lloraban. Unas decían: Te, Deiim, laudamus, otras
decían palabras muy diferentes. Pero la Madre con su mucha paciencia y
prudencia, y con excusarlas lo que podía, las venció poco á poco, de ma-
nera que la recibieron; y las que más la contradijeron y más bravas estu-
vieron, se vinieron después á amansar de tal manera, que la cobraron gran-
dísimo amor y la quisieran tener allí mucho más de lo que estuvo* (1).
No es de extrañar que sea de todos alabada la disposición del P. Co-
misario, puesto que no hizo otra cosa que ejecutar lo que era voluntad
expresa de Dios, como el mismo Señor se la comunicó á la Santa, man-
dándola aceptase dicho oficio de priora, como lo hemos visto arriba. El
V.Julián Dávila hace también un grande y merecido elogio acerca de la
conducta del P. Pedro nombrando priora en aquellas circunstancias á la
Santa Madre Teresa.
(1) P. Ribera, libro 3.°, capítulo 1.
-375-
Ya se ha dicho que, mientras vinieiun los confesores para la Encarna-
ción nombrados por el P. Pedro Fernández, y como estj había prohibido
que los Calzados se acercasen para nada al convento de la Encarnación á
petición de Santa Teresa, se encargaron los dominicos de Santo Tomás de
Avila de predicar y confesar á las religiosas, y en este periodo de tiempo,
que fué de cinco á seis meses, sucedió el caso que vamos á referir con las
mismas palabras de la Crónica Carmelitana (1). Un día siendo predicador
en Santo Tomás de Avila el P. M. Fr. Pedro Peredo y Priora de la En-
carnación Njestra Santa Madre, forzado de la obediencia de su Superior
fue á predicar (2) á las religiosas con harto disgusto suyo; por no ir preve-
nido, ni haber visto el Evangelio: á tanto obliga el rendimiento á los Su-
periores. Halló á la Santa en el locutorio, y conociendo el disgusto que el
predicador traía, le preguntó la causa. Declarósela, y díjole la bendita Ma-
dre, que la confesase, dijese Misa y comulgase; y que si fiaba en Dios, su
Majestad le daría qué decir. Hizolo así, y subiendo en el pulpito, se halló
en él con un ánimo y espíritu tan nuevo, que se quedó admirado, y no
menos la Santa, que después de haber dado gracias al Señor pidió al Pre-
dicador que se las diese, y reconociese la fuerza y virtud de la obediencia,
porque jamás había predicado tan altamente. Y así lo conoció después el
P. Maestro, y afirmó que habiendo querido hacer memoria de lo que ha-
bía dicho por ser cosas altísimas y nunca de él pensadas, para aprove-
charse de ellas en otra ocasión, jamás le vinieron á la memoria, ni las pudo
recoger. Así premió Dios el rendimiento de aquel buen padre, y honró á
su sierva cumpliendo la palabra que había dado-.
Resumiendo brevemente lo contenido en el presente capítulo, no po-
demos menos de admirar la exquisita prudencia del visitador apostólico el
Dominico P. Pedro Fernández, al tomar un acuerdo tan extraordinario y
original como fué éste. De tejas abajo no parecía prudente, ni siquiera fác-
il) Libro 2." capítulo Ll.
(2) El Prior de Santo Tomás que mandó á la Encarnación al P. Pedro Peredo era
el M. R. P. Fr. Diego de Chaves, confesor después del Rey Felipe II.
Era entonces el Maestro Peredo, Predicador conventual en Santo Tomás; más
tarde fué prior en Talavera.
-376 —
tibie qué la Santa Madre después de haber abandonado aquella casa, y
cuando se hallaba en el fervor de sus nuevas fundaciones, suspendiese
éstas y se trasladase á la Encarnación en calidad de Prelada de un con-
vento de Calzadas; pero por los efectos tan saludables que esta determi-
nación causó, se conoce que fué inspiración del cielo, y por eso canoniza-
da por el mismo Jesucristo, como se deduce de las palabras que dijo á la
Santa Madre: ¿Acaso no son hermanas mias las de la Encarnación?
Resalta además la prudencia del P. Visitador en haber tomado esta me-
dida, consultando antes con los PP. Carmelitas de esta ciudad, aunque él
podía por si solo hacerlo. No estuvo menos prudente en mandar que el
Provincial Calzado Fr. Ángel de Salazar acompañase á la Santa en la toma
de posesión del Priorato, previendo el alboroto que podía tener lugar. ¿Y
qué diremos del modo cómo coronó la obra, trayendo por confesores á dos
varones santísimos de la Descalcez, no obstante, que los Calzados habían
de repugnar tal medida? Reconozcamos, pues, en el célebre visitador pa-
dre Pedro Fernández, no solo una prudencia consumada en todos estos
negocios, sino también una fuerza de voluntad y carácter que realza sobre
manera su persona, digna por cierto del alto cargo que desempeñaba.
-*-
CAPÍTULO X
íundaciones de flltoniira y de Segovia.-Visiía Santa Ceresa la cue^
va de Santo Domingo en Segovia.-y^undación de Ueas.
FUNDACIONES DE ALTOMIRA Y SEGOVIA
Durante este tiempo tuvo lugar también la fundación del convento de
religiosos de Nuestra Señora del Socorro de Altomira, sierra que divide
la provincia de Toledo de la de Cuenca, cuya fundación no sólo se hizo
con la licencia del P. Pedro Fernández, sino que habiendo éste nombrado
su vicario provincial ó superintendente al P. Fr. Baltasar de Jesús, prior
de Pastrana, mandó á dicho prior, eligiese para superior de Altomira al
P. Fr. Francisco de Jesús (1). Hizo la elección de Vicario en él, el Padre
Fr. Baltasar con orden del P. M. Fr. Pedro Fernández, y el acierto de ella
se mostró después.
Durante el trienio del priorato de Santa Teresa en la Encarnación se
fundó también el convento de Segovia. La parte que en esto tuvo nuestro
P. Pedro como Comisario Apostólico, lo expresa la misma Santa en el ca-
pitulo XXI de sus Fundaciones, en el cual cuenta toda la historia de esta
fundación. Dice asi: 'Ya he dicho cómo después de haber fundado el mo-
nasterio de Salamanca y el de Alba, y antes que quedase con casa propia
(I) Crónica, capítulo LIl del libro 2.°
- 378 -
el de Salamanca, me mandó el P. M. Fr. Pedro Fernández, que era el Co-
misario Apostólico entonces, ir por tres años á la Encarnación de Avila, y
como, viendo la necesidad de la casa de Salamanca, me mandó ir allá, para
que se pasasen á casa propia. Estando allí un dia en oración, me fué dicho
de Nuestro Señor, que fuese á fundar á Segovia. A mi me pareció cosa im-
posible, porque yo no habia de ir, sin que me lo mandasen, y tenia enten-
dido del P. Comisario Apostólico, el M. F. Pedro Fernández, que no habia
gana que fundase más: y también veía, que no siendo acabados los tres
años que habia de estar en la Encarnación, que tenían gran razón de no lo
querer. Estando pensando esto, díjome el Señor, que se lo dijese, que El
lo haría. A la sazón estaba en Salamanca, y escribile, que ya sabía cómo
yo tenía precepto de nuestro Reverendísimo General, de que cuando viese
cómodo en alguna parte para fundar que no lo dejase. Que en Segovia es-
taba admitido un monasterio de éstos, de la Ciudad y del Obispo; que si
mandaba su paternidad que le fundaría: que se lo significaba, por cumplir
con mi conciencia y con lo que me mandase quedaría segura y contenta.
Creo estas eran las palabras poco más ó menos y que me parecía sería
servicio de Dios. Bien parece que lo quería su Majestad, porque luego dijo
que se fundase, y me dio licencia, que yo me espanté harto, según lo que
había entendido de él en este caso; y desde Salamanca procuré me alqui-
lasen una casa, porque después de la de Toledo y Valladolid había enten-
dido era mejor buscársela propia, después de haber tomado la posesión,
por muchas causas. La principal, porque yo no tenía blanca para comprar-
las, y estando ya hecho el monasterio, luego lo proveía el Señor, y tam-
bién escogíase sitio más á propósito» (1).
(2) «Al cuarenta artículo dijo: Que sabe que habiendo la Santa Madre alcanzado
licencia del visitador apostólico para ir á fundar á la ciudad de Segovia, llegó á ella
en cumplimiento de la ordenación que tenia de Dios para hacer aquella fundación... y
que sabiendo la Beata Madre de la dicha fundación para este convento de Avila se
partió muy de mañana en compañía de Isabel de San Pablo ya difunta y María de
San Bernardo, monjas profesas de la nueva reformación y que al salir se entró con
sus compañeras en el convento real de Santa Cruz de la Orden de los Predicadores
en que oyó Misa en una capilla muy devota que hay en el dicho convento y en que
el glorioso PaJre Santo Domingo tuvo particulares ejercicios de oración y peniten-
-379-
Omitimos todo lo demás que la Santa escribe sobre esta fundación,
cia y que en ella se confesó con el P. Fr. Diego Yanguas, religioso de la misma orden
y que recibió el Santísimo Sacramento y que habiéndole recibido se quedó en ora-
ción con muy grande recogimiento por grande espacio de tiempo y que en esta
ocasión recibió particulares favores y mercedes de Nuestro Señor, de las cuales una
fué el aparécersele el glorioso y bienaventurado Santo Domingo y decirle que siem-
pre la favorecería á ella y á toda su reformación, lo cual sabe aquesta declarante
porque el dicho P. Fr. Diego de Yanguas Confesor de la Virgen y de ella se lo dijo
en secreto y después volviendo la sobredicha Madre pasados algunos años al dicho
convento de Segovia le contó todo aquello que acerca de esta aparición tiene decla-
rado preguntándoselo muy en particular aquesta declarante».
Como la V. Isabel de Santo Domingo representa un papel tan importante en los
principios de la Descalcez; y gracias á la amabilidad del limo. Sr. D Joaquín Beltrán
Obispo dignísimo de esta Diócesis de Avila, hemos podido actuarnos bien de la de-
claración prestada por tan venerable religiosa, creemos oportuno trasladar aquí los
principales puntos de dicha declaración, además de lo relativo á la fundación de Se-
govia y visita á la cueva de Santo Domingo que acabamos de ver. Dice así:
«11.° Al artículo once (sobre h'.s mercedes que recibió de Dios la Santa Madre
Teresa de lesús, entre otras cosas), dijo: y no solamente le veía junto así de la ma-
nera que queda dicho, sino que también le veía resucitado y glorioso cuando oía
misa y otras muchas veces le veía llagado en la cruz ó coronado de espinas y una
vez entre otras que se le apareció con la Cruz á cuestas !e dijo la Santa á esta de-
clárame que le había el Señor mostrado grande gozo al ver que se compadecía
mucho y sentía grandemente sus dolores y llagas, todo lo que sabe esta declarante
por habérselo dicho la Santa Madre por la razón apuntada en el artículo prece-
dente y los Padres Fr. Domingo Báñez, y Fr. Diego de Yanguas confesores de la
dicha Santa y de esta declarante.
))17.° Al artículo diez y siete dijo: que sabe... que la Santa Madre comunicó los fa-
vores que de Dios recibió con muchos varones doctos, entre otros... «con los Padres
Fr. Pedro Ibáñez, Fr. Domingo Báñez, Catedrático de prima de Salamanca, Fr. Bar-
tolomé de Medina, Catedrático de prima en la misma Universidad, Fr. García de To-
ledo, Comisario de las Indias, Fr. Vicente Barrón, Consultor del Santo Oficio de
Toledo, Fr. Pedro Fernández, Comisario Apostólico para la Orden del Carmen, el
P. Fr. Diego de Yanguas, Fr. Hernando del Castillo, Fr. Juan Gutiérrez, Fr. Juan
de las Cuevas, que después fué Obispo de Avila, todos de la Orden de Santo Do-
mingo.
»22.° Al veintidós artículo dijo: que siendo esta declarante seglar la contó el Pa-
dre M. Fr. Domingo Báñez que en la erección del convento de San Joseph hubo en
i
- 380 -
porque no conduce á nuestro objeto (1) y pasamos con gusto á referir la
toda la ciudad grandes murmuraciones contra la dicha Santa y que el Corregidor y el
Regmiento se alborotó tanto que hizo en su Consistorio junta de muchas personas
religiosas graves y doctas, para que se confiriese en ella si convenía derribar el
nuevo monasterio y que en esta junta todos, ansí religiosos como seglares unáni-
memente decretaron que se consumiere el Santísimo Sacramento del nuevo mo-
nasterio y luego se pusiese por el suelo, lo cual se ejecutara al momento, si el dicho
P. M. Fr. Domingo Báñez que se halló en esta junta no impidiera el decreto de ella
dejando que el conocimiento y determinación de aquel negocio en ninguna manera
pertenecía á la Ciudad, sino solamente al Obispo de esta Ciudad, por lo cual quedó
por entonces suspensa esta determinación.
->74." Al artículo setenta y cuatro (sobre la oración) dijo:... que sabe la dio Dios
Nuestro Señor un tan singular don de oración que siempre y en cualquiera parte
le traía presente sin que los negocios ú oficios ú otras cosas exteriores fuesen bas-
tantes á poderla distraer de este divino ejercicio, por lo cual sabe esta declarante
por habérselo referido ansí la misma Santa en algunas ocasiones, aconsejándola se
diese á este buen ejercicio y ansí mismo por habérselo referido alguno de los con-
fesores de la dicha Santa Madre, como son el P. M. Fr. Domingo Báñez, el Padre
M. Fr. García de Toledo, el P. M. Fr. Diego Yanguas... por lo cual el sobredicho
M. Fr. García de Toledo su confesor decía que en las cosas tocantes á la oración
era tan erudita que podía ser tenida por Maestra de ella, de la manera que otros son
tenidos por Maestros eminentes en otras ciencias y facultades.., y el P. Fr. Domin-
go Báñez, predicando en las exequias de esa Virgen en Salamanca dijo que no se
leían mayores cosas de Santa Catalina de Sena que las mercedes que él sabía como
confesor suyo, que Nuestro Señor la había hecho, de lo cual sabe esta declarante
por haberlo visto y experimentado así, el tiempo que trató con la dicha Madre y
haberlo oído á sus confesores y á otras muchas personas de crédito y satisfacción
y ser público y notorio.
(Proceso de Avila.)
(1) No faltaron contradicciones á la Santa en esta fundación, y así lo hace ella
constar al terminar el capítulo XXI. Además de que el Provisor, pues el Obispo que
había dado la licencia se hallaba ausente, quitó el Santísimo Sacramento, y puso un
alguacil á la puerta de la Iglesia, quien sirvió de espantar un poco á los que allí es-
taban, como la Santa refiere: «compró una casa, continúa, y con ella hartos pleitos.
Harto la habíamos tenido con los frailes franciscos por otra que se compraba cerca:
con estotra le hubo con los de la Merced, con el Cabildo, porque tenía un censo la
casa suya. ¡Oh Jesús, que trabajo es contender con muchos pareceres! Cuando ya
aparecía que estaba acabado, comenzaba de nuevo, porque no bastaba darles lo
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visita que hizo á Santa Teresa en esta ocasión, nuestro gran Padre y Pa-
triarca Santo Domingo de Guzmán en su Cueva de Segovia.
VISITA SANTA TERESA LA CUEVA DE SANTO DOMINGO
EN SEGOVIA
Cuenta la Historia, que, apenas confirmada la Orden de Predicadores
por Honorio III, en 22 de Diciembre de 1216, vino Santo Domingo á Bur-
gos (1218) á pedir licencia al Rey para fundar en sus reinos, y que, alcan-
zada, fué á Segovia, donde fundó el convento de Santa Cruz, * primicias
desta gran Religión en España- como dice Colmenares, (1). Hospedóse el
Santo,— dice el preclaro historiador segoviano — al principio en una casa
particular, v después, hallando á propósito para la aspereza que profesaba
que pedían, que lucíjo había otro inconveniente Dicho así no parece nada, y el pa-
sarlo fué mucho
«Un sobrino del Obispo hacía todo lo que podía por nosotras, que era prior y
canónigo de aquella iglesia, y un licenciado Herrera, muy gran siervo de Dios. En
fin, con dar hartos dineros se vino á acabar aquello. Quedamos con el pleito de los
Mercenarios, que para pasarnos á la casa nueva fué menester harto secreto. En
viéndonos allá, que nos pasamos uno ó dos días antes de San Miguel, tuvieron por
bien de concertarse con nosotras por dineros .
Tanto el pleito con los Mercenarios como con los canónigos se arregló hasta
cierto punto con dar hartos dineros; quia pecuniae obediunt omnia.
Hemos dicho hasta certo punto, porque los canónigos la exigieron además se
obligase á un censo que tenía la casa, para lo cual necesitaba la licencia de su pre-
lado, y como éste era el Visitador P. Pedro ó su sustituto ó Vicario que lo era el
P. Báñez, por ese motivo escribía la Santa á su sobrina María Bautista, priora de
Valladolid, á fin de que recabase esa licencia pronto, si no quiere, dice, que me hun-
dan (los canónigos).
He aquí !as palabras de la Santa con los comentarios del anotador: «Sepa
V. R. luego, si es por escrito el poder que tiene el P. Visitador, que me traen can-
sada estos canónigos, que ahora piden licencia del perlado, para que nos obligue-
mos al censo. Si mi Padre (P. Báñez) la puede dar ha de ser por escrito, y por No-
tario, que vea lo que él tiene; y si esto puede, enviármela luego por caridad, si nu
^ (1) Historia de la insigne Ciudad de Segovia, tomo 1.", cap. XX.
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una cueva entre unos peñascos cubiertos de boscaje, entre lo profundo del
río y ia altura de la ciudad, expuestos al frío del norte, renovó allí sus ás-
peras disciplinas, esmaltando la cueva con su sangre que permaneció en
milagrosa frescura hasta el tiempo de nuestros padres, con suma reveren-
cia de nuestros ciudadanos.»
En esta veneranda y solitaria gruta tuvo la Santa una extraordinana
visión que la Clónica Carmelitana refiere en el libro 3.", cap. XXXI de la
manera siguiente: -Recibió la segunda merced partiéndose de Segovia
para Avila, dia de San Jerónimo en el convento de Santo Domingo, en
una capilla donde el Santo estuvo y donde hizo grandes penitencias,
como nos refiere su grave Historíador. Entró dentro la Snnta acompañada
del P. Prior de aquel convento, y del P. M. Fr. Diego de Yanguas, su
confesor, y de otros Padres hizo alli oración; detúvose por espacio como
de media hora: los que la acompañaban esperaban á ver en qué paraba
quiere que me hundan, que ya estaríamos en la casa, sino por estos negros tres mil
maravedís que son, y quizá me quedaría tiempo, para que mandasen ir allá».
El anotador comenta como es natural todas estas palabras de su Santa Madre
y dice entre otras cosas: «En el número cuarto llama mi Padre al P. Báñez, porque
era también su confesor, y nos confirma en lo que se ha dicho en las notas á la pa-
sada, que fué Padre común y Prelado de la Reforma por la substitución del Padre
Visitador, añadiéndonos eslabones dorados de amor y unión con la esclarecida Re-
ligión de Santo Domingo y sus Hijos».
El sobrino del Obispo, D.Juan de Orozco y Cobarrubias, que la Santa dice, era
prior y canónigo y la ayudó mucho, fué después Obispo de Guadix, como se lo pro-
fetizó la Santa Madre, diciéndole con mucha anticipación: «Consideraba yo esta
mañana que á todos mis amigos los veía que los hacían Obispos y Arzobispos, y
también á V. M. Señor Prior». Este ilustre prelado escribiendo al general del Car-
men le decía entre otras muchas cosas: «Todo esto á gloria de Dios y honra de
nuestra Santa Madre, es lo que yo puedo decir y afirmar, como ciertas y verdade-
ras que han pasado por mí, sin otras muchas que han venido á mi noticia, como fué
lo que á la Santa Madre pasó y la mercei que Dios le hizo en la capilla y cueva don-
de hizo penitencia el bienaventurado Santo Domingo, en el monasterio suyo, lo
cual supe y entendí del P. Fr. Diego de Yanguas, que entonces era Lector en aque-
lla casa, persona de gran religión y letras y de mucho espíritu, que era tan amigo,
como yo lo era suyo, en quien experimenté lo que en otros tales, que los que eran
devotos de la Santa Madre contraían entre sí una grande amistad verdadera».
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tan larga oración. Cuando hubo orado, se despidieron el prior y los de-
más religiosos, y se llegó á ella el P. M. Fr. Diego de Yanguas como
más familiar y viole el rostro todo encendido y bañado en lágrimas, y
muy alegre; y le preguntó qué habia habido, que tanto les había hecho
esperar? Ella respondió, que luego que entró y se puso de rodillas, se la
habia aparecido Santo Domingo con mucho resplandor y gloria, y entre
otras mercedes y regalos que le habia hecho, le había dado su mano, y
palabra de favorecerla y ayudarla en las cosas tocantes á la nueva refor-
mación de Descalzos y Descalzas, como después lo vio cumplido: por-
que así la separación, como todas las demás cosas graves y de importancia,
fueron por medio de los Hijos de Santo Domingo, y hoy lo continúan en
todas ocasiones.
«No paró aquí la merced y regalo que Santo Domingo hizo á la Santa
en aquella misma capilla. Porque al cabo de una hora estándose confe-
sando con el P. M. Yanguas (1) le dijo la Madre, como este bienaventu-
rado Santo la estaba allí acompañando á su mano izquierda. Y después
al tiempo de la comunión vio á Cristo Nuestro Señor á la derecha, asis-
tiéndole también el glorioso Santo á la izquierda, y volviéndose á hacer
reverencia á Cristo le dijo: Huélgate con mi amigo; y con esto desapareció
quedando en su compañía Santo Domingo. Acabada la Misa le dijo su
confesor, que si quería gozar de aquella merced se fuese á tener oración á
la capillita más pequeña donde estaba un Santo Domingo de bulto. ¡Hí-
zolo así la Santa Madre, y después de haber estado allí postrada un cuar-
to de hora, se levantó y dijo á su confesor, cómo Santo Domingo había
estado grande rato con ella y que le dijo: Grande gozo ha sido para mi,
que tú hayas venido á esta capilla, y tú no has perdido nada. Y luego le
(1) El R. P. M. Fr. Diego de Yanguas, Confesor de la Santa, dijo al P. Fr. Juan
de Luna, del Orden de Predicadores también (a). <Que la Santa Madre sabía cosas
de la Sagrada Escritura, que había muchos Teólogos que no las alcanzaban.
la) Afortunado concurrente cuando la recíproca visita de la Santa al Patriarca Santo Domingo, y de
éste á la Santa en su venerable Cueva de Santa Cruz de Segovia, á quien cupo la suerte de celebrar la
Misa, dar la Santa comunión, y á su tiempo de comer, de orden del mismo Yanguas, con quien se ba-
hía antes confesado, y era actual Prior de la Comunidad . (La Fuente, edición ISíil, página 429).
I
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comunicó los grandes trabajos que en su vida pasó allí con los demonios
y las grandes mercedes que de Dios allí había recibido en la oración. Y
preguntándole la Santa Madre: Por qué se le aparecía siempre á la mano
izquierdo? Respondió el Santo: Porque la derecha es de mi Señor. Y dijo
también la Santa (como testigo de vista) á su confesor, que aquella ima-
gen de bulto que estaba en la capilla era el verdadero retrato del glorioso
Santo Domingo». «Solía ella después decir que tantas gracias había reci-
bido en aquella iglesia y tan dulces consuelos que nunca quisiera apar-
tarse de allí» (1).
(1) «Otrosí declaró que el mismo año dia de San Jerónimo, partiéndose la dicha
Madre Teresa de Jesús de Segovia para Ávila, vino á la caiilla de Santo Domingo
que está en el convento de Santa Cruz de Segovia, acompañándole este testigo con
el prior y otros padres y habiéndose despedido de ellos se quedj en la dicha ca-
pilla en compañía de este testigo y dos monjas sus compañeras y le dijo á este tes-
tigo á solas que en entrando y poniéndose de rodillas se le apareció Santo Domin-
go con mucho resplandor. Y entre otras palabras regaladas que la dijo la prometió
de favorecerla mucho en las cosas que tocaban á sus conventos de Descalzos y
Descalzas y este testigo la vio postrada delante del altar de la dicha capilla y le-
vantarse con muchas lágrimas que entendió ser del contento que tuvo con la dicha
revelación y que de allí á una hora poco más ó menos, estándola confesando este
testigo para comulgarla en la misa, la oyó decir que Santo Domingo la estaba allí
acompañando á su mano izquierda y que estando comulgando á la misa de este
testigo y por su mano supo de ella que la habían acompañado Cristo Nuestro Se-
ñor á la mano derecha y Santo Domingo á la izquierda y que volviéndose la dicha
madre á hacer reverencia á Cristo Nuestro Señor él la dijo: huélgate con mi amigo
y así se desapareció y que después de acabada la misa diciéndole este testigo que
si quería gozar de aquella capilla que se fuese á tener oración á la capilla más pe-
queña donde está un Santo Domingo de bulto, la dicha m idre lo hizo y después de
haber estado allí postrada como un cuarto de hora se levantó y llamando á este
testigo le dijo ó declaró cómo Santo Domingo estuvo con ella grande rato y le dijo:
grande gozo ha sido para mi venir tú á esta capilla y tú no has perdido nada y
luego le comunicó los grandes trabajos que allí había pasado con los demonios y
las grandes mercedes que allí le había fecho en la oración, y preguntándole la dicha
madre, porqué siempre que le vía se le aparecía á la mano izquierda, le respondió
el Santo diciendo, porque la mano derecha es de mi Señor y allí le dijo á este tes-
tigo que aquella imagen de l'ulto que está en la capillita es el verdadero retrato de
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Consta también que la Santa Madre se interesó y pidió al Santo Pa-
triarca Domingo que mirase mucho por su confesor el P. Fr. Diego de
Yanguas y que el Santo la respondió: Es mi verdadero hijo (1).
nuestro padre Santo Domingo y esto declara á la dicha S2gunda pregunta. (Decla-
ración del P. Fr. Diego de Yanguas. Proceso de Avila. Pieza 2.'^)
(1) Así nos lo dice en su declaración la Madre Dorotea de la Cruz, en las infor-
maciones de Valladolid para la canonización de Santa Teresa, en la cual, entre
otras cosas dice: «Que estando Nuestra Santa Madre en el convento de Santo Do-
mingo de Segovia haciendo oración, se le apareció el glorioso Santo Domingo, y
pasaron entre los dos lo que ya se sabe, y pidiéndole la Santa al dicho Santo, que
mirase por su confesor que era el dicho Fr. Diego, le respondió: Es mi verdadero
hijo».
Las historias de la Orden de Predicadores añaden algunas circunstancias que
conviene hacer constar. Cuando el Santo Patriarca se la apareció y la dijo: «Gran-
de gozo ha sido para mí, que hayas visitado esta capilla, y tú no has perdido nada»,
encomendóle Santa Teresa su Reforma y Descalcez: y consolóla el Santo, dándola
palabra de ayudarla y favorecerla en la empresa. A la vez cuando el Santo Funda-
dor dio la mano á Santa Teresa la dijo: «Tened, Hermana, mucho cuidado de mi
Orden, que yo le tengo y tendré de la vuestra^. Por último hay en la cueva una ima-
gen muy piadosa del Santo Patriarca delante de la cual se postró en oración Santa
Teresa y aseguró después á los religiosos, que la dicha imagen es retrato muy pa-
recido y natural del Santo Patriarca. Hizose hora de comer, y en la misma cueva la
sirvieron nuestros frailes una religiosa y templada comida de pescado. Comió y
despidióse con ternura de aquel Santuario, diciendo había tenido en él tanto con-
suelo de espíritu, que no quisiera salir jamás de esta devota cueva. (López, Pine-
lo y el M. Serafín).
Por el interés que despierta y las circunstancias que añade nos parece conve-
niente poner á continuación el relato que del favor recibido por Santa Teresa en
la Cueva de Segovia, hace el Afio leresiano en el 3J de Septiembre, fecha en que
tuvo lugar: *Entre los que vinieron á esta estación (habla de la capilla del Real con-
vento de Santa Cruz de Segovia, historiando esta fundación) fué la Santa Madre, y
lialiíinJosc en la Cueva tuvo una revelación de Santo Domingo, el cual ¡a consoló di-
ciendo: Tened, Hermana mía, mucho cuidado de mi orden, que yo le tengo y tendré de
la vuestra, lodo esto lo dijo la Santa al Padre Maestro Fr. Domingo Báñez, y al Padre
Maestro F. Diego Yanguas, sus con/esores. El dar la mano Santo Domingo de Guz-
nián á Santa Teresa de Jesús, y palabra de patrocinar á su Reforma, pidiendo al
mismo tiempo á esta santa Virgen el que cuidase de su Orden, viene á ser lo mismo
que un pacto, y convenio celestial en que los dos Santos quisieron enlazar á sus
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— 386-
Despedida la Santa de Segovia llegó al convento de la Encarnación
de Avila, donde había de cumplir el oficio de priora, á seis de Octubre,
Familias en unión tan estrecha, y hermandad tan indisoluble, que aunque en el hábito
fuesen diferentes, n^ lo mostrasen en las obras, espíritu, doctrina, y religiosidad.
Este concepto quiso explicar nuestra Descalcez en aquella lámina que estampó en
la primera hoja del Curso Complutense, donde se miran enlazados los escudos de
estas dos Religiones, como también sus Coronas, y dos manos, una que sale del há-
bito del Carmen, y otra del de Santo Domingo, las cuales se enlazan entre sí con
nudo tan cordial, que esperamos en Dios, y en nuestros Santos Patriarcas, no será
para nuestros corazones esta unión menos fija, que lo fué en las almas de David, y
jonatás. Así se deja prometer en la recíproca concordia que han procedido las dos
Religiones en los 184 años, que ha que sus Santos Patriarcas establecieron este en-
lace; cuya relación, y lances de hermandad, en que se han mantenido inalterables,
nos parece forzoso historiar este día, para que en lo futuro logren los individuos de
ambas Ordenes estímulo eficaz para perpetuar esta concordia con el ejemplo de los
precedentes.
"El religiosísimo P. Fr. José de la Encarnación (de quien dimos noticia en el pri-
mer tomo del Año Teresiano) afirma en sus manuscritos haber visto un papel im-
preso, que le fió la Excma. Sra. Condesa de Oropesa, con este título: Beneficios que
la Orden del Patriarca Santo Domingo ha hecho á la de los Carmelitas Descalzos; y
agradecimiento de parte de ellos; y del principio de donde se originó esta corresponden-
cia entre ambas Religiones. Su autor el Doctor Juan de Espino. Dedicase al Excelentí-
simo Sr. D. Antonio Alvarez de Toledo, Duque de Alba. Si este escrito fuese muy co-
mún nos remitiríamos á él sobre la materia que queremos tratar; pero asegurando
el referido P. Fr. José que en sus días era muy raro, y que sólo pudo encontrar el
que le dio aquella gran señora; se hace indispensable en el día que estamos el bus-
car especies, así en la Santa, como en nuestras historias, y otros monumentos de la
Religión, que refieran lo que promete el título del dicho papel; lo que ejecutaremos
diciendo brevemente en primer lugar lo mucho que Santo Domingo, y sus Religiosos
han patrocinado á Santa Teresa de Jesús y á toda su Reforma: después la corres-
pondencia de la Santa, y últimamente el agradecimiento de todos sus Descalzos á
favores tan grandes.
»E1 origen de aquella mutua, y amistosa correspondencia en que se han herma-
nado estas dos religiones, y ofrece declarar el papel del Doctor Espino, no pudo ser
otro que el suceso, que ha dado asunto al primer caso de este día; cuya representa-
ción quisieron perpetuarlos Padres Dominicos en un cuadro que se colocó más ha de
cien años en la Capilla en que sucedió la aparición, con un letrero que dice: En 30 de
Septiembre de 1574 estando haciendo oración la Santa Madre Teresa de Jesús en esta
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porque en aquel dia, la había puesto el P. Maestro el año antes setenta y
uno.
FUNDACIÓN DE VEAS
El dia 6 de Octubre, pues, terminó Santa Teresa su priorato en el con-
vento de la Encarnación (1). El siguiente año, ó sea el 75, dia de San Ma-
tías se fundó el convento de Veas; pero los principios de esta fundación tu-
vieron lugar mucho tiempo antes, como la Santa refiere en el capítulo XXII
Capilla, se le apareció nuestro glorioso padre Santo Domingo, y después á la mano de-
recha Cristo Nuestro Señor, y la dijo á la Santa, que se holgase con su amigo, el cual
entre otras amorosas pláticas, prometió ayudarla en su Reforma. De este principio, y
palabra celestial en que Santo Domingo ofreció hacerse auxilio, Protector y Aboga-
do de nuestra Descalcez, ya se deja inferir los continuos influjos, que este sagrado
Padrehabrá conferidoen la Familia Teresiana. Sin duda alguna, que en todo el incre-
mento, que para gloria del Señor ha consegido esta Santa Orden, se puede creer ha-
brá cooperado la virtud insigne y los méritos santísimos de este glorioso Patriarca.
Son invisibles los beneficios de los Santos los cuales regularmente se encancelan á
los hombres hasta que los miran en el día de la eternidad; mas los de este soberano
Patriarca con nuestra religión han sido tan patentes, como si los obrase al estilo del
mundo. Los Santos de la gloria (dice San Gregorio) son unas estrellas en el firma-
mento de la cristiandad, que con sus luces deshacen la noche de este siglo, ilus-
trando á los hombres; cuyos reflejos, por lo perteneciente á la estrella brillante de
Domingo, destellaron en todas las edades con luces tan copiosas para iluminar y
dirigir la Reforma de Teresa, que ella ha sido la antorcha que guió por sus aciertos
en los lances de mayor arduidad. Bastará para contestación de esta materia solo un
caso que referiremos.
(I) Consta ya por lo dicho en el capítulo precedente cuan mal recibida fué de
las monjas por priora de la Encarnación Santa Teresa: mas desempeñó con tan di-
vino acierto su oficio, que terminado el trienio las mismas monjas la eligieron.
Con motivo de esta elección que no fué confirmada, mediaron cosas muy ruido-
sas en Avila, que la Santa apunta en carta á María de San José, priora de Sevilla
por estas palabras: «Por orden del Tostado vino aquí el provincial de los Calza-
dos, á hacer la elección, ha hoy quince días, y traía grandes censuras y descomu-
niones, para las que me diesen á mí voto, y con todo esto á ellas no se les dio nada,
sino, como si no las dijeran cosa, votaron por mí cincuenta y cinco monjas, y cada
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de sus Fundaciones, por estas palabras: «En el tiempo que tengo dicho,
que me mandaron ir á Salamanca desde la Encarnación, estando allí vino
un mensajero de la villa de Veas con cartas para mí de una señora de
aquel lugar, y del beneficiado de él, y de otras personas, pidiéndome fuese
á fundar un monasterio, porque ya tenían casa para él, que no faltaba sino
irle á fundar. Yo me informé del hombre. Díjome grandes bienes de la
tierra, con razón, que es muy deleitosa, y de buen temple; mas mirando
las muchas leguas que había desde allá, parecíame desatino; en especial
habiendo de ser con mando del Comisario Apostólico, que, como he di-
cho, era enemigo, ó al menos no amigo de que se fundase (1), y así quise
voto que daban el provincial las descomulgaba y maldecía, y con el puño machu-
caba los votos y les daba golpes, y los quemaba, y dejólas descomulgadas, ha hoy
quince dias, y sin oir misa ni entrar en el coro, aun cuando no se dice el Oficio di-
vino, y que no las hable naide, ni los confesores, ni sus mismos padres, y lo que más
cae en gracia es, que otro dia después de esta elección machucada, volvió el pro-
vincial á llamarlas, viniesen á hacer elección, y ellas respondieron, que no tenían
para qué hacer más elección, que ya la habían hecho; y de que esto vio tornólas á
descomulgar, y llamó á las que habían quedado, que eran cuarenta y cuatro, y saco
otra priora, y envió al Tostado por confirmación. Ya la tienen confirmada, y las
demás están fuertes, y dicen que no la quieren obedecer sino por vicaria. Los le-
trados dicen que no están descomulgadas, y que los frailes van contra el Concilio,
en hacer la priora que han hecho, con menos votos. Ellas han enviado al Tostado
á decirle cómo me quieren por priora, él dice que no, que si yo quiero irme allá á
recoger, mas que por priora no lo pueden llevar á paciencia. No sé en qi;é parará.
Esto es en suma lo que ahora pasa, que están todos espantados de ver una cosa,
que á todas ofende, como ésta: yo las perdonaría de buena gana, si ellas quisiesen
dejarme en paz, que no tengo gana de verme en aquella Babilonia, y más con la
poca salud que tengo, y, cuando estoy en aquella casa, menos. Dios lo haga como
más se sirva, y me libre de ellas». (La Fuente, Carta 16(5).
(1) El P. Pedr(i en su alta prudencia, no quería la multiplicación inconsiderada
de conventos y fundaciones, por los muchos enemigos que la Descalcez tenía, y en
este sentido, dice aquí la Santa. «Que era enemigo, ó al menos, no amigo de que se
fundase». No quería proceder en esto con precipitación, sino con mucho aplomo y
fundamento, y obraba de este modo, no porque se opusiese á la propagación de la
Reforma, de la cual fué siempre gran padre y protector, como le llaman á cada paso
los Cronistas de la Descalcez; sino porque, como la Santa escribe en otra parte,
algunas personas estaban muy vidriadas y era necesaria una muy grande discrec-
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responder que no podía sin decirle nada. Después me pareció, que, pues
estaba á la sazón en Salamanca, que no era bien hacerlo sin su parecer,
por el precepto que me tenía puesto Nuestro Reverendísimo Padre Gene-
ral de que no dejase fundación. Como él vio las cartas envióme á decir,
que no le parecía cosa desconsolarlas; que se había edificado de su devo-
ción, que les escribiese que, como tuviesen la licencia de su Orden, que
se proveería para fundar: que estuviese segura que no se la darían, que él
sabía de otras partes de los Comendadores, que en muchos años no la
habían podido alcanzar, y que no les respondiese mal».
«Algunas veces pienso en esto; y como lo que Nuestro Señor quiere,
aunque nosotros no queramos, se viene á que, sin entenderlo, seamos el
instrumento, como aquí fué el P. M. Fr. Pedro Fernández, que era el Co-
misario; y así cuando tuvieron la licencia, no la pudo él negar, sino que se
fundó de esta suerte-.
Escribe después la Santa lo extraordinario de esta fundación y como el
Consejo se negó á dar la licencia, hasta que se hizo una petición al Rey y
lo concedió(l): Nopudiendo sacar resolución delConsejo,escribióá nues-
tra Santa Madre, y ella al Rey Felipe II, á quien también habló doña Cata-
lina <E1 cual en sabiendo que el convento había de ser de la Madre Teresa,
nnndó que se despachase la licencia por el íntimo amor que á la Descalcez
y á su Fundadora tenía. Y volvióse á Veas por San Bartolomé, á disponer,
no la casa de sus padres, como algunos dicen, sino la de la Vicaría, donde
el convento se fundó. Desde allí avisó á la Santa de su buen despacho: y
ella admirada y alegre de la divina dispensación, escribió al P. M. Fr. Pe-
dro Fernández pidiéndole tuviese por bien se hiciese aquella fundación, en
ción, para evitar los encuentros que por todas partes amenazaban. La Santa es-
cribía:
«El P. Fr. Pedro Fernández, pone mucho en que hasta que tengamos Provincia,
no se funde monasterio, aunque da licencia, y dé buenas razones: ahora me lo es-
cribieron. Porque como el Nuncio está tan vidriado, y hay quien le parle, podríanos
venir daño: pensarse ha todo bien^. (P. Antonio de San José, tomo 4.*^, Caríañ5, pá-
gina 324).
(1) Crónica, Libro 3." Capitulo XXXll.
— 390 —
que el cielo descubría su voluntad; y obligado de su misma palabra dio la
licencia, con que empezó á disponer su viaje (1).
Consta de cuanto se ha expuesto, la intervención de los Dominicos,
por medio del P. Pedro Fernández en la fundación de los tres conventos
de Altomira, de Segovia, y de la villa de Veas; y sobre todo en la rela-
ción de la visita ó entrevista del Patriarca Santo Domingo y de la será-
fica virgen en la Cueva de Segovia, se ha podido ver el origen celes-
tial, como le llama muy bien el limo. Yepes, de la amistad grande que hubo
siempre entre la orden de Santo Domingo y la naciente Descalcez, siendo
la palabra de honor que el Santo Patriarca la dio de ayudarla en todo, la
verdadera explicación de la protección que los Dominicos prestaron en
todas las ocasiones á esa extraordinaria mujer. Solo viniendo del cielo esa
divina influencia puede darse la suficiente razón de ese fenómeno, que pu-
diéramos llamar misterioso, de esa constancia, perseverancia y tesón con
que los hijos más eminentes en santidad y letras de la orden Dominicana
protegieron á esta celebérrima virgen del Carmelo.
Gracias, pues sean dadas al dador de todo bien, por haber querido que
las glorias todas de la Reforma de Teresa de Jesús, se reflejasen en la orden
de Santo Domingo que la ayudó más que ninguna en la realización de tan
admirables hazañas.
(1) Grande y extraordinaria era la Santidad de estas Religiosas, y así, cuenta la
misma Crónica, en el capítulo XXXIV del libro 3.° que era tanta la devoción con que
rezaban el oficio divino, que dijo un Padre muy grave de la Orden de Santo Domin-
go habiéndolas oido: Que ó las monjas eran angeles, ó los angeles las ayudaban á re-
zar: porque tal devoción como le habia causado, no era posible nacer de voces humanas.
CAPITULO XI
Cos conventos de Descalzos en Hndaiucia
y el IP. francisco Vargas.
Ya se dio á conocer en el capítulo V de esta tercera parte el nombra-
miento de visitadores apostólicos para la orden del Carmen que el Pontí-
fice S. Pío V hizo de los M. R. PP. Fr. Pedro Fernández para la provincia
de Castilla, y del P. Fr. Francisco Vargas para la de Andalucía.
Esbozado ligeramente lo que en favor de la Reforma Carmelitana hizo
en Castilla el P. Pedro Fernández, procede ahora decir algo de lo que en
las provincias de Andalucía hizo por la Descalcez el fervoroso y celosísimo
P. Vargas.
Como Santa Teresa permaneció en Castilla sin pasar á Andalucía hasta
el año 1575, no había en esta provincia quien promoviese la Reforma. Pero
suscitó el Señor en el P. Fr. Francisco Vargas un celo y unos deseos tan
vehementes de que la Descalcez se implantase en la provincia que se le
había encomendado, que podemos asegurar sin exageración, que la misma
actividad que Santa Teresa manifestaba en Castilla para establecer en ella
su Reforma de Descalzas y Descalzos, fundando donde podía conventos,
esa misma desplegaba el P. Vargas en la provincia de Andalucía.
Quizá le parezca á alguno exagerada semejante afirmación, sin embar-
go, estamos persuadidos de que los documentos que vamos á presentar
causarán indudablemente el asentimiento del lector á dicha afirmación,
por más que á primera vista parezca tan atrevida. Estos documentos y
testimonios los tomaremos de los historiadores más antiguos y de más
-392-
autoridad de la orden Carmelitana. Sea el primero el del autor de la Cró-
nica Carmelitana que escribió á raíz de los sucesos.
Dice así este respetable autor (1): '<La entrada de nuestros Religiosos
en Alcalá de Henares con la edificación que queda referida y lo que allí
lucieron y admiraron las letras y el talento del P. Fr. Baltasar de Jesús des-
pertó los ánimos de muchos religiosos de la observancia á seguir los pasos
de su padre Elias debajo de regla primitiva».
«Muy frecuentemente trataban entre sí y con los prelados (y en espe-
cial con el P. Fr. Francisco Vargas, comisario apostólico) de los medios
para pasar la Descalcez á la Andalucía. Grandemente lo deseaba él, pro-
metiéndose felices resultados de su comisión por medio de ministros refor-
mados y celosos hijos de la misma orden. No hallando de los que esto
trataban en su distrito persona á propósito, hijo de la observancia, de las
prendas y celo que tan gran asunto requería, escribió al P. Fr. Baltasar de
Jesús, no solo estimado por su virtud y letras entre los padres Descalzos
sino ejercitado ya en la Descalcez y en el gobierno de Pastrana, y de to-
dos los demás conventos que de aquel procedieron, por haberle hecho su-
perintendente de ellos el P. M. Fr. Pedro Fernández, visitador de Castilla,
en lo que no contravenía al Provincial observante. Rogábale esforzadamen-
te que se viniese á su provincia y pagase á su madre el bien que de ella
había recibido,, dilatando en su jurisdicción la Descalcez. Ofrecióle el con-
vento de la observancia más á propósito para la primera entrada, y para
extender desde allí los ojos á otras fundaciones. Advirtióle no trajese por
compañeros los de la observancia que se habían descalzado, no siendo
muy acreditados en ella, porque tomando ocasión de aquí los Padres Cal-
zados desapoyaban mucho la Descalcez.
^Agradeció con estimación el P. Fr. Baltasar la oferta del Comisario, y
respondióle que de presente le era casi imposible hacer lo que le mandaba:
así por la necesidad de su asistencia en el convento de í\astrana, y go-
bierno en los demás que estaban á su cargo, tan en mantillas, que apenas
sabían andar, como porque el Príncipe Ruy-Gómez se había aficionado de
(1) Libro 3." capítulo I.
-393-
suerk', qiio tenía por cierto no permitiría tan larga ausencia á los imiclios
negocios que le comunicaba y encargaba. Pero por no desmayar al P. Co-
misario ni resfriar sus fervorosos deseos, le ofreció hacer desde allí todos
los oficios que le mandase, y para adalante alguna salida breve á Anda-
lucia, par:i hacer de su parte todo lo posible en servicio de su madre y de
su paternidad.
«Poco después de ésto sucedió que el P. Fr. Diego de Heredíay Ren-
gifo (en la Descalcez de Santa María) criado en la observancia, que en
Pastrana se había descalzado. Religioso de buenas prendas, bajase á An-
dalucía su patria, en compañía del hermano Fr. Ambrosio de San Pedro,
corista, natural de Pastrana, con licencia del Comisario de aquel distrito, íi
negocios del servicio de Dios, que en Granada, donde nació, tenia. Lle-
garon á Córdoba, donde el Comisario de Andalucía era prior. Presentaron
sus patentes: recibidos con afabilidad, notó en el trato de los dos mucha
religión, y en el del sacerdote talento y opinión de buen religioso entre
los observantes. Díjoles que se fuesen á posar al convento del Carmen de
aquella ciudad, pero que no pasasen adelante sin volverle á ver. Hicié-
ronio así, y queriendo otro día tomar su bendición y saber lo que les que-
ría mandar, les dijo: Padres míos, ya están debajo de mi obediencia en esta
provincia, y primero que salgan de ella, han de trabajar en servicio de
nuestro Señor, y de su religión, en lo que les ordenare. Mi deseo es que
se funden en Andalucía conventos Descalzos, como los que se fundan en
Castilla: y pues Dios los ha traído y están ya ejercitados en la vida primi-
tiva de Pastrana, justo es que demos principio á tan santa obra, en la tie-
rra que nos dio el ser. Buen ánimo, confianza en Dios y en la Virgen Santí-
sima. Ya están vencidas las dificultades primeras en Castilla. Los que antes
contradecían son ya de nuestra parte. La milagrosa protección de Dios te-
nemos cierta. La tierra es rica para sustentar la santa pobreza sin distrac-
ción. De los padres observantes hay algunos de buen ánimo y talento, que
desean la ocasión. Del siglo vendrán otros atraídos del buen olor. ¿Qué
dificultades se pueden ofrecer? Y cuando haya algunas ¿qué cosa grande
se intentó sin ellas? A Dios tenemos por protector y premiador; puestos
en él los ojos, todo se hará fácil.
El P. Fr. Diego resistió humildemente, y propuso sus dificultades. En-
- 394 -
tre las demás decía que el P. Fr. Pedro Fernández, comisario de Castilla,
llevaría mal que habiéndole pedido licencia limitada, y para negocio par-
ticular, se quedasen en otro distrito tan de asiento como el caso pedía.
Satisfizo al P. Vargas, ofreció escribir al P. Fr. Pedro Fernández y alcanzar
de él consentimiento, pues todos atendían á un mismo fin, y no era de menor
gloria del Señor servirle en Andalucía que en Castilla. Rendido el P. Fray
Diego á tanta instancia, se sujetó á la obediencia del P. Vargas. No ofre-
ciéndose por entonces fundación nueva en Andalucía, ni quien la pidiese
propuso el P. Comisario una de dos casas de la observancia, ó la coro-
nada de Jaén que entonces estaba fuera de la ciudad, ó la limpia Concep-
ción de San Juan del Puerto. Esta se escogió por más pequeña y de menos
sentimiento para los padres del paño, ó sea los Carmelitas Calzados.
>'Dió el P. Comisario al P. Fr. Diego de Santa María patentes bastantes
de Vicario, con órdenes al P. Provincial, el Mtro. Fr. Agustín Suárez, para
que acomodase aquel para los nuevos Descalzos y los ayudase todo lo
posible. Fuese con ellos á Sevilla donde estaba el dicho P. Mtro., que
obedeciendo al Comisario, desembarazada la casa de San Juan, se la en-
tregó á los Descalzos por el mes de Octubre ó principio de Noviembre
del año de 1572. Acudieron á la Descalcez de la observancia, Fr.Juan de
Heredia. hermano del Vicario, Fr. Sebastián de Aguilera, Fr. Francisco de
San Angelo, Fr. Pedro de Rivas, Fr. Pedro Espinóla y otros. Descalzáronse
también algunos seglares, y entre ellos el P. Fr. Ángel de la Presentación,
nieto de un Duque de la República de Genova, que después cumplió muy
bien con las obligaciones de Descalzo, y fué prelado muchas veces. El
Comisario dejó al Vicario buenas órdenes y resguardo para que no estor-
base el Provincial el aumento y fervoroso proceder de los Descalzos, por
haber sentido ciertas diferencias que no dañaron poco á la paz, y última-
mente fueron causa de dejar los nuestros este convento, como se dirá en
su lugar.
Como se ve, el primer convento de Descalzos, en Andalucía, fué de-
bido á las gestiones del Dominico P. Vargas. El convento de San Juan del
Puerto, representa en la provincia Bética lo que Snn José de Avila en la
de Castilla, con la sola diferencia, de que aquel era el primero de religio-
sos Descalzos y éste lo era de religiosas Descalzas. Pero no se contentó
- 395 —
con üstu nuestro venerable Píidre. Aun hizo y trabajó mucho más en i'a-
vor de la Reforma. Expongamos siquiera sea por alto, el amparo que con
su autoridad apostólica la siguió prestando.
Para no entretenernos demasiado y hacernos cansados al lector, toma-
remos de la obra La Mujer Grande > escrita por un célebre carmelita, los
siguientes párrafos referentes á nuestro propósito.
<Casi al mismo tiempo que en Andalucía baja se fundaba la Reforma
en San Juan del Puerto, se abrían las zanjas en Granada y la Peñuela en
Andalucía alta. El P. Fr. Gabriel de la Peñuela, carmelita calzado, natura!
de Übeda, deseaba sin haber visto los religiosos reformados que se esta-
bleciesen allí, y hablando con el arzobispo de Granada Guerrero y otros,
le aconsejaron que pasara á Madrid. Pidió licencia al comisario Vargas
para descalzarse y pasar así á Madrid y no sólo le dio la licencia que pe-
día, sino también para fundar Descalzos en toda la Andalucía. Pasó pues
á Madrid, Pastrana y Alcalá y cdn la vista de los Descalzos se le avivó
más el deseo. A la vuelta vio á los ermitaños que había en la Peñuela...
Uno de estos ermitaños llamado el P. Pedro de San Angelo, tomó el há-
bito de Descalzo y dos compañeros suyos fueron á instruirse á Pastrana.
El buen P. Gabriel tuvo que volver á Madrid y Pastrana, donde se detuvo
hasta que mejoró el Príncipe Ruy-Gómez, que con licencia del Padre Co-
misario envió por fin al P. Baltasar acompañado del P. Gabriel y otros
andaluces para que fueran allá y fundaran en Granada y luego en seguida
en la Peñuela, siendo estos dos conventos una copiosa fuente de donde
salieron muchos Descalzos á fundar otros conventos, y el ejemplar que
movió á otros muchos de los Calzados á descalzarse. Mas también con
esto se sembró la semilla de emulación entre unos y otros, viendo que la
una crecía y la otra se minoraba. Todo esto sucedió hasta el año 1573 (1).
Como se vé por lo que antecede el P. Vargas prosiguió con celo ver-
daderamente apostólico la obra comenzada, y no descuidó ninguno de
aquellos medios que pudieran contribuir á que los resultados fueran más
rápidos y eficaces. Por eso delegó su autoridad de Visitador apostólico en
el P. Baltasar de Jesús, carmelita de Andalucía, que después de pasar á la
(1) Dia 18 de Septiembre.
-396-
descalcez en Pastrana volvió á ruegos del P. Vargas para ayudarle en la
obra comenzada.
Era el P. Baltasar famoso predicador, hombre de sólida piedad y lleno
de celo por la Reforma y su propagación, y el P. Vargas le juzgó cabal y
muy competente para conseguir lo que tanto deseaba, y así le dio la pa-
tente de Visitador, como el más apto para el fin que pretendía (1).
(1) <'Desde Granada 28 de Abril de 1573.
«Fray Francisco Vargas, Maestro en Santa Teología y Prior de Santa Cruz la
Real, de la Orden de Santo Domingo de esta Ciudad de Granada, y por autoridad
apostólica Visitador y Reformador de Orden de Nuestra Señora del Carmen de esta
Provincia de Andalucía.
»Por la presente y por la autoridad apostólica que para ello tengo, pretendiendo
que en la dicha Orden de Nuestra Señora del Carmen haya religiosos que guarden
con mucha observancia su primiiiva Regla (lo cual he procurado con instancia, y he-
cho para este efecto venir al Muy R. P. Fr. Baltasar de Jesús, prior de la casa de San
Pedro de Pastrana, de la dicha Orden primitiva en la Provincia de Castilla) doy y
cometo mis veces al dicho P. Fr. Baltasar de Jesús para que aquí en esta ciudad de
Granada pueda tomar y tome una casa que está en la calle de los Gómeles, donde
antes estaba y han estado frailes de la misma Orden de los mitigados, para que en
ella habiten y moren religiosos, que observen y guarden su primitiva Regla. Y asi-
mismo, por la dicha autoridad le doy y cometo el Gobierno de la dicha casa de San
Juan del Puerto, que es de los mismos religiosos primitivos, y de otra que ahora se
edifica en Almonte. Y así de otras cualesquiera casas que de nuevo se cdiücaren
con título de los dichos religiosos primitivos; para que Vos, el dicho P. Fr. Baltasar
de Jesús, las hagáis administrar conforme á la Regla primitiva. Y para el dicho efec"
to, poner y quitar priores á las dichas casas, y recibir novicios, con tal que no sean
religiosos de los mitigados, porque si de esto se hubiere de recibir algo, quiero y
es mi voluntad que no se haga sin licencia del P. Provincial de la dicha Provincia.
Y para que esto consiga el efecto del servicio de Dios y aumento de la dicha reli-
gión que pretendemos, por la autoridad apostólica sobredicha, doy y cometo mis
veces y autoridad al dicho Padre para que él lo ponga y haga poner en ejecución,
»Y así quiero y mando que ningún inferior nuestro le vaya á la mano, ni se entre-
meta á tratar ni á conocer de cosas que toquen á los dichos conventos y religiosos:
porque esto cometemos al dicho P. Fr. Baltasar. Y si algo resultare que sea menes-
ter consulta ó más eficaz remedio, lo reservamos para nuestra persona, la cual y no
otra, conozca de los dichos negocios y religiosos. Y esto queremos que así se cum-
pla y guarde en virtud de santa obediencia y so pena de rebelión. En fe de lo cual,
— 397 —
Ni aún con esto quedó satisfecho el celo del P. Vargas, y asi como á
fuerza de instancias y de ruegos había conseguido se trasladase á Anda-
lucia ei P. Baltasar de Jesús, así importunando á unos y á otros, negoció se
trasladasen también á aquella provincia los PP. Ambrosio Mariano y Je-
rónimo Gracián. Escribió al P. Mariano (1), al P. Pedro Fernández y, como
dice muy bien La Mujer Grande en el día 1." de Octubre hablando del
P. Baltasar que se llegó á Madrid para asistir á la muerte del Príncipe Ruy-
dí y mandé dar esta nuestra carta y patente, firmada de mi nombre y sellada con
nuestro sello, que comumente usamos. Fecha en este nuestro convento de Santa
Cruz la Real de esta Ciudad de Granada, á veintiocho de Abril de mil quinientos
setenta y tres. -Fr. Francisco Vargas, Visitador.»
(1) He aquí la carta:
«Muy Reverendo Padre mió. Muy gran contento recibí con la carta de V. R. por
saber que está con salud que yo le deseo. A mí me ha ido mejor en Granada que en
Córdoba, y así me halló con más fuerzas y salud que los años pasados. Mucho qui-
siera que el P. Prior de Pastrana no viniera sin V. R., para que con mayor contento
mío y quietud se hiciera lo que convenía al tomar de las casas que acá se dieran. Y
así no he hecho tanta demostración como hiciera porque como sean conocidos en
otro hábito y vida los que ahora vienen descalzos, no son creídos, ni tenidos en la
reputación que lo fueran los que nunca hubiesen sido frailes entre ellos: ni supieran
sus entradas y salidas. Y así escribí al Señor Ruy-Gómez, que convenía para que
lo de acá tuviese buen suceso, que los que acá han ido á descalzarse allá, no conve-
nía volver acá, por muchos inconvenientes: y que haber venido tan tarde, y tan
pocos y conocidos, y quedarme tan poco tiempo de mi cuidado y visita, me acobar-
daba para hacer lo que deseaba. Porque si el tiempo descubría algún inconveniente,
y yo no era parte para el remedio, por estar sin autoridad, sería tenido por impru-
dente, por haber acometido lo que no sabía en qué pararía. Holgaría en extremo que
V. Reverencia viniese luego por acá, y trugese algunos Padres de allá, que fuesen
primitivos en la Orden, para que los que han venido volviesen: y así se' haría en
poco tieaipo mucha hacienda; y con menos temor de desasosiego haría más en el
aumento de conventos, y favcr para adelante. V. Reverencia hable al Sr. Principe
Ruy-Gómez, dando á su Exclencia mis besamanos, que por haber poco que por la
vía del Señor Conde de Tendilla escribí á su Excelencia, no lo hago por no ser mo-
lesto con mis cartas. En la pasada escribí lo que me parecía convenir para nuestro
negocio. Encamínelo Nuestro Señor como sea servido, y guarde á V. Reverencia en
su amor y gracia. Granada y Junio, veinte, de mil y quinientos setenta y tres. Ad
jusa promptíssimus. Fr. Francisco de Vargas.»
- 398-
Gómez: «Con la relación que hizo este Padre de la Andalucía y de cuanto
los deseaban, se excitaron más los deseos de fundar allí, y más con lo
mucho que lo solicitaba el Comisario apostólico de aquella parte, el Padre
Vargas, pues no cesaba de pedir que fueran Descalzos al Comisario de
Castilla, el P. Fernández y á los mismos religiosos>.
Todas estas negociaciones se hacían secretamente y con mucha maña
por no ofender al Provincial del Carmen en Castilla, que lo era el célebre
P. Fr. Ángel de Salazar. Con este motivo el P. Ambrosio Mariano le pidió
licencia para irse á Andalucía á arreglar ciertos negocios que tenía allí pen-
dientes, y que le diese por compañero al P. Gracián. Accedió el Provincial
á la petición, no figurándose ni ocurriéndosele el intento principal de todo
esto. Y aunque el P. Pedro, que de todo estaba enterado, podía usando de
sus facultades apostólicas haber dado la licencia, pero en su alta prudencia
no creyó conveniente proceder de esa manera, persuadido, como estaba de
que el P. Salazar se había de disgustar. El P. Báñez también andaba por
medio en favor del P. Vargas y de las peticiones que hacía. Así lo significa
embozadamente Santa Teresa cuando escribiendo á su sobrina María Bau-
tista, priora de Valladolid, la dice: -¡O si viese la baraúnda que anda, aun-
que en secreto, en favor de los Descalzos! Es cosa para alabar al Señor, y
todo lo han despertado los que fueron á la Andalucía Gracián y Mariano.
Témplame harto el placer la pena que le ha de dar á nuestro P. General,
como le quiero tanto: por otra parte veo la perdición en que quedamos:
encomiéndenlo á Dios. El P. Fr. Domingo le dirá lo que pasa, y unos pape-
les que le envío; y lo que me escribiere, no lo envíe ansí, sino con persona
cierta, aunque se esté allá algunos diaS'. Y añade el comentador: '<E1 Pa-
dre M. Fr. Domingo Báñez fué consejero y aun promotor fiel de este
negociado, por cuya causa escribe á su sobrina la Santa, que Fr. Domingo
la dirá lo que pasa. Era también al mismo tiempo prelado nuestro por sus-
titución del principal Visitador. Por lo cual le llamó al principio nuestro
Padre^ (1).
Es imposible hojear la historia de la Reforma carmelitana, en su na-
ciente periodo, sin encontrarse con influyentes religiosos dominicos, á
(1) P. Antonio de San José, tomo 3.", carta 59.
-399-
quienes parece haber la Providencia confiado el encargo de realizar tan
grande empresa.
Mas continuemos nuestra historia.
Con este objeto, enviaron á Fr. Ambrosio Mariano y al P. Fr. Jeró-
nimo Gracián de la Madre de Dios. Estos dos religiosos, nos dice •^La
Mujer Grande en el dia 4 del mismo mes de Octubre, llegaron á Granada
en busca del Comisario Vargas, que era Provincial de Santo Domingo, el
cual sustituyó en Gracián su comisión apostólica de Visitador del Carmen
Calzado y Descalzo, que tenía para aquellas Provincias y aunque resistió
mucho su admisión, temiendo las resultas y quejas de los Observantes, se
vio forzado á tomar esta Cruz, que en verdad lo fué, y el principio de to-
das las honras y deshonras de este V. P. Gracián, como veremos».
Acerca de esta delegación, dice así la Crónica en el capítulo XXII del
libro 111: No fué menor el gozo del P. Visitador Vargas, viendo en su dis-
trito al P. Mariano ya ordenado, y al P. Fr. Jerónimo de la Madre de Dios
tan capaz para cualquier empresa grande. Pasados algunos días, que tomó
de tregua para conocer más de cerca á los dos, declaró al P. Jerónimo ser
su intento sustituir en él, no solo el gobierno de los conventos Descalzos,
hechos y por hacer; sino también el de los Calzados, entendiendo que por
ser de una Orden, aunque de diferente Observancia, se haría más prove-
cho, fiando del talento, virtud y celo del Padre cualquier buen acierto y
efecto de Reformación.
Tomada esta determinación por el Comisario P. Vargas, en vista de lo
mucho que se prometía del célebre P. Gracián, ordenó al P. Baltasar de
Jesús que renunciase en dicho P. Gracián (1) la comisión que tenía.
(1) He aquí los términos en que está concebida la renuncia: «Fray Baltasar de
Jesús, prior del monasterio de San Pedro de Pastrana, de la Orden de Nuestra Se-
ñora del Carmen de ios primitivos. Por la presente y por la autoridad que del muy
R. P. M. Fr. Francisco Vargas, prior de Santa Cruz la Real de la ciudad de Granada,
de la Orden de Santo Domingo, como comisario apostólico y visitador de la Orden
del Carmen de la provincia de Andalucía, tengo: mando á vos Fr. Jerónimo Gracián
de la Madre de Dios, fraile profeso de la dicha Orden del Carmen de los primitivos,
que visitéis y reforméis los conventos que hay en la dicha provincia, y hagáis que
en ellos se tenga toda la observancia á que son obligados por razón de su Regla, así
-400-
^Fortísimamente resistió el P. Fr. Jerónimo viendo caer sobre si, y so-
bre sus Descalzos, el peso de las contradicciones, de las quejas, de los al-
borotos, de los peligros y pleitos, que con esta ocasión se habían de
levantar. Pero considerando que el ser comisario apostólico le podia ser
de gran provecho para el gobierno de los Descalzos y que los golpes re-
parados en este escudo, serian de menor fuerza; y que su compañero Ma-
riano era del mismo parecer, y le pedía en recompensa de lo que por sus
razones había hecho en Toledo, abrazase la cruz que se le ofrecía, final-
mente se rindió y admitió la renuncia de comisario apostólico que en él
hacía el P. Vargas, para la visita y Reforma de los Padres de la Observan-
cia; siendo entre todos concierto que se había de callar esta Comisión hasta
que llegase tiempo sazonado para su ejecución. Este fué el principio de
sus honras y deshonras; porque en la casa de Dios el más querido es más
abatido, y el más regalado más trabajado. Aquí llegaron cartas del P. Pro-
vincial de Castilla Fr. Ángel de Salazar, en que picado de las órdenes de
Mariano, y de la compañía de Gracián, que le metían en sospecha de lo
que era; revocaba la patente y mandaba se volviesen á Pastrana, so pena
de inobedientes y contumaces. Pero hallándose seguros en conciencia con
las órdenes del P. Vargas, respondieron con sumisión, estar prontos y
rendidos á su obediencia: aunque cuanto á la ejecución se las hubiese con
el P. Comisario que los tenía echados en otras cadenas de obediencia,
como visitador apostólico á quien no podían contradecir.»
De todos estos datos, se infiere con claridad el interés grande del
P. Vargas en favor de la Descalcez, y la parte activa que tuvo tanto en su
comienzo como en su propagación; sobre todo, en la fundación de los Con-
ventos de Granada y la Peñuela, seminarios y planteles de donde salieron
más tarde varones verdaderamente santos, que extendieron la Reforma en
todos aquellos reinos. Pero lo que más nos manifiesta el celo de este
V. P. y lo que la Descalcez le debe, es una carta que este religiosísimo
y de la manera que yo lo hiciera. En fe de lo cual os di ésta firmada de mi nombre,
sellada con el sello d(' nuestro convento. Y mando á todos los relij^iosos os obedez-
can en virtud de santa obediencia y so pena de rebelión. Dada en nuestro convento
de Pastrana á 4 de Agosto de 1573.— Fray Baltasar de Jesús, prior.»
401 -
Padre escribió al rey Felipe I!, abogando en favor de los hijos de Santa
Teresa, terriblemente perseguidos por los PP. Carmelitas Calzados.
La Crónica Carmelitana al final del capitulo XXIII del libro 3." dice
asi: <Poco después de esto entró á visitar las casas de su Orden de Sevi-
lla, como Provincial, el P. M. Fr. Francisco de Vargas, y entendiendo de la
entereza con que los PP. Carmelitas trataban de la fundación de los Des-
calzos, que no pararían hasta dar sus quejas al rey, le previno con esta
carta que yo pongo á continuación y dice asi:
«Desde Sevilla 15 de Marzo de 1574.
»Nuestro muy Santo Padre, á instancias de vuestra Majestad, me encar-
gó la visita de los frailes carmelitas de esta Provincia de Andalucía, en
la cual yo he entendido cuatro años con toda la diligencia á mi posible, por
ser cosa tan del servicio de Dios y de Vuestra Majestad y hallé que el to-
tal remedio para esta reformación eran frailes descalzos de Pastrana, los
cuales envié á llamar y están en esta dicha ciudad de Sevilla el Padre Ma-
riano y el Padre Maestro Fray Jerónimo Gracián y otros Padres los cuales
con su vida y doctrina edifican mucho esta ciudad, aunque por parte
de los Padres Calzados no les faltan persecuciones. He querido avisar
á Vuestra Majestad para que en todo lo que se ofreciere les favorezca para
que la obra tan santa que han comenzado vaya adelante y los otros en-
mienden sus vidas, que bien lo han menester, como más largo escribo al
Nuncio de Su Santidad. El licenciado Juan de Padilla, que la presente lle-
va, informará á quien Vuestra Majestad dará el crédito, como de su per-
sona tiene ya conocido. Guárdenosle Nuestro Señor con vida de nuestra
Señora la Reina, Principe é Infantes. De esta ciudad de Sevilla quince de
Marzo de mil quinientos setenta y cuatro. Y de su menor vasallo y siervo
Fray Francisco Vargas, Ordinis Prccdicafonwi.
Ld simple lectura de la precedente carta, sin más comentarios, basta por
si sola, para hacer ver lo que fué el P. Vargas con respecto á la Descal-
cez, y la razón que ha tenido el autor de la memoria anteriormente citada,
para extrañarse mucho de que algunos historiadores no hayan hecho re-
saltar la memoria veneranda de este singular y providencial protector de
la Reforma en los reinos de Sevilla y Granada.
Por todo lo expuesto hasta aqui, el lector ha podido convencerse ple-
26
-402 —
ñámente de cuanto debe la Descalcez al Dominico P. Vargas, por la parte
verdaderamente activa que tuvo para que ésta se implantase y propagase
en Andalucía y sus reinos. No queremos, sin embargo, terminar este capi-
tulo sin presentar otro testimonio, que es de mayor excepción por ser de la
misma Santa Teresa de Jesús.
Se hallaba el General de la Orden Carmelitana sumamente disgustado
de los PP. Ambrosio Mariano y Jerónimo Gracián, á quienes por falsas
informaciones atribuía el General la fundación de conventos de Descalzos
en Andalucía, sin haber contado con él, ni obtenido su competente per-
miso. Desde Sevilla le escribió Santa Teresa, y disculpa delante de dicho
General á estos Reverendos Padres, manifestándole que los conventos se
han fundado por mandamiento del Visitador Apostólico: «los monasterios
escribe, se hicieron por mandado del Visitador Vargas, con la autoridad
apostólica que tenía»; y añade en la misma carta, para disculpar aún más á
lo 5 sobredichos padres, que el Visitador no sólo daba sin dificultad y en
abundancia las licencias para fundar, sino que les rogaba con ellas: «el
Visitador de acá (de Andalucía) ha dado tantas licencias y facultades á es-
tos Padres y rogádoles con ellas, que si V. S. ve las que tienen, entenderá
no tienen tanta culpa» (1).
¿Qué más se puede decir? No tienen la culpa de las fundaciones en
Andalucía los PP. Descalzos Ambrosio y Gracián, según Santa Teresa,
sino el Visitador Vargas que les ha mandado y rogádoles con licencias; y
como este padre tenía toda la autoridad apostólica, ni él tuvo culpa en ello,
sino muchísimo mérito delante de Dios y de los hombres; y sin duda, debe
ser considerado como el reformador de los Descalzos en Andalucía, que
es la afirmación asentada al empezar el capítulo.
(1) La Fuente, edición de 1861, lomo 2.", Carta 59.
CAPÍTULO XII
fundación de Descalzas en Sevilla. Cos IPIP. fr. Eartolomé de flguilar,
f r. Baltasar, ír. IPedro Fernández, fr. García de Coledo
y fv, francisco Vargas.
A la muerte de San Pío V, ocurrida en Mayo de 1574, los Carmelitas
Calzados consiguieron en Roma un contra-breve y la revocación del
nombramiento que aquel inmortal Pontífice había hecho de los célebres
Dominicos Fr. Pedro Fernández y Fr. Francisco Vargas para que visitasen
en España la antigua Religión Carmelitana (1).
Pero el Nuncio de Madrid, Monseñor Hormaneto, varón verdadera-
mente santo, como Legado a Látete que era para la Reforma de los reli-
giosos, creyó que esta revocación no le impedia el disponer lo que cre-
yese conveniente á este fin; y así, usando de sus facultades de Legado a
Latere, nombró de nuevo, ó más bien confirmó en el cargo de Visitadores
del Carmen tanto al P. Pedro Fernández para la provincia de Castilla
como al P. Francisco Vargas para la de Andalucía, y nombró además Vi-
sitador de esa misma provincia de Andalucía al joven Carmelita Descalzo
Fr. Jerónimo Gracián, de suerte que eran Visitadores in solidum los Padres
Gracián y Vargas de la provincia de Andalucía (2).
(1) Esta revocación ó contra-breve le obtuvieron los Calzados de Gregorio
XIII, el 13 de Agosto de 1574.
(2) Esta comisión ó patente de Visitadores in solidum á favor de los RR. Padres
Vargas y üracian, la expidió el Nuncio en Madrid á 22 de Septiembre del mismo
404
Santa Teresa en ei libro de sus Fundaciones nos refiere en el capítulo
XXIII su primera entrevista con el P. Gracián y cómo éste la mandó ir á
fundar á Sevilla. Consagra la santa escritora cuatro capítulos á la his-
toria de esta fundación famosa porque, después de la de San José de
Avila, ó sea, la primera de toda la Reforma, ninguna la costó, ni en nin-
guna padeció tanto, como en la ciudad de Sevilla. Ni hallaba gracia en los
andaluces ni éstos simpatizaban con ella, como nos dice varias veces en
sus cartas, todo lo contrario de lo que le sucedió en Castilla (1). Por otra
año de 1574, y para más asegurarse, consultó á Roma, de donde se le respondió,
que no obstante el contra-breve podía, como Legado a Latere para la reforma de
las religiones, nombrar por si y ante sí á tales Visitadores. En virtud de este nom-
bramiento continuó el P. Vargas su oficio de Visitador con el mismo celo y fervor
que hasta aquí en favor de la Descalcez.
(1) Como las cartas de la mística Doctora no son ordinariamente tan leídas y
manoseadas, como sus obras, nos parece oportuno indicar algunos de esos lugares
á que aludimos en el texto.
Escribiendo desde Sevilla á Diego Ortiz, ciudadano de Toledo, le dice: «Aquí
me ha ido bien de salud, gloria á Dios. De lo demás, mejor me contentan los de esa
tierra, que con los de esta no me entiendo». (La Fuente, edición 1881, carta 70).
Escribiendo á su sobrina María Bautista, priora en Valladolid: «Para mi salud
claro se ve ser mejor esta tierra, y aun en parte para mi descanso, por no haber
memoria de la vanidad que allá les ha dado de mí». (Id., CartalX). Quiere decir con
esto, que en parte estaba mejor en Sevilla que en Valladolid y Castilla, porque en
Sevilla no había la vanidad de tenerla por Santa como en Castilla. No solo no la te-
nían por Santa, sino que la pluma se resiste á estampar en el papel los gravísimos
crímenes que la imputaban los andaluces, como consta del proceso de Avila en una
de las declaraciones.
Escribiendo al General de la Orden, le dice: «Y asi me estoy todavía aquí, aun-
que no con intento de quedarme siempre en esta casa, sino hasta que pase el invier-
no, porque no me entiendo con la gente de Andalucía» (Id., Carta 74).
En otra carta á María Bautista, la dice: ^Las injusticias que se guardan en
esta tierra es cosa extraña, la poca verdad, las dobleces. Yo le digo, que con razón
tiene la fama que tiene... Fué gran ventura no le llevar (á su hermano D. Lorenzo) á
la cárcel, que es aquí como un infierno, y todo sin ninguna justicia, que nos piden
lo que no debemos y á él por fiador». (Id., Caria 75).
En carta al I'. Ambrosio Mariano, le decía: «¡Oh las mentiras que acá andan! ¡Es
cosa que desvanece!- (id., Carta 76).
-405
parte el demonio debía tentarla iikís allí, como con mucha gracia fios lo
indica ella misma por estas palabras: <No sé si el mismo clima de la tierra,
que he oido siempre decir los demonios tienen más mano allí para tentar,
que se la debe dar Dios, y en esto me apretaron á mí, que nunca me vi
más pusilánime y cobarde en mi vida, que allí me hallé: yo cierto á mí
misma no me conocía. ^
De buena gana copiaríamos aquí algunos importantes pasajes de los mu-
chos que contienen estos capítulos relativos á la fundación que nos ocupa;
pero nos alargaríamos demasiado y así sólo diremos que el célebre P. Domi-
nico Fr. Bartolomé Aguilar, la ayudó sobremanera en esta fundación como
consta de la carta que Santa Teresa escribió á la V. M. de San José, priora
del convento de Sevilla. Dice así la Santa (1): «Jesús sea con ella, Hija
mía. Antes que se me olvide, ¿cómo nunca me dice de mi P. Fr. Bartolomé
de Aguilar, el Dominico? Pues yo le digo, que le debemos harto, que el
Por el contrario ya hemos indicado en otra parte como la Santa elogia la forma-
lidad de ciertos mercaderes ricos de Toledo, que fueron los fundadores; también
hemos apuntado algo de las grandes alabanzas que hace de las ciudades castella-
nas de Burgos y Falencia, y sobre todo de la gente de Falencia, dice así en sus
fundaciones: '<Toda la gente es de la mejor masa y nobleza que yo he visto»; y un
poco más adelante añade: *es gente virtuosa la de aquel lugar, si yo la he visto en
mi vida , (capítulo XXIX).
La Santa supo corresponder, cosa natural en ella, á tanto amor y bondad con
fineza extraordinaria, y así se dice que en una ocasión santamente conmovida, dio
con ternura un abrazo á uno de los caballeros de más representación en la ciudad
de Falencia. Consta este hecho singular por el testimonio del F. Antonio de San
José, quien exponiendo la carta 58 del tomo 4.°, dice así: «En la nostdata habla de
un caballero muy principal de Falencia, llamado Suero de Vega, y de su mujer
Doña Elvira Manrique, hija del Conde de Osorio, ambos tan devotos de la Santa,
que cuando partió de Falencia la salieron acompañando hasta medía legua. Tal era
el recelo de la Santa, que con haber estado tanto tiempo en Falencia, y deber tan-
tos favores á este virtuoso caballero, nunca le corrió el velo, y por eso la deseó
conocer en el camino; y entonces fué, cuando enternecida la Santa de su devoción,
con aquel donaire del cielo, con que trataba á su amigo, le dio con gran ternura un
abrazo».
(1) Tomo 2.0, carta 86.
— 406-
mucho mal que me dijo de la otra casa que teníamos comprada, fué prin-
cipio de salir de ella: que cada vez que se me acuerda la vida que tuvie-
ron, no me harto de dar gracias á Dios. Sea por todo alabado. Crea que
es muy bueno, y que para cosas de religión, que tiene más experiencia
que otro. No querría que dejase alguna vez de llamarle, que es muy buen
amigo (1) y bien avisado, y no se pierde tener tales personas un monas-
terio. Ya le escribo, envíele la carta . El comentador escribe así expo-
niendo las anteriores palabras: '<En el número primero se queja de María
de San José, de que nada dice del P. Fr. Bartolomé de Aguilar, Dominico,
que favoreció mucho á la Santa en aquella fundación. Nunca faltaron á su
favor los hijos del gran P. Santo Domingo. Dice la Santa: Que lo llamen,
y lo traten, que es buen amigo. Los Sumos Pontífices llaman á la Religión
de Santo Domingo: Ordo verítatis, Orden de la verdad, y solo en los bue-
nos amigos se halla la verdad. Por eso un amigo no tiene precio, como
dice el Espíritu Santo». En otra carta á la misma priora escribe Santa Te-
resa lo siguiente: (2) «El P. Fr. Bartolomé de Aguilar dice, que las trataría
más, sino que no se lo piden, y que como es subdito, es menester. No
deje de pedirle algún sermón y enviarle á ver, que es muy bueno >. Este
venerable padre con frecuencia la visitaba, mientras estuvo la Santa en
Sevilla: y así escribiendo al P. Ambrosio Mariano le dice: (3) «El buen
Prior de las Cuevas ha venido acá dos veces, (está contentísimo de la
casa) y Fr. Bartolomé .de Aguilar una, antes que se fuese, que ya escribí á
Vuestra Reverencia iba á Capítulo.
En otras cartas que escribía Santa Teresa á la misma priora de Sevilla
la preguntaba con frecuencia por la salud de este P. Dominico: «Dígame
si está bueno Fr. Bartolomé de Aguilar».
También comunicó en Sevilla con otro V. Dominico, el P. Baltasar, con
quien consultó si su sobrina Teresa podía vivir dentro del convento, como
(1) Sube de punto la alabanza que Santa Teresa hace del buen P. Bartolomé,
diciendo ^wc es buen amií^o, tratándose de Andalucía, donde es gran cosa hallar un
amigo, como dice la Santa Ma.dre en otra de sus cartas.
(2) La Fuente, edición 1881. Carta 153.
(3) La Fuente, edición 1881, tomo 4.". Carta 7Q.
— 407 —
la misma Santa lo escribe al P. Gradan con estas palabras: (1) Que no se
puede dar hábito de menos de doce años: mas criarse en el monasterio, si.
También lo ha dicho Fr. Baltasar el Dominico.
Terribles fueron las contradicciones que la santa fundadora padeció en
la ciudad de Sevilla; pero aun fueron mayores las que padecieron sus hijas
después que su Santa Madre volvió á Castilla en 1576, con ocasión prin-
cipalmente de un clérigo confesor, siervo de Dios, pero ignorante y con-
fuso como le llama la V. María de San José Priora de aquel convento. En
esta tan grande tribulación las ayudó con sus consejos el V. P. Fr. Pedro
Fernández como lo testifica la misma Priora en una extensa relación que
escribió y en la cual nos dice entre otras cosas (2): Ofrecióse venir á esta
coyuntura á Sevilla con su General el P. M. Fr. Pedro Fernández (que ha-
bía sido nuestro Visitador) de la Orden de Santo Domingo: encargóle
nuestra Madre entendiese este pleito y nos concertase. Venido y entendida
la maraña, me mandó que en ninguna manera le dejase confesar mis mon-
jas, sino que le enviase con Dios. (3) Sobre este mismo punto se ocupa-
(1) La Fuente, edición 1881, tomo 4°, Carta 06.
(2) La Fuente, tomo b.*^', edición 1881, página 35.
(3) La causa de esta gran tribulación que padecieron las hijas de Santa Teresa
de Jesús en Sevilla, fué un confesor ignorante, aunque por otra parte era santo y
virtuoso. La Santa con este motivo escribe así en la carta 84 del tomo 2.°: Espan-
tada me tiene tan gran desatino de querer que el confesor traiga el que él quisiere-
Bueña costumbre sería Como no he visto el papel de nuestro Padre, no puedo decir
nada, que pensado hé escribir á Garci-Alvarez, y pedirle, que cuando hubiere de
comunicar algo, se deje de maestros de espíritu, y busque grandes letrados, que
estos me han sacado de muchos trabajos. ■
El Comentador añade: «El confesor que dio motivo al espanto de la Santa, fué
el buen García Alvarez, que con título de mayor bien espiritual, abría la puerta á
la mayor relajación. Ni Homero dejó alguna vez de dormitar, ni los virtuosos dejan
de tener sus bajíos en la virtud. Este capellán, y confesor dio en entremeterse en
el gobierno del convento, y en gastar tiempo excesivo con algunas religiosas, lle-
vándolas cuantos confesores querían; y porque la priora le iba á la mano, conmo-
vió toda Sevilla, consultando á todos los conventos sobre si la priora se podía me-
ter en lo que tocaba á confesión ¡Miren qué confusión! Ella duró hasta el año de 77
y más, hasta que llena de amargura, la Santa encargó se enterase de todo al Padre
- 408 —
ron después el Nuncio con los asistentes, entre ellos los PP. Pedro Fer-
nández y Hernando del Castillo, como lo asegura el Autor de la Miijef
Grande, el día 8 de Noviembre, por estas palabras: <E1 asunto de las mon-
jas de Sevilla se volvió á examinar por el Nuncio y sus conjueces y el pa-
dre Ángel Salazar, y se reconoció la inocencia de todas las Religiosas y
Religiosos y se dio por nula la privación de la Priora María de S. José y
se la restituyó el oficio como consta de la patente de este año 1579 á 28
de Junio- (1).
Aun podemos presentar otro título sobre lo que fueron los Dominicos
con respecto á las Descalzas de Sevilla por la carta que la Santa escribió
á la priora, hablándole del P. García de Toledo. Dice así: «En gran ma-
nera me holgué de saber que estaba ahí el mi buen P. Fr. García. Dios le
pague tan buenas nuevas, que aunque me lo habían dicho, no lo acababa
de creer, según lo deseaba. Muéstremele mucha gracia, que hagan cuenta
que es fundador de esta Orden, según lo que me ayudó, y así para con él
no se sufre velo: para todos los demás sí, en especial y general, y con los
Maestro Fr. Pedro Fernández, Visitador que Iiabía sido de los Descalzos, y iba
acompañando á su General á Sevilla. Avcrií^uado el origen de la turbación por este
gran Dominico; y enterado de todo, mandó á la priora despidiese al buen Alvarez
y no le dejase confesar á sus monjas, cuyo acertado parecer aprobó después, y con-
firmó nuestro P. Fr. Nicolás.»
Permítasenos llamar la atención sobre la sentencia pronunciada aquí por la Mís-
tica Doctora: «Déjese de Maestros de espíritu (esto es, de conferores ignorantes y
beatos), y busque grandes letrados, que estos me han sacado de muchos trabajos.»
(1) El P. Antonio de San José en los comentarios á la carta 28 del tomo 2.", dice
así: "En el número tercero habla de! fin dichoso que tuvo la tribulación de las reli-
giosas de Sevilla, y de su prelada la madre María de San José, á quien privaron los
padres Calzados de voz y lugar, y del oficio de priora por una siniestra informa-
ción, que contra ella se hizo, la cual vista y examinada por el nuevo Vicario
General, juntamente con el Nuncio y sus cuatro asistentes, descubrieron la false-
dad del proceso, reconocieron la inocencia de las religiosas y Descalzos, que tam-
bién padecieron, no poco, en su crédito y reputación; dieron por nula la privación
de la prelada, y la restituyeron á su debido honor y oficio. Consta todo de la pa-
tente despachada en este particular por el P. Fr. Ángel de Salazar su data en Ma-
drid á 28 de Junio de 1579».
— 409-
Descalzos los primeros, que asi se hace en todas las cosas-. Al decir la
Santa que no se sufre velo con el P. García de Toledo, bien se puede
comprender la intimidad y comunicación de espíritu que la Santa Madre
deseaba en sus hijas con este Reverendo Padre, á quien, según su sentir,
se le debe considerar como el fundador de esta Orden (1).
Se ha visto anteriormente que el V. Nuncio Hormaneto, gran protector
de la Reforma, nombró visitadores in solidum de Calzados y Descalzos en
Andalucía á los PP. Vargas, Dominico, y Gracián, Carmelita Descalzo.
^ Tuvieron noticia de esto los PP. Observantes (Calzados) dice la Cróni-
ca; (2) y viendo en tanta altura á un Descalzo, y mozo así en edad como
en años de religión: y que los padres eran juzgados por los hijos, y pos-
trada á su parecer la autoridad del Generalismo: y dados con este hecho
por insuficientes todos los PP. de España con orden á la Reforma. No me
espanto que vivamente lo sintiesen, y derramasen quejas é hiciesen otras
demostraciones de amargura . Alcanzaron un breve Pontificio para impe-
dir la visita del P. Gracián y habiendo sabido esto el Rey quiso que el
P. Vargas provincial de los Dominicos, haciendo él antes la visita reco-
giese ese Breve.
Este Breve es distinto del que hicimos mención al empezar el capítulo.
Aquel le hemos llamado contra-breve, y así le llaman los historiadores,
porque por él revoc(J Gregorio XHl el breve en que había nombrado San
(1) También defendió á María de San José el P. F. Juan de las Cuevas en una
información que sobre ella se hizo, y en la cual se dio comisión á este Padre, para
que como Juez diese en este asunto su parecer y sentencia.
«Y en efecto, á María de San José, por este delito de recurrir al Papa, la tuvieron
en la cárcel por espacio de nueve meses con un candado á la puerta, sin dejarle oir
misa sino los d.as de precepto, y comulgar de mes á mes, y eso se pudo conseguir
á fuerza de lágrimas de las monjas y de la priora, «pues en nueve meses que allí me
tuvieron (dice la venerable Sor María), no se enjugaron sus ojos.>. Hubo de mediar
el P. Cuevas. Dijeron los frailes que la castigaban, porque seguía corresoondencia
con el P. Gracián, y que tenían las cartas; pero habiendo dicho aquel fraile domini-
co, que las enseñaran y la convencieran con ellas, y viendo que los frailes bus-
caban pretextos, conoció la falsedad y la calumnia^. (La Fuente, edición de 1861,
tomo 1.", página 263, libro de las Constituciones.)
(2) Libros.", capítulo XLill.
— 410 —
Pío V, Visitadores á los Dominicos P. Pedro Fernández y P. Francisco
Vargas.
El breve de que ahora hablamos le consiguieron los Calzados del mis-
mo Pontífice Gregorio XIII, para impedir al P. Gracián la comisión "que el
Nuncio Hormaneto le había dado de visitarles. Por eso se explica que el
Rey encargase al Arzobispo de Sevilla (1) que el Dominico P. Vargas al
hacer la visita de los calzados recogiese el Breve que éstos habían obteni-
do para que no los visitase el P. Gracián (2).
Muy diferentes, eran dice el autor de la Mujer Grande (en el día 8 de
Octubre), las ideas del General Rúbeo, y las del Nuncio Hormaneto, pues
cada uno nombraba Visitadores contrarios, y con contrario objeto... > En
efecto el General juntó Capítulo en Plasencia de Italia á 22 de Mayo de
1575, y leída allí la revocación de los Visitadores por el Papa, se formaron
(1) Era por este tiempo Arzobispo de Sevilla D. Cristóbal de Rojas y Sandoval,
varón eminente por sus letras, y sobre todo por su celo de la disciplina. Él fué
quien movió al Rey Felipe II, á que solicitase del Papa S. Pío V, el nombramiento
de visitadores apostólicos para la Orden del Carmen. Para consolidar más y más
la virtud de Santa Teresa, dispuso la divina providencia, tuviese que padecer tam-
bién bastantes contradicciones de parte del Arzobispo; pero según consta de
una deposición jurídica, el día 3 de Junio de 1576, en que vencidas todas las difi-
cultades se hizo la fundación con la asistencia de tan ilustre Prelado, éste, puesto
de rodillas ante Santa Teresa y en presencia de un público innumerable, la pidió
le echase la bendición. Acto es este que revela la grandeza de alma de tan eminen-
te Prelado y el concepto que había formado de la Santa Madre Teresa de Jesús.
(2) He aquí la carta del Rey al Arzobispo de Sevilla.
'Muy Reverendo en Cristo, Padre Arzobispo de Sevilla del nuestro Consejo.
Habiendo entendido por aviso del Conde de Barajas, que á vos y á él ha parecido que
no se podía haber el breve que los frailes del Carmen han (raido de Su Santidad,
sino dando orden que el Provincial Fr. Francisco Vargas, como Comisario Apostó-
lico, trate de visitar el convento de esa ciudad, que haciendo así es verosímil que se
querrán eximir con su breve, y que entonces se les podría tomar: y lo he tenido por
buen remedio, para el fin que se lleva, y así escribo y envío á mandar al dicho Pro-
vincial que venga luego ahí, y que haga lo que vos le niandáredes sin declararle la
particularidad, como lo veréis por mi carta, que irá con esta, para que monstrán-
dola al asistente, de común acuerdo do ambos, se use de ella cómo y cuándo conven-
ga: y en virtud de ella advertiréis al dicho provincial del término que debe guardar
— 411 -
los decretos siguientes: Primero que los observantes no admitan Visitado-
res, sino conforme y con orden del General y resistan á los indebidamente
electos. Segundo, por cuanto los Descalzos han fundado fuera de Castilla,
contra la facultad del General, en Granada, Sevilla, y Peñuela, y no quie-
ren obedecer al General, manda el Capítulo se deshagan dichos conventos
en el término de tres días, bajo las censuras acostumbradas. Tercero, que
sean también deshechos los conventos Descalzos de que hubiere fuera de
Castilla, y si hay alguno dentro sin licencia del General. Cuarto, que todos
los Descalzos sean visitados por los que nombre el General, y á este fin
se nombra con pleno poder á Fr. Jerónimo Tostado, de la Observancia,
portugués, y se le instruye para que hable al Rey. Era de mucho talento y
maña, y aun más política... Sucesos son estos bien extraños y encontra-
dos. El General en Roma y Plasencia con autoridad del Papa y de su Ca-
pítulo quita los Visitadores que había, y nombra un Calzado para deshacer
ó dividir los Descalzos. El Nuncio con las facultades de tal, nombra á Gra-
cián, que era Descalzo, y confirma al P. Vargas con plenos poderes sobre
unos y otros» (1).
Ya veremos en los capítulos siguientes cómo arreció de día en día más
y más la tempestad contra la Reforma y la Santa Reformadora, y el auxilio
grande que, en medio de esas tormentas recibió de los hijos de Domingo:
al presente sólo diremos para terminar este capítulo que, en la fundación
de Descalzas en Sevilla, la Santa encontró allí un buen amigo que se inte-
resó por ella y á quien se le debió harto; así como al P. Baltasar que la
en el efecto de lo que se pretende, y para ello le haréis el favor y asistencia que fuere
menester, que lo mismo haría el asistente por su parte, como ya se envió á mandar,
y avisareisme del suceso que este negocio tuviere, que guiado por vos será bueno.
Del Monasterio de San Lorenzo á seis de Enero de mil quinientos setenta y cinco.
Yo el Rey. Por mandado de Su Majestad. Gabriel de Zayas. - El efecto de esta
carta del Rey no nos consta; presumo de la diligencia de tales ministres, que sería
cual se deseaba.
(1) Mientras Santa Teresa llevó á cabo esta fundación de Sevilla, se fundó tam-
bién el convento de Descalzas de Caravaca. La Santa no se halló por lo tanto pre-
sente, pero á ella se la debe, como puede verse en el capítulo XXVII de las Funda-
ciones, donde refiere todo lo ocurrido en este caso.
-412 —
sacaba de las dudas que tenía: al provincial santo, el P. Pedro Fernández,
visitador de Castilla, que con suma prudencia supo cortar los abusos de
un confesor que, aunque santo, era ignorante y con esas ignorancias habla
puesto en grande apuro á las hijas de Santa Teresa, en especial á la gran
priora María de San José: al P. García de Toledo, con quien á su vuelta
de las Indias, aquellas santas religiosas comunicaron su espíritu, porque
según frase de Teresa de Jesús, se le debía considerar como Fundador de
la Orden; sin olvidar al célebre P. Vargas, recogiendo el Breve de los Cal-
zados, y secundando los deseos de S. M. en Sevilla.
-:¿'-
í&Tmí^^
CAPÍTULO XIII
Arrecia la tempestad contra la Descalcez.-ei IP. IPedro f ernández.--
Caridad de los Dominicos.-On letrado Dominico.
Las persecuciones que hasta aquí se han historiado eran en cierto
modo tolerables, porque tanto el General de la Orden Carmelitana, como
el Nuncio de Su Santidad en Madrid, tenían sus ojos puestos en Teresa
de Jesús, y se complacían al ver que Dios en su amorosa providencia ha-
bía suscitado en los últimos tiempos á esta mujer extraordinaria, para re-
novar en la Orden del Carmen el espíritu de los grandes profetas, Elias y
Eliseo. Mas los juicios de Dios son un abismo, y para que apareciese y se
manifestase al mundo más y más lo que valía Teresa de Jesús y se pre-
sentase delante de Dios y de los hombres como un espectáculo de admi-
ración-por sus virtudes y ánimo mucho más que de mujer, permitió se le-
vantase una tremenda tormenta, la mayor que sufrió la Descalcez, porque
venía de quien era más sensible, de quien no era de esperar sino la pro-
tección y el apoyo. Pero informaron falsamente al General, y éste con su
Capitulo, es decir, toda la Orden, se declaró en guerra contra la gran Te-
resa, que tanto había trabajado por extenderla.
Por otra parte Dios se llevó al Nuncio santo, al bondadoso Hormane-
to, y vino en su lugar, á Madrid otro, mal informado también contra la
Reforma, y resuelto á acabar con toda la Descalcez. En el presente capí-
tulo, y en los siguientes se verá el papel que los dominicos desempeña-
ron, y cómo en estus instantes supremos, en este periodo, el más álgido
r
-414-
que tuvo la obra inmortal de la Reforma, no faltaron los frailes de Santo
Domingo á su amparo.
Empecemos por transcribir las palabras, bien sentidas por cierto, con
que la Santa Madre pinta esos dias de prueba y de gran tribulación. Dice
asi en el capítulo XXVII de sus Fundaciones: «También habéis oido cómo
era, no sólo con licencia de nuestro Rdvmo. P. General, sino dada debajo
de precepto ó mandamiento después; y no sólo esto, sino que cada casa
que se fundaba, me escribía recibir grandísimo contento, habiendo fun-
dado las dichas: que cierto el mayor alivio que yo tenía en los trabajos,
era ver el contento que á él le daba, por parecerme que en dársele servía
á Nuestro Señor, por ser mi perlado, y dejado de eso yo le amo mucho.
O es que su Majestad fué servido de darme ya algún descanso, ó que al
demonio le pesó, porque se hacían tantas casas á donde se servía á Nues-
tro Señor. Bien se ha entendido no fué por voluntad de nuestro padre ge-
neral; porque me había escrito, suplicándole yo no me mandase ya fundar
más casas, que no lo haría, porque deseaba fundase tantas como tengo
cabellos en la cabeza, y esto no había muchos años. Antes que me viniese
de Sevilla, de un capítulo general que se hizo á donde parece se había de
tener en servicio lo que se había acrecentado la Orden, tráenme un man-
damiento dado en el definitorio, no sólo para que no fundase más, sino
para que por ninguna vía saliese de la casa que eligiese para estar, que
es como manera de cárcel. Porque no hay monjas, que para cosas nece-
sarias al bien de la Orden, no las pueda mandar ir el Provincial de una
parte á otra, digo de un monasterio á otro, y lo peor era, estar disgustado
conmigo nuestro padre general, que era lo que á mí me daba pena, harto
sin causa, sino con informaciones de personss apasionadas. Con esto me
dijeron otras dos cosas de testimonios bien graves, que me levantaban.
-Yo os digo, hermanas, para que veáis la misericordia de nuestro Se-
ñor, y cómo no desampara su Majestad á quien desea servirle, que no sólo
no me dio pena, sino un gozo tan accidental, que no cabía en mí; de manera,
que no me espanto de lo que hacía el Rey David, cuando iba delante del
arca del Señor; porque no quisiera yo entonces hacer otra cosa, según el
gozo, que no sabía cómo le encubrir. No sé la causa, porque en otras gran-
des murmuraciones y contradicciones en que me he visto, no me acaeció
-415-
tal, mas al menos la una cosa destas, que me dijeron era gravísima. Que
esto de no fundar, si no era por el disgusto del Reverendísimo general, era
gran descanso para mi, y cosa que yo deseaba muchas veces acabar la
vida en sosiego, aunque no pensaban esto los que lo procuraban, sino
que me hacían el mayor pesar del mundo, y otros buenos intentos tenían
quizá. También algunas veces me daban contento las grandes contradic-
ciones y dichos, que en este andar á fundar ha habido, con buena inten-
ción unos, otros por otros fines: mas tan gran alegría como de esto sentí,
no me acuerdo por trabajo que me venga haberla sentido; que yo confie-
so, que en otro tiempo, cualquiera cosa de las tres que me vinieron jun-
tas, fuera harto trabajo para mí. Creo fué mi gozo principal parecerme
que, pues las criaturas me pagaban así, que tenía contento al Criador.
Porque tengo entendido, que, el que lo tomare por cosas de la tierra, ó
dichos de alabanzas de los hombres está muy engañado, dejado de la
poca ganancia que en esto hay: una cosa les parece hoy, otra mañana; de
lo que una vez dicen bien, presto tornan á decir mal. ¡Bendito seáis Vos,
Dios y Señor mío, que sois inmutable por siempre jamás! Amen. Quien
os sirviere hasta la fin vivirá en vuestra eternidad».
En el capitulo XXVIII continúa así: '<Acabada la fundación de Sevilla,
cesaron las fundaciones por más de cuatro años: la causa fué, que comen-
zaron grandes persecuciones, muy de golpe á los Descalzos y Descalzas,
que aunque ya había habido hartas, no en tanto extremo, que estuvo á
punto de acabarse lodo. Mostróse bien lo que sentía el demonio este santo
principio, que nuestro Señor había comenzado y ser obra suya, pues fué
adelante. Padecieron mucho los Descalzos, en especial las cabezas, de
graves testimonios y contradicciones de casi todos los Padres Calzados.
< Estos informaron á nuestro Rdvmo. P. General, de manera que, con
ser muy santo y el que había dado la licencia para que se fundasen todos
los monasterios, fuera de San José de Avila, que fué el primero que este
se hizo con licencia del Papa, le pusieron de suerte, que ponía mucho
porque no pasasen adelante los Descalzos, que con los monasterios de
las monjas siempre estaba bien. Y porque yo ayudaba á esto le pusieron
desabrido conmigo, que fué el mayor trabajo que yo he pasado en estas
fundaciones, aunque he pasado hartos; porque dejar de ayudar á que fue-
-416-
se adelante la obra, adonde yo claramente vía servirse nuestro Señor, y
acrecentarse nuestra Orden, no me lo consentían muy grandes letrados,
con quien yo me confesaba y aconsejaba: y ir contra lo que vía quería mi
perlado, érame una muerte; porque, dejada la obligación que le tenía por
serlo, amábale muy tiernamente, y debíaselo bien debido. Verdad es, que
aunque yo quisiera en esto darle contento, no podía, por haber visitado-
res apostólicos, á quien forzado había de obedecer».
Arreció la tempestad con la muerte del santo Nuncio Hormaneto y
venida del nuevo Monseñor Filipo Sega. Santa Teresa continúa diciendo
asi en el mismo capítulo: «Murió un Nuncio santo, que favoreció mucho
la virtud y ansí estimaba los Descalzos. Vino otro, que parecía le había
enviado Dios para ejercitarnos en padecer, (1) era algo deudo del Papa,
y debe ser siervo de Dios, sino que comenzó á tomar muy á pechos fa-
vorecer á los Calzados, y conforme á la información que le hacían de
nosotros, enteróse mucho en que era bien no fuesen adelante estos prin-
cipios, y ansí comenzó á ponerlo por obra con grandísimo rigor, conde-
nando á los que le pareció le podían resistir, encarcelándolos, desterrán-
dolos.
«Los que más padecieron, fué el P. Fr. Antonio de Jesús, que es el que
comenzó el primer monasterio de Descalzos, y el P. Fr. Jerónimo Gracián
á quien había hecho el Nuncio pasado visitador apostólico del Paño, con
el cual fué grande el disgusto que tuvo, y con el P. Mariano de San Be-
nito. De estos Padres he dicho ya quiénes son en las fundaciones pasadas:
otros de los más graves penitenció, aunque no tanto. A estos ponía muchas
censuras, que no tratasen de ningún negocio: bien se entendía venir todo
de Dios, y que lo primitía su Majestad para mayor bien, y para que fuese
más entendida la virtud de estos Padres, como lo ha sido. Puso perlado
(1) Monseñor Filipo Sega: había estado con Don Juan de Austria en Bélgica, y
desde allí vino á España. Antes de que saliera de Italia para Bélgica, procuraron
los carmelitas italianos congraciarse con él, como lo consiguieron, por medio de su
pariente el Cardenal Boncompagni, protector de los calzados, y sobrino del Papa
Gregorio XIII. De aquí la prevención del Nuncio contra Santa Teresa y su instituto.
(La Fuente; tomo 1.", capítulo XX VIH, nota 4.'\ edición 1801).
-417-
del Paño, para que visitase nuestros monasterios de monjas y de frailes,
que á haber lo que él pensaba, fuera harto trabajo, y ansí se pasó grandísi-
mo, como se escribirá de quien lo sepa decir mejor que yo. No hago sino
tocar en ello, para que entiendan las monjas que vinieren, cuan obligadas
están á llevar adelante la perfección, pues hallan llano lo que tanto ha cos-
tado á las de ahora, que algunas de ellas han padecido muy mucho en
estos tiempos de grandes testimonios, que me lastimaba á mí muy mucho
más de lo que yo pasaba, que esto antes me era gran gusto. Parecíame ser
yo la causa de toda esta tormenta, y que si me echasen en la mar, como á
Jonás, cesaría la tempestad».
Sabido es por la historia el amor sincero (1) que los Duques de Alba
profesaron siempre á Teresa de Jesús, y el interés que se tomaron para se-
cundar los planes de ésta y ayudarla con el prestigio de su poder y su
nombre. Por eso, cuando el gran Duque vio amenazada de muerte la obra
de Teresa de Jesús se preocupó, como era natural, de este peligro y pen-
só seriamente en los medios que pudieran conjurarla. En su alta penetra-
ción, se persuadió, y con razón, que el medio y remedio más eficaz para
ello era se personase en Madrid el célebre dominico P. Fr. Pedro Fernán-
dez. Prudente fué esta medida: la persecución procedía de informacio-
nes falsas que se habían llevado á cabo, de buena ó de mala fe, contra
Santa Teresa y sus conventos; y por lo tanto, se necesitaba quien deshi-
ciese semejantes testimonios. Y ¿quién podía hacer esto con más segu-
ridad de buen éxito que el visitador apostólico, que por su oficio cono-
cía la vida verdaderamente santa practicada por los hijos é hijas de Teresa
de Jesús? ¿Quién en aquellas circuntancias podía con más conocimiento
de causa informar sobre el asunto? Por otra parte, la cualidad de la per-
sona daba autoridad á sus palabras. Ya se ha dicho, que por su virtud
mereció en la Orden de Santo Domingo el renombre de Provincial Santo,
por sus letras mereció asistir como teólogo al Concilio Tridentino; y so-
bre todo, el haber sido Comisario Apostólico, le había conquistado un
(1) Cuando la Duquesa se encontraba en los últimos instantes de su vida, im-
ploraba con fervor el auxilio de la Santa Madre Teresa de Jesús, y la decía: «Acor-
daos Madre Teresa, que habéis sido mi amiga».
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I
— 418 —
prestigio que no era fácil encontrar en ningún otro. No es extraño que
cuando Teresa supo el proyecto que tenían concebido los Duques sus
confidentes y fidelísimos amigos, calificase esa idea y pensamiento, de
pensamiento del cielo, ó para usar de su frase de traza venida del cielo.
Así se lo significó á la Duquesa de Alba en carta que la escribió con este
motivo.
En efecto; cuando llegó á la Santa Madre la noticia del proyecto del
Duque, de que el P. Pedro Fernández se presentase en Madrid al señor
Nuncio, y abogase por la separación de los Descalzos, sacándoles del go-
bierno de los Calzados, á quienes el Nuncio Sega les había sujetado,
Santa Teresa escribía á la Duquesa y la decía (1):
'<Acá me han dicho la merced que su Excelencia nos hace á todos. Yo
digo á V. Excelencia, que es tanta, que... si su Excelencia nos favorece en
esto, es como librarnos de la cautividad de Egipto. Hánme dicho, que su
Excelencia ha mandado venga á este negocio el P. M. Fr. Pedro Fernán-
dez. Es todo el bien que nos puede venir, porque conoce á los unos y á
otros. Parece traza venida del cielo. Plega á nuestro Señor guarde á su
Excelencia para remedio de pobres y afligidos. Muchas veces beso á su
Excelencia las manos, por tan grande merced y favor: y á V. Excelencia
suplico me haga merced de poner mucho en esta venida del P. Fr. Pedro
Fernández á esa Corte, y dar calor en ello. Mire V. Excelencia que este
negocio toca á la Virgen Nuestra Señora, que ha menester ser ahora am-
parada de personas semejantes en esta guerra que hace el demonio á su
Orden: pues muchos y muchas no entraran en ella, si pensaran estar
sujetas á quien ahora las ponen...»
El anotador comenta así las anteriores palabras de la Santa (2): «En el
número segundo hace la Santa á esta Señora su segunda y principal sú-
plica, á cuya consecución se ordenaría la primera. Parece que el gran Du-
que, viendo en aquella sazón el disfavor del Nuncio, y la contradicción
de los Padres Calzados para con los Descalzos, meditó el prudente arbi-
trio de su importante separación. Para este fin procuró fuese á la Corte el
íl) Carta 169. La Fuente, edición 1861.
(2) P. Antonio de San José, tomo 3.", Carta 3/\ nota 11.-''
-419-
insigne Dominico Fr. Pedro Fernández, que como dice la Santa conocía
bien á los unos y á los otros. Califica este noble pensamiento por traza
del cielo: insiste por la venida, aprobando la separación con excelentes
razones-.
Por este mismo tiempo, es decir, cuando Santa Teresa era abandonada
y perseguida de todos, los dominicos de Santo Tomás de Avila la sirven
con caridad en su convento de San José. Así se lo significó al P. Gracián
á quien escribió diciendo: -Tenemos sermón esta tarde (1) del M. Daza,
harto bueno; los Dominicos nos hacen mucha caridad que predican dos
cada semana y los de la Compañía uno». A lo cual añade el comentador:
«Elogia la caridad de los PP. Dominicos que predicaban á las Religiosas
de Avila dos sermones cada semana y uno los de la Compañía, y aquel
día esperaban al M. Daza. Como quien dice: todos predicaban; pero más
que todos los de la Orden de Predicadores». Después de este elogio, que
hace de la caridad grande de los Dominicos, trata de tranquilizar al Padre
Gracián que se hallaba en estos mismos dias muy perturbado y confuso
sobre sí podía ó no continuar la visita que le había confiado el Nuncio
Hormaneto contra la voluntad del Nuncio Sega, que se lo había pro-
hibido. Santa Teresa acude á consultar el caso con los letrados de la
Orden de Santo Domingo, en quienes ella confiaba, y cuando éstos la
aseguraron sobre este punto tan delicado, tratándose de materias de ju-
risdicción, la Santa escribió al P. Gracián para que se sosegase; y así le
decía:
<Tornando á lo que decía, ya escribí á Pablo (el mismo P. Gracián)
mucho há, que un gran letrado Dominico, contándole yo todo lo que ha-
bía pasado con Matusalén, creo me dijo, que ninguna fuerza tenía, que
había de mostrar por donde hacía lo que hacía: ansi que en eso no hay
ahora que hablar-. Sobre estas palabras escribe así el P. Antonio de San
José: <En el número octavo torna á sosegarle sus escrúpulos de la comi-
sión dada, esto es, por el Sr. Hormaneto, Nuncio anterior (á quien antes
llamaba como aquí á Sega, Matusalén) apoyándole su dictamen con el
parecer de un gran letrado del Orden de la Verdad .
(1) P. Antonio de San Josc, tomo 4.", Carta 25.
n
-420-
Este parecer del gran letrado Dominico como la Santa le llama, aun-
que no nos diga su nombre, fué autorizado por los gravísimos doctores
de las Universidades de Alcalá y Salamanca que por mandato del Rey
fueron consultadas acerca de dicho punto. En vista de esto el Rey por
medio de su Consejo despachó una provisión en que mandaba como nos
dice la Crónica, libro 4.*^, capitulo XXVIII á todas las ciudades, villas y
lugares y gobernadores de ellas, recogiesen cualquier Breve, ó mandiito
del Nuncio, que perteneciese al gobierno de las Religiones, por no haber
exhibido las comisiones que para esto. traía». El Nuncio al verse así con-
trariado se descompuso y destempló mucho, no con el Rey á quien temía,
sino con Santa Teresa y los Padres más señalados de la Descalcez, y en-
tonces fué cuando llamó á la Santa: «Fémina inquieta, andariega desobe-
diente y contumaz, que á título de devoción inventaba malas doctrinas,
andando fuera de la clausura, contra el orden del Concilio Tridentino y
Prelados: enseñando como Maestra, contra lo que San Pablo enseñó,
mandando que las mujeres no enseñasen >.
Tal era el concepto que de la Santa Madre tenia el representante del
Papa en España. Santa Teresa era para él, una mujer rebelde y contumaz,
desobediente á su Orden, á la Iglesia y á San Pablo. En esa categoría se
hallaba la que ha sido y será siempre modelo de sumisión y dispuesta á
padecer mil muertes por defender la menor ceremonia de la Iglesia. En
esta disposición estaba el Sr. Nuncio, cuando se presentó á hablarle de
parte de Dios y de la justicia atropellada el visitador dominico. Ya vere-
mos en los capítulos siguientes la eficacia que tuvieron sus palabras para
deshacer tamaños testimonios y calumnias. Santa Teresa aunque esperaba
principalmente del cielo el auxilio necesario para conjurar la tempestad
tan terrible que estamos historiando, no se descuidaba en lo humano,
como virgen prudentísima, de tomar las medidas y en echar mano de
cuantos recursos pudo, para que se hiciera luz en semejantes tinieblas, y
no contenta con que nuestro P. Pedro informase de la verdad de las co-
sas al Nuncio de su Santidad, escribió también al Rey Felipe II, hablán-
dole muy claro sobre el punto que tratamos. Imploraba en esa carta su
protección contra los Calzados y se querellaba en ella de la tropelía que
acababan de cometer con San Juan de la Cruz, á quien nuestro P. Pedro,
-421 -
siendo visitador apostólico había puesto por confesor del convento de la
Encarnación á petición de la misma Santa Teresa (1).
(I) He aquí la Carta de Santa Teresa al Rey:
«Jesús. La gracia del Espíritu Santo sea siempre con vuestra majestad, amen.
Yo tengo muy creído que ha querido nuestra Señora valerse de vuestra Majestad
y tomarle por amparo para el remedio de su Orden; y así no puedo dejar de acudir
á vuestra Majestad con las cosas de ella. Por amor de nuestro Señor suplico á
vuestra Majestad perdone tantos atrevimientos.
«Bien creo tiene vuestra Majestad noticia de cómo estas monjas de la Encarna-
ción han procurado llevarme allá, pensando habrá algún remedio para librarse de
los frailes, qu:* cierto les son gran estorbo para el recogimiento y religión que pre-
tenden. Y de la falta de ella que ha habido allí en aquella casa, tienen toda la culpa.
Ellos están en esto muy engañados, porque mientras estuviesen sujetas á que ellos
las confiesen y visiten, no es do ningún provecho mi ida aüi; al menos que dure, y
así lo dije sii;mpre al Visitador Dominico y él lo tenía bien entendido...
^Para algún remedio, mientras esto Dios hacía, puse allí en una casa un fraile
Descalzo, tan gran siervo de nuestro S^ñor, que las tiene bien edificadas con otro
compañero, y espantada está la ciudad del grandísimo provecho que allí ha hecho,
y así le tiene por un Santo, que en mi opinión lo es y ha sido toda su vida...
• Informad;) de esto el Nuncio pasado y del daño que hacían los del Paño, por
l:\rga información que se le llevó de la ciudad, envió un mandamiento con desco-
munión para los que tornasen allí; que los Calzados los habían echado con hartos
denuestos y escándalo de la ciudad, y que so pena de descomunión no fuese allá
ninguno del paño á negociar, ni á decir misa, ni á confesar, sino los descalzos y
clérigos. Con esto ha estado bien la casa, hasta que murió el Nuncio que han tor-
nado los Calzados; y así torna la inquietud, sin haber mostrado por donde lo pue-
dan hacer.
»Y ahora un fraile que vino á absolver á las monjas, las ha hecho tantas moles-
tias y tan sin orden y justicia, que están bien afligidas y no libres de las penas que
antes tenían, según me han dicho. Y sobre todo hales quitado éste los confesores,
que dicen le han hecho Vicario Provincial, y debe ser porque él tiene más partes
para hacer mártires que otros, y tiénelos presos en su monasterio, y descerrajaron
'as celdas, y tomáronles en lo que tenían los papeles.
»Está todo el lugar bien escandalizado, cómo, no siendo prelado, ni mostrando
por donde hace ésto (que ellos están sujetos al Comisario Apostólico) se atreven
tanto, estando este lugar tan cerca de donde está vuestra Majestad, que ni parece
temen que hay justicia, ni á Dios. A mi me tiene muy lastimada verlos en sus ma-
nos, que há dias que lo desean, y tuviera por mejor que estuvieran entre moros,
I
—422-
Concluyamos el presente capítulo haciendo constar cómo el P. Pedro
Fernández, padre y protector de la Descalcez, al arreciar la tempestad
contra ésta, á instancia del Duque de Alba se traslada á la Corte con el
fin de deshacer los nublados que se cernían sobre las inocentes cabezas
de los hijos é hijas de la ínclita Teresa de Jesús, defendiéndolos ante el
Nuncio que los miraba con ojos nada favorables. Empresa bien fácil por
cierto era ésta para un hombre de las dotes y experiencia de nuestro ve-
nerable Padre. Con sólo exponer al representante de la Santa Sede lo que
había visto y oido en las diferentes excursiones que en virtud de su oficio
había hecho á las casas y monasterios de la Reforma, tenían por fuerza
que desvanecerse todas las preocupaciones contra ellos. No deseaba más
la Santa: lo único por que anhelaba era que fuesen conocidos de todos, es-
pecialmente de sus perseguidores la aspereza y fervor de espíritu con que
vivían sus hijos. Y porque el P. Pedro sabía perfectamente todo esto y el
prestigio de su autoridad y canas le colocaban en condiciones de poder
porque quizá tuvieran más piedad. Y este fraile tan siervo de Dios está tan flaco
de lo mucho que Ht padecido, que temo su vida.
»Por amor de nuestro Señor suplico á vuestra Majestad mande que con breve-
dad le rescaten, y que se dé orden cómo no padezcan tanto con los del paño estos
pobres Descalzos todos: que ellos no hacen sino callar y padecer, y ganan mucho;
mas dase escándalo en los pueblos que este mismo que está aquí, tuvo este verano
preso en Toledo á Fr. Antonio de jesús, que es un bendito viejo, el primero de to-
dos sin ninguna causa, y así andan diciendo los han de perder, porque lo tiene man-
dado el Tostado. Sea Dios bendito, que los que habían de ser remedio, para quitar
que fuese ofendido, lo sean para tantos pecados y que cada dia lo harán peor.
))Si vuestra Majestad no manda poner remedio, no sé en qué ha de parar, por-
que ningún otro tenemos en la tierra. Plega á nuestro Señor nos dure muchos años.
Yo espero en El que nos hará esta merced, pues se ve tan solo de quien mire por
su honra. Continuamente se lo suplicamos todas estas siervas de vuestra Majestad
y yo. Fecha en San José de Avila á iV de Diciembre de MDLXXVll. Indigna sierva
y subdita de vuestra Majestad.— Teresa de Jesús, carmelita >. (Carta 170, La Fuente,
edición de 1861.)
Comentando esta Carta el Sr. La Fuente escribe lo siguiente: «Se ve, pues, que
Santa Teresa interponía un recurso de protección (no de fuerza, pues no había pro-
cedimiento judicial^ pero obraba por mandato divino, pues se le había dicho por
el Señor que acudiese al Rey...
— 423 -
ser oido y atendido de aquellos en cuyas manos estaba el remedio de
esos males; por eso la Santa califica de traza divina su ida á Madrid y los
hechos vinieron á probar que no eran vanas semejantes esperanzas.
Nótese además la expresión en que la agradecidísima Santa hace
constar -la mucha caridad que nos hacen los Dominicos durante la cruel
persecución á que se vieron expuestos, y el dictamen que en trance tan
apurado emiíió el gran letrado Dominico, y que después fué plenamente
confirmado por las Universidades de Alcalá y Salamanca. Todo esto es
una prueba más de que los Dominicos miraron siempre como propio todo
lo que se refiere á Santa Teresa y á su Reforma.
-*--
I
C A PITU LO XIV
Señala el IRey cuatro asistentes al nuncio, entre ellos á los Domini-
cos tremando del Castillo
y IPedro f ernández.-Suceso misterioso que tuvo lugar
en este tiempo.
No se hizo de rogar el P. Pedro, siempre dispuesto á amparar á la
Descalcez, de la que había sido y era gran padre y protector, y bien ac-
tuado de lo que los duques y la santa fundadora deseaban, llegado á la
Corte, habló al Nuncio, al Rey y al conde de Tendilla que siempre íavo-
reció á Santa Teresa y su obra.
Por otra parte, la carta que Santa Teresa escribió al Rey y que se
ha visto en el capitulo anteri()r produjo el efecto que era de esperar y
así, yendo el Nuncio á visitarle pocos días después le dijo estas gravísi-
mas palabras: < Noticia tengo de la contradicción que los Carmelitas Cal-
zados hacen á los Descalzos, la cual se puede tener por sospechosa,
siendo contra gente que profesa rigor y perfección. Favoreced á la virtud
que me dicen que no ayudáis á los Descalzos (1).
Estas palabras causaron al Nuncio honda impresión y para acabar de
persuadirle este grave asunto dispuso la divina Providencia que en aque-
llos días le hablase también el conde de Tendilla, persona muy afecta íí
los Descalzos, quien le informó de su vida ejemplar, de la opinión que
tenían en todo el Reino con grandes y pequeños, de las sinrazones que
(1) Crónica Carmelitunu, libro 4.", capítulo XXXVl.
-426-
les hacían los adversarios, asegurándole que la causa de todos estos dis-
gustos no era otra que haber resucitado la Regla que habían enterra-
do. -Díjole (1) que el Rey estaba firme en su defensa; que el Papa
los estimaba, que era cosa fuerte y peligrosa oponerse á dos potestades
tan grandes. Que querer destruir lo que con tanto cuidado y desvelo
Pío V. Santísimo Pontífice, había edificado no podía ser muy seguro en
conciencia. Que dejarse llevar de las informaciones de la parte, era contra
todo el derecho. Últimamente que su honor y crédito peligraba en todas
partes, viéndole tan opuesto á los Reformados, y que el Papa no se daría
por satisfecho de su servicio, no mudando de estilo.
Profunda mella hicieron en el ánimo del Nuncio el tono de convic-
ción y la eficacia de las razones con que este príncipe abogó por la causa
de los hijos de Santa Teresa. Trató el Nuncio de justificar su celo y since-
rar su conducta (2), '<y entre las demás razones que para ello adujo, quiso
Dios que dijese ésta, de donde comenzó el remedio. Señor para que Usía
vea cuan justificado es mi deseo, y cuan enderezado al servicio de su Ma-
jestad, holgaré que señale algunas personas que conmigo asistan ú la de-
terminación de las causas que se tratan, para que con su autoridad me
compongan con el Reino, y Rey y sea premiada la virtud, y castigado el
vicio. Viendo el conde abierto el camino de su deseo cuando menos pen-
saba, dijo al Nuncio: Señor, si esas palabras de V. S. llustrísima no son
de cumplimiento, yo sé que gustara harto su Majestad de oírlas, y que
ningún medio puede haber mejor para que se entienda que V. S. llustrí-
sima está libre de toda pasión. Respondió el Nuncio con gran resolución
que no eran cumplimientos, sino que lo suplic iría á su Majestad por mer-
ced muy singular. Alabóle el conde mucho el intento, y ofrecióle de llevar
el billete y traer la respuesta. Y porque la hora siguiente no trocase el
ánimo, le pidió que luego lo escribiese en la conformidad dicha. Hízolo
así el Nuncio y el conde llevó el papel. No pudiendo hablar al Rey, lo dio
á Sebastián de Santoyo, ayuda de cámara, dicíéndole cuyo era, y lo que
contenía, para que su Majestad lo viese luego. Abrióle al punto el Rey.
(1) Crónica, libro 4.'>, capítulo XXX VI.
(2) Crónica, ibid.
-427-
H()Ig(')se LMi extrenio, y respondiendo á la margen, agradeció a! Nuncio su
buen celo. Y señaló cuatro asistentes, que fueron D. Luis Manrique, su
capellán y limosnero mayor, y los Maestros Fr. Lorenzo de Villavicen-
cio de la Orden de San Agustín (1), su predicador, Fr. Hernando del Cas-
tillo, también predicador su\o, de la Orden de Santo Domingo que cono-
cía á los Descalzos de Pastrana, y era pregonero de sus virtudes, y Fray
Pedro Fernández, también dominico, provincial de su provincia de Cas-
(1) «Nació este insigne Agustino en Jerez, de la provincia de Cádiz, y profesó en
el convento de su patria en 1539, en el cual tiempo se encontraban divididas las
provincias religiosas de Castilla y Andalucía, bien que volvieron á unirse no mu-
cho tiempo después. Dedicóse con ahinco al estudio de las lenguas griega y he-
brea con el fin de profundizar en las Sagradas Escrituras, en cuyo estudio y en el
de la Teología hizo notables progresos. Noticioso Felipe II del talento y prendas
especiales que adornaban al P. Villavicencio, le dio el encargo de que pasara á
Bélgica, y allí procurara por todos los medios que estuviesen á su alcance cortar
los pasos á la herejía que comenzaba á extenderse, é insinuara con discreción y
prudencia en el ánimo de los naturales la docilidad y obediencia que debían al Rey.
Graduóse de doctor en la Universidad de Lovaina el 1558, y fué nombrado Prior
del convento de dicha ciudad, con encargo del Reverendísimo para que le refor-
mase y formalizase los estudios. También fué señalado por compañero del Pro-
vincial para atender á la Reforma de la Provincia de Colonia, y tanto los alemanes
como los italianos tuvieron ocasión de admirar la sabiduría y prudencia de nuestro
Villavicencio.
»Por este tiempo de 1564 hubo de tomar la pluma para refutar ciertas proposi-
ciones erróneas emitidas por un tal Witssi en un libro; y habiéndose hecho cargo
de la Universidad de Lovaina así de la refutación como del libro refutado, aprobó
aquél y reprobó éste. Desempeñaba el cargo de Vicario general en los Países Ba-
jos, trabajando con denuedo de palabra y por escrito en favor de la causa católica;
mas los negocios en Flandes llegaron á ponerse en tal mal estado que hubo de tor-
nar á España, siendo muy bien recibido de Felipe II, que inmediatamente, en 1567,
le nombró su predi ador, y de él se hacía acompañar donde quiera que iba. Con-
sultábale en los principales negocios, y por eso se le vio formar parte en la célebre
Junta que decidió de la conveniencia por la separación de Carmelitas Calzados y
Descalzos en tiempo de Santa Teresa.
»Por los años de 1575 fueron examinados en Roma los escritos del P. Villavi-
cencio, porque el Sr. Obispo de Bad.TJoz había escrito en contra de los mismos, y
tuvo la satisfacción nuestro Agustino de saber por medio del Reverendísimo Tadeo
I
- 428 -
tilla, que los había visitado como Comisario, y los amaba tiernamente. De
esta manera dispuso el Señor el remedio de tantos daños, y el sosiego de
tantas inquietudes. No sabemos el dia; pero entendemos que antes que
acabase el mes de Marzo se escribió el billete. Porque á primero de Abril
ya estaban en junta los asistentes, como dirá el capítulo que sigue».
Antes de dar á conocer la importancia de este nombramiento, con-
viene sepamos la esperanza que Santa Teresa concibió del buen resulta-
do de todos sus negocios, luego que supo ésta la prudente determina-
ción del Rey. Escribiendo á D. Roque de Huerta, su amigo y favore-
cedor de la Reforma le dice (1) '<Jesús sea con V. M. siempre y le dé
tan buenas salidas de Pascua y entradas de año, como me las dio con
tan buena nueva». Esta buena nueva era, dice el Sr. La Fuente: <e\ nombra-
miento de asistentes al Nuncio para entender en las cuestiones de los
Calzados y Descalzos >. El dos de Mayo del año siguiente, ó sea 1579, es-
cribió por segunda vez Santa Teresa á este buen cortesano y le decía estas
notables palabras que tanto ceden en honor de nuestros VV. Hernando
del Castillo y Pedro Fernández (2): Pague nuestro Señor á V. M. las
buenas nuevas que me escribe. Sepa, que después que esos dos señores
y padres míos Dominicos están por acompañados, todo el cuidado se me
ha quitado de nuestros negocios, porque los conozco, y con personas ta-
les, como los, cuatro que están, tengo por cierto, que lo que ordenaren
será para honra y gloria de Dios, que es lo que todos pretendemos . No
cabe mayor elogio de los dos Dominicos que el hecho por la Santa, y por
eso el Comentador no dudó en escribir lo siguiente: < Estos insignes
acompañados fueron D. Luís Manrique, capellán y limosnero mayor del
Rey, y los gravísimos Maestros Fr. Lorenzo de Villavicencio, Agustino,
Perusino que habían sido aprobados, corregidos y enmendados los del Sr. Obispo
de Badajoz En 1582 se encontraba en el convento de San Felipe el Real, desde
donde escribió una carta á Fr. Luis de León enderezada á componer ciertas dife-
rencias suscitadas entre sus hermanos de hábito. Ninguna noticia se encuentra pos-
terior á este tiempo acerca del P. Villavicencio>. (Ciudad de Dios, tomo 27, pá-
gina 267).
(1) La Fuente, tomo 5.'\ Carta 220, edición 1881.
(2) P. Antonio de San José, tomo 3.", Carta 52.
-429-
Fr. Hernando del Castillo y Fr. Pedro Fernández, Dominicos. A todos está
tan atenta como agradecida la Santa; pero de sus Dominicos dice: que sa-
bida su designación, se le quito todo el temor: porque la Dominica in Pas-
sione tenia total confianza en los Dominicos, que siendo Orden de la Ver-
dad, la suya: Ordo veritatis, juzgarían con verdad, dando á quien tenía la
razón. Este es el glorioso privilegio de la virtud, que sólo desea se mani-
fieste la verdad. El justo se alegra de que sepan su proc,eder; el pecador
huye de la luz-. Hemos dicho mal al asegurar que no podía hacer mayor
elogio; pues en realidad le hizo particularmente del P. Pedro Fernández,
cuando en el capítulo XXVIII del libro de las Fundaciones, hablando del
mismo asunto dice así: «Sea Dios alabado, que favorece la verdad. Y así
sucedió en esto, que, como nuestro católico Rey D. Felipe supo lo que
pasaba, y estuvo informado de la vida y religión de los Descalzos, tomó
la mano á favorecernos, de manera, que no quiso juzgase sólo el Nuncio
nuestra causa, sino dióle cuatro acompañados, personas graves, y las
tres religiosas, para que se mirase bien nuestra justicia. Era el uno de ellos
el P. M. Fr. Pedro Fernández, persona de muy santa vida y grandes letras
y entendimiento. Había sido Comisario Apostólico y Visitador de los del
Paño de la Provincia de Castilla, á quien los Descalzos estuvrmos tam-
bién sujetos, y sabía bien la verdad de cómo vivían los unos y los otros,
que no deseábamos todos otra cosa, sino que esto se entendiese. Y así, en
viendo yo que el Rey le había nombrado, di el negocio por acabado, como
por la misericordia de Dios lo está. Plegué á su Majestad sea para honra
y gloria de Dios*. Añade el Sr. La Fuente sobre estas palabras de la Santa
el siguiente elogio de este V. P.: -Fué nombrado por San Pío V, á peti-
ción de Felipe 11 (1), que no quedó del todo satisfecho con la visita del
P. Rossi. El P. Fernández hizo la visita á pié, con un compañero, llamando
la atención este rasgo de austeridad. Mientras estuvo en Pastrana vivió
(1) Ya se ha dicho en el capítulo sobre los Visitadores Apostólicos, como Santa
Teresa influyó con sus cartas al Santo Pontífice Pío V, para que éste nombrase di-
chos Visitadores. Ningún autor nos habla de esas cartas de la Santa, quizá por no
conocerlas; sin embargo, nos consta ciertamente este hecho por una declaración de'
Proceso de Avila, la cual se halla literamente copiada en el capítulo citado.
I
-430-
como los Descalzos, y seguía en todo su regla. Por eso no es de extrañar
que Santa Teresa confiara tanto en él -.
El P. Castillo conocía también la vida santa de los Descalzos y Des-
calzas, ya como Visitador delegado que había sido del P. Pedro, ya por-
que vivió en Pastrana algún tiempo con los Religiosos y como él aseguró
después al Príncipe Rui-Gómez de Silva, más parecían ángeles en carne
humana que hombres; ya finalmente, porque cuando se ventilaban estas
cuestiones y negocios se llegó á Toledo para asesorarse de la Santa que
allí se hallaba, y ella misma lo da á entender en carta al P. Gracián, di-
ciendo: «Aquí está el P. Fr. Hernando del Castillo» y no podía ser otro
añade el Sr. La Fuente, sino el célebre historiador del Instituto Domini-
cano, cuyo hábito vestía.
No es, pues, extraño que la Santa abrigara una plena confianza en es-
tos sus dos tan grandes amigos y que tan á fondo conocían la santidad é
inocencia de sus hijos é hijas.
El respetable autor del Año Teresiano, al tratar el punto que nos ocupa
en el día 30 de Septiembre, escribe así:
-A la sombra, y escudo de los dos Prelados Dominicos iba subiendo
nuestra Descalcez, con incremento casi milagroso, hasta tanto, que salien-
do de esta vida el Nuncio Hornianeto (1), gran favorecedor de Santa Tere-
sa de Jesús y de toda su Familia, se mudó la suerte con aire tan fatal, que
se hubiera extinguido toda la Reforma, si el poder soberano no la sostuvie-
se con medios oportunos. Fuera muy molesto el historiar todos los vagíos,
escollos y tormentas en que zozobraba la navecilla del Carmelo, en cuyas
borrascas no faltaron pilotos Dominicos, que le diesen la mano para po-
nerla en puerto de salud. Mandó el Rey se nombrase una junta de cuatro
asistentes para decidir la competencia entre Calzados y Descalzos; y dis-
puso el Señor, que entre los cuatro que asistieron, fuesen los dos el
M. Fr. Hernando del Castillo y Fr. Pedro Fernández, provincial de Casti-
(1) Monseñor Nicolás Hormaneto, uno de los prelados más celosos que tuvo la
Iglesia en el siglo XVI. Estuvo en Inglaterra con el cardenal Polo, y después en el
concilio de Trento. San Carlos Borromeo le tuvo de vicario general, y después fué
obispo de Pádua. Vino de Nuncio á España en 1572, y murió en Junio en 1577, en
la pobreza por efecto de su caridad, que hubo de costearle funerales Felipe II.
-431 -
lia. ambos Dominicos. Cuando Santa Teresa de Jesús tuvo esta noticia y
vi(3 nuevamente descubierto el patrocinio de su amante devoto Santo Do-
mingo de Guzmán, por medio de sus hijos, juzgó indefectible la estabili-
dad de su Reforma; y hablando del Rdvmo. Fernández, á quien ella cono-
cía, dijo con luz profética: En viendo yo, que el Rey le había nombrado, di
el negocio por acabado, como por la misericordia de Dios lo está*.
«En Marzo empezaron, las sesiones de los asistentes con el Nuncio.
Como éste se hallaba tan persuadido de que los Descalzos eran gente in-
quieta, contumaz, inobediente y rebelde á sus prelados y alborotadora de
la Religión y del mundo los asistentes tuvieron que proceder con gran-
disima prudencia: y aunque ellos estaban persuadidos de lo contrario y
les constaba la verdad de todo, no sólo por experiencia propia, sino por
testimonio de personas de autoridad irrecusable, no podían, sin embar-
go, de repente contradecirle, por no irritarle y descomponerle. Le pidieron
pues, les entregase cuantos papeles y acusaciones tuviese contra la Des-
calcez para examinarlo todo con grande imparcialidad. Pues todo en ma-
nos de los asistentes y después de examinarlo, le hicieron ver la contra-
dicción que á cada paso se vela en las acusaciones y cómo se adulteraban
ios hechos hasta poner en pugna unos con otros, y asi con grande discre-
ción y tino le fueron poco á poco persuadiendo de que la primera medida
que urgía tomar en asunto tan espinoso, era sacar á los Descalzos y Des-
calzas de Castilla y Andalucía de la jurisdicción de los provinciales Cal-
zados, por las muchas extorsiones que de ellos padecían. Los miramientos
y delicadeza con que procedían los asistentes fué causa de que no se atre-
vieran á pedir para el gobierno de los Descalzos un superior de la mis-
ma profesión, como parece natural se hiciera; pero ya que las circunstan-
cias no lo permitían, se pensó al menos en designar para el cargo una per-
sona, bien quista de todos, de madura prudencia y muy competente en le-
tras que supiese llevar la paz á los espíritus y mantenerlos en ella.
Desde luego pusieron los ojos en el P. M. Fr. Ángel de Salazar de la
Observancia, cuyas dotes de prudencia y letras eran de todos conocidas y
ensalzadas. Por eso no desagradó al Nuncio la designación de la persona
y su nombramiento para visitador general de los Descalzos de Castilla y
Andalucía fué recibido con aplauso de (odos. pues la verdad y la justi-
I
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cia era la norma de todos sus actos. A primeros de Abril expidió el Nun-
cio el documento oficial, nombrando al P. Salazar visitador general de
los Descalzos y Descalzas de Andalucía y Castilla y anulando las patentes
que antes habia dado á los provinciales Observantes de ambas provin-
cias (1).
(1) He aquí la Patente del Nuncio:
Nos Filipo Sega por la gracia de Dios y de la Santa Iglesia Romana, Obispo de
Plasencia, Nuncio Apostólico en estos Reinos de España, por nuestro muy Santo Pa-
dre Gregorio XIII, con facultad de Legado a Latere, etc. A los MM. Fr. Juan Gu-
tiérrez de la Magdalena, é Fr. Diego de Cárdenas, Provinciales de la Provincia de
Castilla y de la de Andalucía de la Orden de Nuestra Señora del Carmen, é á Vos
el M. Fr. Ángel de Salazar, Prior del Convento del Carmen de Valladolid de la pro-
vincia de Castilla de la dicha Orden, y á todos los Priores y Prioras, y todos los
demás Religiosos y Religiosas de los conventos é monasterios de los Primitivos,
que vulgarmente llaman Descalzos de la dicha Orden del Carmen, y á cada uno y
cualquier de Vos á quien estas nuestras letras é Provisión en todo ó en parte to-
caren é fueren mostrada salud en Nuestro Señor Jesucristo, é aumento de Religión é
obediencia á los nuestros mandatos, que más verdaderamente son dichos apostóli-
cos. Ya tenéis entendido, como por justas causas y razones que tuvimos á nos mo-
vieron, reduglmos los Religiosos y Religiosas de la Primitiva Regla de Nuestra Se-
ñora del Carmen al gobierno y obediencia de los dichos Provinciales de la provin-
cia de Castilla y Andalucía, respective á cada uno conforme á lo que pertenece á su
distrito, y los sujetamos á su jurisdicción, como consta por las letras que en esta
razón expedimos en Madrid á los 16 de Octubre del año pasado de 1578. Deseando
pues ahora con afecto paternal la paz, quietud y aprovechamiento espiritual de los
dichos Religiosos y Religiosas Primitivos, y viendo que los dichos PP. Provinciales
están bastantemente ocupados en el gobierno de los demás Religiosos que están á
su cuenta, y considerando otras muchas causas y razones que hay para que los di-
chos Primitivos en esta sazón tengan persona particular desocupada de otro go-
bierno, que asista al suyo. Nos pareció revocar, y por la autoridad Apostólica de
que usamos: por las presentes letras revocamos, casamos y anulamos la dicha re-
ducción de los Religiosos y Religiosas de la primera Regla, á la obediencia de los
dichos PP. Provinciales. Y queremos y mandamos que de aquí adelante no tengan
efecto, fuerza, ni vigor, y eximimos y libramos á todos los dichos Religiosos y Re-
ligiosas Primitivos que están en los distritos de Castilla y Andalucía á los de ahora
y que por tiempo fueren, y á todas sus casas, y cualquiera cosa perteneciente á
ellos, de la obediencia y sujeción de los dichos PP. Provinciales, y de cualquiera
-433 —
Le entregó además una instrucción muy copiosa y oportuna para el
desempeño de su nuevo y delicado cargo.
La síntesis de la instrucción de que hay traslado auténtico en los ar-
chivos, es que el dicho P. Vicario no puede mudar nada de lo que por
Regla y Constituciones tenían asentado los Descalzos y Descalzas. Que
si algo hallare mudado por los Provinciales mitigados, lo restituya á su
primer rigor. En las visitas que procure la paz, observancia, y guarda del
recogimiento. Haya cuidado en recibir Novicios, porque no se extinga la
Descalcez: vigilancia en que sean tales cual conviene. Los que se pro-
mueven á las Ordenes, sean muy beneméritos. La pobreza primitiva que
al principio se asentó, se guarde. No se halle el Visitador en las eleccio-
nes que se hacían en los conventos para no torcerlas. En la clausura de
las monjas haya mucho rigor, y se excusen visitas no muy religiosas. No
las mude de un convento á otro, sino es para oficios. No aumente el nú-
mero de ellas. Los confesores no sean Calzados. No reciba nada para sí
\
otra persona que tuviere su comisión ó poder. Y mandamos á los dichos Provincia,
les, y á cada uno de ellos, así á los que son, como á los que fueren, en virtud de
santa obediencia, y so pena de ex':omunión mayor /ata sententia>, una pro trina Ca-
nónica monitione prcemisa, que luego que de estas nuestras letras tuvieren noticia,
se inhiban y eximan de la superioridad y jurisdicción que tienen en los dichos Re-
ligiosos y Religiosas Primitivos. Y no usen de aquí adelante, ni ejerciten cerca de
ellos ningún acto de jurisdicción por sí, ni por tercera persona directe ni indirecte,
y cualquier negocio, ó causa que tuvieren comenzada, la dejen en el estado que la
noticia de estas nuestras letras la hallare. Y debajo de dicha descomunión manda-
mos que entreguen todos los papeles pertenecientes á causas de los Religiosos y
Religiosas Primitivos hechos en visita ó fuera de ella al dicho P. M. Fr. Angelo de
Saiazar. Y á los dichos Religiosos y Religiosas Primitivos mandamos debajo de la
dicha censura, que no reconozcan á los dichos PP. Provinciales por sus Prelados,
ni los obedezcan. Y porque tenemos tan buena noticia de la Religión y santa vida
del dicho P. M. Fr. Angelo de Saiazar que esperamos responderá al intento y san-
tos deseos de los Religiosos Primitivos y resucitará en ellos el espíritu y rigor de
los Padres antiguos, imitadores de Elias, gobernándolos in spiritu, ef virtute Elia
converíendoque corda Patrum in filios. y que con su e]emp\o y doctrina restituet et,
exuítaiionem Carmelo. Por la autoridad Apostólica de que usamos, instituimos, crea-
mos, damos y hacemos Prelado y Vicario General independiente de cualquier Pro-
28
- 434 -
en los conventos de Descalzos, sino lo precisamente necesario para los ca-
minos.
Esta es la suma de las instrucciones contenidas en el memorial de re-
ferencia. El limo. Sr. Nuncio encargó muy encarecidamente al dicho Padre
Vicario General el cumplimiento de las instrucciones, firmándolas de su
nombre, y sellándolas con su sello, é hizo que también las firmasen los
asistentes, con cuyo acuerdo se habían hecho las resoluciones ya indi-
cadas.
Recibió con notable consuelo toda la Descalcez, y en especial su santa
fundadora la elección del P. Salazar, por -la noticia que de él tenían y fa-
vores que habían recibido. Y fué una de sus primeras medidas dar licencia
á la Santa para salir donde la necesidad la llamase, y en virtud de ella la
veremos presto en Avila.
Por su parte el P. Salazar recibió con agrado el nombramiento en él
recaído por la ocasión que se le ofrecía de trabajar en favor de la Reforma,
de la cual se prometía grandes bienes, no sólo en provecho de la Iglesia,
vincial en esta parte á Vos el M. Fr. Angelo de Salazar, de todos los conventos y ca-
sas de Religiosos y Religiosas de la Primitiva Regla de Nuestra Señora del Carmen
que hay y habrá, así en el distrito de la Provincia de Castilla, como del de Andalu-
cía de todos los Religiosos y Religiosas pertenecientes á ellos, tam in capitibus quam
in membris, confirmar y absolver Priores y Prioras; exponer á los Reverendísimos
Ordinarios Confesores, promover ad Sacros Ordines, praevio tamen examine, et
conditionibus requisitis a Sacro Tridentino Concilio, y con todo el demás poder
que suelen tener los Provinciales de la dicha Orden en sus Provincias: el cual dure
por el tiempo que fuere nuestra voluntad y guardareis todo lo contenido en una ins-
trucción y memoria que con estas letras se os dará firmada de nuestro nombre, y
del muy ¡lustre Sr. D. Luis Manrique, Limosnero mayor de su Majestad y de los
muy RR. PP. Fr. Laurencio de Villavicencio, Fr. Hernando del Castillo y Fr. Pedro
Fernández. Y os mandamos en virtud de santa obediencia, y so pena de rebelión y
descomunión mayor, que aceptéis esta nuestra institución de Vicario General, y
uséis de ella: y debajo del mismo precepto y pena de rebelión y censura mando á
todos los Religiosos y Religiosas sobredichos de la Primitiva Regla que son y fue-
ren, que os reciban por su Prelado y Vicario General, y como tal os obedezcan.
In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti. Amen Dado en Madrid á primero de
Abril de 1'í79. Plüippus Episcopus Placcntinus, Nuncius Apostólicas.
-435-
sino también en beneficio de su propia Orden de la Observancia; pues es-
peraba con razón que el fervor y buenos ejemplos de los Reformados ha-
blan con el tiempo de despertar el celo y la santa emulación entre los se-
cuaces de la regla mitigada. Es indecible lo que este varón de Dios gozó
en las visitas que en el desempeño de su comisión tuvo que hacer á
los conventos de Religiosos y Religiosas reformados. Lejos de encontrar
nada que reprender, parecían haber renacido los tiempos de Elias. En la
visita que hizo al convento de Roda le fué imposible contener las lágrimas
ante lo que pudiéramos llamar excesos de penitencia y mortificación, sa-
liendo su espíritu tan fuertemente impresionado que durante unos días
estuvo como atolondrado y fuera de sí. Aunque lo deseó mucho, no le fué
posible visitar personalmente los monasterios de Peñuela y Calvario, por
no permitírselo el mal estado de su salud. Hasta él habían llegado noti-
cias de que esas dos casas iban á la cabeza de las más fervorosas en la
observancia de la primitiva regla, pero por la razón ya indicada se vio
obligado á comisionar al P. Jerónimo de la Madre de Dios, prior de Sevi-
lla, la visita de los conventos de Andalucía.
La sola lectura de las instrucciones dadas al nuevo Vicario General,
manifiestan bien claramente el triunfo que los asistentes consiguieron del
Nuncio para la Descalcez que, como acabamos de ver, recibió con notable
consuelo la elección de dicho Padre, en especial la santa fundadora, por
las noticias que de él tenía y por los favores que en tiempos pasados ha-
bía recibido de la reconocida bondad y consumada prudencia de este
siervo de Dios.
Sin embargo, para comprender mejor lo que esta elección significaba
y los bienes grandes que de ella resultaron á la Reforma, véase lo que
dice el autor de la -Mujer Grande*, en el día 8 de Noviembre: * En-
tre tanto, dice, los gobernó el P. Ángel de Salazar, carmelita Calzado,
hombre prudente y santo, de quien habemos hecho muchas veces men-
ción. Con este prelado y la penitencia de Gradan volvió la calma, salie-
ron todos de la cárcel y también Santa Teresa, y á la María de San José
en Sevilla la repusieron en su oficio de priora. Este mismo Salazar, afecto
á la Santa, viendo que el Rey quería se separasen de la Descalcez los Cal-
zados, no permitió que ningún carmelita Calzado se mezclase; hizo lo que
-436 —
pudo á favor, y aun habló al Nuncio para que revocase la sentencia de
Gracián, y en efecto, á pocos meses el mismo Rey dijo al Nuncio que ya
bastaba de castigo. Con esto revocó la sentencia contra Gracián y quedó
restituido en el mismo grado de honra que antes, y así de nuevo volvió á
cuidar y procurar la separación de los Calzados, por la que había sufrido
tanto. El asunto de las monjas de Sevilla se volvió á examinar por el
Nuncio y sus conjueces y el P. Ángel Salazar y se reconoció la inocencia
de todas las Religiosas y Religiosos (y por lo mismo la de Gracián, que
era el más infamado), se dio por nula la privación de la priora María de
San José y se le restituyó el oficio, como consta de la patente de este año
1579 á 28 de Junio*... Y en el día 9 del mismo mes se expresa de esta ma-
nera: «A primero de Abril había dado comisión á Fr. Ángel de Salazar
(año 1579), como Vicario General de los Descalzos, sin dependencia de
los Calzados. Deroga su Breve de 16 de Octubre de 1578, en que los ha-
bía sujetado á los Observantes y da más amplias facultades á Salazar para
que los gobierne en espíritu y virtud de Elias y restituya la paz y alegría
del Carmelo. A esto añadió mandar al Comisario que nada mude de la
Regla primitiva, y si los Calzados habían mudado algo, lo vuelva á su pri-
mitivo ser y cuide que se admitan Novicios y se guarde la observancia»...
Finalmente en el día 11 del mismo mes, escribe lo siguiente: «Luego que
comenzaron á tomar asiento las cosas de la Reforma y el P. Salazar á ha-
cer de Visitador General, le envió orden á la Santa en Abril mismo de
1580 para que saliese de Avila á visitar sus hijas, después de cuatro años
de trabajos, y con este motivo salió á la fundación de Villanueva de la
Jara, que al principio de la tormenta, año de 1576, se la propusieron, aun-
que entonces nada pudo hacer>.
En efecto, como dice el Sr. La Fuente en su tabla cronológica de la
vida de Santa Teresa; «^El P. Ángel Salazar le envió las patentes para la
fundación de Villanueva de la Jara el día 28 de Enero de 1580».
La Santa se ocupa de esta fundación en el capítulo XXVIII y por cierto
que al descubrir todo lo ocurrido, no puede ocultar el grande amor que
siempre profesó á los Dominicos y así dice: «Iba la procesión con harta
autoridad; nosotras con nuestras capas blancas y velos delante el rostro,
íbamos en mitad cabe el Santísimo Sacramento, y junto á nosotras núes-
— 437 —
tros frailes Descalzos, que fueron hartos del monasterio y los Franciscos
(que hay monasterio en el lugar de San Francisco) iban alli y un fraile
Dominico que se halló en el lugar, que aunque era sólo, me dio contento
ver allí aquel hábito • (1 ).
(1) El Año Tercsiano, comentando las últimas palabras de la Santa, dice así el
dia 30 de Septiembre:
«Esta expresión, que se dejó caer como de paso en el pasaje que refiere la ce-
lestial Maestra, es una señal la más fina que puede discurrirse para significar la
naturaleza de aquel amor castizo con que siempre miraba á estos religiosos; y es
a! mismo tiempo indicio indefectible que la coloca en la clase más alta de la grati-
tud; pues como ensena San Paulino y Santo Tomás de Villanueva, sólo el amor es
la única moneda con que se pagan y satisfacen todos los beneficios. La de Santa
Teresa de Jesús era tan cabal con esta religiosísima familia, como que puso en ella
los mejores quilates de todo su corazón. Muchísimas personas concurrieron en Vi-
llanueva de la Jara para su cortejo: iban allí sus hijos Carmelitas Descalzos: iban
también los muy venerables del Serafin Francisco, muy estimados de la Santa, y
entre todos un solo dominico la arrebató la vista y la voluntad; pues como afirma
Hugo, adonde está el amor, allí serán los ojos. Ubi amor, ibi oculus. Aunque era sólo
(dijo la Santa Madre) me dio contento ver aquí aquel hábito; en cuyo objeto se la re-
presentó su devoto amantísimo Santo Domingo de Guzmán, y todos aquellos hijos
suyos, que tanto la sirvieron y que siempre moraban dentro de su corazón; y como
éste (según San Próspero) aposenta y coloca la vista en aquellas cosas, que él ama
y le recrean; lo mismo fué percibir Teresa entre la multitud de aquel concurso una
imagen, sombra y representación de aquel objeto en quien ella tenía su cariño que
enviar allá sus ojos para descanso de su amor.
• Dice el alma santa en los cantares, que sosegó su corazón con la sombra que le
representaba al que ella quería, y que su fruto era dulce para su garganta. En el
fruto de que habla aquí la Esposa se puede entender (en sentir de Cornelio) la doc-
trina y documentos celestiales, sabrosos y dulcísimos para todos aquellos que as-
piran á la santidad; y como lo era para la Santa Madre la segurísima doctrina en
que la instruyeron los PP. Dominicos; y por serla tan dulce se exaltaba su gozo
siempre que veía algún indicio que se la recordase. Lo mismo hubo de suceder al
alma santa con la sombra ó imagen de su dilecto dueño, en cuya vista sosegó; y
añade Teodoreto, que aquí mostró la Esposa lo más acendrado del cariño, dando á
entender cuánto la deleitaba cualquiera recuerdo de su Amante, porque el corazón
enamorado, no sólo admite con deleite la inspección y vista del objeto que ama,
sino que le ocasiona regocijo, aprecio y alegría de su habitación, la de su vestido,
la de su calzado y la sombra más mínima que se le recuerda y representa.
— 438-
Por último, Santa Teresa escribiendo al P. Gracián desde el 12 de Di-
ciembre de 1579 le dice: «Creo no habrá lugar de estar aquí todo Enero,
aunque para mí no es mal puesto éste, que no me hallan tantas cartas y
ocupaciones. Tiene tanta gana el P. Vicario Ángel de que se funde lo de
Arenas y que nos juntemos allí, que creo me ha de mandar acabe aquí
presto; y á la verdad lo más está ya hecho. No puede vuestra paternidad
»Así lo dio á entender en el caso que queda referido Santa Teresa nuestra Madre
y diciendo Santo Tomás de Villanueva, que la condición de cada uno se ha de co-
nocer por aquello que ama, de suerte que si amamos la tierra seremos terrenos y si
amamos á Dios seremos Dioses; amando la Mística Doctora con la pasión que amó
á los Dominicos, no andará fuera de razón quien la juzgase Dominica. La misma
Santa nos concede licencia para que así lo discurramos; pues ella decía de sí mis-
ma, que era la Dominica in Passione...
»E1 principal motivo que movió á la Santa para nombrarse Dominica, estribó en
aquella urgentísima razón, (que también observaron los antiguos en obsequio de
gratitud) que era ponerse el beneficiado el nombre de aquel de quien recibió algún
insigne beneficio. Esto se vio (dice el mismo Alápide) en San Cipriano, que quiso
llamarse Cecilio, porque el presbítero Cecilio le convirtió á nuestra santa Fe. Vióse
también en Eusebio Cesariense, que se nombró Panfilo por lo mucho que debió á su
pariente San Panfilo Mártir y Doctor; y así mismo se vio en José Julio, que se nom-
braba Flavio, en reconocimiento de los grandes honores que le hizo el emperador
Flavio Vespesiano. A esta semejanza Santa Teresa de Jesús quiso nombrarse Do-
minica, para explicar su agradecimiento con esta santa Orden; sobre cuyo asunto,
y la gran razón que asistió á la Santa para nombrarse así, dijo lo siguiente el vene-
rable Palafox: «Santa Teresa fué tan devota de esta Religión doctísima, que decía
con harta gracia, hablando de sí: Yo soy la Dominica in Passione; para decir, que
era Dominica é hija de esta Orden de todo su corazón, y con pasión grandísima:
equívoco muy propio de su agudeza y gracia. Y no me admiro. Porque quién no ha
de amar, y ser, no sólo la Dominica in Passione, sino todas las Dominicas del afio:
venerando á una Religión, que es muralla firmísiiua y maestra universal de la Fe,
Fiscal constante en defensa de las católicas verdades contra los herejes; luz de la
Teología eclesiástica y domágtica; fuente de toda buena ciencia moral, que desnu-
da, santa y desasida de todo humano interés, comunica repetidos rayos de ense-
ñanza y doctrinas á las almas? Yo confieso que abstrayendo que Santo Domingo,
aquel apóstol de España, fué Prebendado de la Santa Iglesia de Osma, que estoy
indignamente sirviendo; sólo por lo que le parecen sus hijos al Santo, deben ser
amados, imitados y reverenciados". No se puede dudar que Santa Teresa de Jesús
-439-
creer lo que le debo. Es extremo la gracia que me muestra. Yo le digo que
le quedo bien obligada, aunque se acabe su oficio. >
En vista de lo expuesto nada extraño es que el Sr. La Fuente llame
á este V. P. ángel de paz en tan crítica ocasión. El citado historiador
hablando de él dice así: (1) «Felipe II, siempre devoto á la Santa, siempre
padre de su reforma, señaló al Nuncio Sega cuatro asistentes para exami-
nar imparcialmente y decidir con rectitud las causas de la Descalcez. Los
asistentes le informaron bien: ampararon la virtud, y 1." de Abril de este
año de 79 eligieron por Vicario General de la Reforma al P. Fr. Ángel de
Salazar que fué el ángel de paz en aquella ocasión- .
No necesitamos hacer comentario alguno después de tales documentos,
para hacer resaltar lo que sólo con este nombramiento debió la Descalcez
á los asistentes, en especial á los Dominicos de quienes la Santa Madre
tanto esperaba y en quienes había depositado toda su confianza.
Durante el tiempo que tuvieron las sesiones de los asistentes con el
Nuncio, acaeció un suceso misterioso que el limo. Sr. Yepes escribiendo
á Fr. Luis de León refiere por las siguientes palabras.
«Diré aquí una cosa notable que supe del P. Fr. Nicolás de Jesús
María, provincial que ahora es de la Orden de los Descalzos, hombre muy
grave, letrado y santo; y contarla hé, porque le tengo tan modesto y reca-
tado en estas cosas, que no las dirá por ser tan en su favor y no es justo
que se callen. Cuando se trataba en Madrid con tantas fuerzas como está
dicho de deshacer esta sagrada religión; estaban algunos frailes Descalzos
en su defensa, entre los cuales era uno el sobredicho Fr. Nicolás, de na-
ción genuvés.
» Mandó el Nuncio de su Santidad que todos los Descalzos se fuesen
de la Corte y no quedase sino el R. P. Fr. Nicolás, pareciéndole que así
exaltó á elevación muy grande la gloria de la Religión Dominicana, apropiándose
ella el carácter y nombre de Dominica; mas no la sirvió menos en la ocasión que dio
para que esta religión santísima gozase el elogio grave, veraz y sublísimo que he-
mos trasladado de un Varón tan insigne, de autoridad tan eminente, de virtud tan
famosa, de sabiduría tan robusta y otras partidas y circunstancias relevantes con
que es respetado en la Iglesia católica el V. y Excmo. Prelado D. Juan Palafox>.
(1) La Fuente, tomo 5.", Carta 238, página 123, edición 1881.
— 440 —
se acabarían más presto los negocios, porque le tenían por hombre de poca
maña y que se avendrían mejor con él; es así, que aunque tiene una apa-
riencia de hombre muy llano y fácil, es muy prudente y de mucha indus-
tria y tal que todos juntos no valían tanto como él sólo, y como le tenían
en otra opinión descuidábanse con él y él no perdía punto.
>Verdad es que no bastaran fuerzas humanas, si Dios no guiara los ne-
gocios por su divina disposición. Andando, pues, en estos pleitos, con
poca esperanza de la victoria, el P. Fr. Nicolás que posaba en el Carmen,
iba y venía á Nuestra Señora de Atocha, convento de Dominicos á nego-
ciar con el P. Fr. Pedro Fernández, su Visitador Apostólico que era uno
de los que más favor les daba, porque conocía á los frailes y monjas.
>Saliendo una vez de la villa para ir á hablarle, topó al salir de la calle
de San Jerónimo un perro grande, blanco y con unas manchas negras,
como le suelen pintar á los pies de Santo Domingo, y fuese delante de él
como seis ó siete pasos y de rato en rato volvía la cabeza atrás, como mi-
rando si le seguía, como que le prometía favor, hasta que le puso á la
puerta del P. Visitador, y aunque entonces lo echó de ver, no dijo nada.
Salió otra vez para ir á lo mismo y echó por otra calle, porque no le es-
piasen y entendiesen todos donde iba, y al salir de la calle topó el mismo
perro que le llevó de la manera que el primero.
>E1 P. Fr. Nicolás preguntó al P. Fr. Pedro Fernández si tenía él algún
perro como aquél, y contóle lo que pasaba; él se rió y dijo que no sabía
de tal perro: duró esto de esta manera hasta que los negocios se acabaron
en favor de la Orden, queriendo el santo P. Santo Domingo dar á enten-
der en esto que él era guarda de aquel padre y defensa de su Orden, y
que por medio suyo se guiaban los negocios, cumpliendo la palabra que
había dado en Segovia á la Santa Madre.
* Después de todo esto les fué dada la exención, como ya queda antes
dicho.
* Finalmente, tiene esta Orden gran obligación al Santo P. Domingo,
pues los principios, medios y fines de toda su prosperidad les vino por me-
dio suyo y por las personas de su Orden».
Concluyamos esta materia con las palabras del Año Teresiano que,
ocupándose detenidamente sobre este extraordinario suceso, después de
— 441 -
referirlo del mismo modo que acabamos de hacerlo, añade el dia 30 de
Septiembre:
«El éxito de estas concurrencias al convento de Atocha, fué tan feliz
como le anunciaba la misteriosa aparición de aquel animal; porque el pe-
rro que entró en casa de Tobías, no avisó con más seguridad el arribo y
llegada de su hijo, que la que tuvieron nuestros Carmelitas en conseguir
la estabilidad de la Reforma, cuando se vieron escoltados de un mastín,
que los hizo visible el celestial amparo de Santo Domingo-. Y un poco
más adelante continúa así:
<En el tiempo que se celebraba la junta referida, fué cuando sucedió
la misteriosa aparición del perro blanco y negro de que se hizo mención
en el número nueve marginal de este dia; cuya ocurrencia sirvió de se-
ñal, que hizo demostrable el cuidadoso influjo, que ponía desde el cielo
Santo Domingo de Guzmán para la permanencia de nuestra Descalcez.
Así se logró, como dijo la Santa Fundadora*.
-■*■-
I
CAPITULO XV
Continúa» las sesiones de los asistentes con el ííuncio.-
€1 IP. Graves.
Cuanto se ha dicho acerca del nombramiento del P. Ángel de Salazar
para Vicario General de la Reforma y de los sucesos prósperos que de
aquí se siguieron, no es más que una parte de lo mucho que los asisten-
tes hicieron en las consultas ó sesiones con el Nuncio, las cuales duraron
por espacio de tres meses en la villa y corte de Madrid, ó sea desde
Marzo hasta mediados de Julio. E! gobierno de este Padre no era más
que interino y los asistentes no se contentaban con esto. Como per-
sonas conocedoras de lo que es la vida religiosa, y persuadidos de que
sin gobierno separado no era posible armonizar los espíritus y mante-
ner en ellos una paz duradera, sostenían que la separación permanente
del gobierno de los Calzados era absolutamente necesaria para que la Re-
forma adquiriese vida propia y perpetuidad en esa misma vida. No era de
este parecer el Nuncio, pero los asistentes con prudencia y con santo te-
són se mantuvieron firmes en estas apreciaciones y defendieron la Des-
calcez como cosa de suma utilidad para la Iglesia y para la república.
Acosado el Nuncio por las sólidas razones que de palabra y por escrito
presentaban ante él los dichos cuatro asistentes, cayó en la cuenta de su
yerro y á 15 de Julio presentó á su Majestad el parecer de la junta, pi-
diendo al Rey tomase á su cargo el solicitar del Soberano Pontífice el
breve de separación in perpetuum de la naciente Descalcez del gobierno
de los Calzados. Este informe magistral es digno de ser leído y meditado
^
_444 —
por lo sustancioso que es y porque revela las letras y el espíritu que
adornaban á los asistentes nombrados por Felipe II. Es como sigue:
S. C. R. M.
»Filipo, Obispo de Plasencia, Nuncio Apostólico en estos Reinos de
V. M. digo:
»Que, entendiendo con cuanto cuidado y celo del servicio de Dios,
V. M. procura el bien de las Religiones y su observancia regular, y vien-
do lo mucho que para esto importa que los Religiosos de buenos deseos,
y celos de la observancia de su perfección, sean favorecidos y tengan
Prelados que los animen; con ocasión de remediar los desasosiegos,
bandos y alborotos que han pasado entre los Religiosos Calzados y Des-
calzos en la Orden del Carmen, he hecho diligencias en entender la reli-
gión y modo de proceder que tienen los sobredichos Descalzos para po-
der referir á V. M. lo que conviene acerca de su gobierno, y si es bien
que se les dé provincia á parte, distinta de los mitigados y provincial de
su misma Regla, como ellos pretenden. Para ver lo que esto importa y la
diferencia que hay de los Descalzos á los que no lo son, se ha de advertir,
que la Religión de Nuestra Señora del Carmen comenzó á sus principios
con mucho rigor y penitencia. Después por algunas consideraciones, Eu-
genio IV, de felice recordación, mitigó la Regla de la dicha Orden y per-
mitió que los Religiosos de ella tuviesen dispensación en la abstinencia
perpetua que tenian de no comer carne, y en los ayunos y en otras algu-
nas observancias en estos Reinos de V. M. cerca del año de mil qui-
nientos sesenta y ocho, poco más ó menos. Algunos religiosos de la di-
cha Orden, de buen espíritu y deseos, con licencia de su General que á
la sazón se hallaba en España, comenzaron á fundar en la provincia de
Castilla algunos monasterios de frailes y de monjas, como de Recoletos,
en que se guardase debajo de la obediencia del Provincial de los mitiga-
dos la primitiva Regla de su Orden, con toda la observancia y rigor. Y
asi después los fundadores de los monasterios, como los demás que ad-
mitían á ellos, renunciaban la mitigación: y pasado un año de aprobación
se obligaban y profesaban la primitiva Regla, conforme á la cual hacían
profesión. Y también los seglares que admitían al hábito por preferir
— 445-
esta profesión, con licencia del dicho General y de un Vicario mitigado
que dejó en Castilla, á quien en particular encomendó las Religiosas Des-
calzas. Y después con aprobación de los Visitadores Apostólicos que ha
habido en la dicha Religión han guardado los dichos Religiosos desde el
principio de su fundación ciertas ceremonias de mucha mortificación y de
edificación del pueblo, como es andar descalzos, vestirse de sayal, dormir
sobre una tabla, vivir de su trabajo, tener mucho ejercicio de oración y tam-
bién decir el oficio divino sin punto. Y los Visitadores Apostólicos de la
Orden de Predicadores que ha habido en Castilla y Andalucía, viendo la
mucha religión y observancia de estos Religiosos, han favorecido su fun-
dación de suerte, que en este dia hay veintidós conventos de frailes y
monjas que profesan la primitiva Regla, en los cuales hay casi trescientos
religiosos y cerca de doscientas monjas. Y los conventos que hay en An-
dalucía todos se han fundado debajo de la obediencia del Visitador Apos-
tólico de la Orden de Predicadores, y del Visitador Descalzo que han te-
nido, pero sin licencia del General. Dos ó tres monasterios de frailes que
hay en Castilla y todos los de monjas se han fundado con licencia del
General. Después que cesó la visita de los Religiosos de la Orden de
Predicadores, á todos los Religiosos y Religiosas Descalzos ha gobernado
por Autoridad Apostólica un Religioso Descalzo de su misma profesión y
Regla. De suerte, que después que ha habido algún número de conventos,
nunca se ha gobernado por Provincial de los mitigados, sino es al princi-
pio, y en el poco tiempo que hubo desde que se quitó el poder al último
Visitador Descalzo, hasta que se les nombró Fr. Ángel de Salazar, de los
mitigados, por Vicario General, que ahora los gobierna y tiene como en
encomienda, en el ínterin que se les da Prelado ordinario cual convenga.
Habiendo oído muchas veces á los Religiosos mitigados y Descalzos en si
convenía que fuesen todos de una misma provincia, ó que se hiciesen
provincias distintas, consultadas las razones y causas que para esto hay
una vez y más veces con D. Luis Manrique, Limosnero Mayor de V. M. y
con los MM. Fr. Lorenzo de Villavicencio, Fr. Hernando del Castillo,
Predicadores de V. M. y Fr. Pedro Fernández, Provincial pasado, de la
provincia de Castilla, de la Orden de Predicadores y Visitador que fué
por comisión Apostólica de los Religiosos y Religiosas mitigados y Des-
I
-446-
calzos de la dicha Orden del Carmen en la provincia de Castilla; some-
tiendo nuestro parecer al de V. M. nos pareció, de común acuerdo y con-
sentimiento, que conviene para servicio de Dios y aumento de la obser-
vancia regular, paz y quietud de los Religiosos primitivos y mitigados,
que V. M. pida y suplique á su Santidad que sea servido mandar, que
de todos los Religiosos y Religiosas Descalzas que profesan la primitiva
Regla de la dicha Orden, se haga una provincia distinta de los mitigados,
cuyo distrito sea Castilla y Andalucía. La cual provincia esté sujeta al Ge-
neral de la Orden como las demás, y se gobierne por Provincial Descalzo,
elegido por la dicha provincia, conforme al estilo que en las demás pro-
vincias se eligen los Provinciales en forma canónica, como lo dispone el
Santo Concilio. Y se confirmen las ceremonias santas y religiosas de su
fundación; y las razones son las siguientes, las cuales tuvimos por bien
de registrar aquí, firmadas de nuestros nombres, para que con ellas pue-
da V. M. más segura y más fácilmente persuadir á su Santidad que le
haga esta merced por los fines arriba dichos.
>La primera razón pues, S. C. R. M., que nos movió, es que los Reli-
giosos Descalzos profesan la primera Regla confirmada por muchos Pon-
tífices, y autorizada por muchos Santos que la han guardado, y pretenden
restituir á sus principios la observancia de dicha Orden con autoridad de-
bida, poniendo en ejecución el antiguo rigor de la Orden, y el continuo
ejercicio de la oración y comunicación con Dios, que los Padres antiguos
imitadores de Elias tenían. Para conservarse en ésto é ir adelante en sus
buenos propósitos y observancia, tienen necesidad de guía y Prelado que
in Spiritu et viriute Elioe los gobierne: para que con su vida y ejemplo
aliente las plantas nuevas, y vaya siempre adelante en todo como capitán
y maestro de toda virtud y observancia: y asimismo á los discípulos ani-
me y provoque, ut emiilentur scmpcr charisniata meliora. Es la Religión
disciplina, que el maestro de ella ha de ser obras, poniendo en ejecución
todo lo que manda. Es el Prelado cabeza, que ha de influir en los miem-
bros, para lo cual tiene necesidad de más virtud y observancia que ellos.
Su movimiento en ésto ha de ser más veloz y eficaz para que lleve tras sí
los demás como primer móvil. Y es necesario que el Prelado haga ventaja
á los subditos como la hace el maestro al discípulo y e! pastor á las ove-
-447-
jas: que es comparación de San Gregorio. Siendo esto así, cómo puede
ser Provincial mitigado, Prelado de los Religiosos de la primitiva Regla,
pues es inferior en la observancia y obligación de ella? Y con qué ejem-
plo podrá aficionar é inducir á sus subditos al rigor y perseverancia en la
primitiva Regla el Prelado que la ha desamparado y huido de ella? Deser-
tores militioe indignos son de las preeminencias de que gozan los perse-
verantes en ella.
» Parte muy necesaria es para el gobierno espiritual que el Prelado tenga
mucho amor á los subditos y afición á su observancia y profesión y estilo
de proceder. Esto es lo que San Pablo pide á un Prelado, como advierte
un Doctor grave, cuando dice que ha de ser benigno. Magna enim pars
Proelati est esse bonorum amaiorem, magna enim felicitas siibditorum bo-
norum amari ab eo qui prcesidet: nam quasi pullulantes germinant boni, ubi
amantar. Este amor señal es de benignidad y afición. Donde hay diver-
sidad de observaciones y diversa razón y obligación, como entre los Reli-
giosos mitigados y Descalzos, con dificultad se hallan. Y bien lo declara
la inquietud y poco sosiego que se ha visto en los pocos dias que los
Provinciales mitigados gobiernan los Descalzos, y los diversos intentos
que llevan los unos y los otros, y el poco gusto que los mitigados tienen
de la observancia y estilo de proceder de los Descalzos. No es tan sabrosa
la virtud á los principiantes é imperfectos, que no tengan muy gran nece-
sidad de ser ayudados y acariciados de sus Prelados, y favorecidos de
sus buenos intentos y alabados de sus buenos deseos, y con ejemplos
alentados. Lo cual el Prelado mitigado que no profesa la primitiva Regla
podrá mal hacer. También es de grande importancia que los subditos
amen á sus Prelados. Para esto ninguna cosa más ayuda que verle se-
mejante á si en la obligación y observancia, y participante de sus traba-
jos. Laboriim societas (dice un autor) et periculorum communio rectoribus
subditos amare devincit, et ad obediendum acriter impelid . El Hijo de Dios,
Buen Pastor y Prelado para que le amásemos y siguiésemos se hizo se-
mejante á nosotros, haciendo primero y después enseñando. Si los Reli-
giosos Descalzos fuesen de una misma provincia que los Calzados, y se
comunicasen con ellos debajo de la obediencia de un mismo Provincial,
como tienen diversa observancia los unos que los otros, no podrían hacer
I
-448-
unidad; porque cada uno querría abonar su modo y estilo de proceder: y
así se causaría diversidad y de ella disensión y poca paz. Y como la flo-
jedad se pega más fácilmente que la virtud, habiendo comunicación
correría gran peligro á los Descalzos de entibiarse y relajarse su rigor, y
mitigarse ya su buen espíritu con que han comenzado. A lo cual es nece-
sario ocurrir, conforme al consejo del Apóstol que dice: Spi/ifum nólite
exiinguere. Y sí como San Juan Crisóstomo dice: Multorum ordini, unius
nocet disolutio; cuando hubiese muchos de vida relajada, y el Prelado
fuese de ellos, mucho mayor peligro correría de descomponerse los orde-
nados. Moisés tenía por grande inconveniente que en el ejército hubiese
algún soldado cobarde y flojo. Quis inquit, est homo formidolosus, et corde
pavido, vadat, et revertatiir in domum siiam: ne pavere faciat corda fra-
trum moriim. Si la cobardía de un soldado es de tan gran inconveniente
para los demás; cuánto mayor será la de muchos: y siendo capitán el uno
de ellos? Y así con gran razón en esta milicia de la Religión se deben
apartar los Religiosos mitigados de los que tratan de la observancia de la
primitiva Regla, porque no les entibien ni acobarden en la observancia de
ella. Dejasen de decir otros inconvenientes muchos que habría de estar
juntos, los cuales la experiencia ha mostrado y todos cesan con tener
Provincial de por sí.
»Es muy eficaz argumento para prueba de lo dicho la experiencia, y
continuo uso que en las Religiones se ha guardado, que cuando algunos
conventos quieren vivir con más reformación y observancia (y no es con
parecer y acuerdo de los demás que no tienen tanta) siempre los tales
monasterios de más observancia han estado fuera de la obediencia del
Provincial de los demás conventos. En esta Religión de que hablamos
hay ejercicios muy á propósito. Cuando Eugenio IV, concedió la mitiga-
ción y permitió relajación en el rigor antiguo á los conventos que quisie-
ron perseverar en el rigor antiguo de su primera Regla, no les sujetó el
Pontífice al gobierno de los mitigados, como consta de un convento que
hasta hoy persevera en Genova y ha estado mucho tiempo inmediato al
Sumo Pontífice y ahora lo está al General. Parecióle al Sumo Pontífice
que no era justo que los que perseveraban en la observancia de su profe-
sión, y querían guardar el rigor de la primitiva Regla y tenían constancia
-449-
y fidelidad en lo prometido, quedasen sujetos á ios que como flacos é in-
constantes Iiuían la obligación de la primera profesión y viaje. Porque,
qué ejemplo el Religioso mitigado que huyó el rigor de hi primitiva Re-
gla, podía dar para que los demás perseverasen en ella? Muy lejos era de
razón que los que quedaban en superior grado de observancia y vida
más perfecta, fuesen sujetos á los mitigados que declinaban de ella; pues
siempre el Prelado por la perfeccicMi de su observancia lia de ser como
ciudad sobre el monte, y vela puesta sobre el candelero. Y si' con tanta
razón en aquel tiempo los primitivos quedaron exentos del gobierno de
los mitigados, cuando es de creer que los primitivos estaban en alguna
quiebra de la observancia, pues que los más fueron de parecer que se
mitigasen, y los mitigados es de creer que eran más observantes por estar
más cerca de su primer instituto: con mucha más razón ahora deben estar
los primitivos exentos del gobierno del Provincial de los mitigados; ha-
biendo los mitigados declinado más de su primer principio, y los descal-
zos por comenzar ahora con calor y espíritu de reducción á su primer
principio, están con más observancia en su Regla. Por esta consideraci )n
algunos conventos de esta misma Religión que en el contorno de Man-
tua viven con más observancia en su Regla mitigada que en las demás,
tienen Prelados de su observancia y no están sujetos al Provincial de la
provincia. Y esto mismo se ha hecho en todas las Religiones. En la anti-
quísima y muy religiosa Orden de San Benito se hizo primero en tiempo
de los Cistercienses, y después cuando se apartó la Congregación de
Santa Justina de Padua. Y en la Religión de San Francisco, los Religiosos
Descalzos y Capuchinos tienen distintas provincias de las demás; y así se
ha hecho siempre en las demás Religiones, haciendo Vicarios y Congrega-
ciones con Prelados particulares. Pu'js esto mismo que ahora se ha hecho
en esta Religión y las demás, es lo que ahora se afirma que conviene hacer-
se con los Descalzos, señalándoles provincia y Provincial electo de ellos,
que los conserve en su rigor y observancia, siendo él el primero en ella.
ítem los Religiosos Descalzos que ahora hay en este Reino, casi todos
se han fundado y gobernado debajo del amparo de los Visitadores Apos-
tólicos que ha habido. Los cuales, viendo su buen espíritu y religión, y
que no podían perseverar en ella estando sujetos á los mitigados, los tu-
2»
- 450 -
vieron bajo de su protección, y acabadas sus comisiones, el Nuncio Apos-
tólico, que á la sazón era, señaló un Religioso Descalzo debajo de cuya
obediencia han estado exentos de los Provinciales mitigados: y han vivi-
do con mucha religión y edificación del pueblo. Y asi en darles ahora
provincia y Provincial de su observancia, no parece que se hace novedad
alguna, sino sólo dar asiento y darles Prelado ordinario, tan necesario
para su gobierno y observancia, el cual Prelado ordinario no han tenido
hasta aqui,'sino por comisión. Y de no hacer esto ningún inconveniente se
sigue que sea de consideración, ni de parte del Instituto que profesan,
porque es aprobado por Iglesia; ni de su General, ni de los Religiosos
mitigados, ni de otro cabo alguno. Y de hacerse, se siguen- los inconve-
nientes arriba señalados, y otros muchos que no se dicen y se han enten-
dido muy particularmente en esta junta.
>Por estas razones y otras el Santo Concilio Tridentino, dispuso que
los Prelados de los Religiosos profesen la misma Regla que los subditos.
Para lo cual parece precisamente necesario que el Provincial de los Reli-
giosos primitivos, haya profesado la Regla primitiva, como la profesan los
subditos para que esté obligado por voto, y por la razón del estado á las
mismas observancias que ellos y haya toda unidad de obligación y ob-
servancia entre las cabezas y las demás partes del cuerpo, y entre el Pre-
lado y subditos. Todas las razones dichas tienen su fuerza y lugar en caso
que los Religiosos mitigados guarden su Regla mitigada con la observan-
cia que ella pide: y muy mayor la tendrá en caso que no la guardasen ni
viviesen en la reformación que conviene conforme á ella; porque sería
entonces muy más manifiesto y claro el inconveniente grande que habría
de estar sujetos los Religiosos Descalzos á los Religiosos mitigados, pues
es cosa sin duda que los Prelados que no dan la cuenta que conviene de
sus casas, mucho menos la darán de las que no miran como tan propias,
y su gobierno requiere mayor cuidado y atención. Argumento es éste
que hace el Apóstol, poniendo las condiciones de un buen Prelado. Y
entre otras cosas dice que sea hombre que haya dado buena cuenta y ra-
zón del gobierno de su casa: porque si en éste falta, no hay esperanza
que le tendrá bueno en la casa de Dios. Si quis, inqiiit, donuii siice bene
prceesse nescit, quomodo Ecclesice Dei diligentiam habcbit? No puede dejar
-451 -
de ser grande disfavor de la virtud y grande escándalo á los que la pre-
tenden, ver que se da prelacia y magisterio de vida religiosa y reformada
á quien no ha dado la cuenta que conviene en la vida mitigada. Y á los
que tratan de reformación y vida rigurosa, los sujeten á quien no la ha
aprendido y menos la sabrá enseñar. Por gran desorden pone el Sabio
que el siervo mande y el Príncipe esté sujeto: y que el esclavo ande á
caballo y el Señor á pie por el suelo. También lo es, que los que viven
vida más floja y relajada, y tienen necesidad de quien los guie y enseñen
la observancia, sean superiores á los que la guardan con todo rigor y pro-
fesan vida más aventajada. No ha de ser el discípulo sobre el maestro, ni
el siervo más que el Señor.
»Filipo, Obispo de Plasencia, Nuncio de su Santidad. Don Luis Manri-
que, Fr. Fernando del Castillo, Fr. Lorenzo de Villavicencio, Fr. Pedro
Fernández. Fué acordado todo lo sobredicho en Madrid á quince de Julio
de mil quinientos setenta y nueve años, ante mí el Notario infrascrito. Ita
est. Lorenzo Bautista, Notario Apostólico.-
No es necesario hacer resaltar la grande importancia de este informe
que á todas luces es un trabajo magistral y que revela en sus autores un
exactísimo conocimiento de lo que es y debe ser la vida religiosa, y de
las dotes de que debe estar adornado el que haya de ser jefe y director de
esta espiritual milicia. Como se ve, la idea capital, ó mejor dicho, el pen-
samiento único que en él se contiene, se reduce á que su Majestad, el gran
Felipe II suplique á su Santidad que todos los Descalzos y Descalzas
formen una provincia separada de los Calzados y se gobiernen por pro-
vincial reformado y elegido por los mismos; y la causa porque conviene
así: primero, porque deben tener prelados que con el buen ejemplo y ob-
servancia enseñen, lo que si fuera prelado mitigado no se verificaría; se-
gundo, porque no puede haber amor entre los que no profesan lo mismo,
ni instrucción necesaria; tercero, porque si unos con otros se mezclan,
más se pegará la anchura que la estrechez; cuarto, no podría haber uni-
dad entre "unos y otros con diferentes usos, etc., ni más etc.; quinto, la
experiencia enseña que asi conviene (1).
(1) La Mujer Grande, dia 9 de Noviembre, página 'M3.
i
-452-
Este mismo era el pensamiento constante de la gran Teresa de Jesús
que en su alta penetración y claro ingenio comprendió desde luego que
aquí estaba el remedio de tantas tribulaciones y contradicciones como su-
fría su Reforma; por eso no hay cosa que tanto repita en sus cartas, y
por la que tanto suspire. Así, escribiendo al P. Salazar de la Com-
pañía de Jesús, su grande y antiguo amigo le decía (1): Encomiéndelo
vuestra merced á Dios, por caridad, que hasta estar apartada provincia,
nunca creo hemos de acabar con desasosiegos. Esto estorba el demonio
cuanto puede». «Sino es que Dios nos hiciese merced de hacer provincia,
que sino, no sé en qué ha de parar», escribía á D. Teutonio (2).
En una instrucción que dio la Santa para negociar con el General la se-
paración de provincia decía (3): «Lo segundo, que pues ahora ya ha aca-
bado el Visitador Apostólico y están inmediatos esos monasterios de Des-
calzas á su Señoría, que señale prelados á quien acudir, así para visitas,
como para otras cosas muchas, que se ofrecen, que sea de los Descalzos
de la primera Regla, y no las mande ser gobernadas de los de la mitigada,
asi por ser muy diferente la manera del proceder de el que llevan ellas en
muchas cosas (que es imposible quien no vive así poder entender y re-
mediar las faltas que hay), como porque su Señoría sabe, cuan mal les ha
ido con su gobierno; y cuando fuere servido le podrán informar de cuan
mal lo iba haciendo á quien su Señoría lo encomendó á la postre, con es-
cogerle ellas por el mejor; y esto no será quizá falta suya, sino no tener
la experiencia, como tengo dicho; y esto hace gran daño. Y sin esto, en-
trambos Visitadores Apostólicos tienen hechas actas y con precepto, para
que estén sujetas á su Señoría y á quien él mandare, con que sea de la
primitiva Regla; digo de los Descalzos, visto el daño que hacía lo contra-
rio*. Al P. Gracián le decía (4): <Y vuestra paternidad trate de la provin-
cia por todas las vías que pudiere y con las condiciones que quisieren;
porque en esto está todo; y aún lo de la Reforma»... y le repetía en la
(1) La Fuente, edición de 1781, Carla 175.
(2) La Fuente, edición del 81, Carta 182.
(3) La Fuente, edición 81, Carta 206.
(4) La Fuente, edición 81, Carta 208.
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Carta siguiente: De todas las maneras posibles, ó como se quisie-
se, con cualquier condiciones procure vuestra paternidad lo de la pro-
vincia, que, aunque no faltarán otros trabajos, es gran cosa estar ya en
seguridad.
«Como no está hecha provincia por sí, son tantas las molestias y tra-
bíijos que se tienen con los del Paño, que no se puede escribir» (1).
A su sobrina María Bautista, priora de Valladolid le decía: *E1 Padre
Kr. Pedro Fernández pone mucho en que hasta que no tengamos provin-
cia, no se funde monasterio, aunque dé licencia y da buenas razones:
ahora me lo escribieron; porque como el Nuncio está tan vidriado y hay
quien le parle, podríanos venir daño: pensarse ha todo bien» (2) -En lo
de provincia es lo que se ha mucho de poner* decía á su amigo y devoto
Roque de Huerta (3). Finalmente, y para no molestar con más citas, Santa
Teresa consideró de tal importancia este punto que se atrevió á escribir
al Rey pidiendo esta separación. La Carta dice así (4): Jesús. La gracia
del Espíritu Santo sea siempre con vuestra Majestad. Estando con harta
pena en encomendar á nuestro Señor las cosas de esta Sagrada Orden de
nuestra Señora, y mirando la gran necesidad que tiene, que estos princi-
pios que Dios ha comenzado en ella, no se caigan, se me ofreció que el
medio mejor para nuestro remedio es, que vuestra Majestad entienda en
qué consiste estar del todo la firmeza de este edificio. Yo há cuarenta
años que vivo en esta Orden, y miradas todas las cosas conozco ciara-
mente, que si no se hace Provincial á parte de Descalzos y con brevedad
que se hace mucho daño, y tengo por imposible que pueda ir adelante.
Como esto está en manos de vuestra Majestad, y yo veo que la Virgen
nuestra Señora le ha querido tomar por amparo, para el remedio de su
Orden, heme atrevido á hacer esto, para suplicar á vuestra Majestad por
amor de Nuestro Señor y de su gloriosa Madre. Vuestra Majestad mande
que se haga; porque al demonio le va tanto en estorbárselo, que no pon-
(1) La Fuente, edición 81, Carta 214.
(2) La Fuente, edición 81, Carta 242.
(3) La Fuente, edición 81, Carta 167.
(4) P. Antonio de San José, tomo 2.", Carta 1 ^
-454-
drá pocos inconvenientes, sin haber ninguno, sino bien de todas maneras. >
Para mejor asegurar el éxito de la tan necesaria y deseada separación
no desaprovecho la prudentísima Virgen la grande influencia que cerca
del catíMico monarca Felipe II gozaba otro célebre Dominico, el M. Cha-
ves, prior que había sido de Santo Tomás de Avila, catedrático de Prima
y M. del sapientísimo Báñez, en la Universidad Salmantina.
De este insigne Dominico escribe así el P. Paulino Alvarez, en su
obra titulada Santa Teresa y el P. Báñez: «El P. M. Fr. Diego de Chaves,
hijo de este convento (San Esteban de Salamanca) hombre integérrimo,
teólogo del Concilio de Trento, enviado por el Rey de España, confesor
del Príncipe D. Carlos, de Doña Isabel, segunda mujer de Felipe II, y por
último de este mismo rey: modelo de confesores de reyes, cuyos intere-
santes episodios en el desempeño de este cargo revelan en él una rectitud
de conciencia y entere/a indomable. Fué muy estimado de Gregorio XIII,
que le escribió un lisonjero Breve el 3 de Abril de 1581. Ganó el corazón
de su augusto penitente para que secundase los esfuerzos de Santa Te-
resa en la separación de los Descalzos: fué varón muy cuerdo, como le
llama la Santa, de alto espíritu y valor. La confesó algún tiempo».
El autor de una Memoria premiada en certamen literario, de que ya se
ha hecho mención en otro lugar, en el párrafo VI, ocupándose de los Pa-
dres Fr. Diego.de Chaves y Fr. Fernando del Castillo, Fr. Pedro Fernán-
dez y Fr. Juan de las Cuevas, que protegieron á la seráfica Madre en se-
paración de Descalzos y mitigados, dice así: < Con grandes ansias deseaba
Santa Teresa esa separación desde que alcanzó la anhelada Reforma de su
Orden; y con razón la deseaba y oraba ferviente á Dios para que se reali-
zara algún día. ¿Cómo habían de recibir luz y norma de vida los Carme-
litas austeros del trato y compañía de los mitigados? ¿Podrían acaso éstos
gobernar á aquéllos, teniendo un espíritu diferente y no viviendo sujetos
á las mismas constituciones y á las mismas leyes? ¿Dónde buscar el con-
cierto y la armonía en esa fusión y juntura de religiosos faltos de unidad
de pensamiento y de acción en la manera de entender y practicar las le-
yes del respectivo Instituto? Y si se destierra de los claustros ese con-
cierto y armonía, que resultan precisamente de! ajuste y conformidad en
ideas y sentimientos; ¿qué vendrán á ser los conventos, esos paraísos
- 455 -
tc'iiestrcs y antesalas del cielo, sino moradas de perdición y templos del
demonio?
«Y Teresa que de todo eso tenía un conocimiento claro y exacto, no se
permitía la más leve holganza en procurar por todos los medios posibles
esa tan anhelada separación, que exigían, si bien se mira, todas las leyes
divinas y humanas. Pero, ¿quién auxiliará á la Santa en esa empresa se-
paratista, la cual, si se malograba, enteca y deslucida quedara la obra de
la Reforma?... ¿Quién? El fraile Dominico, constante siempre en proteger
todas las obras Teresianas. A él acude la Santa en demanda de socorro y
ayuda y no queda defraudada en sus esperanzas.
»Florecía entonces un religioso Dominica de alto espíritu y valer; con-
fesor de Felipe II y de la Santa Madre y maestro de confesores de los
Reyes, Fr. Diego de Chaves, cuya personalidad era, eatre cortesanos y
plebeyos grandemente respetada. Ese le pareció muy á propósito á la
Santa para activar el negocio de una manera favorable y segura, y en
efecto, el P. Chaves lo era como el que más.*
■ No sé si sería bueno, escribe Santa Teresa á su amadísimo P. Gra-
dan (1) que vuestra paternidad lo comunicase con el P. M. Chaves... que
es muy cuerdo, y haciendo caso de su favor quizá lo alcanzaría con el
Rey: y con cartas suyas sobre esto habían de ir los mismos frailes á Roma
(lo que está tratado), que en ninguna manera querría se dejase de ir; por-
que, como dice el Doctor Rueda, es el camino y medio recto el del Papa
ó General*. Tenía, pues, la Santa grande confianza en este celoso é influ-
yente Dominico, cuando de una manera tan encomiástica y lisonjera para
dicho religioso, hablaba al P. Gracián.
Comentando estas palabras de la Santa el venerable Palafox, escribe
de esta manera: En el número segundo oírece la Santa prudentes medios
para que se hiciese la provincia de Descalzos; porque hacerla para que no
durase, era más desacreditarla que formarla.
- Funda l:i Santa todo el acierto de esta materia en ganar al Rey y al
Papa. ¡Qué seguro y eterno quería que fuese el edificio fundado sobre dos
piedras tan sólidas como la potestad espiritual y temporal! Y así le suce-
(1) Tomo 1.", Carta 22.
— 456 —
dio todo: porque el Rey lo pidió y el Papa lo bendijo y confirmó con que
se perfeccionó la reforma.
>E1 P. M. Chaves, que nombra en este número, debía ser aquel gran
yarón y maestro de los confesores de los Reyes, Fr. Diego de Chaves, que
lo fué del Sr. Rey Felipe II y de la Santa: Religioso de la Orden sagrada
de Santo Domingo, sujeto de alto espíritu y valor,
»De este esclarecido varón se refiere, que habiendo entendido por di-
versas quejas que habían acudido á él de los negociantes y pretendientes
que cierto gran ministro era áspero é incontratable con ellos, avisó de
ello á su Majestad, encargándole la conciencia para que lo reformase. Y
aunque el Sr. Rey Felipe 11 dio orden de moderarlo, viendo su confesor
que no se enmendaba, enviado á llamar de su Majestad para que le con-
fesase, respondió: Que no podía irle á confesar, pues no se atrevía á ab-
solverle, si no reformaba á este ministro, por ser daño público. Y añadió:
y temo, que no se ha de salvar V. Majestad si no lo remedia. A que res-
pondió aquel prudentísimo y religiosísimo Príncipe con grande gracia y
paciencia: Venid á confesarme, que todo se remediará; y espero que me he
de salvar, pues padezco lo que me escribís y hacéis.
»Y no se acabó aquí el valor de este grande confesor, ni la cristiandad
y moderación de este esclarecido Príncipe; porque no se quitó esta mate-
ria hasta que obligó á su Majestad, y su Majestad al ministro que hiciese
una obligación firmada de enmendarse en la condición. La cual envió este
ministro á su Majestad, y su Majestad la entregó á su confesor que la
guardó para en caso que no se enmendase, fuese reformado del todo.
»A este santo Religioso llama Santa Teresa muy cuerdo, y de él se
vale para alcanzar del Rey la carta para su Santidad, en orden á dividir de
la observancia los Descalzos; y no es de omitir la cortesanía con que la
Santa le advierte: Que haciendo caso de su favor, lo alcanzará esto del Rey.^-
En otra carta que la Santa escribía á su devoto Roque Huerta, le de-
cía (1): -Jesús. La gracia del Espíritu Santo sea con vuestra merced. Aquí
va una carta para el P. M. Chaves. En ella le digo que vuestra merced le
dirá en el estado en que están los negocios. Procure coyuntura para ha-
(1) La Fuente, carta 219, edición 81 .
— 457 -
bkirlc y dárselas, y di<fale vuestra merced cuino nos paran esos benditos.
Creo será de algún efecto esii carta, porque le suplico mucho hable á el
Rey y le diga algunos de los daños que nos han venido á nosotras cuan-
do les estábamos sujetas >.
Concluye esta materia el autor de la citada Memoria y dice: Secun-
daron la acción de este Dominico, los PP. Fr. Hernando del Castillo, pre-
dicador y consejero intimo de Felipe II, el ya citado Fr. Pedro Fernández,
Visitador Apostólico, nombrado por Pío V, ya en unión con el Sr. Sega,
obispo de Plasencia y Nuncio en Madrid, ya separadamente, en especial
el P. Fernández, que desde el convento de Atocha era el alma y vida de
esta empresa. No pudo, empero, verla coronada con el feliz suceso que
tuvo después: feneció el celosísimo Visitador, perenne arrimo de Santa
Teresa; mas otro Dominico de tan largo aliento como él, surgió en la per-
sona del benemérito P. Fr. Juan de las Cuevas, quien llevó á cabo la se-
paración deseada, á raíz de la fundación de San José de Nuestra Señora
de la Calle en Palencia, auxiliado también por otro Dominico, el P. Fray
Jerónimo Almonacid, egregio comentarista y lumbrera de la Universidad
de Alcalá-.
Más adelante nos ocuparemos del V. P. Cuevas y del Capítulo de Se-
paración que presidió como Delegado de la Santa Sede. Entre tanto obsér-
vese la gran verdad que encierran las palabras, en otro lugar citadas, del
autor de la Reforma, cuando dice: «que siempre estuvieron al amparo de
San Teresa los hijos del Patriarca Santo Domingo-' y de las no menos
significativas del limo. Sr. Yepes, al decir: que todas las cosas graves
que han sucedido á la Reforma, les han venido por mano de los Religiosos
de la Orden de Santo Domingo -.
Resulta de lo dicho que los reverendísimos PP. Hernando del Casti-
llo y Pedro Fernández estuvieron trabajando por espacio de tres meses en
las consultas y juntas con Monseñor Sega, á fin de presentar al Rey su in-
forme decisivo, pidiendo la separación de provincia, en especial el célebre
Padre Pedro Fernández que era, como dice muy bien el autor de la citada
Memoria <el alma de aquellas tan importantes sesiones^.
A los trabajos de los dos anteriores Dominicos, añádanse los del
gravísimo P. Chaves, ganando con sus indicaciones y consejos el cora-
- 458 -
zón de su penitente, el prudentísimo y sin igual Felipe II, en favor de la
separación, y sin extremar las cosas podremos lógicamente concluir que
la grande empresa de Santa Teresa llegó á consolidarse, debido muy
principalmente á los esfuerzos de los Dominicos, en especial del P. Pedro
Fernández, que miraba como propios todos los negocios de la Santa, la cual
tenía depositada en él tal confianza que, al saber entraba de consultor en
las juntas, daba el asunto por felizmente terminado.
Para terminar este ya largo capítulo, séanos permitida una observa-
ción, de cuya exactitud estamos dispuestos á responder. Es la siguiente:
de ninguna corporación religiosa recibió Santa Teresa, al llevar á cabo su
grande empresa de la Reforma, tan valiosa asistencia como de la de Santo
Domingo; siendo además esta Orden la única, de parte de la cual no tuvo
la Santa Reformadora que experimentar contradicciones ni dificultades en
su empresa (1).
(1) Al estampar esta afirmación no pretendemos negar que haya liaDido aca-
so algún Dominico que, después de la muerte de la Santa, no se haya mostrado
del todo conforme con los esciit s de la misma antes que recibieran la sanción de
la Iglesia. Sobre este punto hablarenujs más extensamente en otra parte.
C A FITU LO XV I
Decreto de separación.-GI Cardenal Dominico, Blancis.-Cos IPIP. lPe=
dro Fernández y pan de las Guevas.-Otros Dominicos.
Veamos ahora el efecto que causaron en el ánimo del Rey el informe
de los Asistentes, la recomendaci(3n del P. Chaves y la carta de Santa Te-
resa. Como puede fácilmente comprenderse, el Rey Felipe II no sólo se
conformó con el parecer de la Santa y el de los Asistentes, sino que se
alegró de poder intervenir con el prestigio de su autoridad en la corte ro-
mana para la negociación del Breve de separación. Desde luego se vio
también la necesidad de enviar á Roma personas que la procurasen y en-
tonces la Santa Madre con quien todas estas cosas se consultaban, desig-
nó á los PP. Fr. Juan de Jesús, prior de Mancera y como compañero al
P. Fr. Diego de la Trinidad, prior de Pastrana. Todo esto se hacia con
mucho secreto, y surgían algunas dificultades que era preciso vencer, para
lo cual fué necesario consultar, dice la Crónica «á hombres gravísimos, en
especial de la Orden de Santo Domingo que estaban en el secreto, y ase-
guraron la conciencia en todos estos negocios. Salieron, pues, para R(jma
dejando antes el hábito de Descalzos, y vestidos de seglares para burlar asi
las pesquisas de los Calzados que se oponían á la separación. Entre tanto
el Rey escribió á su embajador en Roma, á los cardenales y también al
Papa Gregorio XIII. Llegados á Roma los PP. Juan y Diego de la Trini-
dad se presentaron al embajador, declarándole quiénes eran, y lo mismo hi-
cieron al canónigo Montoya, agente de la Inquisición. Este les presentó á
L
— 460 —
los cardenales Morrón, Perrera y á Fr. Arcángelo de Blancis, obispo Tia-
no, fraile dominico, muy pío y amigo de toda reformación. Díjoles el ca-
nónigo A-lontoya cómo aquellos sujetos habían llegado de España «para
ayudar á los frailes Carmelitas Descalzos, hijos de la Madre Teresa de Je-
sús, favorecidos del reino y del Rey por su mucha virtud y religión; pero
oprimidos de los PP. Observantes que los pretendían extinguir. Que
para salir de esta opresión ningún medio se había hallado en Madrid más
oportuno que la separación de provincia con provincial propio; á lo cual
ayudaba el Rey, cuyos recaudos presto se esperaban. Recibieron muy
bien la propuesta los señores Cardenales, y en especial Tiano, que como
Religioso ejercitado, luego penetró la importancia; y agradeció mucho á
Jerónimo de Vega que se hubiese encargado de tan piadosa causa... ^ (1.)
Entre los demás Cardenales se recibió, también con aplauso, la carta
del Nuncio de Madrid, el memorial de los Asistentes y la petición del Rey
católico; y celebrado consistorio, hallándose presente su Santidad y los
Cardenales, después de haberse ventilado por las partes, y hablado eficací-
simamente en favor de los Descalzos el Cardenal Mafeo, presidente y Mon-
talto no con menor ponderación, á quien siguieron los demás, quedó el
Pontífice tan enterado de la verdad, tan satisfecho del celo del Rey, tan
consolado de que en su tiempo se diese principio á una Reforma á quien
tantas profecías, tantos cuidados de Dios, tantos desvelos de personas gra-
vísimas, tantas ansias de la catolicísima España favorecían, que concedió
todo lo que por parte de los procuradores Descalzos se pedia: esto es, que
hiciesen provincia á parte con provincial reformado que los gobernase. En
esta conformidad se despachó el Breve (2) á 22 de Junio del año presente
de 1580, noveno del pontificado del Santísimo Papa Gregorio.»
De esta auténtica y compendiada relación, aparece que los Dominicos,
quienes sobre todos los demás fueron consultados, aprobaron la ida de los
comisionados; que el fraile Dominico Tiano, y Cardenal de la Santa Igle-
sia ayudó á éstos en Roma. < Recibieron muy bien, repitamos las palabras
de la Crónica, la propuesta los señores Caí denales y en especial Tiano, que
(1) Crónica, libro 5.", capítulo 1.
(2) Crónica, libro 5.°, capítulo II.
— 461 -
como Religioso ejercitado, luego penetró la importancia . Por otra parte, el
memorial ó informe de los asistentes, como tan sólido y bien razonado llevó
el convencimiento á los miembros del Sagrado Consistorio que expidió en
vista de todo, el Decreto de separación. De todo lo cual aparece, un vez
más, que los hijos de Santo Domingo siempre estuvieron al lado de San-
ta Teresa y su Reforma, amparándola y protegiéndola como muy bien ha
dicho en otra parte la Crónica Carmelitana.
Mientras los comisionados negociaron en Roma el Decreto de separa-
ción la Santa Madre fundó en Falencia (1) su convento de Descalzas, obe-
deciendo al M. R. P. Fr. Ángel Salazar, Vicario general interino de toda
la Descalcez y á petición del gran protector de la Reforma, el limo, señor
D. Alvaro de Mendoza, entonces Obispo de Falencia, y antes de Avila,
cuando la fundación de San José en que tanta parte tuvo, y donde tanto
favoreció á la Santa Madre Teresa de Jesús.
Luego que se firmó en Roma el Breve de separación y después de
despedirse del Papa y de los Cardenales, volvieron para España los comi-
sionados, llegando á Toledo el 26 de Septiembre de 1580.
(1) Mucho se debe al P. Ripalda de la Compañía de Jesús con respecto á la fun-
dación de Falencia; pues hallándose la Santa, desanimada: «El (escribe la Santa),
comenzóme á animar mucho, y díjome, que de vieja tenia ya esta cobardia: mas
bien veía yo que no era eso, que más vieja soy ahora y no la tengo; y aun él tam-
bién lo debía entender, sino para reñirme, que no pensase era cosa de Dios.»
No sólo en esta fundación de Falencia ayudaron á la Santa los Jesuítas, sino en
otras varias.
El F. Faulo Hernández, de la Compañía, tuvo gran parte, y Santa Teresa le de-
bió mucho en la fundación de Toledo. Era sujeto de mucha gravedad y aplomo, y por
ese unitivo la Santa siempre jovial y graciosa le aplicó alguna vez el pseudóiiiinn de El
Padre Eteino.
También la ayudó en esta misma fundación un fraile Franciscano muy santo, como
la Santa le llama. «Algunos días antes había venido á aquel lugar (á Toledo) un fraile
Francisco, llamado Fr. Martín de la Cruz, muy santo>. Este venerable Fadre fué quien
encargó al célebre y simpático Andrada, ayudase cuanto le fuese posible á la Madre
Teresa de Jesús; como en realidad lo hizo, contra todo lo que humanamente podía es-
perarse, atendida su pobreza. Sucedió aquí lo que con frecuencia acaece, que es elegir
Dios, ca quae non sunt, ul cu quac sunt destrueret.'
- 462 -
-Desde allí dieron noticia del resultado de sus gestiones á la Santa Ma-
dre Teresa que se hallaba en Valladolid, y á los Padres graves. Día felicísi-
mo fué aquel para monjas y frailes, y como tal lo celebraron con todas las
demostraciones que la devoción pedia y permitía la modestia. Contribu-
yó á la común alegría entender que los Padres Observantes, desde que
supieron la resolución del Sumo Pontífice, así en Italia como en España
cesaron de las antiguas pretensiones, y comenzaron á conocer que á unos
y á otros era provechoso el decreto. Y aprovechó mucho para esto la
suave condición del Reverendísimo, enemigo de litigios, y la prudente del
P. M. Fr. Ángel de Salazar - (1).
Quedaron al cuidado del vice-embajador las tramitaciones, para la ob-
tención del Breve, que, una vez despachado, fué remitido al Rey á 27 de Ju-
nio, y llegó el duplicado á 15 de Agosto á la ciudad de Badajoz, «donde se
hallaba su Majestad dispuesto para entrar en Portugal á tomar posesión de
aquel Reino. Holgóse tanto con él, que lo notaron los ministros por cosa
nueva en aquel corazón, superior á la fortuna ó próspera ó adversa: y vio
en él lograda su santa intención, y dispuesto todo lo que él había adver-
tido. Porque cuanto á lo primero, su Santidad hizo separación de los Des-
calzos en provincia á parte, dejando libres y exentos, así las personas
como los bienes y monasterios de frailes y monjas de cualquier jurisdic-
ción, visita, corrección y superioridad de los Provinciales, Priores y de
otros cualesquier Prelados y superiores de la profesión mitigada. ítem, que
para su gobierno pudiesen elegir Provincial de su misma profesión, en ca-
pítulo congregado de los mismos Descalzos para este efecto. El cual des-
de luego gobernase sin impedimento alguno, con tal que pida confirma-
ción lo más presto que le sea posible al general de su elección; y que la
tal provincia separada quedase debajo de la obediencia del general de toda
la Orden (2) con esta limitación: que sólo él por su misma persona, ó por
medio de algún Religioso idóneo de los mismos Descalzos, pudiese visi-
tarlos y corregirlos, según su regla primitiva, y según las Constituciones
(1) Crónica, libro 5.", capítulo VIII.
(2) Poco después tuvieron y tienen los Descalzos, general distinto de los Cal-
zados.
-463-
que para su mayor observancia se hubieren heciio. ó hicieren. Y porque
fuera de grande turbación del gobierno si el genera! pudiese sacar de la
provincia de los descalzos para las suyas los religiosos que quisiese; se
le mandó que dejado cualquier pretexto, no pudiese hacerlo. Y atendiendo
á la obediencia que los subditos deben á los Prelados, se manda á los
Descalzos, que queriendo entrar en sus conventos el general, le recibiesen
con toda humildad y sumisión.
• ítem, para llenar la potestad del Provincial Descalzo, se le da cum-
plida para regir, gobernar, visitar, corregir, castigar y congregar capí-
tulo Provincial cuando fuere necesario: y para que puedan juntamente con
los capítulos elegir personas convenientes, hacer estatutos y constitucio-
nes, como no sean contrarias al concilio Tridentino, ni á las constitucio-
nes apostólicas ó regla primitiva de la Orden. Y que precediendo consen-
timiento del capítulo, pueda fundar monasterios de monjas y frailes, sin
esperar nueva licencia de otro alguno. Manda así mismo que los Descal-
zos que hubiesen profesado la regla primitiva no puedan pasarse á otra
por estrecha que sea, excepto la Cartuja. Y que ni por comisión apostóli-
ca, ni por el Nuncio que reside en España, se pueda dar potestad á nin-
gún Religioso de la profesión mitigada para visitar, gobernar ó castigar
frailes ó monjas de la primitiva. Todo lo cual, con otras muchas cosas que
en el dicho Breve se hallan, cometió su Santidad á los Arzobispos de To-
ledo y Sevilla y al Obispo de Palencia en particular, y en general á todos
los Obispos y Arzobispos que fuesen requeridos por los Descalzos, para
que los conservasen en aquellos privilegios.
Con razón la Santa Madre nos dice en el capítulo XXIX de sus Funda-
ciones que, era muy copioso el Breve de que hablamos: «Trájose (dice) por
petición de nuestro católico Rey D. Felipe, de Roma un Breve muy copio-
so para ésto, y su Majestad nos favoreció mucho en extremo, como lo ha-
bía comenzado.
■Mucho gustó al Rey el haber señalado el Pontífice al Arzobispo de
Sevilla, D. Cristóbal de Rojas y Sandoval; porque le constaba del amor que
tenia á la Descalcez, y se prometía muy feliz suceso en la ejecución del
Breve. Pero sucediendo presto su muerte, mandó á sus ministros propu-
siesen á su Santidad al P. Fr. Pedro Fernández, que tanto había cuidado
-464 —
de los Descalzos, Prior que al presente era del convento de San Esteban
de Salamanca, para que presidiese en el capítulo, y encaminase todas las
cosas que se habían de ordenar en él. Escribió también al Cardenal Mafeo
desde Badajoz á 15 de Agosto, agradeciéndole afectuosamente lo que ha-
bía trabajado en la expedición del Breve principal, y pidiéndole continua-
se los buenos oficios en lo restante. Su Santidad tuvo por bien señalar al
P. Fr. Pedro, y el Rey recibió el Breve de esta asignación en Gelbes á
nueve de Octubre de este año. Y el muy ilustre Sr. D. Luis Manrique, su
capellán y limosnero mayor, que en la junta de los asistentes mostró la
devoción que con los Descalzos tenia, escribió luego al P. Gracián, (1) que
(1) He aquí la carta:
«Muy Reverendo Padre mío: el despacho que se esperaba de Roma para la bue-
na ejecución del Breve, que ha días que estaba acá, llegó aquí antes de ayer. Viene
cometido al P. Fr. Pedro Fernández que de acá fué nombrado por su Majestad. El
cual ha de convocar capítulo en el lugar que á él le pareciere, y asistir en él, y á
las Constituciones que se hubieren de hacer. Y porque se entienda que conviene la
brevedad, su Majestad ha mandado que luego se escriba al Nuncio, y se le envié
una copia, para que le conste de lo que su Santidad manda, y diga su parecer en
lo del Breve primero, y del de ahora: que como ha estado malo, aunque se le en-
vió el primero luego como vino, no ha respondido. Ahora responderá á todo, y es
cierto que se habrá contentado. Y su Majestad ha sido servido de mandar que se
dé esta cuenta al señor Nuncio, porque era mucha razón que se hiciese así. Con-
vendrá mucho que V. R. se llegue luego á Salamanca; porque el P. Fr. Pedro Fer-
nández tendrá necesidad de entender algunas cosas, y de platicar lo de las Consti-
tuciones, y procurar tenerlo todo muy á punto, para que no haya ocasión de dila-
ciones en el capítulo: que sentiría mucho su Majestad que por esta causa se ofreciese
algún revés ó dificultad que alargase estos negocios. También vea V. R. si están ya
quitados todos los impedimentos de las sentencias que dio el señor Nuncio, porque
conviene que lo estén, advirtiéndome de ésto, y de cualquier otra cosa que sea
menester. Su Majestad está bueno, y ya ha tres días que se levanta á las tardes de
la cama. Va convaleciendo. Vuestras Reverencias pidan á Nuestro Señor le dé la
salud y vida que todos habemos menester. Y que de su santa mano acabe de com-
poner y asentar estos negocios de Portugal como más convenga á su servicio, y ai
bien espiritual y corporal de estos Reynos, y de toda la cristiandad. Nuestro Señor
guarde en su santo servicio la muy Reverenda persona de V. R. y lo haga muy bien-
aventurado. En Badajoz, once de Octubre^ de mil quinientos y ochenta. Besa las
manos de V. R. su servidor, D. Luis Manrique.»
— 465-
era Prior de Sevilla , dándole instrucciones sobre lo que debía hacer en el
caso: esto es, que se trasladase á Salamanca para hablar al P. Pedro Fer-
nández.
" Partióse luego el P. Gracián de Sevilla para Salamanca, donde halló al
P. Maestro en los últimos días de la vida. Díjole, después de haberse las-
timado de verle asi, la comisión y nombramiento que traía del Sumo Pon-
tífice á petición del Rey para la ejecución del Breve tan favorable que
habla despachado para la separación deseada. Mostró consuelo de ver en
tan buen estado lo que tanto había deseado y trabajado: y añadió dijese
al Rey, que ya estaba de partida para el cielo, que desde allá ayudaría con
sus intercesiones, pues en la tierra no podía ser de provecho. Dentro de
poco acabó su carrera aquel gran celador de toda perfección, con no me-
nos sentimienio de los Descalzos, que de sus mismos Religiosos. Avisó
luego el P. Gracián á D. Luis Manrique, y partióse á Valladolid por visi-
tar á nuestra Santa Madre. Llegó la nueva al Rey á Badajoz, miércoles 26
de Noviembre, cuando pasó á mejor vida Doña Ana de Austria, Reina de
España, á quien el Rey habla querido tiernísimamente. Para consuelo de
tan gran pérdida (tul era el afecto que á los Descalzos tenía), escribió el
mismo dia al Pontífice, avisándole de la muerte de Fr. Pedro Fernández, y
suplicándole señalase para el mismo efecto al P. Fr. Juan de las Cuevas,
también Dominico, y Prior del convento de San Ginés de Talavera. Así
lo tuvo por bien su Santidad, y despachó Breve en el tenor que se le pe-
día. En él da facultad al dicho P. Fr. Juan para que junte capítulo de los
Descalzos, y haga elección de Provincial, presidiendo juntamente con el
electo el capitulo todo el tiempo que durare; y que fenecido expire y aca-
be su jurisdicción. Llegó este Breve á 4 de Enero de 1581 (1.)
(1) Crónica, libro 5.", capitulo VIII.
El Breve á que se refiere el texto es del tenor siguiente:
«i4 nuestro querido hijo el P.Juan de las Cuevas, Prior del monasterio de San (Jinés de
Talavera, en la diócesis de Toledo, de la Orden de Predicadores.
Gregorio XIII, Papa.
•Querido hijo, salud y bendición apostólica. Hace poco tiempo, por justos
motivos, Nos hemos dividido y desmembrado á nuestros queridos hijos los Relijíio-
31)
466 —
Escribiendo Santa Teresa al P. Roca (1), le decía sobre este Breve ó
despacho: «Ya me dio el Arzobispo licencia para fundar en Burgos. En
acabando ésto de aquí si el Señor es servido, se fundará allí, que es muy
lejos para tornar acá desde Madrid, y también temo no dará licencia el Pa-
dre Vicario para ahí, y querría viniese primero nuestro despacho». Añade
el Sr. La Fuente: -El P. Roca debía de querer fuese luego la Santa á ne-
sos Descalzos de la Orden de la gloriosísima Virgen María del Monte Carmelo, que
residen en los reinos de España, y las religiosas de la misma Orden que siguen tam-
bién la misma regla primitiva, con sus casas, conventos, monasterios y otros luga-
res, de las provincias de Religiosos y Religiosas de la misma Orden que observan
la regla mitigada por nuestro predecesor Eugenio IV, de feliz memoria, y se llaman
Mitigados.
»Nos hemos eximido y dispensado á dichos Religiosos Descalzos de toda jurisdic-
ción, visita, corrección y superioridad que los priores provinciales y demás supe-
riores de los Mitigados tenían el derecho de ejercer sobre ellos.
»Con todas las casas, monasterios y todos los demás lugares petenecientes á los
Carmelitas Descalzos, lo mismo las fundaciones ya existentes que las que se hicie-
ren en lo porvenir, así de Religiosos Descalzos como de Religiosas, Nos hemos
erigido y fundado una Provincia á parte, que será dirigida por un Provincial elegido
en el capítulo de dicha provincia, como Nos lo hejnos explicado más extensamen-
te en nuestras precedentes letras dadas para este objeto.
>Y como se nos ha expuesto que urgía proceder cuanto antes á la celebración
de este capítulo provincial y que se trate y delibere en él del estado de toda la Or-
den, de las casas y monasterios de los Religiosos Descalzos de la nueva provincia,
y que se proceda á la elección del Provincial y de los otros superiores, Nos, lleno
de confianza en vuestra prudencia, virtud y experiencia, esperamos de la bondad
del Señor que podréis ser muy útil por vuestros consejos saludables y vues-
tra oportuna ayuda á la institución y el gobierno que reclaman esta provincia y sus
casas. Y queriendo condescender en este punto con los ruegos de nuestro muy
querido hijo en Jesucristo, Felipe, rey católico de España, con la autoridad apostó-
lica y por el tenor de las presentes, Nos os constituímos y deputamos presidente
del capítulo provincial que debe ser celebrado, invistiéndoos de toda autoridad, ju-
risdicción y facultades necesarias para que procedáis prontamente á las elecciones
que se hayan de hacer en ese capitulo, escogiendo sujetos dignos y capaces, según
la forma determinada en nuestras letras precedentes.
«Nos os damos el poder de convocar dicho capítulo en el lugar y tiempo que os
(1) La Fuente, edición 81, carta 320.
— 467-
güciar la de Madrid (1). Como estaba en Pastrana la quería con esta oca-
sión tener nns cerca.»
El M. R. P. Fr. Antonio de San José, exponiendo la carta 230 anterior-
mente, citada escribe hablando sobre los tres Breves: El mismo día, y aca-
so en la misma hora en que lo escribía la Santa, llegó el despacho á ma-
nos del Rey Felipe II, tan grande en el valor como en su piedad. Consi-
parecieren coiivenientes y de llamar á él á aquellos religiosos de dicha provincia
que debatí asistir; mandando á todos y cá cada uno de los Religiosos Descalzos y á
todos los otros á quienes toca, que sin excusa ninguna os reconozcan como presi-
dente de dicho capítulo y que se sometan con todo el respeto, obediencia y humil-
dad á vos y á vuestras saludables prescripciones; que concurran al capítulo pro-
vincial en el tiempo y lugar que les hubiereis indicado.
«Verificada la elección del sobredicho provincial, presidiréis el capítulo con el
provincial elegido y podréis estar presente y dar los consejos y auxilios oportunos
y necesarios para hacer y promulgar las ordenaciones, reformas y estatutos á que
debe proceder el capítulo, si á los dos pareciere conveniente tomar alguna medida
para el buen gobierno de dicha provincia.
«Nos queremos también que inmediatamente después de la celebración y con-
clusión de dicho capítulo provincial, cesen y caduquen la jurisdicción y las faculta-
des que os son concedidas por las presentes letras. Y desde ahora Nos las decla-
ramos, con anticipación, nulas y caducas, para el tiempo que seguirá á la celebra-
ción de dicho capitulo. No obstante las constituciones y ordenaciones>postólicas,
así como los estatutos y las costumbres de dicha Orden, aun cuando hayan sido
confirmados mediante juramento y hayan recibido la sanción apostólica ó cualquier
cftra garantía, y no obstante toda otra cosa contraría.
• Dadas en Roma, en San Pedro bajo el añil lo del Pescador, á 20 de Noviembre
de 1580, año noveno de nuestro pontificado.
Casar Gloricrius.
(1) Y á propósito de la fundación de Madrid conviene hacer constar que, según
otra carta de la misma Santa (la 94. edición de 1881 ) el Prior de los Dominicos de Ato-
cha trabajó por esta fundación y así escribe Santa Teresa á D. Alvaro de Mendoza:
"También me dijo que el P. Prior de Atocha le había escrito, que decía el Nuncio,
que como á su paternidad le pareciese bien que él daba licencia para el monasterio,
ésto no me dijo le escribiese á V. S. Debía ser por pensar lo sabía el Nuncio». El .
Sr. La Fuente comenta esta carta y dice: No se sabe qué negocio era, ó si tiene
relación con el asunto de que trataba el P. Prior de Atocha, que era de fundar con-
vento de Descalzas en Madrid..
L
- 468 -
guió tres Breves para el Capítulo de Separación, el primero agenciado por
el P. Roca, según se ha dicho; le halló en Badajoz á 15 de Agosto del año
ochenta. Señalaba por presidente del Capítulo, entre otros, al Arzobispo de
Sevilla, D. Cristóbal Rojas. Atajóle la muerte su ejecución, y al pío Monar-
ca el gusto que había manifestado de su elección. Volvió á suplicar á su
Santidad, por medio de sus ministros, cometiese la presidencia del Capitu-
lo al P. Fr. Pedro Fernández, sujeto tan de su real satisfacción, como afec-
to á la Santa y á su Orden. Concedió el Papa como se pedía. Recibió el
Rey de este Breve en Gelbes, á 9 de Octubre del mismo año. También
murió este gran Dominico; de modo, que cuando el P. Gracián llegó á Sa-
lamanca á noticiarle la comisión, le halló en los últimos días de su vida, y
á pocos pasó á ía eterna, con el consuelo de ver en tan buen estado los
negocios de su amada Reforma.
^Tercera vez acudió el religioso Monarca á Roma, pidiendo la asigna-
ción de presidente para el deseado capítulo en el P. Fr. Juan de las Cue-
vas, otro Dominico insigne. Concediólo el Pontífice, y este es el despacho
que espera, y expresa aquí la Santa: el cual llegó á 4 de Enero á Elvas ó
Gelvas, donde estaba el Rey, que quiso viniese primero á sus reales ma-
nos, como tan dueño de la acción, que publicará por siglos la gloria in-
mortal de su celo, religión y piedad
Cuando Santa Teresa supo la enfermedad grave del gran Dominico
P. Pedro Fernández escribió á la Madre Priora de Sevilla por conducto
del P. Doria, y le decía (1): «Vuestra reverencia haga encomienden todas
á Dios á el P. Fr. Pedro Fernández, que está muy al cabo: mire que se lo
debemos mucho, y ahora nos hace gran falta... > y añadía el P. Nicolás
Doria: «Oración por nuestros negocios y pedir la vida de Fr. Pedro Fer-
nández, que aunque sería milagro es tan necesaria, y la Virgen lo puede
hacer tan fácilmente, que no desconfía de ello, si ellas que profesan ser
sus hijas, se lo rogaren de veras. >
El Comentador Carmelita con esta ocasión hace un grande elogio de
nuestro venerable Padre y dice: (2). En el número octavo que es de
(1) La Fuente, edición 81, carta 305.
(2) P. Antonio de San José, tomo 3.'\ curta 81.
— 460 -
letra de la Santa, después de las encomiendas á María de San Francisco
que íué Priora en Paterna, á Juana de la Cruz que era madre de la herma-
na Beatriz, y á la Portuguesa, que asi llamaba á la hermana Blanca de
Jesús María, porque lo era de nación, encarga mucho pidan por la salud
del P. Fr. Pedro Fernández, Dominico, y Padre verdadero de nuestra Re-
forma, que como dice, estaba á los últimos de su vida. Siente pues justa-
mente su falta, y en til ocasión más; porque tenía ya la Comisión del
Papa con el encargo del Rey para presidir el Capítulo de Separación.
«Consta del original de éste que era actual Prior de Salamanca cuando
murió. Hizo honorífica mención de él como de su Padre, aquel Capítulo,
y mandó que en cada convento de Descalzos se le dijese una misa con-
ventual, mostrando todos su gratitud á los buenos oficios que habían me-
recido de tan amoroso padre y protector. Si al fin no nos asistió en el
mundo, mucho hizo desde el cielo, pues fué todo arreglado con mucha
paz, de allí á cuatro meses por otro hermano suyo y muy padre nuestro.*
En la carta siguiente, ó sea en la 306, (1) escrita veinticinco días des-
pués de la anterior dice: *EI P. Pedro Fernández no es muerto; estáse
muy malo.' Falleció poco después como añade el Sr. La Fuente y se
desprende del Capítulo de Separación celebrado en Alcalá, al mandar que
en cada convento de Descalzos se le dijese una misa conventual.
Recopilando cuanto se ha dicho en este capítulo sobre los hijos de
Santo Domingo, resulta que éstos como personas de plena confianza pa-
ra Santa Teresa y su Reforma estuvieron en el secreto que fué necesario
para gestionar la ida de los comisionados á Roma con objeto de negociar
el Breve y aprobaron esta ida, y apoyados con este parecer de los Domi-
nicos salieron para Roma los PP. Descalzos Fr. Juan de Jesús y Fr. Diego
de la Trinidad; que el Cardenal Blancis, Dominico, se señaló entre todos
en recibirles con agrado, y como religioso pío y experto influyó sobre
manera en la expedición del Breve; que el Memorial de los Asistentes
trabajado en Madrid muy principalmente por los Dominicos, Hernando del
Castillo y Pedro Fernández, tuvo una importancia decisiva en el ánimo
de los Cardenales y del Papa para la expedición del Breve, que el Rey
(1) La F-uciitc, edición de 1881.
— 470 —
propuso á Su Santidad, uno tras otro, á los Dominicos Pedro Fernández y
Juan de las Cuevas para la ejecución de dicho Breve; que Santa Teresa en
fin, como tan agradecida rogaba con gran instancia á sus hijas suplicasen
á Dios por la salud del P. Pedro, porque, como ella decía, se lo debemos
miiclio y que toda la Reforma manifestó su agradecimiento, mandando
que en todos los conventos se aplicase una misa conventual por el alma
del que fué su verdadero padre y protector. Se ve pues que los negocios
todos de la Descalcez eran para los Dominicos, negocios que trataban
como propios, con el mismo interés que los de su propia familia y Religión.
^4--
CAPÍTULO XVII
"Gapítulo de Separación,, celebrado en Alcalá de llenares y el
IR. IP. intro. fr. luán de las Cuevas.
Uno de los acontecimientos de más importancia y quizá el de mayor
transcendencia para la nueva Reforma ó Descalcez de Santa Teresa fué
sin duda alguna la celebración de este Capítulo en que los Descalzos se
separaron de los Calzados, ó como la Santa escribe (1) se hizo el apar-
tamiento de los Descalzos y Calzados, haciendo provincia por si, que era
todo loque deseábamos para nuestra paz y sosiego. >
La ayuda que los Dominicos prestaron en esta ocasión tan crítica y
solemne á Santa Teresa y á toda la Descalcez fué tanta, de tal naturaleza
y eficacia que bien merece un capítulo aparte, en el cual con claridad y
con orden se ponga de manifiesto cuánto hicieron en pro de la separa-
ción, llevada á cabo en este Capítulo.
A este fin dividiremos la materia en tres puntos: 1." intervención de los
Dominicos antes del capítulo; 2." su intervención en el capítulo; 3." su
intervención después del capítulo.
I
INTERVENCIÓN DE LOS DOMINICOS ANTES DEL CAPÍTULO
Designado definitivamente el MT R. P. Mtro. y Prior de San Ginés de
1 ) iundaciones, capitulo XXIX.
— 472 —
Talavera, Fr. Juan de las Cuevas, para presidirlo se procedió á la solemne
celebración del primer Capítulo de la Descalcez, llamado de la separación
que con tantas ansias había deseado la gran Reformadora del Carmelo'
Santa Teresa de Jesús, como quien mejor que ninguno comprendía desde
luego la suma importancia que encerraba.
Lo primero que se hizo antes del Capítulo fué escribir el Rey al P. Cue-
vas, notificándole la comisión del Pontífice. -Escribióle dice la Crónica (1)
por mano de Gabriel Zayas, secretario de Italia (por quien pasaron todos
los despachos de esta causa,) diciendo cómo Su Santidad á petición suya
le señalaba para ejecutor del Breve de la separación entre Calzados y Des-
calzos: que la haría grato servicio en admitirle.-
Contestó el P. Cuevas al Rey, agradeciéndole cortesmente el delicado
y honorífico cargo que le confería el Papa por intercesión del mismo Rey;
pero estas dos importantes cartas, desgraciadamente se han perdido; se
conserva sin embargo en las crónicas de la Orden Carmelitana la carta
de Su Majestad el Rey al R. P. Fr. Juan Cuevas, dándole las gracias
por haber aceptado la comisión de presidir el Capítulo de Separa-
ción (2.)
(1) Libros." capítulo VIII.
(2) He aquí la carta:
Venerable y devoto padre: He visto vuestra carta de diez y siete del presente, y
he holgado de entender ¡a buena voluntad con que habéis aceptado la coniisicni
que Su Santidad os envió sobre el negocio de los Frayles Descalzos de la Orden
de Nuestra Señora del Carmen, que ha sido como de vos se esperaba. Y tengo por
acertado que se celebre el Capítulo en Alcalá de Henares, por las causas que decis.
Y porque podáis llevar más particular noticia de lo que ha pasado en este negocio,
será bien que os informéis del Mtro. Fr. Jerónimo üracián. Religioso de la dicha
Orden, que esta lleva; porque lo tiene entendido desde su fundación, y es tan docto
y tan celoso del bien de ella que le podéis dar entero crédito, y aprovecharos de
sus advertimientos en lo que se hubiere de hacer, así ahora como adelante. El
Obispo de Plasencia, Nuncio de Su Santidad, que al presente se halla en Madrid,
ha tratado este negocio con muy buen celo; y visto la Bula original que está en
vuestro poder. Y así será justo que á la pasada por allí, le veáis y deis mi carta
que irá con ésta, y cuenta de vuestra comisión para que lo sepa, y os asista en lo
— 473 -
Habiendo cumplido (1) en Madrid el Muy Reverendo Padre Comisa-
rio con todas las órdenes que el Rey le habla dado en su carta; antes de
hacer acto alguno de jurisdicción, envió con el P. Fr. Nicolás de Jesús
María, que se hallaba en la Corte, las Bulas originales al muy reverendo
P. Fr. Ángel de Snlazar, para que con la noticia de ellas se inhibiese del
gobierno de los Descalzos, y tuviese por expirada la facultad que el Señor
Nuncio le había dado. Vino en ello con mucho gusto, porque siempre de-
seó el aumento de los Descalzos y lo ayudó cuanto pudo. Habida noti-
cia de este buen despacho, se fué á su convento de Talavera el Comisario
Apostólico (2.) Desde allí envii) con vocatorias á todos los priores Des-
calzos, para que ellos con sus socios electos por los capítulos conventua-
les se hallasen en Alcalá, donde era echado el Capítulo: dadas en Talavera
á primero de Febrero de 1581. Escribió así mismo á todos los monasterios
de monjas, ordenándoles que desde el día del recibo de la carta, hasta e'
fin del Capítulo, asistiesen á Dios, pidiéndole luz para acertar en acción
que había de dar asiento, observancia y dirección á todas las casas de la
familia por siglos y siglos. También les avisó que enviasen las advertencias
que les parecieren necesarias sobre las Constituciones que ya tenían, por-
que fuere necesario. También daréis al presidente de mi Consejo otra carta, que
aquí Irá para él, y le entregareis la Bula original, para que la vea y ordene que se
haga el despacho que para la ejecución de ello fuere necesario. Y si adelante ocu-
rriere alguna cosa que lo requiera, tendréis recurso á él, que hará proveer todo
lo que convenga. También he mandado escribir al Rector de la Universidad de Al-
calá, para que sepa cómo vais á él, y por mi orden, y favorezca el negocio en lo
que fuere menester su asistencia. Y avisaréisme á su tiempo el suceso que tuviere,
que holgaré de saberlo. De Elvas. 24 de Enero de 1581. Yo el Rey. Por mandado del
Rey Nuestro Señor, Gabriel de Zayas.
(1) Crónica, libro V, Capítulo IX.
(2) Comentando el P. Antonio d; S. José la carta 28 del Tomo 3." dice asi: Lle-
g<i(el P. üracián) á üelbes, recibió los despachos, partió á Talavera, donde esta-
ba el Dominico Fr. Juan de las Cuevas, y entró en aquella Villa víspera de la Puri-
ficación, estuvo en ella de rebozo, (de incógnito) en una posada, disponiendo voca-
torias y demás recados, que firmó el Comisario, y cnviándolas á los conventos se
vino el í^. Gracián á Alcalá y el Comisario á Madrid á dar parte al Nuncio, de quien
hasta entonces se habían reservado.-
I
-474-
que se habían de proveer y darles perpetuo asiento. Nuestra Madre Santa
Teresa, desde Falencia escribió algunas á los PP. Fr. Jerónimo Gracián,
Fr. Nicolás de Jesús María, Mariano y Roca. Al primero como ai que más
se señalaba entonces, y más ella había tratado, escribió más despacio, pa-
ra que atendiese al bien de sus monjas. Y en especial le pidió con grande
ponderación, no permitiese se añadiese de nuevo algo de penalidad á las
Constituciones hechas, por el mal recibo de las comunidades. Acercándo-
se ya el tiempo del Capítulo, se llegó al Colegio de Alcalá el Padre Comi-
sario. Acompañáronle el P. Fr. Jerónimo de la Madre de Dios, prior de ios
Remedios de Sevilla, y el P. Fr. Nicolás de Jesús María, que lo era ya de
Pastrana. El P. Fr. Ambrosio Mariano, y el P. Fr. Juan de Jesús Roca. Con
ellos y con el padre Fr. Elias de San Martín, Rector del Colegio, confirió
las cosas convenientes que se habían de tratar en el Capítulo...
«Entraron á tres de Marzo los priores siguientes con sus socios, que
para la posteridades es bien quede aquí fija su memoria. El P. Fr. Nicolás
de Jesús, prior de Mancera: socio Fr. Vicente de la Trinidad. El P. Fr. Ni-
colás de Jesús María, prior de Pastrana: socio Fr. Juan de Jesús Roca. El
P. Fr. Elias de San Martín Rector del Colegio: socio Fr. Pedro de la Puri-
ficación. El P. Fr. Blas de San Gregorio, prior de Altomira: socio Fr. Ga-
briel de la Asunción. El P. Fr. Agustín de los Reyes, prior de Granada:
socio Fr. Ángel de la Presentación. El P. Fr. Pedro de la Visitación, vicario
de la Peñuela: socio Fr. Pedro de Santa María. El P. Fr. Jerónimo de la
Madre de Dios, prior de Sevilla: socio Fr. Elíseo de los Mártires. El padre
Fr. Ambrosio de San Pedro, prior di Almodóvar: socio Fr. Pedro de los
Apóstoles. El P. Fr. Diego de la Trinidad, por el convento del Calvario:
socio Fr. Pedro de la Encarnación. Nuestro venerable P. Fr. Juan de la
Cruz, Rector de Baeza: socio Fr. Inocencio de San Andrés.
"Ante todas las cosas este mismo día, tres de Marzo, se hizo la sepa-
ración de la provincia Descalza de las demás provincias de la Observancia
con escritura pública. Asistieron á ella, además del P. Comisario Apostó-
lico, priores y socios, el Ilustrísimo señor Marqués de Mondéjar, su her-
mano D. Enrique de Mendoza, el Abad de Alcalá, D. Antonio de Torres,
el Reverendo P. Fr. Miguel Seco, Comendador de la Merced, Conserva-
dor de la Universidad, y el P. Mtro. Fr. Jerónimo de Almonacid, Dominico
- 475 -
y catedrático de Kseritiira (1.) Fueron t£\iiibién llamados para que asistie-
sen á este acto los demás Religiosos que en el aquel Colegio se hallaron.»
^Delante de los dichos, el Muy Reverendo P. Fr. Juan de las Cuevas,
Comisario Apostólico, hizo y pronunció auto de separación de la provincia
Descalza, de todas las demás provincias de la Observancia, en virtud de
los Breves y comisiones de > uestro muy Santo Padre, Gregorio XIII, y
declaró que los dichos Descalzos presentes y futuros habían de ser suje-
tos al provincial que había de ser elegido, y á sus sucesores, y al Reve-
rendísimo de toda la Orden en aquella parte que Su Santidad le con-
cedía. Y firmaron después del Padre Comisario el auto los dichos señores
Marqués de Mondéjar, D. Enrique, su hermano, el Abad de Alcalá, y los
Reverendos PP. Almonacid y Seco. Después de esto, habiendo hecho el
padre Comisario una plática muy docta y grave, probando con autorida-
des de la Sagrada Escritura, de filósofos y razón, que la división que se
hace entre hermanos por mayor paz y unión, no merece nombre de divi-
sión sino de conformidad: mandó á todos los capitulares que el día
siguiente se juntasen los vocales á la elección de Provincial.
Dos cosas conviene se consignen aquí más circunstanciadamente, por-
que á nuestro juicio, hacen resaltar la prudencia del Padre Comisario. Sea
lo primero, los memoriales que la Santa envió al Capítulo para el buen go-
bierno en lo sucesivo de toda la Descalcez, los cuales fueron aprobados y
canonizados por el Comisario y su Capítulo. Sealo segundo el empeño gran-
de que la Santa tuvo en que fuese elegido Provincial el muy reverendo
P. Maestro Fr. Jerónimo de la Madre de Dios Gracián, empeño que no per-
dió de vista elpadre Comisario, consiguiendo con su consumada prudencia
satisfacer los vivos deseos de la santa reformadora, de que su amadísimo
Padre Gracián fuese el primer provincial de la Reforma, no obstante la opo-
sición de un número respetable de los vocales que componían el Cipitulo.
Acerca del primer punto, consta de documentos auténticos que la San-
(1) Muchos y grandes servicios prestó al P. Cuevas en el penoso negocio de la
separación, su hermano y compañero de hábito, el sabio P. Almonacid, gran lum-
brera en aquellos días, de la Universidad de Alcalá.
— 476 —
ta con una actividad increible y con un celo propio de esta mujer, verda-
deramente grande, se ocupó, como legisladora y maestra, del Código y
cuerpo de leyes por las cuales debian en adelante regirse y gobernarse sus
Descalzos y Descalzas.
Hemos dicho sus Descalzos y Descalzas, por que como muy discreta-
mente escribe el autor de la obra, <La Mujer Grande* en el día 18 de No-
viembre: '<Ya tenemos aquí á Santa Teresa, bien fuera de su estado de
mujer, y como legisladora formal de toda la Religión, sin que jamás pueda
decirse, como se dijo, que nunca se metió la Santa en las cosas de los
frailes Descalzos. Se metió y se debía meter en todo como madre fundado-
ra y legisladora formal, porque, si por lo dicho consta que el Comisario
Dominico Fernández en el principio nada hacía sin contar con ella, y
que la Santa con el Comisario Visitador hizo todas las actas y leyes, ahora
hace lo mismo, y previene todas las cosas, por mínimas que sean.»
Tiene sobrada razón este discreto autor, al sentar esta proposición co-
mo consta evidentemente de diferentes pasajes de algunas de las muchas
cartas que escribió la Santa Madre pocos días antes de la celebración de
Capítulo. Veámoslo (1 .)
En Enero del 1581 escribía así la Santa al P. Fr. Juan de Jesús; (2.)
<En lo que vuestra reverencia me dice de las Constituciones, el P. Gra-
cian me escribió que le había dicho lo mismo que á vuestra reverencia, y
él las tiene allá de las monjas. Lo más que se hubiera de advertir es tan
poco, que presto se podría avisar, y era menester comunicarlo primero
con vuestras reverencias; porque lo que para una cosa me parece convie-
ne, para otras hallo muciios inconvenientes, y así no me acabo de deter-
minar.
Harto necesario es tener eso muy á punto, para que por nuestra parte
no haya detenimiento en nada... - Al comentar estas palabras el P. Fr. An-
tonio de San José, dice: - Como en llegando el último despacho de Roma,
señalando presidente se había de celebrar el Capítulo, consultaba el padre
(1) Para evitar confusión citaremos estas cartas, si es que no se ofrece aijíuna
razón especial, según la cilición de 1881 lieclia por el señor La Fuente.
(2) Carta 320.
-477-
Roca á la Santa sobre las constituciones de las religiosas. Era. punto de
los máo importantes, materia de la mayor gravedad, lo más difícil de
resolver; pues por ambas partes ocurrían inconvenientes; por lo cual dice
la Santa: No me acabo de determinar. Aunque en el libro de sus Fimda-
ciones capitulo 28, número 8. afirma la Santa que sus religiosas tenian
Constituciones del Reverendísimo, y que no las hizo el P. Gracián para
ellas, todas las remitieron á este Capitulo, con memoriales, apuntamientos
y advertencias, para que aquellos padres escogiesen la más convenientes,
y las diesen firmeza, asiento y estabilidad.»
Escribiendo al P. Gracián le decía: (1) «He escrito á vuestra paterni-
dad por dos partes y enviado mis memoriales por parecer persona (2.)
- Habíaseme olvidado lo que ahora escribo en esa carta al padre comisario.
Vuestra paternidad la lea, que por no me cansar en tornarlo á decir aqui
la envío abierta, y la selle con el sello que se parezca al mío y se la dé.
- Hánnos dicho que se han ordenado ahora en capítulo general muchas
cosas en el rezado, y que traen dos ferias cada semana; si fuese cosa,
poner que no quedáremos obligados á tantas mudanzas, sino á cómo
ahora rezamos.
< También se acuerde vuestra paternidad los muchos inconvenientes
que hay en donde hay monasterios de la Orden, posar siempre los Des-
calzos con ellos: si se pudiese decir que cuando hubiese parte adonde
con toda edificación pudiesen estar, que no fuesen con ellos (3.)
I
(1) La Fuente carta 325.
(2) 'Añade sü discreción: que había enviado sus me/wor/o/es. Eran también ad-
vertencias prudentes para el mejor rés^imen de su familia. Fuera gran dicha gozar-
las: pero no las merecemos, ni tampoco las cartas al Padre Comisario, donde sin
duda estaba todo cuanto se innovó en las Constituciones de las Religiosas, y acaso
otras muchas de que nuestros Padres se valieron en otros capitulas, en que las dieron la
última perfección.^ P. Antonio de San José.)
(3) «En el número cuarto prosigue con igual prudencia, avisando no se carguen
sus hijas con el rezado de muchas ferias, de que también quedaron aliviadas. Lue-
go pasa su advertencia á no obligar á sus hijos á posar en los conventos de los
Padres Calzados en los lugares donde no los hay de Descalzos. Mirando sin duda
á no molestar tanto á los Padres Observantes, y á escusar desabrimientos propios
de aquel tiempo, de que no quedó memoria á pocos años.» (P. Antonio.)
-478-
Yo querría imprimiésemos estas Constituciones, porque andan dife-
rentes, y hay priora que sin pensar hace nada, quita y pone, cuando las
escriben, lo que le parece. Que pongan un gran precepto (1) que nadie
pueda quitar ni poner en ellas para, que lo entiendan. En estas cosillas
todas hará vuestra paternidad lo que le pareciere. Digo que trate lo que
nos toca... ' Y concluía su carta, diciendo: «Esos memoriales me han traí-
do; en trayendo los otros los enviaré: no sé sí van bien, que harto fué
necesario decir vuestra paternidad viniesen á mi poder. Dios le guarde.
Solo el de su amiga Isabel de Santo Domingo venia bien, que es el mismo
que va.
«Ya creo he escrito á vuestra paternidad (2) que si pudiesen quedar
todas juntas las actas de los visitadores apostólicos y las Constituciones,
que fuese todo uno, seria bien; porque como se contradicen en algunas
cosas, andan tontas las que poco saben. Mire, que aunque tenga mucho
que hacer, tome tiempo para dejar esto muy llano y claro por amor de
Dios; que como lo he escrito en tantas partes, pienso no se embeba en
las letras, y se le olvide lo mejor.
«Como vuestra reverencia no me ha escrito que lo ha recibido, ni carta
mía, hame dado tentación, si urdiese el demonio que no haya llegado á
sus manos lo principal de sus apuntamientos, y las cartas que he escrito
á nuestro padre comisario. Si por dicha fuere esto, haga vuestra reveren-
cia luego un propio, que sería recia cosa. Bien creo es tentación, porque
el correo de aquí es nuestro amigo, y las ha encargado mucho... ^ Añadía
además esta postdata: -Querría que vuestra reverencia apuntase en un
papelillo las cosas de sustancia que le he escrito y quemase mis cartas;
porque con tanta baraúnda podríase topar con alguna y sería recia cosa.>
(1) «En el número sexto encarga la firmeza en las Constituciones, para cuyo fin
desea su impresión, que se hizo aquel año, y que se ponga un gran precepto para
que ninguna Prelada quite, ni añada de su contenido. En lo cual nos declara, que
cuando son necesarios, también quiere la Santa preceptos, ni lo desaprueba en
otras partes, sino cuando la necesidad no los pidiere. Verdad es, que en particular
para Monjas es más conveniente la ley penal que la preceptiva, por evitar escrú-
pulos de conciencia. (P. Antonio.»)
(2) (Carta 326.)
- 470 -
En otra carta al misino padre decía: (1.) Ponga vuestra paternidad lo
del velo en todas partes por caridad; diga que las mismas Descalzas lo han
pedido, como es verdad, aunque hay recogimiento.
"En que perpetuamente no sean vicarios de las monjas los confesores,
pongo mucho; porque es cosa tan importante para estas casas, que con
serlo tanto el confesarse con los frailes, como vuestra paternidad dico y
yo veo, antes pasaría porque se esté como se está, y no lo puedan hacer,
que por que cada confesor sea vicario.
«En esto hay tantos inconvenientes, como yo diréá vuestra reverencia
de que le vea. En esto suplico fie de mi, porque cuando se hizo San José,
se miró mucho, y fué una de las cosas por que parecía á algunos y á mi,
que estaba bien sujeta al ordinario, porque no viniese á ésto.
Hay grandes inconvenientes, que he yo sabido donde los tienen y
para mi uno basta que tengo bien visto; que si el vicario se contenta de
una. no puede la priora quitar que parle lo que quisiere con ella, porque es
superior; y de aquí vienen mil desventuras» (2.)
Por lo mismo es también necesario, y por otras hartas cosas, que tan
poco estén sujetas á los priores. Acierta uno á saber poco y mandará co-
sas que las inquiete á todas porque no obra ninguno como mi P. Gracián
y hemos de mirar los tiempos por venir, pues ya hay tanta experiencia, y
quitar las ocasiones, porque el mayor bien que pueden hacer á estas mon-
I
(1) Carta 327.
(2) «En el número diez y once toca la Santa tres puntos gravísimos, en todos la
ha servido puntualmente la Religión. El primero en que no haya Vicarios de mon-
jas, en lo que pone el mayor esfuerzo, de modo que siendo asi que deseaba tanto
Confesores Descalzos para sus hijas, afirma que antes pasaría por que no los hu-
biera, que el que fuesen Vicarios, cuando lo uno se juzgase inseparable de lo otro.
Añade, que porque no viniese á esto pensó tal vez que estaban bien sujetas al
Ordinario; pero el Señor la recogió este pensamiento, mandando que la sujetase á
la Orden, porque de otro modo se perdía todo, la Religión la ha librado de su gran
temor, prohibiendo los vicarios. Bien que la letra de la Santa sólo parece reprueba
vicarios perpetuos; pero los Prelados de la Orden aún en los temporales la ha liber-
tado de sus recelos.
«El motivo de tanto temor á los Vicarios, y de haber dado al principio á sus mon-
jas más libertad en orden á Confesores; declaró la venerable Madre Ana de San
— 480-
jas, es que no haya más plática con el confesor, de oir sus pecados; que
para mirar el recogimiento basta ser confesores, para dar aviso á los pro-
vinciales. Todo esto he dicho por si á alguno le pareciere otra cosa, ó al
padre comisario; lo que creo no hará, que en muchas partes confiesan las
monjas y no son vicarios en su Orden (1.) Vanos todo nuestro ser en qui-
tar la ocasión, para que no haya estos negros devotos, destruidores de las
esposas de Cristo, que es menester pensar siempre en lo peor que pue-
da suceder para quitar esta ocasión, que se entra sin sentirlo por aquí el
demonio: sólo esto, y tomar mucho número de monjas, es el medio que
siempre temo que nos han de dañar, y asi suplico á vuestra paternidad,
ponga mucho en que queden estas cosas en las Constituciones muy firmes:
esta merced me haga á mi.»
Finalmente en la carta 329 escribe al P. Gracián de esta manera: (2.)
No sé como dice callemos ahora en esto de confesar los frailes, pues
ve cuan atadas estamos á la constitución del P. Fr. Pedro Fernández y
contra no haber necesidad de ello. Ni tampoco sé por qué no ha de hablar
vuestra reverencia en lo que nos toca á nosotras.
*Yo le digo que va tan encarecido en mi carta el provecho que hace
cuando vuestra reverencia nos visita, como es verdad, que puede bien
tratar lo que quisiere para hacernos merced, que bien lo debe á estas
monjas, que hartas kígrimas les cuesta. -
Bartolomé en un manuscrito suyo que guardan las Religiosas de Salamanca, donde
dice: «i4 /lora íZ/rc de una palabra que cesen, en que dice la Santa que encarga, ó
pide á los Prelados que den esta libertad á las Monjas. No es cierto: que piensan
que no lo sé, yo se lo oí muchas veces. Lo que la Santa Madre quiere decir es, que
cuando era doncella estuvo en un monasterio de Agustinas, donde tenia un vicario
que él solo las confesaba, y no podían hablar con persona las Monjas sin que él
lo supiese, ni entrar persona en el Monasterio sin que estuviese á la puerta hasta
que saliese, ni confesar con persona alguna sino con él... Este es el punto que dice
nuestra Santa á los Prelados que no las aprieten, que en lo demás nos dan más
libertad que la Santa quería.» Este es el misterio del temor de la Santa en orden á
vicarios, y su mente legítima en orden á confesores. (P. Antonio.)»
(1) En la Orden de Santo Domingo á la cual pertenecía el Comisario P. Cuevas.
(2) Carta 329.
— 481 —
«Antes no querría yo hablase otro sino vuestra reverencia y el padre
Nicolás; pues nuestras Constituciones, ó lo que ordenare para nosotras,
no es menester tratarlo en Capítulo, ni que lo entiendan ellos, que sólo
consigo y conmigo lo trat(3 el P. Fr. Pedro Fernández (que haya gloria) y
aunque le parezcan á vuestra reverencia algunas de esas ocho cosas (que
pongo al principio) de poca importancia, sepa que son de mucha; y asi
quería no quitasen ninguna, porque en esto de monjas puedo tener voto,
que he visto muchas cosas por donde se viene á destruir, pareciendo de
poco momento,
•Sepa que quería enviar á suplicar al padre prior y comisario que hicie-
se maestros y presentados á los que tenían letras para ello, de vuestras
reverencias; porque para algunas cosas es necesario, y porque no tuvie-
sen que ir al general; y como vuestra reverencia dice que no trae comi-
sión, sino para asistir al Capítulo y hacer Constituciones, lo he dejado. -
Por último, previene al P. Gracián en la carta 327 sobre los Religio-
sos, diciendo: Digo á V. P. que si no se pone remedio en que se dé más
de comerá esos Padres, que verán en lo que para (1), y no se habían de
descuidar de mandarlo; si poco les dan, poco dará Dios. - Esta es una
materia que aunque baladí interesó mucho á la Santa, pues ya el año
76 escribió á Mariano sobre lo mismo, y á Gracián, y que no i'iieraii del
todo descalzos, ni comieran tan poco, porque era matarse y espantar los
buenos talentos con tanto rigor. Aquí añade á Gracián: Por amor de
Dios procure V. P. haya limpieza en camas y pañizuelos de mesa aunc|ue
más se gaste (2). que es cosa terrible no la haber, y quisiera que fuera por
(1) En el número doce muestra su generoso corazón en prevenir se mande por
ley la asistencia no escasa á los Religiosos: de lo contrario dice: verán en lo que
para. Temía con San Bernardo que faltan'Jo la abundancia faltase la observancia,
ó que se le acabasen sus hijos, según se trataban en aquellos principios, como lo
escribe á Mariano en la XLVII del tomo 2." donde le dice: había avisado á Gracián
para que les diese muy bien de comer. Aquc\ superlativo muy bien, no sé como se
entiende, aunque sabido es, que cuando se verifica es con moderación religiosa.-
(2) 'En el núinero trece encarga la limpieza en celdas y refectorios. Este encar-
go también debe de hablar con S()los los hijos, pues en las hijas no había que en-
cargarlo por el sumo aseo de sus celdas y refectorios. El esmerarse en la limpieza
31
I
-482-
constitución, y aun creo no bastará según son.» Así pudiéramos citar otras
carias que son de este año, y tocan muchas cosas para el arreglo de las
constituciones. >
'<iOh, qué pena me dan estos sobreescritos con Reverenda! porque
querría V. P. lo quitase á todos sus subditos, pues no es menester para
saber á quien va la carta. Es cosa sin propósito entre nosotros, á mi pa-
recer, honrarnos, y palabras que se pueden excusar (1).
Preciso es, pues, confesar la gran solicitud de esta cariñosa Madre en
todo lo concerniente al buen suceso y estabilidad de su inmortal Refor-
ma, y que se ocupó y preocupó mucho, no sólo de sus hijas, sino tam-
bién de sus hijos, porque era madre y maestra de todos, y así lo acaba-
mos de ver, al querer se nombrasen en el Capítulo maestros y presenta-
dos; al insinuar que se dé más de comer á los padres y que no anduvie-
sen tan descalzos, así como que se haga constitución sobre que haya lim-
pieza en camas, en celdas y refectorios, como también el tratamiento senci-
llo que quería se diesen unos á otros.
Se ve, pues, por todo lo que precede y lo que ya hemos indicado
en el Capítulo VIII de la segunda parte, al ocuparnos del libro de las
Constituciones que la Santa Madre lo tenía todo presente, y que, como á
santa fundadora, el espíritu de Dios la asistía para que propusiese al
Capitulo cuanto era conveniente en aquellas circunstancias excepcionales
en que la Reforma había de aparecer con vida propia y autonomía abso-
es sin duda prenda natural de la mujer, sea por necesidad, ó por elección: El Autor
de la naturaleza, que formó al hombre de un pedazo de barro, edificó á la mujer de
un hueso limpio. El hombre fué formado entre los terrones de un campo; pero la
mujer se formó en los esmeros de un paraíso. Ello es que excede la mujer al hom-
bre en el esmero y aseo, y Santa Teresa como mujer y como santa, quiere á sus
hijos limpios y aseados en sus celdas y refectorios.»
(1) «En el número catorce (dice el Comentador) reforma el trato que se deben
dar los relifíiosos, particularmente en los sobrescritos. Diéronla gusto en aquel
Capitulo, pues desde este tiempo hasta la misma Santa dejó en sus cartas los tér-
minos de Reverendísimos y Paternidad, y usó de los de V. R. como por ley los usa
la Orden, excusando voces rumbosas, y usando de términos humildes y moderados,
como más propios y moderados.» (P. Antonio.)
-483-
luta. Escribía al P. Cuevas, presidente del Capítulo, y escribía al P. Gra-
cián para que éste tratase con el mismo presidente los múltiples é intere-
santes puntos que hasta aquí hemos visto y otros muchos que por breve-
dad se omiten.
Sabido es que en el Concilio de Trento, cuando surgían dudas y difi-
cultades, los Padres de tan augusta asamblea acudían á Santo Tomás
diciendo: Consulatur Divus Thomas: Consúltese á Santo Tomás. Esto
mismo se practicó en este importante < Capítulo de Separación. - Cuando
el presidente y los definidores dudaban en lo que habían de establecer
espontáneamente les ocurría. < Consulatur Mater Theresia. - Consúltese á
á la Madre Teresa y miraban y revisaban sus memoriales y advertencias de
tal modo que el alma de aquella augusta asamblea lo era la Madre Teresa.
Resta digamos algo sobre el segundo punto, ó sea, sobre el empeño
decidido que Santa Teresa tenia de que saliese provincial el M. R. P. Gra-
cián; y advertimos para la clara inteligencia de los documentos que va-
mos á citar, que Santa Teresa por prudencia nombraba algunas veces
al P. Antonio, candidato de algunos para el provincialato, con el pseudó-
nimo de Macario.
Hecha esta advertencia examinemos las cartas y expresiones de la
Santa que nos revelan su opinión y pensamienlo en esta materia.
En la Carta 324 dice al P. Gracián poco antes del Capítulo: me hace
Macario, que no creo ha de saber encubrir su tentación. Sobre las cua-
les palabras escribe el Sr. La Fuente: Esta Carta era la XXVII del tomo
V. Falta el principio, que sin duda rasgó Gracián ó algún otro por con-
tener cosas graves respecto á la tentación que padecía el P. Antonio de
Jesús (Macario), con deseos de ser provincial, por ser el más antiguo de
la Orden y casi fundador de ella con San Juan de la Cruz... - Continúa
Santa Teresa: ^También se me ha ofrecido, que si vuestra reverencia que-
dare por provincial, procure sea su compañero el P. Nicolás, que impor-
tará mucho para estos principios andar juntos, aunque ésto no lo digo al
Comisario, porque como es tan enfermo el P. Fr. Bartolomé, no puede
dejar de comer carne, y tiénenle sobre ojo algunos... > Un poco más ade-
lante añade: Hablé mucho con Mariano sobre la tentación que tiene de
elegir á Macario, que me lo ha escrito. Yo no entiendo este hombre, ni me
— 484-
quiero entender con nadie en este caso, sino con V. R. Por eso sea para
si sólo lo que en esto he escrito, que importa mucho; y V. R. no deje de
acudir á Nicolás, y que entiendan no lo quiere para sí; y á la verdad no
sé con qué conciencia se puede dar voto de los que ahí están, sino á
entrambos á dos...» Añade el Sr. La Fuente: «Apesar de eso siguió con
su tema contra Gracián y á favor del P. Fr. Antonio, de modo que tuvo
aquel solamente un voto más que éste. Se ve, pues, que la prevención
contra el P. Gracián databa ya de tiempo de Santa Teresa.»
Al final de la Carta 325 dice al mismo P. Gracián: «También el P. Ni-
colás, porque no parezca es vuestra paternidad sólo, y aun el P. Fr. Juan
creo mirará lo que nos toca. Yo me quisiera alargar más; sino que es casi
de noche, y han de llevar las cartas, y escribo á los amigos.
«Devoción me hizo lo que dice vuestra paternidad, qué será de las
Descalzas (si sale Provincial); á lo menos será verdadero padre (1) y
cierto que se lo debe bien, y á vuestra paternidad para siempre, y á no tra-
tar ellas con otros, bien excusado era algunas cosas de las que pedimos.
¡Oh qué ansias tienen porque salga Provincial! creo no les ha de conten-
tar otra cosa. Dios nos le guarde; todas le encomiendan. Son hoy XXI
de Febrero. Yo de vuestra paternidad verdadera hija. — Teresa de je-
sús.»
En la Carta 326 al mismo P. Gracián, dice: Sepa que me han avisado
que alguno de los que han de votar, van deseosos de que salga el P. Ma-
cario. Si Dios lo hiciere después de tanta oración, eso será lo mejor: juicios
suyos son. A alguno de los que ahora dicen esto, le vi yo bien inclinado
al P. Nicolás, y si se han de mudar será á él. Dios ló encamine, y á vues-
tra reverencia guarde. Por mal que sucediese, en tin, queda hecho lo prin-
(1) ■-<Miiestra su amor al r. (jraciáii, dicieiuln el de sus hijas con el deseo de
tenerle pítr í'roviiicial, en cuyo caso, y en él poderlo perpetuar, tlice, no serían
necesarias muchas leyes. Tiene mucha razón, porque el amor de muchas leyes
hace una: será acaso porque es gusto obedecer al que manda con amor, ó porque
se obedece con gusto cuando.sale del amor el mandato. En fin, donde hay amor no
hay trabajo, como dice San íiernardo. No hay mayor gusto que hacer la voluntad
del amado>'. (P. Antonio.)
— 485 —
cipal (1). Sl'íi El alabado por siciupiv. üija de vuestra paternidad.— Tere-
sa de Jesús.
En h carta 327, al concluir, dice a! mismo P. Fr. Gracián: Ahora tra-
temos de lo que vuestra reverencia dice, de que no le elijan ó confirmen
(Provincial): yo escribo al padre comisario. Sepa mi padre, que cuanto
al deseo que yo he tenido de verle libre, entiendo claro que obra más el
mucho amor que le tengo en el Señor que el bien de la Orden, que no en-
tiendan todos lo que deban á. vuestra reverencia y lo que ha trabajado, y
lior no oir una palabra contra él, que no lo puedo llevar: mas venido al
eíecto, todavía ha podido más el bien general (2).
Plega á Dios, mi padre, que no les venga tanto mal á estas casas que
se hallen sin vuestra paternidad, que mucho es menester muy menudo
gobierno para ellas, y quien entienda lo uno y lo otro. Sus siervas son.
Su Mnjestad mirará por ellas. >
Por si alguno dudase aun de !a voluntad de Santa Teresa lea la caita
escrita al Rey Felipe II donde, después de pedirle la separación de provin-
cia, como arriba ya hemos visto, continúa diciendo (3): «Harto nos haría
al caso sí en estos principios se encargase á un padre Descalzo, que 11a-
(1) Es decir: que aunque saliese Provincial el P. Antonio, que era lo peor que
podía suceder, se conseguía, sin embargo lo principal, ó sea la separación de Cal-
zados y Descalzos.
(2) «En el número quince declara una bella tlistinción para componer el afecto
particular á üracián con el celo, que muchas veces mostró por el bien común. Di-
jimos en otra pnrte que le aiiiat/a como Teresa, y le quería como fundadora.
Confirma aquí esta hermosa distinción, concluyendo: que siempre puede más el
bien general. Es agraciada filosofía, que enseña que todas las cosas tienen dos
inclinaciones, como en los brillantes planetas notó el Angélico Doctor, una como
individuo particular y otra co:iio parte del universo: aquella mira al propio pecu-
liar bien; pero ésta al bien coüu'in, á la que como más noble y universal cede como
es justo, la propia particular. > (1'. Antonio de San José.)
Sentía la Santa que el P. üracián saliese Provincial por el amor grande que le
tjuía y porque nreveía las contradicciones y murmuraciones que se habían de
seguir; pero lo deseaba y lo prociir.ih.i. notini.' todavía ha podido más el bien
general.'
^,3) Tomo 2." carta 1.^
I
- 486 —
man Fr. Jerónimo Gracián, que yo he conocido ahora; y aunque mozo,
me ha hecho harto alabar á Nuestro Señor lo que ha dado á aquella alma,
y las grandes obras que ha hecho por medio suyo, remediando á muchas:
y ansí creo que le ha escogido para grande bien en esta su Orden. Enca-
mine Nuestro Señor las cosas de suerte, que V. M. quiera hacerle este ser-
vicio, y mandarlo...*; y añade el comentador: En la oración aprendió que
para la serenidad de la gran borrasca, que ya llegó á divisar, era necesaria
la separación de la Reforma en provincia aparte: la elección de provin-
cial Descalzo que la gobernase, y que éste fuese el V. P. Fr. Jerónimo
Gracián. En la oración descubrió, que propuestos estos tres medios al
Rey, serían el remedio de su pena, y los tres colores del arco de la mejor
serenidad.
Finalmente, en toda la carta 328 (1), se ocupa de este importante
negocio y le dice así al P. Gracián: «Aunque andando vuestra reverencia
siempre con el P. Nicolao, si le eligiesen, me parecería se hacía lo uno y
lo otro. Mas, bien entiendo que esta primera vez sería para todos muy
mejor tenerle vuestra reverencia á su cargo, y asi lo dif^o al padre comisa-
rio. No siendo esto, el P. Nicolao, andando vuestra reverencia por su
compañero, por la experiencia que tiene y el conocer los sujetos de. los
frailes y monjas; esta experiencia le digo que tenemos de no ser para ello
Macario. En todo le doy buenas razones, y digo que lo entendía asi el
P. Fr. Pedro Fernández, que harto quisiera tuviera gobierno, por las cau-
sas que había para hacerlo; mas ¡el daño que haría ahora! También metí
allá á el P. Fr. Juan de Jesús, porque no pareciese me resumía en dos so-
los, aunque le dije la verdad, que no tenía este don de gobierno, como á
mi parecer no le tiene; mas que trayendo por compañero uno de los dos
se podía pasar, porque era llegado á razón y tomaría parecer; y así lo creo,
que como anduviese vuestra paternidad con él, no saldría de lo que dijese
en nada, y así lo haría bien; yo soy segura que no terna votos. El Señor
le encamine como sea más para su gloria y servicio, que espero si hará,
pues ha hecho lo más. ■
Dice muy bien el Sr. La Fuente comentándola: Los dos que proponía
(1) La Fuente, car/a 328.
— 487 —
Santa Teresa para provinciales eran Gracián y Doria, y por tercero, por
completar terna á este Fr. Juan de jesús. Se ve, concluye el célebre histo-
riador, que no quería de ningún modo al P. Antonio Heredia ó sea Ma-
cario.-
En efecto: en carta escrita cuatro ó cinco días antes del Capítulo, sin-
tetizó Santa Teresa todo su plan. Proponía á Gracián y á Doria para pro-
vinciales, aunque más quería que fuese Gracián, y en este sentido es-
cribió al comisario P. Cuevas; diciendo: Mas, bien entiendo, dice, que
esta primera vez sería para todos muy mejor teniendo V. R. (P. Gracián)
Á su cargo, y así lo digo al P. Comisario.- No se olviden estas últimas
palabras, por que ellas contienen la clave para explicar la conducta de
este venerable padre en el proceso de la elección. Al P. Antonio, ó sea
Macario, de ningún modo le quería por la experiencia que teníamos, es-
cribe, de no ser para ello, y el daño que ahora haría y que así lo entendi('>
el P. Pedro Fernández.»
Basta lo expuesto aquí, para imponernos en lo concerniente á lo suce-
dido antes del Capítulo, y ahora pasemos al segundo punto, ó sea, á lo que
sucedió en el Capitulo.
II
DE LA INTERVENCIÓN DE LOS DOMINICOS EN EL CAPÍTULO
La relación de este segundo punto la tomaremos también de la Crónica
Carmelitana que en el capítulo IX del libro 5.'' dice así: < Sábado por la
mañana, cuatro de Marzo, cantada la Misa por el padre Comisario, el her-
mano Fr. Diego Evangelista, natural de Sevilla, que después ocupó los
mejores pulpitos de España, recitó una oración que en latín había hecho
el P. Mariano, exhortando á la Religión á que después del invierno pasado,
gozase de las flores y frutos de la primavera del Carmelo. Como el latín
era elegante, el discurso grave, la lengua dulce, la acción con estremo
agradable, pareció muy bien á toda la Universidad que le estaba oyendo.
Poco después de las nueve entraron los Capitulares á elegir Difinidores.
El primero fué el P. Fr. Nicolás de Jesús María, prior de Pastrana, dando
desde entonces á entender la Religión el gran concepto que de él tenía.
— 488 —
Segundo nuestro P. Fr. Antonio de Jesús. Tercero nuestro venerable pa-
dre Fr. Juan de la Cruz. Cuarto, el P. Fr. Gabriel de la Asunción, socio de
la Roda. Por secretario nombraron al P. Fr. Ambrosio Mariano; porque
demás de sus conocidos méritos, era excelente latino para disponer lo
que se ofreciese.
«Acabada esta acción entraron cerca de las once á la elección, que se
hizo con no poca diferancia de pareceres sin lesión de la caridad. El P. Co-
misario, presidente, habiendo entendido no poco de ésto aún antes de la
elección, propuso las conveniencias por el P. Fr. Jerónimo Gracián. Decia
ser muy grato al Rey, á quien tanto se debia, por lo bien que en todo lo
pasado le había servido. Bien visto de los ministros mayores, por las mis-
mas causas. Acepto á los Grandes, seglares y eclesiásticos, por las letras,
talento y agrado con que trataba los negocios. Cabido con toda la Corte
por sus padres y parientes secretarios. Amado del resto de la Religión de
frailes y monjas por la apacibilidad y suavidad de su gobierno. Estimado
sobre todos de nuestra Santa Madre (1) por lo mucho que la había apro-
vechado con sus letras, diligencia, traza, vigilancia, y prontitud en las
graves dificultades que había tenido en la extensión de su Orden.
«Los muy celosos, atendiendo al mayor bien de la Religión (2) más que
á estas razones de lustre, decían: que desde el noviciado había goberna-
do, y no obedecido; que á pocos meses le hicieron comisario apostólico
sin darle tiempo para arraigar en las virtudes de penitencia, mortificación
retiro y obediencia: que en estas ocasiones había mostrado más inclina-
ción á las acciones de lustre y ostentación, que á las del silencio y oración,
que se dejaba llevar de la alabanza popular, y torcía la Regla y Constitu-
(1) Aunque el P. Cuevas sólo dijo: «Que era estimado el P. Gracián sobre to-
dos por la Santa Madre,- obró así por no querer imponerse á los vocales deján-
dolos en plena libertad, la cual hubieran en cierto modo perdido, si les hubiese
dicho claramente que Santa Teresa quería que el Provincial fuese el P. (iracián,
y sin embargo, así expresamente se lo había significado la Santa, al padre Comi-
sario, como lo hemos visto anteriormente.
(2) Precisamente por ese mayor bien de la Religión es por lo que Santa Teresa
deseaba fuese el l\ Cjracián elegido Provincial, como lo hemos visto claramente
en la carta 327.
— 489 —
cioiK'S por lio ofenderla. Y jioiidcrabaii no haber enteiulido ei espíritu de
la Regla, que era eremítico y de retiro; y asi daba al cuidado de las almas
no la menor parte, sino la mayor de sus empleos. Y no contento con ele-
gir ésto para si, habla diligenciado plantar su espíritu en la Reforma: de
que ya se sentían no pequeños daños, dejándose llevar la juventud del lu-
cimiento de los talentos.
Bien echó de ver el P. Comisario la fuerza de estas razones; pero em-
peñado en las primeras, las sustento, aunque sin violencia, fiando del ta-
lento del P. Fr. Jerónimo, y de su conocida virtud, que enmendaría todo
lo que en él se notaba. Votaron priores y socios, y salió electo el padre
Fr. Jerónimo por un voto más. Los otros cayeron en nuestro venerable
P. Fr. Antonio de Jesús, por padre primero, por canas, y por autoridad.
Recibió al fin el Capítulo y Convento la elección con notable gusto
y alabóla en nombre del Rey el comisario apostólico: y llevaron al electo
á la iglesia cantando el Te Deiim Laiidamus, donde los esperaban muchos
seglares, á quien cupo parte del regocijo.-
El lector no habrá podido menos de observar la prevención del Cronis-
ta contra el P. Gracián y la marcada inclinación que muestra por la candi-
datura del P. Antonio para provincial.
No es esto extraño, si se tiene en cuenta lo que nos dice el autor de
-La mujer grande-, carmelita también Descalzo y muy cuerdo y respeta-
ble en sus apreciaciones. Dice asi en el día 22 de Noviembre: Luego se
pasó á la elección de provincial, y salió electo Fr. Jerónimo Gracián como
lo deseaba Santa Teresa. La historia dice varias cosas sobre esta elecci()n,
que como no da más pruebas que su palabra, que sin duda existirían, si
las hubiera cuando se escribió, pues habían pasado muy pocos años, las
omitimos, ya porque no hacen al caso, ya también porque al fin convie-
nen todas en que dicho Gracián sali(') electo provincial. Pero es indispen-
sable notar, que como al escribir la historia de la (3rden se hallaba este
primer padre, Gracián, aherrojado y en los mayores trabajos, era casi indis-
pensable que se tomara el agua de lejos para salvar la conducta que con
él observó el Provincial siguiente. Pero como según mi juicio al historia-
dor no le toca más que referir los hechos sin juzgar las personas, tengo por
cierto que en materias como éstas y tan delicadas, se debe evitar todo lo
— 490 —
que no esté fundado en documentos legales, y por ésto yo me sirvo úni-
camente de las palabras que hallo en Santa Teresa de Jesús, y sin hacer
glosas de sus palabras, porque sé que éstas son las reglas y documentos
más imparciales; pero bien lejos al mismo tiempo de fallar y sentenciar á
los que obraron contra Gracián hasta despojarlo del hábito, pues en todo
esto no veo más que los juicios de Dios y su providencia.»
Conviene sobre todo añadir á esta atinada observación del célebre
Carmelita, que el autor de la Crónica no conoció, cuando escribió, las car-
tas de su Santa Madre en las cuales manifestó su voluntad expresa de
que el Provincial fuese el P. Gracián, y mucho menos sabía que, asi se
lo había escrito al respetable P. Cuevas, Comisario y Presidente del Ca-
pítulo. Por eso hicimos notar, poco ha, que esas palabras contenían la cla-
ve para expHcar la conducta de este reverendo padre, y ellas nos dan á
conocer el respeto y consideración que le merecían las indicaciones de la
gran Teresa de Jesús.
Debido pues, á la industria y buena maña del benemérito P. Cuevas
que se esforzó por complacer á Santa Teresa, resultó electo Provincial el
M. R. P. Fr. Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, y se vio una vez más
á los hijos de Santo Domingo al lado de Santa Teresa, no sólo contra los
extraños, cuando era perseguida de ellos sino aún cuando sus mismos
hijos se apartan del parecer de su Santa Madre dando el voto al P. Anto-
nio que no servía, en expresión de la Santa, para el gobierno y hubiera
hecho mucho daño.
No pudo entenderse con su hijo primogénito el P. Ambrosio Mariano
y se entendió perfectísimamente con el P. Cuev¿is (1), secundando éste el
plan de Santa Teresa y consiguiendo triunfase su candidato.
(1) «Hablé (dice en la Carta 324i mucho con Mariano sobre la tentación que tenía
de elegir á Macario que me lo ha escrito. Yo no entiendo este hombre, ni me quie-
ro entender con nadie en este caso, sino con vuestra ííeverencia (el P. Gracián ).
Apesar de eso, el F^. Mariano siguió con su tema y dio el voto al P. Antonio.
En vista de todo lo expuesto, no es de admirar que la célebre Priora de Sevilla
María de San José haya tributado tan grandes elogios á este hijo de Santo Domin-
go, por todo cuanto trabajó é hizo en favor de Santa Teresa y de su inmortal Re-
forma.
— 491 -
A muchas sólidas consideraciones se presta la conducta que en esta
ocasión observó el P. Cuevas; nuichisimo habla que ponderar esta ^ubH-
me acción que bien pudiéramos llamar verdadera epopeya del insigne Do-
minico. Pero sigamos al Cronista de la Reforma que nos dice en el capítulo
X del mismo libro 5." lo que después ocurrió en el mismo Capítulo: El Do-
mingo por la mañana, cinco de Marzo, atendiendo al orden del Rey, que
había mandado se hiciese con solemnidad este primer Capítulo, se ordenó
una solemne procesión desde el colegio hasta la iglesia mayor de San
Justo, concurriendo en ella todo lo más lucido de la Villa con el Marqués,
la Universidad con su Rector, los conventos con sus prelados, el Corregi-
dor con los corregidores, eligiendo cada uno el lugar que se le debía; y
saliéronles á recibir el Abad de la Iglesia con su Cabildo. Predicó el pro-
vincial nuevo, y volvióse la procesión, acabada la misa que cantó nues-
tro P. Fr. Antonio, no cesando la música ni á la ida ni á la vuelta. A la
tarde cantadas las vísperas con toda solemnidad de N. P. San Cirilo Jero-
solomitano, se tuvieron conclusiones de Teología. El sustentante fué el
P. Fr. Juan de la Madre de Dios, ingenio raro, natural de Extremadura. El
presidente, el gravísimo P. Fr. Juan de las Cuevas; y aunque esforzaron
sus argumentos los doctores de la Universidad, lució tanto el estudiante
y admiró de manera al presidente, que por muchos años quedó en la es-
cuela el nombre de aquel acto.
Durante el Capítulo se arreglaron también las Constituciones tanto de
los frailes como de las monjas.
Estas Constituciones, como nota muy bien el autor de la Crónica car-
melitana en otro lugar (1) en cuanto al dictamen, espíritu y palabras fue-
ron de la Santa; la autoridad y fuerza para obligar y ej ponerlas más en
forma fué del Capítulo.
En el capítuhj X del libro 5." describe la misma Crónica la terminación
del Capítulo de Separación por estas palabras: < Después de esto el padre
Presidente escribió al Generalísimo de toda la Orden dos cartas muy dis-
cretas, dándole en una cuenta de lo hecho en el Capítulo, y en la otra pi-
diéndole la confirmación del nuevo Provincial. Todo lo cual acabado á
(1) Libro 1." capítulo L.
— 492-
diez y siete de Marzo, dio por iegitimamentc iiecho y actuado, por con-
cluso el Capítulo, por fenecida su comisión, y por reducida la potestad
de los Breves á la cabeza y cuerpo de la nueva Provincia Descalza. Des-
pidióse con abrazos y sentimientos de todos los Padres, sin apartarse los
unos de los otros, por quedar todos en un alma y un espíritu. La Religión
toda recibió con notable alegría la nueva. La Corte la celebró. El Señor
Nuncio afecto ya, y reducido á mejores noticias alabó todo el hecho, y se
gozó en el Señor por haberle servido en esto. El Rey se dio por muy bien
servido del Padre Presentado Fray Juan de las Cuevas, y cuando envió
al Archiduque Alberto, su sobrino por gobernador de Portugal, se lo dio
por Confesor, y adelante lo propuso al Sumo Pontífice para Obispo de
Avila, donde murió, y mandó que se llevase al Archivo de Simancas todo
lo escrito acerca de los Descalzos. >
111
DE LA INTERVENCIÓN DE LOS DOMINICOS DESPUÉS DEL
CAPÍTULO
Terminado el Capitulo, resta deciralgo acerca de lo que sucedió después.
Y sea lo primero consignar el gozo de Santa Teresa por la elección
del nuevo provincial, y así escribiéndole desde Palencia el 24 de Marzo,
ó sea ocho días después de terminado el Capítulo, le dice: (1.) jesús sea
con vuestra paternidad, y le pague el consuelo que ha dado con estos
recaudos, en especial haber visto imprimido el breve. No faltaba, para
estar todo cumplidf), sino que lo estuviesen las Constituciones. Dios lo
hará, que ya veo debe de haber costado mucho. A vuestra paternidad no
le habrá costado poco poner en orden todo eso. Bendito sea el que le da
tanta habilidad para todo. Parece ser este negocio cosa de sueño; porque
aunque quisiéramos mucho pensarlo, no se ¿icertará á hacerlo tan bien co-
mo Dios lo ha hecho.
Sea por todo alabado por siempre. Yo aun no he leído casi nada; por
(1) Caria 333.
-493-
quc lo que está en latín no lo entiendo, hasta que haya quien lo declare
y pase este santo tiempo, que ayer miércoles de tiniebhis me dieron los
recaudos, y por tener cabeza para ayudar á ellas como somos pocas, no
osé apremiarme para más de las cartas... > y un poco más adelante añade:
Esta priora de San Alejo diz que está loca de placer. Lo que ella baila y
hace, me dicen es cosa donosa, y todas estas Descalzas no acaban de
alegrarse con tener tal padre. Hales sido el gozo cumplido: Dios nos le
dé adonde no se acabe, y á vuestra paternidad muy buenas Pascuas .
Manifiesta también su alegría de la elección del V. P. Gracián, cuando
escribiéndole, concluye con estas significativas palabras (1): De vuestra
reverencia sierva é hija y subdita y ¡qué de buena ^crona! Teresa áe]esús...
En otra que le escribía poco después también de la elección concluía:
-Indigna (2), sierva y subdita de vuestra reverencia. ¡Qué de buena ,írana
dií{o ésto! Teresa de Jesús. »
Lo segundo, elogia á nuestro P. Cuevas y su conduct;i en el Capítulo
provincial por estas palabras: (3). .Dos Freilas he tomado, que así lo so-
líín hacer, sin más licencia que mis patentes, por no la pedir á l\uwu tan
poco ha de presidir (4). Mucho alabo á Dios sea tan bueno como vuestra
reverencia iir' dice y lo haya h-cho tan bien^ (5).
Como la Santa era tan agradecida muestra su agradecimiento á í\'idre
tan bienhechor de su Reforma, encargando á la priora de Toledo le reciba
con mucha atención y gracia y así en la carta de 2 de Septiembre de I5S2
le dice (6): El portador de ésta es el P. Fr. Juan de las Cuevas. Muestre
vuestra reverencia mucha gracia que me dijo iría allá.
Iba el P. Cuevas á Toledo con ocasión de celebrarse en la Imperial
Ciudad un Concilio Provincial y así dice el Carmelita P. Antonio expo-
( 1 1 Carlu 332.
(2) Cí/r/í/343.
(3) Carla 332.
•4) El P. Cuevas, comisario apostólico, cuya comisión torminaha una ve/ pose-
sionado el padre provincial y constituida la provincia. (Nota del señor La Fuente )
( O Carla .332. Es elogio del mismo P. Cuevas respetable religioso Dominico
(Nota de La Fuente.)
(6) Caria 404.
-494-
niendo la carta 401: «También la jornada de Fr. Juan de las Cuevas era tal
vez al mismo fin, que no podian faltar Dominicos en los Concilios y era
razón que presenciasen y honrasen también los Toledanos.»
Finalmente y para concluir esta materia del Capítulo diremos, que
queriendo el provincial Gracián fundar convento en Roma y poner en él
al P. Doria, Santa Teresa que conocía (como dice el Sr. La Fuente), la
bondad ingénita de aquel y que necesitaba tener á su lado á éste áfin de
que le ayudara con su celo, desaprobaba el proyecto, y para más conven-
cerle, invoca la respetable autoridad del P. Cuevas quien apoyado en las
determinaciones del Capítulo lo desaprobaba también y así le escribía la
Santa y le decía (1): «No sé cómo vuestra reverencia no advertía en ésto
ni en que no es ahora tiempo de hacer casas en Roma; porque es grande
la falta que vuestra reverencia tiene de hombres, aún para las de acá; y
Nicolao la hace á vuestra reverencia mucha, que tengo por imposible
tan á solas poder acudir á tantas cosas. Fr. Juan de las Cuevas me lo de-
cía, que le hablé algunas veces. Es mucho lo que desea vuestra reverencia
acierte en todo, y lo que le quiere, que en forma me ha obligado. Y aún
me dijo, que iba vuestra reverencia contra las ordenaciones, que habían
sido, que en faltándole el compañero (no sé si dijo con parecer de priores)
eligiese otro; y que tenía por imposible poderse valer; que Moisés había
tomado para su ayuda no sé cuántos. Yo le dije cómo no había ninguno,
que aún para priores no hallaba: dijo, que esto era lo principal.-
-Después que vine aquí, me han dicho, que notan á vuestra reveren-
cia, que no gusta de traer consigo persona de tomo.>
No se oponía Santa Teresa á que fuera alguno á Roma, y así escribe
al provincial Gracián: *En lo que toca á la ida de Roma, ya veo es harto
necesario, aunque no se tema nada ir á dar obediencia al general;> pero
no quería que fuese el P. Doria. Muestra su gran prudencia, dice el P. An-
tonio de San José, en avisar se acuda al general á tributar la obediencia
y noticiarle del Capítulo de Separación. Mas no gusta vaya el P. Doria,
aunque tan hábil, por falta que hacía su celo al lado del ánimo blando y
|ii() de Gracián...
( 1 ) Carta 403.
495-
<Los temores que entonces había eran por algunas quejas que se oian
á los padres Observantes de la casi ninguna jurisdicción, que sobre los
Descalzos había dejado al General el Capítulo de Separación, como lo
testifican algunos papeles de aquel tiempo, que se conservan con las sa-
tisfacciones á ellos del reverendísimo Presidente Fr. Juan de las Cuevas,
de cuyo gran talento y justificación no se debe dudarse arreglaría á la le-
tra de la Bula Pontificia con la mayor puntualidad». Se ve pues por las
palabras precedentes del erudito anotador, el buen concepto que los Des-
calzos tenían del R. P. Cuevas y los buenos oficios que éste desempeñó
aún después del Capítulo de Separación, deshaciendo algunas observa-
ciones infundadas que los Calzados hicieron.
Recopilando brevemente lo expuesto hasta aquí, vemos que el alma,
por decirlo así, de este Capítulo de Separación, uno de los acontecimientos
de más trascendencia para la Descalcez, fué el V. P. Fr. Juan de las Cue-
vas, como presidente que era; que venciendo grandes obstáculos y ayu-
dándole otro célebre Dominico, Fr. Jerónimo Almonacid, gran lumbrera de
la Universidad de Alcalá, pronunció solemnemente el auto de Separación
de los Calzados y Descalzos; que dirigió con gran acierto y prudencia
los asuntos del Capítulo; que tuvo siempre presentes las indicaciones de
la gran Teresa de Jesús y )a secundó con maña para conseguir de los
Capitulares la elección del P. Gracián, queridísimo de la Santa Madre; que
desempeñó su comisión á satisfacción del Rey y del Nuncio y sobre todo
de la Santa Reformadora, que como agradecida le correspondió con aten-
ción y -alabó á Dios, porque era tan bueno y lo había hecho tan bien.
Gloria, pues, al hijo de Santo Domingo, al insigne P. Cuevas; gloria tam-
bién á Santo Domingo de Guzmán. quien con tanta fidelidad, cumplió la
palabra que dio á la Santa Madre Teresa de Jesús en Segovia, y finalmen-
te agradecimiento eterno de parte de la Religión Descalza á este ilustre
Patriarca, pues en expresión del limo. Yepes, los principios, medios y
fines de toda su prosperidad le vinieron por medio del mejor de los Guz-
manes y personas de su Orden »
Ocupándose el Ailo Tcrcsimw el día 30 de Septiembre de asunto tan
importante dice asi:
Pero restaba otro asunto no menos arduo é importante, que era la se-
- 496 -
paración de los Calzados, que también se logró, á costa de fatigas de allí
á algún tiempo; cuya ejecución (que fué ei total asiento de la Orden)
providenció la Majestad divina fuese practicada por otro padre Domi-
nico... >
«En esta junta de Alcalá, que ha mencionado nuestra Santa Madre, pu-
so la última mano Santo Domingo de Guzmán para establecer nuestra
Reforma; porque en ella, mediante la religiosa dirección de su ilustre hijo
Fr. Juan de las Cuevas gue presidió el Capítulo, se formalizó la separa-
ción de ios Calzados, quedando la Reforma como familia separada, con
peculiar gobierno, y las primeras leyes, que allí se promulgaron; debien-
do nuestra Descalcez, á este gravísimo sujeto igual beneficio, que el que
gozó toda la Orden en los tiempos pasados de otro gran Dominico el
Eminentísimo señor Cardenal Hugo de Santa Sabina, que de orden de
Inocencio IV, explicó, y declaró la regla primitiva de nuestro Santo Monte,
en ja forma, que la tiene, y observa el Carmen Reformado. Todos estos
favores, y protecciones singulares, que hemos debido los hijos de Santa
Teresa de Jesús á los doctísimos, venerables y santos del gran Patriarca
Santo Domingo, dieron ocasión a nuestra Santa Madre para proferir en la
ciudad de Burgos lo mucho, que los Dominicos habían favorecido á nues-
tra santa Orden; y se la dio también al venerable Palafox, para que en
apoyo de este asunto dijese aquel gravísimo Prelado estas verídicíis pa-
labras: «Aquí se conoce, que esta Santa Reforma se debe en gran parte, si
no en todo, en sus santos principios, á la ilustre Religión de Santo Do-
mingo, que con aquel espíritu soberano, que la comunica Dios, conoció
desde luego cuan crecido fruto se esperaba á la Iglesia de que este árbol
creciese, y se lograse, y no lo cortase por el tronco impróvidamente la
segur de la contradicción. ^
Cerremos esta materia con las celestiales palabras de Teresa de Jesús
en el libro de sus Fundaciones (1). Estando yo en Palcncia, fué Dios ser-
vido se hizo el apartamiento de los Descalzos y Calzados, haciendo provin-
cia por sí, que era todo lo que deseábamos para nuestra paz y sosiego.
Trájose, por petici(')ii de nuestro católico Rey D. Felipe, de Roma, un Breve
(1) Capítulo XXIX.
— 497 -~
muy copioso para esto, y Su Majestad nos favoreció mucho en extremo
como lo habia comenzado. Hizose Capitulo en Alcalá por mandado de un
reverendo padre, llamado Fr. Juan de las Cuevas, que era entonces prior
en Talavera; es de la Orden de Sannto Domingo; que vino señalado de
Roma, nombrado (I) por Su Majestad, persona n,uv santa y cuerda como
era menester para cosa semejante. Alli les hizo la costa el Rey, y por su
mandado los favoreció toda la Universidad.
•Hizose en el colegio de Descalzos, que hay alli nuestro, de San Cirilo
con mucha paz y concordia. Eligieron por provincial al padre maestrci
Fr.Jerommo Gradan de la Madre de Dios. Porque esto escribirán estos
padres, en otra parte, como pasó, no habia para qué tratar vo de ello Helo
dicho, porque estando en esta fundación acabó nuestro Señor cosa tan
importante á la honra y gloria de su gloriosa Madre, pues es de su orden
como Señora y Patrona que es nuestra; y me dio á mi uno de los grandes
gozos y contentos, que podia recibir en esta vida, que más habia de 25
anos, que los trabajos y persecuciones y afliciones, que habia pasado
sena largo de contar; y sólo nuestro Señor lo puede entender. Y verl.i ya
acabado, si no es quien sabe los trabajos que han padecido, no puede
entender el gozo que vino á mi corazón (2) y el deseo que yo tenia
que todo el mundo alabase á nuestro Señor, y le ofreciésemos á este
nuestro santo Rey D. Felipe, por cuyo medio lo habia Dios traido á tan
buen hn: que el demonio se habia dado tal maña, que ya iba todo por el
suelo, sino fuera por él.
•Ahora estamos todos en paz. Calzados y Descalzos: no nos estorba
nadie a servir á nuestro Señor. Por eso. hermanos y hermanas niias, pues
tan bien ha oido sus oraciones, priesa á servir á Su Majestad. Miren los
presentes, que S(m testigos de vista, las mercedes que nos ha hecho, y dc'
(1) En las ediciones anteriores decía nombrado de Roma y señalado por s„
Majestad, poro el original dice lo que aqui se pone. Lafnente, Edición 81. Funda ■
Clones, Capitulo XXIX.
(2) Estando la Santa en la fundación de Falencia, se efectuó la separación co-
mo ella n„s,„a ,o refiere en c, Capitulo XXIX do s„s fundaciones; y fué al e,
consuelo que con esto recib.ó que llamaba al convenio de falencia: • Ca a del Con-
32
-498-
los trabajos y desasosiegos que nos ha librado; y los que están por venir,
pues que lo hallan llano todo, no dejen caer ninguna cosa de perfección,
por amor de nuestro Señor. No se diga por ellos lo que de algunas Orde-
nes, que loan sus principios: ahora comenzamos, y procuren ir comen-
zando siempre de bien en mejor. Miren que por muy pequeñas cosas va
el demonio barrenando agujeros, por donde entren las muy grandes. No
les acaezca decir ¡en ésto no va nada, que son extremos! ¡Oh hijas mias,
que en todo va mucho, como no sea ir adelante. Por amor de nuestro Señor
les pido se acuerden cuan presto se acaba todo, y la merced que nos ha
hecho nuestro Señor en traernos á esta Orden, y la gran pena que tendrá
quien comenzare alguna relajación; sino que pongan siempre los ojos en
la casta de donde venimos de aquellos santos profetas. ¡Que de Santos
tenemos en el cielo que trajeron este hábito! Tomemos una santa presun-
ción, con el favor de Dios, de ser nosotros como ellos. Poco durará la ba-
talla, hermanas mías: el fin es eterno. Dejemos estas cosas, que en fin no
son, sino es las que nos allegan á esto fin, para más amarle y servirle, pues
ha de vivir para siempre jamás: amen.»
-- *-
CAPÍTULO XVIII
Fundaciones de Soria y Burgos, y los IPIP. íllderete, Uallejo y íirce^
diano. epitafio del IP. janguas en el Sepulcro
de Santa Ceresa.
FUNDACIÓN DE SORIA
Poco después dü celebrado el Capítulo de Alcalá pasó el nuevo pw-
vincial, P Gracián, á Palencia donde la Santa se encontraba, ya para
verla y conferenciar con ella; ya también para acompañarla en el camino
para Soria, donde iba á fundar su penúltimo convento. Mas no pudo acom-
pañarla con gran sentimiento de Santa Teresa y asi le escribe diciendo:
«Estoy muy triste, porque quisiera se hubiera detenido ocho días más pa-
ra que nos acompañara. Harta soledad ha hecho acá su ausencia; sólo ten-
go un alivio; que es el temor que pudiera tener y tenía que me han de to-
car en ese Sancta Sanctonim (que murmuraran del P. Gradúa) y á true-
que de que no suceda ésto, pasaré con que todo llueva sobre mí, que har-
to llueve.
Por lo que antecede se ve que ya comenzaban sus émulos á censurarle;
pero Santa Teresa no cambió de opinión sobre el P. Gr¿icián, y después
de haberle llamado su PuMo, su Elíseo, en tiempos pasados, ahora le llama
su Sancta Sancforum; pero no entrando en nuestro plan la defensa del
P. Gracián, cortamos esta relación y materia, pasando á ocuparnos en la
-500-
fundación de Soria, donde nos encontramos con el V. P. Dominico Fr. Die-
go Alderete, quien, aunque no consta que ayudara á la Santa en esta fun-
dación, porque como ella lo testifica, no hubo dificultad alguna, pero sí
que la confesó y la ayudó en un importante negocio, sacándola de apuros
con su ciencia y con el prestigio de su santidad.
Ya se indicó algo sobre este punto en el capítulo X de la segunda
parte. Expongamos ahora, sin embargo, más circunstanciadamente la en-
trevista de Santa Teresa con este V. P.
El motivo de acudir Santa Teresa á este venerable Religioso fué el
siguiente: Doña Elena de Quiroga, sobrina del Cardenal primado, de este
nombre, deseaba hacía años entrar en el convento de Descalzas de Me-
dina: se oponía á ello su Eminencia, y para tranquilizarla escribió Santa
Teresa al muy ilustre Doctor D. Dionisio Ruiz de la Peña, limosnero ma-
yor y confesor del eminentísimo Cardenal, con cuyo motivo se ocupa la
Santa de nuestro venerable P. Alderete, manifestando la estima que ha-
cia de él y elogiando su santidad y penitencia. Dice así la carta (1):
«Jesús. La gracia del Espíritu Santo sea con V. M. Poco ha que res-
pondía á la carta de V. M. y como va de aquí con tanto rodeo, que quizá
llegará ésta más presto, la he querido escribir, para suplicar á V. M. diga
al ilustrísimo Cardenal, (porque yo no me atrevo á escribir á su ilustrísi-
ma tantas veces, que de buena gana tomaría este consuelo) que, después
que escribí á su ilustrísima señoría, he estado con el padre prior de la Casa
de Santo Domingo de este lugar, que es Fr. Diego de Alderete, y tratamos
mucho rato sobre el negocio de mi señora Doña Elena; diciendo yo á su
paternidad, que la había dejado (cuando poco ha que estuve allí) con más
escrúpulo de cumplir su deseo. Su paternidad tiene tan poca gana como
yo, que no lo puedo más encarecer, y quedó concluido, (sobre las razo-
nes que yo le dige de los desmanes que podían suceder, que son de los
que yo traigo harto miedo), que era muy mejor estarse en su casa; que
como nosotras no la queramos recibir, queda libre del voto, porque fué
de entrar en esta Orden, y que no está obligada á más, que pedirlo. Dió-
me mucho consuelo, que no sabía yo ésto.
(1) P. Antonio de San José. Tomo 2." Carta 59.
-501 -
• Está en este lugar, á donde ha estado ocho años en posesión de muy
santo y letrado, y ansí me lo pareció. Es muy grande la penitencia que
hace. Yo nunca le había visto, y ansí me consoló mucho de conocerle. Este
es su parecer en este caso; y pues yo estoy tan determinada y toda aque-
lla casa en no recibirla, que se le declarase que nunca ha de ser, porque
se sosegase; porque trayéndola en palabras como hasta aquí, siempre
andará inquieta. Y verdaderamente que no conviene al servicio de Dios
dejar sus hijos, y ansí me lo concedió el padre Prior; sino, que dice, que
le hizo una información de suerte, que le dijo que tenía parecer de un gran
letrado, que no lo osó contradecir. Que su señoría ilustrísima esté descui-
dado en este negocio. Ya yo he avisado, que aunque su ilustrísima señoT
ría dé licencia, no se reciba, y avisaré al Provincial. V. M. dirá de ésto lo
que le pareciere, que no será cansar á su ilustrísima señoría, y le bese las
manos por mi. Guarde Dios á V. M. muchos años, y le dé tanto amor
suyo, como yo deseo, y le suplico. De Soria á ocho de julio. Indigna
sierva de V. M. Teresa de Jesús. <■
Comentándola el célebre carmelita P. Antonio de San José escribe, en-
tre otras cosas: -^En las notas á la Carta diez y siete para confirmar su re-
solución, alega el dictamen del P. Fr. Diego de Alderete, confesor de la
Santa, insigne Dominico, (que con todo lo bueno de esta sabia Religión
se encontraba esta Dominica in Pasione), prior de su convento de Soria,
(feliz por haber merecido tan docto, y santo prelado, como dice la Santa
en el número segundo), con quien parece que Doña Elena comunicó su
vocación, de la cual dice la Santa, que era del mismo parecer, convencido
de las razones que le dio. No hay duda que serían tan sólidas, eficaces,
y discretas, como propias de Santa Teresa. -
La ayudó también en Soria el célebre P. Vallejo, religioso Dominico, y
confesor de sus monjas en aquella ciudad, y así escribiendo á la Madre
Leonor de la Misericordia dice así sobre este padre: Al P. Vallejo me dé
V. E. un gran recuerdo, y que lo que le pareciere hay que enmendar en esa
casa, que le suplico lo diga á nuestro padre-. Siempre la Santa llena de
confianza en sus PP. Dominicos! Si hubiese algo que enmendar dice: que
el P. Vallejo se encargue de remediarlo y avisar á nuestro P. Provincial.
Del mismo P. Vallejo se ocupa la Santa en la Carta 43 del tomo 2." y
— 502-
hace elogio de él por estas palabras: «De nuestro P. Vallejo no digo más.
de que siempre nuestro Señor paga los servicios grandes, que hacen á
su Majestad, con crecidos trabajos; y como es tan gran obra la que en esa
casa hace, no me espanta quiera dar en que gane más y más méritos- (1).
II
FUNDACIÓN DE BURGOS
Desde Soria volvió á Avila y de aquí se trasladó la santa fundadora á
la ciudad de Burgos, última fundación que llevó á cabo esta incomparable
mujer: Después de referir muy extensa y graciosamente los muchos traba-
jos que padeció en el camino (2) y las muchas dificultades, que fué nece-
sario vencer de parte del Arzobispo Sr. Vela, se expresa la Santa en los si-
guientes términos en el Capítulo XXXI de sus Fundaciones: «Dio licencia
(el Arzobispo) al Dr. Manso para que dijese otro día la misa, y pusiese el
Santísimo Sacramento. Dijo él la primera, y el padre prior de Sin Pablo
(que es de los Dominicos, á quien siempre esta Orden ha debido mucho
y á los de la Compañía (3) también), él dijo la misa mayor: el padre prior,
con mucha solemnidad de ministriles, que sin llamarlos se vinieron. Es-
taban todos los amigos muy contentos - (4).
(1) Corto 70 del tomo 4.** Aludiendo á estas palabras dice el anotador P. Anto-
nio de San José: (Índice de materias, tomo 4.", pal. Dominicos.) 'Encargóles (á los
Dominicos) el confesonario de las religiosas de Soria.»
(2) Cuéntase que se cayó de un carro en un sitio cerca de Burgos, que llaman
los Pontones, y al caerse, además de mojarse porque todo estaba lleno de agua,
se lastimó en una pierna y dirigiéndose entonces al Señor con la más dulce fami-
liaridad, le dijo: ¡Señor! después de tantos trabajos, ahora viene este de nuevn,
y el Señor la respondió: «Teresa, asi trato á mis amigos-; á lo que ella con grande
agudeza contestó. ¡Ali! Dios mío, por eso tenéis tan pocos!
(Cnf. CEuvres Completes de Sainte Térése.)
(3) Además de los PP. de la Compañía que nombra aquí Santa Teres;i, la ayudó
en la fundación de Burgos el célebre Agustino Fr. Cristóbal Santotis, teólogo que
había sido en el Concilio de Trento.
(4) En el proceso de Avila se halla la declaraci()n de este Prior Dominico que
juzgamos oportuno poner á continuación. Dice así:
-503-
No se olvidó ki santa fundadora del tavor que la prestó en los grandes
trabajos que padeció en esta su última fundación el P. Maestro María,
Dominico en el convento de Burgos, y por esto, escribiendo el 3 de Agos-
to desde Falencia á la Madre Tomasina, priora de aquel convento la decia:
«al Dr. Manso mis encomiendas, y me escriba de su salud, y al P. Maes-
tro Marta lo mesmo» (1).
Tuvo esta fundación lugar el 19 de Abril de 1582 y á fines de Julio par-
tió la Santa de esta ciudad de Burgos, y después de pasar por Palencia,
Valladolid y Medina (2) llegó á Alba de Termes el día 20 de Septiembre,
«A la primera pregunta dijo: que habrá cincuenta años que este testigo tuvo no-
ticia de la dicha Santa Madre Teresa de Jesús, siendo monja en el dicho convento
de la Encarnación, siendo este testigo conventual en el dicho convento de Santo
Tomás de Avila, y esta noticia tuvo de padres muy graves y religiosos de dicho
convento, que !a confesaban y trataban espiritualmcnte é publicaban por una muy
buena c gran religiosa, y este testigo sabe esta noticia se ha hecho mayor después
acá, con los grandes y heroicos sucesos que tuvo, porque en Burgos siendo prior
este testigo del monasterio de San Pablo de la dicha ciudad de Burgos, la trató y
comunicó este testigo, habrá veinte y tres años poco más ó menos, yendo á fundar
la dicha Santa Madre, como fundó, el monasterio de monjas que allí hay, en el cual
este testigo á instancia de la dicha Santa Madre, dijo la primera misa é puso el
Santísimo Sacramento con muy solemne fiesta y hallándose presente el Sr. D. Cris-
tóbal Vela. Arzobispo de la dicha ciudad, y que sabe por ser ansí cosa notoria, que
fué natural de esta ciudad de Avila é hija de padres nobles, y que la fundadora de
la nueva reformación de Carmelitas Descalzos, ansí religiosos como religiosas.
«A la segunda pregunta dijo, que como dicho tiene, tiene gran noticia de la dicha
Santa Madre y la trat('j y comunicó nuicho en la dicha ciudad de Burgos y siempre
la tuvo por mujer de gran santidad y virtud é por persona de grande espíritu y
nuicha oración é penitencia, y adornada de las demás virtudes que la pregunta dice;
y esto ha sido y es fama pública en esta ciudad y en todas las demás partes de
estos reinos á donde este testigo ha estado y ansí lo ha visto tratar comunmente
á todo género de gente y estados y especialmente lo ha visto tratar á muchos y
graves religiosos de gran virtud de la dicha Orden de í^redicadores, que la trataron
y confesaron, de manera que él en esto no ha visto ni oido poner cu duda sino que
es una verdad muy asentada (Declaración del P. Kr. Juan de Arcediancj. prior del
Colegio de Santo Tomás de Avila.)
(1) P. Antonio de San José, tomo 2.", Carta 105.
(2) La Santa iba en dirección á Avila, donde era entonces priora, pero en Medi-
— 504 —
donde ocurrió su dichosa muerte el día 4 de Octubre, á !a edad de sesenta
y siete años y medio.
III
EPITAFIO DEL P- FR. DIEGO DE YANGUAS SOBRE EL SEPUL-
CRO DE SANTA TERESA DE JESÚS
Su cuerpo virginal está enterrado en Alba y en su sepulcro glorioso
se encuentran grabados en planchas doradas unos versos compuestos
por el M. R. P. Dominico Fr. Diego de Yanguas, según refiere el ilustrisi-
mo Sr. Yepes en libro 2P de la Vida de Santa Teresa.
Fué este venerable padre, confesor de la seráfica Madre por espacio de
ocho años. Censuró y anotó el libro de las Moradas y le dedicó el epita-
fio que, según hace notar el ya citado Sr. Yepes, «es muy apropósito de
lo que de ella coukj confesor sabía, ■ y dice así:
Arca Domini in qiia crat manna, et virgo, qiicv frondiieraf, ct tabiikv
testamenti.—Hebr. IX.
En esta arca de la ley
Se encierran por cosa rara
Las tablas, maná y la vara
Con que Cristo nuestro Rey
Hace á su Virgen más clara.
>Las tablas de su obediencia.
El maná de su oración,
La vara de perfección
Con vara de penitencia,
Y carne sin corrupción (1).
na se encontró con un precepto de obediencia del P. Antonio de Jesús, Vicario Pro-
vincial, en que la ordenaba se trasladase á Alba. Santa Teresa obedeció devota
aunque con pena, y secundó de este modo los planes ocultos de la Providencia cpie
tenía dispuesto tuviese lugar su felicísima muerte en esta Villa, que desde entonces
ha sido objeto de una santa envidia por ser la depositaría del corazón y del cuerpo
de tan celebérrima Virgen.
(1) La lámina dorada que contiene los precedentes versos se halla, scgúi'. el Año
7crcí>í«/zo al lado que es cabecera del sepulcro: y al lado que corresponde á los
pies, se encuentra la lámina que contiene los siguientes.
-505-
■ Non cxtiníTiictur in noctc lucerna cjiis.~Pwv. 31.
'Aquí yace recogida
La mujer dichosa y fuerte
Que en la noche de la muerte
Quedó con más luz y vida
Y con más felice suerte.
El alma pura y sincera
Llena de lumbre de gloria,
Y para eterna memoria,
La carne sana y entera:
¿Do está, muerte tu victoria?
Fueron estos vefsos grabados en unas planchas doradas que están den-
tro del sepulcro.»
No podían faltará la Santa en esta última etapa de su laboriosa vida el
consuelo y protección que siempre y en todas las circunstancias había ex-
perimentado de parte de los hijos de Santo Domingo. Buena prueba es de
ello, el relato que acabamos de extractar de las cartas y libros de la misma
Santa.
Los PP. Alderete y Vallejo vienen á ser como sus confidentes y con-
sultores en todo lo que se refiere á la fundación en Soria. El primero con el
prestigio de su ciencia y en su cualidad de sobrino muy apreciado del
Cardenal Quiroga, la saca de los apuros y compromisos en que se vio con
motivo de la vocación religiosa de Doña Elena, á cuya realización se opo-
nía el Cardenal. Al segundo le confia el cuidado de sus hijas, manifestan-
do de este modo su amor y simpatía por los Dominicos.
En Burgos donde tanto padeció de parte del Arzobispo y Provisor,
fué su ayuda el prior de San Pablo de esta ciudad, con quien ella consul-
taba con frecuencia, animándola á vencer dificultades tan grandes, y como
digno remate de la protección que le habia prestado hasta entonces, cele-
br() á instancia de la seráfica Madre con muchos ministriles y exiraordinaria
solemnidad la misa mayor en el día de la fundación, 19 de Abril.
Por último, el P. Yanguas, conocedor como pocos del espíritu de la
Santa y uno de los que con más intimidad trataron á la gran Teresa de
Jesús, escribió en Alba de Tormes unos devotos y elegantes versos, don-
I
- 506 -
de en síntesis se halla expuesto con sencillez todo el caudal de celestiales
carisnias que Dios en su infinita bondad había depositado en el alma de
esa Virgen singular y tan excelsa Doctora; versos que grabados en plan-
chas de oro se hallan custodiados en el glorioso sepulcro, juntamente con
su cuerpo virginal, ordenándolo así la divina Providencia, para que los hi-
jos del gran Domingo de Guzmán ni en vida ni en muerte se separasen
de la gran Teresa de Jesús.
CAPITULO XIX
Defensa que b^cc el !P. Domingo Báñez de las Descalzas, ante el
Uicario general de la Morma, Ifí. IR. IP. f r. íílcolás
de ¡esus Doria
Aunque, como se ha podido observar, no nos liemos propuesto estudiar
las relaciones que los Dominicos tuvieron con Santa Teresa y su Refor-
ma, sino mientras vivió la santa fundadora; sin embargo, hay un hecho
excepcional y tan significativo, acaecido después de su muerte, que con-
viene consignarlo para perpetua memoria.
Este hecho á que aludimos y que constituye la materia del presente
capitulo, es el siguiente: En 1590, y por lo tanto ocho años después
de la muerte de la Santa, pasaron sus religiosas por uno de aquellos
terribles conflictos que el demonio promueve para venganza de los que no
le sirven, y que el Señor permite para que más clara se vea la protección
con que á los suyos regala. Por razones poderosas que la Consulta ó Con-
sejo tuvo, decretaron los padres Carmelitas la conveniencia de que ellos,
es decir, la Orden se desentendiera del gobierno de sus religiosas entre-
gándolas en manos extrañas (1). Los daños que de aqui se habían de se-
guir no es difícil de alcanzarlos. Como es imposible que un piloto con-
(1) A fin de que el lector pueda formarse idea cabal de la cuestión diremos en
pocas palabras lo principal que ocurri(3 en el caso. Las religiosas descalzas alcan-
zaron del Papa Sixto V un nuevo Breve sin contar ni consultar con los padres y supe-
riores de la Orden, antes bien lo hicieron como á hurtadillas guardando grande sigi-
— 508 —
duzca con seguridad una nave por mares desconocidos, erizados de es-
collos, así lo es que personas ajenas á un instituto dirijan las conciencias
y promuevan la observancia de sus religiosas con seguro tino, dado ya
que no falte el celo. Es preciso para ésto penetrarse del espíritu de la Or-
den, comprender la importancia de sus leyes, distinguir lo esencial de lo
ceremonial, apreciar la trascendencia y valía de ordenaciones que parecen
insignificantes, respirar, en fin, dentro de la atmósfera peculiar del ins-
tituto. Quien esto ignore, y no viva penetrado de ese espíritu religioso que
varia en cada corporación, aunque sea él un justo, no sabrá dirigir las almas
que el Señor ha llamado á perfeccionarse en los monasterios, por la prác-
tica de las constituciones profesadas. Lo que es grave y vital lo excusará
como falta insignificante, ó por el contrario, dará una importancia absoluta
á lo que en casos particulares debe sacrificarse para conseguir bienes ma-
yores.
Fr. Luis de León, el P. Gracián y el P. Báñez, se oponían á esa tenta-
tiva; se oponían otras muchas personas de gran representación y que se
hallaban al tanto de lo que en este caso ocurría; acudieron al Nuncio y al
Rey; entre ellos el Marqués de Almazán y la misma Santa Teresa que se
apareció á la venerable Ana de San Bartolomé y la dijo: «Ayúdame, hija,
que se me van las monjas de la Orden.»
A este tiempo dice la Crónica Carmelitana (1) el P. Maestro Fr. Do-
mingo Báñez, persuadido, de que su amor á la religión, y oficios grandes
lo en el negocio. La sustancia del Breve tan ruidoso, negociado con mucha maña
por la venerable Ana de Jesús, Priora de Madrid, consistía principalmente en
eximir á los conventos de Descalzas de la jurisdicción y gobierno de la consulta
ó consejo, quedando solo sujetas á un Comisario independiente de la consulta.
Esto, junto con una libertad excesiva acercado los confesores, contenida también
en dicho Breve, desagradó sobremanera á los padres Descalzos, y de aquí el en-
cuentro entre las Descalzas y Descalzos, y el que estos cortasen como suele suceder
por lo sano, determinando desentenderse de ellas. Las monjas consiguieron que las
gobernase un padre Comisario y no la consulta, y los padres resolvieron que queda-
sen fuera de la Orden sin sujeción á consulta ni á comisario si no solamente al
Papa.
(1) Tomo 2." libro 8." Capítulo XL.
-509-
por ella, alcanzarían nuís del Vicario, que los títulos y grandezas: yéndole
un día á visitar, le dijo en esti sustancia: -Padre nuestro: sabiendo vuesa
P. que esta religión, adulta ya, y muy provecta, es hija de mis cuidados, y
que nació en mis manos; dada tengo de antemano la razón porque vengo
á abogar por ella, en ocasión que la veo en la mayor turbación, y aflicción,
que jamás ha padecido: pues el amor de padre y de amigo, ni necesita de
favores para entrarse, ni espera ser llamado para defender á quien ama, ni
repara en las palabras, ni en las cortesías, porque es superior á todo esto.
Todo el mundo dice que V. P. alza la mano del gobierno de las monjas,
y las deja á la disposición del Sumo Pontífice. Acción la más rara, queja-
más la Iglesia ha visto. Por que aunque cada día sucede apartarse este, ó
aquel convento de la jurisdicción de su Orden; nunca jamás se ha visto
que todos se hayan apartado del común cuerpo, ó que él los haya aparta-
do de sí. Porque esto es como dar libelo de repudio á la esposa que Dios
dio. Y siendo la que V. P. tiene sin mancha, y sin ruga, quién no extraña-
rá acción tan nueva? Si todos los conventos de las monjas se hubieran le-
vantado contra la Orden, y pedido segregación; por uno sólo que quedara
debían ser perdonados los demás, y debía la Orden ponerles pleito sobre
el caso. Pero echar treinta por uno, ó dos que se alborotaron, rarísima co-
sa es. Nunca la naturaleza ha visto que un cuerpo se parta por medio, y
que una parte huya de la otra: Monstruosidad será que ahora lo haga la
razón.
'Si estuvieran relajadísimos, si llenos de enormes delitos, debiera la
Orden procurar su reforma, no su muerte; porque á todo esto obliga la
caridad, el ejemplo de todas las demás Religiones. Arrancar de sí treinta
casas llenas de personas santísimas, nobilísimas, y aventajadas en cono-
cido caudal, por el exceso de una, ó dos, ninguna prudencia lo permite,
ninguna justicia lo sufre; no hay en Madrid quien lo apruebe entre los
cuerdos, ni lo habrá en la Iglesia. Si estas monjas perseveran en su pri-
mer engaño, algún castigo merecían, nunca el ser dejadas. Pero cuando
todas están tristes, llorosas, aficionadísimas á su hábito, cuando negocian
con todo el nuiíido, cuando escriben á lo más soberano de la Corte, cuan-
do presentan menioriales, quejándose de agravios en papeles borrados con
lágrimas, sumojigor es dejarlas. Y por qué las castiga V. P.; porque abrie-
-510-
ron puerta á pleitos tan á los principios? Crimen fué, pero no tan grave,
que pase (si damos que llegue) de pecado venial. Siendo el celo tan fino
de la gloria de Dios; sobre qué es tanta pena? Algo se ha de perdonar al
sexo de mujeres. Flacas son aun las que parecen más constantes. Sujetas
á yerros, como nosotros, las más advertidas. Hallen, pues, recibo en el pe-
cho regaladísimo de Vuesa Paternidad los ruegos y súplicas humildes de
las inocentes, las lágrimas y arrepentimientos amargos de las culpadas (1).
Pueda más esta vez en su cristiano tribunal la piedad. Disimúlese un rato
la justicia. Si con el amago solo del azote tiembla ya este cuerpo, que es el
fin á que se ordenan los castigos, excusado es el golpe: no se descargue.
Aseguremos, padre nuestro, en esta acción para con la Corte, para con el
Rey, para con el mundo, V. P. el nombre que ya tiene de prudente, de
perdonador de injurias, y yo el de verdadero servidor suyo, y de su sa-
(1) La principal causante de esta tormenta, si bien llevada de la mejor inten-
ción, fué la venerable Ana de Jesús. Reconoció su yerro después y no sólo en Fran-
cia, sino aun en Flandes trabajó lo indecible porque sus hermanos de hábito los
descalzos, se encargasen de la dirección de los conventos de monjas. Así nos cons-
ta del Año Teresiano en el mismo día 22 de Julio, donde entre otras muchas cosas
sobre esta cuestión, dice así: «Ella fué la que viendo frustradas todas sus diligen-
cias, para que sus frailes fuesen admitidos por entonces en Francia, se salió de
aquel F^eino, y pasó á fundar á Flandes, juzgando, que á la sombra del Archiduque
Alberto, y su Serenísima mujer la infanta Clara Eugenia, sería más dichosa en este
punto, y que lograría introducir allí á los relig'osos de la Orden, para que goberna-
sen sus conventos. Siguiendo este propósito, hacía mil instancias á los Prelados de
la religión para que la enviasen frailes, como se infiere de estas palabras suyas,
que puso en una carta: «Si tuviera monjas que me pudieran ayudar, ya estuvieran
hechas otras tres fundaciones, que las desean de las mejores ciudades de estos
estados, en Amberes, en Lovaina, y en Gante: y de nuestros padres descalzos se
harían hartas si quisiesen venir. Cien veces se lo he escrito, nunca responden: pien-
so que en este Capítulo general se determinarán etc. Para vencer la repugnancia,
que manifestaron los Prelados en extender su jurisdicción fuera de los límites de
España, usó de exquisitas diligencias, interesó en su empeño á los señores Archi-
duques, y volviendo á estos Reinos el gran Dominico Fr. Iñigo de Brizucla, confe-
sor de estos F^ríncipes, y también de la Madre, después Obispo de Plasencia, y Pre-
sidente de l-'landes en F.spaña, le encargó eficazmente esta solicitud, que él hizo
con esfuerzo en nombre de sus Altezas.
51
grada Religión. Que con este favor solo que deila, y de V. P. merezca con-
seguir, me daré por muy satisfecho de loque siempre procuré ayudar á
su Santa Madre; de lo mucho que á sus hijos é hijas deseo servir.»
«Harían, continúa la Crónica, sin duda fuerza estas razones á nuestro
P. Fr. Nicolás, pero como era decreto de la Consulta, no pudo dar entera
satisfacción al padre Maestro. Y para darle alguna, le diría lo que de algu-
nos de sus papeles se colige. Que había sido exorbitante atrevimiento
abrir la puerta las monjas (á quien es propio el rendimiento) á pleitos con
los Prelados. Que de este ejemplo se podían temer otros mayores: que
por bien de paz convenía dejarlas para obviarlos: que la libertad, que
ellas llamaban santa, de elegir confesores á su gusto, dentro y fuera de
la Orden, era peligrosísima á las conciencias, ocasionada á muchas quejas
y en gran deshonor de los Religiosos: y en sustancia contra los decretos
eclesiásticos, si ellas usaban de la manera que entendían, de su libertad,
porque era abrogarse las mujeres potestad para dar jurisdicción á los
que no la tienen. Y en esto casi todas las monjas en aquel tiempo eran
culpadas; porque la libartad es un ídolo, que compite con Dios, á quien
toda alma obedece. Y esta es la razón más fuerte que se halla en los pa-
peles de aquellos lances contra las monjas, porque era cáncer, que ya
casi por todos los conventos se había extendido. Y así no es de espantar
que los Prelados hiciesen tanta fuerza, porque era mortal. Considerando
ésto, estuvo firme el padre Vicario; y el padre Maestro les dijo: • Pues yo
recabaré con mi Orden, que reciba las monjas que vuestro paternidad des-
echa. > Respondió, tomándole la mano: -No suelto esa palabra, porque á
ellas, y nosotros nos estará muy bien, que pasen al gobierno de Religión
tan grave.» Espantado de esto se despidió de la visita. Y sabiendo el Rey
lo que había pasatio, dijo: Quién mete á Báñez en lo que no le pertene-
ce?- Súpolo él, y ausentóse de Madrid.
♦Bien hubiera podido contestar que le metía el mismo amor que antes
le había metido en la defensa de San José de Avila y en otras fundaciones;
el amor con que hasta entonces, como confesor, como amigo y como vi-
sitador apostólico había procurado el bien de la Reforma; el temor de que
en un solo día se malograran tantas fatigas y viajes, y oraciones de la
Santa Madre; el temor de que asi vilmente pereciese una obra tan glorio-
-512-
samente acabada. Pero nada quiso contestar al Rey para que su repenti-
na retirada diese más que pensar al mismo Rey, al Vicario general, y á los
padres del Consejo. Así el labrador, después que ha esparcido la simiente
por el campo, se vuelve á su casa, no abandonando su sembrado, sino
esperando que con el tiempo se desarrolle, y nazca, y madure el grano,
para recoger sus frutos ■ (1).
El Año Teresiano, hablando sobre esta misma materia, en el día 22 de
Julio escribe de esta manera: Todos pedían, todos rogaban por las mon-
jas, y entre todas estas intercesiones, solo referiremos (por ser tan vene-
rable) la que hizo por ellas un gran dominicano, á quien debió mucho
nuestra Descalcez. Fué este gran hombre (2) el principal maestrQ de la San-
ta, cuyo único brazo pudo mantener la reciente fábrica de su primer con-
vento, cuando el consistorio de la ciudad de Avila decretaba su ruina;
quien siempre amparó á la Reforma; quien cuidó de su Madre, y en cuya
aprobación mantenía ella la seguridad de sus escritos. Todo ésto fué para
el Carmelo Reformado Fr. Domingo Báñez, Catedrático de Prima de Sala-
manca, gloria de la Religión Dominicana, que al ver á la Maestra (que le
constó tantos oficios) en un sistema de tanta turbación, buscó á nuestro
P. Doria, á quien habló en esta sustancia: Padre Nuestro:... repite luego el
discurso del P. Báñez que hemos trascrito arriba tomado de la Crónica y
que no creemos conveniente repetir.
Como se infiere de cuanto queda expuesto, nada tiene que ver la
(1) Santa Teresa y el P. Báñez.
(2) Fíjese el P. Pons en las palabras del íexio: < Fué este gran hombre el princi-
pal Maestro de la Santa», y en las del Sr. La Fuente tomo 2." página 56 edición de
1861 quien escribe: «Me parece indudable, que después del P. Oracián, el director
que más apreció Santa Teresa, fué el P. Báñez. Creo que á él alude en el párrafo
primero de la Relación (tomo 1." página 160) cuando dice: «en especial el uno á
quien tengo gran voluntad, me hacía terrible resistencia», y de seguro comprenderá
la ligereza con que ha procedido al estampar en la página 196 que están destituidas
de fundamento las afirmaciones de los PP. Mandonnet y Paulino Alvarez sobre el
papel tan principal que el P. Báñez desempeñó con respecto á Santa Teresa y su
Fíeforma. No creo se atreva el P. Pons á tachar exageradas y sin fundamento las
palabras del Año Teresiano y del Sr. La Fuente, autores que conociendo á fondo el
asunto que trataban, han ido aun más adelante que los PP. Manndonct y Alvarez.
-513-
parte que el Agustino Fr. Luis de León tuvo en el suceso que nos ocupa
con lo que estamos tratando en el presente capitulo; y por lo tanto, es
un error grande el atribuir á Fr. Luis de León la defensa de las monjas
que hizo ante el P. Nicolás Doria el P. Domingo Bañez, por más que éste
las defendía y protegía también en especial á la V. Ana de Jesús, pero en
sentido muy distinto del en que lo ejecutó el P. Bañez.
Las palabras del confesor de Santa Teresa, aunque mal recibidas en
un principio, comenzaron á fermentar; el rey se quedó meditabundo, y
después de examinar la razones de una y otra parte, se decidió por fin á
seguir el consejo del P. Báñez. No consintió qi'e á las monjas se las aban-
donase; cerró los oídos á todas las querellas del Vicario y sus socios; y la
Santa Madre, que desde el cielo habia hecho saber su sentimiento á una
de sus hijas, cuando las perseguían, pudo comprender una vez más hasta
donde llegaba el amor celoso de su antiguo protector, que en todas par-
tes y sin temer á los mismos reyes de la tierra salía en defensa de ella y
de sus hijas.
Después de testimonios tan autorizados como el de la Crónica de la
Reformíi y el del Año Teresiuno, que unánimes nos dicen haber sido el
P. Báñez quien habló al P. Doria en favor de las descalzas, la misma Cró-
nica consagra todo un capitulo, que es el XL del libro 8." á historiar este he-
cho, cuyo epígrafe está concebido en estos términos: «Sienten mucho las
monjas verse dejadas de la Orden, y aboga por ellas el P. Maestro Fr. Do-
mingo Bañez. Es por cierto bien extraño haya habido quien, sin aducir
testimonio alguno, y sólo por la autoridad de su palabra, haya atribuido
todo ésto á Fr. Luis de León. Es cierto que el célebre Agustino tomó cartas
en este asunto, tanto que él era el designado por su Santidad para la eje-
cución del Breve, negociado en Roma por Ana de Jesús bajo la dirección y
consejo del referido Fr. Luis. Asi nos consta de la Crónica de la Reforma
que refiere todo lo ocurrido en este caso por estas palabras (1):
■Venia remitido (el Breve) al Arzobispo de Evora, al Maestro Fr. Luis
de Lc(')n. Catedrático de Escritura en Salamanca. Excusóse el primero, por
no poner en ocasión su autoridad, y tomó la ejecución por su cuenta el
(1) Libro 8." Capitulo XXXIX.
3;t
-514-
segundo. Notificóle al P. Fr. Nicolás y á su Definitorio, mandándoles, que
para cierto tiempo convocasen á los provinciales y socios, para que eli-
giesen el Comisario de las monjas, conforme al decreto. Y propúsoles,
sin obligación, á los padres Fr. Jerónimo Gracián y Fr. Juan de la Cruz,
con que los indició de cómplices en todo lo hecho. Despacháronse voca-
torias. Y acudió Doria al Rey, que se hallaba en el Pardo, dándole menu-
da cuenta de todo. Mostró sentimiento, así de la singularidad de las mon-
jas, como del empeño del padre Maestro, y ofreció remediarlo. Cuando ya
querían entrar en Capítulo los gremiales desahuciados de remedio, por-
que el Rey no hablaba; vino un orden del Nuncio, para que el P. Fr. Luis
de León sobreseyese de aquella diligencia, hasta que hubiese nueva fa-
cultad. Tan colorado quedó el padre Maestro, como alegres los provin-
ciales, y volvieron á sus provincias, reconociendo la providencia del Se-
ñor y el amoroso celo del Rey en la quietud de la Orden.
Pasado algún espacio de tiempo, pensando el padre Maestro, que
con lo hecho había cumplido el Rey con la Religión, y dejaría obrar, vol-
vió á notificar el Breve á la Consulta, mandando que de nuevo convoca-
se á los capitulares. Hízose así: y acudió otra vez al Rey Doria, que tam-
bién se hallaba en el Pardo, á darle cuenta de lo sucedido. Aquí mostró
enfado con el padre Maestro Fr. Luis, por parecer desacato esta segunda
instancia: y dio por respuesta lo que la primera vez. Convocóse la Orden
El Nuncio, porque el Rey no le había hecho recaudo, callaba. Pero al tiem-
po de entrar todos en la sala del capítulo, llegó un Caballero de la Cáma-
ra del Rey, con un Secretario, y dijo de esta manera: -Su Majestad man-
da, que vuesas Paternidades suspendan por ahora la ejecución del Breve,
y no innoven nada, hasta que Su Santidad, á quien se ha dado cuen-
ta, mande otra cosa.>' El padre Maestro, viendo que era mandato re-
petido de aquel gran Monarca, apelación á la Sede Apostólica, y que era
ya muerto el Pontífice, que concedió el Breve: se salió de la safa, dicien-
do: *No se puede ejecutaren España orden alguna de Su Santidad. No
faltó quien echó al oído del Rey esta palabra, que le sonó mal. Y que es-
tando la provincia de Castilla de la Orden de San Agustín, para hacer
provincial al P. Fr. Luis de León, llegó un mandato suyo que eligiesen
otro. Fué tal su sentimiento, que presto murió, y las monjas quedaron des-
-515-
liauciadas de poder prevalecer contra la Religión, teniendo por sí tan gran
protector. Este protector era el Rey Felipe II que decididamente se opuso ú
la ejecución de un Breve calificado por personas competentes de obrepticio y
subrepticio.
Se ve, pues, la razón que Santa Teresa tenía, cuando al escribir á su
sobrina Maria Bautista priora en Valladolid, la decía hablando del P. Do-
mingo Báñez y de los monasterios de Descalzas (1). No puede igualarse
con lo que Fr. Domingo los quiere, que es cosa propia v los ha sustenta-
do á la verdad. >^
En efecto, la conducta del P. Báñez en este caso, es una prueba irre-
cusable de que los conventos de Descalzas eran para él como cosa propia.
(1) La l'iienti' edición de IHKI. Carta 45.
CAPITULO XX
Resumen de lo expuesto en esta obra.-fligunas observaciones.
I
RESUMEN
Nos habÍTmos propuesto desde un principio terminar nuestro trabajo,
trascribiendo en el último capítulo la dedicatoria que el profundo é insig-
ne teólogo Dominico, P. Gonet, escribe al consagrar su obra de Teología á
la seráfica Virgen y Doctora mística Santa Teresa de Jesús. El motivo de
esta resolución y propósito, era porque en dicha dedicatoria se contie-
nen en compendio y con elegantísimo estilo las relaciones intimas entre
Santa Teresa de Jesús y los hijos de Santo Domingo, á la vez que los
servicios prestados por éstos á tan excelsa Virgen, tema que nosotros he-
mos procurado desarrollar en todo el decurso de la obra. No pudiera ha-
cerse resumen más cabal de cuanto en las tres partes hernos expuesto, que
el contenido en la renombrada dedicatoria, dispensándonos el trabajo de
hacerle por nosotros mismos, expuestos además, á que, atendida nuestra
pequenez, no hubiera sido tan completo como era de desear. El pensa-
miento pjr lo tanto era atinado; pero nos ha ocurrido otro á nuestro juicio
mejor. Como el R. P. Gonet vistió el hábito de Santo Dontingo et laus in
ore propio vilescit, quizá sus palabras no surtieran tan buen efecto como
era de desear en el ánimo de los lectores, en atención á que en casos se-
mejantes, esos testimonios y palabras siempre se reciben con alguna pre-
vención.
Por eso, mejor aconsejados por la seráfica Virgen, á quien siempre he-
mos recurrido desde que empezamos á escribir, pidiéndola muy de veras
que, no dijésemos nada de lo que no débemeos decir, ni omitiésemos así
-518-
mismo nada de lo que es justo digamos, hemos mudado de propósito y de
plan, y en vez de tomar ese resumen de un hijo de Santo Domingo siquie-
ra sea de la talla y renombre que justamente tiene merecidos el célebre
P. Gonet, nos ha parecido más prudente tomar este resumen, que compen-
dia cuanto hemos apuntado en toda la obra, de un hijo ilustre de la Santa
Madre, escritor eruditísimo que minuciosamente ha tratado en su volumi-
nosa obra cuanto concierne á Santa Teresa y la Reforma por ella estable-
cida. Nos referimos al M. R. P. Fr. Antonio de San Joaquín, autor del Año
Teresiano. Este, como todos los historiadores de la Reforma de su Santa
Madre, han sido agradecidos á la Orden de Santo Domingo y no han rehu-
sado estampar en sus escritos con la mayor espontaneidad y detallada-
mente lo mucho que trabajaron los hijos de Santo Domingo y éste por
medio de ellos en socorrer á la mística Doctora siempre que necesitó de
auxilio. Entre todos hemos escogido este autor porque consagra un capítulo
á esta materia y en él se halla reunido cuanto pudiera sin duda hallarse en
otros autores descalzos, pero esparcido en diversos lugares de sus obras.
Hemos de advertir que la mayor parte de las palabras que vamos á citar
de tan respetable autor, nos son ya conocidas; pues en distintas ocasiones
hemos confirmado nuestras afirmaciones con ellas; pero no juzgamos sea
esto obstáculo para que cerremos nuestro trabajo, presentando de un gol-
pe de vista todo lo que sobre la materia que se trata, se contiene en el ca-
pítulo aludido. Rogamos también al lector sepa dispensar al autor ciertos
giros propios de la época en que escribió; no hay que fijarse en el estilo,
sino en lo que afirma y testifica, así como en los fundamentos y razones
en que apoya cuanto nos dice, no un dominico, sino un hijo preclaro de
la seráfica Virgen que escribió con conocimiento de causa, y en quien no
puede suponerse peligro de exageración, sino sólo una intención recta de
dará cada uno lo que es suyo, agradeciendo sincera y candidamente los
beneficios recibidos. Estas excelentes cualidades adornan á la persona, ó
más bien, al escritor cuya autoridad vamos á citar y cuyas palabras servirán
en su mayor parte de materia á este capítulo.
Al ocuparnos de la fundación de Segovia, dimos relación detallada de
la aparición del Patriarca Santo Domingo á Santa Teresa; aparición que
tuvo lugar el día 30 de Septiembre de 1574.
-519 —
RI autor de quien venimos hablando trata en sus doce tomos, corres-
pondientes á los doce meses del año de los sucesos y cosas que acaecie-
ron á su Santa Madre Teresa de Jesús en los distintos días del año, y al
llegar al treinta de Septiembre refiere en primer lugar el caso misterioso
que ocurrió en la cueva de Segovia y á continuaci()n se expresa de esta
manera:
Refiere use los mu: fus beneficios, que Santo Domingo de Guzmán, y to-
da su Orden ha practicado con Santa Teresa de Jesús y nuestra Descalcez.
-Mácese forzoso el que reflexionemos este día en los favores celestia-
li>. que hoy recibió la Santa de su intimo devoto Santo Domingo de
Guzmán, en cuya aparición solo nos dijo el ilustrísimo Yepes, que este
Patriarca tomaba á su cargo cuidar de la Reforma del Carmelo. Mas no el
que pidiese á su santa fundadora cuidase de su Religión Dominicana,
como lo expresa el señor Obispo de Monópoli, cuando dice: Entre los que
vinieron á esta estación (habla de la Capilla del Real Convento de Santa
Cruz de Segovia, historiando esta fundación) fué la Santa Madre, y hallán-
dose en la cueva tuvo una revelación de Santo Domingo, el cual la con-
soló diciendo: Tened, hermana mia. mucho cuidado de mi Orden, que
yo le tengo, y tendré de la vuestra. Todo esto lo dijo la Santa al Padre
Maestro Fr. Diego Yanguas y al Padre Maestro Fr. Domingo Báñez, sus
c )nfe5ores.' El dar la mano Santo Domingo á Santa Teresa de Jesús, y
palabra de patrocinar á su Reforma, pidiendo al mismo tiempo á esta San-
ta Virgen el que cuidase de su Orden, viene á ser lo mismo, que un pacto
y convenio celestial en que los dos Santos quisieron enlazar á sus fami-
lias en unión tan estrecha, y hermandad tan indisoluble, que aunque en el
hábito fuesen" diferentes, no lo mostrasen en las obras, espíritu, doctrina,
y religiosidad. Este concepto quiso explicar nuestra Descalcez en aquella
lámina que estampó en la primera hoja del Curso Complutense, donde se
miran enlazados los escudos de estas dos Religiones, como también sus
coronas, y dos manos, una que sale del hábito del Carmen, y otra del
de Santo Domingo, las cuales se enlazan entre sí con nudo tan cordial,
que esperamos en Dios, y en nuestros Santos Patriarcas, no será para
nuestros corazones esta unión menos fija, que lo fué en las almas de Da-
vid y Jonatás. Así se deja prometer en la recíproca concordia en que han
— 520 —
procedido las dos Religiones en los 184 años, que ha que sus Santos Pa-
triarcas establecieron este enlace, cuya relación, y lances de hermandad,
en que se han mantenido inalterables, nos parece forzoso historiar este
día, para que en lo futuro logren los individuos de ambas Ordenes esti-
mulo eficaz para perpetuar esta concordia con el ejemplo de los prece-
dentes.
«El Religioso Padre Fr. José de la Encarnación (de quien dimos noticia
en el primer tomo del Año Teresiano) afirma en sus manuscritos haber vis-
to un papel impreso, que le fió la Excelentísima señora Condesa de Oro-
pesa, con este título: * Beneficios que la Orden del Patriarca Santo Do-
mingo ha hecho á la de los Carmelitas Descalzos; y agradecimiento de
parte de ellos; y del principio de donde se originó esta correspondencia
entre ambas religiones. Su autor el Doctor Juan de Espino. Dedícase al
Excelentísimo Sr. D. Antonio Alvarez de Toledo, Duque de Alba. Si este
escrito fuese muy común nos remitiríamos á él sobre la materia que que-
remos tratar; pero asegurando el referido P. Fr. José, que en sus días era
muy raro, y que sólo pudo encontrar el que le dio aquella gran señora; se
hace indispensable en el día que estamos el buscar especies, asi en la
Santa, como en nuestras historias, y otros monumentos de la Religión, que
refieran lo que promete el título del dicho papel; lo que ejecutaremos di-
ciendo brevemente en primer lugar lo mucho que Santo Domingo, y sus
Religiosos han patrocinado á Santa Teresa de Jesús, y á toda su Reforma:
después la correspondencia de la Santa; y últimamente el agradecimiento
de todos sus Descalzos á favores tan grandes.
«El origen de aquella mutua y amistosa correspondencia en que se han
hermanado estas dos religiones, y ofrece declarar el papel del Doctor Es-
pino, no pudo ser otro que el suceso, que ha dado asunto al primer caso
de este día; cuya representación quisieron perpetuar los Padres Domini-
cos en un cuadro que se colocó más ha de cien años en la capilla en que
sucedióla aparición, con un letrero que dice: En 30 de Septiembre de
1574, estando haciendo oraci(')n la Santa Madre Teresa de Jesús en esta
capilla, se le apareció nuestro glorioso P. Santo Domingo, y después á la
mano derecha Cristo Nuestro Señor; y la dijo á la Santa, que se holgase
con su amigo, el cual, entre otras amorosas pláticas, prometió ayudarla en
-521-
su Reforma. Do este principio y palabra celestial en que Santo Domingo
ofreció hacerse auxilio, protector y abogado de nuestra Descalcez, ya se
deja inferir los continuos influjos, que este sagrado padre habrá conferido
en la familia Teresiana. Sin duda alguna, que en todo el incremento, que
para gloria del Señor ha conseguido esta santa Orden, se puede creer ha-
brá cooperado la virtud insigne y méritos santísimos de este glorioso Pa-
triarca. Son invisibles los beneficios de los Santos, los cuales regularmen-
te se encanecían á los hombres hasta que los miran en el día de la eterni-
dad; mas los de este soberano Patriarca con nuestra Religión han sido tan
patentes, como si los obrase al estilo del mundo. Los santos de la gloria
(dice San Gregorio) son unas estrellas en el firmamento de la cristiandad,
que con sus luces deshacen la noche de este siglo, ilustrando á los hom-
bres, cuyos reflejos, por lo perteneciente á la estrella brillante de Domingo,
destellaron en todas las edades con luces tan copiosas para iluminar, y di-
rigir á la Reforma de Teresa, que ella ha sido la antorcha que guió sus
aciertos en los lances de mayor arduidad. Bastará para contestación de es-
ta materia sólo un caso que referiremos.
-^Cuando la Descalcez llegó al mayor escollo, en que sus cabezas eran
juguete de la persecución, unas fugitivas y otras encarceladas, sin lograr
delante de sus ojos natural auxilio, que ofreciese esperanza para precaver
su desolación, se hallaba en Madrid nuestro padre Doria, diligenciando
aquello que podía, para restaurar nuestra persistencia por medio de la se-
paración de los Calzados, que entonces se trataba. Para este fin conferen-
ciaba muchas veces con los Religiosos Dominicos, en quienes conocía
haber puesto la Providencia del Señor el total patrocinio de nuestra Des-
calcez; en estas diligencias intervino una maravilla, que se refiere en nues-
tra historia, con estas palabras: en el tiempo, dice, que duró esta consulta,
acudía muy de ordinario el P. Fr. Nicolás de Jesús María, á negociar con
los Asistentes, y especialmente con los Dominicos. Y como con el amparo
del padre Maestro Fr. Ángel de Salazar podía llevar compañero Descalzo
eligió al P. Fr. Francisco de San Alberto, hijo de su misma casa de Se-
villa. Cuando salían del Carmen para ir al convento de Atocha, donde los
Padres residían, les acompañaba un perro blanco y negro, símbolo de la
Sagrada Orden de Santo Domingf). Aunque los admiraba, no les espanta-
i
. — 522 —
ba; y en llegando al convento, volviendo de cuando en cuando la cabeza
á mirarlos, los guiaba hasta la celda del padre Maestro Fr. Pedro Fernán-
dez, y entonces desaparecía. Sucedióles esto algunas veces, y juzgándolo
por cosa misteriosa, mudaron el camino por diferentes calles, y siempre
hallaban al salir de la villa el mismo perro, que les hacía el mismo oficio,
en el cual perseveró hasta que los negocios se acabaron. Dijéronselo un
día al padre Maestro, y no sabiendo él ni ellos, qué perro fuese aquél, lo
tuvieron por misterioso, y que el glorioso Santo Domingo quería mostrar
por aquel camino cuan á su cargo estaban las cosas de la Reforma de
Santa Teresa, como en Segovia se lo había ofrecido en su misma casa.
«El éxito de estas concurrencias al convento de Atocha fué tan feliz
como le anunciaba la misteriosa aparición de aquel animal; porque el pe-
rro, que entró en casa de Tobías no avisó con más seguridad el arribo y
llegada de su hijo, que la que tuvieron nuestros Carmelitas en conseguir
la estabilidad de la Reforma, cuando se vieron escoltados de un mastín,
que los hizo visible el celestial amparo de Santo Domingo. Supuesto este
con permanencia indefectible, en todas las edades de nuestra santa Orden,
resta el referir la diligencia celosísima y conato amoroso con que los hijos
del Santo Patriarca sirvieron y ayudaron á Santa Teresa de Jesús y á toda
su Familia.
'En aquellos principios, que esta Santa Virgen permaneció en las im-
perfecciones, algo descaminada de la senda estrechísima de la perfección,
en que la quería el acuerdo divino, para poner en ella el celestial tesoro
de gracias y virtudes, que han sido ornamento de la Iglesia, echó mano
la Providencia inescrutable de un padre Dominico, cuyo magisterio reparó
las tibiezas de esta criatura, con tanta utilidad, que se puede decir fué este
religioso el instrumento, á quien debe el mundo el reparo de esta Santa
Virgen (1) y su insigne virtud: llamóse Fr. Vicente Varrón, Consultor del
Santo Oficio, y Catedrático de Toledo: era confesor del padre de la Santa
y habiéndole asistido en su dichosa muerte, se inclinó la hija á comuni-
(1) Queda confirmado con estas palabras de tan respetable autor, cuanto hemos
dicho en el capítulo primero de la primera parte sobre la influencia suprema que
tuvo el í*. Barron en la Santidad de la j^ran Teresa de Jesús.
-523 —
cark', dcspuL's que habia dejado la oración, y el caiuino más recto, á que
Dios la llamaba; con cuyo trato volvió sobre si, recuperando lo perdido,
comoellaloexpresa, cuando dice: -Este padre Dominico, que era muy
bueno y temeroso de Dios, me hizo harto provecho, porque me confesé
con él y tomó hacer bien á mi alma con cuidado, y hacerme atender la
perdición que traia. Hacíame comulgar de quince en quince días; y poco
á poco comenzándole á tratar, trátele de mi oración: díjome que no la de-
jase, que en ninguna manera me podía hacer sino provecho. Comencé á
tomar á ella, aunque no á quitarme de las ocasiones, y nunca más la dejé.-
< Desde este tiempo se puede discurrir, que empezó á solidarse la vir-
tud eminente de esta Virgen, la que creció á tanta estatura, que no cabien-
do en su persona, empezó á difundirse por los distritos de la Iglesia, para
ganar almas para el cielo, atraídas del olor de sus virtudes. En esta situa-
ción, colmada de dones celestiales, empezó á maquinar inspirada de Dios,
en el arduo asunto de reformar su orden. Tiró las primeras lineas para
forjar la planta de su primer convento, y á pocos pasos hubiera parado
este propósito, si la divina Majestad no hubiese aprontado á otro Padre
dominico, que le diese curso, espíritu y vigor. Fué este grande hombre el
reverendísimo Maestro Fr. Pedro Ibáñez, Lector del Colegio de Santo
Tomás de Avila, quien en aquella ocasión, en que toda la ciudad juzgaba
delirio, ilusión, y ligereza mujeril la idea del nuevo monasterio, fué busca-
do de la misma Santa, y de aquella señora, que la acompañaba en este
intento, para que decidiese lo que se debía ejecutar en el asunto.
-Es de advertir que en esta coyuntura trataba la Santa su conciencia
con muchos siervos del Señor, y especialmente con aquel gran varón, el
P. Baltasar Alvarez, y otros religiosísimos de la Compañía de Jesús, que
entonces la asistían con grandísimo acierto, adelantándola en el trato de
Dios; pero como la oposición de toda la ciudad contra este designio era
tan furiosa, no los quiso malquistar, (1) haciéndoles parte en este asunto,
(1 1 Ya hemos dicho en otra parte el verdadero motivo que tuvieron Santa Te-
resa y Doña Guiomar para acudir al Dominico P. Ibañez, y no á los padres de la
Compañía; que fué, «porque en todo el lugar no teníamos quien nos quisiera dar pa-
recer-, como ella escribe. Ni el P. Alvarez aprobaba el proyecto; menos aun el Rec-
- 524 -
como lo advierte el Doctor Ribera, cuando dice: Ellas quisiéranse valer para
esto de los de la Compañía, pero parecióla á Doña Guiomar con el amor que
les tenía, que había poco que eran venidos á aquella ciudad, y eran pobres
y tenían necesidad del favor y amor de todos, y que si en estos se me-
tían se harían muy odiosos á la ciudad, y que sería mejor valerse de otro,
como ella me lo ha dicho á mi. Ibanse las dos á Santo Tomás, monasterio
principal de la Orden del glorioso Padre Santo Domingo, y hablaron al
padre Presentado Fr. Pedro Ibáñez, hombre de muchas letras y mucha
religión y dánle cuenta de todo, y pídenle su parecer.
<En este lance se conoce cuan á las claras quiso dar á entender la Ma-
jestad divina, cómo el influjo principal para la erección de la Reforma del
Carmelo le fiaba el Señor á Santo Domingo de Guzmán, por medio de sus
hijos; pues en la sazón que era naturalismo corriese por otros este logro,
dispuso la soberana ordenación el honesto motivo, que mencionó Ribera,
para que así pasase la consulta y el amparo de esta Santa Virgen á la Re-
ligión Dominicana. Todo esto se verá más patente en las mismas voces de
la Santa con que refiere este pasaje: < Fueron (dice) tantos los dichos y el
alboroto de mi mismo monasterio, que al Provincial le pareció recio po-
nerse contra todos, y así mudó el parecer y no la quiso admitir: dijo que
la renta no era segura, y que era poca, y que era m jcha la contradicción; y
en todo parece tenía razón, y en fin lo dejó, y no la quiso admitir. Nos-
otras, que ya parecía teníamos recibidos los primeros golpes, diónos muy
gran pena, en especial me la dio á mí de ver al Provincial contrario, que
con quererlo él, tenía yo disculpa con todos. A mi compañera ya no la
querían absolver, si no lo dejaba, porque decían era obligada á quitar el es-
cándalo.
tor P. Dionisio Vázquez, y imiclio menos el P. Fernando del Águila, quien dijo:
••<claramente era demonio». ¿Cómo, pues, Santa Teresa había de acudir á los padres
Jesuítas buscando apoyo? El autor que estamos anotando, dice que fué por no mal-
quistar á los Jesuítas; pero se funda únicamente en que. «así lo advierte el P. Ribe-
ra». Bien examinado el caso y sus circunstancias, se ve que no fué ese el verdadero
motivo, sino el que la Santa señala, ósea, que ni Jesuíta ni ninguno aprobaba su
proyecto.
- 525 -
«Ella fué á un gran letrado, muy gran Siervo de Dios, de la Orden de
Santo Domingo, á decírselo, y darle cuenta dj todo esto (fué aun antes
que el Provincial lo tuviese dejado), porque en todo el lugar no teníamos
quien nos quisiese dar parecer; y así decían, que sólo era por nuestras
cabezas. Dio esta señora relación de todo, y cuenta de la renta que tenía
de su mayorazgo á este santo varón, con harto deseo nos ayudase, porque
era el mayor letrado, que entonces había en el lugar, y pocos más en su
Orden. Yo le dije todo lo que pensábamos hacer, y algunas causas: no le
dije cosa de revelación ninguna, sino las razones naturales que me movían,
porque no quería yo nos diese parecer, sino conforme á ellas. El nos dijo
que le diésemos de término ocho días para responder, y que si estábamos
determinadas á hacer lo que él dijese. Yo le dije que sí; mas aunque yo
esto decía, y me parece lo hiciera, nunca jamás se me quitaba una seguri-
dad de que se había de hacer. Mi compañera tenia más fe, nunca ella por
cosa que la dijesen se determinaba á dejarlo: yo (aunque como digo me
parecía imposible dejarse de hacer) de tal manera creo ser verdadera la
revelación, como no vaya con lo que está en la Sagrada Escritura, ó contra
las leyes de la Iglesia, que somos obligados á hacer: porque aunque á mí
verdaderamente me parecía era de Dios si aquel letrado me dijera que no
lo podíamos hacer sin o.enderle, y que íbamos contra conciencia, pareció-
me luego me apartara de ello, y bascara otro medio, mas á mí no me daba
el Señor sino este. Decíame después este siervo de Dios, que lo había to-
mado á cargo, con toda determinación de poner mucho en que nos apartá-
semos de hacerlo, (porque ya había venido á su noticia el clamor del pue-
blo, y también le parecía desatino como á todos; y en sabiendo habíamos
ido á él, le envi(') á avisar un caballero, que mirase lo que hacía, que no
nos ayudase) y que en comenzando á mirar lo que nos había de respon-
der, y á pensar en el negocio, y el intento que llevábamos, y manera de
concierto y religión, se le asentó ser muy en servicio de Dios, y que no
había de dejar de hacerse; y asi nos respondió nos diésemos priesa á con-
cluirlo, y dijo la manera y traza, que se había de fiar de Dios, que quien
lo contradijese fuese á él, que él respondería; y así siempre nos ayudó, co-
mo después diré.
< Ya tenemos aquí, después de frustrados muchísimos afanes para la fun
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dación del monasterio, restaurada la idea por un religioso dominico, y en
él un castillo roquero para defenderle, y llevar adelante su prosecución.
Fuera muy largo el historiar todos los obstáculos que impedían su fábrica;
baste decir, que el Provincial retrató la licencia que habia ofrecido para
esta grande obra; que todos la graduaron de locura; que cesó totalmente
por entonces; y lo que es mucho más para martirio de la Santa, fué el re-
prenderla el confesor (que lo era á la sazón el venerabilísimo Jesuíta Bal-
tasar Alvarez) todo lo ejecutado en aquel negocio. Asi lo indica la pluma
celestial cuando dice: -Lo que mucho me fatigó, fué una vez que mi con-
fesor, como si yo hubiera hecho cosa contra su voluntad, (también debía
el Señor querer que de aquella parte, que más me había de doler, no me
dejase de venir trabajo; y asi en esta multitud de persecuciones, que á mi
me parecía había de venirme del consuelo) me escribió, que ya vería que
era todo sueño en lo que había sucedido, que me enmendase de ahí ade-
lante en no querer salir con nada, ni hablar más en ello, pues veía el escán-
dalo que habia sucedido, y otras cosas, todas para dar pena. Esto me la
dio mayor que todo junto, pareciéndome si habia sido yo ocasión, y teni-
do culpa en que se ofendiese, y que si estas visiones eran ilusiones, que
toda la oración que tenia era engaño, y que yo andaba muy engañada y
perdida.
"No parece que puede figurarse estado más adusto ni mayor imposi-
bilidad, que aquella en que se vio en este lance el principio de nuestra
Descalcez; mas como el Señor ocultaba su fuerza y restauración en el
patrocinio de Santo Domingo de Ouzmán, mantuvo á su hijo el Presenta-
do Ibáñez en tan firme constancia, para restablecer lo que había caído;
que estable en su primer propósito, enardeció el ánimo para seguir la idea,
recurriendo á Roma y á cuantos arbitrios eran conducentes para asegu-
rarlo. Todo lo contesta Santa Teresa de Jesús cuando dice: El santo va-
rón dominico no dejaba de tener por tan cierto como yo, que se había de
hacer; y como yo no quería entender en ello, por no ir contra la obedien-
cia de mi confesor, negociábalo él con mi compañera, y escribían á Roma, y
daban trazas. También comenzó aquí el demonio, de una persona en otra,
procurar se entendiese que había yo visto alguna revelación en este nego-
cio, y iban á mi con mucho miedo á decirme, que andaban los tiempos
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recios. y que podía ser me levantasen algo, y fuesen á ios Inquisidores.
A mi me cayó esto en gracia y me iiizo reir. (porque en este caso jamás
yo temí, que sabía bien de mi. que en cosa de la fe, contra la menor ce-
remonia de la Iglesia, que alguien viese yo iba: por ella, ó por cualquiera
verdad de la Sagrada Escritura me ponía yo á morir mil muertes) y dije,
que de esto no temiesen, que harto mal seria para mi alma si en ella hu-
biese cosa que fuese de suerte, que yo temiese la inquisición; que si pen-
sase había para qué. yo me la iría á buscar, y que si era levantado, que el
Señor me libraría y quedaría con ganancia. Y trátele con este Padre mió
dominico, (que como digo era tan letrado, que podía bien asegurar con
lo que él me dijese) y díjele entonces todas las visiones, y modo de ora-
ción, y las grandes mercedes que me hacía el Señor, con la mayor claridad
que pude, y supliquéle lo mirase muy bien, y me dijese si había algo
contra la Sagrada Escritura, y lo que de todo sentía. El me aseguró mu-
cho, y á mi parecer le hizo provecho; porque aunque él era muy bueno,
de allí adelante se dio mucho más á la oración, y se apartó en un monas-
terio de su Orden, donde hay mucha soledad, para poder mejor ejercitarse
en esto, adonde estuvo más de dos años, y sacóle de allí la obediencia,
que él sinti() harto, porque le hubieron menester, como era persona tal; y
yo en parte sentí mucho cuando fué (aunque no se lo estorbé) por la
grande falta que me hacía, mas entendí su ganancia; porque estando con
harta pena de su ida, me dijo el Señor, que me consolase, y no la tuviese,
que bien guiado iba. Vino tan aprovechada su alma de allí, y tan adelante
en aprovechamiento de espíritu, que me dijo cuando vino, que por ningu-
na cosa quisiera haber dejado de ir allí. Y yo también podía decir lo mis-
mo, porque lo que antes me aseguraba, y consolaba con solas sus letras,
ya lo hacía también con la experiencia de espíritu, que tenía harta de co-
sas sobrenaturales, y trájole Dios á tiempo que vio su Majestad había de
ser menester para ayudar á su obra de este monasterio, que quería su
Majestad se hiciese. -
Con este principal auxilio, y otros favorables, que aprontó la Provi-
dencia omnipotente, llegó á fundarse el monasterio de San José de Avila,
origen y cepa de toda la Reformación. Logróse su existencia con un se-
creto profundísimo; pero al punto que se hizo nrnoria en aquella ciudad,
-528-
se levantó tal revolución en casi todos los vecinos, que sin duda alguna
la hubieran arruinado, si el poder infinito no reservase su defensa para otro
Religioso de la misma Orden. Armado de político celo pasó el Goberna-
dor de la ciudad é deshacer el monasterio, y enviar las monjas á sus ca-
sas, luego que logró la noticia de esta novedad. Contúvole en su primer
coraje la mano invisible de Dios; mas reservando en su propósito cuantos
esfuerzos pudo recobrar, formó una junta de todos los estados, y perso-
nas señaladas del pueblo, para demoler la fundación. Peroró en ella con
eficaz impulso: <Y todos los demás (son palabras de nuestro Cronista)
aprobaron á bulto sus razones sin examinarlas. Otros, ó dudosos, ó con-
trarios al parerecer suyo callaban, no atreviéndose á defender públicamen-
te la verdad: enfermedad muy ordinaria de las comunidades, donde de
ordinario se antepone el bien propio al común, en los que más obligados
están á defenderle, y que de él recebieron autoridad para hacerlo. Uno en-
tre tantos con celo de Dios, (1) y libertad cristiana, que fué el Padre Maes-
tro Fr. Domingo Báñez, Lector de Teología en el Convento de Santo To-
más, después Catedrático de Prima en Salamanca. (Hijo en fin de Santo
Domingo) opuesto al Corregidor, dijo (2)
(1) Aludiendo á este suceso escribe así mi amigo el meritisimo poeta P. Cam-
paña en su Romancero de Santa Teresa, página 74:»
«Todos me son enemigos,
Y alzan sobre mi la diestra,
Y sobre mi nombre y fama
La descargan sin clemencia.
Sólo un Guzmán (a) se levanta
A quien el diablo no ciega
Y deshace los nublados
Y acuchilla la tormenta,
Solo el padre Báñez, solo
Es el sol entre las nieblas.
Que cobardes se retiran
De la gloriosa palestra.»
(2) A continuaci(>n inserta el discurso que ya dejamos consignado en otra parte.
(a) Un Dominicf
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«Las razones sabias y fervorosísimas de este gran religioso (sin du-
da inspiradas del Espíritu Santo por medio de Santo Domingo) aquieta-
ron la furia de todos aquellos que impugnaban á Santa Teresa de Jesús, y
se dio tiempo para que el asunto se mirase con más suavidad, reflexión,
y cordura, de que se siguió mudarse la suerte hacia la permanencia de es-
ta santa casa. Verdad es, que respiraban cada día nuevas invasiones en
casi los dos años que duró la cuestión; pero todas parece quedaban disi-
padas, mediante el auxilio que ponía en el cielo Santo Domingo de Guz-
mán; cuyo amparo fué tan á lo visible, que hallándose ausente el Presen-
tado Fr. Pedro Ibáñez en ocasión que se necesitaba su persona para ven-
cer las últimas dificultades, dispuso el acuerdo divino, que inopinada-
mente volviese á la ciudad para superarlas, y coronar la fundación. Así lo
dice la celestial maestra con estas palabras: «Aplacada ya algo la ciudad,
dióse tan buena maña el padre Presentado Dominico, que nos ayudaba,
aunque no estaba presente, mas habíale traído el Señor á un tiempo, que
nos hizo harto bien, y pareció haberle Su Majestad para sólo este fin traí-
do, que me dijo él después, que no había tenido para qué venir, sino que
acaso lo había sabido. Estuvo lo que fué menester: tornado á ir, procuró
por algunas vías, que nos diese licencia nuestro padre Provincial para
venir yo á esta casa con otras algunas conmigo (que parecía casi impo-
sible darla tan en breve), para hacer el oficio, y enseñar á las que estaban. >
'Se olvidó prevenir cómo antes de entregarse la Santa á las diligencias
efectivas de este monasterio, había consultado sus ideas con otro hijo de
Santo Domingo, para que su consejo la sirviese de norte en asunto tan
arduo. Fué este San Luis Beltrán, quien, admitiendo la consulta con gran-
de gozo suyo, la dio la respuesta en una carta en que la dice: Madre Te-
resa, recibí vuestra carta. Y porque el negocio sobre que me pedís pare-
cer es tan del servicio del Señor, he querido encomendárselo en mis po-
bres oraciones y sacrificios; y esta ha sido la causa de haber tardado
en responderos. Ahora digo, en nombre del mismo Señor, que os animéis
para tan grande empresa, que él os ayudará, y favorecerá. Y de su parte
os certifico, que no pasarán cincuenta años, que vuestra religión no sea una
de las más ilustres que haya en la Iglesia de Dios. El cual os guarde, et-
cétera. En Valencia. Fr. Luis Beltrán.
34
-530-
• De lo dicho hasta aquí se prueba claramente el patrocinio singular,
que logró la Santa de los venerables profesores de esta esclarecida Reli-
gión; pues el primer intento que ideó nuestra Descalcez en la fundación de
San José de Avila, fué fortalecido con las oraciones, apoyo, y dictamen de
San Luis Beltrán; su principio, progreso, y fin, y segura estabilidad fué
caminando con admirable providencia sobre los hombros, y diligencias
oportunas de los venerabilísimos maestros Fr. Pedro Ibáñez, y Fr. Do-
mingo Báñez; de suerte, que aunque no faltaron otros medios de algunas
personas ejemplares que cooperaron á esta obra, los de la Religión Domi-
nicana fueron tan patentes, y eficaces, que quiso la Majestad divina dar
á conocer era la Reforma del Carmelo asunto propísimo de aquel sobera-
no Patriarca. Todos estos auxilios aprontaba este Santo en premio de
aquella amorosa devoción que le profesaba Santa Teresa de Jesús, aun
antes de hacerla la promesa, que hoy hemos referido. Cuáles serian los
que salieran de su influjo, después que se obligó con mano y palabra, á
cuidar de su Orden? Qué oficios no pondría de padre, abogado y pro-
tector, cuando miraba á su devota en las agrias fatigas que ahogaban á su
espíritu en las fundaciones de otros monasterios? No se puede negar que
serían conformes á la palabra que la dio. Asi lo contesta el doctísimo ca-
tedrático Fr. Domingo Báñez en la deposición que hizo en las informacio-
nes para la canonización de la Santa, donde, hablando de ella, dice lo si-
guiente: Fiaba mucho de la intercesión de los Santos, especialmente de
San José y Santo Domingo, fundador de la Orden de Predicadores, del
cual me dijo, que se le había aparecido en la oración, y díchole que se es-
forzase, que él la ayudaría; y después de algunos años vi por experiencia
lo que el Santo la prometió, por ministerio de sus hijos.
«Establecido el primer convento de nuestra Reforma con la ayuda de
estos venerables Religiosos, pasó la santa fundadora á dilatar la Orden
con nuevas fundaciones de frailes y de monjas, cooperando á todas, ó las
más el mismo brazo de esta religión santísima. Entre las muchas señas,
que dio la Providencia omnipotente para manifestar corría nuestra Orden
á cuenta del amparo, y auxilio de Santo Domingo de Ouzmán, es singula-
rísima la de haber nombrado la Santidad de Pío V, dos Comisarios Apos-
tólicos de la familia de los Predicadores para gobernar á la del Carmen,
-531 -
que entonces constaba de Calzados y Descalzos; sobre cuya providencia
dice nuestra historia lo siguiente: Son de mucha atención los Visitadores,
que Pío V, dio de su Orden de Predicadores á la del Carmen. Porque fue-
ron los que mucho favorecieron, y honraron nuestra Descalcez, que con
el favor de su Orden había comenzado, y por cuyo parecer, y mandato ella
comenzó á dilatarse. Fueron estos Reverendísimos Maestros Fr. Pedro
Fernández, actual prior entonces del convento de Talavera de la Reina, y
Fr. Francisco de Vargas, que lo era asimismo de San Pablo de Córdoba.
Al primero se le confirió el mando para la provincia de Castilla, y al se-
gundo para la de Andalucía; y éste, que era el Maestro Vargas, siempre in-
clinadísimo á favorecer á los Descalzos, sustituyó después su comisión en
nuestro Venerable Gracián.
<E1 Maestro Fernández se mostró tan padre de nuestra Descalcez, como
lo indica nuestro Historiador cuando refiere la visita que hizo á la comu-
nidad de nuestro convento de Pastrana, en cuyo pasaje escribió estas pa-
labras: • Los pocos días que en San Pedro estuvo el padre Visitador, des-
pués de haber recibido la obediencia de los Religiosos, los gastó en su be-
neficio. Exhortaba la comunidad á la perseverancia en lo comenzado,
proponiéndoles el gran servicio que á la Iglesia hacían, el colmado fruto de
su Religión, y el crecido agrado del Señor. Y para que las virtudes crecie-
sen, las alababa. A los particulares exhortaba en su celda, y alumbraba
según la necesidad de cada uno. A cierto novicio muy fervoroso traía muy
de vencida el demonio para que dejase el hábito, proponiéndole que en
otra orden se guardaba más rigor, y podría fácilmente conseguir la perfec-
ción. Comunicó su pensamiento con el Visitador. Díjole ser declarada ten-
tación para sacarle una vez de la Religión, y ponerle después nuevos, y
grandes obstáculos para no entrar en otra. Y entre otras cosas, en remedio
del inquieto pensamiento, le dijo: -En todo cuanto yo he visto y leído, no
alcanzo que en toda la Iglesia de Dios haya monasterio, donde mayor ri-
gor y perfección se guarden en este . Sosegóse con esto el novicio,
profesó, y después repetía estas palabras agradeciendo el beneficio que
este sabio padre le hizo: Llegando á Madrid, dijo tanto al príncipe Rui Gó-
mez, á todo el Palacio, al Nuncio de su Santidad; y finalmente al prudente
Rey, que á todos los llenó de esperanzas de grandes cosas para lo futuro.
- 532 -
«A la sombra y escudo de los dos Prelados Dominicos iba subiendo
nuestra Descalcez, con incremento casi milagroso, hasta tanto, que salien-
do de esta vida el Nuncio Hormaneto, gran favorecedor de Santa Teresa de
Jesús, y de toda su familia, se mudó la suerte con aire tan fatal, que se hu-
biera extinguido toda la Reforma, si el poder soberano no la sostuviese
con medios oportunos. Fuera muy molesto el historiar todos los vagios,
escollos y tormentas en que zozobra la navecilla del Carmelo, en cuyas
borrascas no faltaron pilotos Dominicos, que la diesen la mano para po -
nerla en puerto de salud. Mandó el Rey se nombrase una junta de cuatro
Asistentes para decidir la competencia entre Calzados y Descalzados: y
dispuso el Señor, que entre los cuatro, que asistieron, fuesen los dos el
Maestro Fr. Hernando del Castillo, y Fr. Pedro Fernández, Provincial de
Castilla, ambos Dominicos. Cuando Santa Teresa de Jesús tuvo esta noti-
cia, y vio nuevamente descubierto el patrocinio de su amante devoto San-
to Domingo de Guzmán, por medio de sus hijos, juzgó indefectible la es-
tabilidad de su Reforma; y hablando del Reverendísimo Fernández, á quien
ella conocía, dijo con luz proíética: - En viendo yo, que el Rey le habia
nombrado, di el negocio por acabado, como por la misericordia de Dios
lo está.»
«En el tiempo, que se celebraba la junta referida, fué cuando sucedió
la misteriosa aparición del perro blanco y negro, de que se hizo mención
en el número nueve marginal de este dia; cuya concurrencia sirvió de se-
ñal, que hizo demostrable el cuidadoso influjo, que ponía desde el cielo
Santo Domingo de Guzmán para la permanencia de nuestra Descalcez.
Así se logró, como dijo la santa fundadora, pero restaba otro asunto no
menos arduo é importante, que era la separación de los Calzados, que
también se logró á costa de fatigas, de allí á algún tiempo; cuya ejecución
(que fué el total asiento de la Orden) providenció la Majestad divina fue-
se practicada por otro Padre Dominico, según lo declaran estas expresio-
nes de Santa Teresa de Jesús: ^Estando yo en Palencia (dice) fué Dios
servido, que se hizo el apartamiento de los Descalzos, y Calzados, hacien-
do Provincial por sí, que era todo lo que deseábamos para nuestra paz y
sosiego. Trájose (por petición de nuestro Católico Rey D. Felipe) un Bre-
ve muy copioso para esto; y Su Majestad nos favoreció mucho, como lo
- 533 -
había comenzado. Hízose Capítulo un Alcalá, por mandado de un reveren-
do padre, llamado Fr. Juan de las Cuevas, que era' entonces Prior en Tala-
vera; es de la Orden de Santo Domingo, que vino señalado de Roma, y
nombrado por su Majestad, persona muy santa y cuerda, como era menes-
ter para cosa semejante.
*En esta junta de Alcalá, que ha mencionado nuestra Santa Madre,
puso la iiltim i mano Santo Domingo de Guzmán para establecer nuestra
Reforma; porque en ella, mediante la religiosa dirección de su ilustre hijo
Fr. Juan de las Cuevas, que presidió el Cijpítulo, se formalizó la separa-
ción de los Calzados, quedando la Reforma como familia separada, con
peculiar gobierno, y las primeras leyes, que allí se promulgaron; debien-
do nuestra Descalcez á este gravísimo sujeto igual beneficio, que el que
gozó toda la Orden en los tiempos pasados de otro gran Dominico el
Eminentísimo Señor Cardenal Hugo de Santa Sabina, que de orden de
Inocencio IV explicó y declaró la Regla primitiva de nuestro Santo Mon-
te, en la forma, que la tiene y observa el Carmen Reformado. Todos estos
favores y protecciones singulares, que hemos debido los hijos de Santa
Teresa de Jesjs á los dociisimos, venerables, y santos del gran Patriar-
ca Santo Domingo, dieron ocasión á nuestra Santa' Madre para proferir en
la ciudad de Burgos lo mucho, que los Dominicos habían favorecido á
nuestra Santa Orden; y se la dio también al Venerable Palafox, para que
en apoyo de este asunto dijese aquel gravísimo Prelado estas verídicas
palabras: «Aquí se conoce, que esta santa Reforma se debe en gran parte,
si no en todo, en sus santos principios, á la ilustre Religión de Santo Do-
mingo, que con aquel espíritu soberano, que la comunica Dios, conoció
desde luego cuan crecido fruto se esperaba á la Iglesia de que este árbol
creciese, y se lograse, y no lo cortase por el tronco impróvidamente la se-
gur de la contradicción.
'Insinuado muy por mayor el religioso influjo, que la Religión de Pre-
dicadores puso para fundar la Descalcez del Carmen, se hace preciso re-
ferir con igual brevedad el que aplicaron los más sobresalientes de estos
obreros religiosos al celestial asunto de pulir, perfeccionar, y disponer el
corazón y espíritu de la santa fundadora al auge de una perfección ma-
ravillosa, desviándole con sus santas doctrinas de algunos extravíos, é
I
— 534-
ignorancias, en que la permitieron muchos años directores de inhábil su-
ficiencia. Trata este punto nuestra Madre en el Capítulo V del libro de su
Vida, donde dice: «Lo que era pecado venial decíanme que no era nin-
guno; lo que era gravísimo mortal, que era venial. Esto me hizo tanto daño,
que no es mucho lo diga aquí, para aviso de otras de tan gran mal, que
para delante de Dios, bien veo no me es disculpa, que bastaban ser las
cosas de su natural no buenas, para que yo me guardara de ellas. Creo
permitió Dios por mis pecados ellos se engañasen, y me engañasen á mí:
yo engañé á otras hartas con decirles lo mismo, que á mí me habían di-
cho. Duré en esta ceguedad creo más de diez y siete años, hasta que un
Padre Dominico, gran letrado, me desengañó en cosas.
«En el capítulo XXXI del libro de su Vida refiere cierta especie de en-
gaño, con que era tentada con sobreescrito de humildad, del cual la sacó
otro religioso dominico; pero aun es más notable el que la Santa pade-
cía en otro asunto, del que también salió mediante la doctrina y enseñan-
za de otro profesor de esta Santa Orden. -Acaecióme á mi una ignorancia
al principio, que no sabía que estaba Dios en todas las cosas; y como me
parecía estar tan presente, parecíame imposible dejar de creer que estaba
allí, no podía, por parecerme casi claro había entendido estar allí su mis-
ma presencia. Los que no tenían letras me decían, que estaba sólo por
gracia; yo no lo podía creer, porque como digo, parecíame estar presente;
y así andaba con pena. Un gran letrado de la Orden del glorioso Patriar-
ca Santo Domingo me quitó de esta duda, que me dijo estar presente, y
como se comunicaba con nosotros; que me consoló harto. >
No fué tan craso, como el engaño referido, lo que la hicieron practi-
car en aquel tiempo, que juzgaban algunos hombres doctos eran del dia-
blo, y no de Dios las apariciones, que gozaba; pero siempre debe juzgar-
se desacierto en el modo y estilo con que fué gobernada en este lance.
Dirigíala entonces con gran sabiduría, acierto, y santidad el venerable Je-
suíta Baltasar Alvarez, varón dignísimo de eterna memoria; y en su ausen-
cia la confesaba algunas veces otro religioso de su mismo Colegio, que
la dio un dictamen, que según al efecto, no parecía acertado. Da noticia
del caso el Reverendísimo Ribera del mismo instituto, y dice: Yendo,
pues, creciendo las visiones, otro padre del mismo Colegio que antes la
-535-
ayudaba, y la confesaba algunas veces, cuando el P. Baltasar Alvarez no
podía, la dijo que claramente era el demonio, y que ya que ella no podía
resistir, se santiguase á lo menos cuando algo viese, y diese higas porque
era el demonio, y con esto dejaría de venir. Terrible cosa fué esta para
ella, porque tenía para sí por averiguado, que era Dios; pero era tan gran-
de su obediencia, que cuanto la mandaban hacia. • La aflicci(3n y repugnan-
cia con que la santa Madre siguió este parecer lo explica ella misma,
cuando, dice: «Dábame este dar higas grandísima pena, cuando vía esta
visión del Señor; porque cuando yo le via presente, si me hicieran peda-
zos no pudiera yo creer, que era demonio, y así era un género de peni-
tencia para mi. Y por no andar tanto santiguándome, tomaba una cruz en
la mano. Esto hacía casi siempre, las higas no tan continuo, porque sen-
tía mucho: acordábame de las injurias que le habían hecho los judíos y su-
plicábale me perdonase, pues yo lo hacía por obedecer al que tenía en su
lugar, y que no me culpase pues eran los ministros que él tenía puestos
en su iglesia. Últimamente, desdiciéndola mucho esta providencia, que
ella obedecía con gran resignación, la consultó de allí á algunos años con
un religioso dominico, quien la dio luces y la solidísima doctrina, que en
semejante caso debía de practicarse, Dícelo la Santa en las Fundaciones
hablando de si misma en tercera persona, con estas palabras: «Yo sé de
una persona, (escribe) que la trajeron harto apretada los confesores por
cosas semejantes, que después, á lo que se pudo entender (por los gran-
des efectos y buenas obras que de esto procedieron) era Dios; y harto
tenía (cuando veía su imagen en alguna visión) que santiguarse, y dar
higas, porque se lo mandaban así. Después tratando con un gran letrado
Dominico, Fr. Domingo Báñez, dijo, que era mal hecho, que ninguna per-
sona hiciese esto, porque adonde quiera que veamos la imagen de Nues-
tro Señor es bien reverenciarla, aunque el demonio la haya pintado; por-
que él es gran pintor, y antes nos hace buena obra, queriéndonos hacer
mal, si nos pinta un crucifijo, ú otra imagen tan al vivo, que la deje es-
culpida en nuestro corazón. Cuadróme mucho esta razón, porque cuando
vemos una imagen muy buena, aunque supiésemos la ha pintado un mal
hombre, no dejaríamos de estimar la imagen, ni haríamos caso del pintor
para quitarnos la devf)ción.
- 536 —
«Si se hubiesen de historiar con cabal noticia todos los favores y asis-
tencias que el gran Patriarca Santo Domingo desprendió desde el cielo
en Santa Teresa de Jesús y toda su Reforma, por medio de este ilustre
hijo Fr. Domingo Báñez, seria muy prolija esta relación. Este gran hom-
bre desde el dia en que sin conocerla defendió con celo sagrado la funda-
ción primera del convento de Avila, como ya se dijo, asistió á la Santa
con una fineza inexplicable todos los dias de su vida. Fué confesor suyo
seis años seguidos, y siempre le trataba por cartas en cuantos asuntos
eran importantes para gozar su dirección, en la que se mantuvo lo que
duró su vida. Débese á la conducta de este sabio Maestro el Camino de
Perfección que ella escribió por mandato suyo; y después de su muerte
el que saliese de la Inquisición el libro de su Vida, al que calificó con la
aprobación que se halla escrita de su mano en el mismo original de la
Santa, que hoy existe en el Escorial. Tuvo gran parte en la fundación de
Medina del Campo, que fué la segunda que ejecutó la Santa, asistiéndola,
y confortándola en Arévalo; y después en Medina en cierto congreso que
se hizo sobre esta fundación, donde sus razones rebatieron todos los obs-
táculos y siniestros informes, que detenían al señor Abad para dar la li-
cencia. En Valladolid se manifestó igualmente activo y vigilante á favor
de la Santa, y sus hijas, acerca de la vocación y entrada en la Orden de
Doña Casilda de Padilla, hija de los Adelantados Mayores de Castilla, y
heredera de su Estado: debiéndose á la discreción de este grave maes-
tro el éxito feliz de esta dependencia. El reclutaba monjas para poblar
nuestros monasterios, sin perdonar afán en cuanto se ordenaba al obse-
quio de la maestra celestial, y amparo de nuestra Descalcez. Y última-
mente en aquellas cuestiones desabridas que se levantaron (muerta ya la
Santa) sobre el gobierno de las Religiosas, (cuando los Prelados de la
Orden, por justos motivos alzaron la mano de su dirección) fué este gra-
ve maestro quien trabajó infinito para aquietar esta tormenta, abogando
por ella con nuestro Vicario general, el venerable Doria, con unas entra-
ñas tan de Padre de la Descalcez, como se descubre en estas voces: Padre
nuestro (le dijo), sabiendo vuestra paternidad que esta Religión, adulta ya,
y muy provecta, es hija de mis cuidados, y que nació en mis manos, da-
da tengo de antemano la razón porque vengo á abogar por ella, en ocasión
— 537 —
que la veo en la mayor turbación y aflicción, que jamás ha padecido; pues
el amor de Padre y de amigo, ni necesita de favores para enterarse, ni
espera ser llamado para defender á quien ama, ni repara en las palabras,
ni en las cortesías, porque es superior á todo esto. Continúa en esta pe-
roración con celo santísimo, y concluye diciendo: Aseguremos, Padre
nuestro, en esta acción para con la Corte, para con el Rey, para con el
mundo, vuestra paternidad el nombre, que ya tiene de prudente, de per-
donador de injurias: yo el verdadero servidor suyo, y de su sagrada Re-
ligión; que con este favor sólo, que de ella, y vuestra paternidad merezca
conseguir, me daré por muy satisfecho de lo que siempre procuré ayudar
á su Santa Madre, de lo mucho que á sus hijos é hijas deseo servir. -
«Con semejante amor, vigilancia, y conato, que el que se ha referido
del Maestro Báñez, favorecieron á la Santa, y toda su familia otros mu-
chos venerables hijos de Santo Domingo de Guzmán. Ya se dijo algo de
los sapientísimos Fr. Vicente Varrón, y el presentado Fr. Pedro Ibáñez;
y aquí es necesario añadir, que á este último Maestro debe la Iglesia el
preciosísimo tesoro del libro de la Vida de la Santa, que ella escribió por
obedecerle. El doctísimo P. Fr. García de Toledo, no menos grande en
nobleza, que en sabiduría, por ser de la casa de Oropesa, fué tan protec-
tor de nuestra Orden, que dijo la Santa debíamos tratarle como á funda-
dor; como á este gran religioso le debemos (sobre otros beneficios) el es-
pecialismo de que gocemos al presente la historia de la fundación de su
primer convento, que la mandó escribir. El catedrático Mancio y los Maes-
tros Fr. Diego Chaves, (1) confesor de Felipe II; Fr. Juan Gutiérrez, y Fr. Her-
(1) Ya que entre otros se nombra aquí al P. Chaves, Prior que fué por dos ve-
ces de este Convento de Santo Tomás, plácenos consignar aqui la lista de los
Priores que hubo desde 1342 á 1582, de los cuales, si no todos, quizá la mayor
parte de ellos confesarían á la ^anta Madre. La lista está sacada por el erudito
P. Luis de Lillo de los documentos que se conservan en este archivo, y es como
sigue:
1542. Fr. Lope de Ovalle.
1544. Fr. Diego deTrujillo.
1547. Fr. Pedro de San Lucas.
1551. Fr. Felipe de Córdoba.
I
- 538 -
nando del Castillo, Predicadores del Rey; Fr.Juan de las Cuevas, Obispo de
Avila; Fr. Pedro Fernández, y Fr. Francisco de Vargas, Comisarios Apos-
tólicos; el Provincial Salinas; el Presentado Lunar; el Lector Yanguas, y
otros muchos fueron sus confesores, y la sirvieron con caridad muy fina;
y del P. Fr. Felipe de Meneses, Rector del Colegio de San Gregorio de
Valladolid, dice la misma Santa; que habiendo oido hablar de su espíritu
con algunas dudas, vino excitado de su caridad á la ciudad de Avila sólo
por conocerla, y darla luces, si es que iba engañada, y si no defenderla,
como lo ejecutó.
*Supo la celestial maestra, que el gravísimo Maestro Fr. Bartolomé de
Medina, Catedrático de Salamanca, sentía mal de sus cosas, por las noti-
cias que la dieron, y esta disposición la puso en las ansias de su trato,
pareciéndola que ninguno la desengañaría mejor; y habiéndolo consegui-
do, confesóse con él, dice la Santa: que este gran religioso la aseguró tanto
y más que todos, y que quedaron muy amigos. Últimamente el alma de
esta santísima matrona daba á entender no gozar reposo, satisfacción y
completa seguridad, como el que conseguía en el magisterio de estos vene-
rables religiosos; pues como escribe el Sr. Palafox: «Para este examen
eligió á los hijos de Santo Domingo; y como quien se ha de graduar
de Santa, después de haber cursado, y hecho actos de diversas Aca-
demias y Universidades, pasó de los místicos á los doctos de la Reli-
gión de Santo Domingo; y no parece reposó su espíritu hasta que llegó
allí. Aprobación es insigne del espíritu de la Santa salir bendita, y acre-
1555. Fr. Diego de Chaves, y subprior, el R. P. Fr. García de Toledo.
1557. Fr. Juan de la Dueña.
1559. Fr. Felipe de Urries.
1561. Fr. Bernardo de Nieva.
1562. Fr. Pedro Serrano.
1565. Fr. Martin de Ayllón.
1567. Fr. Domingo Calvete.
1570. Fr. Martín Lunar.
1575. Fr. Diego de Chaves.
1579. Fr. Bartolomé Muñoz.
1582. Fr. Francisco Vélez.
-539-
ditada con la censura acendrada, y pura de esta sagrada Religión, que en
materias de doctrina, y espíritu no sabe, ni quiere (iba decir ni puede) di-
simular cosa alguna; porque parece, que no la deja su celo libertad para
lo malo.^
Dos cosas principalmente resaltan en el autorizado testimonio que aca-
bamos de transcribir. En primer lugar, para el autor del Año Teresiano es un
primer principio que Dios en sus eternos decretos estableció que el patriar-
ca Santo Domingo fuese el encargado de prestar por sí mismo y por sus
hijos los auxilios necesarios para que esta mujer extraordinaria, que se lla-
ma Teresa de Jesús, ejecutase los planes á que la Providencia la tenía des-
tinada; y en segundo lugar, queda confirmado y aprobado por un hijo ¡lus-
tre de Santa Teresa todo cuanto hemos escrito en las tres partes de nuestra
obra.
Como estamos ya terminando nuestro trabajo, y á fin de que no se nos
tache de no haber sido imparciales, cosa que nos ofendería en gran ma-
nera, porque no perseguimos otro fin que la verdad, hemos de decir aquí,
y no callar nada de aquello que el más erudito en la materia pudiera ob-
jetarnos. No queremos ser imitadores de aquellos que dicen todo lo bue-
no y se callan lo que no es tal.
II
SANTA TERESA. DURANTE TODA SU VIDA NO TUVO NINGÚN
ENCUENTRO CON LA ORDEN DE SANTO DOMINGO
SU AMISTAD CON ESTE ORDEN FUÉ CONSTANTE
Empezamos por afirmar, sin miedo de quedar desmentidos, que en todos
los escritos de la mística Doctora no se encuentra, no ya una cláusula,
pero ni siquiera una palabra que manifieste tuviese con los hijos del gran
Domingo el menor encuentro ó disgusto. Siempre y en todas ocasiones se
entendió con ellos con la más perfecta armonía y como Dominica in Pas-
sione hasta con cariño. Es cierto que hubo algunos PP. graves de la Or-
den, entre ellos el P. Pedro Fernández, el P. Luis Barrientos, y has-
— 540 -
ta el mismo P. Báñez, y sobre todo el célebre P. Medina (1), que, como
prudentes, se recelaron al principio antes de conocerla y tratarla, por las
cosas en extremo maravillosas que de ella se contaban; mas luego que la
trataron, fueron siempre, no sólo sus defensores, sino sus panegiristas, sin
que en el largo periodo de la vida de Teresa se pueda citar un caso de al-
gún encuentro con ellos. Fenómeno singular y digno de reflexión, pues
podemos decir que non fecit taliter omni nationi».
Pudiera acaso objetar alguno lo que sucedió con una pretendienta á
la Descalcez, que después mudando de parecer abrazó la Religión de
Santo Domingo. Era persona rica, y con su dote podia socorrer la penuria
y escasez grande que habia en las comunidades de la Reforma; mas como
mudó de vocación y se hizo Dominica, Santa Teresa, que estaba á la
mira de todo, se ocupa en una carta de este asunto. En efecto, en la
carta 49 á la priora de Valladolid (2) habla la Santa de una tal Samanú, y
aunque al principio parece indicar si los Dominicos habían sabido nego-
ciar para que tomase el hábito de Santo Domingo, porque era persona
rica. Sepa, escribe, que digo, al padre provincial (dominico) que bien ha-
bía negociado para llevarnos á la Samanú; pero luego la dio satisfacción
el venerable provincial y se convenció la Santa que había sido cosa de la
pretendienta, y concluye este asunto de tan pequeña importancia diciendo:
*y así creo que ella lo quiso» (3).
El historiador La Fuente pone entre las declaraciones para la canoniza-
ción de la Santa una del Conde de los Arcos, D. Pedro Laso de la Vega.
(1) Ya se trató en otro lugar de la cuestión del P. Yanguas y de los Conceptos
del Amor de Dios.
(2) La Fuente edición de 1881.
(3) El P. Antonio de San José escribe, comentando á su Santa Madre dice: Pa-
rece manejaban el negociado padres Dominicos: pues el padre Visitador, que sería
el padre Maestro Fernández y Orellana, que era otro gran Maestro Dominico, dis-
culpaban al buen Provincial, que sin duda era de su Orden. Ello es, que los gravísi-
mos Maestros de esta insigne Religión siempre se han ejercitado en manejar más
librerías y materias de Teología, que las que tocan á intereses. Más se han precia-
do ser doctos que ricos, y logran ser pobres y honrados. (Tomo 4." caria 6\ pági-
na 315.)
-541 -
No hemos podido encontrarla en el Archivo Nacional de Madrid, único
sitio donde puede buscarse; sin embargo, aunque no la hayamos encon-
trado, no por eso negamos su autenticidad, y suponemos que el Sr. La
Fuente, cuando la ha puesto, la habrá tenido á la vista (1).
Admitida la autenticidad de la declaración y admitida también la ver-
dad del hecho que refiere, porque en materias tan delicadas no debemos de
proceder de otro modo, solo se infiere que hubo un P. Dominico que,
después del tránsito felicísimo de Santa Teresa, no sintió ni habló bien de
los escritos de ésta, y que se sospecha si Dios le castigó por ello. Esto,
(1) He aquí la declaración de D. Pedro Laso de la Vega, conde de ios Arcos.
Al artículo LVl digo, que los libros de la santa Madre los tengo y he visto tener
por muy santos y de mucho fruto á personas muy graves, y diré lo que me sucedió
acerca de ellos.
Estando yo en Toledo me fue á visitar el P. Miguel Hernández, de la Compañía
de Jesús, hombre muy grave, y estando con nosotros la condesa, mi mujer, entró un
presentado de Santo Domingo, también á visitarme.
El padre de la Compañía era muy devoto de la santa Madre, y el presentado se
mostraba por tal; y así comenzamos á hablar en cosas de sus libros; pero tomando el
presentado la mano comenzó á decir tantas cosas de ellos que nos dejó atónitos y
espantados; y entre otras cosas, que se espantaba cómo la Inquisición no recogía
aquellos libros, porque eran mal sonantes y escandalosos, y aun creo que dijo con-
tra la doctrina de la Iglesia y de San Pablo, y finalmente, estuvo tan porfiado y co-
lérico, que nos dejó espantados, y se fué.
Tratamos el padre la Compañía y yo, que convenía que aquella doctrina no se
divulgase, y así se diese orden cómo alguna persona grave le dif^se una reprensión.
Acordamos de escribir al P. Fr. Diego de Yepes, confesor de Su Majestad, para
que él le escribiese lo que debía hacer.
No pasó un día ó dos, cuando me dijeron que el Presentado estaba muy al cabo
de unas recias calenturas, las cuales, dentro de siete ú ocho días le acabaron con
harta precipitación, de lo cual quedé espantado, y se tuvo á castigo, en pago de lo
que había hablado tan desenfrenadamente.
Cuando volvieron las cartas, ya el Presentado estaba enterrado, dos ó tres días
había, pero el P. Fr. Diego de Yepes le escribía una carta de un pliego (^reprendién-
dole lo dicho y exhortándole á lo que adelante debía hacer), tan docta y grave como
de tal varón se podía esperar, dándole muchas razones por donde conociese cuan
errada era su opinión, y que se fuese á la mano en hablar de aquella materia, la
cual carta guardo yo muy bien.
- 542 -
como se ve, no fué tener encuentro ni disgusto con Santa Teresa, que es
lo que hemos afirmado arriba, sin temor de que nadie nos desmienta, ni
desvirtúa en nada cuanto hemos escrito sobre la protección de la Orden
de Santo Domingo á Santa Teresa en el largo periodo de su vida, tema
de nuestro trabajo y estudios.
Por último, trataremos otro punto, que puede prestarse á torcidas in-
terpretaciones y dar lugar á que se tergiversen los hechos con menoscabo
de la verdad.
Sabido es que los biógrafos de la Santa nos hablan de un caso que á
ésta sucedió en un sermón en que el predicador la afrentó de visionaria
y de monja poco recogida en su convento. Esto sucedió en Avila en aque-
llos días en que Santa Teresa estaba edificando su primer convento de
San José, y en la parroquia de Santo Tomé. Como el titular de la Iglesia
de los Dominicos en esta ciudad es Santo Tomás de Aquino, es la cosa
más fácil el confundir una Iglesia con otra, sobre todo para aquellos es-
critores que escriben sin haber vivido en ella, donde estas dos distintas
Iglesias son bien conocidas sin que puedan confundirse. Esto sucedió al
Sr. Yepes, que dijo sencillamente que este Sermón había tenido lugar en
la Iglesia de Santo Tomás; y así, cualquiera que lea su Vida de Santa
Teresa, podrá creer fácilmente que el predicador que tan imprudente estu-
vo fué fraile Dominico, quien desde el pulpito de su Iglesia, trató tan mal
á la Santa.
Importa, por lo tanto, mucho el probar con evidencia que este caso
sucedió, no en la iglesia de Santo Tomás que pertenece á los Dominicos
de Avila, sino en la parroquia de Santo Tomé á la que algunos, entre ellos
el Sr. Yepes, han llamado iglesia de Santo Tomás, sin fijarse en que son
dos iglesias distintas. Aduciremos, en primer lugar, el testimonio de res-
petables biógrafos que supieron distinguir y distinguieron las dos iglesias,
los cuales testifican haber sucedido el caso en la iglesia de Santo Tomé, ó
sea en la parroquia que lleva este nombre, por ser el Santo Apóstol su ti-
tular.
Hablando de este caso el P. Ribera, dice así: ^Vn día fueron á sermón
á la iglesia de Santo Tomé las dos, y un padre que entonces predicaba
comenzóla á reprender tan ásperamente como si fuera algún gran pecado
-543-
público. y decía palabras tan pesadas, que su hermana estaba corridísima,
y por otra parte tan claras, que no faltaba más que señalarla con el dedo.
La Santa, con el deseo que tenia de padecer, estribase entre sí holgando y
riendo, como estuviera otra si la alabaran mucho; pero su hermana tan
mohína que no paró hasta hacerla volver á su monasterio, lo cual ella
hizo luego sin poco ni mucho turbarse. Pero como era menester asistir
allí para la obra, hízola que pidiese licencia al provincial y volvió. (1)
El Sr. Yepes, "sobre este mismo caso, dice así: «Estando un día en ser-
món en la iglesia de Santo Tomás, juntamente con su hermana, como an-
daba en el pueblo el alboroto del nuevo convento, comenzó un padre que
entonces predicaba á tratar de revelaciones y otras cosas á este tono y á
reprender tan al descubierto á la madre tan ásperamente como si fuera el
pecado mayor y más público del pueblo: que esta es la lástima de nues-
tros tiempos, que habiendo tantos escándalos en las Repúblicas, tantas
abominaciones y ofensas de Dios en las calles y plazas, disimulan éstas
con un donoso silencio los predicadores, ó ya sea por miedos y respetos
humanos de que están algunos prer;dados y llenos, ó ya sea que no tie-
nen ánimo para reprenderse á si, porque se ven en las mismas cadenas y
vicios que habían de reprender en otros, y convierten sus sermones en ni-
ñerías é impertinencias, no sacando más fruto que el predicarse y oírse á
sí mismos, ó tratando de lo que no entienden ni saben, como lo hacía este
buen padre, que debía tener buen celo cuando desde el pulpito decía pa-
labras tan pesadas, y por otra parte tan claras, que no faltaba sino señalar
con el dedo. Su hermana doña Juana, que estaba presente, estaba afrenta-
dísima y muy corrida de lo que el predicador decía; pero la Santa, alegre
y gozosa, como lo pudiera estar otra que fuese muy vana, oyendo de sí
loores y alabanzas públicas. (2)
La Crónica Carmelitana, al referir este suceso, dice así: < Estaba la
Santa en casa de su hermana doña Juana, cuidando desde allí la obra. Y
yendo un día ambas á la parroquia de Santo Tomé á oír sermón el predi-
cador, llevado de un impetuoso cek^ sin discreción (tropiezo de ignoran-
(1) Ribera, capítulo XV, página '.(S.
(2) P Yepes, tomo 1.", capítulo V. página 177.
I
— 544 —
tes), comenzó á tratar de revelaciones y oración mental con tan poca es-
tima, como si no conociera el Evangelio. Reprendió con tanta aspereza á
la Santa Madre, y tan al descubierto, por la fama que tenía de sus revela-
ciones, como si fuera el pecado más público y escandaloso del pueblo.
Dijo palabras tan pesadas, y tan claras, que sólo el nombre de doña Te-
resa faltó, y el dedo que la señalase para que todos entendiesen hablaba
de ella. Como tenía deseo de padecer, tanto se holgaba de la afrenta
cuanto pudiera otra muy vana de loores públicos. Su hermana, avergon-
zada de lo que oía, no podía sufrirlo, ni tenía cara para estar allí, y así
procuró se fuese luego su hermana al monasterio, porque no le sucediese
otra en su compañía -. (1)
El autor de la Mujer Grande refiere también este suceso de la manera
siguiente: -Estando en casa de su hermana doña Juana, que había venido
á Avila, y principalmente por cuidar de la obra, como un día fueran las
dos á una parroquia, el predicador declamó tanto contra las revelaciones
y tan señaladamente contra la Santa, que todos lo notaron, y la hermana
se avergonzó tanto, y. aún más de ver que Teresa, no sólo estuvo insen-
sible, sino risueña, que cuanto antes salió de la iglesia y la envió á su
convento para no verse en otra ocasión semejante, y la Santa lo hizo con
el mayor gusto y sin queja. >- (2)
Finalmente, el P. Gregorio de Santa Salomé, Carmelita descalzo, en
su obrita sobre Santa Teresa, al referir este suceso, dice así: - Fué la
Santa con su hermana á una función religiosa á la parroquia de Santo
Tomé de Avila, y el predicador habló de una manera tan indecorosa de
las revelaciones y de los que las tenían, que avergonzada, la mandó se
marchara al monasterio, porque no quería tener en su compañía más con-
fusión. Aunque hablaba en general, por sus circunstancias y maneras, bien
se conoció se dirigía á la Santa. Esta resolución de su hermana hubiera
bastado á otra menos animosa que ella para desistir de la obra; mas á
Teresa no la entibió sino que con ocasión de acompañar á una hija de
íl) Crónica Carmelitana, tomo I.^ libro 1.", capítulo XL, página 140.
(2) La Mujer ürandc, día 12 de Mayo, página 165.
— 545-
Doña Guiomar, religiosa del mismo convento, salía con frecuencia á ver
y dirigir la obra de San José -. (1)
Aunque los testimonios presentados son concluyentes, y sobra á nues-
tro parecer cualquiera otra prueba, sin embargo, ya que la hay y excede
en valor y fuerza á todos los testimonios aducidos, la estamparemos aquí.
Es esta prueba la declaración de Teresita en las informaciones para la
canonización de su snnta tía, las cuales tuvieron lugar en Avila en 1610
siendo ésta religiosa del convento de San José de Avila. Hemos escogidci
esta información, entre otras que versan sobre ese punto y testifican lo
mismo, por el especial valor que encierra (2).
Es, pues, á todas luces manifiesto, que el caso de referencia tuvo lugar
en la iglesia parroquial de Santo Tomé de esta ciudad, y que el predica-
dor fué un Padre de cierta Orden. ¿A qué Orden pertenecía? No lo sabe-
mos, ni es fácil averiguario, ni tratamos de eso, sino únicamente demos-
(1) P. Gregorio de Sama Salomé, capítulo VI, página 75.
(2) La Declaración de la sobrina de Santa Teresa de Jesús, es de el tenor si-
guiente:
68. Al artículo sesenta y ocho dijo: que todo lo que declara v refiere este ar-
tículo sabe ser ansí porque lo ha oído diversas veces y á diferentes personas y en
especial de tres ha sido informada de lo que sigue:
Estándose haciendo aquella casita primera con que dio principio á esta reforma-
ción nuestra santa Madre y estando con su hermana Doña Juana de Ahumada fueron
un día al sermón á la Iglesia Parroquial de Santo Tomé de esta ciudad y un religioso
de certa orden que predicaba allí comenzó á reprender ásperamente como de algún
gran pecado público diciendo de las monjas que salían de sus monasterios á fun-
dar nuevas órdenes, era para sus libertades y otras palabras tan pesadas que Doña
Juana estaba afrentada y haciendo propósitos de irse á Alba ó á su casa y hacer á
nuestra santa Madre que se volviese á la suya y dejase las obras. Con este propó-
sito volv.o a mirarla y vio que con gran paz se estaba riendo; dióle esto más eno-
jo y dijola algunas razones sobre ello, pero luego la mudó Dios y dejando los pro-
pósitos dichos se quedó aquí en Avila, y tuvo á nuestra santa Madre en su casa
prosiguiendo en la obra comenzada. Esto que ha oido esta declarante es conforme
a lo que escribe la Madre Priora de Toledo, prima suya que fué hija de la dicha
Donajuana a quien se lo oyó muchas veces contar y esta declarante también lo
sabe por dicho Doctor Ribera.»
35
— 546-
trar que no sucedió en la Iglesia de Santo Tomás de Aquino, pertenecien-
te á los Dominicos de Avila. (1)
Y con esto hemos expuesto franca y sencillamente cuanto pudiera ob-
jetarse á nuestras afirmaciones. Santa Teresa, pues, profesó á Santo Do-
mingo y á su Orden una amistad profunda y constante, jamás interrumpi-
da. Ni es de extrañar ésto, si se tiene en cuenta que esta amistad la mamó y
heredó de sus católicos padres. Nos consta tal amistad del testimonio del
P. Ribera, quien hablando de Antonio, hermano de Santa Teresa, que pre-
tendió tomar el hábito de Santo Domingo en Santo Tomás, dice ^no le re-
cibieron allí entonces hasta saber la voluntad de su Padre, con quien
aquellos Padres tenían amistad > (2).
Sabido es que Doña Beatriz, madre de nuestra Santa, encargó en su
testamento se celebrasen por su alma en nuestra Iglesia cien misas, prue-
ba de las buenas relaciones que existían entre la familia de dicha Santa y
los PP. de Santo Tomás. Pero lo que prueba aún más que todo, es la cos-
tumbre que la Santa tenía de levantar, bien en la iglesia, bien en las er-
mitas de la huerta en los conventos que fundaba un altar al bienaventu-
rado Santo Domingo, diciendo á sus hijas: - Hagamos altar al amigo» (3).
El limo. Sr. Yepes en la carta relación que escribió sobre Santa Teresa á
Fr. Luis de León, le dice entre otras cosas: «Por la Vida de la Santa
que V. P. ha leído, habrá podido conocer la amistad grande que Santa Te-
resa tuvo con la Orden de Santo Domingo y será muy justo que sepa el
origen de esta amistad, que es celestial. ->
Por último, el Año Tcresiano, en el día 5 de Diciembre, presenta otro
(1) Incurrió en esta inexactitud el P. Pons, quien en el índice de materias página
653 escribe así: «Terrible catilinaria contra la Santa, desde el pulpito de la Iglesia
de Santo Tomás. Y por cierto es en esto más culpable, pues como simple anotador
debió repetir las palabras del P. Ribera que dice: «en la Iglesia de Santo Tomé.
Por este medio se van poco á poco embrollando y confundiendo las cosas y dando
un paso más adelante por ese camino se podrá concluir con decir que un P. Domi-
nico insultó desde el pulpito de su Iglesia de Santo Tomás á la Santa Madre Teresa
de Jesús, afirmación que es de todo punto falsa, como acabamos de demostrar
(2) Libro 1." capítulo VI.
(3) Maestro Arriaga. Vida de Santo Tomás tomo 2.'\ libro 2.", capítulo XIII.
-547-
documento en favor de lo que estamos probando, que es la patente dada
por el General de la Orden de Santo Domingo, en virtud de la cual Santa
Teresa y sus hijas de Toledo son admitidas á la participación de los bie-
nes espirituales de la Urden de Predicadores (1), prueba inequívoca del
mutuo afecto que existía entre ambas Órdenes religiosas.
(1) 'El corazón de esta gloriosa Virgen nunca estaba satisfecho de bienes vir-
tuosos y siempre anhelante de ayudas, y socorros espirituales para crecer en santi-
dad; hallándose en Toledo, y en la misma ciudad el reverendísimo Maestro Fr. Se-
rafino Cavalli, Brixiensi, General de la esclarecida Religión de Predicadores, deseó
con instancia carta de hermandad de esta Santa Orden, para ella y sus hijas,'las re-
ligiosas de Toledo; y bien instruido este Prelado en los méritos de la que \'a pedía,
y en aquel amor que profesaba á su sagrada Orden, condescendió gustoso; y en
el día 5 de Diciembre, año de 1577 firmó la dicha carta, que se halla actualmente
original en el Convento de nuestras Religiosas de Toledo, colocada y extendida con
decencia en una tabla en sitio visible, para que á todas conste, y excite el recuerdo
del beneficio que debieron á la Religión Dominicana, por medio de su santa Funda-
dora. Tengo á la vista un traslado autenticado de esta carta, que dice lo siguiente:
InDei Filio sibi dilectis, &. A la muy reverenda Madre Teresa de Jesús, Fundado-
ra de las Religiosas Descalzas de la Orden de Nuestra Señora del Carmen; y á la
muy Religiosa Madre Priora, y Religiosas del muy venerable Monasterio de San
Joseph de dicha Orden de la ciudad de Toledo. Fr. Seraphino Cavalli, Brixiensi,
maestro en Santa Theologia, y General de toda la Orden de Predicadores, y Siervo',
Salud y perfecta Comunión en los Santos.
Si la caridad cristiana nos obliga á los cristianos de nuestra Sagrada Religión
de quien recibimos beneficios temporales, á agradecimiento, comunicándoles los
bienes espirituales, y eternos que pudiéremos; con mucha mayor] razón nosobliga-
rá á las personas, de quien recibimos ayudas, y favores espirituales, á serles agra-
decidos, ofreciéndoles también frutos de caridad religiosa, y toda ayuda espiritual
para que asi se acreciente su piedad, y amor, con que sirven á Dios, y á sus Santos,
y se descubre el cuidado, que Nos tenemos de amarlos, y con esto se conserve en
Dios que es verdadero amor, y suma caridad, su piedad y reverencia, con que á
Dios, y á sus Santos sirven, y á nuestra benevolencia, y agradecimiento. Ansí, pues,
teniendo noticia del amor, que os debemos en Cristo, y de la caridad grande con
que amáis á nuestra Religión, y de los beneficios espirituales con que le ayudáis'
con deseo de volveros gracias reconociendo lo mucho que os debemos; confiando
en la gran misericordia, y liberalidad de Dios todo poderoso, y fundados en la po-
derosa intercesión de la Santísima Virgen María, Madre de Dios y Señora nuestra,
-548-
III
OBSERVACIONES CRÍTICAS Á LAS NOTAS Y APÉNDICES
QUE EL P. PONS PONE Á LA VIDA DE SANTA TERESA,
POR EL P. RIBERA
Incurre lastimosamente en este defecto el anotador de la Vida de San-
ta Teresa por el P. Ribera. En efecto; el jesuíta P. Pons en el segundo
apéndice página 578 y siguientes, así como en otras partes de su obra,
dice muchas cosas que ceden en alabanza de la Compañía, por lo que
ésta ayudó á la Santa Madre Teresa de Jesús, pero se calla muchas otras
y de los bienaventurados Santo Domingo, Padre nuestro glorioso, San Pedro már-
tir, San Antonino Arzobispo, Santo Tomás Doctor, San Vicente Predicador, Santa
Catarina Virgen, y todos los demás Santos y Santas de Dios Nuestro Señor; os
comunicamos de graciosa, y buena voluntad, y os damos parte de todas las misas
y sacrificios divinos, oraciones, predicaciones, ejercicios santos, vigilias, ayunos,
abstinencias, disciplinas, peregrinaciones, estudios y todos cualesquier otros tra-
bajos, y méritos que la bondad divina, por su misericordia, diere, ú obrare, por to-
dos nuestros Religiosos, ó Religiosas de nuestra Santa Religión, en el universo
mundo; y os recibimos, y enumeramos entre los amigos y hermanos de nuestra Re-
ligión, para todos y cualesquiera beneficios, y sufragios de toda la Orden Universal
ansi en la vida, como en la muerte. Haciéndoos saber, que la Santa Sede Apostólica,
por su piadosa benignidad, nos ha concedido, para los ansi recibidos, y admitidos
por Nos á nuestra hermandad, y beneficios, Indulgencia plenaria y entera remisión de
iodos sus pecados, una vez en la vida, y otra en la muerte: para que ayudados con el
gran fruto de los muchos méritos y favorecidos con el santo sufragio de los Santos
bienaventurados, hayáis aquí aumento de gracia y en los Cielos crecido premio de
gloria. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amen. En fe de lo
cual firmo las presentes, selladas del Sello de mi Oficio, con mi propia mano. Dadas
en nuestro Convento de San Pedro Martyr de Toledo, á 5 de Diciembre de 1577.»
Fr. Seraphin. General. Sup. manu propria.— Fr. Ludovicus Ugo ñus Ariminesi
Prov.*
Al poco tiempo murió este Rmo. P. General en Sevilla donde se hallaba gi-
rando la visita; su cadáver fue conducido en hombros por dos señores Obispos y
dos grandes de España. Tal era la opinión y aprecio que se tenía de su persona
por sus relevantes prendas, y sobre todo por sus grandes virtudes.
- 549 —
que contrapesan á las primeras y hacen que el lector no forme un juicio
exacto sobre la materia.
Según el P. Pons, los Padres de la Compañía siempre acertaron en la
dirección de la Santa Madre; Santa Teresa jamás tuvo encuentros ni dis-
gustos con ellos, y el amor que profesó á la Compañía nunca palideció ni
experimentó contrariedades. Convengamos en que estas afirmaciones en-
cierran una parte de verdad, pero no toda la verdad: Santa Teresa era su-
mamente agradecida, y la Compañía le había hecho muchos beneficios, á
los cuales ella correspondía con el amor; pero no siempre estuvieron acer-
tados los Jesuítas en la dirección de la Santa, no la faltaron encuentros y
disgustos con los padres de la Compañía y tuvo que sufrir grandes con-
t'-ariedades de parte de ellos. Esto es lo que intentamos probar, y no por
aversión á la Compañía, sino porque así lo exige la verdad de la historia.
Es cierto, en primer lugar que los Padres Jesuítas influyeron mucho en
la perfección moral de Santa Teresa, y lo prueban los datos que el padre
Pons aduce, pero se talla lo que medió con el P. Baltasar Alvarez, y más
con el padre Rector, Dionisio Vázquez, y sobre todo con el P. Fernando
de Águila, ó el aconsejador de las higas, cualquiera que sea. Véanse
las páginas 85, 86, 87 y 99 de esta nuestra obra, y sobre todo el capítulo
primero de la tercera parte, donde queda demostrado con palabras textua-
les de la Santa Madre, que el P. Alvarez tuvo por sueños las revelaciones
del Señor acerca de la Reforma, causándola el billete que la escribió el ma-
yor trabajo de cuantos padeció en la fundación de San José.
El Rector, P. Dionisio Vázquez, desaprobó el proyecto de la Santa, y
el P. Fernando, ó cualquiera que fuera el padre Jesuíta que por imposi-
bilidad del padre Ministro la confesó algunas veces, la dijo: • claramente
era demonio y que diese higas; - lo cual prueba que los Padres Jesuítas tu-
vieron también sus desaciertos; pero todo esto se lo calla el P. Pons, y
llega á tanto su atrevimiento en este punto que al citar en la página 130
de su obra unas palabras de la Santa, se vale de los puntos suspensivos
para callar asi el desacierto grande que cometió un Padre de su Instituto.
La Santa escribe asi: «Uno de ellos que antes me ayudaba (que era con
quien me confesaba algunas veces que no podía el ministro) comenzó á
decir que claro era demonio.» El P. Pons cita este mismo texto y hasta le
— 550-
parafrasea, pero en su manía de callar lo que no le conviene, le cita de
esta rnanera: Dice la Santa: Uno de ellos (de los padres de la Compañía)
que antes me ayudaba, con quien me confesaba algunas veces, que no
podía el Ministro (P. Alvarez) comenzó á decir :» con estos puntos
suspensivos tapa el desacierto de su hermano de profesión, pero descubre
su parcialidad y pone en guardia al lector, que conozca un poco las obras
de la mística Doctora (1).
Si de los desaciertos que los padres Jesuítas tuvieron en la dirección
del espíritu de la Santa Madre, pasamos á los encuentros y disgustos que
tuvo con ellos, sin duda alguna tendremos que confesar que fueron mu-
chos y de bastante consideración.
(1) Algo misteriosas y no poco significativas son también ciertas frases de la
Santa Madre con respecto á dos Padres de la Compañía. Dando la Santa instruc-
ciones celestiales á la priora de Sevilla sobre el gobierno y dirección de aquel con-
vento la encarga que no comuniquen con el jesuíta P. Rodrigo, y aunque permite
lo hagan con el P. Acosta, pero encarga que le digan pocas cosas. «Con Rodrigo-
dice— no hay que tratar en ninguna manera; con Acosta sí (a)»; y en otra carta (b)
escribía: «Holgádome he de lo de Acosta y que la tenga en tal opinión. Querría no
le dijese muchas cosas.» Comentando el P. Antonio de San José estas palabras dice
así: «Querría la Santa ser su directora, y sin duda era segura, también lo sería el
P. Rodrigo Alvarez, pero le excluye la Santa sin que sepamos el por qué, bien lo
sabía la Santa.»
«Aprueba la dirección del P. Acosta, como lo hace en la carta 56 del tomo I, nú-
mero 5, y también, aunque con cautela prudente en la 94 del tomo II, donde dice:
«Querría no le dijesen muchas cosas». Porque deseaba el alivio de sus hijas, pero
recelaba la turbación de sus casas con la mucha comunicación de fuera, por las
agrias experiencias que ya tenía.»
Sin duda que las palabras citadas de la Santa se prestan á ciertas consideracio-
nes que omitimos; sin embargo, no puede omitirse la que conduce á nuestro objeto,
que es hacer ver que los Padres de la Compañía no acertaban en todo y la Santa
tenía experiencia de ello. ¿A qué sino el que sus hijas no comunicasen con el padre
Rodrigo, y que podían hacerlo con el P. Acosta, pero con cierta cautela? El lector
sin más explicación sacará, sin duda, la consecuencia, que ciertamente no es difícil
sacarla.
(a) Tomo III, carta i'*'>.
(b) Tomo II, carta 'J4.
— 551 —
Véase en primer lugar la nota que se halla en las páginas 255 y 256,
relativa al F Salazar, y se advertirán la poca sencillez y llaneza con que la
trató el Provincial Jesuíta, Juan Suárez. Hubo con motivo de dicho P. Sa-
lazar contestaciones muy fuertes entre el Provincial y la santa Madre. Nos
parece oportuno poner á continuación una de las cartas que la Santa le
escribió, con algunos de los comentarios del V. Palafox, á fin de que el
lector se persuada que este encuentro fué muy serio y no cosillas de poco
más ó menos, como da á entender el P. Pons.
Dice así la carta:
<A1 muy reverendo padre Provincial de la Compañía de Jesús de la
provincia de Castilla.
Jesús.
•La gracia del Espíritu Santo sea siempre con V. P. Amen. Una carta
de V. P. me dio el P. Rector, que cierto á mí me ha espantado mucho,
por decirme V. P. en ella, que yo he tratado que el P. Gaspar de Salazar
deje la Compañía de Jesús y se pase á nuestra Orden del Carmen: porque
nuestro Señor ansí lo quiere y lo ha revelado.
«Cuanto á lo primero, sabe Su Majestad, que esto se hallará por ver-
dad, que nunca lo desee, cuanto más procurario con él, y cuando vino
alguna cosa desas á mi noticia, que no fué por carta suya, me alteré tan-
to y dio tan gran pena, que ningún provecho me hizo para la poca salud
que á la sazón tenía, y esto ha tan poco que debí de saberio harto des-
pués que V. P., á lo que pienso.
«Cuanto á la revelación que V. P. dice, que no había escrito, ni sabido
cosa desa determinación, tampoco sabria si él había tenido revelación en
el caso.
«Cuando yo tuviera la desvelación, que V. P. dice, no soy tan liviana,
que por cosa semejante había de querer hiciese mudanza tan grande, ni
darle parte de ello; porque gloria á Dios, de muchas personas estoy ense-
ñada del valor y crédito que se ha de dar á esas cosas: y no creo yo que
el P. Salazar hiciera caso deso, sino hubiera más en el negocio, porque es
muy cuerdo.
En lo que dice V. P. que lo averigüen los Prelados, será muy acerta-
do, y V. P. se lo puede mandar, porque es muy claro que no hará él cosa
— 552 —
sin licencia de V. P., á cuanto yo pienso, dándole noticia de ello. La mu-
ciía amistad que hay entre el P. Salazar y mí, y la merced que me hace,
yo no la negaré jamás: aunque tengo por cierto, le ha movido más á la
que me ha hecho el servicio de Nuestro Señor y su bendita Madre, que no
otra amistad; porque bien creo ha acaecido en dos años no ver carta el
uno del otro. De ser muy antigua, se entenderá que en otros tiempos me
he visto con más necesidad de ayuda: porque tenía esta Orden solos dos
padres Descalzos, y mejor procurara esta mudanza, que ahora; que gloria
á Dios hay á lo que pienso, más de doscientos, y entre ellos personas
bastantes para nuestra pobre manera de proceder. Jamás he pensado que
la mano de Dios estará más abreviada para la Orden de su Madre, que
para las otras.
^A lo que V. P. dice que yo he escrito, para que se diga que lo estor-
baba, no me escriba Dios en su libro, si tal me pasó por pensamiento. Sú-
frase este encarecimiento, á mi parecer, para que V. P. entienda que no
trato con la Compañía, sino como quien tiene sus cosas en el alma, y
pondría la vida por ellas, cuando entendiese no desirviese á nuestro Se-
ñor en hacer lo contrario. Sus secretos son grandes: y como yo no he te-
nido más parte en este negocio de la que he dicho, y desto es Dios testi-
go, tampoco la querría tener en lo que está por venir. Si se me echare la
culpa, no es la primera vez que padezco sin ella; mas experiencia tengo
que cuando Nuestro Señor está satisfecho, todo lo allana. Y jamás creeré
que por cosas muy graves permita Su Majestad, que su Compañía vaya
contra la Orden de. su Madre, pues la tomó por medio para repararla y
renovarla, cuanto más por cosa leve. Y si lo permitiere, temo que será po-
sible lo que se piensa ganar por una parte, perderse por otras.
*Deste Rey somos todos vasallos. Plegué á su Majestad, que los del
Hijo, y de la Madre sean tales, que como soldados esforzados sólo mire-
mos á donde va la bandera de nuestro Rey, para seguir su voluntad, que
si esto hacemos con verdad los Carmelitas, está claro que no se pueden
apartar los del nombre de Jesús, de que tantas veces soy amenazada. Ple-
gué á Dios guarde á V. P. muchos años.
'^Ya sé la merced que siempre nos hace, y aunque miserable, le enco-
miendo mucho á nuestro Señor: y á V. P. suplico haga lo mismo por mí,
— 553 -
que medio año ha que no dejan de llover trabajos y persecuciones sobre
esta pobre vieja: y ahora este negocio no le tengo por el menor. Con todo
doy á V. P. palabra de no se la decir, para que lo haga, ni á persona que
se la diga de mi parte, ni se la he dicho. Es hoy diez de Febrero. Indigna
sierva, y subdita de V. P., Teresa de Jesús.»
El V. Palafox comenta esta carta en los siguientes términos:
«Confieso que deseaba ya ver enojada á la Santa. Porque documentos
de suavidad, de caridad, y de discreción, de valor, de fervor, y paciencia»
muchos nos ha dado; pero es menester, que nos las comunique de saber
defenderse de una calumnia, y responder, y satisfacer á ella: y que sepa-
mos los pecadores, que también saben enojarse y defenderse, no sólo los
Santos, sino las Santas.
«Pasa luego en el número tercero á afear que de ella se crea, que se
había de mover por revelaciones, que el padre Provincial picantemente
llamó desvelaciones; y la Santa, repitiendo el desdén ó la injuria, le advier-
te que no se guia por ellas, hallándose tan enseñada de grandes Maestros,
de lo que debe de referirse á su crédito en estas materias: y que asi no ha-
bla de obrarse por ese motivo una mudanza tan grande y extraordinaria:
pues si no fuera cierta la revelación, salía liviana la vocación, y venía á ser
tentación: y que así, ni de ella, ni del P. Salazar debía creerse esto: con
que no sólo se defienden, y lo defiende, sino que pasa también á un poco
de queja, de que ésto se crea de entrambos.
'En el número sexto, creciendo la defensa con la herida, responde la
Santa á otra calumnia, que les impusieron: y fué, que no sólo le avisaron á
este espiritual Prelado, P. Suarez, que ella solicitó que pasase el Padre
Gaspar de Salazar á la Descalcez, sino que le escribía al mismo P. Salazar
que dijese que ella era la que lo estorbaba: y viendo que se le imputaba
una traición tan fea, y una fealdad tan traidora, contra el modo sencillo y
santo de obrar, que Dios puso en su alma, defendiendo la honra de Dios
con la suya (pues eso es defender la verdad) como otro Moysen, ó como
otro Elias, dice: 'No me escriba Dios en su libro, si tal me pasó por el pen-
samiento.»
<Y viendo que el dictamen de la razón y de la verdad, y del celo y la
honra de Dios la habían obligado á hacer un juramento execratorio, que
I
- 554 -
ella no acostumbraba, aunque justamente, y puede ser no hubiese hecho
otro en toda su vida, satisface santamente á esto, diciendo: '<súfrase este
encarecimiento á mi parecer (esto es súfrase este juramento tan grande),
para que V. Paternidad vea, que no trato con la Compañía, sino como
quien tiene sus cosas en el alma, y pondría la vida por ellas.» Sólo este
amor de la Santa á la Compañía, manifestado en medio de su enojo, podría
templar toda la amargura, y sentimiento de la carta,
«Pero luego hace una santa limitación á la regla, diciendo: «Cuando
entendiese no desirviese al Señor en hacer lo contrario,» Como si dijera:
Moriré por la Compañía de Jesús: moriré, pero como no desirva en ello al
Jesús de la Compañía. Porque si quiere Jesús otra cosa, aquello quiere Te-
resa de Jesús, que quiere Jesús que obre con su Compañía.
<Lo cuarto, se conoce en esta carta el celo y valor que manifiesta la
Santa, y la superioridad de espíritu á cuantos trataba: y que ya hiciese el
oficio de fundadora, ya el de religiosa, ya de maestra, ya de subdita; ya
de capitán general, como en este caso, todo le asentaba muy bien á esta
Santa.*
La Santa como prudente y muy cauta encargaba al P. Gracián que no
rompiera la carta del Provincial ni la respuesta que ella había dado.
«Esa carta, dice, (1) del Provincial y la respuesta podrá hacer al caso
alguna vez. No la rompa, si le parece.»
En otra carta al mismo P. Gracián se ocupa de esa barahunda, como
ella escribe, y le dice (2): «Quería enviar á V. P, la carta de la priora de
Valladolid, en que dice la barahunda que ha pasado sobre lo de Carrillo
(P. Salazar.>)
Busque el P. Pons en el diccionario el significado de esa palabra, y
verá que no fué la cosa tan de poca monta como él cree, ó hará creer á
quien lea sus explicaciones sobre este punto.
Escribiendo la Santa á María de San José, priora de Sevilla y habién-
dola del Rector de la Compañía, la decía (3): - No piensen me cuesta poco
(1) Carta 185.
(2) Carta 186.
(3) Carta 273.
-555-
estar ahora más blando el Rector, y por acá lo están todos; que harto he
puesto hasta escribir á Roma, de donde creo ha venido el remedio. De
estas palabras se deduce que no se hallaban ni en Andalucía ni por acá,
esto es en Castilla, tan devotos los padres Jesuítas para con la Santa Ma-
dre y sus hijos, pues se vio obligada á escribir á Roma, de donde vino el
remedio, ó sea el estar más blandos.
Tuvo también disgustos la Santa Madre con el Jesuíta P. Olea. Se
empeñó éste fuese admitida y profesase en el monasterio de Alba una jo-
ven sin cualidades y vocación de Descalza. La Santa, escribiendo al
P. Gracián, se queja de que dicho P. Olea la tuviera por mujer que usa-
ba de ciertas tretas, impropias no ya de una santa, sino de cualquier mu-
jer de bien,'y así le dice: -Sepa que está muy mal enojado San Telmo (Pa-
dre Olea) conmigo por la monja que ya se fué, que en conciencia no puede
hacer otra cosa, ni V. P. pudiera tampoco. Háse hecho cuanto se ha podido
en el caso: y como ello sea cosa que toque en agradar á Dios, húndase el
mundo. Ninguna pena me ha dado, ni se la dé áV.P. Nunca nos venga bien,
yendo contra la voluntad de nuestro Bien. Y digo áV.P. que si fuera herma-
na de mi Pablo (el mismo P. Gracián) que no lo puedo más encarecer, no
hubiera puesto más en ello. El ha estado harto sin mirar la razón. El eno-
jo de mi es, que creo dicen verdad mis monjas, que él ha dado en que es
pasión de la Priora, y parécele todo se lo levantan. Concertóla para entrar
en un monasterio de Talavera, con otras que van de la Corte, y asi envió
por ella. Dios nos libre de haber menester á las criaturas. Plegué á Él nos
deje ver, sin haber menester más que á él. Dice que de que ahora no le
he menester, he hecho ésto, y bien se lo han dicho á él que tengo estas
tretas. Mire cuándo más le hube menester, que cuando tratamos de echar-
la, y qué mal entendida me tienen. Plegué á el Señor entienda yo siem-
pre hacer su voluntad. Amén. Son hoy 19 de Noviembre. Indigna sierva,
y subdita de V. P. Teresa de Jesús.'
No creemos desagraden al lector los comentarios, por cierto bien origi-
nales del P. Antonio de S.José sobre este párrafo de su santa Madre. Dice
así: El número tercero todo él es de oro; cada cláusula es una sentencia;
cada palabra está manifestando aquel ánimo generoso, varonil, y á todo su- .
perior, para defender la verdad. Trata la misma materia que en la cartavum-
-556 —
tioclu) del primer tomo; en ella gastó siete números en dar repulsa con
igual gracia que valor, á la pretensión del P. Mariano, empeñado por el
P. Olea, de la Compañía de Jesús, á quien llama aquí El San Telnw, aca-
so por ironía; figura que también usa Dios en la Sagrada Escritura. Di-
go por ironía, porque el P. Olea levantó una tan recia tempestad, aunque
con buena intención, que la Santa hubo de menester todo su valor para
su serenidad y quietud. Se reducía el empeño, á que cierta comunidad
aprobase esta novicia, nada á propósito para nuestra profesión.
«Habiendo hecho la Santa, aun más allá de lo que debía, por compla-
cer al P. Olea, como lo testifica en ambas cartas, se vio precisada á des-
pedir á la novicia. Sintiéronlo tanto los interesados, que atribuyeron la re-
pulsa á que ya no los había menester, no á que era conciencia, justicia y
razón. Llevados de este parecer, decían de la Santa que tenía estas tretas.
Lástima es que hayamos llegado tan tarde á las tretas de Santa Teresa;
porque tretas y de una Santa tan discreta sin duda serían buenas. Las tre-
tas de Santa Teresa se debían pregonar, para que todos supiesen unas
tretas muy diferentes de las que acostumbra el mundo.
'< Según se colige de sus cláusulas, las tretas de Santa Teresa eran és-
tas: Servir á todos y en lo que fuere agradable á Dios. Complacer á los
amigos, mientras no piden cosa contra Dios. Si quisieren algo de su des-
agrado, húndase antes el mundo. Dejar á todos, por no dejar á Dios. Nun-
ca nos venga bien, yendo contra la voluntad de nuestro Bien. Amistad
contra conciencia, vaya fuera. Amistad, que no se puede conservar sin
ofensas de Dios, rómpase luego. El amigo hasta las aras. ¡Oh tretas sobera-
nas, muy propias de una Santa Teresa! (1)»
(1) El que quiera enterarse á fondo y detalladamente de todo lo ocurrido con el
Jesuíta P. Olea, lea la carta 28 del tomo primero, la 27 del segundo, y la carta 12
del tomo tercero, edición de 1793, junto con los correspondientes comentarios del
V. Paiafox y del P. Antonio de San José, y no podrá menos de admirar la gallardía
y agudeza con que Santa Teresa defiende el derecho que la Orden tenía á no admi-
tir en su seno personas inútiles contra el tesón y terquedad del P. Olea. Omitimos
esos detalles por no estendernos demasiado; pero no podemos menos de consignar
una de las agudezas de la Santa. Escribiendo ésta al P. Gracián le decía: «Si
así tomara Santelmo (P. Olea) el negocio de su monja como Nicolao (Doria), no me
-557-
En la carta 134 (1) escribiendo la Santa á la priora de Valladolid, se ex-
presa así, hablando de los Padres Jesuitas: «Es tanto lo que les parece mal
lo que piensan que tienen los de la Compañía de interesarles, que por esto
les pareció lo hiciese así; porque tienen en más mi fama que vuestra reve-
rencia, que me libra á mí estas cosas.
«Dios la perdone y me la guarde y dé buenos años. Buenas andamos,
que envié su carta al padre provincial, en que dice vuestra reverencia, que
quiere Doña María ya que renuncie en la casa. No sé qué me diga de este
mundo, que, en habiendo interés, no hay santidad, y esto me hace que lo
querría aborrecer todo. No sé cómo pone Teatino para estos medios (que
me dice Catalina que lo es ese Mercado), sabiendo lo que en ello les va.
hubiera costado tanto. Yo le digo, que no sé que me diga, que no acabamos de ser
Santos en esta vida. Si viese las cosas que la otra tiene para tomarla, y como para
estotro á la Priora. Plegué á Dios mi Padre, que solo á él hayamos de menester.
Al menos aprovecharía poco conmigo, viendo que es contra conciencia, como lo veo,
aunque se hundiese el mundo. Y con todo dice, que no le vá más que por una que
pasa por la calle. Mire qué vida. ¿Y qué hiciera si le fuera? >
Comentando estas palabras al P. Antonio, escribe asi: «En el número tercero,
habla de la misma pretensión que en la carta 28 del tomo 1 .", y 27 del 2. ■' que se es-
cribió veinte días después. El P. Olea, ó Santemo, fué muy Padre de la Santa, siem-
pre que no se le opuso á sus designios, ó empeños. Su ahijada padecía muchas nuli-
dades, y él decía de la pobre Priora, muchos horrores. Doria, aun secular que tuvo
el mismo empeño, y pretensión por otra, despidiéndole la Santa por no ser á propó-
sito, rendi'io su gran conocimiento á la razón, quedó con serena tranquilidad. Pero
el P. Olea, según advierte la Santa, no atendía tanto á la razón: con que no es mu-
cho padeciese la gran inquietud, que por lo regular acarrea una porfiada caridad, ó
porfía con traje de caridad.
«Es muy notable aquel gallardo valor con que la Santa escribe, que siendo contra
conciencia aprovecharía poco con ella, aunque se undiese el mundo. Véanse las no-
tas á la citada Carta, donde se declaran más las que llamaban tretas de la Santa.
Pues ni á su Sagrado perdonaron las encrespadas olas de la borrasca, que levantó
el buen Santelmo con el empeño de su ahijada. Con todo decía el inocente Padre:
que no le iba mas, que por una que pasa por la calle. La cual rebate la Santa con be-
llo aire, al decir: ¿Qué hiciera si le fuera?"
(\) La Fuente, edición issi.
- 558 -
Prádano me ha contentado mucho: creo que tiene gran perfección aquel
hombre. Dios nos la dé; y á ellos sus dineros.^
Comentando estas palabras de Santa Teresa el Sr. La Fuente se expre-
sa de esta manera: -La cuestión era complicada. El hermano mayor de Do-
ña Casilda, llamado D. Luis Padilla, (1) renunció el mayorazgo y entró
jesuíta. La hermana segunda entró monja, y Doña Casilda también, pero
ésta antes de profesar, podia disponer. Los Jesuítas alegaban que al profe-
sar Doña Casilda, se debía considerar como de mejor derecho al primogé-
nito, y no iban descaminados.»
Si según el Sr. La Fuente no iban descaminados los Jesuítas, lo iba
Santa Teresa que sostenía la parte contraria. ¡A tal extremo llega la pasión
y mania en este historiador por canonizar las cosas y personas de la Com-
pañía de Jesús!
Por nuestra parte, sin titubear nos apartamos del parecer de los Jesuí-
tas y del Sr. La Fuente y nos ponemos al lado de Santa Teresa, quien sin
haber estudiado leyes ni teología, sabía más que los mejores teólogos,
y así solía decir el limo. Sr. Manso, Canónigo Magistral ó de Pulpito,
(como dice la Santa) en Burgos y después dignísimo Obispo de Calahorra-
-que más quería argüir con cuantos teólogos había que con la Madre
Teresa».
Muchísimo más pudiera objetarse contra el dichoso apéndice 2.*' del
P. Pons. porque además de aglomerar todos los elogios que la Santa hizo
de la Compañía de Jesús y de algunos de sus miembros, pero callando
y omitiendo las muchas quejas y disgustos que tuvo con ellos, no está
tan fuerte en la documentación como correspondía en materia tan impor-
tante y delicada.
Bien pudiera repetirse aquí la frase que á otro propósito pronunció no
hace muchos años en el Congreso, en cierta cuestión ruidosa, un célebre
diputado católico quien, dirigiéndose á sus contrarios, les decía (2): Flo-
jillos, flojillos habéis estado»; y se refería al punto de documentación que
ellos habían presentado. Pues esto mismo pudiéramos nosotros decir al
(1) Santa Teresa le llaniíi Antonio (Fundaciones capítulo X.)
(2) D. Ramón Nocedal en la cuestión Nozaleda.
-559-
P. Pons: -Piojillo, flojillo ha estado vuestra reverencia en los documentos
que presenta en su favor. >
Por ese motivo nos escribió no hace mucho tiempo una persona com-
petentísima y nos decía: 'Siento que los Padres Jesuítas hayan publicado
esta especie de defensa, porque no es imparcial y se presta fácilmente á
ser refutada. Amontonar todos los elogios omitiendo las quejas, y, sobre
todo, publicar después documentos manifiestamente dudosos, calificando
de evidení emente apócrifo otro sin prueba, usted comprenderá, reverendo
padre, que es una torpeza.»
En efecto; ¿en qué se funda el P. Pons para calificar de apócrifo el
trozo de la carta de San Juan de la Cruz sobre los Padres Jesuítas y sus
mañas, cuando se trata de intereses?; ¿qué razones, qué documentos ofrece
para probar la falta de autenticidad, ó sea la falsedad del trozo de la
carta de San Juan de la Cruz á que alude? (1) No otra que su palabra,
pues se contenta con decir: •< Tampoco nos detendremos en refutar el
fragmento de una carta evidentemente apócrifa que atribuyeron á San
Juan de la Cruz los eternos enemigos de los Jesuítas, y que ahora quiere
vendernos como un hallazgo el citado Sr. Mir.»
Nos parece que puestas las cosas en el estado en que las supone el
P. Pons, bien podía haberse detenido en demostrar la falta de autenticidad
que supone en la carta de San Juan de la Cruz. Vamos, vuelva sobre su
(1) El trozo ó retazo, como le llama el P. Pons, sobre que versa la cuestión, es
un fragmento de carta escrita por San Juan de la Cruz á la Madre Ana de San
Alberto, Priora de Caravaca, cuyo original existía en el antiguo convento de Du-
ruelo, y cuya copia se halla en un manuscrito de la Biblioteca Nacional de Madrid
(H. 176.) Dice así: -Pesádome ha de que no se hizo luego la escritura con los Pa-
dres de la Compañía, porque no los tengo yo mirado con ojos que son gente que
guarda la palabra. Y asi entiendo que no sólo se desviarán en parte; mas si se de-
fiere, se volverán de otra en todo si les conviene. Por eso mire que las digo que
sin decirles nada á ellos ni á naide, trate con cl Sr. Gonzalo Muiíoz de comprar la
otra casa que está de estotra parte y hagan sus escrituras, que ellos, como ven que
tienen cogida la cuerda, ensánchansc. Y va muy poco que después se sepa que las
compramos sólo por redimir nuestra vejación Y ansí ellos vendrán á buenas sin
tanto quebradero de cabeza y los haremos venir á los más, que no se puede vencer
una cautela sin otra.
-560-
acuerdo y acometa la empresa. Desde luego, apostamos doble contra sen-
cillo á que no consigue su intento. Más fácil es de demostrar que es apó-
criía la carta á Cristóbal Rodríguez de Moya en elogio de la Compañía,
sin principio, sin fin, sin firma, sin fecha, y de la cual dice el mismo señor
La Fuente: *Como la carta ha ofrecido algunas dudas, se dejan las pala-
bras tal cual están impresas, no como las escribió Santa Teresa y se ven
en las otras. > Verdaderamente que ha ofrecido y ofrecerá siempre, no al-
gunas, sino muchas dudas esa carta, sobre todo si se analiza un poco Cj
contenido en ella.
Citemos, por último, la famosa carta de la Santa al Canónigo Reinoso
de la cual, el P. Antonio de San José, anotador de las cartas de su Santa
Madre, en el índice de materias correspondiente al tomo 4.° página XXIII
no tiene escrúpulo en entresacar las siguientes afirmaciones: ^Jesuítas:
Comenzaron á tener con Santa Teresa enemistad formal. C. 50. núm. 2.
Levantáronla muchos falsos testimonios. Ibid. Díceles la Santa redonda-
mente que mienten. Ib. Intentaron apartar del trato de la Santa á los bien-
hechores, porque no se les pegase la oración de la misma Santa y de
sus hijas. Ib. núm. 3. Desea la Santa se compusiesen amigablemente, y se
hiciesen cargo estos padres de la verdad y de la razón. Ibid. Mucho se
lastima la Santa que gente tan grave anduviese en niñería.»
Véase ahora el texto literal de la carta, cuya síntesis nos ofrece el
P. Antonio en las anteriores líneas. Es como sigue.
'Carta L. Al mismo D. Jerónimo Reynoso, Canónigo de la Santa* Igle-
sia de Palencia.
Jesús.
La gracia del Espíritu Santo sea con Vmd. Siempre que veo carta suya
me consuela, y da pena no poder descansar muchas veces con hacer ésto.
Ya sé que Vmd. lo tiene entendido, y con todo me pesa de no poder más.
'Por esa carta que ahí va, que amosará (mostrará) á Vmd. la Madre
Priora, que escribo al padre Rector Juan del Águila; verá Vm. algo de lo
que pasa de la Compañía, y fúndala el demonio con echarme culpas por
lo que me habían de agradecer, con testimonios bien grandes, que de ellos
mesmos podrían dar testigos en algunos (todo va á parar en estos negros
intereses) que dice que quise, y que procuré; y harto es no decir que pensé;
- 5CÚ -
y como yo creo que ellos dirán mentira, veo claro que el demonio debe
andar en este enredo.
< Ahora dijeron á Catalina de Tolosa, que porque no se les pegase
nuestra oración, no querían tratasen con las Descalzas. Mucho le debe ir
á el demonio en desavenirnos, pues tanta prisa se da. También la dijeron
que venia acá su General, que era desembarcado. Heme acordado que es
amigo del Sr. D. Francisco: si por aqui se pudiese deshacer esta trama, y
poner silencio con enterarse en la verdad, sería gran servicio de Dios:
porque para gente tan grave tratar de niñerías de tal suerte, es lástima.
Vm. lo verá, y coníorme á lo que le pareciere, poma remedio.
< Ya ternán á Vm. bien cansado esos papeles: suplico á Vm. me los en-
víe, en hallando cosa muy segura en todo caso, y me encomiende á nues-
tro Señor. Su Majestad guarde á Vmd. como yo le suplico, amen. Son hoy
XX de Mayo. Al Sr. D. Francisco y á esas señoras tías de Vmd. beso las
manos de sus mrds. Indigna sierva de Vdm. Teresa de Jesús. •
El P. Antonio de S. José comenta esta carta en la forma siguiente:
«El sobrescrito de esta carta dice: Al ilustre señor el Canónigo Reyrwso,
mi Señor: Palencia. Su original se conserva con particular custodia y vene-
ración en la Santa Iglesia de Palencia. en el Relicario de la capilla de San
Jerónimo.
«Muchos años há, la hizo publicar D. Pedro Fernández de Pulgar en
la Historia Palentina, tomo 2.°, libro 3^, capítulo XXX. Y en estos últimos
la encuadernaron con las demás de la Santa las ediciones italianas: y no
parecía ya razón carecieran de ella las españolas. Y más deseando en esta
la Religión que gocen la pública luz todas las de su celestial Doctora.
«Para darla hasta en los ápices en toda su legitimidad, se ha sacado su
copia auténtica con beneplácito de aquella Santa Iglesia, y asistencia de
dos apoderados suyos, que firmaron también el traslado. Escribióla en Bur-
gos la Santa á 20 de Mayo 1582. Así consta del original, por el que se han
corregido con prolijidad algunas leves variantes, que corrían en la edición
de Pulgar y otros traslados.
'El número primero es digno y muy propio de aquella cortesanía san-
ta que se admira en todas sus epístolas, y descubre bien la íntima satis-
facción que mediaba entre la Santa Virgen y aquel V. Prebendado. Tod(j
I
- 562 -
es una belleza cuanto dice: y no se pudiera explicar con frases más vivas
la atención más discreta, y el efecto más sincero, leal, santo y reli-
gioso.
«En el número segundo continúa, aunque en diferente tono. Para su in-
teligencia es bien tener presente una especie que refiere el P. Gracián en
sus manuscritos, que ya insinuamos en otra parte: y aquí puede servir no
sólo de luz, sino de lenitivo á alguna aspereza que muestra la Santa con
alguno ó algunos individuos de la Compañía.
«Escribe, pues, el venerable Gracián en unas adiciones, que tenía dis-
puestas á la historia de la Santa del P. Ribera: Que Catalina de Tolosa te-
nía hecha donación de' su hacienda al Colegio de Burgos (perteneciente á
los Jesuítas) de la parte que cabía á las que tenía ya monjas para después
de sus días: y que viendo que por otras escrituras la aplicaba al conven-
to nuevo de las descalzas, sus confesores, que eran los Padres de aquel
Colegio, la cargan en conciencia la nulidad de lo que obra. Hubo en ésto
sus debates, como es regular, cuando se traba guerra con bastante pro-
babilidad en cada una de las partes.
«Parecía perplejidades de la buena Señora. Cuando iba á los confeso-
res, la agravaban el escrúpulo: cuando volvía á casa, y se encontraba con
Santa Teresa, como era mejor teóloga que ellos, se lo ponía en lo contra-
rio. Era el pleito civil, y en punto de hacienda. Por lo cual, y no por otro
motivo, dice la Santa, que todo iba á parar en estos negros intereses: pues
siendo intereses, aunque sean justos, siempre serán negros. En las notas
á la carta Q\ del tomo 3.", dejamos advertida esta misma especie.
«Sobre este punto, pues, escribía la Santa á un Rector de aquella Re-
ligión, que sería naturalmente el de Patencia. Pretendería sin duda, que se
sosegase aquella leve alteración: que esta sabia Miverva siempre deseó
la paz, y más con la Compañía del que á todos nos dejó en su testamen-
to su paz. Quiso viese su carta (que los demás no merecemos) aquel se-
ñor Prebendado, su Confesor, para que la dijese si en justicia tenía de-
recho.
'Hacíanla al parecer de trato doble, como sucedió en la refriega que
dio motivo á las cartas al P.Juan Suárez, y esto llegó á la Santa muy al
corazón, y siempre lo tendrá por un testimonio grande. Y enardecida del
- 563 -
amor tierno á su venerada Compañía, y del pundonor y santidad, no es
mucho que prorrumpiera en que era una mentira, aunque salga de alguno
de la misma Compañía.
•<Pero no salía de allí, sino como dice en el número 3 de la envidia
del demonio: que él era el que andaba en el enredo, enredando á los San-
tos, para desavenir á los amigos. Suya era esta trama como otras que ur-
dió, y aun no cesa de urdir; porque como dice la Santa: Mucho le debe ir
en desavenirnos.
«Añade: Pues tanta priesa se da. Por esto se daba priesa la Santa en
desbaratar sus tramas, y poner donde él pretendía desunión, como capi-
tán de la discordia, concordia, paz, caridad y unión. A este ñn desea in-
formar la verdad al reverendísimo General, que oyó venía, aunque no
vino á España, (era el reverendísimo P. Claudio Aquaviva), para que uni-
das las cabezas, viviesen unidos los miembros, para hacer mayor guerra
al infierno, que tanto teme esta alianza y unión. ¡Grande gloria de estos
dos ejércitos, que infundan tanto terror á los escuadrones del infierno!
-En el número cuarto le pide con igual humildad que cortesanía, vuel-
va los papeles, que serían los de su Vida, ú otros concernientes á su es-
píritu, que lleno siempre de temores, solicitaba luz de los Doctores visi-
bles de la Iglesia. D. Francisco era su tío, que según se dijo en la pasada,
fué Obispo de Córdoba. Las señoras tías se fueron á la otra vida sin que
las conociésemos: á bien que si eran conocidas y amigas de la Santa, sin
duda estarán en la gloria.
«Bien advertirá el discreto el mucho tino con que procede la pluma
en las notas de esta carta, siendo sus cláusulas muy notables... Mas por
lo mismo se dejan á la discreción para que las note bien, contentándonos
con declarar su asunto, y demás circunstancias propias de nuestro empleo
y obligación.*
Después de los precedentes comentarios hechos con la mejor buena
fe y que explican con la lealtad, que se debe, las palabras de la Santa,
nada restaba que hacer ni que añadir; pero el P. Pons se esfuerza inútil-
mente, contra toda la tradición en querer persuadir á sus lectores que la
famosa carta y sus quejas no van dirigidas contra la Compañía de Jesús,
y se atreve á encabezar el segundo párrafo del segundo apéndice, de esta
I
— 564-
manera: «Las amargas quejas de Santa Teresa en su carta al canónigo de
Falencia Sr. Jerónimo Reinoso no van dirigidas contra la ^ompañía de
Jesús». Preciso es, pues, detenernos un poco más.
¿Qué pruebas aduce de su aserto dicho padre? «Que la palabra de
equivale á contra», y por lo tanto las palabras de la Santa «verá vuestra
merced algo de lo que pasa de la Compañía», es como si la Santa dijera
«verá vuestra merced algo de lo que pasa contra la Compañía». Esto,
P. Pons, en buen castellano se llama torturar la lógica y la gramática,
y es inexacto que del contexto se infiera que ese sea el sentido; antes por
el contrario, del contexto se infiere lo que han inferido todos, esto es, que
los jesuítas comenzaban enemistad formal por los negros intereses.
«Persuade esta interpretación— añade— porque sin ella resultaría inin-
teligible todo lo que sigue». Permítame que le diga que vuestra reverencia
es quien hace ininteligible la carta con interpretaciones tan violentas que
á nadie han ocurrido más que á vuestra reverencia. ¿Por qué resulta inin-
teligible todo lo que sigue? Responde el P. Pons: Porque Santa Teresa
escribió esta carta el 20 de Mayo de 1582, y por ese tiempo escribió
también el capítulo XXXI de las Fundaciones, en donde manifiesta su
gratitud á la Compañía por estas palabras: «Y el P. Prior de San Pablo,
que es de los Dominicos (á quien siempre esta Orden ha debido mucho y
á los de la Compañía también), él dijo la misa mayor.» Quejarse de los
jesuítas en una carta familiar que nadie quizá leyó más que el Sr. Reinoso
y manifestar su gratitud á los mismos en un libro que la Santa escribía, es
incompatible, según el P. Pons. ¿De dónde saca vuestra reverencia estas
incompatibilidades? Por muy poca cosa tiene vuestra reverencia á Santa
Teresa, y en poca agua se ahoga. Santa Teresa era una alma real que
sabía sobreponerse á todo; no era tan pequeña como nosotros que nos
olvidamos de los beneficios recibidos por el más pequeño disgusto. Ade-
más, sabido es de todos lo que es una carta familiar y de confianza, como
fué la carta que nos ocupa. Añadamos á todo esto que la Santa en otra
carta se queja de los jesuítas, y al mismo tiempo, ó sea en la misma carta,
se interesa por ellos, y así escribiendo al P. Gracián en la carta 199 sobre
el asunto del P. Salazar, dice: -También de Toledo me han escrito se
quejan mucho (los jesuítas) de mi, y es verdad que todo lo que pude ha-
-565-
cer, y aún más de lo justo, hice; y así, la causa que hay de quejarse de
vuestra paternidad y de mi, he pensado es el haber tanto mirado no les
dar disgusto; y creo que si sólo se hubiera mirado á Dios, y héchose por
solo su servicio lo que pedía tan buen deseo, que ya estuviera pacífico y
más contentos, porque el mismo Señor lo allanara; y cuando vamos por
respetos humanos, el fin que se pretende por ellos, nunca se consigue;
antes al revés, como ahora parece. ¡Como si fuera una herejía lo que que-
ría hacer, como yo les he dicho, sienten que se entienda! Cierto, mi padre,
que ellos y nosotros hemos tenido harto de tierra en el negocio. Con
todo, me da contento se haya hecho así; querría se contentase nuestro
Señor.»
A continuación escribe la misma Santa: «Ya escribí á vuestra paterni-
dad lo que ponen los padres de la Compañía de aquí, porque venga el
P. Mariano á ver una fuente; ha mucho lo importunan. Ahora escribió ve-
nía en todo este mes. Suplico á vuestra paternidad le escriba no deje de
hacerlo en caso, y no se le olvide.»
El anotador P. Antonio escribe así: -Es muy de notar la gran pruden-
cia de la Santa; pues por si la carta llegaba á otras manos, acabando de
hablar de los padres de la Compañía, como si nunca los hubiera tomado
en boca, ni los hubiera mencionado, los saca aquí con su propio nombre,
sobre el empeño de llevar el agua á su fuente por nuestro P. Mariano.
Fué este insigne hombre gran arquitecto, de quien se valió en varias ma-
niobras Felipe II. Mucho deseaba la Santa servir á la Compañía, aun
cuando la Compañía mortificaba á la Santa. Mucho deseaba llevarles el
agua, pues repite el empeño cuando menos en tres cartas.*
Esto sí que, según el P. Pons, sería incompatible; pero no lo es, en
realidad, á no negar la autenticidad de la carta.
Pero continuemos examinando el valor de las demás pruebas que pre-
senta en favor de su aserto. -Además— añade— véase cómo se expresa el
P. Francisco de Santa María, Carmelita Descalzo ►.
¿Y qué dice? Pues dice lo que todos ya sabemos, que los Padres Je-
suítas la ayudaron al principio en esta fundación, como lo hicieron en
otras partes, porque eran los confesores de Doña Catalina, como ya nos
ha dicho el comentador P. Antonio; pero esto no empece, que cuando se
I
— 56fi -
atravesaron los negros intereses, ya no sólo no la ayudaron, sino que la
hicieron padecer, levantándola grandes testimonios, como se infiere de
dicha carta, en expresión del padre comentador.
Hace otro esfuerzo más el R. P. Pons, citando las palabras de Santa
Teresa en otra carta con el comentario del P. Antonio de San José, el cual
comentario, según lo cita el P. Pons, se reduce á estas palabras: «Tres
Religiones concurrieron á fundar en aquel tiempo en Burgos: nuestros
Padres Observantes, los Basilios y los Mínimos. Pudo suceder alguno
de los encuentros, que ni suele faltar entre los Santos». Pero, P. Pons, si
vuestra reverencia busca la verdad, ¿por qué no estampa las palabras
que siguen inmediatamente á las que cita y sirven para dar luz en el
asunto que nos ocupa? Ya que vuestra reverencia las oculta, no las ocul-
taremos nosotros, porque sirven para entender la materia que estamos
tratando. Dice asi el P. Antonio inmediatamente después de las palabras
citadas por el V. R.: «Verdad es que ciertos padres que dirigían el espíritu
de Catalina de Tolosa, y á quienes tenía hecha donación de su hacienda
para después de sus días, la ponían en escrúpulo de que la quería aplicar
para la fundación, según escribe el P. Gracián, añadiendo que la buena
Señora padecía un martirio entre sus confesores y la Santa, porque cuan-
do iba á ellos la cuestionaban lo que quería favorecer á la fundación,
cuando venía á ésta era preciso que la deshiciese sus argumentos y sose-
gase sus escrúpulos.
-En este lance ciertamente crítico era preciso que las razones de una
parte desabriesen á la otra, y pudieron expresarlo en alguna proposición,
y escribirlo la Santa á Palencia, donde también alcanzaba parte del nego-
cio, por estar allí novicias dos hijas de la Tolosa > (1)
Estos Padres, confesores de Doña Catalina, no negará el P. Pons, ni
nadie puede negarlo, que eran los de la Compañía, y, por lo tanto, nada
saca ni puede sacar en su favor el P. Pons de este argumento, y sólo ma-
nifiesta su falta de lealtad suprimiendo lo que no le conviene, y que ser-
viría, sin duda, para que los lectores de su obra se actuasen en la verdad,
que es el fin que debe proponerse todo escritor.
(1) Véase la carta 41, tomo 3." Edición de 1793.
-567-
EI último argumento que aduce el P. Pons le funda en las palabras si-
guientes: «También la dijeron (á Catalina de Tolosa) que venia acá su
general, que era desembarcado. Heme acordado que es amigo del señor
D. Francisco.» Este general, según el P. Pons, era el de los Carmelitas, y
lo deduce, en primer lugar, de una carta del P. Nicolás Doria escrita á
Santa Teresa desde Genova á donde iba á llegar el general de los Carme-
litas; y de aquí infiere nuestro reverendo padre que dicho general carme-
litano parece contaba venir á España, pero que se arregló el negocio en
Genova y no hubo necesidad de que se llegase á España; pero pudo ser
esto motivo para que 'Se esparciese, dice, por Burgos el rumor de que
venia á España aquel reverendísimo padre general.» Vamos á cuentas
P. Pons. Si el general á que alude la Santa fuera el general de los Carme-
litas, ¿hubier.c escrito Santa Teresa «también la dijeron que venía acá su
general?» Pues qué, ¿el general de los Carmelitas no era entonces el gene-
ral de Santa Teresa y su Descalcez? ¿Acaso la Descalcez tenía en 1582
general propio distinto del general de los Calzados? ¿No era uno mismo
en vida de la Santa el general de Calzados y Descalzos? ¿No sabe el pa-
dre Pons que los Descalzos no tuvieron general distinto hasta el año
de 1593? Y siendo esto así. como lo es, ¿tienen sentido las palabras de
Santa Teresa - que venía acá su general», si se hubiera referido al padre
Juan Bautista de Cafardo, general entonces de la Orden Carmelitana, que
abrazaba á Calzados y Descalzos? ¿Tan descortés y despegada cree el
P. Pons á la Santa que dijera su general? ¿No hubiera dicho, como era
justo, nuestro reverendísimo general y no su general? ¿No ve vuestra re-
verencia en esta misma página (607) de su obra que estamos analizando,
cómo Santa Teresa dice «y tiene nuevas de que nuestro reverendísimo pa-
dre general viene allí de aquí á diez días?> Basta esto para deshacer todo
el castillo en el aire del P. Pons que, sin reflexionar, nos dice que este ge-
neral era el de los Carmelitas.
Sigamos, sin embargo, examinando cómo intenta probar esta falsa afir-
mación, que es con la carta del P. Nicolás, de la cual deduce todo lo que
viene bien á su negocio, pero sin fundamento alguno.
Sepa, R. Padre, que el General Carmelita no pensó venir á España,
como deduce V. R. de las palabras de la Santa en dos cartas, aludiendo á
■
- 568 -
¡as que había recibido del P. Nicolás Doria, y lo vamos á probar hasta la
evidencia. Hé aquí la historia verdadera de este suceso:
Después del Caphulo de Separación en Alcalá, aunque se le había
dado cuenta al General de todo lo que allí se había hecho, pero creyó el
Provincial Gracián y la Santa Madre también, que convenía fuese algún
P. Descalzo á prestar la obediencia de parte de toda la descalcez al Gene-
ral de la Orden. Con este objeto salió para Roma el P. Nicolás Doria, y al
llegar á Genova, sabiendo que venía allí el General le esperó con el fin de
tratar con él los negocios graves que llevaba y volverse á España, «sin
pasar adelante», como la Santa escribe en la primera carta que V. R. cita:
las cuales palabras, aplica V. R. equivocadamente, al P. General, diciendo
que como se arreglasen los negocios en Genova, ya no pasó adelante él
y esas palabras se refieren al P. Doria, y por eso, dice la Santa: «se vol-
verá sin pasar adelante -. No volvió el P. Doria entonces, porque como la
Santa dice (donde V. R. pone los puntos suspensivos), el General le nom-
bró procurador General de Descalzos.
Esta es, P. Pons, la verdadera interpretación de esas palabras de la
Santa. Lea V. R. el capítulo XXVII del libro 5.", de la Crónica de la Re-
forma por el P. Francisco de Santa María, y allí encontrará la historia de
este viaje, y se convencerá por sí mismo, de que ese es el sentido de las
cartas de la Santa.
Lo que V. R. añade, que el General de la Compañía P. Aquaviva, no
pensó venir á España, será cierto; pero también lo es que no lo pensó el
de los Carmelitas. Que D. Francisco no podía ser amigo del P. Aquaviva,
tampoco lo podía ser del P. Juan Bautista Cafardo, General de los Carme-
litas. Estas no son razones para probar lo que intenta V. R., ni hay para
qué gastar el tiempo en decir más sobre la materia que nos ocupa, una vez
demostrado, como acabo de hacerlo, que las palabras de Santa Teresa,
«su General», no pueden, de modo alguno, referirse al General de la Or-
den Carmelitana.
Las últimas palabras, «yo creo que ellos dirán mentira-, deben tomar-
se prout jacent. y por más que V. R. diga que basta para convencerse de
ello, etc., crea que ni es posible convencerse de otra cosa, ni nadie se ha
convencido; porque tenemos todos á Santa Teresa como un modelo en el
-569-
Liso y propiedad de las palabras, sobre todo tratándose de materia tan de-
licada. Déjese V. R. P. Pons, de tantas cavilaciones é interpretaciones
violentas y siga el camino llano del P. Fr. Antonio de San José, quien sin
pasión ni parcialidad de ningún género, nos di(3 con la mayor lealtad y
buena fe, tanto en los comentarios como en el índice de materias el senti-
do genuino de la famosa carta que nos ocupa.
Una vez más nos es preciso reconocer lo atinado que ha estado Mr. Al-
fredo AAorel-Facio, profesor del Colegio de Francia en París, persona com-
petentísima en la materia, cuando después de echar al P. Pons en cara los
múltiples y graves defectos de que adolece su Obra, concluye su juicio
critico, diciendo: que está escrita con muy poca preparación y pudiera
añadir »con mucha pasión».
Al terminar el capítulo, hemos de repetir al P. Pons, que no somos
enemigos de la Compañía de Jesús; que reconocemos los servicios que su
Instituto prestó á Santa Teresa; que esta agradecidísima Santa amó con
cariño á esa Sagrada Religión; pero, no obstante todo esto, es preciso con-
fesar dos cosas: primera, que los Padres Jesuítas no siempre estuvieron
acertados en la dirección del espíritu de la Santa Madre, y segunda y prin-
cipal, que los Padres Jesuítas causaron no pocas veces serios y graves
disgustos á Santa Teresa. Mas es necesario terminar un asunto que se va
haciendo demasiado largo. Por fin y remate de él; protestamos con toda
sinceridad que no hemos tenido otro móvil para escribir lo que precede,
sino el de esclarecer la verdad, fin principal que debe proponerse todo
escritor que tenga temor de Dios.
-^-
CAPÍTULO XXI
Hgradecimicnío de Santa Ceresa de ¡esús y de sus i)iios á la Orden
de Santo Domingo.
Nos hallamos terminando ya nuestro humilde trabajo y creemos ha de
ser del agrado del lector saber el agradecimiento que la Santa tuvo y han
tenido sus hijos con la Sagrada Orden de Santo Domingo. Como el
autor del Año Teresiano en el mismo dia 30 de Septiembre explana admi-
rablemente toda esta materia, aportando copiosos é interesantes datos, no
haremos sino copiar sus palabras, dividiendo para mayor claridad el
asunto, como él lo hace, en dos párrafos.
I
CORRESPONDENCIA DE SANTA TERESA DE JESÚS CON LA
RELIGIÓN DOMINICANA
»Todas las virtudes— dice el P. Ribera— tenía la Santa Madre en un
grado muy alto; pero esta de ser agradecida echábase tanto ver, que nadie
lo podía dejar de notar por poco que mirase. En esta línea fué singularí-
sima su virtud; y si por el más tenue beneficio que cualquiera la hiciese
solía decir: <Bien veo que no es perfección en mí esto, que tengo de ser
agradecida; debe de ser natural que con una sardina que me den me so-
bornarán-, ¿qué agradecimiento, qué expresiones, qué obras no saldrían
del alma de la mística Madre en correspondencia de tanto favor, tanta
cordialidad y tanto patrocinio como la Santa y su familia experimentó
- 572 —
siempre de la Orden de Predicadores? Es ciertísimo que de una parte el
natural agradecimiento de esta santa virgen y de otra la grandeza de los
beneficios que ella recibió de esta Orden, engendraron en el ánimo de la
Santa una gratitud tan intensa que no se podía persuadir de poder jamás
pagar suficientemente los favores recibidos.
Tenía presentes aquellas borrascas espirituales, y el mar de peligros,
de donde la sacaron estos religiosos con su acertada dirección; y cuando
la fortuna no la aprontaba ocasiones con que obrar en su obsequio, se des-
ahogaba con estar mirando en su memoria á estos bienhechores, instru-
mentos de su felicidad; al modo que Noé, de quien se dice, que el tiempo
que vivió después de haber salido del diluvio, no quiso separarse de los
montes de Armenia, por tener á la vista el Arca que le salvó de tantos
riesgos, y mantener en su memoria, estándola mirando, las piedades divi-
nas para agradecerlas con amor fervoroso. Conviene mucho (advierte un
autor) el mirar muchas veces aquellos instrumentos, ó lugares, en donde,
y por quienes se lograron los favores de Dios; en lo cual fué la Santa tan
agradecida, que todo el lleno de su gozo se hallaba completo en las oca-
siones en que la ocurrían inopinadamente algunos individuos de esta Re-
ligión. Bien se manifiesta esta verdad en un lance casual que ella refiere en
la fundación de Vilianueva de la Jara, donde, dando noticia de la solem-
nidad y circunstancias con que la recibieron, dice estas palabras: <Iba la
procesión con harta autoridad: nosotras (con nuestras capas blancas y ve-
los delante del rostro) íbamos en mitad, cabe el Santísimo Sacramento; y
junto á nosotras nuestros frailes descalzos, que fueron hartos del monas-
terio; y los franciscos, (que hay monasterio en el lugar de San Francisco)
iban allí; y un fraile dominico que se halló en el lugar; que aunque era so-
lo me dio contento ver allí aquel hábito.»
«Esta expresión, que se dejó caer como de paso en el pasaje que refie-
re la celestial maestra, es una señal la más fina que puede discurrirse para
significar la naturaleza de aquel amor puro é intenso con que siempre mi-
raba á estos Religiosos.»
Continúa después ponderando cuánto significaban esas palabras de
Santa Teresa, según lo hemos visto ya al tratar de la fundación de Villa-
nueva de la Jara en la página 437 y siguientes.
— 573 —
Prosigue luego y escribe así:
«Volviendo, pues á continuar en el amor, gratitud y aprecio solidísimo
con que la maestra celestial correspondía á esta sagrada orden, copiare-
mos algunas expresiones de la Santa, dichas á varios Dominicos, que prue-
ban el intento. Al venerable P. Fr. Luís de Granada dijo lo siguiente: «De
las muchas personas que aman en el Señor á Vuestra Paternidad, por ha-
ber escrito tan santa y provechosa doctrina, y dan gracias á Su Majestad
por haberle dado á Vuestra Paternidad para tan grande y universal bien
de las almas, soy yo una. Y entiendo de mí, que por ningún trabajo hu-
biera dejado de ver á quien tanto me consuela oír sus palabras, si se su-
friera conforme á mi estado y ser mujer. Porque sin esta causa la he teni-
do de buscar personas semejantes, para asegurar los temores, en que mi
alma ha vivido algunos años. Y ya que esto no he merecido, heme conso-
lado de que el Sr. D. Teutonio me ha mandado escribir esta; á lo que yo
no hubiera atrevimiento. Mas fiada en la obediencia, espero en nuestro
Señor me ha de aprovechar, para que Vuestra Paternidad se acuerde al-
guna vez de encomendarme á nuestro Señor. > Respondiendo al Presenta-
do Fr. Pedro Ibáñez (1) y remitiéndole el libro de su Vida, que este venera-
ble Maestro la mandó escribir, le dice: «En todo haga Vm. como le pare-
ciere, y vea está obligado á quien así le fia su alma. La de Vm. encomen-
daré yo toda mi vida al Señor: por eso dése priesa á servir á su Majestad
para hacerme á mi merced; pues verá Vm. por lo que aquí va, cuan bien
se emplea en darse todo (como Vm. lo ha comenzado) á quien tan sin ta-
sa se nos da. Sea bendito por siempre; que yo espero en su misericordia
nos veremos adonde más claramente Vm. y yo veamos las grandes, que
ha hecho con nosotros, y para siempre jamás le alabemos.»
El reverendísimo maestro Fray García de Toledo, confesor de la San-
ta y grande amigo suyo, pasó á las Indias con el cargo de Comisario ge-
neral, y vuelto desde el Perú á Sevilla, cuando ella lo supo, escribió estas
palabras á la Madre Priora María de San José: «En gran manera me hol-
gué (la dice) de que estaba ahí el mi buen padre Fray García. Dios le
(1) Hoy consta que la carta á que se refiere el autor del Año Tcrcsiano no fué
dirigida al P. Pedro Ibáñez, sino al P. García de Toledo, dominico también.
-574-
pague tan buenas nuevas, que, aunque me lo había dicho, no lo acababa
de creer según lo deseaba. Muéstremele mucha gracia, que hagan cuenta
que es fundador de esta Orden, según lo que ha ayudado, y ansí para él
no se sufre velo, para todos los demás sí.» Mucho amor dicen estas ex-
presiones; pero la quinta esencia del cariño con estos religiosos la derra-
mó su pluma en carta que escribe al catedrático Fray Domingo Báñez, en
que dice: '<No hay que espantar de cosa que se haga por amor de Dios,
pues puede tanto el de Fray Domingo, que lo que le parece bien, me pa-
rece, y lo que quiere, quiero; y no sé en qué ha de parar este encanta-
miento. Ayer estuve con un padre de su Orden que llaman Fray Melchor
Cano. Yo le dije que á haber muchos espíritus como el suyo en la Orden
que pueden hacer los monasterios de contemplativos.» En otra carta
dice lo siguiente: «Alabo á nuestro Señor de las nuevas que oigo de sus
sermones, y he harta envidia. Y ahora como es Prelado de esta casa dame
gran gana de estar en ella. Mas cuando lo dejo de ser mío? Con que veo
esto me parece que me diera nuevo contento, y más como no merezco
sino cruz, alabo á quien me la da siempre.»
«Excusado parece el trasladar más expresiones de la santa maestra en
crédito de aquella voluntad tan llena de cariño con que trataba á estos
varones ejemplares; pues en las mencionadas se compendian todas las
finezas que puede producir el amor castísimo de aquellos corazones, que,
heridos del fuego del Espíritu Santo, bostezan llamas encendidas en el
trato espiritual; mas por cuanto hizo la santa madre una relación muy ho-
norífica de estos religiosos en la carta 19 del tomo I, donde insinúa los
confesores que tuvo de esta santa familia, nos parece preciso, para desem-
peño de este asunto, copiar sus palabras. Da allí noticia (ocultando su
nombre) de las interioridades de su espíritu, y de las razones que la per-
suadieron á buscar hombres sabios, para que con sus letras, virtud y es-
tudio en la Sagrada Escritura consiguiese su alma segura dirección, y des-
pués dice:
*Con este intento comenzó á tratar con padres de la Orden del glorio-
so padre Santo Domingo, con quienes antes de estas cosas se había con-
fesado, no dice con éstos, sino con esta Orden. Son éstos los que des-
pués ha tratado. El padre Fray Vicente Varrón la confesó año y medio en
-575-
Toledo, que era consultor entonces del Santo Oficio; y antes de estas co-
sas la habla tratado muchos años. Era gran letrado. Este le aseguró mu-
cho, y también los de la Compañía que ha dicho. Todos la decían que
si no ofendía á Dios, y si se conocía por ruin, de qué temía? Con el padre
maestro Fray Pedro Ibáñez, que era lector de Avila. Con el padre maestro
Fray Domingo Báñez, que ahora está en Valladolid por regente en el co-
legio de San Gregorio, me confesé seis años, y siempre trataba con él
por cartas, cuando algo se le ha ofrecido. Con el maestro Chaves. Con el
padre maestro Fray Bartolomé de Medina, catedrático de Salamanca, que
sabía que estaba muy mal con ella; porque había oído decir estas
cosas, y parecióle que éste la diría mejor si iba engañada que ninguno
por tener tan poco crédito. Esto ha poco más de dos años. Procuró con-
fesarse con él, y dióle gran relación de todo el tiempo que allí estuvo, y
vio lo que había escrito para que mejor lo entendiese. El la aseguró tanto
y más que todos, y quedó muy su amigo.»
«También se confesó algún tiempo con Fr. Felipe de Meneses cuando
fundó en Valladolid, que era el Rector de aquel Colegio de San Gregorio,
y antes había ido á Avila (habiendo oído estas cosas) á hablaría, con harta
candad; queriendo saber si iba engañada para darme luz, si no, para tor-
nar por ella cuando oyese murmurar, y se satisfizo mucho. También trató
particularmente con un provincial de Santo Domingo, llamado Salinas,
hombre espiritual mucho; y con otro Presentado llamado Lunar, que era
Prior en Santo Tomás de Avila; y en Segovía, con un Lector, llamado Fray
Diego de Yanguas. Entre estos Padres de Santo Domingo no dejaban al-
gunos de tener harta oración, y aún quizá todos. Y otros algunos también
he tratado, que en tantos años, y con temor, ha habido lugar para ello:
especial como andaba en tantas partes á fundar.
«Supuesto el agradecimiento de nuestra santa madre con estos reli-
giosos venerables, por lo respectivo al santo amor, que siempre los man-
tuvo y al conato, que ponía en sus elogios; resta el indicar aquellos ofi-
cios y obras especiales con que la Santa satisfizo lo que hicieron por ella;
pues como enseña el Crisóstomo, la verdadera gratitud, no sólo se cali-
fica con palabras, sino también con obras. En esta línea correspondió su
corazón con una hidalguía y santidad muy hija de su espíritu, pagándolos
— 576 —
aquellas direcciones, y doctrinas con que ellos adelantaban su virtud con
muchas oraciones, avisos, consejos y otros espirituales estímulos con que
todos crecían en la perfección: (1) Bien lo acredita lo que la sucedió con
un religioso de esta Orden, cuando estaba en Toledo en casa de Doña
Luisa de la Cerda. Quieren algunos, que fuese este P. Fr. Vicente Varrón,
aquel gran Maestro, que la sacó de bastantes tibiezas, y la puso en vereda
segura; pero es más verosímil haber sido Fr. García de Toledo, así por la
estimación con que la señala de persona muy principal (pues como ya
dijo era de la casa de Oropesa) como por el trato, que nos consta tuvo
después con este gran sujeto; y no tanto con el Reverendísimo Varrón.
«Escribe el caso nuestra Madre con estas palabras: «Estando yo allí
acertó á venir un Religioso, persona muy principal, y con quien yo (mu-
chos años había tratado algunas veces)».
«Refiere con las mismas palabras de la Santa todo lo ocurrido en la
iglesia dominicana de San Pedro Mártir de Toledo, cuyas palabras ya
están citadas en el Capítulo IV de la primera parte página 59 y siguientes.
Continúa luego y dice:
«Véase aquí con la largueza y liberalidad, que Santa Teresa de Jesús
restituía á la Religión dominicana lo que ella la debía formando en este
hijo (mediante su oración) una virtud tan excelente, que había de ser uti-
lidad de toda la Orden: y porque no se dude la perfección insigne, que
adquirió este sujeto por medio del influjo de la maestra celestial, prosigue,
diciendo en el mismo capítulo: «Estaba yo una vez con él en un locuto-
rio, y era tanto el amor, que mi alma y espíritu entendía, que ardía en el
suyo, que me tenía á mí casi absorta, porque consideraba las grandezas de
(1) No sólo mostraba Santa Teresa agradecimiento á los hijos de Santo Domin-
go proporcionándoles ios carismas celestiales que pudiéramos llamar muy bien de
rore cceli; sino que los socorría cuando era necesario de pinguedinc ierra y asi dice
el P. Ribera libro 4." capítulo XI; «Sabiendo ella de tres ó cuatro Padres de la Or-
den de Santo Domingo, grandes letrados que habían de llegar á cierto lugar donde
ella estaba y donde por la pobreza que en él había no podrían ser tratados, como
convenia lo fuesen personas de tanta autoridad y tan provechosas á la Iglesia, les
hizo aderezar en una casa cena y camas con todo el cumplimiento y regalo que se
podía desear.»
- 577 -
Dios en cuan poco tiempo había subido un alma á tan grande estado. Ha-
cíame gran confusión, porque le veía con tanta humildad escuchar lo que yo
le decía en algunas cosas de oración; como yo tenía poco de tratar así con
personas semejantes, debíamelo sufrir el Señor por el gran deseo que yo
tenía de verle muy adelante. Hacíame tanto provecho estar con él que pa-
rece dejaba en mi ánima puesto nuevo fuego para desear servir al Señor
de principio. ¡Oh Jesús mío, qué hace un alma abrasada en vuestro amor!..
Pues tornando á lo que decía, estando yo en grandísimo gozo, mirando
aquel alma que me parece quería el Señor viese claro los tesoros que había
puesto en ella, y viendo la merced que me había hecho, en que fuese por
medio mío, hallándome indigna de ella, en mucho más tenía yo las mer-
cedes que el Señor le había hecho, y más á mí cuenta las tomaba, que si
fuera á mí, y alababa mucho al Señor de ver que su Majestand iba cum-
pliendo mis deseos, y había oído mi oración, que era despertase el Señor
personas semejantes. Estando ya mi alma, que no podía sufrir en sí tanto
gozo, salió de sí, y perdióse para más ganar: perdió las consideraciones,
y de oír aquella lengua divina, en que parece hablaba el Espíritu Santo,
dióme un gran arrobamiento, que me hizo casi perder el sentido, aunque
duró poco tiempo. Vi á Cristo con grandísima majestad, y gloria mostran-
do gran contento de lo que allí pasaba; y así me lo dijo, y quiso que viese
claro que á semejantes pláticas siempre se hallaba presente, y lo mucho
que se sirve en que así se deleiten en hablar en él -.
-Si fué mucho lo que sirvió la Santa á Santo Domingo de Guzmán, y
toda su Religión en la mejoría de virtud que por sus oraciones entró en
el alma del Reverendísimo Toledo, mucho fué también lo que la sirvió,
practicando lo mismo con el venerable Presentado Fr. Pedro Ibáñez. Ya
queda referida la ocasión que dispuso la Providencia soberana para que
nuestra Madre le tratase en la fundación de su primer convento, sobre
cuyo asunto escribe lo siguiente: -Trátele á este Padre mió Dominico,
(que como digo, era tan letrado, que podía bien asegurar con lo que él
me dijese) y díjele entonces todas las visiones, y modo de oración, y las
grandes mercedes que me hacía el Señor, con la mayor claridad que pude,
y supliquélc lo mirase muy bien, y me dijese si había algo contra la Sa-
grada Escritura, y lo que de todo sentía. El me aseguró mucho, y á mí
37
parecer le hizo provecho: porque aunque él era muy bueno, de allí ade-
lante se dio mucho más á la oración, y se apartó en un monasterio de su
Orden, donde hay mucha soledad, para poder mejor ejercitarse en esto,
adonde estuvo más de dos años; y sacóle de allí la obediencia, que él sin-
tió harto, porque le hubieron menester como era persona tal; y yo en parte
sentí mucho cuando se fué (aunque no lo estorvé) por la gran falta que
me hacia, mas entendí su ganancia; porque estando con harta pena de su
ida, me dijo el Señor que me consolase, y no la tuviese, que bien guiado
iba. Vino tan aprovechada su alma de allí, y tan adelante en aprovecha-
miento de espíritu, que me dijo cuando vino, que por ninguna cosa qui-
siera haber dejado de ir allí. Y yo también podía decir lo mismo, porque
lo que antes me aseguraba, y consolaba con solas sus letras, ya lo hacía
también con la experiencia de espíritu, que tenía harta de cosas sobrena-
turales, y trájole Dios á tiempo que vio su Majestad había de ser menester
para ayudar á su obra de este Monasterio, que quería su Majestad se hi-
ciese>.
«Ya tenemos al Presentado Ibáñez con el trato de Santa Teresa de Je-
sús, de literato y docto, místico y espiritual, y con tantas virtudes infundidas
por la divina gracia, en premio de lo que ayudó á nuestra Madre, como
ella lo refiere: «Otra vez (dice) vi á nuestra Señora poniendo una capa muy
blanca al Presentado de esta misma Orden, de quien he tratado muchas
veces; dijome, que por el servicio que le había hecho en ayudar á que se
hiciese esta Casa le daba aquel manto, en señal que guardaría su alma en
limpieza de ahí adelante, y que no caería en pecado mortal. Yo tengo
cierto que así fué, porque desde á pocos años murió, y su muerte, y lo
que vivió fué con tanta penitencia; la vida, y muerte con tanta santidad,
que cuanto se puede entender, no hay que poner duda. Dijome un fraile,
que había estado á su muerte, que antes que expirase, le dijo cómo estaba
con Santo Tomás. Murió con gran gozo, y deseo de salir de este destierro.
Después me ha aparecido algunas veces con muy gran gloria, y díchome
algunas cosas. Tenía tanta oración cuando murió, que con la gran flaqueza
la quisiera excusar, no podía, porque tenía muchos arrobamientos. Escri-
bióme poco antes que muriese, que qué medio tenía, porque como aca-
baba de decir Misa se quedaba con arrobamiento mucho rato sin poderlo
-579 —
excusar. Dióle Dios al fin el premio de lo mucho que habla servido en
toda su vida. -
«El colmo de virtudes y santidad insigne á que llegaron estos dos reli-
giosos, ayudados del ejemplo y avisos que los daba la seráfica Madre,
ofrece también fundamento para que se pueda conjeturar lo que otros in-
dividuos de esta santa Orden adelantarían con su trato. Del virtuosísimo
maestro Fray Melchor Cano, del mismo Instituto, escritor celebérrimo, y
Obispo de Cananas, lo indica la Santa (1) en carta que escribe á Fray Do-
mingo Báñez, quien también recibió el mismo fruto que los otros en la
comunicación que este grave sujeto tuvo con ella en los muchos años que
fué su confesor; cuyo magisterio no le embarazaba para que muchas veces
se hiciese su discípulo, consultándola acerca de sus interioridades, como
se infiere de estas expresiones en que le previene: «Por qué no me dice
lo que ha hecho? Dios le haga tan santo como deseo. Gana tengo de ha-
blarle algún día en esos miedos que trae, que no hace sino perder tiempo,
y de poco humilde no me quiere creer. Mejor lo hace el P. Fr. Melchor,
que digo, que de una vez que le hablé en Avila, dice le hizo provecho;
y que no le parece hay hora que no me trae delante. O qué espíritu y qué
alma tiene Dios allí! En gran manera me ha consolado.»
«Esto quiere decir, que entre Santa Teresa de Jesús, y los religiosos
Dominicos versaba un mutuo comercio y enseñanza recíproca, en que
unos y otros se enriquecían de virtudes y ganancias del Cielo. Los Pa-
dres, como tan eminentes en las tres teologías dogmática, escolástica y
moral, la dirigían con las luces de estas facultades y la Santa Maestra,
como tan Doctora, y perspicaz en los profundísimos arcanos de la teolo-
gía mística, los iluminaba con los reflejos de esta ciencia, para que fuesen
hombres de oración, santos, y espiritualísimos. Así lo da á entender el sa-
pientísimo Dr. Enrique Enriquez, de la Compañía de Jesús, con unas pa-
labras muy propias para finalizar este discurso. Díjolas debajo de jura-
mento en las informaciones que se hicieron en Salamanca año de 1591
para la canonización de nuestra Santa Madre, y son como se siguen:
(1) No se refiere la Santa al celebérrimo teólogo y Obispo de Canarias, sino á
un sobrino de éste, del mismo nombre y apellido.
-580-
'< Conmigo, (dice) y con el P. Fr. Bartolomé de Medina, catedrático que
fué de Prima en Salamanca, comunicó muchas veces las dificultades y
razones de dudar que tenia; y de camino nos ponía gran deseo de la per-
fección religiosa, y nos daba modo cómo tuviésemos provechosa y acer-
tada meditación. Y para esto tenia unas palabras tan vivas y las decia con
tal fuerza y sentimiento, que pegaba espíritu y gran deseo de mejorar á
los que con ella trataban.»
II
AGRADECIMIENTO DE LOS HIJOS DE SANTA TERESA QUE
SIEMPRE HAN DEBIDO Á LA RELIGIÓN DOMINICANA
«Referida la correspondencia de Santa Teresa de Jesús, falta mencio-
nar la que ha practicado toda su Reforma con la Orden santísima de los
Predicadores. En esta parte siempre se hace forzoso, que los Carmelitas
queden muy recargados, si en esta cuenta no se les admite la partida de
su fiel voluntad, que pueda resarcir la pobreza de sus obras (1) porque el no
(1) Tanto en el precedente capítulo al hacer el resumen de nuestra obra, como
en el presente, se tropieza á cada paso con palabras de tanto amor, de tanto cari-
ño, de tanto agradecimiento, y, sobre todo, de tanta humildad, que no nos es posi-
ble dar por terminado nuestro estudio sin manifestar nuestro profundo agradeci-
miento en nombre de la Orden de Santo Domingo á toda la Descalcez, á quien
nunca se la ha podido tachar de ingrata, antes por el contrario, ha resplandecido
siempre y resplandece en ella la virtud más culminante de su santa Madre, que fué,
en expresión de la Sede Apostólica, la de la gratitud. El autor del Año Teresiano
que estamos copiando, M. R. P. Fr. Antonio de San Joaquín, Carmelita Descalzo y
Rector del Colegio de San Cirilo en Alcalá, hermano del celebre Agustino P. Fló-
rcz, honra de la famosa villa de Villadiego (Burgos), lugar de su nacimiento, nos
ofrece un ejemplar acabado de esc agradecimiento sin igual. En obsequio, y como
tributo de admiración y respeto á tan eruditísimo escritor, nos parece consignar
que aunque en las páginas 62 y siguientes hemos sostenido debe aplicarse á la Or-
den de Santo Domingo la profecía de la santa Madre en que dice: «En los tiempos
advenideros florecerá esta Orden, habrá en ella muchos mártires»; sin embargo,
queremos hacer constar que Qste autor tan respetable afirma debe aplicarse la
mencionada profecía á la Orden Carmelitana, ó sea á la Descalcez. Sus argumentos
no son ciertamente despreciables, y por ser tan competente y tan imparcial este
-581 -
ser grandes no ha consistido en los Descalzos, sí únicamente en la nega-
ción de aquellas ocasiones, que ellos han tenido, para manifestar su agra-
decimiento con servicios de tanta magnitud, como las que hicieron los
Guzmanes al Carmen Reformado. En la edad, que ha corrido, ha sido muy
diversa la situación de estas dos Religiones. La de Santo Domingo, cuan-
do nació la nuestra, contaba ya 347 años de estabilidad segurísima, zan-
jada en su observante método, tan firme y sólido, que no ha necesitado en
nuestros días de ageno patrocinio para su subsistencia. La de Santa Te-
resa de Jesús tuvo su principio, á vista de estos venerables Religiosos, con
muchos vaivenes, riesgos y peligros, combates y contradicciones; y esto
bs dio ocasión para poner su brazo al fin de criarla y sostenerla, en cuya
línea no ha podido nuestra Descalcez retribuir semejantes oficios; y asi la
regulación de correspondencia entre las dos familias debe considerarse
de la condición de aquella, que interviene entre los Padres, y los hijos; y
si en esta clase hubieren sido los Carmelitas Reformados fieles y puntua-
les, se deberá decir que correspondieron con todo el lleno factible á su
posibilidad. (1)
«En tres órdenes puede colocarse el desempeño de aquellas obligacio-
nes que tienen los hijos á sus padres, que son la imitación de sus cos-
tumbres cuando éstas son santas: recibir su doctrina, seguirla y defender-
la; y el obsequiarlos y servirlos con fina propensión en todos los lances
hijo de Santa Teresa, á la vez que en testimonio de nuestro amor y respeto, nos
creemos obligados á confesar que ciertamente hay razones que hacen aceptables
las dos referidas opiniones. Plácenos consignar al mismo tiempo que continúan des-
pués de más de trescientos treinta años (gracias á la misericordia de Dios y bue-
nos oficios de Domingo y de Teresa) las buenas relaciones y sincera amistad entre
las dos sagradas y venerandas religiones.
(1) Al expresarse así el sabio autor del Arlo lercsiano como tan impuesto en las
enseñanzas del Angélico Doctor, tuvo presente la doctrina que éste nos enseñó en
su Suma, 2 ^ 2.^^ quest. 57 art. 4," en estas palabras: Et hoc modo in rebus humanis
filius est aliquid patris, quia quodammodo est pars ejus, ut diciiur in 8 Ethic. et ser-
vus est aliquid domini, quia est instrumentum ejus, iit diciiur in I. Polit. Et ideo pa-
tris ad filium non est comparatio, sicut ad simpliciter alterum: Etpropter hoc non
est ibi simpliciter justum, sed quoddam justum, scilicet paterniim: et eadem rafione nec
Ínter dominum, et servum, sed est inter eos dominativiim justum.
-582-
que se hace su cortejo oportuno. Veamos ahora cómo han procedido en
estas líneas los hijos del Carmelo Reformado con los Padres Dominicos.
En cuanto á lo primero, es cosa muy notoria que nuestra Descalcez imita
puntualísima las religiosidades y costumbres de la Religión Dominicana:
observamos siete meses de ayunos continuados, la abstinencia de carnes,
las horas de oración, la asistencia del coro, no usamos de lienzo, y damos
al estudio el tiempo que nos dejan libres estas observaciones, cuyo
asunto de empleos religiosos es indistinto del que abraza, observa y ejer-
cita la Orden Sagrada de Predicadores.
«En cuanto á la doctrina, ya tocamos el punto en el tomo III de esta
obra en el día 7 de Marzo; pero será forzoso repetir tal ó cual especie de
las que contiene aquel lugar para que aquí se vea la constancia, aprecio y
fervoroso estudio con que la ha seguido nuestra Religión. Verdad es que
en este asunto no tuvo la Reforma más elección ó mérito que seguir el
dictamen de su Madre santísima como dijimos en el lugar citado. El gra-
vísimo padre Gil González de Avila, provincial dignísimo de la Compa-
ñía de Jesús, depone en las informaciones que se hicieron para la canoni-
zación de la seráfica Doctora que ésta le había dicho: «Que dejaba á sus
monjas muy encargado que siempre procurasen tratar con personas muy
doctas, y que por esta razón las aficionaba á la Religión de Santo Do-
mingo por la seguridad de la doctrina que profesa esta Sagrada Religión.»
Lo mismo vienen á decir respecto de los hijos los sapientísimos Teólogos
Dominicos de la Escuela de Tolosa, quienes, gratulándose con nuestra
Descalcez sobre el asunto de haber elegido en los principios de la Orden
ai Ángel de todas las escuelas para su maestro, doctor y guía en los es-
tudios escolásticos, escriben lo siguiente: «Todos os conocen limpios de
todo humano afecto, y superiores á él. Doctrina, que aquella Virgen Ma-
dre vuestra, discípula de Dios, divinamente recibió de él, como otras
muchas cosas. Y así aconsejó á sus hijos que en el Santísimo Doctor y su
antigua familia (á quien ella llamaba Orden de la verdad) se hallaría, y
asi como con el dedo os mostró, que aquí donde tiene su lugar y asiento
se había de buscar. Habíase mostrado á sus hijos maestra y guía de la
Teología Mística, y no queriendo que les faltase Doctor de la Escolástica,
os señaló con el dedo al Santísimo Doctor.»
-583-
«De lo dicho se infiere, que el principal impulso, que excitó á la Refor-
ma á la elección de la Escuela Tomística, nació del conocimiento, que pu-
so el Padre de las luces en nuestra Santa Madre para que percibiese ser
esta doctrina la más sobresaliente, veraz, y celestial, que se debe seguir,
y de aqui provino el que los Hijos de la Santa, primitivos cultores del
Carmen Reformado, la abrazasen tan de corazón, que establecieron en sus
leyes la constitución inviolable, que nos hace Tomistas; no porque fal-
tasen en la Orden del Carmen escuelas y doctores insignes, que poder
adaptar, si principalmente por aquella excelencia con que brilla entre los
astros de la Iglesia el sol esclarecido del Angélico Padre; pues como ad-
vierten nuestros Salmanticenses: *A esta lustrosa dicha nos guiaron nues-
tros mayores, no porque nos faltasen santos y doctísimos Doctores de la
Iglesia, como lo fué un Basilio, A'tanasio, el Damasceno, Cirilo de Alejan-
dría, Cirilo Constantinopolitano, y también otros insignes héroes de la
sabiduría, que salieron á esclarecer las ciencias de nuestra Religión Car-
melitana. No porque no tuviésemos á un Tomás Waldense y famoso, y
piadosísimo Doctor, cuyas doctrinas pudiéramos seguir con persistente
utilidad. No porque entre copia numerosa de Teólogos insignes no vin-
culase la cumbre del Carmelo veinticinco expositores, Maestros de Sen-
tencias, á quienes refiere Posevino en su Biblioteca escogida: si sólo, por-
que nuestros prelados, siempre providentes, con amorosa vigilancia en las
instrucciones de sus subditos, no se contentaron con señalarnos un Doc-
tor de cualquier dignidad, aunque excelente, sino de linea tan subida, que
pasase la clase de lo humano á merecer la dignidad angélica.-
«El acierto, conato, ingenuidad verídica, fiel inteligencia y laborioso
estudio con que nuestros autores Reformados han seguido siempre á su
Santo Maestro, comentando su mente y desentrañando sus sentencias
para la producción de sapientísimos conceptos, que estaban reconcentra-
dos en sus fondos, lo dirá un voto de los más imparciales sobre la mate-
ria y de los más sobresalientes en vasta erudición, que reconoce el orbe
literario. Fué este gran hombre el Ilustrísimo Caramuel, quien dice estas
palabras: «Quien quisiere admirar la doctrina de los Carmelitas Reforma-
dos lea aquellos libros, que en diversos tiempos dan á luz. Las sentencias
del Curso Salmaticense de la Teología Tomística sobre la probabilidad.
— 584-
que en sí contienen, puestas en este curso, se hacen inexpugnables, cier-
tas y seguras. Alabo á la Escuela Tomística, magnifico á estos libros: á la
Escuela, porque no discurro á ninguna mejor: á los libros porque no con-
templo mejores á ningunos. Libremente digo, que si yo debiese sujetarme
á seguir alguna escuela, que sólo profesarla la Tomística; y de esta, entre
la gravedad de sus autores, solo seguiría á los Padres Salmaticenses.»
* Al acierto de los Carmelitas Descalzos en comentar al Angélico padre,
(que autoriza el señor Caramuél en las exprexiones referidas) se añade en
obsequio suyo la universal veneración y afecto reverente, que logra su
doctrina en todos los hijos de Santa Teresa de Jesús: sin que se sepa (y á
lo menos yo jamás lo he sabido) el que algún tiempo se haya descubierto
Carmelita descalzo opuesto á las principales opiniones, que caracterizan y
dan nombre á la Escuela Tomística, circunstancia que acaso no se veri-
ficara en otro gremio literario, que el de nuestra Reforma, aunque entre en
esta cuenta la Religión Dominicana. Danos permiso para proferir esta va-
lentía (que nace, no de arrogante presunción, y sí del esforzado afecto que
profesamos á esta Santa Orden) el doctísimo Casales, que dijo en gloria
y honor de nuestro Estudio: «éramos los Carmelitas Reformados aun más
Tomistas, que los mismos Tomistas.» El insigne teólogo Gonet, ornamento
de esta sagrada Religión, conformándose con el dictamen de Casales, dijo
'<Que el Ángel de todas las escuelas no tuvo jamás soldados más valien-
tes y guerreros que nuestros Carmelitas». Este mismo concepto quería
producir el Excelentísimo señor Conde de Maceda, cuando, para explicar
el fervor ardentísimo con que nosotros amamos y seguimos á nuestro
Santísimo Maestro, solía decir: «Que los hijos de Santa Teresa de Jesús
eran los Granaderos de Santo Tomás >. Sabía muy bien este gran señor,
(como tan marcial y práctico en la guerra) que en todos los ejércitos es la
mejor tropa y la más aguerrida la de los Granaderos, y explicándose en
términos marciales, propios de su facultad, nos hacía el favor de definir
con estas expresiones la ley, y corazón que profesamos al Maestro común.
«Esta realidad es tan notoria á todo el mundo, como agradecida y con-
fesada por todos los hijos del gran Patriarca Santo Domingo de Guzmán;
en cuyo crédito nos parece forzoso trasladar aquí aquella celebérrima carta,
que escribieron los Teólogos sapientísimos de la Escuela Tomística de To-
- 585 -
losaá los nuestros del Colegio de Salamanca, el año de 1634 en reconoci-
miento de lo grato y apreciable que era para su escuela el Curso Teoló-
gico Escolástico de nuestros Salmaticenses, que en aquella edad empe-
zaba á salir. Hállase esta carta en nuestra historia, donde pocos la leen,
y por este motivo (y más principalmente por lo que conduce al asunto en
que estamos, que es manifestar la legítima ley con que nuestra Reforma
sigue la doctrina de la Orden de Predicadores) se hace inexcusable el co-
piar su contexto. Es como se sigue:
<A los muy Reverendos Padres Lectores de Sagrada Teología en el Co-
legio Salmaticense de Frayles Descalzos de la Orden del Monte Carmelo.
«Religiosísimos y doctísimos padres: Cuando con vosotros y consigo
mismo se congratula todo el orbe cristiano de vuestra erudición como ya
lo hacía de la santidad de vuestra profesión y del ejemplo de vuestra con-
versación y reconoce el gran presidio y ornamento que se le ha seguido
del estudio de piedad y sabiduría que diestramente juntáis; cuando con
grandísimo gusto recibe vuestros libros filosóficos y teológicos ya impre-
sos, y afectuosamente los pide, y con su favor y aplauso os incita (aunque
corréis con fervor) á que lleguéis al fin del curso de la teología; tuvimos
por cosa ciertamente indigna entre tantas alabanzas y comunes deseos de
vuestras obras (de que casi ninguna parte del mundo carece) callar nos-
otros, á quien principalmente pertenece el reconocimiento, y negar el
aliento de vuestra alabanza, y encerrar callando el sentimiento de nues-
tros ánimos, y encubrir nuestros ardientes deseos. Verdaderamente, ha-
biendo tomado á vuestro cargo ¡lustrar y defender al Santísimo Tomás, no
hay duda que hagáis la causa de toda la Iglesia, de quien él es honra y
amparo, y, por tanto, que no hay hombre pío de quien vuestro trabajo no
sea muy aprobado, y debe ser deseado. Empero, fuera de estas razones
comunes, á cualquier deseoso del bien público y de la verdad que podían
romper nuestro silencio otras tenemos singularísimas que no nos permi-
ten dejar de hacer ó dilatar este debido servicio. Este, verdaderamente es
el fruto muy colmado de vuestro trabajo, y esta (como pensamos) vuestra
principal alabanza, que habéis sido merecedores de ella con todos aque-
llos que confiesan deber algo al santísimo y común maestro, y que si-
guen su doctrina, y su gloria les es de consuelo. Entre estos afectuosos
- 586 -
de su doctrina y nombre, como nosotros sin duda seamos los primeros,
no sólo porque amamos las letras de la Religión Cristiana y somos profe-
sores del Orden Dominicano (á los cuales todos en grado superior esto
pertenece), sino también porque somos custodios del mismo Santísimo
Doctor, y por particular título obligados suyos (y lo que es digno de la
envidia común), lo gozamos presente y lo veneramos. Por lo cual se ha
de confesar que debemos más que todos á vuestras reverencias, porque
lo que es propio á los demás en este beneficio á nosotros es común, y lo
que á nosotros es propio á ninguno pertenece. Porque si toda la repúbli-
ca literaria os debe este perpetuo comentario de su doctrina sin el cual
apenas ella puede ser entendida (así como sin ella nadie puede salir
docto); si además de esto habéis merecido, y como obligado, á toda la
Religión Cristiana por haber interpretado á este su Doctor con verdadero
y genuino sentido con que la fe grandemente se sustenta y aumenta; si
finalmente a toda la Familia de los Predicadores, que antes teníais ligada
con muchos beneficios de una parte, y otra parte hechos, y recibidos,
ahora con nuevo y firmísimo vínculo la habéis encadenado con estos
vuestros libros, á quien con razón cualquiera puede llamar vindicias de la
gloria de nuestro Santísimo Doctor; de todas estas cosas, claro es, que
nosotros también somos participantes de esto. Y así agradecidos os vol-
vemos lo que habemos recibido, ó sea en servicios hechos á la Iglesia, ó
adornos de toda nuestra Familia. Lo cual hacemos, no solamente por la
común demostración y ánimo agradecido de todos, sino con otra más sin-
gular, y, por tanto, con mayor afecto manifestada, cuanto es mayor la
obligación de ser más cuidadosos que todos los mortales de la gloria del
Santísimo Doctor, á quien como á maestro común, y como á singular tu-
telar veneramos y reverenciamos, y de cuya presencia gozamos. Y tanto
en esta parte creemos ser superiores á todos los hombres, cuanto en todo
lo restante somos inferiores. Siendo esto así, á los que somos discípulos
de tan gran Doctor, y obligados á tan gran Patrón, pesadísima nos pare-
ciera la audacia de muchos, y mucho más intolerable el dolor y engaño
de otros. De los cuales aquéllos con todas sus fuerzas pretendían refutar
las verdaderísimas sentencias del Santo Doctor abierta y desahogadamente
y éstos con engaño y lazos la deseaban derribar, y con falso y arrebolado
-587 —
género de declararle destruirla. Género de hombres verdaderamente pési-
mo, que, con amistad disimulada, más rigurosamente ofenden que con
guerra descubierta. A estos tales, ó enemigos, ó disimulados, muchos de
los nuestros vencieron, defendiendo valentísimamente de sus argumentos,
mañas, ímpetu y fraude la doctrina tomista. Pero este siglo, así como los
pasados fueron fecundos de otros vicios, así él lo es de éste con gran
mal. Asi que cada día las fuerzas quebrantadas convalecen, y las mañas
de los falsos intérpretes y robadores de hijos ajenos se renuevan; cada
día salen á luz nuevos géneros de comentarios dignos de tinieblas, con
los cuales (cosa semejante á prodigio) el mismo autor más es vencido que
ilustrado; su verdadero sentido, o claramente refutado, ó con disimula-
ción, y engaño corrompido. Pero si el engaño y audacia cobra fuerzas y
ánimo con el nuevo socorro, gran gozo es para nosotros ver que se agre-
gan nuevos soldados y capitanes á la verdad y doctrina tomista, que no
inferiores en fuerzas á los adversarios venzan con la justicia de la causa.
Y aunque muchos de los nuestros reprimieron sus ímpetus, ó descubrie-
ron sus asechanzas, no sabemos con qué hado malo la fortuna favorece
sus atrevimientos, para que sus libros diligentísimame/ite se derramen, y
en todas partes entren, (3 con tiempo ó sin él, y los nuestros sean menos
familiares, y tengan menos fe acerca de algunos, los cuales con esto se
han persuadido que sustentamos las interpretaciones y sentencias, de
Santo Tomás (que creemos ser verdaderas) por obligación necesaria y
fuerza de nuestras leyes, y que no somos guiados de nuestro parecer,
sino de los padres antiguos nuestros, de quien no es justo apartarnos. Y
así pensamos que la causa de sus progresos es semejante á la de los erro-
res, que muchas veces suelen á gran priesa derramarse. Estos impedimen-
tos, que retardaban los aumentos de la verdadera doctrina, vosotros, pa-
dres, con estos libros los habéis quebrantado, con los cuales todo lo que
los sólidos y verdaderos defensores de la verdadera doctrina tomística
escribieron con maravillosa brevedad y método fácil, habéis juntado en
vuestros libros. Y no satisfechos con derramar luz á los antiguos, muchas
cosas habéis añadido, con gran trabajo buscadas, y con feliz ingenio ha-
lladas. De tal manera, que habéis procurado no derribar (como los moder-
nos suelen), sino fortificar con vuestros nuevos discursos las sentencias
-588-
antiguas. Vuestro pensamiento en todo es uno con los antiguos tomis-
tas, y si hay alguna diversidad, en el método solamente y en el número
de las razones se halla. Asi es cierto que agudamente habéis pensado mu-
chas, pero tales, que casi siempre mostráis haberlas sacado de aquel
abismo de las ciencias nuestro Santísimo Doctor. En que frecuentemente
se ofrece admirar vuestra modestia, como reprobar la vanidad de algunos,
que piensan no poder alcanzar gloria, sino es, ó vendiendo por propio lo
ajeno, ó reprobándolo con sus invenciones. Al contrario, vosotros, lo que
podía ser gloria vuestra confesáis haberlo recibido del común maestro, y
todo aquello, que acertada y sutilmente decís, queréis que mucho antes lo
haya dicho el que no había pensado en ello, para que manifiestamente se
pueda decir de su saber por vuestra industria lo que el Salmista canta:
<Mirabilis facta est scientia tua ex me confortata est et non portero ad
eam. >' Mucho trabajaron nuestros padres en su averiguación, y no sin
fruto, pues de ella sacaron muchas cosas dignísimas de ser sabidas, pero
de tal manera, que dejaron muchas para los sucesores que pudiesen de
allí sacar como de fuente que nunca se agota. Vosotros, siguiéndoles cla-
ramente, descubrís que todo lo que hasta ahora se había dicho de ella, y
se puede decir, es la parte menor del tesoro allí escondido. Según esto
vuestros trabajos y vigilias, demás de la grandísima gloria que á Santo
Tomás se ha seguido, han deshecho todos los obstáculos que impedían
que la verdad Tomística no corriese libremente. Porque no siendo fácil
comprar ó leer los libros de muchos autores, siéndoles á pocos concedido
esto, ó por la pobreza, ó por el mucho trabajo, para que la noticia de la
doctrina tomística y su defensa más fácilmente se alcance, ayudarán
mucho sin duda vuestros libros, que en pocas palabras abrazan muchas,
ó casi todas las cosas necesarias. Así que siendo fáciles de alcanzar con
poco precio, aun á los pobres, fácilmente se comunicarán, y andarán de
día y de noche en las manos de todos, y nadie se fraudará el uso y lección
de ellos. De lo cual se seguirá que la verdad (esto es la doctrina tomís-
tica) recibirá nueva luz y la fe se confirmará; principalmente, porque de
vosotros está lejos de sospecha, que algunos á nosotros nos imponen, que
sustentamos las sentencias de nuestra escuela, no por elección, sino por
necesidad, y por el efecto del estado. Lo cual, aunque totalmente sea
— 589 —
falso, no es tan conocido en nosotros como en vosotros, en quien ni una
mínima sospecha puede caer acerca de los prudentes y cuerdos, siendo
tan sabido de todos, que os habéis entrado en nuestros reales, no por ím-
petu, no por necesidad, sino por la fuerza de la verdad.
• Ultra, que todos os conocen limpios de todo humano afecto, y supe-
riores á él. Doctrina, que aquella Virgen Madre vuestra, discípula de Dios,
divinamente recibió de él, como otras muchas cosas. Y asi aconsejó á sus
hijos, que en el Santísimo Doctor, y su antigua familia (á quien llamaba
Orden de la verdad) se hallaría; y asi como con el dedo os mostró,
que aquí donde tiene su lugar, y asiento, se había de buscar. Habíase
mostrado á sus hijos maestra y guía de la Teología Mística; y no que-
riendo que les faltase Doctor de la Escolástica, os señaló con el dedo al
Santísimo Doctor. Excelentemente sin duda lo hizo, y no pudo más sabia-
mente la Madre prudentísima proveer en todo, y aconsejar lo que estaba
mejor para la salud, y gloria de sus hijos. Qué cosa más segura que esto
para el presidio de su Religión? Qué cosa más lustrosa para su ornamen-
to, que seguir capitanes de entrambas á dos sabidurías, en que se encierra
la salud, y perfección cristiana, que sin controversia alguna tienen los pri-
meros lugares? Porque así como Tomás es tenido por Principe de la Teo-
logía Escolástica, lo es Teresa de la Mística. Seguid, pues, á estos dos ca-
pitanes, y estos dos ejemplos nunca se aparten de vuestra vista, á quien
con las costumbres, y ciencia representáis. Asi que, (confesando hidalga-
mente lo que sentimos) aunque muchos, ó en la piedad, ó en la ciencia
se os puedan igualar, de tal manera entrambas en vosotros se aventajan,
que tenéis pocos en la Iglesia Católica iguales y ningunos superiores.
Esto confesáis deber á la sabiduria de vuestra Madre y Santo Tomás. Los
cuales de tal manera os llevan, y os informan, que podéis ser ejemplo á
los deseosos de la perfección religiosa, y á los demás de admiración. Nos-
otros quedamos deseosos de la perpetuidad y acrecentamiento de tantos
bienes. En Tolosa, en el Convento de Santo Tomás de la Orden de Pre-
dicadores, segundo día de Mayo de mil seiscientos y treinta y cuatro.
«Religiosísimos y doctísimos Padres, vuestros hermanos, y siervos
en Cristo.
-Fr. Guillermo Mateo, humilde Prior de la Orden de Predicadores. Fray
- 590 -
Antonio Alvaro, Suprior. Fr. Vicencio Usaronio, Lector de Teología.Fr. V.
Jammei, Lector de Teología. Fr. Antonio Reginaldo, Lector de Fisica.»
«Después de haber indicado el fiel estudio con que los Carmelitas Des-
calzos abrazan, siguen y defienden la doctrina de los Padres Predicado-
res, es necesario mencionar el verdadero corazón con que los obsequian
y desean vivir. Dije con cuidado, y desean servir, porque en esta linea el
caudal mayor de nuestros servicios se reduce á deseos; y es, que nuestra
pobreza y escasa posibilidad no nos concede obras dignas de numerarse
para descargo de lo que debemos á esta Sagrada Religión. Verdad es, que
aquello que nos falta, lo valora y da cuantioso precio la estima y noble
corazón que esta Santa Orden recibe cualquiera nadería que nuestra Des-
calcez practique en su obsequio; como se vio á los principios de este siglo
en cierto lance, en aquel Maestro Dominicano Fr. Domingo Pérez (á quien
nombraron espanto de Madrid) dijo que la familia de Santa Teresa de Je-
sús habia satisfecho todo lo que debia á la de su Santo Patriarca.
'Provino un incidente bien desazonado á esta santa familia, que puso
á su venerabilísimo Consejo de Santo Tomás de Alcalá en la inquietud de
una controversia que dio mucho que hacer antes que calmase. Para cor-
tarla y detener su curso hizo arbitro el Consejo de Castilla á nuestro Reve-
rendísimo P. Fr. Pedro de Jesús María, de la Casa de los Vélez, y Gene-
ral de Carmelitas Descalzos. Este gran Religioso obró con tan cuerda dili-
gencia, y religioso método en este negociado, que consiguió la dicha de
serenar toda la alteración, concillando los ánimos en unión tan hermana
que pagadísimo el R. M. Fr. Domingo Pérez de aquella amorosa voluntad
y oficios de amigo verdadero, que vio en nuestro Padre para su Religión,
le escribió una carta en que le dice entre otras agradecidas expresiones,
encaminadas á exagerar el beneficio que recibió su Orden: * Satisface con
él la familia de Santa Teresa lo que desde sus principios debió á la de su
Padre, y nuestro Santo Domingo >.
-Hemos referido este suceso, no para descargo de aquellos beneficios
con que la familia de la Doctora mística se reconoce obligada á la Reli-
gión de Santo Domingo; (I) sí sólo para significar lo que todos hiciéramos
(1) No podemos Míenos de hacer constar y manifestar en este lugar, ya que nos
-591-
para correspondería, siempre que la ocasión nos ofreciese oportunidad de
poderla servir; y principalmente para dar á entender lo mucho que acre-
cienta esta Santa Orden aquello poco en que pudimos cortejarla; pues
toma en pago de todo nuestro débito el pequeño servicio que se ha men-
cionado.»
Damos por terminado nuestro estudio histórico sobre las relaciones
entre Santa Teresa y su Reforma con Santo Domingo y sus hijos. Creemos
haber probado suficientemente todas nuestras afirmaciones, no con razo-
nes, porque no se presta á ello este género de trabajo, pero sí con testi-
monios fehacientes. Muchos de ellos se hallaban esparcidos y en cierto
modo olvidados; otros aún no habían visto la luz pública, y aparecen hoy
por primera vez, evidenciando el argumento ó proposición que hemos
formulado en un principio.
El público ilustrado, que es el llamado especialmente al estudio y lec-
tura de este género de obras, juzgará si hemos desarrollado ó no con
acierto nuestro plan; si hallare este ensayo deficiente, reconozca al menos
nuestra buena voluntad, protestando á la vez que no ha sido nuestra in-
tención ofender en lo más mínimo á nadie, sino poner en claro la verdad;
y si por el contrario, le agrada y le reputa aceptable, que ceda todo á ma-
yor gloria de Dios y de su amada esposa Santa Teresa de Jesús.
ocupamos del agradecimiento de la Descalcez al Patriarca Santo Domingo y su
Orden, la costumbre inmemorial que existe en el Convento de San José de Avila,
Cuna de la Reforma; costumbre que como muy bien nos dice la M. R. M. Sor María
Teresa, Priora actual de este santo Convento; no cabe duda viene de Nuestra Santa
Madre.v» Consiste esta costumbre en llevar al coro todos los años el día 3 de Agosto
una imagen de bulto de Santo Domingojque está en una de las ermitas de la huerta.
La religiosa ermitaña traslada por la mañana la imagen y la coloca en un altarcito
que hay en el coro, y desde las primeras vísperas arden delante de ella algunas
luces durante las horas del oficio divino. Canta además solemnemente la Comuni-
dad la antífona, versículo y oración del Santo, acudiendo después las VV. Religiosas
á postrarse y cada una (añade la referida Madre Priora) durante el día 4 fiesta
del Santo Patriarca le dirige suplicas afectuosas y peticiones etc., etc., desahogando
de esta manera clamor tan grande y bien merecido que las Carmeiitas tudas con-
servamos á tan gran Santo.»
APÉNDICES
-A. P* :É! INT I> I o DEJ I
fllusiones que Santa Ceresa bace en sus Gartas á diversos
IPIP. Dominicos, (l)
i
P. JYI. Fr. Domingo Báñez.
Carta á doña Luisa de la Cerda, 27 de Mayo de 1568:
«Fray Domingo me ha escrito ahora aquí que en llegando á Avila haga mensa-
jero propio que se le lleve. Dame pena que no sé que hacer, que me hará harto
daño, como á V. S. dije, que ellos lo sepan. >. (Pág. 13, tomo IV.)
En 23 de Junio del mismo año la dice así: Tamañita estoy cuando ha de venir
el presentado Fray Domingo, que me dicen ha de venir por acá este verano y ha-
llarme ha en el hurto... > (Pág. 17, ib.)
AI tratar del libro de la Vida se dijo ya el sentido de la palabra Tamañita.
Carta al P. Ordóñez, de la Compañía de Jesús, en 20 de Julio de 1573:
«Como este nuestro negocio va ya de suerte de acabarse, hame dado mucho cui-
dado, en especial después que vi hoy la carta del padre visitador (P. Pedro Fer-
nández, Dominico), que lo remite al padre maestro Fray Domingo y á mí, y escrí-
bele una carta, en que para esto nos da sus veces, porque siempre soy tímida en
cosa que yo he de tener algún voto Será también menester que para elegir las
que han de entrar que convengan hay otros dos votos con la priora. Si lo quisiese
(1) Las citas se refieren á la edición de I88I del Sr. La Fuente, si no se advierte otra cosa.
38
— 594-
hacer el prior de San Andrés (Dominicos) no sería malo y algún regidor ó entram-
bos .... También es de advertir, si nosotros desde ahora admitimos ese medio, con
quién se ha de atar, porque no parece hay cosa segura de presente, y dirá el padre
visitador (P. Pedro Fernández) ¿que qué vemos para hacer escrituras? De todo
esto estaba yo libre de mirar, si lo hiciera el padre visitador » (Pág. 88,. ib.)
Habla del colegio de doncellas que se trataba de fundar en Medina para lo cual
habían sido comisionados por el P. Pedro, el P. Báñez, el P. Ordoñez y Santa Te-
resa.
Carta á María Bautista, priora de Valladolid, Í4 de ívlayo de 1574:
«Ya estoy casi buena, que el jarabe que escribo á nuestro Padre (Báñez) me ha
quitado aquel tormento de melancolía, y «aún creo» la calentura del todo. Un poco
me hizo reír la carta de su letra, como estaba ya sin aquel humor; no lo diga al pa-
dre Fray Domingo que le escribo muy graciosamente, quizá la mostrará la carta
y cierto me holgué mucho con la suya, y con la de vuestra reverencia.
«¡Oh', si viese la barahunda que anda, aunque en secreto El P. Fr. Domin-
go le dirá lo que pasa, y unos papeles que le envío; y lo que me escribiere no lo
envíe así, sino con persona cierta, aunque se esté allá algunos días. Harta falta nos
es estar el padre visitador (P. Pedro) tan lejos, que hay negocios que, aunque más
sea, creo le habré de enviar mensajero, que no basta el prelado que es, ó para lo
que es. Séalo él muchos años.
De lo del P. Medina, aunque sea mucho más, no haya miedo me alborote, antes
me ha hecho reír, más sintiera de media palabra de Fr. Domingo porque ni esotro
me debe nada, ni se me da mucho, que no me tenga esa ley. El no ha tratado estos
monasterios, y no sabe lo que hay, ni había de igualarse con lo que Fr. Domingo los
quiere, que es cosa propia, y los ha sustentado á la verdad Dios sea con ella, y
me la guarde, que extremadamente hace amistad; yo no sé cómo sufro, que tenga
tanta con mi padre, (P. Báñez).» (Páginas 106, 107, 108, ib.)
La barahunda á que se refiere es la persecución que empezaba por parte de los
padres Calzados, de Andalucía, contra la Descalcez. Dio ocasión á ella, la ida á
aquella provincia de los PP. Gracián y Mariano. Estos padres Descalzos contribu-
yeron mucho á dar á conocer en Andalucía la vida santa de los Reformados. El pa-
dre Báñez tuvo mucha parte en ello, y por eso la Santa dice á su sobrina: «El pa-
dre Fr. Domingo le dirá lo que pasa.»
La actitud del P. Medina con Santa Teresa se convirtió en afecto entrañable y
eterno luego de haberla tratado, llegando á decir la Santa «que era su mejor amigo.-»
Las últimas palabras de la Snnta: -yo no sé cómo sufro que tenga tanta amistad
con mi Padre», revelan hasta donde llegaba el cariño que profesaba al P. Báñez.
Expresiones dulcísimas y donosas, que bajo la imagen de celos manifiestan su amor
sin igual.
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A la misma, Junio 1574:
Ya estoy mejor, aunque no quitado bien, alegre de las nuevas que escribo al
P. Kr. Domingo.' (Pág. 10 ib.)
A la misma María Bautista, en Julio de 1574:
'En gracia me ha caido su enojo, pues yo le digo que no es para mí mucho fa-
vor dejarla de ver; antes lo es tanto, que me ha parecido no era perfección tratar
yo de ello, como no veo necesidad que fuere; porque adonde está el padre maestro,
¿qué falta puedo yo hacer?... . Es gran bobería andar mirando perfecciones en cosa
de su regalo, pues ve lo que va en su salud. No sé que hace ese mi padre (P. Bá-
"") ¡Oh qué melancólica viene la carta de mi padre! Sepa vuestra reverencia
luego, si es por escrito el poder que tiene del padre visitador, que me traen cansa-
da estos canónigos, que ahora piden licencia del prelado para que nos obliguemos
al censo. Si mi padre la puede dar, ha de ser por escrito, y por notario, que vea la
que él tiene; y si esto puede, enviármela luego por caridad Harta gracia tienen
las respuestas que pone en la carta de mi padre; no sé á cual crea. No se canse en
procurar me escriba, que como vuestra reverencia me diga de su salud, muy bien
lo llevaré. Dígame cuál es su tierra, porque si es Medina harto mal lo hará en no
venirse por aquí (Segovia).» (Páginas 111, 112, 113; ib.)
El argumento principal de la carta era pedir al P. Bánez, prelado que era de la
Descalcez por sustitución del P. Pedro, un poder para obligarse á un censo, según
lo exigían los canónigos. Y por eso escribía la enviasen pronto el poder, -.si no
quiere me hundan estos canónigos.'»
A la misma Priora, 11 de Septiembre de 1574.
«Por la carta del padre maestro Fray Domingo verá lo que pasa, y cómo ha or-
denado el Señor Jas cosas de manera que no la pueda ver... Gloria sea á Dios, que
viene bueno mi padre Fr. Domingo. Si por dicha el P. M.Medina acudiere por
alia, haga darle la carta mía, que piensa estoy enojada con él, según me dijo el padre
provincial por una carta que me escribió. Debe pensar también si se lo que dijo á la
otra, aunque no le he dicho nada. Nuestro padre visitador (P. Pedro) me dijo era
ya monja, y que no llevaba si no mil ducados de dote. Escríbame como le va y qué
dice nuestro padre (P. Báñez), en fin como es en su Orden, tendrá paciencia. (Pági-
na 114-115-ib.):»
A la lima. Doña María de Mendoza, Noviembre de 1674, en Avila:
«Ya sabrá V. S. como llevan á Fr. Domingo por prior á Trujillo, que le eligieron:
y los de Salamanca han enviado á pedir al padre provincial que se lo deje. No saben
lo que hará. Tierra trabajosa es para su salud. De que V. S. vea al padre provin-
cial de los Dominicos, ríñale, que no me vio en Salamanca, que estuvo hartos días.
Es verdad que le quiero yo poco!» (Pág. 127, ib.)
A la lima, doña Ana Enriquez. Valladolid 23 Diciembre de 1574:
-596-
«Este día de Santo Tomé hizo aquí el P. Fr. Domingo un sermón, adonde puso
en tal término los trabajos, que yo quisiera haber tenido muchos: y aunque me los
dé el Señor en lo porvenir. En extremo me han contentado sus sermones. Tiénenle
elegido por Prior: no se sabe si le confirmarán. Anda tan ocupado, que le he gozado
harto poco. (Página 129, ib.)
A la M. María Bautista, Valladolid. Desde Sevilla 30 Diciembre 1575:
«El postrer día de pascua me dieron la carta que venía por Medina, y la otra con
la de mi padre (P. Báñez), antes:... Cosa extraña es, que este otro nuestro padre
(P. Gracián) no me hace embarazo lo que le quiero, mas que si no fuese persona.
Nota del Sr. La Fuente. Le llama este otro nuestro padre en contraposición al pa-
dre Báñez, que estaba en Valladolid, y á quien en el párrafo anterior había llamado
mi padre.
Me parece indudable, que después del padre Gracián, el director que más apre-
ció Santa Teresa, fué al P. Báñez. Creo que á él alude cuando dice: «en especial el
uno á quien tengo gran voluntad, me hacía terrible resistencia.»
«Yo querría escoger esa (casa) por algunas razones que no son para carta, si no
es una que es estar ahí mi padre y vuestra reverencia.» (Páginas 161-162, ib.)
El Capítulo General que la Orden Carmelitana celebró en Plasencia (Italia) or-
denó que la santa madre se retirase á un convento y no saliese de él. Como los pa-
dres Capitulares no señalaban en cual de ellos había de recluirse la santa, se incli-
naba á escoger el de Valladolid, por hallarse allí de regente en San Gregorio su
amado P. Báñez.
«No ha venido (mi hermano) aquí sino un ratico y así no le he dicho de eso otro
más creo que no haré más de decírselo y él hacerlo: porque han menester los niños
un paje... Si yo pudiera remediarlo todo, harto me holgara, por quitar á mi padre
de cuidado que, para su condición, me espanta cuan á pechos ha tomado eso y dé-
belo Dios de hacer porque no tienen otro remedio. Harto me pesará si va á Toro.
No se como quiere más estar allí que en Madrid, he miedo no se ha de hacer Dios
ordene lo que sea más para su servicio, que es lo que hace al caso. Por ella me pe-
sará y aún quitarme ha harto la gana de estar en esa casa.» (Página 163, ib.)
En esta carta y en la siguiente se ocupa de un niño por el que intercedía el pa-
dre Báñez, á fin de que D. Lorenzo, recien llegado de las Indias, le tomase para
paje de sus hijos. Esto prueba la gran virtud y caridad de tal P. Maestro, y á la
vez son dignas de ponderación las palabras de D. Lorenzo en la carta siguiente en
que dice: «que siendo cosa del P. Fr. Domingo, aunque no hubiera menester se ha-
bía de tomar.» Y esto lo decía sin conocer al P. Báñez. Y así tiene mucha razón el
anotador de las cartas, cuando escribe: «La generosidad del Sr. Lorenzo era como
de hermano de Santa Teresa, gue siendo Dominica in Passione, si no lo hizo Domin-
go de Pasión, le pegó su pasión á los hijos de Domingo.»
-597-
A la M. María Bautista, 157G:
■ Grande es la pena que me ha dado el mal de mi padre y he miedo no sea de al-
guna penitencia de las que suele el adviento, de echarse en el suelo, que no suele
el tener ese mal. Hágale poner ropa á los pies. ¡Es verdad que es poco recio ese
dolor, y si se acostumbra, muy ruin cosa, y durar tantos días; mire si trae harta
ropa. Bendito sea Dios que está mejor. No hay cosa que yo tanto sienta como dolor
recio: aun en mis enemigos no le quisiera: lo que ahora quiero de mis encomiendas
y un gran recaudo. Harto chico es el niño si no ha más que once años. . Mi herma-
no dijo que siendo cosa del P. Fr. Domingo, que aunque no le hubiera menester, se
había de tomar. ^> (Páginas 16G-167, ib.)
Santa Teresa se hizo en esta ocasión panegirista de la vida penitente de su gran
director el P. Báñez.
A la misma, 20 de Abril de 1576.
«A Casilda y á todas me encomiendo y á mi P. Fr. Domingo muy mucho. Harto
quisiera dejara la ida de Avila para cuando yo estuviera ahi: mas, pues él quiere
que sea todo cruz, sea.^ (Página 178, ib.)
A la misma, 2 de Noviembre de 1576:
Siempre escriba recaudos míos á Fr. Domingo, y me diga cómo le va.» (Pági-
na 263, ib.)
Al P. Gracián, Noviembre de 1576:
'Hoy me han traído esas de Valladolid; dícenme que ha venido de Roma para
que haga profesión Casilda Ya dirían á vuestra paternidad ó se lo dirán á quien
dio la relación que el uno fué Fr. Domingo.'> (Pág. 265, ib.)
A M. María Bautista, 1576:
•Escríbalo todo al P. M. Báñez, y con Arell'ino el Dominico podría avisar si
está quieta. La señora doña María le hará venir.» (Pág. 314, ib.)
«Priora de Salamanca, Enero de 1581.
-Escriba vuestra reverencia un billete á Fr. Domingo, si yo no le escribiere, por-
que sepa de esta fundación, aunque procuraré hacerlo; sino díganle un gran recaudo
de mi parte. ' (Pág. 289, tomo V.)
A doña Ana Enriquez, Marzo de 1581:
'¿Qué le parece á vuestra merced qué honradamente salió Fr. Domingo Báñez
con su cátedra? Plega á Dios le guarde, pues ya poco más me ha quedado; trabajo
no le faltará en ella, que honra harto costosa es.^ (Pág. 319, ib.)
No podía suceder de otra manera, pidiéndoselo ella, como se lo pidió á Dios,
cual nunca para cosas temporales había hecho en su vida.
Al Obispo de Osma, 1581:
«Y esto he tratado con algunos que habían tratado los demás, que es Fr. Domin-
go y el maestro Medina.- (Pág. :531, ib.)
— 598 —
Habla sobre su espíritu interior y mercedes que recibía del Señor, y que había
ya comunicado á los PP. Barrón y Medina.
A D. Sancho Dávila, Obispo de Jaén, 1581:
«Hoy lo he confesado al P. M. Fr. Domingo y me dijo no haga caso de ello, y
así lo suplico á vuestra merced, que lo tengo por mal incurable.» (Pág. 366, ib.)
Lo que confesó á Fr. Domingo era las distracciones que la Santa padecía en la
recitación del oficio divino.
Razón sobrada tiene el P. Paulino Alvarez para escribir sobre el P. Báñez lo
que sigue:
«Después de todos los precedentes te.'itímonios, y otros más que se podrían en-
tresacar, díganme si tanta profusión de frases amorosísimas, tanta y tan tierna so-
licitud, tanto anhelo por vivir en su compañía, tanta pena por sus penas, tanto afán
por contentarle, tanto abandonarse á su voluntad, tanto someterse á sus consejos,
tantas plegarias al cielo por serle agradecida, tanta frecuencia de comunicaciones,
tantas alabanzas, tal encantamiento, en fin, de la seráfica Madre por el P. Báñez, lo
tuvo jamás por algún otro confesor doméstico ó extraño. Díganme á quién y cuándo
jamás dirigió ella palabras tan llenas de embeleso como aquellas: con su parecer
todo me parecía acertado— hoy le escribo muy graciosamente; -nuestros monaste-
rios son su casa propia, porque los ha sustentado á la verdad; no sé cómo sufro que
nadie tenga tanta amistad con mi Padre. Donde él está, ¿qué falta puedo yo hacer?
El es con quien más tiempo he tratado y trato— ¿cuándo dejó de ser prelado mío? —
no sé, en fin, en qué ha de parar este encantamiento.»
II
P. Pedro Fernández, uisitador apostólico de la Orden del Carmen.
A Diego Ortiz, 1571:
"Después de ida la carta de nuestro padre general, he advertido que no había
para qué, porque es muy más firme cualquiera cosa, que el padre visitador hiciere,
porque es como hacerlo el pontífice, que ningún general ni capítulo general lo pue-
de deshacer. El es muy avisado y letrado y gustará vuestra merced de tratar con
él; y creo yo que este verano sin falta irá á visitar, y podráse hacer todo con toda
firmeza lo que vuestra merced mandare y se le suplicare acá. ' (Pág. 63, tomo IV.)
A doña María de Mendoza, 1572:
Enviaré á pedir licencia al padre visitador ó al padre general, porque es con-
tra nuestras constituciones tomar con el defecto que tiene, y no pudre yo dar
la ucencia contra ella sin el uno de ellos." (Pág. 77, ib.)
Al Obispo de Avila D. Alvaro de Mendoza, 1574:
-599 —
vSiiplico á V. S. me mande avisar si se recaudó la licencia del padre visitador
para estar yo en San José algún día; la priora me lo escribirá.» (Pág. 1(X), ib.)
A María Bautista, 1574:
«Mas yo le digo que es cosa bien recia tres monjas, como dicen, tener tantas
freilas: harto sin camino es. Creo se habrá de procurar con e! padre visitador, haga
número, como de las monjas». (Pág. 112, ib.)
A D. Teutonio de Braganza, 1574:
«El padre provincia! ha andado tan lejos (digo el visitador) que aun por cartas
no he podido tratar este negocio Presto creo estará cerca el padre visitador, yo
le escribiré, y dícenme irá por allá. V. S. me hará merced de hablarle, y decir su
parecer en todo. Puede hablarle V. S. con toda llaneza, que es muy bueno, y me-
rece se trate así con él: y por V. S. quizá se determinará á hacerlo>. (Pág. 121, ib.)
Al mismo señor, 1574:
-^Esperando están al padre visitador que se viene acercando Yo le escribiré
en sabiendo adonde está: aunque lo que hace al caso es que V. S. le hable, pues ha
de ir ahí'. (Pág. 124, ib.)
A doña María de Mendoza, 1574:
'V. S. lo tratará todo con el padre visitador, que co.-uo escribe en eso, háme
contentado mucho. Es muy servidor de V. S. y me consoló ver con la afición que
habla en V. S. y así creo en todo hará lo que V. S. mandare. Suplico á V. S. le
muestre mucho favor, y haga la merced que acostumbra hacer á personas semejan-
tes: porque es el mayor prelado que ahora tenemos, y su alma debe merecer mucho
delante de nuestro Señor no hay porque se detener, sino que se pida Ucencia al
padre provincial, y V. S. mande que las reciba: y sino al padre visitador que la dará
luego, y es con quien más me entiendo, que el padre provincial (P Ángel) aunque
más le escribo, no me quiere responder Este padre visitador me da la vida, que
no creóse engañará conmigo, como todos, que quiere Dios darle á entender cuan
ruin soy: y asi á cada paso me coge en imperfecciones. Yo me consuelo mucho, y
procuro que me las entienda. Gran alivio es andar con claridad con el que está en
lugar de Dios: y así le tendré el tiempo que estuviere con éh. (Pág. 126, ib.)
A doña Ana Enriquez, desde Valladolid, 1574:
«Ha visitado el padre provincial (visitador) esta casa y ha hecho elección ^. (Pá-
gina 129, ib.)
\\ reverendísimo general del Carmen:
■ Porque en la patente que V. S. me envió en latín después que vinieron los vi-
sitadores, da licencia, y dice que pueda fundar en todas partes Dice que ese Pe-
ñuela por engaño tomó el hábito: que fué á Pastrana, y dijo se le había dado Var-
itas el visitador de aquí y venido á saberse le tomó el mismo .... Los monasterios se
hicieron por m.indado del visitadnr Vargas, con la autoridad apostólica que tenía....
— 600 —
porque no se trataba de hacer casa que no fuese con licencia de V. S. que yo no me
pusiese muy brava y en esto hizolo bien Fr. Pedro Fernández, el visitador de allá
(Castilla), y débole mucho en lo que miraba no disgustar á V. S. El de acá (Anda-
lucia) ha dado tantas licencias y facultades á estos padres y rogádoles con ellas que
si V. S. ve las que tienen, entenderá no tienen tanta culpa». (Páginas 143, 144; ib.)
El Visitador de Andalucía P. Fr. Francisco Vargas, fué cordobés y de familia
muy noble; joven aún ingresó en nuestra Orden en esta provincia de Andalucía.
Por su talento mereció ser elegido para la Colegiatura de San Gregorio de Valla-
dolid, y después de haber cursado allí el tiempo reglamentario salió para enseñar
en su convento de San Pablo, de Córdoba. Vio interrumpida su carrera por haber
sido elevado á diferentes prelacias, la primera de las cuales parece fué Málaga,
después en Córdoba y en Granada: de suerte que habiendo profesado en 1532 sólo
en 1551 logró llegar á la Presentatura en Teología <'Con gran fama de docto, pru-
dente, virtuoso- y mansos, según Ramírez de Arellano. Hacia el año de 1569 fué
elegido entre muchos para reformador de las Ordenes religiosas de la Trinidad,
Merced y del Carmen.
En trabajar por ésta y en el Provincialato que se le confirió por Diciembre de
1573, gastó los 10 últimos años de su vida.
Su dichosa muerte acaeció hacia el año de 1580, y su memoria es bendita para
los Dominicos y los Carmelitas andaluces Descalzos.
Al P. Gracián, 1576:
«Todas las cosas son como se principian, y es un principio que puede venir á
mucho mal, por eso vuestra paternidad entienda que importa mucho y que á ellas
les dará gran consuelo saber que vuestra paternidad quiere que se guarden las ac-
tas que hizo y confirmó del P. Fr. Pedro Fernández. Todas son mozas: y créame,
padre mío, que lo más seguro es que no traten con frailes.» (Página 186, ib.)
Al P. Gracián, 1576:
«Fr. Pedro Fernández para todo lo que quiso ejecutar en la Encarnación, lo iia-
cía por mano de Fr. Ángel, y él se estaba desde lejos; y no por eso dejaba de ser
visitador y de hacer su hecho.- (Página 212, ib.)
Priora de Valladolid, 1576:
«¡Oh qué placer me ha hecho el decirme de la salud del P. Fr. Pedro Fernández
que he estado con pena, que sabía de su mal y no de su salud: que yo le digo que
no se parece á su amigo en ingrato (P. Ángel) que con cuanto tiene que hacer, no
le falta cuidado para escribirme y todo me lo debe, aunque de cosa de deuda harto
más me debe esotro.» (Página 261, ib.)
P. Ambrosio Mariano, 1577:
«Sepa que ha estado aquí el P. Fr. Pedro Fernánde/. Dice que si no trac el Tos-
tado poder sobre los visitadores, que valdrían las actas: mas que si las trae, no hay
— 601 —
que hablar sino obedecer y buscar otro camino, porque le parece que no pueden
hacer provincia ni definidores los comisarios, si no tienen más autoridad que ellos
tenían y así es menester que nos valgamos por otra parte.- (Página 35), ib.)
A la Duquesa de Alba, 1577:
«Hánme dicho que su excelencia ha mandado que venga á este negocio el padre
M. Fr. Pedro Fernández. Es todo el bien que nos puede venir, porque conoce á los
unos y á los otros.
«Parece traza venida del cielo. Plega á nuestro Señor guarde á su excelencia para
remedio de los pobres afligidos. Muchas veces beso á su excelencia las manos, por
tan grande merced y favor, y á vuestra excelencia suplico me haga merced y
poner mucho en esta venida del P. Fr. Pedro Fernández á esa corte y dar calor en
ello. Mire vuestra excelencia, que este negocio toca á la Virgen nuestra Señora,
que ha menester ahora ser amparada de personas semejantes en esta guerra, que
hace el demonio á su Orden.» (Página 405, ib.)
A Felipe 11, 1577:
«Ellos (los Calzados) están en esto muy engañados, porque mientras estuviesen
sujetas A que ellos las confiesen y visiten no es de ningún provecho mi ida allí: al
menos que dure, y así lo dije siempre al visitador dominico, y él lo tenía bien en-
tendido.» (Página 406, ib.)
Priora de Sevilla, 1577:
«Y quitáronles los dos Descalzos, que tenían allí puestos por el comisario apos-
tólico (P. Pedro.)- (Página 413, ib.)
A Doña María Mendoza, 1577:
«Escribo á nuestro padre visitador, diciendo la voluntad que V. S. tiene de reci-
birla y suplicando á su paternidad envíe con esta carta la licencia. Creo que lo hará
y si no V. S. torne á escribir luego á su paternidad, y lo ordene de manera, que no
piensen hubo en ello engaño: porque, á lo que yo puedo entender, no dejará el pa-
dre visitador de dar á V. S. contento en lo que pudiere... Creo hará provecho á
V. S. tenerme cabe sí, también como estar yo cabe el padre visitador; porque él,
como prelado, díceme verdades: y yo, como atrevida y mostrada á que V. S. me
sufra, haría lo mismo... Nunca me dice V. S. cómo le va con el P. Juan Gutiérrez
(Dominico); algún día lo diré yo, Déle V. S. mis encomiendas. No he sabido si hizo
su sobrina profesión. El padre visitador dará licencia para que las hubieren de hacer.
Mande V. S. avisar á la madre priora, que se me ha olvidado. (Páginas 422-423, ib.)
A D. Teutonio de Braganza, 1578:
• Al menos el uno, que llaman Fr. Juan de la Cruz, todos le tienen por santo, y
todas, y creo que no se lo levantan; en mi opinión es una gran pieza, y puestos allí
por el visitador apostólico dominico Y también tenemos para estos monasterios
cartas de los visitadores apostólicos, para que no seamos visitadas, sino de quien
— 602 —
nuestro padre general mandare, con que sea Descalzo. Allá, en Portugal, no ha-
biendo nada de esto, sujetos á los del paño, presto irá la perfección por el suelo,
como por acá comenzaban á hacernos gran daño, si no vinieran los comisarios apos-
tólicos.' (Páginas 6, 7, tomo V.)
A la priora de Valladolid, 1579:
«Dice en la carta el P. Ángel Salazar que esto que ahora me dice tome como por
rascuño de la pintura; que lo ha de tratar primero con el P. Fr. Pedro Fernández
El P. Fr. Pedro Fernández pone mucho en que hasta que tengamos provincia
no se funde monasterio, aunque dé licencia, y da buenas razones; ahora me lo es-
cribieron, porque como el Nuncio está tan vidriado, y hay quien le parle, podríanos
venir daño; pensarse ha todo bien.» (Pág. 138, ib.)
Aún después que el P. Pedro dejó de ser Visitador, le consultaba en todos los
asuntos graves de la Descalcez, como era tan padre y protector de ella.
. Al P. Gracián, 1579:
«A él (Juan de Velasco) y al P. M. Fr. Pedro Fernández y á D. Luis creo son á
los que debemos todo el bien que tenemos.» (Pág. 175, ib.)
Priora de Sevilla, 1580:
«Vuestra reverencia haga encomienden todas á Dios al P. Fr. Pedro Fernández
que está muy al cabo; mire que se lo debemos mucho, y ahora nos hace gran falta.»
(Página 265, ib.)
Postdata del P. Nicolás Doria á esta carta: Oración por nuestros negocios y
pedir la vida de Fr. Pedro Fernández, que seria milagro y es tan necesaria, y la vir-
gen lo puede hacer tan fácilmente, que no desconfío de ello, si ellas, que profesan
ser sus hijas, se lo rogaren de veras.*
P. üracián, 1580:
«El P. Fr. Pedro Fernández no es muerto; cstáse muy malo.» (Pág. 268, ib.)
Al P. Gracián, 1581:
«Y como vuestra paternidad dice, y yo creo que se lo escribí á vuestra paterni-
dad en mi carta, en nuestras cosas no hay que dar parte á los frailes, ni nunca las
dio el P. Fr. Pedro Fernández
«Y adonde dice tocas de sedeña diga de lienzo; si le pareciere cosa de quitar la
acta del P. Fr. Pedro Fernández, adonde dicen no coman huevos ni hagan colación
con pan, que nunca pudo acabar con él, sino que las pusiese. > (Páginas 304, 305, ib.)
Al P. Gracián, 1581:
En todo le doy buenas razones al P. Antonio (a) Macario, y digo que lo enten-
día asi el P. Fr. Pedro Fernández, que harto quisiera tuviera gobierno por las
causas que había para hacerlo; mas ¡el daño que haría ahora!» (Pág. 314, ib.)
Al P. Gracián, 15yi:
«No sé cómo dice callemos ahora en esto de confesar los frailes, pues ve cuan
-603 —
atadas estamos en la constitución del P. Fr. Pedro Fernández, y contra no iiaber
necesidad de ello pues nuestras constituciones, ó ¡o que ordenare para nosotras,
no es menester tratarlo en capítulo, ni que lo entiendan ellos, que solo consigo y
comigo lo trató el P. Fr. Pedro Fernández (que haya gloria), y aunque le parezca
á vuestra reverencia algunas de esas ocho cosas (que pongo al principio) de poca
importancia, sepa que son de mucha-. (Páginas 314 y 315, ib.)
Carta á D. Teutonio de Braganza. Salamanca, 1574:
"Yo escribo al padre Rector y le informo de todas las instrucciones que me ha
comunicado el padre visitador (P. Pedro Fernández). Ruéguele que le dé conoci-
miento. El padre visitador me ha recomendado que le diga á V. que me envia á San
José. El me indica en otra, que según una carta del Prior de Atocha, el Nuncio creia
bien, como superior, dar él mismo la autorización de fundar el monasterio; pero no
me ha encargado que le envíe á V. S. esta nueva; él pensaba sin duda que V. S. la
sabría ya por el Nuncio. He comprendido que hay el más vivo interés de darle á V.
gusto en todo, y esto me causa una grande alegría Igualmente me alegraré que el
eclesiástico de que V. me habla, permanezca con V. con tal que esté V. satisfecho »
«Hoy 15 de Septiembre. La indigna sierva y subdita de V. S., Teresa de Jesús,
Carmelita.
(Cartas de Santa Teresa de Jesús por el P. Gregorio de San José, Carmelita
Descalzo.)
III
P. García de Toledo.
A doña Luisa de la Cerda, 1568:
Voime por Escalona, que está allí la marquesa, y envió aquí por mí. Yo le dije
que V. S. me hacía tanta merced, que yo no había menester que ella me la hiciese,
que me iría por allí. Estaré medio día no más, si puedo, y esto porque me lo ha
enviado á mandar mucho Fr. García, que dice se lo prometió, y no se rodea nada».
(Pag. 13, tomo 4.'^)
Al Obispo de Avila, 1568:
«El Sr. Fr. García está muy bueno, gloria á Dios. Siempre nos hace merced, y
cada día más siervo suyo. Tomó un oficio, que le mandó el Provincia!, de maestro
de novicios, que para su autoridad era cosa bien baja: aunque no se le dio, sino por-
que su espíritu y virtud aprovechase á la Orden, criando aquellas almas conforme á
él. Tomóle con tanta humildad, que ha edificado mucho Tiene harto trabajo»-
(Pág. 22, ib.)
A su hermano D. Lorenzo, en Indias, 1570:
'Con el P. Fr. García de Toledo, que es sobrino del virrey, persona que yo echo
harto menos para mis negocios, podrá vuestra merced tratar. Y si hubiere mcnes-
-604-
ter alguna cosa del virrey, sepa que es gran cristiano el virrey y fué harta ventura
querer ir allá En los envoltorios le escribía. - (Página 49, ib.)
A su hermana doña Juana, 1572.
«Agustín de Ahumada está con el virrey: Fr. García me lo ha escrito.» Nota de La
Fuente: «Fr. García de Toledo, Fraile dominico, director de Santa Teresa en algún
tiempo, y el que hizo continuar el libro de su vida. Estaba á la sazón de comisario
general de su Orden en Indias: era hermano del gran duque de Alba Don Fernando
y no de la casa de Oropesa, como decía Fr. Antonio en sus notas.» (Página 72, ib.)
Priora de Sevilla, 1581:
«Las de las Indias envió con el correo pasado. Dícenme que se viene Fr. García
de Toledo, á quien van, y así es menester vuestra reverencia encomiende ese pliego
á alguien allá para si Luis de Tapia (que va también á él) fuere muerto.' (Página
296, Tomo V.)
Priora de Sevilla, 1581:
«En gran manera me holgué de saber que estaba ahí el mi buen padre Fr. Gar-
cía. Dios le pague tan buenas nuevas, que, aunque me lo habían dicho, no lo acababa
de creer, según lo deseaba. Muéstrenmele mucha gracia, que hagan cuenta que es
fundador de esta Orden, según lo que me ayudó y así para con él no se sufre
velo: para todos los demás si, en especial y general, y con los Descalzos los pri-
meros, que así se hace en todas las casas.» (Página 378 ib.)
A la M. María de S. José, 1581:
«Si Dios trae acá al P. Fr. García, le torne harto en este caso. ¡Oh qué enojo me
hizo de no me decir en esta carta del! Debe ser venido á Madrid, que así me lo han
dicho, y por eso no le escribo, que lo deseo harto, y verla: mas espantarse hía si
supiese lo que le debo.- (Página 381, ib.)
A la misma, 1581.
«Ya es venido el virrey, y el P. Fr. García bueno está aunque no le he visto.»
(Página 405, ib.)
IV
P. Baríolomé JYIedina.
Priora de Salamanca:
«Esa trucha me envió hoy la duquesa; paréceme tan buena, que he hecho este
mensajero para enviarla á mi padre el M. Fr. Bartolomé de Medina; si llegara á
hora de comer, vuestra reverencia se la envíe luego con Miguel, y esa carta, y si
más tarde, no se la deje tampoco llevar, para ver si quiere escribir algún renglón
A mi P. Osma me encomiende, y que harto menos le echare acá. (Era otro Domi-
nico de Salamanca).' (Pág. loi, tomo IV.)
— 605 -
Priora de Valladoüd, 1574:
«Mas muchas cosas que gustara decir no se sufren en carta; la una es el querer
no desgraciar al maestro Medina. Crea que llevo mis fines, y que ya he visto algún
provecho de ello; por eso no le deje de enviar la carta, ni se le dé nada, aunque no
sea tan amigo, que ni él lo debe tanto, ni importa nada lo que dijere de mí; ¿por
qué no me lo dice?
'Sepa que dije al padre provincial que bien habían negociado para llevarnos á la
Samanú. ¿Sabe que veo? Que las quiere Dios pobres honradas, que les dio á Casil-
da que lo es, y vale más que todos los dineros. Parece que reparó en ello el padre
visitador, y me quiso dar descuento; al menos á Orellana disculpó mucho, y así
creo que ella lo quiso. Ya me enfado de hablar de esta bendita.» (Pág. 116, ib.)
A D. Teutonio de Braganza, 1579:
«La semana pasada escribí á V. S. largo, y le envié el librillo, y así no lo seré
en ésta, porque sólo es por habérseme olvidado de suplicar á V. S. que la vida de
nuestro padre San Alberto, que va en un cuadernillo en el mismo libro, la mandase
V. S. imprimir con él, porque será gran cosa para todas nosotras, porque no la hay
sino en latín, de donde la sacó un padre de la Orden de Santo Domingo, por amor de
mí, de los buenos letrados que por aquí hay, y harto siervo de Dios; aunque él no
pensó se había de imprimir, porque no tiene licencia de su provincial, ni la pidió,
mas mandándolo V. S. y contentándole, poco debe importar esto-. (El padre que tra-
dujo esta vida fué el P. Medina). (Pág. 155, ib.)
Al P. Gracián, 1580:
«Paréccme que ese libro, que dice le hizo trasladar el P. Medina, es el grande
mío. Hágame vuestra paternidad saber lo que sabe en este caso, que no se le ol-
vide, porque me holgaría mucho, que ya no hay otro, sino el que tienen los ángeles,
porque no se pierda.* (Pág. 198, ib.)
Habla del traslado que hizo de la Vida de Santa Teresa el P. Medina para la
duquesa de Alba. Los Angeles (los Inquisidores) tenían el original. De este traslado
que se hizo en San Esteban de Salamanca, nos habla el P. Juan Medina, Prior de
Burgos, como veremos en el apéndice de las declaraciones.
V
P. Salucio.
Priora de Sevilla, 1578:
«Lo que se ha de procurar es un año entero de sermones del P. Salucio (de la
Orden de Santo Domingo es) que sean los mejores que se pudieren haber: y .si no
fuere posible tantos, los más que pudiere ser, con que sean nuiy buenos. Un año de
sermones son estos:
-606 —
Sermones de una Cuaresma.
Y de un Adviento.
Fiestas de nuestro Señor.
Y de nuestra Señora.
Y de los Santos del año.
Y Dominicas desde los Reyes hasta Adviento.
Y desde Pascua de Espiritu Santo hasta Adviento.
Hásenie encomendado en secreto, y así no querría lo tratase, sino con quien ha
de aprovechar. Plega al Señor tenga mucha dicha en ello: y si me lo enviare sea
con este hombre, y ponga buen porte, y siempe encamine aquí á San José las car-
tas, mientras yo estuviere aquí, que es mejor que á mi hermano, aunque sean para
él, y lo más seguro, por si no esta aquí.
En fin, lo más que pudiere recaudar, ya que no pueda todos.» (Página 60, Tomo V.)
Nació este padre en la ciudad de Jerez de la Frontera, siendo sus padres muy
honrados y calificados en puridad de sangre y en bondad de costumbres.
Profesó á 20 de Marzo de 1541 en la Orden de predicadores y fué asignado al
convento de Santo Domingo, de la villa de Palma, para que allí se perfeccionase en
la gramática, y en breve tiempo la supo excelentemente. Entró á cursar artes y des-
cubrió un genio muy metafísico, y estando estudiando la Teología fué electo cole-
gial del insigne colegio de San Gregorio, de Valladolid, en donde estuvo algunos
años aprovechando felizmente en la virtud y en las sagradas ciencias.
Volvió á su nativo convento y leyó con aplauso las artes y Teología, y estando
graduado de Maestro, fué electo lector de Prima del colegio mayor de Santo Tomás
de Sevilla, el día 16 de Marzo de 1570 en unión del P. M. Aguayo, que fué nombra-
do regente. A los tres meses entró en el colegio y juró los estatutos. Mas en el año
1574 fué electo regente en la vacante del P. M. Aguayo, que ejerció hasta 30 de
Enero del año siguiente, en que dejó el colegio y salió por Prior de su real conven-
to, y acabado el oficio pasó á Sevilla donde predicó con universal reformación de
cuantos le oyeron.
Verdad es que en los cuatro años y medio que estuvo en el colegio predicó en
la Catedral muchas veces con alto espíritu, pero ahora que venía á emplearse en el
ejercicio de su Orden, como no se negaba á las parcoquiales iglesias fué el fruto
más conocido. En el año de 1590 se hallaba en Madrid y con la noticia de su erudi-
ción y ejemplo, le fué encomendado el sermón de la Dominica cuarta de Cuaresma
á que había de asistir el católico monarca D. Felipe 11, y puesto en el pulpito mora-
liz() las palabras de! Evangelio Philippe unde cmcmus panes, etc., con tanto fervor que
se enterneció el Rey, y usando de la libertad é ingenuidad que acostumbran los
hijos del gran üuzmán, le dio noticia al prudente Monarca de todos los excesos de
.•sus oficiales y ministros, á que correspondió S. M. diciendo: Verdaderamente este
- 607 —
fraile es predicador de veras, y le oiré siempre de muy buena gana; y luego le rtombró
Visitador de los Trinitarios Calzados de Andalucía para componer ciertas quejas
que había entre algunos de los prelados. Fué cosa maravillosa su prudencia en esta
comisión. En esta su provincia de predicadores fué tres veces Definidor Provincial
y Vicario general, una vez, haciendo en sí lo que ordenaba hiciesen los demás. Su
continua residencia era en Sevilla y así fué esta ciudad la que más gozó el fruto de
su predicación especialmente en las Cuaresmas, porque era más aficionado á lo
moral y místico que á lo panegírico. Supo los idiomas griego y hebreo, las cuatro
Teologías y el Derecho canónico; fué muy obediente, muy humilde, muy amante de
la pobreza, elocuente sin afectación, compasivo, recojido y nuiy observante de las
constituciones y ceremonias de su Religión. Escribió un tratado que da instruccio-
nes para predicar, que se conserva manuscrito en la librería del Colegio; otro tra-
tado: De las monedas que se hallan en la Sagrada Escritura; un discurso sobre la
justicia y buen gobierno de Espeiía.
Murió en el convento de San Pablo de Córdoba, el domingo primero de advien-
to día 29 de Noviembre de 1601, á los 78 años de edad; y los dos cabildos en forma
y todas las religiones de aquella ciudad asistieron á su entierro.
(Monópoli, tercera parte, libro 1.", capítulo LXXIX. Nicolás Bibliotheca hispana,
y Altamira, Bibliotheca dominicana.)
VI
P. Diego flidereíe.
Al licenciado Peña, 1581:
«Que después que escribí á su ihistrísima señoría he estado con el padre prior de
la casa de Santo Domingo de este lugar, que es Fr. Diego de Alderete, y tratamos
mucho rato sobre el negocio de mi señora doña Elena: diciendo yo á su paternidad,
que la había dejado (cuando poco ha que estuve allí, con más escrúpulo de cum-
plir su deseo).
'iSu paternidad tiene tan poca gana como yo, que no lo puedo encarecer, y quedo
concluido (sobre las razones que yo le dije de los desmanes que podían suceder,
que son de los que yo trayo harto miedo), que era muy mejor estarse en su casa:
que como nosotras no la queremos recibir, queda libre del voto, porque fué de en-
trar en esta Orden, y que no está obligada á más que pedirlo. Dióme mucho con-
suelo, que yo no sabía esto.
«Está en este lugar, á donde ha estado ocho años en posesión de muy santo y le-
trado, y así me lo pareció. Es grande la penitencia que hace. Yo nunca le había visto,
y así me consolé mucho de conocerlo; es su parecer en este caso; y pues yo estoy
tan determinada, y toda aquella casa en no recibirla, que se le declarase que nunca
— 603 -
ha de ser, porque se sosegase; porque trayéndola en palabras, como hasta aquí,
siempre andará inquieta. Y verdaderamente que no conviene al servicio de Dios
dejar sus hijos, y así me lo concedió el padre prior sino que dice que le hizo una
■información de suerte, que le dije que tenía parecer de un gran letrado, que no lo
osó contradecir. Que su señoría ilustrísima esté descuidado en este negocio.» (Pá-
gina 352 y 353 ib.)
Vil
P. Bartolomé de flguilar.
Al P. Ambrosio Mariano:
«El buen prior de las Cuevas ha venido acá dos veces, está contentísimo de la
casa, y Fr. Bartolomé de Aguilar una, antes que se fuese, que ya escribí á vuestra
reverencia iba al capítulo. Ha sido una dicha harto grande topar tal casa.» (Página
180, Tomo IV.)
Priora de Sevilla, 1576:
«Dígame si está bueno Fr. Bartolomé de Aguilar.» (Página 306, ib. P. Antonio
3."^ 441.)
Priora de Sevilla, 1577:
«Jesús, sea con ella, hija mía. Antes que se me olvide, ¿cómo nunca \ve dice de mi
padre Fr. Bartolomé de Aguilar, el dominico? Pues yo le digo que le debemos harto,
que el mucho mal que me dijo de la otra casa que teníamos comprada, fué principio
de salir de ella; que cada vez que se me acuerda la vida que tuvieran, no me harto
de dar gracias á Dios. Sea por todo alabado. Crea que es muy bueno, y que para
cosas de religión, que tiene más experiencia que otro. No querría que dejase alguna
vez de llamarle, que es muy buen amigo y bien avisado, y no se pierde tener tales
personas un monasterio. Ahí le escribo envíele la carta.» (Página 330, ib.)
Priora de Sevilla, 1577:
«El P. Fr. Bartolomé de Aguilar dice, que las trataría más, sino que no se lo pi-
den, y que, como es subdito, es menester. No deje de pedirle algún sermón y en-
viarle á ver, que es muy bueno.» (Página 368, ib.)
VIH
P. Diego ehaues, Coníesor de Felipe II.
Al P. üracián, 1578:
«No sé si será bueno que vuestra paternidad lo comunicase con el P. M. Chaves
(llevando esa mi carta, que envié con el padre prior), que es muy cuerdo: y haciendo
caso de su favor, quizá lo alcanzaría con el Rey.» (Página 37. Tomo V.)
-609 —
A Roque Huerta:
Jesús la gracia del Espíritu Santo sea con vuestra merced. Aquí va una carta para
el P. M. Chaves. En ella le digo que vuestra merced le dirá en el estado en que es-
tán los negocios. Procure coyuntura para hablarle y dárselas: y dígale vuestra mer-
ced cómo nos paran esos benditos. Creo será de algún efecto, porque le suplico,
mucho hable á el Rey, y le diga algunos de los daños que nos han venido á nosotras
cuando les estábamos sujetas. > (Página 97, ib.)
IX
P. Juan de las Cueuas, Comisario y Presidente de! Capítulo de Separación.
Al P. Gracián, 1581:
«También se me ha ofrecido que si vuestra reverencia quedare por provincial
que importara mucho para estos principios andar juntos, aunque esto no lo digo al
Comisario.» (Página 301. Tomo V.)
Al mismo Padre el mismo año:
He escrito á vuestra paternidad por dos partes, y enviado mis memoriales por
parecer persona. Habiaseme olvidado lo que ahora escribo en esa carta al padre
Comisario. Vuestra paternidad las lea, que por no me cansar en tornarlo á decir
aquí la envío abierta, y la selle con el sello que parezca al mío, y se la dé... Por eso
vuestra paternidad nos haga caridad de ayudar mucho, para que esto y lo que el
otro día escribí quede muy claro y llano ante el padre Comisario, porque á no lo
dejar él, se había de procurar traer de Roma... Yo querría que si puede el padre
Comisario enmendar constituciones y poner en las que se hiciesen unas bien pues-
tas, que quitasen y pusiesen las que ahora pedimos.» (Página 303^ ib.)
Al P. Gracián, el mismo año:
Todo esto lo he dicho por sí alguno le pareciese otra cosa, ó al padre Comisa-
rio, á lo que creo no hará, que en muchas partes confiesan las monjas, y no son vi-
carios de su Orden.» (Página 312, ib.)
Al mismo padre, el mismo año:
«Aunque andando vuestra reverencia siempre con el P. Nicolao, si le eligiesen
me parecía se hacía lo uno y lo otro. Mas bien entiendo que esta primera vez seria
para todos muy mejor tomarlo vuestra reverencia ásu cargo, y así lo digo al padre
Comisario.» (Página 313, ib.)
Al mismo padre, el mismo año:
«Sepa que quería enviar á suplicar al padre prior y Comisario que hiciese maes-
tros y presentados á los que tenían letras para ello, de vuestras reverencias: porque
para algunas cosas es necesario, y porque no tuviesen que ir al general: y como
39
k
-610 —
vuestra reverencia dice que no trae comisión, sino para asistir al Capítulo y hacer
Constituciones, lo he dejado.» (Página 315, ib.)
Al mismo padre, el mismo año.
«Dos freilas he tomado, que así lo solían hacer, sin más licencia que mis paten-
tes, por no la pedir á quien tampoco ha de presidir. Mucho alabo á Dios sea tan
bueno como vuestra reverencia me dice y lo haya hecho tan bien.» Nota del Sr. La
Fuente. El P. Cuevas, comisario apostólico, cuya comisión terminaba una vez po-
sesionado el padre provincial y constituida la provincia. Es elogio del mismo Padre
Cuevas, respetable religioso dominico.» (Página 322, ib.)
Al mismo P. Gracián, 1582:
«No sé cómo vuestra reverencia no advertía esto, ni en que no es ahora tiempo
de hacer casas en Roma, porque es grande la falta que vuestra reverencia tiene de
hombres aun para las de acá: y Nicolao la hace á vuestra reverencia mucha que
tengo por imposible tan á solas poder acudir á tantas cosas. Fr. Juan de las Cue-
vas me lo decía, que le hablé algunas veces. Es mucho lo que desea vuestra reve-
rencia acierte en todo, y lo que le quiere, que en forma me ha obligado. Y aun me
dijo, que iba vuestra reverencia contra las ordenaciones, que habían sido, que en
faltándole el compañero (no sé si digo con parecer de priores) eligiese otro: y que
tenía por imposible poderse valer: que Moisés había tomado para su ayuda no sé
cuantos. Yo le dije como no había ninguno, que aun para priores no hallaba; dijo,
que esto era lo principal.» (Página 466, ib.)
Priora de Toledo, 1582.
«El portador de esta es el P. Fr. Juan de las Cuevas. Muéstrele vuestra reve-
rencia mucha gracia, que me dijo iría allá.» (Página 472, ib.)
X
P. Uallejo.
Priora de Soria, 1581:
«De nuestro padre Vallejo no digo más de que siempre nuestro Señor para los
servicios grandes, que hacen á su Majestad, con crecidos trabajos: y cómo es tan
gran obra la que en casa hace, no me espanto quiera dar en que gane más, y más
mérito. (Página 407, Tomo V.)
A la M. Leonor, 1582, en Soria.
«Al P. Vallejo me dé vuestra caridad un gran recaudo, y que lo que le pare-
ciere hay que enmendar en esa casa, que le suplico lo diga á nuestro padre.» Noto:
En el índice de las cosas notables del Comentarista á las cartas, se dice asi: «Encar-
góles -á los Dominicos) la Saiita el confesonario de las Religiosas de Soria.» (Pá-
gina 432, ib.)
— 611 —
XI
Otras uarias alusiones á Dominicos, que se hallan en las Carlas de la Sania.
A doña María de Mendoza, 1569:
«Suplico á V. S. al padre prior de San Pablo dé mis encomiendas y al P. Prepó-
sito. El provincial de los Dominicos, predica aquí: sigúele gran parte y con razón:
no le he hablado.» (Página 35, Tomo IV.)
A su hermano D. Lorenzo, 1570:
«También leen filosofía y después teología en Santo Tomás, que no hay que salir
de allí para virtud y estudios.» (Página 47, ib.)
Priora de Valladolid, 1574:
«Esa carta envié á la priora de la Madre de Dios (Convento de Dominicas de
Valladolid), que le envío ahí una medicina, que creo me aprovechó. Harta pena me
dá el mal, como le he pasado tanto estos anos: es sin piedad ese dolor.» (Página
110, ib.^
P. Gracián, 1575, en Sevilla:
«Que no se puede dar hábito de menos de doce años: mas criarse en el monas-
terio si. También lo ha dicho Fr. Baltasar el Dominico. Ya ella está acá con su há-
bito, que parece duende de casa, y su padre que no cabe de placer.» (Página 153, ib.)
Al General del Carmen, 1576:
«Hoy me han dicho que viene acá el General de los Dominicos. ¡Si me hiciese
Dios merced, que se ofreciese el venir V. S.!> fPágina 174, ib.»)
Al Obispo de Avila, 1576:
«También me dijo que el padre prior de Atocha (Convento de Dominicos), le
había escrito, que decía al Nuncio que como á su paternidad le pareciese bien, que
él daba licencia para el monasterio... así lo haremos en el negocio que V. S. manda,
para que haga nuestro Señor aquello que ha de ser más para su servicio.» Nota del
Sr. La Fuente: No se sabe qué negocio era, ó si tiene relación con el asunto de que
trataba el padre prior de Atocha, que era fundar Conventos de Descalzas en Ma-
drid.» (Página 224, ib.)
Piera de Valladolid, 1574:
'Mas yo lo haré en pudiendo, que me han venido hoy tres pliegos de cartas, y
ayer no pocas: y mi confesor está en la red, (P. Yanguas), y como dice despache
presto á este mozo, no me podré alargar.» (Página 112, ib.)
Al P. Gracián, 1578:
«Tenemos sermón esta tarde del M. Daza harto bueno. Los Dominicos nos ha-
cen mucha caridad, que predican dos cada semana, y los de la Compañía uno
que en ese lugar bastaba un gafo, y Dominicos y Franciscos que creo hay, aunque
no acabo de pensar que predica ese liendito bien Tornando á lo que decía, ya
\
- 612 -
escribí á Pablo mucho ha que un gran letrado Dominico, contándole yo todo lo
que había pasado con Matusalén, (el Nuncio i creo me dijo que ninguna fuerza tenía,
que había de mostrar por donde hacía lo que hacía; así que en eso no hay ahora
que hablar. (Página 22, Tomo V.)
P. Gracián, 1578:
«Ayer estuvo acá el prior de Santo Tomás (P. Chaves). No le parece mal que
vuestra paternidad espere la respuesta de Joanes, y en lo que para esto, antes que
vaya á la corte.» (Página, 65, ib.)
A Roque Huerta, 1578, desde Avila:
«Algunos letrados, y aun el presentado Romero, (Lector de Teología en Santo
Tomás) que se lo pregunté yo aquí, decían, que por cuanto el Nuncio no había
mostrado las facultades que tenía para mandar en este caso, que no estaba obligada
á cesar, por muchas razones que daban.» (Página 69, ib.)
'Al mismo Roque Huerta, 1579, desde Avila:
«Sepa, que después que esos dos señores y padres míos dominicos están por
acompañados, todo el cuidado se me ha quitado de nuestros negocios, porque los
conozco y con personas tales, como las cuatro que están, tengo por cierto, que lo
que ordenaren será para honra y gloria de Dios, que es lo que todos pretendemos
Nota de la Fuente: Eran estos D. Luis Manrique, capellán y limosnero mayor del
Rey; Fr. Lorenzo de Villavicencio, agustino, y los dominicos Fr. Hernando de Cas-
tilla y Fr. Pedro Fernández. « (Página 126, ib.)
Al mismo, 1579:
Recibí su carta y dióme harto consuelo las buenas nuevas, que en ella vuestra
merced me da de la buena respuesta de su Magestad: Dios nos le guarde muchos
años, y á todos esos señores acompañados.- Nota de La Fuente: Los asistentes nom-
brados por el Consejo para arreglar los litigios entre Calzados y Descalzos, con
intervención del Nuncio. (Página 160.)
Priora de Sevila, 1579:
"No quieran, hijas mias, perder lo que han ganado este tiempo: acuérdense de
Santa Catalina de Sena, loque hizo con laque la había levantado que era mala
mujer y temamos temamos hermanas mias... (Página 129, ib.)
Priora de Salamanca, 1581:
«El padre maestro Díaz dará á esos mis padres dominicos esas cartas, vuestra
reverencia se las encargue.»- (Página 290, ib.)
Priora del Convento de Burgos, 1582:
«Diga al licenciado Aguiar que aunque entra allá cada día, ya verá cuan de mal
se me hace no le ver: que me holgué harto con su carta: mas porque creo el se hol-
gará de no tener ocasión de tornarme á escribir tan presto, no lo hago: y á él mi
doctor Manso diga otro tanto, porque es así, y siempre le dé mis encomiendas, y
— 613 —
me escriba de su salud, y al P. Maestro Marta lo mismo. Harta envidia les han acá
de tal confesor. Nota del Comentador: El Padre Maestro Marta que nombra con tal
elogio, es muy creible fuese algún padre Dominico del Convento de San Pablo de
Burgos. (Página 458, ib.)
Al P. Gracián, 1580, desde Toledo.
«Aquí está el P. Fr. Hernando del Castillo. Nota del Sr. La Fuente: Célebre his-
toriador del instituto dominicano, cuyo hábito vestía. (Pag. 137, ib.)
-A. r» lÉ: INT 3Z> I O E3 II
Cartas de Santa Cercsa á algunos IPIP. Dominicos.
Carta-relación al P. Pedro Ibáñez.
Jesús.
1. Paréceme ha más de un año escribí esto que aquí está; hame tenido Dios de
su mano en todo él, que no he andado peor; antes veo mucha mejoría en lo que
diré; sea alabado por todo.
2. Las visiones y revelaciones no han cesado, mas son más subidas mucho; hame
el Señor enseñado un modo de oración, que me hallo en él más aprovechada, y con
muy mayor desasimiento en las cosas de esta vida, y con más ánimo y libertad. Los
arrobamientos han crecido, porque á veces con un ímpetu y de suerte que sin po-
derme valer e.xteriormente se conoce, y aún estando en compañía, porque es de
manera que no se puede disimular, sino es con dar á entender (como soy enferma
del corazón) que es algún desmayo; aunque traigo gran cuidado de resistir al prin-
cipio, algunas veces no puedo.
3. En lo de la pobreza, me parece me ha hecho Dios mucha merced, porque aún lo
necesario no querría tener, sino fuese de limosna, y ansí deseo en extremo estar
donde no se coma de otra cosa. Paréceme á mí que estar adonde estoy cierta que
no me ha de faltar de comer y de vestir, que no se cuinple con tanta perfección el
voto, ni el consejo de Cristo, como adonde no hay renta, que alguna vez faltará, y
los bienes que con la verdadera pobreza se ganan parécenme muchos, y no los qui-
siera perder. Hallóme con una fe tan grande muchas veces en parecerme no puede
faltar Dios á quien le sirve, y no teniendo ninguua duda, que hay, ni ha de haber
ningún tiempo en que falten sus palabras, que no puedo persuadirme á otra cosa,
ni puedo temer, y ansí siento mucho cuando me aconsejan tenga renta, y tórneme
á Dios,
— 614 —
4. Paréceme Que tengo mucha más piedad de los pobres que solía; entiendo yo una
lástima grande, y deseo de remediarlos, que si mirase á mi voluntad, les daría lo
que traigo vestido. Ningún asco tengo de ellos, aunque los trate y llegue á las ma-
nos, y esto veo es don de Dios, que, aunque por amor de él hacía la limosna, piedad
natural no la tenía. Bien conocida mejoría siento en esto.
5. En cosas que dicen de mi murmuración (que son hartas, y en mi perjuicio y
harto) también me siento mejorada. No parece me hace casi más impresión que á
un bobo, y paréceme algunas veces que tienen razón, y casi siempre. Siéntolo tan
poco, que aun no me parece tengo que ofrecer á Dios, como tengo experiencia, que
gana mi alma mucho; antes me parece me hace bien. Y así ninguna enemistad me
queda con ellos en llegándome la primera vez á la oración; que luego que lo oigo,
un poco de contradicción me hace, no con inquietud ni alteración; antes como veo
algunas veces otras personas, me dan lástima; es ansí que entre mi me río, porque
parecen todos los agravios de tan poco tomo los de esta vida que no hay que sen-
tir, porque me figuro andar en un sueño, y veo que en despertar será todo nada.
6. Dame Dios más vivos deseos, más gana de soledad, muy mayor desasimiento,
como he dicho con visiones, que se me ha hecho entender lo que es todo, aunque
deje cuantos amigos, y amigas, y deudos, que esto es de lo menos, antes me cansan
mucho parientes; como sea por un tantico de servir á Dios, los dejo con toda liber-
tad y contento, y ansí en parte hallo paz.
7. Algunas cosas que en oración he sido aconsejada me han salido muy verdade-
ras. Ansí que de parte de hacerme Dios merced, hallóme muy más mejorada de ser-
virle, yo de mi parte harto más ruin; porque el regalo he tenido más que se ha
ofrecido, aunque hartas veces me dio harta pena. La penitencia poca; la honra que
me hacen mucha; bien contra mi voluntad muchas veces.
Aquí estaba una raya, y luego dice:
8. Esto que está aquí de mi letra ha nueve meses, poco más ó menos, que lo escri-
bí. Después acá no he. tornado atrás de las mercedes que Dios me ha hecho; me pa-
rece he recibido de nuevo á lo que entiendo mucha mayor libertad. Hasta ahora
parecíame habíame menester á otros, y temía más confianza en ayudas del mundo;
ahora entiendo claro ser todos unos palillos de romero seco, y que asiéndome á
ellos, no hay seguridad, que habiendo algún peso de contradicciones ó murmura-
ciones, se quiebran. Y ansi tengo experiencia que el verdadero remedio para no
caer, es asirnos á la cruz y confiar en el que en ella se puso. Hallóle amigo verda-
dero; hallóme con esto con un señorío que me parece podría resistir á todo el
immdo que fuese contra mí con no me faltar nada. •
9. Entiendo esta verdad tan clara; solía ser amiga de que me quisiesen bien; ya
no se me da nada, antes me parece en parte me cansa, salvo con los que trató mi
alma, ó yo pienso aprovechar, que los unos porque me sufren y los otros porque
— 615-
con más afición creen lo que les digo de la vanidad, que es todo, querría nic la tu-
viesen.
10. En muy grandes trabajos, y persecuciones, y contradicciones, que he tenido
otros meses, hame dado Dios gran ánimo, y cuando mayores, mayor, sin cansarme
en padecer. Y con las personas que decían mal de mí, no sólo no estaba mal con
ellas, sino que me parece las cobraba amor de nuevo; no sé cómo era ésto, bien
dado de la mano del Señor.
11. De mi natural suelo, cuando deseo una cosa, ser impetuosa en desearla;
ahora van mis deseos con tanta quietud, que, cuando los veo cumplidos, aun no en-
tiendo si me huelgo. Qué pesar y placer si no es en cosas de oración, todo va tem-
plado, que parezco boba, y como tal ando algunos días.
12. Los ímpetus que me dan algunas veces, y han dado de hacer penitencias, son
grandes; si alguna hago, siéntola tan poco con aquel gran deseo, que alguna vez me
parece, y casi siempre, que es regalo particular, aunque hago poca por ser muy en-
ferma.
13. Es grandísima pena para mi muchas veces, y aun ahora más excesiva, el haber
de comer, en especial si estoy en oración: debe de ser grande, porque me hace llorar
mucho, y decir palabras de aflición, casi sin sentirme; lo que yo no suelo hacer por
grandísimos trabajos que he tenido en esta vida, no me acuerdo haberlas dicho, que
no soy nada mujer en estas cosas, que tengo recio corazón.
14. Deseo grandísimo, más que suelo, siento en mi que tenga Dios personas que
con todo desasimiento le sirvan, y que en nada de lo de acá se detengan, como veo
es todo burla, en especial letrados, que como veo las grandes necesidades de la
Iglesia (que estas me afligen tanto, parece cosa de burla tener por otra cosa pena)
y ansí no hago sino encomendarlos á Dios: porque veo yo haría más provecho una
persona del todo perfecta, con hervor verdadero de amor de Dios, que muchas con
tibieza
15. En cosas de la fe me hallo á mi parecer, con muy mayor fortaleza. Páreceme á
mí que contra todos los Luteranos me pondría yo á hacerles entender su yerro.
Siento mucho la perdición de tantas almas. Veo muchas aprovechadas, que conozco
que por su bondad, va en crecimiento mi alma en amarle cada día más.
16. Parcceme, que aunque con estuJio quisiese tener vanagloria, que no podría,
ni veo cómo pudiese pensar que ninguna de estas virtudes es mía; porque ha poco
que me vi sin ninguna muchos años, y ahora de mi parte no hago más de recibir
mercedes sin servir, sino como la cosa más sin provecho del mundo. Y es ansí que
considero algunas veces, como todos aprovechan, si no yo, que para mí ninguna
cosa valgo. Esto no es cierto humildad, sino verdad: y conocerme tan sin provecho
me trae con temores algunas veces de pensar no ser engañada. Ansí que veo claro
q ic 'Je estas revelaciones, y arrobamientos (que yo ninguna parte soy, ni hago para
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ellos; más que una tabla) me vienen estas ganancias. Esto me hace asegurar, y traer
más sosiego, y póngome en los brazos de Dios, y fio de mis deseos, que estos cierto
entiendo son morir por él, y perder todo el descanso, y venga lo que viniere.
17. Vienen días en que me acuerdo infinitas veces de lo que dice San Pablo, aun-
que á buen seguro que no sea ansí en mí. Que ni parece vivo yo, ni hablo, ni tengo
querer, sino que está en mí quien me gobierna y da fuerza, y ando como casi fuera
de mí; y ansi me es grandísima pena la vida. Y la mayor cosa que yo ofrezco á
Dios por gran servicio es cómo siéndome tan penoso estar apartada de él, por su
amor, quiero vivir. Esto querría yo fuese en grandes trabajos y persecuciones; ya
que no soy para aprovechar, querría ser para sufrir, y cuantos hay en el mundo pa-
saría por un tantico de más mérito, digo, en cumplir más su voluntad.
18. Ninguna cosa he entendido en la oración, aunque sea de hartos años antes
que no la haya visto cumplida. Son tantas las que veo, y lo que entiendo de las
grandezas de Dios, y cómo las ha guiado, que casi ninguna vez comienzo á pensar
en ello, que no me falte e! entendimiento (como quien ve cosas que va muy ade-
lante de lo que puede entender^ y quedo en recogimiento.
19. Guárdame tanto Dios en ofenderle, que cierto algunas veces me espanto
que me parece veo el gran cuidado que trae de mí, sin poner yo en ello casi nada,
siendo un piélago de pecados y de maldades antes de estas cosas, y parecerme era
señora de mí para dejarlas de hacer. Y para lo que yo querría se supiesen es para
que se entienda el gran poder de Dios. Sea alabado por siempre jamás. Amén.
Luego prosigue poniendo primero Jesús, como lo hacía siempre que escribía, de
esta manera:
Jesús.
20. Esta relación, que no es de mi letra, que va al principio, es la que di yo á
mi confesor, y él, sin quitar ni poner cosa, la sacó de la suya. Era muy espiritual, y
teólogo con quien trataba todas las cosas de mi alma, y él las trató con otros le-
trados, y entre ellos fué el P. Mancio; ninguna han hallado que no sea muy confor-
me á la Sagrada Escritura. Esto me hace estar ya muy sosegada, aunque entiendo
he menester (mientras Dios me llevare por este camino) no fiar de mí en nada; y
ansí lo he hecho siempre, aunque lo sienta mucho. Mire V. m. que todo esto va de-
bajo de confesión, como lo supliqué á V. m.
Indigna sierva y subdita de V. m.,
Teresa de Jesús.
Sobre esta relación escribe el P. Antonio de San José:
Dudan los sagrados expositores á quien se escribió aquella doctrinal y útilísima
relación de los hechos de los Apóstoles. Pues aunque San Lucas la dirige á Teófi-
lo, aún andan en opiniones sobre cuál ó quién fuese éste condecorado sujeto; y
— 617-
si en las escrituras canónicas y divinas intervienen estas dudas, no es mucho las
hallemos en las celestiales de Santa Teresa.
-< Escribió la Santa esta segunda relación de su misnia letra, que se conserva ori-
ginal con la antecedente en la villa de Bejar. Imprimiéronla el llustrísimo Yepes, y
el F. Ribera en las Vidas que escribieron de nuestra Santa. No dicen á quién se es-
cribió, dejando lugar á la duda, y opinión; pero hacemos juicio que fué á su confe-
sor el P. Fr. Pedro Ibáñez, por lo que dice la Santa al número veinte, que el Con-
fesor á quien dio esta relación, juntamente con la pasada, la comunicó con el Padre
Maestro Mancio, que fué Catedrático de Prima en la Universidad de Salamanca. Y
es cierto que por medio del Presentado Fr, Pedro Ibáñez, comunicó la Santa su
oración y su vida con el Maestro Mancio, como lo dice el Sr. Obispo de Tarazona
en el Prólogo al libro de su Vida: por lo cual nos persuadimos, que si bien la Santa
escribió su primera relación para el glorioso Padre San Pedro de Alcántara, des-
pués se las entregó ambas al Padre Presentado Fr. Pedro Ibáñez, que en aquel
tiempo era su Confesor; y asi se concuerda tal cual oposición, que á la primera
vista se representa á los versados en nuestras historias sobre el sujeto, ó sujetos
á quienes se dirigieron las dos.
Escribióse ésta un año después de la pasada, entrado ya el de 1562, como lo
afirma nuestro historiador. (Tomo II, carta 12, Edición de 1793.)
¡I
Carta al Reuerendo P. lYI. Fr. García de Toledo.
Jesús.
1. El Espíritu Santo sea siempre con V. m. Amén. No sería malo encarecer á
V. m. este servicio, por obligarle á tener mucho cuidado de encomendarme á Dios,
que según lo que he pasado de verme escrita, y traer á la memoria tantas miserias
mías, bien podía, aunque con verdad puedo decir que he sentido más en escribir las
mercedes que nuestro Señor me ha hecho, que las ofensas que yo á su Majestad.
2. Yo he hecho lo que V. m. mandó en alargarme, á condición, que V. m. haga lo
que me prometió, en romper lo que mal le pareciere. No había acabado de leerlo
después de escrito, cuando V. m. envía por él. Puede ser vayan algunas cosas mal
declaradas, y otras puestas dos veces; porque ha sido tan poco el tiempo que he
tenido, que no podía tornar á ver lo que escribía.
3. Suplico á V. m. lo enmiende, y mande trasladar, si se ha de llevar al padre
Maestro Avila: porque podría conocer alguno la letra. Yo deseo harto se dé orden
cómo lo vea; pues con ese intento lo comencé á escribir; porque como á él le pa-
rezca voy por buen camino, quedaré muy consolada, que no me queda más para
hacer lo que es en mi.
— 618-
4. En todo haga V. m. como le pareciere: y vea está obligado á quien ansí le fía
su alma. La de V. m. encomendaré yo toda mi vida al Señor: por eso, dése priesa á
servir á su Majestad, para hacerme á mí merced; pues verá V. m. por lo que aquí
va, cuan bien se emplea en darse todo (como V. m. lo ha comenzado) á quien tan
sin tasa se nos da. Sea bendito por siempre, que yo espero en su misericordia nos
veremos á donde más claramente V. m. y yo veamos las grandes que ha hecho con
nosotros, y para siempre le alabemos.
Indigna sierva, y subdita de V. m.
Teresa de Jesús. (Tomo 1, carta 15, edición de 1793)
III
fll R. P. lYl. Fr. Domingo Báñez.
Jesús.
1. La gracia del Espíritu Santo sea con V. m. y con mi alma. No hay que espan-
tarse de cosa que se haga por amor de Dios, pues puede tanto el de Fr. Domingo,
que lo que le parece bien, me parece, y lo que quiere, quiero; y no sé en qué ha de
parar este encantamiento.
2. La su Parda nos ha contentado. Ella está tan fuera de sí de contento, después
que entró, que nos hace alabar á Dios. Creo que no he de tener corazón para que
sea Frayla, viendo lo que V. m. ha puesto en su remedio; y ansí estoy determinada
á que la muestren á leer, y conforme á cómo le fuere, haremos.
3 Bien ha entendido mi espíritu al suyo, aunque no la he hablado; y Monja ha
habido, que no se puede valer, desde que entró, de la mucha oración que le ha
causado: Crea, Padre mío, que es un deleite para mi cada vez que tomo alguna, que
no trae nada, sino que se toma sólo por Dios; y ver con que, y lo habían de dejar
por no poder más: veo que me hace Dios particular merced, en que sea yo medio
para su remedio. Si pluguiese fuesen todas ansí me sería gran alegría; mas ninguna
me acuerdo contentarme que la haya dejado por no tener.
4. Hame sido particular contento ver cóm) le hace Dios á V. M. tan grandes
mercedes que le emplee en semejantes obras, y ver venir á ésta. Hecho está padre
de los que poco pueden; y la caridad que el Señor le da para esto me tiene tan
alegre que en cualquier cosa haré por ayudarle en semejantes obras si puedo. Pues
el llanto de la que traía consigo, que no pensé que acabara. ¿No sé para qué me la
envió acá?
5. Ya el padre visitador (P. Pedro Fernández) ha dado licencia, y es principio
para dar más con el favor de Dios, y quizá podré tomar ese lloraduelos, si á
V. m. le contenta, que para Segovia demasiado tengo.
— 619 —
6. Buen padre ha tenido la Parda en V, ni. Dice que aún no cree que está acá.
Es para alabar á Dios su contento. Yo le he alabado de ver acá su sobrinito de V. ni.
que venía con doña Beatriz, y me holgué harto de verle. ¿Por qué no me lo dijo?
7. También me hace al caso haber estado esta hermana con aquella amiga santa.
Su hermana me escribe y envía á ofrecer mucho. Yo le digo que me ha enternecido.
Harto más me parece la quiero que cuando era viva. Ya sabrá que tuvo un voto para
prior en San Esteban; todos los demás el prior; que me ha hecho devoción verlos tan
conformes.
8. Ayer estuve con un padre de su Orden que llaman Fr. .Melchor Cano. Yo dije
que á haber muchas espíritus como el suyo en la Orden, que pueden hacer los mo-
nasterios de contemplativos
9. A Avila he escrito para que los que le quieran hacer no se entibien, si acá no
hay recaudo, que deseo mucho se comience. ¿Por qué no me dice lo que ha hecho?
Dios le haga tan santo como deseo. Gana tengo de hablarle algún día en esos mie-
dos que trae, que no hace sino perder tiempo, y de poco humilde no me quiere
creer. Mejor lo hace el P. Fr. Melchor, que digo que de una vez que le hablé en
Avila dice le hizo provecho, y que no le parece hay hora, que no me trae delante.
¡Oh qué espíritu y alma tiene Dios allí! En gran manera me ha consolado. No parece
que tengo más que hacer que contarle espíritus ajenos. Quede con Dios, y pídale que
me le dé á mí para no salir en cosa de su voluntad. Es domingo en la noche.
De V. m. hija y sierva,
Teresa de Jesús.
Sobre esta carta escribe el V. Sr. Palafox:
1. 'De esta carta y de otra se halla sobrescrito, y dice: Al reverendísimo ser'ior y pa-
dre mío, el M. Fr. Domingo Báñez, mi señor, que dice bien el amor y veneración que
la Santa tenía á este religiosísimo padre.
Fué este gran Maestro é insigne varón Catedrático de Teología de Salamanca;
y sus escritos dicen la profundidad de sus letras, y su opinión, y la carta de la
Santa, la de su espíritu y santidad.
«2. Este grave Religioso fué el primero que defendió en Avila, en oposición de
todos los Religioso? y seglares de aquella ciudad, la primera casa de Descalzas,
que en el Convento de San José; que fundó la Santa; y con una docta plática, que
trae la Crónica, contuvo él sólo la resolución de echar por el suelo el Convento,
por no haberse hecho con el consentimiento de toda la ciudad.
«Aquí se conoce que esta Santa Reforma se debe en gran parte, sino en todo, en
sus santos principios, á la Ilustre Religión de Santo Domingo, que con aquel espí-
ritu sob2rano, que la comunica Dios, conoció desde luego, cuan crecido fruto se
esperaba á la iglesia, de que este árbol creciese, y se lograse, y no lo cortase por
el tronco impróvidamente la segur de la contradicción
«3. Este mismo Padre, siendo su confesor, ordenó á la Santa que escribiese el
- 620 —
tratado admirable del Camino de Perfección; y á él le debemos aquella enseñanza
del cielo, en la cual no solo se lee, sino que se ve, y se recibe, y aprende la perfec-
ción del tratado sólo con leer el tratado de la perfección.
«4. Santa Teresa fué tan devota de esta Religión doctísima, que decía con harta
gracia, hablando de sí: Yo soy la Dominica in Passione, para decir que era Dominica
éhija de esta Orden de todo su corazón, y con pasión grandísima: equivoco muy
propio de su agudeza y gracia.
«Y no me admiro, porque ¿quién no ha de amar, y ser, no sólo la Dominica in Pa-
ssione, sino todas las Dominicas del año venerando su Religión, que es muralla
firmísima y maestra universal de la fe; fiscal constante en defensa de las católicas
verdades contra los herejes, luz de la Teología Escolástica y Dogmática; fuente
de toda buena ciencia Moral, que desnuda, santa y desasida de todo humano inte-
rés, comunica repetidos rayos de enseñanza y doctrina á las almas? Yo confieso que
abstrayendo que Santo Domingo aquel apóstol de España, y fué Prebendado de la
Santa Iglesia de Osma, que estoy indignamente sirviendo, sólo por lo que le parecen
sus hijos al Santo, deben ser amados, imitados y reverenciados.
«5. Esta carta está llena de laconismos y concisiones y una maravillosa brevedad
de estilo. Parece que la escribió la Santa estando en Segovia, y en ocasión, que
recibió sin dote á una monja, por intercesión del P. M. Báñez: y á esa llama su Par-
da, ó por que lo era en el color del rostro, ó en el vestido, ó en el apellido.
«6. En el número primero parece que insinúa, que por su parecer hacía algún ejer-
cicio interior, al cual él rindió su obediencia: y hacerle cargo, de que hace por él lo
que hace por Dios, y que parece cosa de encanto hallarse tan rendido en todo á su
parecer. Con que como Santa se humilla, conociendo su propia voluntad; y como al
espiritual Maestro le pide el remedio, manifestando su resignación.
-7. En el número segundo dice: Que le ha contentado la novicia, y que no quiere
quesea Lega (que eso quiere decir Frayla), y que está contenta con el hábito, y
con el convento. Y bien cierto es que profesará, la que estando contenta tiene tam-
bién contenta á tan santa Prelada.
'8. En el número tercero pondera el gozo grande, que es remediar una alma, y
cuan poco se ha de reparar en dinero, para que logre el precio inestimable de la
rcídención. Y así había de ser siempre, pero no siempre puede ser lo que siempre
había de ser.
«9. En el número 4." pondera lo que se alegra la Santa de que este espiritual y
docto padre haga estas obras tan buenas, y se ló agradece y estima. Y cuando él
ha de agradecer á la Santa el que ella la reciba sin dote le agradece ella á él el
que se la traiga sin dote. Explicando de esta manera esta gran maestra de espíritu
y de fundaciones cuánto más importan las virtudes que no los dineros en los mo-
nasterios.
— 621 —
«10. Al fin habla de la que acompañó á la novicia que no acaba de llorar, y según
muestra con harta gracia en el número 5.", no lloraba la compañera porque se le
quedaba acá fuera; pues después dice la Santa que verá si puede recibir á aquella
Lloraduelos.
«Lo que habla en el número 7." de la elección de San Esteban de Salamanca, con-
vento gravísimo y espiritualisimo, no se entiende fácilmente, ni importa mucho el
entenderlo.
«11. En el número 8.'^ habla del R. P. M. Fr. Melchor Cano, y no fué el ilustrísi-
mo y doctísimo Obispo de Canarias de esta Sagrada Religión y de este mismo nom-
bre, sino otro del mismo nombre, sobrino suyo, varón espiritual, y de los más
¡lustres en santidad, que en aquellos tiempos tuvo su sagrada Orden, de quien hacen
mención sus crónicas en el tomo IV, libro IV., cap. 31, á donde remitimos al lector.-
(Tomo 1, carta 16, edición de 1793.)
El Sr. La Fuente añade como comentario á esta carta lo siguiente sobre la re-
ligiosa recomendada del P. Báñez: «Era ésta una monja que admitió sin dote por
recomendación del P. Báñez. Quizá fuera alguna paisana de las que llaman culipar-
das, como á las de la tierra de Salamanca llaman charras.-
El mismo señor, sobre el V. Melchor Cano, añade: < Murió en opinión de santi-
dad, y está entablada la causa de su beatificación. Entre los manuscritos de la Uni-
versidad de Salamanca se conservan papeles curiosos relativos á él.» (Edición
de 1881, tomo IV.)
IV
Carta segunda al JYI. R. P. lYI. Fr. Domingo Báñez.
Jesús.
1. La gracia del Espíritu Santo sea con V. m. y mi alma. No sé cómo no le han
dado una carta bien larga que escribí estando no buena, y envié por la vía de Me-
dina, adonde decía de mi mal y de mi bien. Ahora también quisiera alargarme, mas
he de escribir muchas cartas, y siento un poco de frío, que es día de cuartana. Ha-
bíanme faltado, ó medio faltado, dos; mas como no me torna el dolor que solía, es
todo nada.
2. Alabo á nuestro Señor de las nuevas que oigo de sus sermones, y he harta en-
vidia; y ahora como es prelado de esa casa, dame gran gana de estar en ella. ¿Mas
cuándo lo dejo de ser mío? Con que veo esto me parece que me diera nuevo con-
tento; mas como no merezco sino cruz, alabo á quien me la da siempre.
3. En gusto me han caído esas cartas del padre visitador (P. Pedro) con mi pa-
dre Báñez, que no sólo es santo aquel su amigo, mas sábelo mostrar; y cu?ndo sus
palabras no contradicen las obras, hácelo muy cuerdamente. Y aunque es verdad
lo que dice, no la dejara de admitir, porque de señores á señores va mucho.
— 622-
4. La monja de la Princesa de Eboli era de llorar; la de ese ángel puede hacer
gran provecho á otras almas, y mientras más ruido hubiera, más; yo no hallo incon-
veniente. Todo el mal que puede suceder es salir de ahí, y en eso habrá el Señor
hecho (como digo) otros bienes, y por ventura movido alguna alma que quizá se
condenara sino hubiera ese medio. Grandes son los juicios de Dios, y quien tan de
veras le quiere estando en el peligro que toda esta gente ilustre está, no hay para
qué le negar nosotras, ni dejar de ponernos en algún trabajo de desasosiego, á
trueco de tan gran bien. Medios humanos y cumplir con el mundo me parece dete-
nerla y darla más tormento; que en treinta días está claro que aunque se arrepin-
tiese no lo ha de decir; mas si con eso se han de aplacar y justificar su causa bien,
y con V. m. detenerla (aunque, como digo, todos serán días de tentación.) Dios
sea con ella, que no es posible, sino que pues deja mucho le ha de dar Dios mucho,
pues se lo da á las que no dejamos nada. Harto me consuela que esté V. m. ahí
para lo que toca al consuelo de la priora, y para que en todo acierte. Bendito sea
El que todo lo ha ordenado ansí. Yo espero en Su Majestad que se hará todo bien.
5. Las de Pastrana, aunque se ha ido á su casa la Princesa, están como cauti-
vas, cosa que fué ahora el prior de Atocha allá, y no las osó ver. Ya está también
mal con los frailes; no hallo por qué se ha de sufrir aquella servidumbre.
Con el P. Medina me va bien; creo si le hablase mucho se allanaría presto. Está
tan ocupado que casi no le veo Decíame doña María Cosneza que no le quisiese
como á Vm Doña Beatriz está buena; el viernes pasado ofreciéndoseme mucho
que hará, mas ya yo no he menester que haga nada, gloria á Dios. Díjome los re-
galos que V. m. le ha hecho. Mucho sufre el amor de Dios, que si fuera algo que no lo
fuera, ya fuera acabado. No me parece sino que la dificultad que vuestra merced
tiene en ser largo tengo yo en serlo. Con todo me hace mucha merced, porque no
me entristezca cuando miro el pliego y no veo letra suya. Dios le guarde; no pare-
ce que va esta carta de tener Plegué á Dios que allá no se temple con el de
vuestra merced.
De vuestra merced sierva é hija,
Teresa de Jesús.
Comentando esta carta, escribe el P. Antonio de S. José:
Esta carta es para aquel insigne Dominico, que fué la firme columna que man-
tuvo el primer Convento de nuestra Reforma, cuando los furiosos vientos de la con-
tradicción lo querían echar por tierra. Este fué el P. M. Fr. Domingo Báñez, con-
fesor tan amado de la Santa, como lo declara el cariño con que le trata en la carta
16 del primer tomo, y lo indican las expresiones del número segundo de esta. Esta
escribióse al parecer, el año 1574 en Salamanca, estando la Santa de partida para la
fundación de Segíjvia, y el padre Maestro en Valladolid, donde de Lector de San
Gregorio pasó por este tiempo á ser Regente de aquel insigne Colegio.
- 623 —
En el m'iinero segundo dice: Que alaba al Señor por las nuevas que oye de sus
Sermones, y que tiene harta envidia. Yo sé que esa envidia no era pesar del bien
ageno, sino un santo deseo de oir la palabra de Dios. Era muy de Dios la Santa, y
así oia con gusto sus palabras. Qui ex Deo est verba Dei audit. Era sin duda tan emi-
nente en el pulpito como en la cátedra el P. M. Serian sus sermones como los de-
seaba Santa Teresa, y como debían ser todos propios de \\\\ predicador apostólico,
predicando más al alma que al oido; más al provecho, que al gusto; más en espíritu
y virtud, como lo decía y hacía el Apóstol, que en humana sabiduría floreaba eru-
dicicMi. Así gustaba la Santa de oir sus sermones, como tan deseosa de oir pura,
grave, y no afectada la palabra de Dios.
'Prosigue en este número, y le dice: «Ahora como es Prelado de esa casa, dame
gran gana de estar en ella; ¿mas cuándo lo dejó de ser mió? ¡Miren qué humor, y
qué amor de Santa! Cierto que pegaba amor á todos para endulzar con el suave le-
nitivo del amor al Prelado y á los subditos: al Prelado la pesada carga de la prela-
cia á los subditos el yugo de la obediencia; porque es gran consuelo para un Prelado
tener tal subdito, y para los subditos tener tal Prelado, cuyo magisterio y dirección
deseaba una Santa Teresa, con que deja á todos gustosos y consolados.
• En el número te- cero elogia al P. Visitador, que era como antes puedo dicho, el
P. Pedro Fernández, otro célebre Dominico. La Dominica in passione empieza y no
acaba en las alabanzas de los hijos de su devoto, el gran Patriarca Santo Domingo.
Habla la Santa en el número cuarto de la célebre Doña Casilda de Padilla, de
quien con tanta e.xtensión se ocupa en el Libro de las Fundaciones al hacer la his-
toria de la fundación del Convento de Valladolid; y el Comentador añade sobre ese
numere cuarto: "En fin, hubo de salir á violencia de una Provisi'in Real; y deseando
sus deudos de tenerla fuera por espacio de treinta días, llamaron al P. M. Báñez,
para que cooperase á su intento, y escribiese á la Santa tuviese á bien la detención
para explorar mejor su voluntad, en lo cual, según parece, convino el P. Maestro, y
escribió á la Santa, que lo tuviese á bien. Condescendió la Santa con su nativa do-
cilidad para que se aquietasen los deudos, y se justificase más la causa de Dios. >
«El mismo Comentador nos dice en otra parte, que después de tantas contradic-
ciones, hizo su profesión el 13 de Enero de 1577; pero como aun no tenía la edad
conveniente, fué necesario obtener en Roma la dispensa para ello, y á esta dispensa
se refiere la Santa en la carta 20 al P. Gracián, tomo II cuando escribe: «Hoy me
han traído esas de Valladolid: dícenme, que ha venido de Roma para que haga pro-
fesión Casilda, y que está alegrísima:... y á continuación dice así: "Ya dirán á V. P. ó
se lo dirían á quien dio la relación, que el uno fué Fr. Domingo, aunque si tengo lu-
gar leeré las cartas, porque sino viene lo que en la mía la enviaré á V. P.>^ Alude la
Santa en estas palabras á que el P. Domingo Báñez había escrito á Roma y obte-
nido la dispensa de la edad. (Tomo II carta 14, Edici<3n de 17Ü3.)
624
Carta tercera, al mismo P. JYl. Fr. Domingo Báñez.— Sobre sus padecimientos
interiores.
«Jesús. Yo le digo, mi Padre, que ya mis holguras á mi parecer no son de este
reino, porque lo que tengo no lo quiero; que es el mal que lo que solía holgarme con
los confesores, ya no es: ha de ser más que confesor; menos que sea como alma, no
hinche su deseo. Por cierto que me ha aliviado escribir esta: déle Dios á vuestra
merced siempre en amarle.
Diga á esa su poca cosa, que está muy puesta en sí las hermanas darán voto ó
no, que es tomar mucha mano y tener poca humildad; que lo que á vuestra merced
y á los que miramos el bien de esa casa, nos parece bien una monja, que más nos vá
que á ellas. Es menester cosas semejantes dárselas á entender. De que vea á la se-
ñora Doña María encomiéndemela mucho, que lo ha que no la escribo: harto es
estar mejor con tan grandes hielos. Creo son tres de Diciembre, y yo hija y sierva
de vuestra mer ced.~ 7 eresa de Jesús.
Añade el P. Antonio de San José:
«Esta carta se escribió á 3 de Diciembre, sin que podamos afirmar si es carta
entera ó parte de ella: Hállase un ejemplar antiguo suyo en el cuaderno de cartas
originales de la Santa, que veneran sus hijas de Sevilla. No es averiguable el año
sólo se colige estaba el P. M. Báñez para quien es, en Valladolid, y que María Bau-
tista temía que la volviesen á reelegir Priora.
«En el número primero está tan concisa y enfática, como anagógica y espiri-
tual; creo que se necesita no sólo delgadeza de entendimiento sino sutileza de
espíritu para su inteligencia. Entendíanse aquellos dos grandes talentos de Santa
Teresa y Báñez con claridad sus conceptos; los que carecemos de su luz nos con-
tentaremos con venerar su espíritu, y aquel lenguaje familiar, con que se regalaban,
como se ve en las cartas de los tomos pasados para este insigne Maestro, brillante
astro del cielo Dominicano. (Tomo IV, carta 17. Edición de 1793.)
VI
Carta cuarta, fll lYl. R. P. Fr. Domingo Báñez de! Orden de Santo Domingo,
maniíestándole sus deseos de uerle y consultarle.
"Jesús. Sea con vuestra merced el Espíritu Santo, mi Padre. Una carta de Vuestra
merced recibí: y con ella la merced y caridad que siempre; adonde me la hace Vues-
tra merced tanta, que no sé que me decir, sino suplicar á Dios lo pague, con las
demás. En lo que toca á la venida aquí de Vuestra merced, yo le digo, que me dio
I
-625-
tanta pena verle ir con quien le daba tanta pesadumbre, y la poca salud que aquí
tuvo, que á no tener yo mucha necesidad, por hacerme merced, yo no le suplicara
tenga vacaciones tan á su costa: yo ahora no tengo ninguna, gloria á Dios, y ocu-
paciones y trabajos nunca faltan, para no me dejar tomar el consuelo que querría;
y ansí antes suplico a vuestra merced no venga, sino que mire á donde podrá tener
más contento, y ahí vaya, que harto le ha menester quien trabaja todo el año; y si
el Padre Visitador acierta á venir, estando vuestra merced acá, podréle gozar poco.
Crea, mi padre, que tengo entendido que no quiere el Señor tenga en esa vida
sino cruz y más cruz, y lo que peor es, que á todos los que me le desean dar les
cabe parte, que veo me quiere dar el tormento por esta vía; sea por todo bendito.
Harto siento el desmán del P. Padilla, porque le tengo por siervo de Dios: ple-
ga á Él muestre la verdad, que quien tiene tantos enemigos tiene harto trabajo, y
todos andamos en esa aventura: más poco es perder la vida y la honra por amor de
tan buen Señor: vuestra merced nos encomiende siempre á Él, que yo le digo, que
anda todo bien arrebujado: yo razonable de salud; aunque el brazo se está tan ruin
que no me puedo vestir, va mejorando, y yo querría irlo en amar á Dios. Su Ma-
jestad guarde á vuestra merced, y le dé toda la santidad, que yo le suplico, amen.
Son hoy 23 de Julio.
Indigna sierva y verdadera hija de vuestra merced.— Teresa de Jesús.
Estas sus siervaS de vuestra m.erced todas se le encomiendan muy mucho: á la
priora no consienta vuestra merced dejar de comer carne, y que mire su salud.
Comentando esta carta, escribe el V. Palafox:
1. El original de esta carta conserva como un gran tesoro en la ciudad de
Orduña, capital del Señorío de Vizcaya, Don Bernardo Cristóbal Jiménez Bretón,
Cura y Beneficiado de las Parroquias unidas de aquella ilustre República.
«2. Escribióse en Avila año de 1578 á 28 de Julio. Consta esta Cronología de lo
que dice la Santa de su brazo, que le quebró el enemigo por las Navidades el año
antecedente de 77 como también de ver los negocios arrebujados, como expresa;
esto es, en la confusión y balance que padecieron en aquel triste tiempo, y la pri-
sión del Sr. Padilla, pues aquellos dos años de 77 y 78 fueron los más trabajosos
para la Reforma y sus devotos.
«En el número primero se ve, que este gran Padre había escrito á la Santa, ha-
ciéndola tal merced, que no acierta á ponderarla su gratitud. Fué muy agradecida la
Santa, en particular á los Dominicos, y más al P. Báñez, como consta de varias car-
tas que le escribió con tanto cariño y amor. No se acaba de entender, si la merced
que ahora la quería hacer, era venir á verla y consolarla aquel verano en sus tra-
bajos, empleando en este acto de caridad las vacaciones de la Cátedra de Durando
que ya estaba regentando en Salamanca.
• Ello es cierto, que también la ofrecía ese favor, el que estimó, y no admitió la
4ÍJ
— 626-
atención la Santa por muchas razones. La primera, porque tendría el trabajo de
vivir en aquel tiempo con quien no confrontaba. No faltaba al P. Báñez quien le
diese que merecer, con ser un Catedrático, un Maestro en la Iglesia, un oráculo de
Teología de aquel siglo y de los venideros. Pero no sería grande aquel Doctor, ni
lo serán los demás, sino experimentasen tales pruebas, que es la sabiduría oro acen-
drado, así como la santidad, y es necesario que se refine en el contraste de la opo-
sición.
«El segundo motivo que insinúa la discreción de la Santa es la poca salud que
gozaba Báñez en Avila.
«La cuarta razón que le presenta contra su venida, es que concurriría también
el Padre Visitador, y se embarazarían ambos para gozar de su conversación. Este
Visitador pudo ser el P. Gracián, que hasta el mes siguiente, en que Sega le inhi-
bió, aun continuaba su comisión por orden del Rey. O era el P. Fr. Pedro Fernán-
dez, á quien por haberlo sido, pudo llamarle Visitador. Cualquiera que fuese, es
muy prudente la prevención de la Santa en avisar á Báñez de la concurrencia.
«En la posdata á las Religiosas de Avila, que debiendo todo el ser á Báñez no
es mucho se protestasen sus siervas: La Priora que menciona sería la actual de Sa-
lamanca la M. Ana de la Encarnación, prima hermana de la Santa, y tan fervorosa,
que necesitaba para mirar por sí, el que la Santa mirase por ella. El estar á la vo-
luntad del P. Báñez, significa, que los Prelados le fiaron la dirección de aquellas re-
ligiosas algunos años, y la ejerció con el acierto digno de sus letras y virtud. (To-
mo 1, Carta 73. Edición 1793.)»
VI!
Carta al R. P. M. Fr. Luis de Granada de la Orden de Sanio Domingo.
1. "Jesús. La gracia del Espíritu Santo sea siempre con V. Paternidad. Amen, de
las muchas personas que aman en el Señor á V. Paternidad, por haber escrito tan
santa y provechosa doctrina, y dan gracias á su Majestad, por haberle dado á Vues-
tra Paternidad para tan grande y universal bien de las almas, soy yo una. Y en-
tiendo de mí, que por ningún trabajo hubiera dejado de ver á quien tanto me con-
suela oír sus palabras, si se sufriera conforme á mi estado de mujer. Porque sin
esta causa, la he tenido de buscar personas semejantes, para asegurar los temores,
en que mi alma ha vivido algunos años: y ya que esto no he merecido, heme conso-
lado de que el Sr. D. Teutonio me ha mandado escribir esta; á lo que yo no hubie-
ra atrevimiento. Mas fiada en la obediencia, espero en nuestro Señor me ha de
aprovechar, para que V. Paternidad se acuerde alguna vez de encomendarme á
nuestro Señor: que tengo de ello gran necesidad, por andar con poco caudal, puesta
-627-
en los ojos del mundo, sin tener ninguno para hacer de verdad algo de lo que ima-
ginan de mí.
2. «Entender V. Paternidad esto, bastaría á hacerme merced, y limosna; pues
también entiende lo que hay en él, y el gran trabajo que es, para quien ha vivido
una vida harto ruin. Con serlo tanto, me he atrevido muchas veces á pedir á nues-
tro Señor la vida de V. Paternidad sea muy larga. Plegué á su Majestad me haga
esta merced, y vaya V. Paternidad creciendo en Santidad y amor suyo. Amen.
Indigna sierva, y subdita de V. Paternidad.
Teresa de Jesús. Carmelita.»
«El Sr. D. Tcutonio, creo es de los engañados en lo que me toca. Dícemc quiere
mucho á V. Paternidad. En pago de esto; está V. Paternidad obligado á visitar á su
Señoría, no se crea tan sin causa.
El V. Palafox la comenta de este modo:
«1. Esta carta es para el V. P. M. Fr. Luis de Granada, honra de la Religión Sa-
grada de Santo Domingo, y gloria de España,'y aun de la universal Iglesia, que tanto
puede alegrarse con un tan ilustre hijo.
«2. Su vida, escribió la espiritual y discreta pluma del Lie. Luis Muñoz, mi grande
amigo. Ministro en el Consejo de Hacienda, y de excelente juicio y espíritu; y así
aquí sería superfluo hablar de este venerable varón, justamente venerado, y reve-
renciado en todos los siglos. Sus obras dicen sus virtudes: y las almas que ha lle-
vado á Dios, la fuerza eficaz que le comunicó la divina gracia á aquella elocuen-
tísima pluma. De su alma se dice, que se apareció á una persona de señalada vir-
tud, con una capa de gloria, sembrada de inumerables estrellas; y que le dieron á
entender, que eran aquellas las almas que había llevado á la gloria con sus santos
escritos.
A este espiritual varón escribe Santa Teresa, porque siempre se buscan los
buenos y lo han menester, para defenderse de los que siempre se buscan y los per-
siguen los malos.
"3. En el número primero dice lo que deseara verle: y no me admiro, ¿pues quién
no deseará ver la persona, y oir en lo hablado á quien alegra el leerle el alma en lo
escrito? Pues no hay quien no desee oír al que consuela, y aprovecha al leer. Y si
hacían grandes jornadas los oradores para oir á los que leían, ¿cuánto más los
grandes Santos para oir de sus labios lo que tanto mueve por sus escritos? Siendo
así, que en el orador hallaban una lengua elocuente, pero una vida las más veces
relajada; mas en el santo orador hallan lo santo y lo orado.
.4. Esta diferencia hay de los Santos y Santas que son entendidos, á los que
aunque sean santos para sí, no se explican para otros; porque á los que escriben, y
hablan con espíritu y discreción, y tienen opinión de Santos se puede buscar por
oírlos y verlos: á los que no tienen sino al obrar la opinión, solo por verlos
— 628-
mas no para oírlos: y así á Santa Teresa, si ahora viviera, yo la fuera á ver muy de
lejos porque cuando no la hallara Santa, la hallaba entendida, y me podía aconsejar
lo mejor; pero á otra que no tuviera su entendimiento, y gracia si no la hallara
santa, era en balde todo mi camino, porque ni la hallaba entendida, ni santa.
«5. Por eso mismo desearía aquella Santa ver al venerable Fr. Luis de Gra-
nada, y por eso mismo lo fué á ver á su celda el prudentísimo Felipe 11, cuan-
do estuvo en Lisboa porque deseaba ver, y oír al que se holgaba tanto de leer.»
(«Tomo I, carta 14. Edición de 1793).»
.A. r» TÉ3 ISr 33 I O E: XXX
Hlgunas declaraciones de IPIP. Dominicos en los procesos para la
canonización de Santa Ceresa.
I
Declaración del P. Báñez.
<A las primeras preguntas generales dijo que no le tocan más de haber sido
mucho tiempo confesor de la dicha Madre Teresa de Jesús, y que es de edad 64 años
poco más ó menos.
A la segunda dice que ha que conoció á la dicha Madre Teresa de Jesús que an-
tiguamente se. llamaba Doña Teresa de Ahumada veinte y nueve años, y que por es-
pacio de veinte años la trató este testigo muy familiarmente, muchos de ellos en
presencia, confesándola y aconsejándola y respondiéndole á sus preguntas, y estos
debieron de ser poco más ó menos por espacio de siete ú ocho años, y los demás
años por cartas que muy continuamente tenía de ella, por las cuales le daba cuenta
de su vida y preguntaba lo que debía de hacer para más servir á Dios en todos los
negocios que trataba. Y dice que sabe que es común fama y notoria cosa ser la
dicha Teresa de Jesús natural de la ciudad de Avila especialmente de la Madre, y
que allí tiene parientes, caballeros hijos-dalgo que no lo negarán; y que del padre
ha oído que era del reino de Toledo, y que ha conocido algunos parientes suyos de
aquella parte, cristianos, hijos-dalgo, y también ha oído decir que la dicha Madre
Teresa de Jesús tuvo un hermano fraile Jerónimo de donde se entiende ser ella cris-
tiana vieja.
ítem sabe ser pública voz y fama que la dicha Teresa de Jesús fué monja pro-
fesa en el monasterio de la Encarnación de Avila de la Orden del Carmen, y que
cuanto toca á su buena vida y ejemplo, este testigo no puede dar noticia de más
tiempo del que lia que la conoce; pero que en la vida que hizo en la Encarnación en
su mocedad no entiende que hubiese otras faltas en ella más de las que comunmente
— 629-
sc hallan en semejantes religiosas que se llaman mujeres de bien, y que en aquel
tiempo, que tiene por cierto se señaló siempre en ser grande enfermera y tener más
oración de la que comunmente se usa, aunque por su buena gracia y donaire ha
oído decir que era visitada de muchas personas de diferentes estados, lo cual ella
lloró toda la vida, pues que Dios la hizo merced de darle más luz y ánimo para
tratar de perfección en su estado; y esto no sólo por habérselo oído decir á otros
que antes le habían tratado, sino también por relación de la misma Teresa de Jesús
lo cual es público y notorio, pública voz y fama, y esto dijo cuanto á este artículo.
Siendo preguntado por el interrogatorio sobre este artículo dijo que no sabe
más de lo que tiene dicho sobre el artículo. Al tercer artículo dijo que ninguno pue-
de saber mejor que este testigo los particulares favores y mercedes que Nuestro
Señor hizo á la dicha Madre Teresa de Jesús, por cuanto la confesó muchos años y
examinó en confesión y fuera de ella, é hizo de ella grandes esperiencias mostrán-
dose muy áspero y muy riguroso con ella, y cuanto más la humillaba y menospre-
ciaba, tanto más la dicha Teresa de Jesús se aficionaba á tomar consejo con él, pa-
reciéndole que tanto más segura iba ella, cuanto más miedo tenía su confesor, al
cual tenía por hombre de letras por ser entonces presentado de su orden y lector
en Teología en Santo Tomás de Avila, y que después que le vio un poco más seguro
le dijo la dicha Madre Teresa de Jesús: Por amor de Dios, Padre, que no esté tan sin
miedo, que me le hace tomar ú .:::; de nuevo mire, que no querría engañarle. Y verda-
deramente, cuanto á esta parte de vivir la dicha Teresa de Jesús con grandísimo
recato de los engaños del diablo, y de los lazos que pone á los que pretenden ca-
minar por el camino del espíritu y oración, hay gran testimonio; porque siempre se
informó de los hombres más letrados que ella hablaba, especialmente de la orden
de Santo Domingo, y dijo á este testigo algunas veces que se le sosegaba más el
espíritu, cuando consultaba algún gran letrado que no era hombre de mucha oración
y espíritu, sino muy puesto en razón y ley; porque le parecía que los hombres espi-
rituales, con su bondad y afición que tienen á los que tratan de espíritu y oración,
son más fáciles de engañar que los otros que con una discreción ordinaria juzgan
las cosas según razón y ley, y que esta tal era la más segura prueba de verdadero
espíritu. Y tengo por cierto que una de las cosas porque perseveró tanto en este
testigo informándose de él. era por verle tan puesto en la ley y en el discurso de
la razón, por ser hombre criado toda su vida en leer y disputar, y en esta parte hay
tantas particularidades, que si no fuese haciendo un nuevo libro no se pueden decir
por vía de testimonio ordinario, y polrá ser que, siendo necesario el dicho testigo
haga algún tratado de donde se pueda entender por cuan cierto camino la dicha
Teresa de Jesús, muy al contrario de los espíritus burladores que en nuestros tiem-
pos se han descubierto. Y sabe que la dicha Teresa de Jesús fué fundadora, ó por
mejor decir, reformadora de la regla mitigada, reduciéndola á la primera regla de
— 630 —
Nuestra Señora del Carmen, añadiendo algunas santas ordenaciones para que por
el camino de la oración se pudiese llevar tanto rigor de penitencia corporal, como
en aquella regla y sus ordenaciones se contiene.
El primer monasterio que fundó fué el de San José de la ciudad de Avila. Este fun-
dó por particular Breve apostólico remitido al Obispo de Avila, don Alvaro de Men-
doza en la cual fundación tuvo grandes contradicciones, así de toda la ciudad como
de las religiones, y sólo entonces este testigo de su parte estuvo, sin haberla hasta
entonces conocido ni visto, sino solamente por ver que ella no había errado ni en la
intención ni (en?) los medios de fundar aquel monasterio. Pues lo había ejecutado
por orden de la Sede apostólica y así lo dijo este testigo en público consistorio de
Avila, donde estaban todas las religiones contradiciéndola. Pero después el mismo
consistorio todos vinieron en lo que á este testigo le pareció; que se hablase al
Obispo y con él se tratasen las razones que había para que no fuese adelante aquel
monasterio, y así se hizo, y poco á poco se fué dando vado de suerte que tuvo el
efecto que hoy día á cabo de veinte y nueve años se ve, y que todos los demás mo-
nasterios que ha fundado, han ido con licencia de los generales y prelados de su
orden; especialmente con la del P. Juan Bautista Rúbeo que vino allí á Avila, y
mandó que hiciese la dicha Madre Teresa de Jesús tantos monasterios como pelos
tenía en la cabeza, y esto sabe este testigo porque se lo oyó al mismo general, y
esto es lo que sabe acerca del tercer artículo y es público y notorio, pública voz y
fama.
Preguntando después por el interrogatorio cuanto á este tercer artículo, dijo
que demás de lo dicho sabe que yendo á fundar los monasterios iba siempre acom-
pañada con dos compañeras, por lo menos con una de mucha autoridad, y con sa-
cerdote de notoria virtud y edad competente, y á veces con algún padre Carmelita
que por devoción de la dicha Madre con licencia del general dejó el hábito del paño
y tomó el del sayal, hombre de gran penitencia y ejemplo, llamado primero fray
Antonio de Heredia y después Fr. Antonio de [esús, y que este testigo nunca ca-
minó con ella, pero que se halló en la fundación de la villa de Alba, y en la de Me-
dina del Campo, y en la de Valladolid, y en la de Toledo y en la desta ciudad de
Salamanca. Y que en todas ellas le parece á este testigo que era cosa de admira-
ción con cuanta suavidad allanaba la dicha Teresa todas las dificultades, y en lo de-
más dice lo que dicho tiene, y esto es público y notorio.
Al cuarto articulo dice que de toda su vida no puede dar test¡mon¡o,slno del tiem-
po que tiene dicho, y en este tiempo jamás vio en ella cosa contraria á virtud, sino la
mayor sencillez y humildad que jamás vio en otra persona y en todo ejercicio de vir-
tud así natural como sobrenatural. Era singularísimo ejemplo á todos los que la tra-
taban; y que su oración y mortificación fué cosa rara, como lo podrán decir todas las
religiosas que en particular la trataron. Fué animosa para emprender cosas grandes
-631 —
para más servir á Dios, como por la experiencia de las fundaciones se echa bien de
ver. Era muciía la confianza que tenía de la Providencia de Dios, poniendo ella los
medios que Dios le mandaba; trataba mucho de la intercesicMi de los santos espe-
cialmente de San José y de Santo Domingo, funda Jor de la orden de los Predica-
dores, del cual dijo á este testigo una vez que le había aparecido en la oración, y
dichole que se esforzase, que el le ayudaría, y después de algunos años vio este
testigo por experiencia cumplido lo que el santo le prometió, por ministerio de sus
hijos; porque un maestro llamado Fr. Pedro Fernández, provincial de la provincia
de España de la Orden de Santo Domingo, y muy en particular ayudó á los descal-
zos y descalzas en España, y ayudó en particular á la Madre Teresa de Jesús; y
siendo hombre muy legal y recatadísimo de falsos espíritus, tratando á la dicha
Teresa de Jesús á quien con rrás miedo que este testigo comenzó á examinar, y al
fin se venció y le dijo á este testigo que en fin Teresa de Jesús era mujer de bien,
que en boca de dicho níaestro era gran encarecimiento. Y nicas dijo que la dicha
Teresa de Jesús y sus Monjas habían dado á entender al niundo ser posible que
mujeres pueden seguir la perfección evangélica. Y otro maestro de dicha orden,
hombre docto que fué Provincial de la misma provincia de Santo Domingo en Es-
paña, que hoy día vive, llamado el Maestro Fr. Juan de las Cuevas, fué comisario
del Papa Gregorio XIII, y visitó las dichas monjas descalzas, y las amparó como él
mismo podrá decir, que ahora está en Lisboa confesor del serenísimo cardenal Al-
berto; y otro maestro de la dicha orden de Santo Domingo, llamado Fr. Juan de Sa-
linas que también fué provincial, dijo una vez á este dicho testigo: ¿quién es una
Teresa de Jesús que me dicen que es mucho vuestra? no hay que fiar de virtud de mu-
jeres: pretendiendo en esto hacer á este testigo recatado como si no lo estuviera
tanto y más que él: y este testigo le respondió: Vuestra Paternidad va á Toledo y
la verá, y experimentará que es razón de tenerla en mucho; y así fué que estando
en Toledo una cuaresma entera la comenzó á examinar, y con ser hombre que pre-
dicaba casi cada día, la iba á confesar casi todos los días é hizo de ella grandes ex-
periencias. Y después encontrándole este testigo en otra ocasión le dijo: ¿Qué le
parece á Vuestra Paternidad de Teresa de Jesús? Respondió á este testigo con gran
donaire diciendo: ojo! habíadesme engañado, que decíades que era mujer, á la fé no
es sino hombre varón y de los muy barbados, dando á entender en esto su gran
constancia y discreción en el gobierno de su persona y de sus monjas, así que en
todas las ocasiones los frailes de Santo Domingo la sirvieron, consolaron y ayudaron
sus buenos intentos.
En lo que toca á sus libros, este dicho testigo del uno de ellos lo puede ser, que
es donde ella escribió su vida y el discurso de la oración por donde Dios la había
llevado; pretendiendo en esto que sus confesores la conocicseii gran pecadora, como
ella con mucha humildad decía, para que nadie por ruin que fuese se acobardase
— 632 -
para seguir el camino de la perfección. Este libro ya le tenia escrito cuando este
testigo la comenzó á tratar, y lo hizo con licencia de los confesores que antes había
tenido, como fué un presentado dominico llamado Fr. P. Ibáñez, lector de teología
de Avila, Después tornó á reformar y añadir el dicho libro, el cual libro este dicho
testigo leyó y entregó al Santo Oficio de la Inquisición en Madrid, y después le fué
tornado por el Inquisidor don Francisco de Soto y Salazar, para que le tornase á
ver y dijese su parecer; y le tornó á ver, y al cabo del libro en algunas hojas blan-
cas dijo su parecer y censura, como se hallará en el original escrito de mano de la
misma Madre Teresa de Jesús; por el cual dicen se ha impreso el que anda en pú-
blico, y se holgara este testigo que juntamente se imprimiera su censura para que
se entendiera con cuánto recato se debe proceder en santificar á los vivos.
La censura fué en sustancia que por el dicho libro constaba que la dicha Teresa
de Jesús, aunque fuese engañada, no era engañadora: pues tan de veras buscaba luz
y manifestaba sus males y sus bienes. Lo segundo que dijo este testigo, fué que no
anduviese en público este libro mientras ella viviese; pero que convenia que se
guardase en e¡ Santo Oficio hasta ver en qué paraba esta mujer, y que contra vo-
luntad de este testigo se hicieron algunos traslados del dicho libro por haber ve-
nido á manos del Obispo don Alvaro de Mendoza, que como poderoso y prelado que
había sido de la dicha Teresa de Jesús, le pudo hacer trasladar y dar á su hermana
doña María de Mendoza, y así algunos hombres curiosos en cosas espirituales que
hubieron algunos de estos traslados á las manos lo trasladaron de nuevo, y uno de
ellos tuvo la Duquesa de Alba doña María Henríquez: y cree este testigo vino á
manos de su nuera doña María de Toledo, todo esto contra voluntad de este que
declara en tanta manera que se enojó con la dicha Teresa de Jesús, aunque enten-
día que no tenía ella la culpa, sino de quien ella se había confiado, y diciéndole este
testigo que quería quemar el original, porque no convenía que escritos de mujeres
anduviesen en público, respondió ella que lo mirase bien y lo quemase si le pare-
ciese. En lo cual conoció este testigo su gran rendimiento y humildad; y lo miró con
atención y no se atrevió á quemarlo, sino remitióle como dicho tiene al Santo Ofi-
cio, de donde resultó que después de su muerte se ha impreso, aunque no deja de
tener contradicciones de algunas gentes que con buen celo y poca experiencia de la
vida espiritual calumnian algunas cosas que no entienden; pero á otras muchas per-
sonas doctas y vulgares les ha parecido muy bien y les hace gran provecho.
De otros tratados y libros que andan impresos suyos no puede dar testimonio
el dicho testigo, porque no los ha leído ni impresos ni de mano, mas de que ha
oído á un hombre doctísimo que toda es una doctrina lo que en ellos dice, y lo que
dice en la relación de su vida. Y esto sabe cuanto á este artículo, y lo que dicho
tiene es público y notorio, pública voz y fama, y no sabe más.
Al quinto artículo dijo que todo lo en él contenido sabe como en él se contiene.
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porque todo el tiempo que la trató, conoció, lo vi(j; y en particular en la fundación
del monasterio de San José de Avila padeci(j un trabajo, parque su provincial la
mandó volver ai monisterio de la Encarnación y la tuvo alli como presa, y ella es-
tuvo con grandísima paciencia hasta que el mismo provincial la mandó salir á que
prosiguiese lo comenzado en el dicho monasterio. Y en !a fundación del mo-
nasterio de San José de Medina de! Campo sabe este testigo por relación del maes-
tro Fr. Pedro Fernández, provincial dominico que se halló presente á una consulta
que hubo en Medina sobre aquella fundación con los Regidores de la villa y algunos
religiosos, en la cual junta un religioso de cierta orden, hombre de autoridad y pre-
dicador, dijo mucho mal de la dicha Teresa de Jesús, comparándola á Magdalena
de la Cruz, una burladora que hubo en tiempos pasados en Córdoba, quizá con
algún celo de que á Dios dará cuenta. El dicho maestro Fr. Pedro Fernández enton-
ces respondió que tenía por buena mujer á la dicha Teresa de Jesús, y que se iría
de la junta si de aquello se trataba. Después no faltó quien le dijo á la dicha Teresa
de Jesús lo que había pasado en Medina y la contradicción de aquel padre. Estando
ella en Alba tratando de fundar aquel monasterio en casa de una hermana suya
llamada doña Juana de Ahumada con otras religiosas que la acompaííaban, respon-
dió diciendo: ¡ay pecadora de mí, que no me conocen, que si me conociera ese pa-
dre, otros mayores males pudiera decir de mí, aunque no de ser burladora, y lo en-
comendaré áDios muyen particular; y esta era la ganancia que sacaban todos los
que de ella murmuraban; y no tuvo jamás otra venganza, sino humillarse y rogar á
Dios por los que la perseguían. Y en esta dicha ocasión que le contaron aquella
murmuración, pasando la dicha Teresa de Jesús de un aposento á otro, se dio un
grandísimo golpe en la frente en el quicio de una puerta de suerte que sonó el
golpe lejos y levantándose su hermana á socorrerla la halló riendo diciendo: ay,
hermana, esto me digan á mí, que es tral-)ajo, que sé donde me duele, que estotro
que decían, no sé donde me dan. Esto sabe el dicho testigo porque se halló presente
y la vio con gran serenidad y risa pasando su sentimiento del golpe que se le echó
bien de ver haber sido grande. Esta misma serenidad tenía en todos sus dolores y
enfermedades que fueron muchas y grandes. Y esto es lo que sabe y dice y es pú-
blico y notorio, pública voz y fama. — Preguntando por el interrogatorio sobre este
dicho artículo dijo que dice lo que dicho tiene, y esto responde. Al sexto artículo
dijo que lo sabe como en él se contiene por la relación de las religiosas del mo-
nasterio de Alba.— ítem sabe que lo vio por sus ojos este testigo, que su cuerpo
habiéndole llevado á Avila después de tres años poco más ó menos, estaba entero
que con su propia mano toccj en la planta de un pié, y se hundió la carne y se tornó
á levantar como si estuviera viva y salvo un poco maltratado el pico de la nariz,
y la conoció como si estuviera viva y que el olor de todo el cuerpo era bueno, pero
vehemente, que encendía el celebro de los que cerca estaban, y desde lejos era más
— 634 -
suave el dicho olor, y que en la parte de hacia el hombro por donde la habían cortado
un brazo que había quedado en Alba, está tan fresca la carne junto á parte de ella
como pudiera estar de una persona que de repente le hubieran cortado un brazo, y
esto es lo que sabe, y es pública voz y fama. Preguntado por el interrogatorio sobre
este dicho articulo que dice lo que dicho tiene, y se remite á las monjas de Alba.
Al séptimo artículo dice que muchas cosas ha oído decir en Alba y en Medina
del Campo á sus religiosas que parecen manifiestos milagros, pero que en todo se
remite á los testigos que se hallaron presentes, y que todo lo dicho es público y
notorio, pública voz y fama; y siéndole leído se ratificó en ello y lo firmo de su
nombre.— Don Fernando — Obispo de Salamanca, Fray Domingo Báñez, pasó ante
mí el Licenciado Juan Casques Notario Apostólico.» (Proceso de Salamanca 16 de
Octubre de 1591.)
*
* *
Nota. Al decir aquí el P. Fiáíiez que la defendió en la primera fundación <sin
haberla hasta entonces conocido ni visto» no se contradice con lo que ha respon-
dido á la segunda pregunta diciendo: «que ha veinte y nueve años que conoció á
Doña Teresa de Ahumada», pues habiéndose hecho la información en 1591, resultan
los veinte y nueve años transcurridos desde 1562 que se hizo la fundación, y se con-
firma lo que ya hemos indicado en otra parte, á saber, que el limo. Sr. Yepes se
equivoca al afirmar que el P. Báñez confesó á Santa Teresa por espacio de veinte
y cuatro años, pues desde el 1562 hasta 1582 en que la Santa murió solo resultan
veinte años en que la confesó ó trató con ella por medio de cartas, que la Santa le
dirigía, consultándole á cada paso sobre los asuntos de su Reforma.
*
«En esta declaración, impresa en Burgos (1909) en la tipografía de < El Monte
Carmelo,» y que debimos á la generosidad del Rvmo. P. Fr Gregorio de San José»
aparece una cláusula, cuya autenticidad no puede sostenerse en buena crítica.
De esa cláusula se deduce evidentemente que el P. Báñez no pudo testificar más
que sobre el libro de la Vida; pero «de otros tratados y libros que andan impresos
suyos, no puede dar testimonio el dicho testigo, porque no los ha leído, ni impresos ni
de mano..."
El Sr. La Fuente en el tomo VI edición de 1881, consigna también la declaración
prestada en Salamanca en 1591 por el P. Báñez, y no constan en ella las anteriores
palabras. La cláusula, más relacionada con ellas, es la siguiente: «ítem digo: que en
cuanto á sus libros, del uno de ellos puedo decir que es donde ella escribió su vida
y el discurso de la oración, por donde Dios la había llevado...»
Como se ve, en esta cláusula se limita el P. Báñez á consignar los detalles q ue
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estimó oportunos, respecto al libro de la Vida, sin que de su testimonio pueda infe-
rirse en buena lógica que de los otros tratados y libros, impresos ó de mano, no pueda
dar testimonio, por no haberlos leído.
Desde luego es imposible sustraerse á la impresión de que estas dos cláusulas
no guardan entre sí la mejor armonía, y que ha debido haber alguna mano peca-
dora que, al sacar copias, ha introducido entre otras modificaciones accidentales,
una negación categórica allí donde las palabras del declarante daban, á lo más, una
base negativa para formular un argumento respecto á si eran conocidos, ó no, del
P. Báñez los demás libros ó tratados de la Santa.
Estando ya este pliego en caja, no nos es posible acudir á los originales, cuyo
paradero ignoramos, para salir de la duda. Por otra parte, creemos que no puede en
manera alguna sostenerse que al P. Báñez, á excepción del libro de la Vida, le fue-
ran desconocidos los demás escritos de Santa Teresa, y que nunca los hubiera leído
ni manuscritos ni impresos. Ahí está en prueba de ello el tratado de los «Conceptos
del amor de Dios . El original se conserva en el convento de Descalzas de Alba de
Termes, anotado al margen de puño y letra del P. Báñez, y con fecha anterior á la
de la declaración. Consta también, en forma que no da lugar á duda razonable, que
al P. Báñez se debe el que la Santa escribiera el Camino de Perfección, y la misma
Santa en el prólogo se ha encargado de decirnos que ese libro, antes de ir á parar
á manos de sus monjas, había de pasar por las de su confesor, que era el P. Báñez,
y no es de creer que ese fuera tan descortés ni que la mirara con tanto despego y
desdén, que ni siquiera se dignara pasar la vista por un libro, cuya iniciativa era
suya. Véase lo que sobre el particular dejamos consignado en las páginas 159, 187
y 183.
Por lo demás, difícil es convencer á nadie de que, atendida la estrechísima amis-
tad que existía entre Santa Teresa y el P. Báñez, y la grandísima veneración que
éste sentía hacia su ilustre penitenta, no se tomara ningún interés por sus escritos
ni los buscara con ansia para recrear su espíritu con los celestiales aromas, que bro-
tan de todas sus páginas. Este grande hombre que, según su propio testimonio, de-
seaba ver muerta á la Santa, para que no se malograra tan grande tesoro de virtu-
des, es de creer que se miraría en sus escritos como en un espejo y que frecuen-
taría su lectura, mucho más que el trato personal.
Declaración del P. Fr. Diego de janguas.
«A la primera pregunta dijo: que cuando este testigo trató á la dicha Madre Te-
resa de Jesús, era ya de mucha edad y no sabe quién fueron sus padres más de que
oyó decir y tuvo por cierto eran hidalgos y cristianos viejos é oyó decir pública-
— 636 —
mente en Avila é conoció á sus deudos y tenidos por tales y la tuvt) por baptizada
é se remite al libro del baptismo y en lo demás la conoció é trató muy familiar-
mente por más de ocho años hasta que murió, siendo preguntado por las preguntas
generales dijo: ser de edad de cincuenta é seis años poco más ó menos é no es su
pariente,
A la segunda pregunta dijo: que sabe la pregunta como en ella se contiene; pre-
guntado cómo lo sabe dijo; que porque tuvo con la dicha Madre Teresa de Jesús
muy largo é particular trato é co:nunicación en los dichos ocho años poco más ó
menos, porque fué su confesor é con quien ella trató muy particularmente, é por la
haber tratado é comunicado sabe que fué mujer de grande espíritu é que trató mu-
cho con Nuestro Señor mediante la oración é por el mesmo medio Nuestro Señor
trató con la dicha Madre y le comunicó muchas cosas de su servicio— de las cuales
están muchas en sus libros á que se remiie, é parte de ellas se las oyó á ella misma
é las que él (en dicho) tiempo particularmente sabe por se las haber oido á la dicha
Madre Teresa de Jesús é otras haberse hallado presente cuando acontecieron, es-
pecialmente declaró que escribiendo la dicha Madre Teresa de Jesús á este testigo,
desde Toledo donde ella estaba, á Segoyia donde estaba este testigo, que le dijese
con quién se confesaría allí en Toledo, el testigo le respondió que se confesase con
el P. Fr. Diego de Yepes que era en la dicha sazón Prior de la Cisla de Toledo y
agora es confesor del Rey Nuestro Señor, y que ella le había enviado á llamar al-
gunas veces para el dicho efecto y que no vino, y que visto que no venía, la dicha
Madre Teresa de Jesús lo trató con Nuestro Señor en la oración y que Nuestro Se-
ñor la había mandado que se confesase con el dicho Doctor Velázquez que era en-
tonces Canónigo de la Santa Iglesia mayor de Toledo, porque así convenía é que á
Fr. Diego de Yepes él le detenía porque quería que se confesase con el dicho Doctor
Velázquez é más le dijo que le encomendase á Dios la dicha Madre Teresa de Jesús
el dicho Doctor Velázquez é que vería grandes, cosas lo cual después se pasó, pues
fue Obispo de Osma y Arzobispo de Santiago con tanto ejemplo de toda España é
que tratado este tiempo con el dicho P. Fr. Diego de Yepes esto que aquí ha de-
clarado, se holgó mucho de saberlo é dijo á este testigo que él deseaba mucho
irla á confesar á la dicha Madre Teresa de Jesús é no podía saber quien se lo es-
torbaba y ansí mismo declaró este testigo que oyó decir á la dicha Madre que es-
tando en la oración con Nuestro Señor diciéndole que tenía mucha envidia á Santa
María Magdalena por lo mucho que ella había amado á su Majestad y porque ha-
bía sido tan grande amiga suya. Nuestro Señor la respondió: Hija á esta tuve por
amiga viviendo en la tierra y á tí te tengo por amiga agora estando en el cielo;
otrosi declaró el testigo que el día de San Alberto que la dicha Madre estuvo en la
fundación de la casa de Segoviá y habiéndola confesado y comulgado este testigo
le Ilain(') á un;i rcjiíí'ia del coro y le dijo como al recibir el Santísimo Sacramento
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estuvieron con ella y diciéndolc Nuestro Señor Jesucristo huélgate con él, desa-
pareció y la dicha Madre se quedó con San Alberto y encomendándole los negocios
de sus conventos, de descalzos y descalzas respondió el dicho San Alberto ciertas
palabras que por ciertos respetos no las declara, en que le dio á entender conforme
á la declaración que á este testigo le dio, que por el buen suceso de la dichas casas
de descalzos y descalzas, era menester que los descalzos y descalzas tuviesen pre-
lados por si distintos de los mitigados y esto se ha visto por la experiencia. Otro-
sí declaró que el mismo año día de San Jerónimo, partiéndose la dicha madre Te-
resa de Jesús de Segobia para Avila, vino á la Capilla de Santo Domingo que está en
el convento de Santa Cruz de Segobia, acompañándola este testigo con el prior y
otros padres y habiéndose despedido de ellos se quedó en la dicha capilla en com-
pañía de este testigo y dos monjas sus compañeras y le dijo á este testigo á solas
que en entrando y poniéndose de rodillas se le apareció Santo Domingo con mucho
resplandor, y entre otras palabras regaladas que la dijo la prometió de favore-
cerla mucho en las cosas que tocaban de sus conventos de descalzos y descalzas
y este testigo la vio postrada delante del altar de la dicha capilla y levantarse
con muchas lágrimas, que entendió ser del contento que tuvo con la dicha reve-
lación y que de allí á una hora poco más ó menos estándoia confesando este
testigo para comulgarla en la misa, la oyó decir que Santo Domingo la estaba
allí acompañando á su mano izquierda y que estando comulgando á la misa de
este testigo y por su mano, supo de ella que la había acompañado Cristo nues-
tro Señor á la mano derecha y Santo Domingo á la izquierda y que volviéndose
la dicha madre á hacer reverencia á Cristo Nuestro Señor, él la dijo huélgate con
mi amigo y así se desapareció y que después de acabada la misa diciéndole este
testigo que si quería gozar de aquella capilla que se fuese á tener oración á la ca-
pillita más pequeña, donde está un Santo Domingo de bulto, la dicha madre lo hizo
y después de haber estado allí postrada como un cuarto de hora, se levantó y lla-
mando á este testigo le dijo ó declaró cómo Santo Domingo estuvo con ella grande
rato y le dijo: grande gozo ha sido para mí venir tu á esta capilla y tú no has per-
dido nada y luego le comunicó los grandes trabajos que allí había pasado con los
demonios y las grandes mercedes que allí le había fecho en la oración y preguntán-
dole la dicha madre, por qué siempre que le vía se le aparecía á la mano izquierda,
le respondió el Santo diciendo: porque la mano derecha es de mi Señor y allí le dijo
á este testigo que aquella imagen de bulto que está en la capilla es el verdadero re-
trato de nuestro padre Santo Domingo y esto declara á la dicha segunda pregunta.
A la tercera pregunta dijo que la sabe la dicha pregunta. Preguntado cómo la
sabe, dijo que así lo oyó decir á otros padres algo más antiguos que él que se
hallaron presentes en la ciudad de Avila al tiempo que este testigo estudiaba en su
convento de Santo Tomás de la dicha ciudad, que fué al tiempo que la dicha Madre
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fundo allí el primero convento de descalzos, que se llama San José de la ciudad de
Avila y fué el primero convento de todos los conventos de monjas descalzas car-
melitas é lo susodicho supo este testigo después por la relación de la dicha Madre
Teresa de Jesús y en lo que tocó á los religiosos descalzos sabe este testigo por
relación de la dicha Madre Teresa de Jesús que ella misma dijo é persuadió á Fray
Antonio de Heredia y Fr. Juan de la Cruz, que eran de los calzados ó mitigados que
se descalzasen y fundasen un monasterio de frailes descalzos y es público... que los
dichos dos padres fueron los primeros descalzos carmelitas que comenzaron á fun-
dar su convento, que se llama el lugar donde se fundó Duruelo y esto por orden de
la dicha Madre, el cual dicho monasterio por la mayor comodidad del lugar y con
orden de la dicha Madre le pasaron al lugar de Mancera de Abajo, donde con favor
de los señores de Mancera se hizo el convento que está en el dicho lugar de Man-
cera y esto declara de la pregunta y es lo que toca al fin que tuvo en emprender la
dicha obra. Sabe este testigo por relación que la dicha Madre fué con intento
de fundar monasterios de frailes é monjas donde se guardase la regla primitiva del
Carmen sin ninguna mitigación y demás de esto añadió el andar descalzos y otras
cosas de más rigor y perfección para el dicho efecto.
A la cuarta pregunta dijo que lo que sabe de ello es que la tuvo por tan dotada
de fe á la dicha Madre que un día le oyó decir que en esto le había Dios hecho tan-
ta merced que en toda su vida nunca tuvo primero movimiento contra la fe y que
una de las cosas con que más se regalaba era con creer lo que no via, solo por
decirlo Dios y su Iglesia; en lo que toca á la esperanza dijo que bien claro se echó
de ver por el exceso de su vida y obras, especialmente en su principio este testigo
supo por relación de la dicha Madre que muchos años tuvo grandísimas ansias, que
con sólo mirar al cielo quedaba arrobada é sin sentido; y en lo que toca á la cari-
dad, que siempre la tuvo por muy dotada y por este amor de Dios emprendió las
dichas fundaciones y todos los trabajos que á ello puso, y particularmente porque
este testigo la oyó decir que muchos años tuvo grandísima sed de padecer martirio
por la fe de Cristo y la oyó decir que no sólo por la fe de Cristo, sino que por una
sola ceremonia de su Iglesia se dejaba ella de muy buena gana quitar la vida y esto
es lo que sabe é declara de la dicha pregunta.
A la quinta pregunta dijo que la sabe como en ella se contiene. Preguntado cómo
lo sabe, dijo que por haber tratado é comunicado mucho tiempo en los años que
tiene declarado en las preguntas antecedentes y haber sido su confesor especial-
mente acerca de la humildad declaró este testigo haberla oído decir que ella no
podía entender có:i.o hombre que conociese á Dios podía dejar de ser humilde
y que le parecía como imposible dejar ella de ser humilde y que siempre enten-
dió de ella ser muy pobre de espíritu y castísima y tan obediente en extremo que
cuando los confesores le mandaban algo no quería que le diesen razón porque le
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mandaban y en lo que toca á la penitencia sabe qne todo el tiempo que tuvo salud
y licencia de sus confesores la hizo muy gr;inde y que algunas veces oyó decir á la
misma Madre Teresa de Jesús los rigores de penitencia los tomaba muchas veces
para descansar de la gran fuerza que interiormente la hacía el amor de Dios hacer
ó padecer algo por él y por la haber tratado y comunicado sabe lo que dicho tiene.
A la sexta pregunta dijo que la sabe como en ella se contiene y particularmente
sabe de muchos interiores y exteriores trabajos que tuvo la dicha Madre, así de los
demonios que la maltrataban, como de hombres que la persiguieron y levantaron
muchos falsos testimonios todo lo cual ella llevaba con gran paciencia y tranqui-
lidad y este testigo la oyó que para que ella quisiese mucho á una persona no era
menester más que hacerla mal y perseguirla y que en los trabajos no le pesaba á
ella por sí sino por sus enemigos y que si Dios les diera á ellos el ánimo que á ella
le había dado, ninguna cosa sintieran; especialmente sabe que la dicha Madre era
tan amiga de padecer trabajos que traía como por blasón ó tipo este dicho ó morir
ó padecer y también le oyó decir algunas veces: el padecer no tiene necesidad de
otro fin sino padecer por padecer y especialmente se acuerda este testigo que aca-
bada la fundación del convento de Segovia, se fué la dicha Madre al convento de
San José de Avila á donde este testigo la visitó un día de la fiesta de San Bartolomé
y le contó cómo algún tiempo antes un día de la Natividad de Nuestro Señor sa-
liendo ella del coro, el demonio la arrojó con tanta fuerza muchos escalones abajo
que le quebró el brazo izquierdo y diciendo ella á Nuestro Señor. «Válgame Dios
Señor» éste matarme quiso, le respondió Dios Nuestro Señor con ima habla interior
«así quiso pero estaba yo contigo» y se acuerda este testigo que el dicho día de
San [Bartolomé, estándole ella contando los muchos dolores que había padecido des-
pués las veces que le habían desconcertado y concertado el brazo para componér-
sele le dijo estas palabras: «Reverendo padre, ¿habrá cuerpo humano hoy vivo que
tanto mal haya padecido como este mío? y esto es lo que sabe de esta pregunta.
A la séptima pregunta dijo que de oídas es público é notorio que es difunta ó pa-
sada de esta presente vida é sabe por cierto ser difunta, porque vio su cuerpo des-
pués de difunta muy particularmente en la villa de Alba á donde también sabe que
al presente está el dicho cuerpo é fué público que murió en el monasterio de las des-
calzas de la villa de Alba, pero que cuando murió y lo que acaeció en su muerte se
remite á las personas que en la dicha villa de Alba estuvieron á su muerte ó divi-
nos oficios y entierro é funerales y esto declara de la pregunta. A la octava pre-
gunta dijo que dice lo que dicho tiene y que de vista no sabe cosa cierta.
A la novena pregunta dijo que no sabe este testigo de milagro ninguno que la
dicha Madre, después de muerta haya obrado en terceras personas, aunque ha oido
también decir de muchos pero este testigo tiene por particular milagro el conser-
varse su santo cuerpo tan entero y con tanta fragancia y ci oleo que sale de él
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como consta de tantos lienzos tenidos en el dicho oleo como se dá y tiene por tanta
fama, y particularmente vio este testigo que un poquito de lienzo que él tenía
teñido en la sangre de la dicha Madre de la que le salió de un flujo de sangre que
tuvo al tiempo de su muerte Mas tres ó cuatro meses después de muerta untán-
dolo con otros lienzos los teñía, aunque no tanto como él estaba y también oyó decir
este testigo que en el convento de las descalzas de Alba á la superiora que era el
año próximo pasado 94 que se llama Sor Madaiena Encarnación que algunos meses
antes pasando por allí un Padre definidor que se llama Fr. Juan de Jesús de la dicha
Orden en presencia del y de muchas monjas que de intento dieron un rasguño en
una parte del dicho cuerpo y en presencia de todos salió sangre tan pura que la
cogieron en un paño y la llevó el dicho Padre á Madrid y se remite al dicho del
dicho Padre Definidor y Priora y monjas y esto sabe de la pregunta. (Proceso de
Avila, tomo II.)
Nota. Tenemos gusto, y cumplimos á la vez un deber, en consignar aquí,
que tanto esta declaración del V. Yanguas como la mayor parte de las que siguen
á ésta, sacadas del proceso de canonización de Santa Teresa en Avila, las debemos
á la reconocida bondad del limo. Sr. Obispo de esta Diócesis Dr. D.Joaquín Beltrán,
ni es justo omitamos tampoco el manifestar nuestra gratitud al Licdo. D. Calixto
Fournier, Notario antiguo de esta Curia Episcopal, que nos sirvió con exquisita
amabilidad en este punto. Y ya que consagramos estas líneas á manifestar nuestro
agradecimiento á tan respetables personas, séanos lícito manifestar también nues-
tro agradecimiento al benemérito y antiguo párroco en Filipinas M. R. P. Fr. Galo
Mínguez, incansable en copiar no solo las sobredichas declaraciones, sino todo
cuanto ha podido servir para glorificar á Santo Domingo y á su Orden en las rela-
ciones con la mística Doctora Santa Teresa de Jesús.
111
Declaración de Fr. Juan de lYloníaluo, Predicador del Monasterio de
Santo Tomás de fluila 1595.
«A la primera pregunta dijo: Que no conoció á la Madre Teresa de Jesús mas de
haber oído decir fué natural de Avila. Preguntado si sabe que haya obrado nuestro
Señor algunos milagros después de muerta la Madre Teresa de Jesús por medio de
su cuerpo ó reliquias de cosas suyas, ó en vida queriendo mostrar, cuan sicrva suya
era, dijo: Que caminando á Valladolid por Abril del 95, en compañía de unos foras-
teros que venían de Madrid, uno de los cuales era cierto hidalgo que se llamaba Pe-
dro Diaz del Villar, natural de San Martín de Valdciglesias y que vive en Mansilla
tres leguas de León y llegando á Boccillo parando en un pilón que está para dar á
beber las bestias, un macho en que este testigo iba se arrojó en el pilón y habién
— t541 —
dose de romper la cabeza en la testera del mismo pilón que es de piedra, dijo: < Jesús
sea conmigo» acordándose interiormente de la Santa Madre y de las reliquias que
llevaba suyas. Se estuvo el macho quedo con admiración de todos hasta que llegó
el mozo que este testigo llevaba y ayudó á salir á este testigo quedando colgado de
un estribo hasta ser socorrido de dicho mozo y demás compañía que allí estaba y se
halló libre y sano con espanto de todos y testifico á todos aquel milagro había obra-
do Nuestro Señor con este testigo por razón é intercesión de la dicha Santa Madre
Teresa de Jesús. Y se acuerda haber oido decir al dicho P. M. Fr. Diego de Peredo
de la Orden de Santo Domingo, Prior que al presente es de San üinés de Tala-
vera, que siendo Prior en Santo Tomás de Avila Fr. Diego de Chaves y Prio-
ra de la Encarnación de Avila la dicha Madre Teresa de Jesús, yendo forzado por
la obediencia á dicho convento de monjas el dicho Fr. Diego de Peredo, por no ir
prevenido, halló en un locutorio á la dicha Santa Madre que le estaba aguardando
y sonriéndose como persona que entendía traía la dicha congoja, le preguntó de que
venía tan congojado, y á la instancia que le hizo le fué fuerza declarar como era
por venir forzado de la obediencia del Superior sin haber estudiado ni aun visto el
Evangelio. Ella le dijo la reconciliase y dijese misa y comulgase y que fiase de Dios
Nuestro Señor que le daría qué decir y hizo lo que la Madre le pidió y puesto en
el pulpito se halló con nuevo ánimo y espíritu no experimentado hasta entonces y
concluido el sermón y viéndose con la Madre le dijo sonriéndose que había hecho
sermón tal que no le haría mejor en su vida y que aprendiera á predicar con la obe-
diencia y cuan bueno er?. fiar de la misericordia de Dios, y échase de ver haber sido
lo susodicho negocio del cielo, porque dice el dicho P. M. Peredo que después acá
habiendo hecho diferentes actos para acordarse de lo que entonces predicó, habien-
do de predicar aquel mismo Evangelio jamás se ha podido acordar de palabra nin-
guna con desearlo mucho, y lo que ha dicho es verdad para el juramento hecho.—
Fr. Juan de Montalvo. (Proceso de Avila, Tomo II.)
Declaración del U. Fr. Juan de Arcediano, Prior del Conuenío de
Santo Tomás.
A la primera pregunta dijo que habrá cincuenta años que este testigo tuvo no-
ticia de la dicha Santa Madre Teresa de Jesús, siendo monja en el dicho Convento
de la Encarnación, siendo este testigo conventual en el dicho Convento de Santo
Tomás de Avila, y esta noticia tuvo de padres muy graves y religiosos de dicho
Convento, que la confesaban y trataban espiritualmente é publicaban ser una muy
buena é gran religiosa y este testigo sabe esta noticia se ha hecho mayor después
acá coi: los grandes y heroicos sucesos que tuvo: porque en Burgos siendo Prior
41
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este testigo del monasterio de San Pablo de la dicha Ciudad de Burgos, la trató y
comunicó este testigo habrá veinte y tres años poco más ó menos yendo á fundar la
dicha Santa Madre, como fundó, el monasterio de monjas que allí hay, en el cual este
testigo á instancia de la dicha Santa Madre, dijo la primera misa é puso el Santí-
simo Sacramento, con muy solemne fiesta y hallándose presente el Sr. D. Cristóbal
Vela, arzobispo de la dicha ciudad, y que sabe por ser ansí cosa notoria, que fué na-
tural de esta ciudad de Avila é hija de padres nobles, y que fué la fundadora de la
nueva reformación de carmelitas descalzos, ansí religiosos como religiosas.
A la segunda pregunta dijo que como dicho tiene, tiene gran noticia de la dicha
Santa Madre y la trató y comunicó mucho en la dicha ciudad de Burgos y siempre
la tuvo por mujer de gran santidad y virtud é por persona de grande espíritu y
mucha oración é penitencia, y adornada de las demás virtudes que la pregunta dice
y esto ha sido y es fama pública en esta ciudad y en todas las demás partes de
estos reinos á donde este testigo ha estado, y ansí lo ha visto tratar comunmente
á todo género de gente y estados y especialmente lo ha visto tratar á muchos y gra-
ves religiosos de gran virtud de la Orden de Predicadores que la trataron y confe-
saron, de manera que él en esto no ha visto ni oído poner en duda sino que es una
verdad muy asentada.
A la tercera pregunta dijo que dice lo que dicho tiene en la pregunta antes de
esta, é por lo que ha dicho sabe ser verdad y cosa muy pública y notoria todo lo
contenido en la pregunta y el dicho libro que ella escribió le ha visto é leído este
testigo y se muestra bien su grande santidad y el espíritu, y gozar de grandes ayu-
das particulares y socorros de Dios Nuestro Señor, y le ha edificado mucho el dicho
libro y le ha visto optimar. Como es razón y es cosa muy notoria estar su cuerpo
incorrupto y manar óleo como se lo han dicho graves personas fidedignas.
A la cuarta pregunta dijo que por las razones que dichas tiene, sabe que la di-
cha Santa Madre Teresa de Jesús ha sido y es venerada como santa y lo mismo sus
reliquias, ansí por esta ciudad como en las partes donde este testigo ha estado, y
nombrándola santa y encomendándose á ella, y este testigo la ha tenido é tiene por
tal santa y se encomienda á ella con toda seguridad, y esta devoción es común y
general, como dicho tiene y es la verdad para el juramento hecho, etc. (Proceso de
Avila, tomo II.)
V
Declaración del P. Alonso de earuajal, Prior del Monasterio de Santo
Tomás de fluila.
Al segundo articulo del Fiscal dijo: que su nombre es Fr. Alonso de Carvajal de
la Orden de Predicadores, natural de la ciudad de Plasencia, hijo de Basco de Car-
vajal é de doña l-rancisca de Bocancgra, caballeros principales de la dicha ciudad y
-643-
que es Presentado é Predicador general de la Provincia de España é Prior al pre-
sente del Real Convento de Santo Tomás de Aquino, Universidad aprobada por Su
Santidad, del Orden de Predicadores de esta ciudad de Avila y lo ha sido de otros
muchos de ella, por espacio de 22 años continuos, entre los cuales fueron el de la
ciudad de Mérida en Extremadura, de la ciudad de León, é de la ciudad de Trugillo
é de la ciudad de Plasencia é de Santo Tomás de Madrid, é de la ciudad de Toro,
é de la ciudad de Vitoria y otros é Vicario Provincial del Reino de Galicia é De-
finidor de la Provincia del Reino de Castilla y es de edad de 59 años.
Al artículp primero del Rótulo dijo este testigo, que sabe ser así verdad todo lo
en él contenido porque es público y notorio é de ello hay pública voz é fama é no
dudosa creencia y opinión é este testigo nunca ha oido cosa alguna en contrario,
fuera de esta común opinión. Sabe que los padres de la Santa Madre fueron
personas nobles é conocidamente principales, lo que sabe porque Rodrigo Sán-
chez de Cepeda, hermano de Alonso Sánchez de Cepeda, padre de la Santa Madre
casó en Plasencia con doña Isabel de Carvajal, tia de este testigo, hermana de su
padre, por donde tiene noticia de la nobleza de sus padres de la dicha Santa Madre.
Al diez y siete artículo dijo: que sabe que la Santa Madre, deseosa de no ser en-
gañada del demonio, comunicó su espíritu, oración y llamamiento de Nuestro Señor
con muchas personas graves é doctas de la Orden de Santo Domingo é nc>mbrada-
mente con el P. M. Fr. Domingo Báñez, Catedrático de Prima de la Universidad de
Salamanca y con el P. M. Fr. Pedro Fernández, Comisario Apostólico de toda la
Orden de Carmelitas y con el P. M. Fr. Diego de Yanguas, Regente del Colegio de
San Gregorio de Valladolid, todos tres personas de gran cuenta en letras y espíritu
de la Orden de Santo Domingo, de los cuales sabe este testigo haber sido aprobado
el espíritu de la Santa Madre y conocido y predicado por espíritu conocidamente
bueno, según y de Dios; todo lo cual sabe por haberlo así oido decir común é pu-
blicamente en su religión é más en particular al sobredicho padre Fr. Pedro Fer-
nández, á quien algunas veces en los Capítulos Conventuales oyó decir mucho bien
de la Santa Madre Teresa é de la reformación que había hecho, é á otras personas
ha oido decir lo mismo.
Al artículo cincuenta y seis dijo el testigo que ha leido la mayor parte de la
Vida y relaciones que la Santa Madre Teresa de Jesús escribió é los grandes favo-
res é mercedes que nuestro Señor la hizo por medio de la oración vocal y mental
y algunos pedazos de lo demás que escribió, é dice que la doctrina del la tiene por
católica é sana é dicha con una sinceridad santa y buena, como de mujer en quien
Dios moraba y á quien alumbraba, y aunque tiene algunas proposiciones sinceras é
llanas sin formalidades de Teología, á las cuales no estaba la Santa obligada como
mujer que no la estudió, no contienen ni error ni cosa ofensiva á quien con sana in-
tención y como ella las escribió las lee y rescibe: Tiene ansí mesmo este testigo la
- 644 —
doctrina de otro libro, parte de ella, portan alta y subida que sino fuera haberla
dicha Santa Madre esperimentado tan diferentes modos de contemplación, no lo su-
piera decir, como este testigo por su flaqueza no sabe entender muchos de ellos é
se le pasan de vuelo sin alcanzarlos, é ansí mesmo que las revelaciones sean verda-
deras cuantas la dicha Santa Madre dijo no tiene este testigo duda, pues no la tiene
de su santidad, de la cual no respondiera si faltara á las revelaciones algo de ver-
dad, é no le ofende haber dicha Santa Madre escrito, lo uno porque fué mandada por
sus confesores, siendo como ella fué y se ve en su vida notablemente obediente,
virtud en la cual resplandece con grandes extremos é la tiene este testigo por obe-
diente en acto muy heroico: lo otro porque la gloriosa Santa Catalina de Sena en
sus libros que hizo poner muchas revelaciones é las que no puso é las mercedes
que Dios la hizo que no escribió, las dijo á sus confesores y ellos las escribieron
porque conocida la vida de la Santa no ponían duda en ninguna de esas cosas y así
las escribían como ella las decía, y ansí pues es tan poca la diferencia que hay entre
escribirlas ella por obediencia ó decirlas á quien las pudiera escribir y si eso nunca
se tuvo por malo ni por indecente, no parece que se ha de tener tan poco por tal
escribirlas la dicha Santa Madre Teresa de Jesús, especialmente que esto arguye
una sinceridad muy grande é santa fuerza de que esto para la Santa le fué muy
grande mortificación el mandarla escribir su vida é quisiera mucho más que la man-
daran escribir sus pecados, como lo dá á entender en el principio del libro de su
Vida y el provecho que estos libros hacen estima mucho este testigo por lo que en
su alma ha sentido, habiéndolos leido con ser tan grande pecador finiendo esta doc-
trina por tal é tan alta para encender cualquier corazón por helado que esté é para
engendrar en él unos muy grandes deseos de servir á Nuestro Señor que parece que
facilita á cualquier cristiano el camino de mayor perfección é santidad. E que este
testigo ya como hombre hecho que ha servido á su religión lo más de su vida, se
quiere recoger á tratar con más veras de la salvación de su alma y tener cuidado
con toda su conciencia, habiéndole tenido tantos años de las ajenas y á esto le ha
incitado mucho este santo libro é procura de llevarle consigo, como el que mejor le
ha parecido para prosecución de estos intentos y esto ha dicho para gloria de Dios
y de su Santa Sierva y es lo que siente acerca de este artículo...
Artículo ciento quince dijo: que siendo este testigo mozo, á los 18 ó 19 años de
edad, en los principios de su profesión oyó haber diferentes opiniones de la santidad
de la Santa Madre Teresa de Jesús y que algunos, dudaban de ella, y al cabo de
algún tiempo oyó este testigo que generalmente en esta provincia de España de la
dicha su Orden estaba reputada por mujer santa y esto nacía de los testimonios
que de ella daban padres de la misma Orden, gravísimos é doctísimos y así ha visto
que mientras vivió fué generalmente recibida por santa c como tal venerada de
todas las personas graves de esta religión de Predicadores y ansí mismo de las
— 645 -
de estos reinos más graves é principales y de los demás estados, sin que después
del dicho tiempo oyese decir cosa que fuese en contrario ó menoscabo de su mucha
santidad, y esto es público y notorio y de ello hay pública voz é fama y más en
particular oyó decir, como arriba tiene dicho en el artículo diez y siete, al P. M. Fray
Pedro Fernández, Comisario Apostólico, grandes alabanzas déla virtud é vida heroi-
ca de la dicha Santa Madre.
Al artículo ciento diez y seis dijo: que este testigo tiene á la dicha Santa Madre
por mujer celestial é m lagrosa y que ha invocado su socorro y auxilio en necesi-
dades que se le han ofrecido y que por tenerla en esta figura trae consigo un pañito
blanco con que estaba envuelto el brazo de la dicha Santa en el Convento de las
monjas Descalzas Carmelitas de la Villa de Alba, cuando como dicho tiene en el ar-
ticulo noventa é siete, vio y adoró el dicho brazo el cual brazo tuvo en sus propias
Pílanos y le adoró besándole é puniéndole sobre ojos y cabeza puesto de rodillas y
á la sazón entró alguna cantidad de gente así hombres como mujeres é la adoraron
en la misma forma que este testigo.
VI
Declaración del P. Fr. Gabriel de Ludeña.
Al artículo segundo del fiscal, dijo que su nombre es Fr. Gabriel de Ludeña y es
natural del lugar de Robledo de Chávela del Arzobispado de Toledo, hijo legíti no
de Antonio Jiménez de Ludeña y de Catalina Sanz y que este testigo es graduado
de maestro en santa teología y la ha leído en el dicho convento de Santo Tomás
algunos años, ya siendo prior de él y de otras partes y al presente es rector del cole-
gio de San Gregorio de Valladolid, y que ha tomó el hábito de Santo Domingo,
41 años en el dicho convento de Santo Tomás y es de edad de 58 años poco más ó
menos.
Al artículo primero (del Rótulo) dijo que hace 46 años poco más ó menos, que en-
tró á vivir en esta ciudad de Avila, en la cual ha estado en diversos tiempos 30 años
y más, en ese tiempo ha oído decir que la Santa Madre Teresa de Jesús fué natural
de esta ciudad de Avila, nacida y criada en ella y ansí es público y notorio sin sa-
ber cosa en contrario.
A los artículos quince y dieciseis, dijo: (^ue siempre ha oido tratar y hablar muy
bien é con grande encarecimiento ansí á muchos padres muy graves de este hábito
como á otras personas seculares, de la vida y santidad de la dicha sierva de Dios
Teresa de Jesús y de su grande penitencia y rigor de vida y de su gran caridad é
ferviente oraci mi, y por tal la han tenido, tienen así en vida como después de su
nuierte y con grandes ventajas de santidad, todos los religiosos que la alcanzaron
á conocer del dicho convento de Santo Tomás de Avila y todos los que la conocie-
-646-
ron y la han oido nombrar, claman que es santa, y muy grande santa, y por tal es
tenida y aprobada con un afecto muy grande.
En el corazón de todos, ansí religiosos como no religiosos es la fama que en vida
y en muerte ha tenido y tiene comunmente la dicha Santa Madre.
Al artículo diecisiete, dijo: Que lo que del sabe que la dicha Santa Madre Tere-
sa de Jesús trataba su conciencia y vida con padres muy doctos y espirituales de la
dicha orden de Santo Tomás, en especial con el P. Fr. Domingo Báñez, catedrático
de Prima en la de teología de la escuela de Salamanca y con otros padres del refe-
rido convento de Santo Tomás, los cuales hablaban de ella como de persona
muy santa y de vida muy espiritual y nunca ha oido á personas cristianas y reli-
giosas y doctas hablar en contrario de esto. Todo lo cual sabe porque así lo oyó
decir y tratar á muchos de los dichos padres, personas graves y religiosas de mu-
cha verdad, crédito y esto responde.
Al artículo dieciocho, dijo: lo que sabe es que la dicha Santa MadreTeresa de Je-
sús fué fundadora de la sagrada religión de la reformación de los frailes y monjas
Descalzos de la Orden del Carmen y fundó en esta ciudad de Avila el santo con-
vento de San José, que fué el primero que fundó sobre la cual fundación oyó este
testigo decir después acá á muchas personas las grandes y muchas persecuciones,
que la dicha Santa Madre padecía en esta ciudad y que todas ellas las sufrió con
mucha paciencia y salió con su intento y fundación como es notorio.
Artículo treinta y ocho, dijo: que sabe por haberlo oido decir por cosa pública y
manifiesta, que la dicha Santa Madre Teresa de Jesús, tomó el hábito de religiosa
en el convento de la Encarnación de esta ciudad de Avila de la sagrada orden de
Nuestra Señora del Carmen, después fué Priora siendo Visitador apostólico de
aquella religión el P. M. Fr. Pedro Fernández, de buena memoria. Provincial que
fué de esta provincia de Castilla de la Orden de Santo Domingo.
Al artículo cincuenta y seis, dijo que este testigo ha oido decir de la mucha eru-
dición espiritual de los libros que escribió la dicha Santa Madre, pero no puede de
esto testificar por no los haber leído, mas de solamente un pedazo de uno, lo cual
le parecía muy bien.
Al noventa y siete dijo: que si bien se acuerda hará cosa de 25 años, poco más
ó menos que vi el santo cuerpo de la dicha sierva de Dios en el dicho convento de
San José de esta ciudad que le mostraban por cosa milagrosa y santa y después acá
ha oido decir que su cuerpo se guarda como reliquia de santa y esto responde.
VII
Declaración del P. Fr. Juan de fllarcón.
Al articulo segundo de! fiscal, dijo: que es natural del obispado de Cuenca del
— 647-
lugar de Valvcrdc, hijo de Pedro de Alarcón y de María Jiménez Negrete, y su pa-
dre de este testij^o fué Corregidor de aquella tierra 14 años y fueron sus padres
gente tenida por noble, y este testigo es presentado por su Orden y en ella ha leído
muchos años teología en esta provincia de España y que es de edad de 64 años poco
más ó menos.
Al artículo primero del Rótulo, dijo: que aunque es verdad que él no conoció á
la dicha Santa Madre Teresa de Jesús, pero que sabe ser público y notorio todo lo
contenido en este artículo por haberlo ansí oído decir públicamente no solo en esta
ciudad de Avila sino también fuera de ella y nunca supo, oyó ni entendió decir ni
queobiese otra cosa en contrario y esto responde al artículo.
Al artículo diecisiete, dijo: que sabe de cierto que la Santa Madre Teresa de
Jesús trató sus dificultades y negocios de su espíritu con los hombres más graves
en letras y espíritu que en aquel tiempo hubo en España y especialmente con el
P. M. Fr. Domingo Báñez lector de teología en dicho real convento de Santo To-
más de Aquino de la dicha ciudad de Avila, y después catedrático de Prima de la
escuela de Salamanca, con el P. M. Fr. Diego de Yanguas y el P. M. Fr. Bartolomé
de Medina, catedrático de Prima de la dicha Universidad de Salamanca y antecesor
del sobredicho Fr. Domingo Báñez, con el P. Fr. Diego Alvarez, Obispo que ahora
es de una ciudad en Italia, con el religiosísimo P. Fr. Melchor Cano, todos de la Or-
den de Predicadores, todos los cuales fueron hombres doctísimos y aprobadísimos
en el espíritu y sabe este testigo que aprobaron ser bueno el de la Santa Madre
Teresa de Jesús, por habérselo oído á ellos mismos este testigo ó á otros que lo
oyeron á ellos mismos de no menor crédito y autoridad y habiendo venido este
testigo á Piedrahita, habrá 29 años este mes de Agosto de este presente año, en que
á la sazón estaba la Santa Madre en Avila tuvo noticia de ella muy en particular por
el trato y amistad que tenía con el venerabilísimo padre ya nombrado Fr. Melchor
Cano, que á la sazón era en aquella casa del lugar de Piedrahita, subprior, cuya
santidad y religión y contemplación ha causado admiración á estos tiempos, y él
dio noticia á este testigo muy en particular y muy por menudo de esta venerable
Madre Teresa de Jesús, la cual él dijo había confesado veces y tratado muy en par-
ticular por haber sido compañero y grande amigo del sobredicho M.Fr. Diego de
Yanguas, que por muchos años confesó y trató á esta bendita Virgen, y decía mu-
chas veces el sobredicho P. Fr. Melchor á este testigo. «O padre sí conociéredes á
la Madre Teresa de Jesús, un gran contento seria para vos porque sin duda es de
las mugeres más siervas de Dios que tiene ahora el mundo». Y decíale á este testigo
lo que ya en otr? parte tiene depuesto.
...(^ue tres virtudes principales, entre otras muchas, resplandecían en ella, que
eran gran prudencia, gran llaneza y gran fervor de espíritu, y la prudencia se echa--
ba de ver en que jamás hacía cosa grande ni pequeña que no la consultase y tuvie-
-648 —
se el parecer de los más doctos hombres del reino, y si sabía que algún hombre
docto de oídas reprobaba algo de lo que ella hacía, procuraba luego comunicar sus
cosas con él, de suerte que venía el hombre docto á aprobar y alabar los intentos y
obras de esta santa virgen, y que así le aconteció al P. M. Fr. Bartolomé de Medi-
na, catedrático de Prima de Salamanca y así tenía aprobación de todos los maestros
de esta provincia, y en cuanto á la llaneza y humildad y suavidad de conducción y
trato se decía que era como un ángel, y cuanto al fervor del espíritu que era en ella
tan grande, que dejado aparte el trato con Dios (que es largo eso de contar), cuan-
do alguna persona la trataba, parecía que le pegaba luego la devoción, y saüa de su
plática grandemente aficionado á servir á Dios, y de esta suerte era todo lo demás
de sus virtudes y el mejor testimonio de todo esto era la grande reformación de
monjas descalzas que hizo la Santa Madre en estos reinos, en particular, en esta
ciudad de Avila, todo lo cual sabe este testigo, como dicho tiene, por habérselo así
dicho y afirmado el dicho P. Fr. Melchor Cano, hombre santísimo de esta Orden.
Así mismo se acuerda este testigo, que ahora 36 años ha, poco más ó menos, y
viniendo á Segovia á ciertos negocios y estando en aquel convento de su Orden al-
gunos meses, á la sazón había en él un padre religiosísimo, llamado Fr.Juan Calle-
jo, maestro de novicios de aquel convento, el que por el mucho amor que tenía á este
testigo, le dio grande noticia de la Santa Madre y de la reformación de Descalzas
que hacía, y le procuró llevar al convento de ellas y tratallas, y que las predicase,
y este testigo quedó muy edificado de ellas y con grande noticia y crédito, así de
la Santa Madre Teresa, como de aquella casa, y así deseó conocerla y tratarla, y
mucho irás cuando supo, después de su bienaventurada muerte, la mucha opinión y
pública voz y fama que había dejado de su santa vida.
Al artículo dieciocho dijo: que sabe que la Santa Madre Teresa de Jesús, trató
de fundar el convento de San José de esta ciudad y que en la fundación de él pasó
grandísimos trabajos y contradicciones de las personas de todos estados de esta
ciudad, y asimismo de las monjas y convento de la Encarnación. Todos los cuales
trabajos sufrió la Santa Madre con grandísima paciencia sin que en el rigor de ellos
ni en otra ninguna ocasión, se notase en ella ninguna falta de paciencia ó alguna im-
perfección, y que alcanzó de N. S. la pacificación y sosiego de todos los que la con-
tradecían, y felizmente fundó su convento de San José con grande regocijo y devo-
ción de la ciudad, la cual, después que la Santa Madre volvió á este dicho conven-
to del de la Encarnación, siempre ha durado y se ha continuado en toda esta ciudad,
todo lo cual sabe este testigo por habérselo oído muchas veces contar y referir muy
por menudo al V. P.Julián Dávila, confesor y compañero de esta santa virgen en
todos sus caminos y fundaciones, y asimismo es público y notorio. ítem sabe esto
i;iisnio, porque viniendo este testigo á esta ciudad á leer Sagrada Escritura, por el
camino movido porla noticia que antes tiene dicho quetcnía,dela santidadde la bea
- 649 —
ta virgen Teresa, tuvo firme propósito de servir á esta Santa iVladre en acudir á su
monasterio de San José de monjas Carmelitas Descalzas, y así habiendo ocasión
cumplió su deseo, acudiendo de ordinario á confesar y predicar a! dicho convento'
y asi dice que en estos 15 años que ha tratado con las religiosas de aquella casa, ha
hallado que es casa de Dios y asi acude á ella con mucho gusto, porque la causa
particular devoción la mucha observancia regular y clausura que en el ha hallado,
planteada por mano é industria de la Santa Madre Teresa de Jesús, fundadora del-
A! artículo cincuenta y uno dijo: que sabe por cosa pública y notoria que la
Santa Madre Teresa de Jesús no sólo fué fundadora de la reformación de las Des-
calzas Carmelitas y de los conventos de ellas, articulados en este rótulo, sino que
tambiénfué autorade la reformaciónde los religiosos Descalzos de esta reformación,
industriando la Santa y persuadiendo á algunos padres de la Orden mitigada de
Nuestra Señora del Carmen á que ellos tomasen su mismo instituto y reforma-
ción, y ayudando á muchas fundaciones de religiosos con su industria y consejo.
Por lo cual es comunmente llamada autora de toda la sobredicha refor nación asi
de monjas como de frailes, todo lo cual es público y notorio y de ello hay pública
voz y fama.
A los artículos cincuenta y dos y cincuenta y tres dijo: que sabe que la Santa
Madre anduvo muchos años peregrinando por España por causa de las fundaciones
de su reformación, que en ella hizo y que siempre anduvo con grande pobreza y
descomodidad y que padeció muy grandes trabajos y contradicciones y que todas
ellas las venció y sufrió con grandísima paciencia y grandísima confianza en Dios,
y así salía tan bien de todos ellos, como sino tuviera quien la hiciera contradicción,
y así mismo sabe que en todos estos caminos y peregrinaciones siempre la dicha
Santa Madre guardó mucha religión y recato y en las posadas procuraba retirarse
de toda comunicación con otras personas y hacía algunos ejercicios santo-. Todo lo
cual sabe este testigo fuera de ser público y notorio en toda España por habérselo
así contado y referido muchas veces el sobredicho P. Julián Dávila, varón religio-
sísimo y persona de mucho crédito, que fué compañero en casi todos los caminos de
esta santa fundadora.
Al artículo cincuenta y seis dijo: que siendo Lector de Teología fué unas vaca-
ciones al convento de Toro de su Orden, siendo allí también Lector de Teología el
P. M. Fr. Pedro Herrera (1) que agora es catedrático de prima de Salamanca y el pa-
dre M. Fr. Jerónimo de Tiedra (2, que al presente es predicador de su Majestad ca-
(1) Fué este Padre natural de Sevilla y uno de los más insignes teólogos que en aquel tiempo tenía
nuestra España. El triunfo por él alcanzado en las ruidosas oposiciones á la cátedra de Prima en Sa-
lamanca, traspasó las fronteras y el Papa Clemente Vlll encargó al Nuncio de Madrid que le felicitase
en su nomt>re.
(2) El P.Jerónimo de Tiedra nació en Salamanca y fueron sus padres Jerónimo Méndez y .Warina
-650-
tólica le dijo á este testigo el dicho P. Fr. Jerónimo: Quiero os dar un libro que leáis
estas siestas, que si gustaréis mucho del, porque es el libro, ó libros porque tiene
diversos tratados, que escribió la Madre Teresa de Jesús y él lo agradeció mucho y
lo fué leyendo con mucha atención y con notable gusto y después volviéndoselo al
dicho P. Fr. Jerónimo, estaban á la sazón juntos ambos Padres Lectores Fr. Pedro
de Herrera y Fr. Jerónimo de Tiedra y le preguntaron que qué le parecía del libro
y respondió: Padres, paréceme que cuanto al estilo sin duda es libro de mujer, pero
cuanto á la doctrina, me parece libro de Teólogo bien docto y bien espiritual y
aquellos Padres aprobaron este dicho y censura del libro, y realmente á este tes-
tigo le causó mucha devoción y sacó de allí muy buenos consejos y ser devoto de
San José y algunas advertencias de mucha importancia para poder dar consejo en
cosas espirituales, y después estando este testigo ya en este Convento de Avila,
tornó á leer de nuevo estos libros de la Santa Madre con mucha mayor atención y
echó de ver que con razón los había calificado bien, como tiene dicho, y así sacó
mucho más provecho de su doctrina y mucha más reverencia y devoción de esta
Santa Virgen, conociendo cuan de veras era espiritual y discreta.
Al artículo noventa y ocho dijo: que lo que de él sabe es que luego que este
testigo vino al Convento de Santo Tomás de Avila á vivir, que habrá para la Na-
vidad primera que viene, diez y ocho años se procuró informar mucho de las
reliquias de la Santa Madre Teresa de Jesús, y diciéndole cómo había estado su
cuerpo en su casa de San José de esta dicha ciudad de Avila y que desde allí le ha-
bían tornado á llevar á Alba, donde ella murió, rescibió de ello este testigo muy
grande pesadumbre y desconsuelo, pareciéndole mal caso que esta ciudad hubiese
consentido que la despojasen de tan propio y rico tesoro suyo, y el P. M. Fr. Pe-
dro de Ledesma que á la sazón era Regente y Lector de Teología en el dicho Con-
vento de Santo Tomás de Avila, le dijo cómo manaba de su cuerpo santo un oleo
ó licor que dejaba manchado el paño ó papel que llegaba á sus santas reliquias: y
ansí tomó á este testigo gran deseo de tener alguna partecica de estas reliquias y
fué asi que una muy venerable religiosa del Monasterio de Santa Catalina de esta
ciudad de la Orden de Nuestro Padre Santo Domingo dio á este testigo una parte-
cita de estas reliquias y le dijo: Padre, advertid que es cosa averiguada y la he pro-
bado yo veces, que esta reliquia es certísima de la Madre Teresa de Jesús, porque
de Tiedra. Hizo su prufcsión reliniiisa en iiianiis del ccklire maestro Garcia de Astudillo á 22 ile l'iiero
de irj67. Sobresalió iiiuclio en ios estudios y deseiiipeñó con niuciio lucimiento las cátedras que se le
confiaron. Tenía además grandes dotes para el pulpito y para el gobierno de los religiosos. Fué Prior
de su convento y predicador de su Magestad, y en premio del buen desempeño de estos cargos fué
presentado el 10 de Septiembre de IñlG. para la Silla Arzobispal de las Ciiarcas, América, en la cual
hizo todos los oficios de un buen pastor, trabajando hasta el último aliento por la reforma de las cos-
tumbres y por el esplendor del culto divino.
— 651 —
mancha como con olio cualquier papel por limpio que sea y la dicha religiosa dio á
este testigo la dicha reliquia en la mano y la tentó y miró con curiosidad y vio que
estaba sequísima y que así parecía imposible poder echar de si olio ni otro licor
alguno y tomando un papel muy limpio la envolvió y la puso en el seno en parte
donde no era posible humedecerse y después á !a noche halló el papel manchado,
como si hubiese llegado al aceite y le puso luego otro papel muy limpio y luego le
halló otro día manchado de la mesma suerte y hizo esta prueba tantas veces que
tuvo notable escrúpulo de hacerla más, por parecerlc género de incredulidad é irre-
verencia, y así este testigo ha estimado las reliquias de esta Santa Madre como
digna de que se llame ella por este nombre, Santa Madre, que es el apellido que le
da esta ciudad.
Al artículo ciento dieciseis dijo: ...la reliquia que lleva declarada la tiene, y jun-
ta con otras reliquias certísimas de Santos que consigo trae, y las reverencia y se
encomienda á la Santa Madre Teresa de Jesús, como á tan sierva de Dios y que á
su juicio de este testigo es digna de canonizarse, y ansí de todos comunmente es
tenida y reputada por Santa y ha aconsejado á muchas personas se encomienden á
ella, y advierte este testigo al que esto leyera, que de su condición es grandemente
incrédulo, porque ha experimentado que no sin causa dijo el Eclesiástico: Mores
hominum mendacium sine honore: Las costumbres de los hombres son una mentira
infame. Mas con todo esto, como ha visto este testigo la común fama y reputación
de todos los fieles de esta tierra de la dicha Santa Madre Teresa de Jesús y la au-
toridad de muchos padres gravísimos de nuestro hábito de Santo Domingo y todo
lo demás que lleva depuesto en este su dicho, cree y tiene por cierto este testigo,
y sin duda alguna que esta sobredicha Santa Madre Teresa de Jesús, merece ser
canonizada y ansí lo afirmó y protestó y estoy aparejado á dar testimonio de esto.
Así lo digo yo, Fr. Juan de Alarcón. (Proceso de Avila.)
Segunda declaracióu del P. Juan de fllarcón.
A la primera pregunta dijo que por ser cosa muy notoria y haber tratado con per-
sonas muy graves de su Orden, que trataron y comunicaron á la dicha Santa Madre
tiene particular noticia años ha de ella y de sus obras y sabe que fué natural de esta
ciudad de Avila, hija de padres nobles y monja del monasterio del Carmen.
A la segunda pregunta dijo que á personas muy graves en letras y en religión
con quien la Santa Madre trató, este testigo muchas veces movió pláticas y sabe de
cierto de ellos que era mujer de heroicas virtudes y de rara santidad y en particular
la alababan de estas tres grandes virtudes, la una fué que jamás hacía cosa sin tener
aprobación primero de los más graves y doctos hombres del reino y en especial de
los padres de Santo Domingo, de los cuales oyó este testigo estar muy pagados de
su modo de proceder, que era muy conforme á la perfección evangélica, y la según-
— 652 —
da virtud de que la loaban era de un trato liumildísiino y ilanisimo y lleno de toda
discreción, la tercer cosa era que todos cuantos la trataban de nuevo salían de
ella tan edificados que decían ser obra de Dios todo lo que aquella santa trataba y
toda esta aprobación que este testigo oyó á los dichos padres de su Orden, sabe
que es común estima de todos, ansí en esta ciudad como fuera de ella. Ansí entre
religiosos y eclesiásticos como seglares y que por esta causa este testigo procuró
leer sus libros de esta Santa Madre y le parecieron dignos de ser leídos y que ayu-
dan mucho á la vida perfecta y santa y asi luego que murió la dicha Santa Madre
tomó devoción con ella este testigo y con su orden é tuvo en veneración sus reli-
quias y se encomendó á ella, aunque con la cautela que conviene encomendarse á los
que no están canonizados.
A la tercera pregunta dijo que dice lo que dicho tiene y que este testigo ha he-
cho experiencia veces del santo licor, óleo que mana de su santo cuerpo y que siem-
pre ha oído y entendí lo que hace grandes mercedes Nuestro Señor á los que se en-
comiendan á ella y que muchos han aprovechado mucho en la vida espiritual leyen-
do sus libros y es cosa muy pública y notoria lo contenido en la pregunta ser verdad.
A la cuarta pregunta dijo que dice lo que dicho tiene y que siempre ha visto que
la Santa Madre y sus reliquias han estado y están en gran veneración cerca de
todos, este testigo las ha tenido y tiene en veneración y es comunmente llamada y
tenida por santa. (Proceso de Avila.)
VIII
Declaración del P. Presentado Fr. Juan de Medina.
A la cincuenta y una pregunta del rótulo dijo: que tiene á la Santa Madre Teresa
de Jesús por fundadora de la nueva reformación de los religiosos Carmelitas Des-
calzos y Descalzas, y restauradora de la observancia regular y disciplina antigua de
su religión.
A la cincuenta y seis pregunta del rótulo dijo: que habrá 34 años poco más ó me-
nos que viviendo este testigo en San Esteban de Salamanca, convento de los más
graves y religiosos que tiene la orden de Santo Domingo, se trasladaban allí para la
Duquesa de Alba los cuadernos que la Santa Madre había escrito de su vida, y los
religiosos procurábamos haberlos como si fueran reliquias, no tanto por curiosidad
cuanto por la devoción que nos hacía su lectura y los leíamos con mucha devoción
y respeto. Sin poner duda en cosa de cuantas contenían con ser tan grandes, antes
venerándolas como de Santa, y el que podía haber mis cuadernos que se habían
con mucha dificultad se tenía por más dichoso y los comunicaba á los demás y unos
y otros los leían con particular devoción y aprovechamiento. ítem dijo: que sabe
que la Santa Madre escribió los cuatro libros en el artículo ciento cinco contenidos,
-653 -
porque los ha visto y leido y le parece contienen doctrina no solo católica sino so-
berana, celestial y divina para utilidad y bien de las almas, las cuales han sacado y
sacan de su lectura muy gran fruto y aprovechamiento, también sabe que el Rey
Felipe 1! hizo tanta estimación de ellos, que procuró haber el original de la Vida de
la Santa Madre que se tiene guardado en su librería del Escorial y se muestran con
particular respeto y veneración como reliquia de la Santa.
A la pregunta ciento quince dijo: que desde 34 años acá siempre ha oido hablar
de la Santa Madre, especialmente á personas que la trataron y examinaron con ri-
gor su espíritu en confesión y fuera de ella, como fueron el P. M. Fr Domingo Bá-
ñez y el P. M. Fr. Bartolomé de Medina, catedráticos de Prima en la Universidad
de Salamanca, el P. M. Fr. Juan de las Cuevas que fué Obispo de Avila y el padre
M. Fr. Diego de Yanguas, personas de las más graves, doctas y religiosas de su Or-
den con quienes la Santa Madre comunicó muy despacio su oración, su vida y el
camino que llevaba: siempre este testigo les oyó hablai de la virtud y santidad de la
V. M. Teresa de Jesús con grande admiración, veneración y encarecimiento, tra-
tando de sus virtudes teologales, morales é intelectuales, como de persona que las
tenía en grado heroico y hablando de ella como de una de las mayores santas que
Dios ha tenido en la tierra y á quien más favores y mercedes su majestad ha he-
cho y más particulares privilegios ha comunicado.
Lo mismo siente y tiene por cierto, porque en esta conformidad ha oido hablar
á otras muchas personas de diferentes estados y á ninguna ha oido decir jamás en
contrario ni poner duda en lo dicho. Y ^tisfaciendo á esta pregunta de la singular
obediencia, humildad, fortaleza, confianza en Dios, déla grandeza de ánimo y ad-
mirable paciencia que esta sierva de Dios tuvo: dice este testigo que ha oido decir
muchas y grandes cosas y leidolas en tres libros de su vida, escritos por diferentes
autores y todos convienen en ellas, y en que fué único ejemplo de paciencia en su-
frir enfermedades que tuvo muchas muy graves y muy prolijas y en padecer traba-
jos que se le ofrecieron grandísimos en las fundaciones y como fué continuo en ella
el curso de los trabajos, después que hizo profesión, así también lo fué el curso de
su paciencia y nunca desmayó en ellos ni perdió jamás la grandeza de ánimo y va-
lerosa confianza que en el Señor hubo puesto y este testigo así lo siente y tiene por
cierto.
De la singular prudencia de esta virgen dice este testigo que dan testimonio la
grandeza de las obras que emprendió, cual fué la fundación y reformación de una re-
ligión de la más observantes que tiene la Iglesia de Dios, la industria con que ende-
rezó los medios á los fines que pretendía y el dichoso suceso que en ellos tuvo fa-
vorecida del cielo.
A la pregunta ciento diez y seis dijo: que la santidad de esta exclarecida virgen
se asienta y fija de manera en los corazones de los fieles que después de la fe, nin-
— 654 —
guna cosa parece tienen por más cierta ni ponen más duda en ella que si ya estuvie-
ra canonizada, y la común aclamación de todo es, que la Madre Teresa de Jesús es
santa y muy santa y santísima y este testigo por tal la tiene y como á tal se enco-
mienda á esta bienaventurada virgen y trae consigo reliquia de su venerable cuer-
po, correzuelos de su carne envuelta en un pañito penetrado del licor que á manera
de bá'samo mana de ellos, y sabe que otras personas los traen por reliquias y tie-
nen gran fe en ellos, y se encomiendan á esta beata virgen y hacen conmemoración
de ella no siendo de su Orden. (Proceso de Burgos.)
Fué este Padre que declara Presentado y Prior de San Pablo de la Orden de
Santo Domingo en la ciudad de Burgos y Visitador de su Orden y Apostólico de las
provincias de San Pedro Mártir de Quito y de San Antonio del nuevo reino de
Granada en las indias.
IX
Declaración del P. Fr. Tomás Ramírez, Iiecíor de Teología en el Conuenío
de San Pablo de Burgos.
A la cincuenta y una pregunta dijo: que tiene á la dicha Santa Madre Teresa de
Jesús por fundadora de la reformación de los Descalzos y Descalzas Carmelitas.
Porque además que así le consta de los libros, historias, é imágenes de la misma
Santa Madre es pública voz y fama en todas las partes de estos reinos, donde se ha
hallado, sin que jamás haya oido dudar de ello ni cosa en contrario y así lo tienen los
fieles comunmente por cierto y notorio sin género de controversia. La cual funda-
ción y reformación nueva le parece que es uno de los más abonados y calificados tes-
timonios de toda excepción que se puede desear para comprobación de las grandes
virtudes y santidad de esta heroica virgen y Santa Madre, porque siendo verdad
evangélica que los frutos que cada uno deja de sí, cuando muere son los verda-
deros testigos de su vida, quien bien mirare que una mujer sola fué poderosa para
reducir á hombres y mujei-es á perfección y á tal perfección como la que en esta reli-
gión se profesa y platica, de que á este testigo le consta por trato y familiar conver-
sación así con los religiosos como con las religiosas, que sin duda su vida y ejer-
cicios son un retrato del fervor y santidad de la primitiva Iglesia, y viendo que en
tan pocos años ha Dios aumentado esta religión con tan gran fruto y aprovecha-
miento de las almas, no sólo de los muchos que en ella habitan santísimamente
sino de los demás fieles que con la enseñanza, predicaciones, confesiones, amones-
taciones, consejos, oraciones y santos ejemplos de esta santa religión y de sus
santos religiosos y religiosas se convierten á Dios, perseveran en la virtud, apro-
vechan grandemente en ella y aun llegan á mucha perfección de vida, no se puede
dudar sino que esta santa virgen á quien Dios escogió por autora de tantos bienes
-655-
y frutos de gracia la tuvo muy grande, que lo es mucho delante de su Majestad con
singulares virtudes, dones, favores y mercedes de su poderosa mano. Así dice este
testigo que lo entiende y tiene por ciertísimo.
A la ochenta y seis pregunta dijo: que tiene por cierto que las religiosas des-
calzas de esta sagrada religión de Nuestra Señora del Carmen por las oraciones y
merecimientos de la Santa Madre Teresa de Jesús no padecen la inmundicia y mo-
lestia de los piojos, ni los crían en la cabeza ni cuerpo aunque traigan todas túnicas
de estameña, antes á las novicias que los traen en tomando el hábito se les mueren
y secan.
Dice que lo tiene por cierto; porque ansí lo ha oído decir á cuatro ó cinco de
las mismas religiosas del Convento de San José de esta ciudad que en veces ha con-
fesado y con quien han tratado ellas muchas cosas de su devoción, que es por ex-
tremo del cielo, y así está certísimo que no solo en cosa de tanta importancia como
esta no dirían mentira, pero ni en alguna otra cosa por ligera que fuere; porque le
consta que con veras tratan de perfección y santidad divina. Las cuales así mismo
le han dicho ser en toda su religión pública y notoria esta verdad, que en todas ellas
obra Dios esta maravilla continuamente, y así este testigo tiene por milagro prodi-
gioso, porque contiene en sí milagros sin número, cuales son impedir Dios sobrena-
turalmente por los merecimientos de la Santa Madre de que esta inmundicia se críe,
que había de ser naturalmente hablando cada día ó muchas al día en tantos sujetos
ó á lo menos obrando un particular milagro en cada una de las dichas religiosas
que se contiene por toda su vida, que todo es obra del poder de la poderosa mano
de Dios y así lo entiende sin que pueda haber causa natural que lo obre y esto res-
ponde.
A la ciento diez y seis pregunta dijo: que tiene por sin duda que el Espíritu Santo
que es el corazón de la Iglesia ha puesto comunmente en el de los fieles esta ver-
dad que la Santa Madre Teresa de Jesús es verdaderamente santa y que está en la
bienaventuranza, gozando de Dios con grandes grados de gloria, y además de una
singular propersión que en su alma experimenta para entenderlo así, muévele efi-
cazmente á ello ver que ansí lo sienten y creen todos los fieles, que ha tratado de
esta materia con muchos de todos estados, en quien siempre ha hallado grande con-
tentamiento y regalo de que se trate de las virtudes, milagros, santidad de vida de
esta gloriosa virgen y grandes deseos de verla ya canonizada, diciendo que su cano-
nización ha de ser de singular alegría y recibida con general aplauso y regocijo de
todos. Ninguno de cuantos este testigo ha hablado acerca de este artículo, que co-
mo dice son muchos, ha dudado de la santidad y heroicas virtudes de la Santa Ma-
dre, antes en todos ha hallado grande afecto para hablar en sus alabanzas y parece
querrían saber muchas cosas que decir á gloria de Dios y de esta Sania Virgen y
esta es pública voz y fama.
-656-
Por lo cual sabiendo que' generalmente los fieles mayores y menores de todos
estados y cualidades reciben esta venerable virgen por santa, tiene por sin duda
este testigo que delante de Dios lo es y con grandes' ventajas de gloria.
Porque es argumento cierto acerca de todas las verdades reveladas que perte-
nezca á nuestra fe, ó son tocantes á la reformación común de las costumbres, que
aquello en que todos los fieles convienen y lo que todos comunmente sienten y di-
cen es así verdad é infalible y consentimiento derivado del Espíritu Santo, pues
siendo como es verdad tocante á la general reformación de las costumbres recibir
á uno por santo, porque al ponerse por regla y dechado de nuestras buenas obras
para imitar las suyas, cierto es y verdad irrefragable que esta santa virgen caminó
bien á la Bienaventuranza, que sus obras fueron dignas de ser imitadas en la Iglesia
y que su alma está gozando el premio de ¡os grandes merecimientos con infinitos
grados de gloria, pues comunmente los fieles la reciben por regla y dechado de san-
tidad para imitarla en sus buenas obras, y que sus reliquias son tenidas y reveren-
ciadas y adoradas como las de los grandes santos y este testigo tuvo muy gran fe-
licidad haber un poquito de su santa carne envuelta en un pañito que está bañado
en el licor á manera de bálsamo que de ella suda, la cual trae consigo entre otras
reliquias de santos, donde también tiene una partecita del Lignum Crucis y Agnus
Dei. Sus imágenes de esta santa y retratos es público y notorio los tienen los fieles
con veneración de imagen de santa y este testigo la ha visto muchas veces en Igle-
sias, oratorios y otros lugares pios, donde se ponen imágenes de Santos. En su sa-
grada religión d e Santo Domingo dice este testigo, que aman y estiman los religiosos
esta santa virgen como si verdaderamente juera hija de su religión.
Y así mismo le consta á este testigo que muchos fieles se encomiendan á esta
Santa en sus necesidades, y de algunos sabe que, cada día la hacen particular con-
memoración y la tienen por abogada, teniendo esperanza que por su intercesión han
de alcanzar muchos favores y mercedes de Dios, como piadosamente entiende lo
alcanzan. Este testigo también se ha encomendado y encomienda muchas veces á
esta santa virgen, pidiéndole favor en sus necesidades y socorro para el buen
acierto de sus cosas. Esto es lo que sabe y responde á esta pregunta.
A la última pregunta dice este testigo, que dice lo que dicho tiene, que este su
dicho es la verdad. (Proceso de Burgos.)
X
Otras declaraciones
Declaración del P. Enrique Enríquez de la Compañía de Desús.
"A la octava pregunta dijo, que yo y el P. Diego Alvarcz examinamos muchas
veces de propósito las revelaciones y altos sentimientos de oración que la dicha
- 657 -
Teresa de Jesús decía haber tenido, y que tuvimos muchas experiencias de su hu-
mildad y caridad y admirable oración, y de la gran discreción y experiencias que
tenía en cosas espirituales, y así perdimos el demasiado recato y temor que tenía-
mos de sus cosas para probar si en ellas había lazo y engaño del demonio, y que la
dicha Teresa de Jesús, entonces y antes, siempre procuraba informarse de los va-
rones que eran tenidos por letrados y experimentados; y con mucha humildad los
oía y obedecía y cuando nos hallaba incrédulos nos allanaba con la discreción y
espíritu de Dios que tenía y nos mostraba cómo los sentimientos y revelaciones
que tenía eran muy conformes á lo que los Santos escriben y experimentan, y que
conmigo y con el P. Fr. Bartolomé de Medina, catedrático que fué de Prima en
Salamanca, comunicó muchas veces las dificultades y razones de dudar que tenía, y
de camino nos ponía á gran deseo de la perfección religiosa, y nos daba modo cómo
tuviésemos provechosa y acertada meditación y oración, y para esto tenia unas
palabras tan vivas, y las decía con tal fuerza y sentimiento, que pegaba espíritu y
gran deseo de mejorarse á los que con ella trataban.» (La Fuente. Tomo VI, pági-
na 177, edición de 1881.)
El mismo Dominico P. Alvarez, gran defensor de la gracia eficaz ab intrínseco en
las Congregaciones de Auxiliis. fué comisionado en unión del P. Juan de Rada por la
Santa Sede para censurar cierta doctrina de Santa Teresa que había sido delatada
como errónea. La censura fué favorable á la Santa. (V. A. M.'"' Meynard.) LaVida
espiritual, Vol. II, apéndice 7.
El Dominico Fr. Jerónimo Lanuza, Obispo de fllbarracin.
El gran Dominicano Fray Jerónimo Bautista de Lanuza, Obispo de Barbastro, y
seguidamente de Albarracín, predicando á la Beatificación de la Santa, dijo de su
sabiduría entre otras cosas: «El Hijo de Dios que es sabiduría eterna... aunque mos-
tró... su valor haciendo sabios á unos pobres idiotas, pescadores y pobres, pero en
alguna manera más la mostró dando tal sabiduría á una mujer, que quedase hecha
maestra de Predicadores, religiosos y religiosas, aventajada en la ciencia divina;
llamándola más adelante muchas veces Maestra y Doctora de celestial y espiritual
doctrina. (La Fuente, tomo VI, edición de 1881, página 336.)
Declaración de D. Andrés de lYlelgoza, hijo del fllíerez mayor de Burgos.
♦ Al artículo ciento quince dijo: Que á la dicha Madre Teresa de jesús, la tuvie-
ran en su vida por santa generalmente y así lo ha oido decir y ansí mismo ha oído
decir que los que en esta materia dijeron grandes cosas de esta santa fueron mu-
chos gravísimos y doctísimos varones de la Orden de Santo Domingo (Proceso
de Burgos.)
42
— 658-
Declaración de Sor Beatriz de la Purificación. Carmelita Descalza de Burgos.
cDijo que en una fiesta pública del Santísimo Sacramento que se hizo en el mo-
nasterio de San Pablo, extramuros de dicha ciudad, oyó decir á un religioso grave
del dicho convento que pusieron en el claustro dos ó tres retratos de la dicha Santa
(Proceso de Burgos). Consignamos esta declaración por ser muy significativa del
alto concepto que los Dominicos de Burgos tenían de Santa Teresa, aun antes de
que fuera elevada al culto de los altares.
Declaración del P. Fr. Bartolomé Sánchez, Carmelita Calzado.
.También profetizó que había de haber grandes controversias entre la Religión
de Santo Domingo y la Compañía de Jesús, y vio que en los postreros tiempos de
la Iglesia las sobredichas religiones unidas estrechamente pelearían contra el an-
techristo.» (Proceso de Salamanca.)
Esta profecía consta también en las actas de beatificación de Santa Teresa.
En el archivo del convento de Carmelitas Descalzas de Segovia se halla una co-
lección de documentos preciosos que el M. R. P. Alberto, actual Prior de aquella
religiosísima casa tuvo á bien poner á nuestra disposición, y entre ellos se encuen-
tra uno que dice así: «Traslado verdadero y llano de las cosas más principales en
que han de ser examinados los testigos para la información de la vida, virtudes y
milagros de la excelente Virgen y venerable Madre Teresa de Jesús, instituidora de
la Reformación de religiosos y religiosas de la orden de los Descalzos de Nuestra
Señora del Carmen, acerca de los ciento diez y siete artículos que contiene el rótulo
que para la dicha información vino de Roma. El cual tradució por mandamiento del
Sr. D. Luis Ferníindcz de Córdoba, Obispo de Salamanca, un notario de su Audien-
cia y le vio y corrigió y aprobó su Señoría.»
Artículo 81 sobre el espíritu de profecía de la Santa Madre Teresa de Jesús. Pone
A continuación diversas profecías de la Santa y entre ellas se halla literalmente la
que acabamos de citar sobre los Dominicos y Jesuítas y concluye así: <'Estc inte-
rrogatorio se formuló para las informaciones de 1610.» (Archivo de PP. Carmelitas
Descalzos de Segovia.)
-í^L 3F» 1É3 3\ri> I O :e3 ii-\r
Biografías de los Dominicos, confesores de Santa teresa.
_R. Vicente Barrón.
Pocas son las noticias que nos han dejado los historiadores del V. P. Fr. Vicen-
te Barrón, que tanta parte tuvo en el porvenir de Santa Teresa, según dejamos
-659-
conslgnado en la primera parte de nuestra obra. Nada hemos podido averiguar
acerca del nacimiento y patria de este insigne varón, ni dónde tomó el hábito é hi-
zo su profesión. Es probable que sea oriundo del convento de San Esteban de Sa-
lamanca y que allí haya hecho sus estudios. Siendo muy joven todavía debió ser
asignado á este Colegio de Santo Tomás de Avila, donde ejerció el profesorado por
mucho tiempo, apareciendo su nombre en muchas escrituras de censo y traspaso
existentes en este archivo.
El P.Juan López, Obispo de Monópoli, en su historia de Santo Domingo y de su
Orden, le coloca entre los hijos que ha tenido el convento de San Esteban de Sala-
manca, insignes en dignidad ó erudición, y así dice (1): «Los maestros y catedráti-
»cos que ha tenido (San Esteban) han sido muchos, y aunque muchos de ellos que-
»dan ya nombrados como Obispos, priores y provinciales, con todo eso, los nom-
>braré con título de maestros». Después de poner doce ó catorce nombres de maes-
tros, á continuación de Fr. Melchor Cano, catedrático de Prima, pone á Fr. Vicente
Barrón, sin decir qué clase de materias explicaba.
Era Gaspar de Grajal, catedrático sustituto de Sagrada Escritura en la Univer-
sidad de Salamanca é íntimo amigo de Fr. Luis de León. En el año 1561 siendo ya
Grajal profesor, le ocurrió un lance, según refiere el P. Fr. Luis Getino (Proceso de
Fr. Luis de León), encontrándose un día en el convento de Jerónimos. Tuvo con
ellos una disputa sobre la interpretación literal de la Escritura, que él sostenía, ha-
bía sido desconocida de los Santos Padres. Además, afirmó que el Papa no podía con-
denar á uno por hereje; doctrinas, como es claro muy falsas. Los Jerónimos se
ofendieron tanto, que sin demora fueron á dar cuenta al Comisario del Santo Oficio
P. Fr. Vicente Barrón, el que por entonces le favoreció en su declaración á Grajal,
achacando á exceso de celo las consideraciones de los Padres Jerónimos. Por esto
se ve que el P. Vicente Barrón, además de ser maestro en Sagrada Teología era
Comisario del Santo Oficio de la Inquisición en Salamanca.
Del convento de San Esteban de Salamanca mandaron los Superiores á Toledo
al P. Fr. Vicente Barrón por los años de 1565 en calidad de catedrático de Prima
de la Universidad de la dicha ciudad de Toledo y como Comisario y consultor del
Tribunal de la Inquisición. Esto se vé por lo que dice el señor Obispo de Monópoli
al hablar de la fundación del convento de San Pedro Mártir de la dicha ciudad. «Ha
•habido (dice) (2) en el convento de San Pedro Mártir, muchos catedráticos de la
«cátedra de Prima que tiene la Universidad de Toledo, la cual desde sus principios
"hasta el año de 1601 la tuvieron los maestros Fr. Vicente Barrón, Fr. Tomás de
»Pedroche, Fr. Marcos de Valladares, etc.»...
(1) Historia de .Santo Domingo, 3." parte, capítulo XLII, p.irrafo segundo.
(2) Hi>itnr.;i (le Santo Domingo, 3." parte, capítulo XXXIX.
- 660 -
Durante el año 1568 y siguientes confesó á Santa Teresa año y medio y allanó
con su influencia las dificultades que se oponían á la fundación del convento de Car-
melitas Descalzas en Toledo.
P. Pedro Ibáñez.
1. En el religiosisimo convento de Salamanca hizo profesión á cinco de Abril
día de San Vicente Ferrer, nuestro padre, del año de mil quinientos y cuarenta el
P. Fr. Pedro Ibáñez en manos del Prior Fr. Domingo de Soto, catedrático de Vis-
peras en aquel tiempo y después confesor del emperador Carlos V. Fué natural de
la ciudad de Calahorra. Sus padres se llamaron Diego Ibáñez y Mana Diaz, su mu-
jer. Entró en los estudios y aprovechó mucho en ellos, y en la virtud mucho más.
Hízose hombre docto, acompañando sus letras con mucha santidad: fué muy dado á
las virtudes de oración y penitencia, calidades que hicieron muy calificados y cele-
brados á San Jerónimo, Santo Tomás y á otros, porque sobre estos dos polos de
oración y penitencia hicieron su curso los que en la iglesia fueron cielos. Fué lector
de Teología en los insignes colegios de Santo Tomás el Real de Avila y de San Pa-
blo de Valiadolid, adonde, cuando conocía en los de casa de novicios buenas incli-
naciones y que trataban mucho de virtud, los llamaba á su celda y con espíritu de
Santo los persuadía todo lo que era reformación, devoción y acrecentamiento de
espíritu, y les decía: hermanos, el daño que padecen los conventos, no consiste en
que dentro de los claustros se vean algunos religiosos perdidos, que eso siempre
será, porque aun en tiempo de los fundadores m el rigor de los principios ni el
ejemplo de tantos y tan grandes santos eran parte para la reformación de algunos;
que lo que se ve en los árboles que no pueden llegar á. perfección, toda la fruta que
muestra la flor, eso es en ! is religiones, sin que se pueda excusar. La vida relajada
en las Comunidades es lo que se debe sentir mucho, y lo que conviene remediar,
porque como entonces se advierten poco las faltas, se camina con una peligrosa se-
guridad, que es principio de gravísimos inconvenientes y notables daños. Persuadía
esto el santo varón como persona tan espiritual en diversas ocasiones á los de casa
de novicios con gran beneficio suyo, porque no comenzasen lo que continuado con
el tiempo sería casi irrremcdiable. No se cansaba de exhortar á los frailes mozos á
la virtud, llevado de un santo celo que tenía de la reformación de costumbres y
acrecentamiento de la vida observante, á !o cual ayudaba mucho el ejemplo de la
suya: estas eran sus oLiip.icidiics v i-i'Miicios aun cuando las enfermedades le aca-
baban la vida.
2. «Es argumento claro de su santidad la mano grande que tuvo con la Santa Ma-
dre Teresa de Jesús en el principio de sus prodigiosos sucesos. Este padre Presen-
tado fué quien principalmente la encaminó sus pensamientos al principio de su con-
versión, y la animó y la ayudó valerosamente para que comenzase la reformación y
- 661 —
recolección del monasterio de San José de la ciudad de Avila, adonde tuvo origen
lo que ahora ve:n )S tan acrecentado y extendido en la iglesia. En las terribles y
gravísimas contradicciones cjue esta obra heroica tuvo, quien más esforzó á la San-
ta fué el santo Fr. Pedro Ibáñez; y á él como á autor se le deben dar las gracias de
todo. Porque sino fuera por sus persuasiones y vivas y animadas razones, tenía la
Santa Madre alzado mano de esta grandiosa obra, que había comenzado, rendida ya
á tanta guerra y contradicciones. El convento donde vivía, en nada ayudaba á sus
intentos. No se contentaban sus hermanas y compaiíeras con no aprobar su vida y
su espíritu, que eso era el menor mal, sino que la afligían y perseguían con más ri-
gor y aun licencia que la que personas de su estado debían. Con esto no hay que
espantarse que una mujer sola se acobardase, siendo tantas las que la hacían gue-
rra. Estos tenían muchos valedores, y hablaban de su resolución y santos intentos
diferentemente, .^poyaban y justificábanlos personas muy graves de esta Orden de
Santo Domingo, como luego diré. Los cuales no hablaban por revelación ni adivi-
nando, sino muy enterados de su virtud y de los favores que Dios Nuestro Señor la
hacía. Con todo eso, como las personas contrarias eran poco aficionadas, por no
decir arrojadas, no daban el crédito que merecía la santidad y santos intentos de
la sierva de Dios.
«3. El Santo Fr. Pedro Ibáñez se opuso valerosamente á los perseguidores, favo-
reciendo mucho sus intentos, y con la grande opinión que en la ciudad de Avila teuía
de letrado y virtuoso, hizo mucho. Daba trazas, buscaba medios, negociaba y escri-
bía á Roma en su favor, procuró un Breve de su Santidad para que se hiciese la
fundación: con lo cual se comenzaron á vencer las dificultades y á convenirse tan
contrarios pareceres. Comenzada la obra, un razonamiento de la Santa Madre bastó
para reducir algunas personas muy doctas y calificadas que con alguna licencia po-
nían lengua en su resolución; porque las murmuraciones fueron tales, que fué ne-
cesario socorro particular del cielo para no desmayar y dejarlo. Pero contra esto
todo, tomó el Señor por instrumento al Siervo de Dios, que estando muy cierto de
lo que Dios obraba en el alma de la Santa, no solamente alababa su determinación,
y predicaba sus virtudes, sino la animaba y alentaba en las persecuciones. Ayudá-
bale ella con sus oraciones, con las cuales y con la comunicación fué creciendo mu-
cho en la vida espiritual, y conservando hasta la muerte los ejercicios de peniten-
cia y oración. Las enfermedades le tenían muy flaco, y no por esc aflojaba en el
rigor. Sentado en una silla del coro, la oración y la vida se le acabaron á un tiempo,
sin que los achaques y accidentes detuviesen la corriente de sus santos y fervoro-
sos ejercicios.
«4. Refiere la Santa Madre Teresa de Jesús, hablando de este Padre en sus libros
que vio una vez á la Reina del cielo que le vestía un hábito muy blanco en agrade-
cimiento del servicio que la había hecho en ayudar y favorecer los pensamientos de
— 662 —
su sierva, y en señal de la limpieza y hermosura que tenía su alma, y de la singular
merced que se le hacía, en que no la perdiese pecando mortalmente. Dice más la
Santa, que tiene por cierto que ansí fué, porque pasados pocos años murió, y su
muerte y loque vivió, fué con tantas penitencias y tan grandes muestras de virtud
que aseguran muchos su salvación. Trae también un testimonio de un religioso muy
grave que se halló al tiempo de su muerte en el convento de Santa María la Real de
Trimos, adonde era Prior el Santo Fr. Pedro, cuando murió este año de 1565.~E1
cual refiere que antes que espirase el Santo Prior le habla visitado Santo Tomás
de Aquino, y que acabó con gran demostración y alegría y afectuoso deseo de salir
de este destierro. Dice más la Santa, que ella tuvo revelación de que no entró en el
purgatorio; lo cual también refirió del bendito P. Fr. Pedro de Alcántara, de la Or-
den de Nuestro Padre S. Francisco, y afirmó que al Padre Presentado Fr. Pedro
¡báñez y á este Padre vio que sus ánimas, sin pasar por el purgatorio, entraron á
gozar de Dios luego que partieron de esta vida.» De la Historia del Convento de
San Esteban de Salamanca, por el P. Fr. Alonso Fernández, libro 1 cap XL.)
El P. Pedro murió en 2 de Febrero de 1565.
Aunque en el capítulo V de la primera parte apuntamos algo sobre el preciosí-
simo documento redactado por el P. Pedro Ibáñez para probar que era el espíritu
de Dios el que animaba y dirigía á la Madre Teresa de Jesús, creemos oportuno
presentarle íntegro; pues sirve para manifestarnos, entre otras muchas cosas,
tres principalmente. Primera: que el P. Pedro Ibáñez era un teólogo profundo: se-
gunda que se hallaba muy adelantado en las vías extraordinarias de la perfección;
y tercera que conocía íntimamente el interior de Santa Teresa.
Ya nos dijola misma Santa «que era el mayor letrado que entonces había en
lugar, (Avila) y pocos más en su Orden:- y este documento por sí solo basta para
conocer la verdad que encierran las sobredichas palabras de la Santa.
He aquí literalmente el documento, según consta de la declaración de Tercsita
sobrina de la Santa Fundadora en el proceso de Avila (1):
1. El fin de Dios es llegar un alma á sí y el del demonio apartarla de Dios. Nues-
tro Señor nunca pone miedos que aparten á uno de sí, ni el demonio que lleguen á
Dios. Todas las visiones la llegan más á Dios, la hacen más humilde y obediente.
2. Doctrina es de Santo Tomás y de los Santos que en la paz y quietud de un
alma que deja el Ángel de luz se conoce. Nunca tiene esas cosas que no quede con
grande paz y contento, tanto qiK' to-Jos los placeres de la tierra juntos la parece
no son como el menor.
(I) «Estas scñ.iks que pone aquí este confesor y otras imiclias que hay, hice yo experiencia de ellas y
escribí un libro que se llama ¡■xutncn de espíritus, donde recopilé todos los que escriben de esta ma-
teria.. (Nota de Gracián al Capitulo Vil d. 1 lihrn IV .le la Vida de la Madre Teresa de Jesús.)
-663-
3. Ninguna falta tiene ni imperfección de que no sea reprendida del que la habla
interiormente.
4. Jamás pidió ni deseó estas cosas, sino cumplir en todo la voluntad del Señor.
5. Todas las cosas que le dice van conformes á escriptura divina y á lo que la
Iglesia ens2ña y son muy verdaderas en todo. rigor escolástico.
6. Tiene muy gran puridad de alma, gran limpieza, deseos ferventísimos de agra-
dar á Dios, y á trueco de alcanzar esto atropellara cuanto hay en la tierra.
7. Hale dicho que todo lo que pidiere á Dios, siendo justo, lo hará. Muehas ha
pedido y cosas que no son para papel por ser largas y todas se las ha concedido
Nuestro Señor.
8. Cuando estas cosas son de Dios siempre son ordenadas para bien propio,
común ó de alguno. De su aprovechamiento tiene experiencia y del de otras muchas
personas.
9. Ninguno la trata, sino lleva prava disposición, que sus cosas no le muevan á
devoción, aunque ella no las diga.
10. Cada dia va creciendo en la perfección de las virtudes y siempre la enseñan
cosas de mayor perfección. Y así en todo el discurso del tiempo en las mismas vi-
siones ha ¡do creciendo de la manera que dice Santo Tomás.
11. Nunca le dicen novedades, sino cosas de edificación, ni la dicen cosas imper-
tinentes. De algunos la han dicho que eran llenos de demonios; pero para que en-
tienda cuál está un alma, cuando mortalmente ha ofendido al Señor.
12. Estilo es del demonio cuando pretende engañar, avisar que callen lo que les
dice; mas á ella que lo comunique con letrados siervos del Señor, y que cuando
callare, por ventura la engañará el demonio.
13. Es tan grande el aprovechamiento de su alma con estas cosas y la buena edi-
ficación que da, que con su ejemplo más de cuarenta monjas tratan en su casa de
grande recogimiento.
14. Estas cosas ordinariamente le vienen después de larga oración, y de estar
muy puesta en Dios, y abrasada en su amor, ó habiendo comulgado.
15. Estas cosas le ponen grandísimo deseo de acertar, y que el demonio no la
engañe.
1(3. Causan en ella profundísima humildad; conoce lo que recibe ser de la mano
del Señor, y lo poco que tiene de sí.
17. Cnando está sin aquellas cosas, suélenle dar pena y trabajo cosas que se le
ofrecen; en viniendo aquello, no hay memoria de nada, sino gran deseo de padecer,
y desto gusta tanto que, espanta.
18. Cáusanle holgarse y consolarse con los trabajos, murmuraciones contra sí,
enfermedades, y así las tiene terribles, de corazón, vómitos, y otros muchos dolo-
res, los cuales, cuando tiene las visiones, todos se le quitan.
— 664 -
19. Hace muy gran penitencia con todo esto, de ayunos, disciplinas y mortifica-
ciones.
20. Las cosas que en la tierra le pueden dar contento alguno y los trabajos, que
ha padecido muchos, sufre con igualdad de ánimo, sin perder la paz y quietud de su
alma.
21. Tiene tan firme propósito de no ofender al Señor, que tiene hecho voto de
ninguna cosa entender que es más perfección, que se la diga quien lo entiende, que
no la haga, y con tener por santos á los Padres de la Compañía, y parecerle que
por su medio la hace Nuestro Señor tantas mercedes, me ha dicho á mí que si no
tratarlos supiese que es más perfección, que para siempre jamás no les hablaría, ni
vería, con ser ellos los que la han quietado y encaminado en estas cosas.
22. Los gustos que ordinariamente tiene y sentimientos de Dios, y derretirse en
su amor, es cierto que espanta. Con ellos se suele estar casi todo el día arrebatada.
23. En oyendo hablar de Dios con devoción y fuerza, se suele arrebatar muchas
veces, y con probar á resistir, no puede, y queda entonces tal á los que la ven que
pone grandísima devoción.
24. No puede sufrir á quien la trata que no le diga sus faltas y no la reprenda, lo
cual recibe con grande humildad.
25. Con estas cosas no puede sufrir á los que están en estado de perfección, que
no la procuren tener conforme á su instituto.
26. Está despegadísima de parientes y de querer tratar con las gentes, muy ami-
ga de soledad, grande devoción con los santos y en sus fiestas y misterios que la
Iglesia representa, tiene grandísimos sentimientos de Nuestro Señor.
27. Si todos los de la Compañía y siervos de Dios que hay en la tierra le dicen
que es demonio, ó se lo dijesen, teme y tiembla antes de las visiones, pero estando
en oración y recogimiento, aunque la hagan mil pedazos no se persuadiría sino que
ei Dios el que la trata y habla.
28. Hale dado Dios un tan fuerte y valeroso ánimo que espanta. Solía ser teme-
rosa, agora atropella los demonios. Es muy fuera de melindres y niñerías de muje-
res: muy sin escrúpulos; es rectísima.
29. Con esto le ha dado Nuestro Señor el don de lágrimas suavísimas, grande
compasión de los prójimos: conocimiento de sus faltas, tener en mucho á los con -
fesores, abatirse á sí misma. Yo digo, cierto, que ha hecho provecho á hartas per-
sonas, y yo soy una.
30. Trae ordinaria memoria de Dios y sentimiento de su presencia.
31. Ninguna cosa le han dicho jamás que no haya sido así y no se haya cumplido
y esto es grandísimo argumento.
32. Estas cosas causan en ella una cl.iiidad de entendimiento y una luz en las
cosas de Dios admirable.
— 665 —
33. Que le dijeron que mirase las Escrituras y que se hallaría que jamás alma que
deseaba agradar á Dios hubiese estado engañada tanto tiempo.»
Hasta aquí el retrato perfe:tísimo del interior de Santa Teresa, que revela co-
nocía su autor íntimamante el espíritu de la Santa Madre.
P. Domingo Báñez
Nació el P. Domingo Báñez en Medina del Campo, el 19 de Febrero de 1528, de
padres originarios de Mondragón, provincia de Guipúzcoa.
Hizo la profesión solemne en la Orden de Santo Domingo á los diez y nueve años
de su edad. La precocidad de su agudo ingenio, su fuerza de voluntad, la amabi-
lidad de su carácter, su espíritu de devoción, de retiro y de penitencia hicieron
desde luego concebir bien fundadas esperanzas de que con el tiempo llegaría á ser
una lumbrera de la ciencia y un mc^delo de virtud y de perfección. No tardaron en
verse realizadas estas esperanzas, y los Colegios de España á porfía se disputaban
el honor de llevarle á ocupar sus cátedras.
Empezó su carrera de profesor enseñando Filosofía en el insigne Colegio de San
Esteban de Salamanca, siendo al poco tiempo ascendido al cargo de Regente de
Estudios y condecorado con el título de Presentado.
De Salamanca fué trasladado á Avila, donde sin conocer á la Santa se constituyó
en decidido defensor de su Reforma, salvándola de inminente ruina. A pesar de no
tener entonces el P. Báñez más que treinta y cuatro años, la fama de que venía pre-
cedido le granjeaban el respeto y la admiración de todos. Durante los seis años
que permaneció en Avila, desempeñó con admirable celo y prudencia el delicado
cargo de Confesor de Santa Teresa y de sus Religiosas. En estos años fué cuando
revisó el libro de la Vida y ordenó á la Santa escribir el Camino de Perfección.
En 1575 tomó á su cargo la defensa de la primera de estas obras, denunciada á la
Inquisición, por mandato de la cual, y á título de Consultor de la misma, presentó
un informe oficial. Santa Teresa tenía depositada en este Dominico una confianza
sin límites. Ella misma testifica que, con preferencia á todos los demás, solía tratar
con él todos los negocios de su alma. Por su parte el P. Báñez declara en el pro-
ceso de canonización, que él solía sujetar á la Santa á duras pruebas, y que algunas
veces se mostraba con ella muy severo, aunque al pensar en las insignes mercedes
y gracias que Dios hacia á esa alma privilegiada, se sentía dominado de tal respeto
y admiración que temblaba al oiría en confesión.
El P. Báñez ejerció el profesorado en otros muchos lugares especialmente en
las Universidades de Alcalá, Valladolid y Salamanca. La Santa tuvo ocasión de en-
contrarse muchas veces con él en sus excursiones para fundar conventos y se apro-
vechó de sus luces y consejos. El Visitador Apostólico, P. Pedro Fernández, delegó
en el P. Báñez sus facultades sobre las religiosas carmelitas, de modo que durante
— 666 —
algún tiempo Saota Teresa estuvo sujeta al P. Báiíez, como á su superior. Cuando
en 1581 obtuvo el P. Báñez la cátedra de Teología en la Universidad de Salamanca,
fué grande la alegría que por ello experimentó Santa Teresa, manifestando haber
ella pedido al Señor esta gracia. Siempre mantuvo la Santa frecuente é intima corres-
pondencia con el P. Báñez, de la cual sólo quedan cuatro cartas de Santa Teresa al
P. Báñez y una de éste á la Santa. Al morir la Santa predicó el P. Báñez en los fune-
rales que celebraron las Carmelitas de Salamanca, manifestando que las grandes
cosas que|se contaban de Santa Catalina de Sena, no superaban á las que él sabía de
la Madre Teresa de Jesús. Continuó el P. Báñez siendo siempre el padre protector
de las Carmelitas Descalzas, defendiendo sus intereses con la mayor abnegación.
En 1591 hizo declaración jurídica en el proceso para la canonización. Murió el pa-
dre Báñez en el Convento de .Me Jiña del Campo en 1694 á la edad de setenta y seis
años.
P. Diego de Chaues.
Fr Diego de Chaves, hijo y natural de Trujillo, y de lo más noble de dicha ciu-
dad, nac ió el 1513. Tomó el hábito en el Convento de San Esteban de Salamanca,
de 17 años. Hombre integérrimo, teólogo del Concilio de Trento, enviado por el rey
de España, confesor del príncipe D. Carlos, de Doña Isabel, segunda mujer de Fe-
lipe II, y por último de este mismo rey: modelo de confesores de reyes, cuyos inte-
resantes episodios en el desempeño de este cargo revelan en él una rectitud de con-
ciencia y una entereza indomable. Fué muy estimado de Gregorio XIII, que le es-
cribió un linsojero Breve el 3 de Abril de 1581. Ganó el corazón de su augusto pe-
nitente para que secundase los esfuerzos de Santa Teresa en la separación de los
Descalzos: fué varón muy cuerdo; como le llama la Santa, de alto espíritu y valor. La
confesó algún tiempo. «De este varón insigne se refiere, que habiendo entendido
por diversas quejas que cierto gran ministro era áspero é intratable con los negocian-
tes y pretendientes, avisó de ello á S. M. para que lo reformase. Y aunque el Rey
Felipe II dio orden de moderarlo, viendo su confesor que no había enmienda, envia-
do á llamar de S. M. cargándole la conciencia para que le confesase, respondió:
Que no podia irle á confesar, pues no se atrevía á absolverle si no reformaba á este
ministro, por ser daño público. Y añadió: Y temo que no se ha de salvar V. M , sino
lo remedia. A que respondió aquel prudentísimo y religiosísimo Príncipe con grande
grac-a y paciencia: Venid a confesarme, que todo se remediará, y espero que me he
salvar, pues padezco lo queme escribís y hacéis. Y no se acabó aquí el valor de este
gran confesor, ni la cristiandad y nudcración de este esclarecido Principe, porque
no se levantó la mano hasta que ohligó á S. M., y S. M. al ministro, que hiciese
una obligación firmada de enmendarse, la cual envió el ministro á S. M , y S. M.
al confesor, que la guardó para en caso que no se enmendase fuese reformado del
— G67 —
todo.» (V. Palafox. Notas á la Carta 22, Tomo I. El mine reges intelli^itc... ) Fué dos
veces Prior de Santo Tomás de Avil;i y aquí fué donde conoció y confesó á Santa
Teresa.
P. lYI. Fr. Bartolomé de lYIedina
Nació el P. Fr. Bartolomé en Medina de Rioseco, siendo sus padres Andrés de
Lillo y Ana de Santallana. Por los años de 1546 en 26 de Noviembre hizo su profe-
sión religiosa en San Esteban de Salamanca, teniendoporcompañeros en el noviciado
á Fr. Domingo Báñez, á Fr. Domingo de Guzmán, hijo del célebre Garcilaso de la
Vega, y el santo Fr. Domingo de Salazar, primer obispo de Filipinas y otros no
menos célebres.
Comenzados sus estudios demostró tales aptitudes para las ciencias que el
convento de Salamanca lo eligió para colegial de .alcalá, de donde le trajo para
lector de Artes. Pasó después á leer Teología á Santa María la Real de Tríanos, que
era uno de los mejores estudios de la Provincia. Por el gran nombre y fama adqui-
ridos le mandó la obediencia á hacer oposiciones á la de Teología de San Esteban, las
que hizo con tal brillantez que se le reputó como de los mejores opositores. Distin-
guióse mucho por la constancia en el estudio y por su ardor en las discusiones en
las que siempre salía triunfador.
En el convento de Salamanca abrió una cátedra libre á la hora de vísperas y
con tanto acierto la explicaba que la clase oficial de Teología quedóse desierta
por ir todos los alumnos á oír la sabia y elocuente palabra del M. Medina. Inter-
vino la cancillería de Valladolid y por su sentencíase obligó al M. Medina á no
admitir á su clase ningún estudiante seglar, y á éstos, á perder el curso si asistían.
Vacó por este tiempo la cátedra de Durando y la ganó en reñida oposición. Se mul-
tiplicaron tanto entonci-s los oyentes que eran tanto como en las otras clases de
Teología juntas.
Hizo oposición por muerte del M. Mancio á la cátedra de Prima y después de
brillantes ejercicios se le colocó en la cátedra por unánime parecer de todos. Mos-
traba mucho interés por el aprovechamiento de sus discípulos. Por entregarse con
tanto ardor á los estudios y á la clase se quebrantó su salud, á pesar de su robusted,
de tal modo que á los tres años no pudo ya continuar explicando. Estando postrado
en cama por las cuartanas, y revistiéndose de valor y grandeza de ánimo tan pro-
pios de él, mandó llamar al M. Domingo Báñez, catedrático de Durando y le dijo;
<P. M., yo me muero; pero creo que la voluntad de Dios es que V. R. suceda en
«la cátedra: estudie y trabaje como es razón, y no repare en que le ha de faltar
«la salud, y que se ha de morir en breve; porque muertes semejantes tan en servi-
• cio de su Orden y de la Iglesia Católica muy gloriosas son.-
El P. M. Medina fué de carácter brioso, emprendedor y celosísimo del bien
común. Fué un verdadero religioso pobre y humilde que servia de ejemplo á los que
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le trataban. Escribió comentarios sobre la 1.^ 2.^ de Santo Tomás y otro tomo sobre
la 3.^ parte llenos de erudición. Imprimió una suma de casos de conciencia de uti-
lidad para los confesores.
Algunos le atribuyen la teoría del Probabilísimo, más si se atiende á sus mis-
mas palabras, se ve que no tiene la significación que se le dá actualmente.
Sabia con perfección las lenguas hebrea y griega.
Murió el M. Fr. Bartolomé de Medina el dia 30 de Diciembre de 1580 á los 53
años de su edad.
Se refiere de este Padre que no quería creer las grandes cosas de Santa Teresa,
súpolo ella é hízole confesión general de toda su vida, quedando tan admirado el
P. Medina que fué después su mayor defensor. Queríale mucho la bendita madre, y
en prueba le mandó la trucha que la duquesa de Alba la había regalado. La confesó
por algún tiempo en Salamanca, y durante la estancia de la Santa en Alba (1574,) el
P. Medina todas las semanas andaba las cuatro leguas que separan Salamanca de
la villa ducal, para ir á confesarla. El aseguraba que no había tan grande santa en
el mundo.
P. lYI. Felipe lYIeneses.
Este Padre fué hijo del Convento de Trujillo, hombre muy insigne en letras y re-
ligión, colegial del Colegio de San Gregorio de Valladolid y después Rector. Fué
catedrático de la Universidad de Alcalá, hombre de muy buen ejemplo y, aunque
muy falto de salud, riguroso en el tratamiento de su persona y en la observancia
de les establecimientos de la Orden.
A instancias del Rey Católico, D. Felipe II, fué confiada á la Orden de Santo Do-
mingo por el sump Pontífice San Pío V la reforma de las Ordenes de la Santísima
Trinidad, de los Carmelitas y de la Merced, y al P. Felipe Meneses se le encargó
la visita de los Conventos que tiene la Orden de la Merced en el reino de Galicia.
En esta demanda murió en el Convento de Santo Domingo del pueblo de Santa
Marta en Galicia y está enterrado en el Capítulo del referido Convento.
Escribió en lengua vulgar un libro de mucha erudición de la Doctrina Cristiana.
P. Duan de Salinas.
«El P. M. Ir. Juan de Salinas, hijo del Convento de San Pablo de Burgos dio tan-
tas muestras de religión, aún en la mocedad, que fué uno de los que fueron á la re-
formación de la Provincia de Portugal; allí ganó tanta opinión, tuvo tanto crédito
que fué Provincial de aquella Provincia: insigne predicador, hombre muy ejemplar
y penitente: hacía mucha falta á la provincia su persona, por tantos caminos califi-
cada. Hiciéronle Prior de su Convento de San Pablo de Burgos, y enviaron una
persona muy grave á Portugal con la confirmación de su elección, pidiéndole se vi
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niese á honrar la provincia donde había tomado el hábito. Parecióle petición justa,
y partió: pero no pudo ser la venida tan apriesa que no hubiese de quedar pri-
mero á predicar en el Hospital Real de Zaragoza, pulpito tan calificado que se bus-
can para él personas que lo sean mucho, como á tal detuvieron al Padre Maestro
Hizo el oficio de Predicador en aquella ciudad con grandísima opinión, estiman-
do más su santidad que su pulpito, aunque era grandísimo Predicador. Pudo mu-
chísimo con la nobleza de aquel reino, ofreciéronle muchas cosas, que cualquiera
otro las estimara en mucho, y no quiso recibir ni aun una capa, siendo la que traía
tan pobre, que viniera bien á cualquiera de los hermanos del noviciado, y con
tener una sobrina, que quería mucho, muy pobre, aunque de muy honrados pa-
rientes, aunque se la pidieron personas muy ricas de la ciudad de Borja, don-
de vivía, no la quiso casar sino conforme á la hacienda que tenía, aunque
le deseaban ayudar señores de aquel reino. Acabada esta obligación vino á su Con-
vento, y en muy breve tiempo se dio á conocer no solamente á los moradores de él
sino á la provincia toda, que luego concibió grandes esperanzas de su gobierno, de
su prudencia, virtud y letras, de tal manera que acabando su oficio, el P. M. fray
Cristóbal de Córdoba dijo á los Padres del Capítulo: No puedo negar sino que he
hecho faltas en la administración de mi oficio: pero todas las he suplido, y todas
merezco que se me perdonen por haber traido á esta Provincia al P. M. Fr. Juan de
Salinas, y deseando verle Provincial, que es obra que Dios ha hecho, tomando por
instrumento la buena intención y deseos de vuestras Paternidades. Comenzó su
oficio y para dar muestras de su virtud, y que ambición no le había puesto en aquel
lugar, no consintió que los definidores le admitiesen al Magisterio por su Provincia
el que tanto antes le había merecido, y tenido en la ajena. Y aunque pudieran re-
parar los electores en tan larga ausencia, y en la taita de conocimiento que tenía de
las personas de ella, que no era de poca consideración, todo eso venció el crédito
que de la persona del electo tenían, asegurándose de que su prudencia vencería
esta falta, y se recompensaría por muchos otros caminos. Salieron muy ciertas las
esperanzas de los padres, y comenzó, y continuó el oficio como se pensaba: gober-
nándole con mucha paz, y con mucho ejemplo, como verdadero hijo de Santo Do-
mingo, acudiendo al gobierno de los Conventos, y honrando el hábito con los ser-
mones. El último año de su Provincialato le fué forzoso predicar toda la Cuaresma
en Toledo, y con ser hombre de setenta y dos años, muy lleno de trabajos, que no
los excusa quien ha de vivir conforme á los establecimientos de esta Orden, conti-
nuó la predicación de manera que acabando de predicar se ocupaba en confesar
todos cuantos pobres y necesitados acudían: y el reparo de tan grande cansancio
era una mala comida, ó de pan y agua, ó de otras cosas de poco sustento: y la cama,
si no era el suelo, era muy conforme á lo que la Orden quiere. En suma la fatiga es
lo que se ha dicho, y el rigor el que pudiera tener un hombre muy mozo, muy ro-
-670-
busto, y muy descansado. Con este ejemplo pasó la cuaresma, y antes que la aca-
base le comenzaron á fatigar algunas calenturas, cosa que al siervo de Dios dio
mucha pena, porque quisiera en todas maneras hallarse en el Capítulo de elección
que la Orden celebraba en San Pablo de Valladolid, á dar cuenta de sí, y del estado
en que quedaban las cosas de la religión en la Provincia. Con esta resolución par-
tió de Toledo, creciendo siempre la enfermedad, que en sujeto tan flaco, y de tantos
años fué fuerza quedarse en el Convento de Santa Cruz de Segovia, allí le apretó
la enfermedad, de manera que pidió los Santísimos Sacramentos, y los recibió con
grande edificación y devoción: ungido ya y hallándose más en la otra vida que en
ésta, se ha recibido con testimonios certísimos, que á la noche le hallaron postrado
sobre las gradas del altar mayor. Estando la puerta de la Iglesia cerrada entrando
dentro de ella el sacristán con alguna ocasión de su oficio, quedó asombrado, lle-
góse á él y díjole: Padre Maestro cómo ha sido esta venida á tiempo que no se po-
día menear en la cama? Será menester que le llevemos á ella, y busquemos tranca,
respondió el siervo de Dios: el que me trajo aquí éste me llevará. Falleció diciendo
cosas grandes á un crucifijo grande que tenía en las manos, hallándose presentes al-
gunos de los Padres que llegaron del Capítulo á aquel Convento. Murió con opi-
nión de santo, que la mereció la vida tan religiosa y austera en que se conservó
siempre.» (Monópoli.)
A este Padre alude la Santa cuando escribiendo desde Toledo, como ya dejamos
consignado en la página 61 1 , dice así: «El Provincial de los Dominicos predica aquí;
sigúele gran parte y con razón; no le he hablado.» Escribió la Santa esta carta á
principios de Marzo de 1569 y á los pocos días se confesó con el P. Salinas, como
ella misma lo testifica en la Relación séptima por estas palabras: «Trató particular-
mente con un Provincial de Santo Domingo, llamado Salinas, hombre espiritual
mucho.»
Preguntándole el P. Báñez, qué le parecía de Teresa de Jesús, respondió di-
ciendo: '¡Oh, oh! habíadesme engañado, que decíades que era mujer; á la fee, no es
sino hombre varón, y de los muy barbados, dando á entender con esto su gran cons-
tancia y discrepción en el gobierno de su persona y de sus monjas.»
P. Martín Lunar.
Santa Teresa en su relación al P. Rodrigo de la Compañía de Jesús, le cuenta
entre los confesores Dominicos que ella tuvo, y escribe así: «También trató con
otro padre Presentado llamado Lunar, que era Prior en Santo Tomás de Avila.»
El W Paulino Alvarez en su obra Santa Teresa y el P. Báñez, dice hablando de
este I'adrc. «Fué Prior del Real Colegio de Santo Tomás de Avila, ilustre por su
ciencia, por su virtud y por su delicado tino en gobernar almas. Gobernó la de la
Santa y examino y ensalzó sus escritos.»
-671-
P. lYI. Fr. Diego ^ancuas.
El P. Diego Yanguas nac¡(3 hacia el año 1535. Distinguido escritor y célebre pro-
fesor, unía al talento extraordinario, una piedad poco común. Enseñó sucesivamente
Teología en varias academias y conventos, como en Plasencia, Alcalá, Segovia,
.Burgos y Valladolid. Su modo de explicar á Santo Tomás era tan claro y elegante
que llevó alrededor de su cátedra un concurso de oyentes no visto hasta enton-
ces. Confesó á la seráfica Madre Santa Teresa por espacio de ocho años. Durante
su priorato en el Convento de Santa Cruz de Segovia fué confesor de la Santa. Fué
testigo de un largo éxtasis que ella tuvo en el oratorio, santificado por la pre-
sencia de Santo Domingo y recibió de ella la confidencia de los favores que Dios
la había concedido entonces. La Santa continuó hasta su muerte consultándole de
viva voz, ó por escrito.
El fué quien censuró y anotó el de las Moradas, y la dedicó un epitafio cuyos
versos están grabados en unas planchas doradas que están dentro del sepulcro. La
estima que él profesaba á los libros de la Santa era extraordinaria. «Cuando quería
(decía él familiarmente) prepararse para celebrar el Santo Sacrificio tomaba el
brasero á fin de calentarse. 'Así era como él llamaba á estos libros de la Santa Ma-
dre. (Declaración de la Madre Guiomar.)
En las cartas que escribió sobre su viaje literario á las Iglesias de España el
P. Fr. Jerónimo Villanueva O. P. y continuado por su hermano D. Joaquín id. en la
carta 16 dice lo siguiente: «He hallado en mi Convento de San Felipe (del Orden de
San Jerónimo y afueras de Barcelona) un Breve M. S. que por cosa rara y descono-
cida aunque no pertenece á mi propósito la pongo aquí para los que poseen los
opúsculos inéditos de su autor Fr. Diego Yanguas confesor de Santa Teresa de
Jesús y autor de la obra de Christi et sandorum operibus. Esta que yo he encontrado
se intitula: Del silencio y olvido y sueño espiritual que alcanzan los siervos de Dios en
la oración. Escrito por el P. Fr. Diego de Yanguas de la Orden de Santo Domingo,
auna religiosa Descalza. Está dividido en tres breves tratados, en los cuales ex-
plica las palabras siguientes:
1." Lstati sunt quia siluerunt. Ps. 106.
2." Quoniam non cognovi litteraturam, introibo etc. Ps. 70.
3.0 Per somnium in visione nocturna quando irruit sopor supcr homines et dor-
miunt in lectulo.Job. 3P.
R. P. ]uan Uelázquez de las Cueuas, Obispo de fluila.
El P. Fr. Juan de las Cuevas, verdadera luz de la Orden dominicana en España,
se hizo célebre por el resplandor de sus virtudes no menos que por el ardiente celo
- 672 -
de la observancia regular. Sus grandes dotes de gobierno le hicieron hábil para
todos los cargos de la Orden y para otras díficiles empresas.
'Fué natural de la Villa de Coca en la diócesis de Segovia, siendo sus padres don
Esteban Velázquez y Doña María Verdugo, de noble y esclarecido linaje. Tomó el
santo hábito dominicano en el Convento de San Esteban de Salamanca, é hizo su
profesión religiosa el año de 1551, á 10 dias del mes de Junio. Muy luego comenzó
á descubrir su gran ingenio y caudal, y así lo eligieron por colegial del insigne Co-
legio de San Gregorio de Valladolid. Leyó después Teología con mucha aceptación
y graduáronle de Presentado. Fué Prior en algunos Conventos y siéndolo en el de
Talavera le nombraron S. M. Católica D. Felipe U y el Papa Gregorio XIII Visita-
dor de los Carmelitas Descalzos é intervino de una manera gloriosa en los asuntos
de la reforma del Carmelo.
La seráfica Madre Teresa de Jesús le descubrió todos los secretos de su alma y
el P. |uan le trató familiarmente y de particular manera. Le dio ella cuenta de su
espíritu y modo de orar para que con más tino pudiera gobernarla y él la quería y
admiraba tanto que en la declaración que hizo después de la muerte de la Santa
para su canonización, dijo que sus virtudes eran insignes y sumas,
Adem.ls de esto, en compañía de los PP. Diego de Chaves, Pedro Fernández y
Hernando del Castillo, empleó todas sus fuerzas para llevar á cabo uno de los ma-
yores deseos de Santa Teresa, esto es la separación de los Carmelitas Descalzos
de los mitigados ó Calzados. Por último, cuando el Papa Gregorio XIII, otorgó el
Breve de separación, el P.Juan de las Cuevas fué el encargado de ponerle en eje-
cución en su famoso capítulo de Alcalá de Henares el cual debía poner el sello y
coronamiento á la gran obra de la Reforma del Carmelo.
El Papa Gregorio XIII le envió unas letras Apostólicas con las cuales le autori-
zaba para presidir el Capítulo próximo de la Orden del Carmen. En virtud de los
poderes que las dichas letras le conferían el P. Juan de las Cuevas por una circular
dada á 1 de Febrero de 1581 convocó al Capítulo de los Carmelitas Descalzos en
Alcalá de Henares. El día 3 del siguiente mes de Marzo tuvo lugar la apertura so-
lemne de esta importante asamblea en el Convento de San Cirilo.
En presencia de muchos eclesiásticos y de todos los religiosos de la casa el pa-
dre Presidente en nombre de Gregorio XIII pronuncia y hace pública la separación
de la provincia de los Carmelitas Descalzos de todos los otros de la observancia
mitigada de los Calzados. Después de terminada la lectura del Breve de S. Santi-
dad pronunció un sentido y elocuente discurso sobre el objeto de aquella reunión.
• Nosotros llamamos á este día (decía el P. Visitador) un día de acuerdos y no de
•división, porque en el día de hoy los hermanos no se separan más que por con-
• servar mejor entre ellos mismos la unión y la paz.»
(I) Estas letras de S. Santidad ürcRorio XIII ya estAn eii el cuerpo de la obra.
- 673 -
El día siguiente 4 de Marzo, día de la elección del P. Provincial, el P Comisa-
rio Apostólico cantó la Misa del Espíritu Santo; y estando ya los Padres vocales
reunidos, propuso á sus sufragios al P. Fr. Jerónimo Gracián, pues éste era el Su-
perior que deseaba la Madre Santa Teresa. A pesar de algunas oposiciones esta
elección prevaleció y, gracias al P. Juan de las Cuevas, el discípulo preferido por la
ilustre Reformadora resultó Superior de la nueva Provincia.
En los días siguientes se examinaron y aprobaron solemnemente las Constitucio-
nes. Santa Teresa había preparado de tal manera las cosas y con tal sabiduría que el
P. Comisario y el Capítulo de Alcalá no tuvieron que hacer más que añadir algunas
ordenaciones de poca importancia. Ella misma confiesa que había sido ayudada en
esta tarea por un Padre Dominico, que era el P. Pedro Fernández.
Terminado el examen de las Constituciones, el Capítulo de Alcalá las publicó el
día 13 de Marzo con un prólogo, á la cabeza del cual figura el nombre del P. fray
Juan de las Cuevas. Las firmas puestas al final de este documento son la del Comi-
sario Apostólico, la del P. Fr. Jerónimo Gracián, y la de los cuatro definidores, uno
de los cuales era San Juan de la Cruz.
El día 17 después de haber escrito al Rvmo. P. General, pidiéndole la confirma-
ción del P. Provincial, y dándole cuenta y razón de todos los actos de la asamblea,
el P. Juan entregó todos sus poderes al P. Gracián y dio por concluido el Capí-
tulo que él había presidido con edificación de todos sus miembros. Pidiendo per-
miso á los Padres para marchar, les abrazó á todos muy afectuosamente. En esta
triste despedida todos derramaron lágrimas y le protestaron que la Orden guar-
daría siempre un eterno recuerdo del celo y de la caridad que él había demostrado
en tan solemne é importante ocasión.
Nombrado algún tiempo después Provincial de España este eminente religioso
hizo adelantar á su Orden en toda virtud con la especial sabiduría de que Dios le
había favorecido. A la prudencia y moderación unía la firmeza como lo probó en
cierta ocasión. Un grave abuso se había introducido en su tiempo. Los Dominicos y
Dominicas bajo pretexto de enfermedad, ó por otras razones habían conseguido li-
cencia de la Santa Sede para habitar fuera de su Convento, ó bien con su familia ó
en casa de los amigos. Pero en lugar de usar de ella solamente el tiempo necesa-
rio, estas personas llevaban indefinidamente una vida libre y disipada en medio del
siglo no sin gran perjuicio para el honor de la Orden. El P. Juan de las Cuevas ex-
puso ecte abuso al Soberano Pontífice Gregorio XIII, el que respondió el 10 de Agos-
to de 1583, por un breve severo con el que revoca todos los permisos de esta natu-
raleza y obliga á los religiosos y religiosas á que vuelvan á sus conventos en el
espacio de diez meses bajo la pena de excomunión (1).
(1) Bull. o. P.. tom. V. 424.
43
-674-
Acabado su oficio de Provincial el Rey D. Felipe II, le mandó fuese á asistir al
Cardenal Archiduque Alberto, su sobrino, virrey de Portugal en el Oficio de con-
fesor en lugar del M. Fr. Pedro Romero, hijo del Convento de la Peña de Fran-
cia, que ya era muerto
Acompañó al Archiduque desde el año de 1587 hasta que fué á Flandes, por es-
pacio de nueve años. Su Majestad y el Archiduque se tuvieron por tan bien servi-
dos del P. M. Fr. Juan, que se le dio el Obispado de Avila el año de 1596, en él aca-
bó sus días á los tres años. Está enterrado en la capilla mayor de la Santa Iglesia
Catedral de Avila. A juzgar por el año que profesó y por el de su muerte (1599)
debió morir el P. Juan de las Cuevas de setenta y cinco años.
El historiador P.Juan López, Obispo de Monópoli, dice en la tercera parte que
fué Lector de Teología en Avila; y además fué elegido Procurador General de toda
la Orden, pero no aceptó este cargo.
R. P. Fr. 3uan Gutiérrez.
El P. Presentado Fr. Juan Gutiérrez hizo su profesión religiosa en la Orden de
Santo Domingo en el célebre Convento de San Esteban de Salamanca el año de
1527 á 20 días del mes de Octubre. Fué famoso predicador, pues siendo aún
mozo y recien ordenado de Sacerdote, fué llevado á predicar á la Corte que residía
en aquel tiempo en la ciudad imperial de Toledo y era tal su ciencia y fervor reli-
gioso que arrebataba al auditorio. Predicó siempre con mucha cordura y muy al pro-
vecho de las almas. Fué predicador del Rey prudente y católico D. Felipe II, siendo
muy constante en su profesión y predicando casi setenta años. Fué Colegial de
Santo Tomás de .Alcalá y uno de los primeros que aquel Colegió tuvo. Murió el año
de 1594 en el Convento de Valladolid donde había sido Prior, siendo de edad de más
de noventa años. Santa Teresa escribiendo á doña María de Mendoza la decía:
«Nunca .nc dice V. S. cómo la va con el P. Juan Gutiérrez, algún día lo diré yo. Déle
mis encomiendas.»
P. Fr. Hernando del Castillo.
1:1 P. M. Fr. Hernando del Castillo tuvo por cuna la ciudad de Granada, madre
fecunda en hijos insignes.
Vistió el hábito de Santo Domingo, y profesó en el Convento de San Pablo de Va-
lladolid, y allí mismo hizo sus estudios. Tuvo desde luego grande opinión y fama
de mucha cien ia, prudencia y talento. Leyó en el Convento de Logroño, con buen
resultado y aplauso general, casos de conciencia. E! célebic M. Fr. Bai^tolomé de
Carranza, Provincial de Castilla entonces, le honró haciéndole colegial del Colegio
de San Gregorio de Valladolid, de donde salió pronto por mandato de los Superiores
á leer Teología. Predicó en presencia de Doña Juana con aplauso de toda la corte.
-675 -
Y como fué levantada á grande altura su fama de teólogo y de buen predicador,
se le obligó á frecuentar la cátedra sagrada en Madrid cuando ya era capital de
España, desempeñando desde entonces los oficios de lector y predicador de la
Orden.
Allá por los años de 1568 era ya Fr. Hernando Prior del convento de Nuestra
Señora de Atocha en Madrid, y con tan alta opinión de ingenio y de prudencia, que
D. Felipe II, en ocasiones arduas y graves solia decir: Consultaréis al prior de Ato-
cha, que es hombre de mucho consejo. Pocos años después, el M. Fr. Pedro Fernán-
dez, provincial á la sazón, le mandó acometer la difícil empresa de sacar á luz la
historia de la Orden en los cuatro siglos que tenía de existencia. No pudo llevar á
término aquel encargo por causa de enfermedades, y muy particularmente por car-
tas de D. Felipe II, en las que como conocedor del valer y buenas prendas de los
hombres, le llamaba á su lado, dándole lugar en el consejo supremo del Santo Oficio,
En vista de ello le ordenaron los superiores tornar á la corte, «porque así convenía
al servicio de Dios y del Rey.» D. Felipe II le nombró en seguida predicador suyo,
oficio que desempeñó con grande elocuencia y por manera maravillosa.
Ni el Rey ni la Orden, ni el Santo Oficio le dejaban punto de reposo, llamándole
ya para asuntos de su Orden, ya para los asuntos que á S. M. se ofrecían en el go-
bierno de sus estados, y ya por fin para las resoluciones del Santo Tribunal del que
era supremo consultor.
Siendo ya predicador de S. M., tuvo su convento de San Pablo necesidad de su
persona y á sí le hicieroa Prior de él. Atendía al oficio, al gobierno, á la escritura
de las centurias y á la predicación. Duró muy poco en esto, porque le llevaron se-
gunda vez para que asistiese á las consultas del Supremo Consejo del Santo Oficio.
Tomó parte tan activa como honrosa Fr. Hernando en las cuestiones sobre el
derecho de Felipe II al reino de Portugal y fué á Lisboa por mandanto de S. M. para
tratar 'de la reducción del reino sin derramamiento de sangre. Allí se encontró con
el Cicerón de nuestra lengua, Fr. Luis de Granada, y trataron el asunto, según las
leyes de derecho y de justicia. Se persuadieron con la historia y las leyes en la
mano, que el heredero legítimo y el verdadero rey de Portugal era Felipe II. Del
mismo D. Felipe llevaba encargo para que oyese y entendiese mucho el parecer del
maestro Fr. Luis, pues sabido es que el P. Granada era tenido en mucha reveren-
cia por el monarca español.
Por los años 1576 el señor Nuncio Apostólico promovió por necesidad que creyó
ver, ó más quizá por palabras coléricas de cierto religioso, la visita de la Orden de
San Francisco. Hizo Fr. Hernando un escrito lleno de sólidas razones y lo dirigió
al Rey, declarando la injusticia de que toda la Orden pagase la destemplanza de uno
sólo de sus individuos. Felipe II usó entonces de su gran prudencia y así sosegó la
tormenta amenazadora.
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Hombres del temple y del saber de Fr. Hernando del Castillo, elegía Felipe II,
para procurarse consejo y luces en el gobierno de su vasta monarquía. Le dio lugar
muy principal entre los predicadores de su Real Capilla; y esto no sólo como pre-
mio y honor á sus relevantes cualidades, sino por obligarle á la residencia en la
corte. Hizole así mismo con buen acierto y aplauso general, ayo y maestro de su hi-
jo el Príncipe D. Fernando, le nombró como ya se dijo antes embajador extraordina-
rio en Portugal cargo muy ambicionado y aún pretendido por altos personajes ecle-
siásticos y seculares. Y en fin fué designado por el Rey para ir á la fortaleza de
Simancas y auxiliar allí en el postrer momento al desdichado Barón Moiitiqui des-
pués de procesado, oido y defendido y sentenciado en forma debida y legal. En me-
dio del trabajo asiduo y estudio continuo que siempre traía entre manos padecía
frecuentes enfermedades que á veces le ponían á punto de morir. Y una de ellas
dolorosísima, que suelen llamar vulgarmente mal de piedra, le acabó la vida en 29
de Marzo de 1598. Sintieron mucho tal muerte todos los de su Orden, el Rey, la
Corte en masa, muy en especial D. Gaspar de Quiroga, Cardenal Arzobispo de To-
ledo é Inquisidor General, y en fin cuantos le oyeron y trataron, que fueron mu-
chos.
La losa que cubrió su sepulcro tenia un epitafio latino que sustancialmente decía
«Fr. Hernando del Castillo, Predicador de Felipe 11. Rey de España, hombre de
•grande entendimiento, ingenio excelente, extraordinario en dar consejo?, celebra-
ndo en la predicación, insigne defensor y antemural de la Iglesia y las órde.ies reli-
•giosas, murió á 29 de Marzo del año 1593.» Fué enterrado en N. S. de Atocha.
P. García de Toledo.
Fr. García de Toledo nació en Oropcsa, pequeña villa de Castilla la Nueva, des-
cendiente de la ilustre familia de su nombre.
Era t( davia joven, cuando en 1535 D. Antonio de Mendoza, enviado á Méjico con
el título de virrey lo llevó consigo, pensando que este joven podía honrar á su cor-
te, pero ni los favores del virrey ni los intereses del mundo llamaban la atención del
joven García, desde que se sintió llamado por Dios á la vida perfecta. El fervor todo
angelical de los nuevos misioneros venidos al Nuevo Mundo y las frecuentes con-
versiones, de que él era testigo, le parecían mucho más precioso que las conquistas
de provincias y reinos. Después de haber probado su vocación y examinado su co-
razón durante algún tiempo se encaminó á pedir el hábito de los Predicadores en el
convento de Santo Domingo de Méjico. Ejecutó tan bien su designio que para
que nadie le hiciera desistir de sus propósitos no los comunicó á persona algu-
na, si se exceptúa su confesor. El virrey que le amaba mucho temiendo que este re-
tiro fuese motivado por algún resentimiento y alguna decepción con respecto á los
honores que le aseguraba su ¡lustre nacimiento, se fué al convento para asegurar al
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joven García sus buenas intenciones, quejándose amargamente de no haber sido in-
formado de esta resolución. El novicio respondió con mucha sabiduría, que Dios
»sólo le había inspirado esta determinación y que no teniendo los hombres parte al-
»guna en ello, él no había tenido razón alguna para tomar consejo de los mismos
«hombres».
El bueno del virrey muy satisfecho de su respuesta le dejó gozar en paz del re-
poso que tan santamente se había procurado. Después de su profesión el virtuoso
religioso Fr. García trabajó sin descanso para formarse en la vida apostólica con
los estudios continuados y los ejercicios de oración y penitencia. Se le permitía ha-
cer de tiempo en tiempo sus primeros ensayos de predicación en compañía de anti-
guos misioneros, á ios cuales él pedía como una gracia ser alguna vez asociado. La
provincia de Méjico se prometía tener algún día en el joven Fr. García un hombre
de gran mérito para la provincia misma: pero la divina providencia cuyos secretos
son impenetrables, lo había dispuesto de otro modo. A ruegos de su familia fué en-
viado á España hacía el año de 1545, siendo de edad de unos 30 á 32 años poco más,
ó menos, donde fué confesor y director de la madre Santa Teresa. La seráfica Vir-
gen conociendo el espíritu del P. Fr. García deseó comunicarle su interior y recibir
por las luces de este ilustre teólogo, la seguridad de que marchaba por el buen
camino.
Por los años de 1555 aparece el P. Fr. García de Toledo como Subprior en com-
pañía del R. P. M. Fr. Diego Chaves que era Prior en el Convento-Universidad de
Santo Tomás de Avila. Esto consta, entre otros documentos, en la escritura de fun-
dación de la Obra Pía de D.Juan Dávila, hijo de los Amos ó ayos del príncipe don
Juan hermano de Doña Juana la loca, mujer de Felipe el Hermoso. D.Juan que á la
vez era Abad de Alcalá la Real y Burgohondo, fundó la obra Pía para dotar donce-
llas pobres de Avila, estableciéndola en este convento y la aceptaron en nombre
del convento, el P. M. Fr. Diego Chaves, como Prior y Patrono de la misma y el
P. Fr. García como subprior. Sin duda, durante los años que estuvo en este con-
vento, debió tratar el P. García á la madre Santa Teresa.
De aquí se retiró al austero y pequeño convento de San Ginés de Talavera, don-
de se guardaban las leyes y constituciones de la Orden con todo el rigor de los
tiempos primitivos de nuestro P. Santo Domingo. Este convento hacía pocos años
había sido fundado por el V. Siervo de Dios P. Fr. Juan Hurtado, prior que era en-
tonces de San Esteban de Salamanca, en compañía de otros cuatro Padres muy gra-
ves; uno de ellos Fr. Tomás de Santa María, provincial y confesor de la Princesa
Doña María, primera esposa de D. Felipe II.
Queriendo la Majestad de Felipe 11 proveer el virreinato del Perú, mandó al gran
hombre D. Francisco de Toledo por el año de 15(39. Con el deseo que este caballero
tenía de acertar en su gobierno, propuso llevar consigo algún religioso docto y d
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buena intención, con quien pudiese comunicar sus dictámenes, porque, no sólo fue-
ran bien vistos en lo político, sino más bien admitidos por lo mejor ajustados á lo
cristiano. Y conociendo en el P. Fr. García de Toledo, con quien le unían lazos de
parentesco, pues era su primo hermano, y con quien tenía estrecha familiaridad y
comunicación, un talento singular y una virtud muy maciza, sobre mucho estudio
y letras: y entendiendo que ninguno como él podía desempeñar aquel oficio con
tanta fidelidad por su sangre y su virtud, ayudando sus buenos pensamientos con
su consejo y consultas, le instó repetidas veces á que, dejando el retiro del convento
de Talavera' le acompañase en el viaje que hacía al Perú. Vino en ello el P. García
y no sólo le acompañó en la jornada al Perú, sino en todas las que hizo por tierra
de aquellos reinos, visitando sus provincias, haciendo leyes y estableciendo orde-
nanzas, para su mejor gobierno, comunicándolas todas con el P. Fr. García su pri-
mo y su confidente, y fueron co.mo se ha dicho tan acertados, y puestos en toda
buena política y cristiandad, que confirmadas después de muy largo examen y re-
petidas consultas por el Real Consejo de Indias, se tienen por oráculos.
Su feliz llegada al Perú la consideró el P. Fr. García como una prueba manifies-
ta de la voluntad de Dios, que le ofrecía de este modo un medio de dedicarse á la
conversión de los indios.
Cuando D. Lorenzo de Cepeda, hermano de Santa Teresa, tuvo ocasión de pasar
al Perú, la Santa le escribió, exhortándole á tratar con su antiguo confesor. En una
de estas cartas le dice estas palabras, que muestran la gran confianza que ella con-
servaba siempre hacia el P. Fr. García y el aprecio que hacia de su dirección: «Con
el P. García de Toledo, que es sobrino (1) del virrey, persona que yo echo harto,
menos para mis negocios, podrá vuesa merced tratar.» (Carta 18, núm. 13.)
El piadoso misionero dio comienzo á su ministerio en la capital Lima; pero muy
pronto se le presentó ocasión favorable para extender á regiones más distantes, el
celo y el ardor que sentía por la salvación de las almas. Después de haber termina-
do el virrey en Lima uno de los negocios más apremiantes, partió con objeto de vi-
sitar todas las provincias de su virreinato á fin de arreglar el buen orden, que se
habia de observar en los pueblos, y de hacer cumplir las leyes: para lo cual quiso
que le acompañase ci P. García, porque sus consejos podrían ser de utilidad para
el estado y más principalmente para la religión.
Varios años se emplearon en estas visitas, y en este tiempo el P. Fr. García con
ayuda de algunos otros misioneros Dominicos, tuvo el consuelo de convertir una
ranchería de infieles ó gran tribu, entre los cuales levantó una ciudad, á la que dio
cl nombre de Oropcsa en honor y recuerdo del lugar de su nacimiento. El Señor
(1) S.iMt.i l.rcsa Mamaaqui sobrino du 1). Francisco de Toledo; al P. García, pero el P. Melendez,
cronista de la Orden en el Perú, y natural de Lima, le llaniapr/mo.
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bendijo con felices resultados el ministerio del P.Garcia; pero el humilde religioso
los atribuía, más bien que á sus propios trabajos, á las fervorosas oraciones de San-
ta Teresa que le había prometido no olvidarle, cuando estuviera en sus misiones.
Entre las ventajas que los Peruanos sacaron de la visita del virrey, se deben
contar en primer término las ordenanzas que hizo después de haber conocido per-
fectamente el país, como ya hemos dicho antes. Estas ordenaciones fueron por
largo tiempo consideradas como la base del derecho civil y las reglas de la sociedad
peruana.
El P. García tuvo gran parte en la redacción de estas actas y por este lado es
merecedor, dice el P. Melendcz, cronista de nuestra orden, del eterno reconoci-
miento del Perú,
Diez años hacía que el infatigable misionero se ocupaba en la conversión de los
infieles, sirviendo á la vez en la incansable asistencia de su pariente el virrey don
Francisco de Toledo, hasta que llegando á este año de 1577 en que vacaba el ofi-
cio de provincial, por haber cumplido su cuatrienio el P. Presentado Fr. Andrés Ve-
lez se pensó en elegirle por sucesor.
Convocados los electores de la provincia de San Juan Bautista del Perú en el
convento de Lima, salió electo con todos los votos el P. Fr. García; aunque á la
sazón se hallaba enfermo en la cama de un pesado mal de gota, contraída de
muchos caminos que había andado en compañía de su primo el virrey, en la visita
del reino. La elección se verificó el día 28 de Junio del mismo año de 1577 y los de-
finidores fueron el P. Fr. Domingo de Loyola, actual prior de Lima, que quedó por
Vicario general de la provincia por ausencia del P. Provincial antecedente: el Pa-
dre Fr. Hernando de Sena, hijo de la Provincia de Santa Cruz de las indias, prior
actual del convento de Arequipa; el tercero fué el P. Fr. Miguel Adrián M. en Sagra-
da Teología y Calificador del Santo Oficio; el cuarto definidor fué el P. Fr. Juan de
los Angeles, prior del convento de Santo Tomás de Chincha, natural de Sevilla é
hijo de hábito del convento del Rosario de Lima.
El nuevo Provincial Fr. García, habiendo despedido los vocales, volvió todos
sus cuidados á componer las cosas de manera que todo fuese en aumento, así lo
espiritual como lo temporal; que para todo tenia gran prudencia, y no faltándole ce-
lo, que también lo tenía superior, ejecutó grandes cosas en favor de la observancia
y creces de los conventos. Lo primero que hizo valiéndose del favor que tenía con
el virrey su primo, fué tratar de que la Real Universidad, ocupara otro edificio fue-
ra del convento del Rosario de Lima, en lo cual proveyó no sólo al mayor lustre
de la misma Universidad, sino á la mayor quietud del mismo convento. Había cre-
cido mucho el número de Doctores y cursantes, y era ya cuerpo muy grande para
vivir barajado en los claustros de un convento. Requería mayor publicidail y ya
criada y adulta pedia naturalmente vivir por sí, y sustentarse de su propio sudor
-680 —
y trabajo; salir de las niñeces y brazos de su madre á dar hijos excelentes que
alumbrasen con su ciencia al Perú y á todo el mundo. La multitud de estudiantes es
embarazosa (dice el P. Melendez) á un convento religioso y observante y aunque
el claustro principal en que estaban los generales (las cátedras), quedaba separado
para ellos, por estar cerrado con buenas puertas y llaves los tránsitos de él á la
vivienda común de los religiosos, todavía la vocería que resultaba del uso de las
conferencias y el ruido tan natural en muchachos, no dejaba de causar molestia á
las celdas y dormitorios más cercanos al claustro donde habitualmente residían los
religiosos. Estas causas presentó á su Excelencia el P. Provincial, y el virrey que
le, estimaba por su virtud y su sangre, vino en ello, y sacó de nuestros claustros
la Real Universidad al lugar en que ahora está, el mismo año de su elección al Pro-
vincialato. A pesar de su edad avanzada y sus enfermedades el P. Fr. García em-
pleó todo el tiempo de su cargo en visitar toda la provincia, fundando varios con-
ventos y reformando los ya existentes en lo que pedían reforma, y dejando en to-
das partes buen ejemplo y buena fama. En el convento de Lima acrecentó los estu-
dios, porque aunque ya nos faltaba la Real Universidad, no por eso dejaban de correr
las escuelas con gran fervor entre los religiosos. Había grandes letrados así de los
que venían de España como de los nacidos en la ciudad de Lima, que habiendo sido
discípulos de aquellos, eran ya grandes maestros de otros, que iban recibiendo el há-
bito. Florecía además la predicación y había excelentes frailes de este oficio, muchos
ministros de indios que con gran satisfacción eran como pastores y padres de aquella
gente. Todo iba floreciendo y aumentándose; favoreciéndonos Dios con su gracia.
Tenía la provincia en sus conventos fuera délos Doctrineros que vivían en sus
(/oc/A/Vias, doscientos religiosos, y de ellos ciento treinta y tres eran hijos legítimos
del P. Fr. García y profesos en el convento de Lima. Este, fecundo en lo espiritual,
crecía también en lo material de sus edificios; pues ayudando el virrey, como en agra-
decimiento de la elección de su primo, pudo comenzar y acabar el dormitorio alto y
bajo que llaman de San Juan, de obra muy fuerte y bien hecha, que apesar de los mu-
chos temblores de tierra durante cien años, nunca ha producido daño, menos el que
causa el tiempo naturalmente. Otras obras se hicieron en otras partes, el P. Pro-
vincial se daba para ello muy buena maña que aquí no se refieren por no alargarnos
demasiado.
Jamás se valió del ascendiente que tenía con el virrey para otro objeto que en
favor de los pobres indios y el sostenimiento del espíritu de regularidad en las co-
munidades. Para quitar á los Religiosos toda tentación de codicia, hizo leer en pú-
blico Capítulo un breve del Papa San Pió V., prohibiendo á los hermanos que volvie-
sen á España, recibir para el viaje más de lo necesario, lo cual debería fijarlo el
Provincial guiado tanto por la caridad como por el espíritu de pobreza. Tenía este
P. (jarcia una táctica especial para dar á cada Fíeligioso una ocupación según sus
— 681 —
talentos y vocación. Esta medida produjo dos ventajas !ade multiplicar los sujetos
aptos para diversos cariaos, y suministrar con más abundancia socorros espiritua-
les á los indios. Sólo el convento del Rosario de Lima daba brillantes profesores
á la Universidad; y á la vez, excelentes apóstoles al país, tuya elocuencia se hacía
oir en todas partes.
Durante los cuatro años de su provincialato recibió aquella provincia de San
Juan Bautista del Perú excelentes sujetos de la Península. Puso gran cuidado en
hacer florecer los estudios en todos los conventos y de un modo particular en el
del Rosario de Lima, en donde colocó sabios catedráticos, reclutados tanto en las
provincias de España, como entre los que estaban ya educados y formados en el
país. Pero como el fin principal de nuestra Orden es la predicación, el sabio prelado
favorecía de un modo especial á los religiosos que estaban dotados de talento para
este ministerio y la instrucción de los indios.
Las ordenanzas que el bendito P. había dado á sus religiosos eran como las que
su prudencia había insinuado al virrey del Perú para la paz y tranquilidad de sus
subditos; es decir, que fueron la regla y el modelo, en que se pudieran formar cuan-
tos vinieran después de él. Era tan asiduo en celebrar todos los días el sacrificio
de la misa, que á pesar de verse molestado de la gota y de no estar ya &n estado
de poderse revestir de los ornamentos sagrados; no fallaba nunca á esta obliga-
ción, procurando que le ayudaran algunos religiosos y celebrando la misa en un
oratorio dentro del convento observaba su regla con cuanta exactitud le permitía
su salud, sin dispensarse jamás sin justa causa, tanto para guardar lo que él había
prometido á Dios, como para quitar á otros con su ejemplo el pretexto de toda re-
lajación.
El P. García acababa su Provincialato el año 1581, ó sea al tiempo mismo en que
su primo el virrey se preparaba para regresar á España. Resolvió pues acompañarle.
Sus muchas enfermedades y su avanzada edad le daban derecho para elegir un lu-
gar de retiro, para no ocuparse más que de la oración y de prepararse convenien-
temente para la muerte. Llegado á España sin incidentes y con felicidad se retiró
al pequeño y observante convento de San Ginés de Talavera.
Desde Talavera se escribían con muchísima frecuencia Santa Teresa y el padre
García, y era tan grande el deseo é interés que tenían en hablarse que, el P. Gar-
cía se llegó á Avila donde esperaba á Santa Teresa de su vuelta de la fundación de
Burgos. Dios sin embargo, dispuso otra cosa, haciendo que la Santa Madre, desde
Medina se trasladase á Alba, donde á los pocos días ocurrió su feliz tránsito.
En las Indias fué Comisario general; fué también fundador del convento de la
Madre de Dios de Alcalá de Henares, y en el cual fué Prior.
Llevaba ya cerca de 10 años el P. García en su retiro del convento de San Ginés
de Talavera cuando queriendo Dios premiarle tantos trabajos como había sufrido
-682-
por dilatar el reino de Dios entre los indios, y tantas otras buenas obras llevadas á
cabo en bien de la Iglesia le vino á visitar la muerte para la que él tanto se había
preparado. Murió por fin con opinión de santidad hacia el año 1590, de edad 75 años
próximamente, siendo enterrado en la común sepultura de los religiosos.
P. Pedro Fernández.
Vio la luz primera el P. Fr. Pedro en un pueblo de la ribera del Duero llamado
Viluestre. Sus padres fueron Pedro Fernández y Catalina Alvarez.
Hizo su profesión religiosa en el convento de San Esteban de Salamanca, por los
años de 1547, teniendo por condiscípulos á todos los célebres maestros que hubo en
aquella época.
Durante su vida religiosa fué muy ejemplar, sobresaliendo en la penitencia, si-
lencio y recogimiento, muy amante de la soledad de su celda en la que encontraba
sus mayores dulzuras. Dotado por el cielo de raro ingenio, adelantó mucho en las
ciencias, siendo, joven aún, lector de algunos conventos de su provincia. Estas be-
llas cualidades estaban realzadas por tal prudencia que revelaban ya los altos des-
tinos que en el trascurso de su vida había de desempeñar con admiración de todos.
Conociendo nuestro católico monarcaFelipe II las dotes de ciencia y virtud extra-
ordinarias que adornaban al P. Pedro no dudó en confiarle el honroso cuanto deli-
cado cargo de Teólogo de S. M. en el sagrado Concilio de Trcnto, para donde sa-
lió acompañad(> del P. M. Fr. Juan Gallo.
Las esperanzas del Rey no quedaron defraudadas, porque el parecer y doctrina
del P. Pedro Fernández fueron de mucho peso y valor en aquella augusta asamblea.
De vuelta de Trento fué elegido Prior del religiosísimo convento de Sania
Cruz la Real de Segovia, fundación de N. P. Santo Domingo y reedificado por la
piedad de los Reyes Católicos á instancias de su Confesor el P. Tomás de Torque-
mada. Gobernó con tal celo, caridad y discreción que parecía hallarse encarnado en
su persona el espíritu del Santo Fundador. En la observancia regular ejemplarísi-
mo, cu la asistencia á los actos de comunidad, en particular al coro y á los maiti-
nes á media noche jamás se dispensó, permaneciendo, en la oración hasta la madru-
gada. En los ayunos de la Orden fué exactísimo, rayando en austerísimo en los de
Cuaresma en los que ayunábala pan y agua In mismo que el día de N. P. Sanio Do-
mingo.
A pesar dt- t-sn- rigor consigo niismo, con los religiosos era en extremo caritati-
vo proporcionándoles todo el regalo que cabe dentro de nuestras leyes.
En ol Capitulo que la provincia celebró en Toledo en el año 1572 fué electo Pro-
vincial; consagróse á la ref(irma de la provincia sin alterar en lo más mínimo su mé-
todo de vida á pesar de tan graves ocupaciones.
En las visitas que hacía á ¡os conventos de su provincia edificaba á todos por
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su espíritu religioso y por su amor á la observancia regular, de la que no se dis-
pensaba por nada, siendo constante en la asistencia al coro y en las vigilias y abs-
tinencias de la Orden. Su rara virtud y su vida de fervor le conquistaron la estima
y veneración del Rey Felipe II, que le encargó la visita de la entonces naciente Des-
calcez Carmelitana. La bienaventurada Santa Teresa de Jesús se creía feliz al ver
al frente del gobierno de su religión reformada á un varón tan santo, tan docto, tan
prudente y discreto.
Repetidas veces quiso S. M. católica premiar los méritos y virtudes del Padre
M. Fr. Pedro con altos empleos y dignidades, llegando hasta enviarle sus reales
cédulas para un obispado de Indias; pero nunca se pudo recabar de su modestia
que accediese á los reales deseos, ni que diera cuenta á nadie de las reales propo-
siciones, evitando así hasta el más ligero asomo de vanidad y de tentación.
En la visita que N. Rmo. P. M. General Fr. Serafín Caballi de Bresa hizo á la pro-
vincia de Andalucía, escogió al P. M. Fr. Pedro Fernández, más que como socio co-
mo consejero y confidente en tan delicada misión. El éxito comprobó que no en va-
no había depositado el P. M. general su confianza en él, que trabajó como bueno
en el desempeño de su cometido y contribuyó poderosameute á la reforma de la ob-
servancia regular.
Terminada la visitase retiró al convento de Salamanca en donde fué elegido
Prior. Pero extenuadas sus fuerzas por el trabajo, por las penitencias y por una
vida de sacrificio y abnegación el Señor le llamó á gozar del premio de sus muchas
virtudes el 22 de Noviembre del año 1580, siendo todavía de 53 años de edad.
Estando para morir vino de Sevilla á Salamanca el P. Gracián, Visitador de los
Carmelitas descalzos, para llevarle al Capítulo de Alcalá, donde se había de ulti-
mar la separación deseada de los Descalzos: tanta era la confianza que en este ben-
dito padre tenían. Confesó y dirigió á la Santa Aladre Teresa de Jesús por algún
tiempo.
El P. lYIancio.
Por los años de 1497 y en la villa de Becerril de Campos y diócesis de Palcncia,
nació Fr. Mancio del Corpus Christi. Tomó el santo hábito de manos del V. P. Fr.
Juan Hurtado en el convento de San Esteban de Salamanca el año de 1523. Al año si-
guiente, el día 11 del mes de junio, pronunció los votos religiosos en compañía del
P. M. Fr. Andrés de Tude'a, más tarde catedrático de Prima en Alcalá ante el
mismo prior, que les había vestido el hábito
Apenas comenzó sus estudios el ilustre hijo de Becerril de Campos, dio tan ga-
llardas muestras de su preclaro ingenio, agudeza y habilidad, que se fundaron en
él las más lisonjeras esperanzas, confirmadas luego en el transcurso del tiempo con
los señalados triunfos, que con quistó en la carrera de letras y en su brillantehistoria
universitaria.
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Muchos y muy valiosos son los testimonios que acreditan la gran talla intelec-
tual del P. M. Fr. Mancio del Corpus Christi en el siglo XVI.
El P. M. Báñez, á pesar de su sobriedad dice de nuestro Mancio que «sólo su
nombre oprimía á los más doctos». El F. Fernández le llama <muy gran letrado y
consumado maestro», y no duda en decir que «no tuvo aquel siglo quien tan bien
comprendiese ni explicase á Cayetano-.
Echard le apellida muy esclarecido por su erudición. Todos los teólogos é histo-
riadores de su tiempo, que del P. M. Mancio hacen mención, todos unánimemente
le tributan los mismos entusiastas elogios. Su hoja de estudios tal vez sin igual en
los anales de las universidades de Sevilla, Alcalá y Salamanca, sin contar el asom-
bro, que en la Sorbona causó el profundo saber del maestro palentino, constituye
su mejor y más autorizada apología.
Hablando del triunfo que, en unas oposiciones á la clase de Teología de la uni-
versidad de Sevilla obtuvo el P. Mancio, dice un erudito polemista dominico: «el
General de la orden Fr. Juan Tenorio que había sido profesor de la Sorbona, pren-
dado de su ingenio, le lleva á París para hacer ostentación de aquel maestro singu-
lar, que lució allí las galas de su peregrino talento; queda vacante la cátedra de Pri-
ma de la Universidad Complutense, por renuncia de Melchor Cano, y Mancio, su digno
condiscípulo, se presenta candidato, la lleva en empeñada lucha: muere Sotomayor
catedrático de Prima de Salamanca, y el temible maestro palentino ya no necesita
luchar: el codiciado escaño que significaba en España la hegemonía científica, el
trono de Minerva, disputado á Victoria y Cano, es ocupado por Mancio sin oposi-
ción porque su nombre sólo oprimía á los más doctos.
En el más alto puesto que tenía la Teología en España, adquirió más gloriosa
celebridad. Su fama acrisolada en el estudio de la ciencia le convirtió en verdade-
ro oráculo. Santa Teresa le consultaba; el sabio Jesuíta Enriquez escudaba con el
nombre del hijo de Beccrril de Campos sus doctrinas sobre el recurso de fuerzas;
los Consejos ííe:il, de la Inquisición y aún el de Hacienda le pedían pareceres: Las
Casas le encomendaba la aprobación de su Libro: Valdés la censura de su Carranza-
la Universidad de Salamanca le encomendaba espinosas comisiones: Fr. Luis de
León, cuando más receloso estaba de los Dominicos, y el émulo del sabio Agustino,
León de Castro, le apellidaban compendio y suma de saber teológico.
El espíritu religioso de este hombre de ciencia fué tan grande como su talento;
animado de ardiente celo por la salvación de las almas se alistó para ir á predicar
en las Indias el Evangelio á los infieles. Pero al llegar á Sevilla, sus compañeros le
hicieron desistir de su propósito, pesarosos de que aquella lumbrera se oscurecie-
ra en la espesura de las selvas sin lucir é iluminar al mundo con los resplandores
de .su ciencia: nuestro Mancio, humilde y complaciente, accedió á los ruegos de todos
y quedóse en Sevilla, en donde empezó su brillante historia científica y universi-
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t?ria. Su humiliai rayaba tan alta como su ciencia; y su obediencia no desdecia en
lo más mínimo de su modestia y de las demás virtudes que le adornaban. Obligado
por la obediencia iiizo oposición á las cátedras de Sevilla, Alcalá y Salamanca. Re-
gentó la primera algún tiempo; por espacio de catorce años ocupó la segunda, y en
la tercera entró el año de 1564 á suceder al P. M. Fr. Pedro Sotomayor.
Era de carácter tan ameno y agradable que todos buscaban su trato y compañía
y todos quedaban prendados de su naturalidad y sencillez, á pesar de ser un hom-
bre á quien todo le sonreía por la justa fama de sabio de que gozaba y á quien los
principes y magnates del reino honraban con su amistad y confianza. Con las ta-
reas de la clase unía la no menos santa y laudable obra de la predicación, en la que
sobresalía también de modo notable. Ni su avanzada edad de casi setenta años, ni
las consultas que toda cíase de gente le hacía, ni el rudo trabajo de la clase eran
obstáculos para que predicase durante muchas cuaresmas enteras con grande fruto,
consuelo y edificación de todos. En una palabra, fué nuestro ilustre Mancio varón
perfecto en todo: grande, superior en la ciencia, grande en la virtud; amigo de los
pobres; caritativo en extremo, afable y cariñoso para con todos; ferviente devoto
de la Virgen como buen hijo de Santo Domingo. Murió en la paz del Señor, fortaleci-
do con lo.s Santos Sacramentos el día 9 de Julio de 1566, á la edad de 69 años.
Comunicó Santa Teresa con este celebérrimo Teólogo Dominicano, según lo afir-
ma el limo. Fr. Yepes en el prólogo á la vida de Santa Teresa y lo confirmó la mis-
ma Santa y le nombra en su relación al Dominico Fr. Pedro Ibáñez.
V. P. Fr. lYIelctior Cano.
Vino al mundo en la villa de lllana. provincia de Quadalajara, arzobispado de
Toledo, hacia el año 1541, Baltasar Prego Cano. Así se llamaba en el mundo el que
fué después Fr. Melchoi Cano. Fueron sus padres Mateo de Prego y Ana Cano, na-
tural de Tarancón prima-hermana del célebre obispo de Canarias, Fr. Melchor Cano.
Habiendo sabido su limo, tío el candor, la modestia y vocación religiosa de su que-
rido sobrino le mandó llamar, siendo á la sazón Regente de San Gregorio de Valla-
dolid.
Fué tal el contento y alegría que recibió con la vista de su sobrino, que dicen
los historiadores de su vida, que llegó á endulzarle las amarguras que aún sentía por
la pérdida de su idolatrado padre. Esto sucedía el año 1556, cuando Baltasar tenía 15
años. Reconociendo el gran maestro en su sobrino excelentes disposiciones le hizo
tomar el hábito de su Orden en el convento de Piedrahita. En la profesión dejó el
nombre bautismal por el nombre de .Melchor Cano, de su tío y protector.
Aún vivía éste cuando pasó el V. Fr. Melchor á San Esteban de Salamanca á con-
tmuar sus estudios, para volver luego con más vigor á la vida contemplativa en que
había de descollar.
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Una de las primeras muestras de caridad de este V. Padre fué la fundación que
hizo en 1583 del beaterío de hermanas terceras Dominicas de Piedrahita. La Orden
tercera existía antes en esta villa, pues es conocida la célebre causa que en 1511
formó la Inquisición á la famosa Beata de Piedrahita, que vestia dicho hábito, y que
salió absuelta. El extático Fr. Melchor formalizó la fundación en comunidad reglada
y permanente.
Más adelante el 1596 fundó también el convento de dominicos de San Jacinto en
la villa de Madridejos, del cual fué el primer prior, donde acabó sus días.
Tenía el bendito Fr. Melchor correspondencia seguida con muchos devotos de
Andalucía y con personas principales de toda España, que solicitaban sus cartas y
consejos; como el marqués de Poza D. Francisco Enríquez, de la familia del Almi-
rante.
Entre los milagros que de él se cuentan fué muy ruidoso el que hizo en VaHado-
lid con la marquesa de Viana. Colmenares en la historia de Segovia refiere el caso
de que el 4 de Noviembre de 1602 se iluminó el cielo de resplandores sobre el con-
vento á media noche, mientras el padre oraba sólo en la capilla. Santa Teresa de
Jesús escribiendo desde Segovia al P. Báñez en 1674, dice lo siguiente: «Aquí estu-
»ve con un padre de su orden, que llaman Fr. Melchor Cano. Yo le dije que á haber
«muchos espíritus como el suyo en la orden, que pueden hacer los monasterios de
•contemplativos. '
Era tal su fama, que estando los reyes en Valladolíd le llamaron para verlo y
conocerlo; y en Valdemoro saliendo de decir misa á no guardarlo sacerdotes y per-
sonas sensatas le hubiera dejado desnudo la multitud, cortándole pedazos de hábi-
to para reliquias.
Murió en olor de santidad, viernes 30 de Marzo de 1607 y no se le pudo enterrar
hasta los tres días por la mucha gente que acudía á verlo.
Fue sepultado en la iglesia de su convento de San Jacinto en un hueco de lapa-
red al lado de Nuestra Señora del Rosario.
El obispo de Monópoli, habla de él en la cuarta parte de la Historia de Santo
Domingo, dedicándole nada menos que seis capítulos.
P. Baltasar de Vargas.
hl P. Presentado l-r. Baltasar de Vargas fué conventual de Sevilla. Ardiendo en
el celo de las almas que gemían en las tinieblas de la infidelidad, pidió en la flor de
su juventud pasar á tierra de infieles. Con este motivo se trasladó á las Indias Occi-
dentales donde por espacio de 11 años, trabajó en la evangelización de aquellos in-
fieles con mucho fruto de sus almas, merced á la generosidad con que se sacrificó
por tan santo fin. Vuelto á España, el Capítulo üencral celebrado en Barcelona en
1575 le concedió el título de Presentado en la Orden, á condición que después de
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dos años se embarcase otra vez para las Indias. ¡Tal era la esperanza que tenía
puesta en el el Capítulo General!
Con este R. Padre consultó Santa Teresa, durante su permanencia en Sevilla en
1575, y de él hace mención cuando escribiendo al P. Gracián sobre su sobrina Te-
resita, hija de su hermano D. Lorenzo, le dice así: Que no se puede dar hábito de
menos de doce años: mas criarse en el monasterio si. También lo ha dicho Fr. Bal-
tasar el dominico.
P. Fr. Luis de Barrieníos.
Pocos son los datos biográficos que podemos presentar sobre el célebre predi-
cador dominico, uno de los confesores de Santa Teresa. Se reduce todo ello á lo que
en sus informaciones del Proceso de Avila nos dicen sobre él dos religiosas descal-
zas, profesas en el convento de San José. Una de ellas es Teresita, sobrina de la
Santa Fundadora, quien respondiendo al artículo 70, dijo así: «Y también sabe que
el Padre ya nombrado Fr. Luis de Barrientos estando en esta ciudad de Avila y
juntamente la dicha Santa Madre, no solamente no la trataba, pero ni tenía tam-
poco satisfacción de su santidad, que antes se recataba de tratar con ella, y decía
palabras en que mostraba no tener en nada su santidad: solamente alababa la de
una religiosa que entonces era Priora de este convento de San Joseph que la con-
fesaba y parecíale que ésta era la Santa, y aunque es verdad que no le faltaba ra-
zón, no permitió Nuestro Señor que mucho tiempo estuviese engañado en el mal
sentir que tenía de la dicha Santa M. Teresa de Jesús, por no la haber comunicado.
Sucedió pues que un día que ésta declarante se acuerda muy bien y que de ello fué
testigo de vista, después de haber comulgado la hizo Nuestro Señor una grandísi-
ma y extraordinaria merced, que por serlo tanto, aunque estaba habituada á otras^
ésta no pudo entender qué era, ni qué podía significar, y estando en esta confusión
la respondió Nuestro Señor que en la Iglesia estaba quien se la declararía, y fué así:
que acertó á estar en ella confesando el dicho P. Fr. Luis de Barrientos á la dicha
Madre Priora, é yendo la Santa M. Teresa de Jesús á preguntar quién estaba en la
Iglesia porque no se le nombraron, supo como era él y fiada en Dios se determinó
á entrar á hablarle y tratar la merced recibida. Desde este día que este Padre la
comunicó quedó tan mudado y de diferente parecer que antes, que no sólo le pare-
ció era Santa y espíritu de Dios el que tenía; sino que quedó como pregonero públi-
co y piensa que hasta en los pulpitos engrandecía las virtudes y oración de la dicha
Santa Madre; cambióse también en él una vida muchísimo más estrecha que antes
solía, y se dio tanto á la oración y soledad que no poco admirij á todas saber los ex-
tremos que acerca de ésto hizo, por todo lo cual y por otras cosas que pudiera de-
cir, sabe que vari<j la fuerza del espíritu y la comunicación verdadera, buena y efi-
caz de la dicha Santa Madre Teresa de Jesús». (Proceso de Avila.)
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Otra de las religiosas que en su declaración nos habla sobre dicho Padre es
Sor Petronila Bautista, quien respondió asi al articulo 68: «demás de lo cual sa-
be esta declarante, en este tiempo dicho que la Santa Madre tuvo las dichas perse-
cuciones», cuando la división de la dicha Orden, estando en el convento de la Orden
de Santo Domingo un gran Predicador, llamado Fr. Luis de Barrientos, el cual era
confesor de algunas monjas de este convento, en especial de la Madre Priora que era
entonces, aunque contrario al espíritu de la Santa Madre Teresa de Jesús parecién-
dole que andaba errada en todo y un día el dicho P. vino á este convento á visitar-
la y en vez de ayudarla y consolarla en las aflicciones que tenía la dijo algunas ra-
zones bien pesadas de lo cual la Santa Madre daba muchas gracias al Señor, que era
digna de padecer por él. Después de esto dende á ocho ó quince días, acabando de
comulgar la Santa Madre hizo el Señor una gran merced, la cual la Santa Madre no
entendió y ansí quedó muy confusa y estándolo la dijo el Señor en la Iglesia está
diciendo misa quien te lo declarará y era el mismo Fr. Luis de Barrientos, de quien
va hecha mención en este artículo, que era el que la contradecía lo que hacía y la
Santa Madre habiendo dicho religioso acabado de decir misa le llamó el, que no hizo
en esto poco sacrificio á Dios, y le dio cuenta de todo como el Señor se lo había
mandado, y desde entonces el dicho Padre quedó tan mudado y trocado de la opi-
nión en que antes tenía á la Santa Madre, y tan enterado en su virtud y santidad que
predicando un día en la Iglesia parroquial de San Pedro de esta ciudad donde había
gran concurso de gente dijo que acudiesen á esta casa con sus limosnas porque por
ella hacia Dios bien á toda la ciudad y desde entonces tuvo muy gran devoción
con la Santa Madre y la estimaba y reverenciaba como á Santa y lo dicho en este ar-
tículo lo sabe, porque conoció á dicho P. Fr. Luis Barrientos y porque la dicha Ma-
dre lo contó en este convento delante de esta declarante, en especial las razones
tan pesadas que este P. le había dicho: y porque en lo que toca á lo del Sermón lo
oyó después decir había pasado ansí y fué público y notorio. (Proceso de Avila )
El P. Fr. 3uan de Arcediano.
Tomó el hábito el P. Fr Juan de Arcediano en el convento que la Orden tenía en
Peñaficl (Burgos i. Fué colegial de San Gregorio de Valladolid por el mismo con-
vento de í^'ñaíiel. Dotado de excelentes dotes de gobierno fué tres veces Prior de
este Real convento de Santo Tomás de Avila, dos de Burgos, tres de Plasencia,
Prior de Segovia y después de Toledo, Vicario provincial de Galicia. Por cuatro ve-
ces fué elegido Rector del insigne Colegio de San Gregorio de Valladolid, á cuyo
gobierno agradecido el Colegio hizo estatuto en el que le prohijó y á la vez le con-
cedió todas las gracias y privilegios que tienen los regentes jubilados. Fué también
al fin de su vida Provincial de la Provincia de Fspaña, pues murió en el cuarto año
de su provincialato.
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Alcanzó del Excmo. Duque de Lerma la cátedra de Vísperas de Salamanca la
cual dotó con suficiente renta y fué adjudicada in perpetuuní á la Orden de
Santo Domingo con beneplácito de toda la Universidad y confirmación de la Ma-
gestad Católica. Este M. R. P. confesó á la Santa en Burgos siendo Prior de San Pa-
blo y fué el que cantó la misa el día de la fundación con muchos ministriles que vinie-
ron sin llamarles.
R. P. lYl Fr. Pedro Peredo.
Poquísimos son los datos que hemos podido recoger acerca de este padre. Úni-
camente se sabe que fué predicador conventual del colegio de Santo Tomás de
Avila y después prior del convento de San üinés de Talavera.
La obediencia del P. Peredo puesta algunas veces á prueba fué grandemente re-
compensada por los méritos y oraciones de Santa Teresa.
He aquí el hecho tal cual le cuentan los historiadores de la Santa Madre Teresa
de Jesús. Al P. M. Pedro Peredo predicador en Santo Tomás de Avílale ordenó un
día su Superior (1) ir á predicar al monasterio de la Encarnación» de esta ciudad
ante una comunidad de ciento cincuenta religiosas, á cuya cabeza se encontraba
entonces la Madre Teresa de Jesús.
Le fué pues al padre muy penoso este mandato, porque no sólo no estaba prepa-
rado, pero ni aún él tenía tiempo preciso para repasar el evangelio de la misa con
objeto de sacar de él el tema de su sermón. Sin embargoolvidándose de la buena opi-
nión que de él se tenía, se abandonó en brazos de la obediencia, como deberían ha"
cer siempre los religiosos, y se trasladó inmediatamente al monasterio de la Encar-
nación. La Madre Priora Teresa de Jesús le recibió en el locutorio y al verle triste
y preocupado le preguntó la causa. El buen religioso incapaz de ocultar la verdad
le dijo sencillamente sus apuros. La Santa Madre le exhortó primero á tener mucho
ánimo, después le suplicó la confesase, que le dijera la misa y en ella que la diera
la sagrada comunión, asegurándole que si ponía en Dios toda su confianza, recibi-
ría en el tiempo oportuno las luces necesarias para predicar con fruto. Estas pala-
bras pronunciadas por un corazón lleno de fe, y un alma entregada enteramente en
manos de la providencia dieron tal seguridad al predicador que subió con tal con-
fianza á la cátedra del Espíritu Santo y dijo tales maravillas que él mismo quedó
asombrado. La Madre Teresa admirada de un discurso tan perfecto dio gracias á
Dios Nuestro Señor por la prontitud de sus auxilios; mandó al P. Predicador y le
indujo á unirse á ella para dar gracias á Dios y á reconocer el irresistible poder de
la obediencia por amor de Dios, puesto que jamás el Divino Maestro abandona á
los que se someten con la docilidad del niño á sus Superiores.»
(I) Er.i entonces prior el P. Fr. Diego de Chaves.
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De hecho la asistencia de lo alto fué muy sensible y evidente en este caso. El
P. Peredo reconoció que era incapaz de predicar de una manera tan elocuente y
Icosa maravillosa!, cuando quiso después recordar los bellos pensamientos que había
desarrollado, no los pudo traer á la memoria por más esíuezos que hizo para ello.
El sólo había sido un ruin instrumento de la acción directa de la gracia. La Crónica
Carmelitana indica su muerte acaecida en el año 1574, siendo prior en Talavera
muy poco tiempo después del suceso que acabamos de referir ocurrido en el con-
vento de la Encarnación de Avila.
R. P. Fr. Diego flluarez, Arzobispo de Trani.
Entre los defensores de la gracia de Jesucristo en las célebres disputas de Auxiliis
bajo los Papas Clemente VIII y Paulo V, es muy notable el P. Fr. Diego Alvarez.
Nació en Medina de Rioseco, Diócesis de Palencia á mediados del siglo XVI, sien-
do sus padres Manuel Alvarez y Violante Díaz, nobles y piadosos. Pusieron gran
cuidado en su educación y le llevaron á estudiar á Burgos á la edad de diez
años, saliendo tan aprovechado que en dos años era latino perfecto. Desde tan jo-
ven se insinuó la gracia de tal modo en su alma que no hallaba otro mejor gusto
que el retiro, estudio, la devoción y sobre todo en las instrucciones y consejos
del canónigo de la ciudad, D. Diego de las Cuevas. Vuelto á Medina, después de sus
estudios, Diego que tenía trece años, se presentó en el convento de la Orden dedi-
cado á San Pedro Mártir y pidió el hábito al prior que era el P. Esteban Cuello, pro-
vincial después de España. Este al ver el joven que era tan flaco de complexión
juzgó no poderle admitir, mas encontrándole muy adornado de ciencia y de virtud
se contentó con diferirle la admisión al santo hábito, diciéndole que hasta que se
hallase más fuerte no podría satisfacerle. El pretendiente se volvió bastante afligi-
do por esta determinación; mas no pudiendo resistir más los movimientos de su vo-
cación se resuelve volver otra vez al Padre prior, el que todo sorprendido de su
perseverancia y fervor le contestó: Sabes bien, hijo mío, á qué te quieres obligar? Si
diese ahora oídos á vuestros deseos sería necesario que pasaras dos años de novi-
cio con todo el rigor de la regla. -Este rigor de la regla le dijo Diego, Padre uno, es
mayor del que acostumbra la Orden? No, le dijo el Prior. Pero se guarda sin dispen-
sa alguna. Entonces replici) el joven: -no me niego», si os agrada, á lo que pedis
de mi. Mq propongo con la ayuda de Dios guardar por toda mi vida lo que exige
vuestra religión y por tanto ni uno ni dos años son bastantes para amedran-
tarme.
Rendido el Padre prior con estas razones tan bien expuestas, le exhortó á con-
servar tan buenas disposiciones y le prometió darle el hábito en la próxima fiesta
de San Lorenzo. Con esta palabra Diego se retiró satisfecho. Su madre sintió mu-
cho la resolución de su hij(; que consideraba como el sostén de su familia y se esfor-
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zó en hacerle abandonar sus propósitos. Lágrimas, caricias, promesas, nada pudieron
conseguir de él. Desesperada entonces de poder ganarle por esta vía resolvió em-
prender un largo viaje y que su hijo la acompañara. Diego se excusó con todos sus
esfuerzos diciendo que había empeñado su palabra con el Padre prior para tomar
el hábito el día de San Lorenzo y no quería faltar. Viendo su madre que todas las
razones no daban ningún resultado, y creyendo entonces que esto era oponer obs-
táculos á las órdenes de Dios, se decide su madre á acompañarle y el día de San
Lorenzo á la hora de vísperas se presentaron los dos, madre é hijo al padre Prior
del convento, donde se verificó la ceremonia de tomar el santo hábito. No había
costumbre entonces de que los pretendientes practicasen antes de recibir el santo
hábito los ejercicios espirituales.
Al pasar nuestro joVen por delante de la Iglesia ya se habían cantado vísperas.
Entonces bajando del caballo y presentándose al Prior le contó los obstáculos de su
madre á su vocación y que no había podido venir á la hora indicada. Edificado el
Padre más y más de tanta perseverancia hizo tocar á Capitulo y le dio pública-
mente el hábito. El dolor le hizo derramar muchas lágrimas á su madre, mas cuan-
do más tarde conoció los designios de Dios, sintió tan vivo consuelo como no le ha-
bía sentido en todos los gozos de la tierra.
Fr. Diego tuvo un noviciado de dos años, sin sentir molestia ni disgusto, antes
al contrario con gran fervor, mortificación y modestia. Como daba ya señales de su
gran talento, aún no había hecho la profesión cuando se le envió á estudiar al con-
vento de San Gregorio de Valladolid, donde al cabo de poco tiempo se hizo un
gran filósofo y excelente teólogo.
Le encargó después el Provincial enseñar filosofía en el convento de Tríanos y
en San Ildefonso de Toro. También las casas de Segovia y Palencia le tuvieron de
lector de Teología y de Sagrada Escritura. En el convento de Toro, donde había sido
M. de ArteS; explicó las Epístolas de San Pablo; y como el de Valladolid le hubiese
pedido para la misma cátedra, explicó en él los 9 primeros capítulos de Isaías, sobre
el cual publicó después muy buenos Comentarios.
De este modo pasó la vida en los ejercicios de piedad y de los estudios, hasta
la edad de 42 años. En este tiempo el Cardenal Miguel Bonellí, sobrino de S. Pío V,
le pidió con muchas instancias á los superiores de la Orden para regente del cole-
gio de la Minerva en Roma. Siguiendo pues los deseos de tan digno Cardenal, el V.
Padre cumplió aquel empleo por espacio de 10 años con brillantez y reputación ex-
traordinarias (1596-1606).
Entonces era cuando se discutían con gran calor entre los Padres de la Compa-
ñía de Jesús y los discípulos de Santo Tomás las célebres cuestiones de Auxiliis; las
cuales habían comenzado en España con ocasión de los libros del P. Luis Molina,
que en sus Comentarios á la Suma de Santo Tomás, se apartó de su doctrjna.
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Al mismo tiempo y como consecuencia necesaria se apartaba en muchos lugares
de San Agustín, cuyo más fiel intérprete es Santo Tomás.
La narración circunstanciada de esta memorable lucha teológica corresponde á
la vida del V. P. Tomás de Lemos, que fué el intrépido campeón de la gracia eficaz.
Baste decir aqui que el Papa Paulo V al observar en el P. Diego Alvarez una cien-
^ia profunda, juicio acertado y rara modestia, le nombró inmediatamente después
de estas discusiones, arzobispo de Trani en el reino de Ñapóles.
En el ejercicio de su cargo episcopal se manifestó el digno religioso, como lo
habia sido en el convento de la Minerva durante su profesorado, animado de los
sentimientos que estaban conformes con la doctrina que enseñaba. Por su sincera
humildad se tenía por el más imperfecto de todos ios hombres, y ensalzando sin ce-
sar la infinita misericordia de Dios, decía muchas veces que no había en sí cosa al-
guna, de que él pudiera sacar la menor gloria. Apenas podía tolerar que se le be-
sara la mano como se acostumbra hacer con los obispos. Con mucho gusto hubiera
él renunciado su dignidad con objeto de volver á ia celda de su convento, si se lo
hubieran consentido el Papa y el rey católico, pero siempre fueron inútiles los de-
seos que tenía de retirarse. Tan general y tan sólida era la opinión que se tenía de
sus méritos y de sus virtudes.
Lo que más se admira en él es su humildad. Cuando los criminales, que eran
conducidos al suplicio, pasaban por debajo de las ventanas del palacio arzobispal,
el V. P. se sentía arrebatado del pensamiento de su propia miseria y de sus peca-
dos, diciendo algunas veces: Señor, por qué no soy yo como este desgraciado? No
es seguramente por mi virtud, pues sólo veo en mí aptitud para todos los vicios: es-
to es pues efecto únicamente de vuestra protección y vuestra gracia>.
Tenía continuamente puestos sus ojos en sus faltas, lo que le hacía ser benigno y
compasivo con los demás. Habiéndole robado uno una gran cantidad de dinero, y
recayendo las sospechas sobre uno de sus sirvientes, se detuvo él algún tiempo en
esta misma idea; pero sintió después por esta causa tan gran remordimiento, que á
pesar de su ciencia no pudo quedar tranquilo hasta haberse confesado de esa mala
sorpecha.
Le era un verdadero suplicio tener que castigar las faltas que no podía disimu-
lar. Pero aún en estos casos predominaba la bondad y perdonaba muy fácilmente con
sólo que hubiera apariencias de arrepentimiento: sobre todo perdonaba las multas
pecuniarias, cobrándolas raras veces. Los que le rodeaban le echaban á veces en
cara su excesiva indulgencia, pero él como verdadero amante de la paz y la dulzu-
ra, movía ligeramente las espaldas, y mirando al crucifijo decía: «Señor, si mi facili-
dad en perdonar es perjudicial á tu rebaño, os suplico pongáis en ello remedio con
la sabiduría de vuestra providencia. Pero si es una falta ser misericordioso con los
que reconocen sus pecados y piden de ellos perdón, entonces eso vos nos lo habéis
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enseñado, Señor, vos que sois el ejemplar y modelo de nuestra conducta." Con estas
palabras aludía á lo que había dicho San Pedro: Señor, cuantas veces he de per-
donar á mi hermano, si me ofendiese ¿Hasta siete veces?» A lo que le contestó Je-
sús: «No te digo que le perdones sólo siete veces: sino setenta veces siete (1).
Un eclesiástico de su diócesis cayó en una falta tan grande que el arzobispo se
vio obligado á ponerlo en la cárcel hasta que cumpliese la pena canónica. Su primera
providencia fué mandar al oficial de la curia que en nada aligerase la severidad del
juicio; pero al oir esta orden, el oficial contestó con una sonrisa. Le preguntó el ar-
zobispo la razón de aquella sonrisa, á lo que contestó el oficial: la razón. Señor, es
porque Su Señoría mismo será el primero en volverse atrás de lo que ahora me
manda, y no tardará mucho en poner al prisionero en libertad. Y así sucedió en
efecto, como lo había previsto el oficial, pero el V. P., dirigiendo al crucifijo sus
excusas ordinarias, halló tan piadosas y conmovedoras razones, que el oficial que
le vía, se echó á llorar.
De esta ternura del corazón venía el que siempre estuviese atento á remediar
las necesidades espirituales y temporales de sus diocesamos. Hizo un viaje á Ña-
póles con objeto de conseguir que se eximiese su ciudad de ciertos impuestos de-
masiado onerosos. Los pobres se aprovechaban de casi todas sus rentas; les esta-
ba siempre abierta la puerta del palacio, y tenía dada orden de que se les dejase
llegar hasta su habitación. Los recibía con grande caridad, y les distribuía la limos-
na, y cuando ya no tenía dinero, les daba sus propios vestidos.
En conformidad con los decretos del Concilio de Trento, edificó á sus expensas,
cerca de la iglesia catedral, un seminario, en donde podían recibir cincuenta ecle-
siásticos la educación correspondiente á la santidad de su vocación. Con objeto de
recoger niñas huérfanas, construyó y dotó una espaciosa casa, que después trans-
formó en monasterio de la Tercera Orden de Santo Domingo.
Predicaba muchas veces para instruir á su pueblo y apacentarle como buen pas-
tor en la doctrina de la salvación. El ejemplo de su vida privada hacía más eficaz
su palabra, y con tanto más gusto se seguían sus consejos, cuanto que él era el pri-
mero en practicarlos.
Se esforzaba en imitar en el arreglo de su casa el que habían tenido los santos
obispos en las precedentes edades, conservó siempre el hábito de su Orden, hecho
de una tela de lana tan grosera, que se pudieran haber contentado con él los Reli-
giosos de las más estrechas reformas. Pretextó una vez su camarero las convenien-
cias de su dignidad para sustituir por una ancha banda de seda el pobre cingulo,
pero él no lo consintió. Una de sus máximas era que, habiéndose consagrado por
su estado á la pobreza, estaba persuadido que debía ser fiel observador de ese voto,
(l) Math.XVIIl,21, 22.
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y si alguno le hacía discretamente algunas observaciones sobre el particular, le
respondía con santa resolución: :<Antes renunciaré á mi Arzobispado y me volveré
á un convento de mi Orden, que mudar en cosa alguna el modo de vivir que me im-
pone mi profesión religiosa.»
El V. P. Alvarez fué hasta la muerte el hijo más fiel y más afecto á la Orden de
Santo Domingo. Por lo cual, cuando en 1628 publicó su libro sobre el origen de la
herejía de Pelagio, lo dedicó al R. P. Nicolás Rodulfo, su antiguo discípulo en la Mi-
nerva, que acababa de ser elegido para Maestro general.
«Hacia el fin de mis días, le escribía, os dedica esta obrita, como fruto de un pe-
queñito ramo del gran árbol de laReligión de Santo Domingo. Me doy prisa á enviá-
rosle, por temor de que si lo dilatase con objeto de poder presentaros alguna cosa
de mayor consideración, no nos quede tiempo para acabarlo. El solo motivo que me
mueve á escribir en edad tan avanzada, es dar al sucesor de Santo Domingo una
prueba de mi reconocimiento por los innumerables beneficios, que recibí en la Re-
ligión... Ella fué— añade,— la que me recibió con los brazos abiertos, cuando me
presenté á ella; ella fué la que me alimentó como buena madre con la leche de su
piedad, me instruyó con toda bondad en las ciencias de fisolofía y teología, me pro-
curó honores, que sólo hubieran podido merecer la virtud, hasta elevarme á esta
silla arzobispal de la iglesia de Trani. Todos estos favores hacen que mi recono-
cimiento se convierta en deber imperioso, y aún cuando yo diese mi vida por los
intereses de la Orden, aún no sería bastante para agradecerle el menor de sus fa-
vores. El carácter de Religioso y Fraile Predicador le acarreó más de una vez gran-
des humillaciones y contradicciones, délo que él no sólo no se afligía, sino antes
bien se alegraba. Al principio de su episcopado el arzobispo cardenal de Nazarith,
cuya jurisdicción se extendía á algunas de las iglesias de la diócesis de Trani, le
produjo más disgustos que cualquier empleado del rey. Como tenía mucha influencia
en Roma y por su dignidad era superior á nuestro arzobispo, tenía placer de llevarle
la contra en todo. El Venerable padre, sin embargo, no cedió jamás ni en uno solo
de sus derechos y sufrió con gran perseverancia las vejaciones de este alto perso-
naje diciendo con gracejo: ílaec sunt onera matrimonii: «estas son las cargas de
matrimonio.»
Tenia pres ente ante todo los intereses y el buen gobierno de la iglesia de Tra-
ni, su esposa. Un día, el vicario de este cardenal se fué al locutorio de unas religio-
sas claustrales de Bar letta contra el mandato expreso del arzobispo, por lo que éste
le excomulgó públicamente: y como el sacerdote no dejase de continuar sus vi-
sitas, fué excomulgado otras dos ó tres veces. Al tener noticia de esto el Cardenal
mostró un gran desd én hacia él, vituperó la conducta del arzobispo, y en lugar de
reprender á su vicario sus inoportunas visitas, le escribió estas palabras amena-
za-loras para el V. \\ Diego Alvarez: -Ahora á lo menos tendremos razón contra
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este Fraile', usando el término Fraile (Frute) para indicar su desprecio hacia los re-
ligiosos. Sus intrigas apenas tuvieron efecto, pues murió pocos años después (1622)
sin haber tenido tiempo de conseguir del Soberano-Pontifico la desaprobación que
esperaba contra el arzobispo de Trani. En tan enojoso negocio se portó siempre el
Padre con tal igualdad de ánimo, que jamás se le oyó salir una palabra áspera de
su boca, sufriéndolo todo con extraordinaria conformidad, y resignándose ente-
ramente con la voluntad de Dios, sin abandonar por su parte ni aún sus menores
obligaciones.
El día lo ocupaba en el estudio, la oración y el cumplimiento de los deberes de
su cargo, sin que quedase espacio alguno de tiempo para la ociosidad ni aún pa-
ra la distracción. Este recogimiento habitual y esta unión con Dios mantenían en su
corazón el fuego de la caridad, cuya benéfica influencia se percibía en sus sermones.
Donato Sealzo, uno de sus sacerdotes, aseguró con juramento que echando el arzo-
bispo en el día de San José una plática á una comunidad de Religiosas, apareció su
rostro resplandeciente y rodeado de rayos luminosos. Todas las noches, antes de
tomar e! alimento, leía algunos puntos de un libro piadoso, para dormirse con al-
gún buen pensamiento.
Era tan grande su inocencia que jamás deshonró su bautismo con un pecado
grave. Era tal su pureza que huía del menor peligro que pudiera deslustrarla y
cuando se veía necesitado á ha'-'.ar con mujeres, lo hacía con la mayor modestia y
muy pocas palabras.
De este modo gobernó el P. Diego Alvarez su arzobispado de Trani hasta el año
de 1632. Contrajo entonces una grave enfermedad. Recibió el santo Viático con
una fe y devoción, que conmovía el corazón de todos los asistentes. El mayor re-
mordimiento que entonces decía sentir, era el haber sido demasiado compasivo,
benigno y tacil en perdonar. De esto pidió á Dios perdón con abundancia de lágri-
mas, alegando con toda la humildad de su alma que lo había hecho á imitación su-
ya, pero que tal vez habría abusado.
Quiso rezar el Oficio hasta el último día, y para hacerlo más cómodamente qui-
so que le ayudase uno de sus sacerdotes. Sufrió las molestias de la enfermedad con
tan santa y humilde paciencia que nunca se le encontró triste. Al hacerle la re-
comendación del alma, un sacerdote le recordó aquellas palabras de David: «Se-
ñor, quién habitará en tus tabernáculos, ¿ó quien hallará su reposo en tu monte
santo? El que no tiene mancha, y el que hace el bien». Pero el enfermo manifestó
que no le había agradado el pensamiento del sacerdote, y le indicó que aquellas pa-
labras no le convenían á él.
Con tales sentimientos de humildad, y confiando únicamente en la misericordia
de Dios, que asegura ha de medir nuestras obras con la misma medida con que nos-
tros midiésemos las de los otros, se fué á gozar de las delicias inefables de la
— 096 —
gloria, el 10 de Mayo de 1632. Le lloraron amargamente todo su clero, los habitan-
tes de la ciudad y sobre todo los pobres, porque perdían en él á un verdadero pa-
dre y pastor. Su casto y virginal cuerpo quedó tan flexible y tratable como si estu-
viese vivo, con una majestad que excitaba la veneración. Se le pusieron los hábitos
de la orden y los ornamentos pontificales, y después se le expuso en la sala del pa-
lacio, donde por espacio de dos días enteros se le tributaron los honores fúnebres.
El día siguiente se le trasladó á la catedral para enterrarle en la capilla de San Ni-
colás Pelegrino. Tuvo la misa y presidió á los funerales el obispo de Bisceta, su
sufragáneo; y un carmelita, el P. Camilo Fieboli, publicó sus virtudes en un magni-
fico sermón fúnebre; y por fin Dios confirmó estos* testimonios de respeto por un
gran milagro.
Un gentil hombre de la ciudad de Trani, llamado Juan Bautista Stampachía, ha-
bía perdido casi del todo la vista por unas cataratas, de manera que sólo podía an-
dar á tientas. Se fué pues á venerar el cuerpo del Prelado con una gran confianza
de que recobraría la vista por sus méritos é intercesión. Pidió pues esta gracia al
Señor á la vez que llevaba la mano del difunto á sus ojos, recibiéndola al fin tan
completa, que en el espacio de 32 años que aún vivió, nunca tuvo necesidad de usar
anteojos.
El P. Alfonso Hernández, en el catálogo de los escritores de la Orden, asegura
que el arzobispo hizo otros muchos milagros, pero él no los pone por motivo, dice,
que se está haciendo de ellos una información jurídica: Multis post moriem miracu-
lis clurus, quae etsi nobis nota, hic non reponimus, quoniam de. eis processus juridicus
instituitur. Habiéndose esparcido por la ciudad la fama del milagro, arriba indicado,
acudió la multitud en tropel á ver el cuerpo del Santo Prelado. Mas á pesar de los
esfuerzos de los guardias, no se pudo evitar que fuesen cortados casi todos sus há-
bitos y sus cabellos, que los fieles guardaban como reliquias.
El P. Diego Alvarez compuso unos Comentarios sobre el profeta Isaías, un Ma-
nual de Predicadores, algunos tratados de Teología y un libro sobre el origen de
la herejía de Pelagio. í^ero su obra principal, que le hará digno de eterna memoria
entre los defensores de la gracia, es la que tantas veces se imprimió con el título De
Auxiliis divina' irratiiv. En esa obra, compuesta de doce libros, expone de una manera
magistral, toda la doctrina de la gracia, tan necesaria á la criatura para mantener-
la en la sumisión y dependencia de su Creador. Este libro es una obra maestra por
su dialéctica, y es además un arsenal, donde se hallan toda clase de armas, ofensi-
vas y defensivas contra los adversarios de la gracia eficaz por sí misma. En él se
hallan lf)S argumentos más sólidos y más profundos en esta materia, argumentos que
por un lado son tan elevados y tan difíciles, y por otro tan familiares y tan comu-
nes. Qué cosa hay tan fuera de lo común y tan difícil como la concordia que Dios
tiene establecida, en su sublime grandeza, entre la voluntad y la gracia: Qui facit
- 697 —
concordiam in sublimibus suis? Qué cosa más famUiar y mas común que los santos
movimientos del que llama de continuo á nuestro corazón: Ego sto ad ostium ef pul-
so. Mo hay objección coníra su doctrina que el P. AU'arez no disuelva con !a lim-
pidez de sus soluciones, sobre todo en las Respuestas, que él publica después para
reducir á la nada las afirmaciones, que le oponía la parte contraria.
El V. P. Alvarez es el primero de los discípulos de Santo Tomas, que reunió y
trató con profundidad, en una obra especial, todas las materias importantes sobre la
gracia y el libre albedrío. A la solidez, profundidad y limpidez de sus raciocinios
junta el V. P. una modestia y una moderación encantadoras. Se defiende unas veces,
y otras acomete sin permitirse jamás la menor palabra que pueda herir la caridad,
ó que dé muestra de vanagloria ó jactancia en todo el proceso de una causa tan jus-
ta y tan gloriosa: más parece ser un humilde discípulo de la gracia que su digno é
ilustre defensor. Confesó á Santa Teresa, según consta de la declaración del Padre
Alarcón. Vid. página 647.
R. P. Fr. 3uan Callejo.
EIP. Fr. Juan Callejo fué hijo del Real convento de Santa Cruz de Segovia.
A juzgar por lo que dice el Sr. Obispo de Monopoli, debió hacer su profesión reli-
giosa en el primer tercio del siglo XVI. He aquí sus palabras: (1) Hánse criado en
este convento (de Santa Cruz de Segovia) insignes varones en virtud, religión y le-
tras, y aunque de los más no hay papeles que nos den noticia por el olvido que en
esta parte tuvieron siempre los pasados, hay alguno de los que han sucedido des-
pués.. .. El P. Fr. Juan Callejo, hombre digno de eterna memoria por su rara virtud,
celo y religión. Fué más de diez y seis años Maestro de novicios en este convento,
y siéndolo (cosa que importa mucho para la crianza de los nuevos) era Maestro de
toda virtud. Enseñábala con palabras y con obras. Persuadía pobreza, siendo muy
pobre, oración, ocupando mucho tiempo en este ejercicio; y penitencia, siendo muy
riguroso el tratamiento de su persona; libre, no solamente de todas las pretensio-
nes, y honras mundanas, sino aún de aquellas que la religión tiene. Llegó esto á tér-
mino de que ofreciéndose una vez ocasión, y queriéndole hacer prior de su convento
de Santa Cruz, fueron unos Padres á darle cuenta de la resolución en que estaban.
Pensarían por ventura que le llevaban alguna buena nueva. El efecto que hizo la em-
bajada fué embravecerse contra ellos, como si le hubieran hecho alguna gravísima
ofensa. En la observación de las cosas de la religión fué muy puntual, señaladamen-
te en la comida, y en levantarse á maitines á medianoche, siendo muy viejo. Des-
pués de acabados los maitines muchas noches se quedaba muy largos ratos en ora-
ción en el coro. Era muy piadoso con los enfermos. Son muchos los hijos que crió,
(l) Historia de Santo Domingo 3." p. 1." 1.°, e. 32.
-698-
hombres de muy grandes partes en letras y en el gobÍ3rno, con que grandemente
se ha honrado mucho la Provincia de Castilla.»
En la información que se hizo en Segovia para la beatificación de Santa Teresa
de Jesús, dice él mismo: «Estando un día con la Santa Madre Teresa en esta ciudad
de Segovia, dándola el pésame de la muerte de su hermano (D. Lorenzo de Cepeda)
la Santa le respondió «que aunque como miserable, luego que supo la nueva, lo ha-
bía sentido y dádole pena; pero que ya más le tenía envidia que no compasión, y
que le había dicho un Te Deiim laudamus.»
R. P. Fr. Pedro Roncero.
Uno de los conventos más observantes que la orden de Santo Domingo tenía en
Castilla era sin duda el llamado de Nuestra Señora de la Pefia de Francia, en Sala-
manca. Entre los hijos que ha tenido este convento, Santuario de María Santísima,
á donde acuden tantos peregrinos á pedir remedio en sus necesidades, fué el Padre
M. Fr. Pedro Romero, el cual fué muy aventajado en toda clase de letras; confesor
del serenísimo Alberto Archiduque de Austria, durante el tiempo que gobernó el
reino de Portugal, en cuyo oficio murió hacia el año 1587, pues este año le sucedió
en el oficio de confesor del Archiduque Alberto el P. M. Fr. Juan de las Cuevas.
Además fué prior de Santo Tomás de Avila, y de otros conventos de la Orden.
A este Padre aludía Santa Teresa, cuando escribiendo desde Avila en 1578, á Ro-
que de Huerta sobre la visita del P. Gracián, le decía: «Algunos letrados, y aún el
presentado Romero, que se lo pregunte yo aquí decían, etc. etc.» Como á gran le-
trado le consultaba la Santa sobre un asunto muy complicado.
P. Fr. Bartolomé flguilar
El P. Paulino Alvarez en su obra ya citada, escribe lo siguiente sobre este Domi-
nico confesor de la Santa: «Fué Prior de Dominicos en Sevilla; ayudó á la seráfica
Reformadora en la fundación de aquella ciudad, y la confesó durante aquella estan-
cia. Estábale ella muy agratlecida, preguntaba con interés por el, encargaba á sus
religiosas que lo mirasen con especial amor, y les decía que era muy bueno, que
para cosas de religión tenía más experiencia que otro.
El Capitulo General que la Orden celebró en Bolonia en 1574, le concedió por
sus talentos y virtud el título de Presentado. Por eso no dudó Santa Teresa en lla-
marle muy hilen amií;o, bien uvisudo y muy bueno.
R. P. Fr. 3uan de Orellana.
Fué el P. M. Fr. Juan de Orellana olegial por Salamanca, lector de Teología
de Avila y Regente del colegio de San Gregorio de Valladolid, Definidor de un ca-
-699-
pítulo provincial y Consultor general del Consejo Supremo de la Inquisición. Era
tan grande la estimación que los Principes y Señores de España tenían de sus con-
sejos que aún después que por razón de sus muchos años, se habia retirado á pre-
pararse para morir al convento de Santa Catalina de la Vera, Plasencia, allí acu-
dían á visitarle y á consultarle en sus negocios.
El P. Fr. Juan López, Obispo de Monópoli en su historia de la Orden de Santo
Domingo, al hablar de los escritores insignes que ha habido del Colegio de San
Gregorio de Valladolid, dice lo siguiente: «Muchos escritos de muy grande impor-
»tancia han trabajado muchos Padres Maestros colegíales de este colegio, como
.>fueron el P. M. Fr. Juan de Orellana, el P. M Fr. Juan de la Peña el P. M. Fray
Juan de las Cuevas y otros muchos, con cuyos papeles la doctrina de Santo To-
-más en estos reinos y en los extraños se ha dado á conocer sin consentir que le-
»vanten falsos testimonios al Santo Doctor, de que no se hace aquí memoria, por no
• haber llegado al molde sus escritos.»
De estas líneas se deduce que el P. .M. Orellana debió escribir algún libro so-
bre Teología ó sobre la doctrina de Santo Tomás .
P. JYl. Fr. Diego flidereíe.
Fué natural el P. Alderete de la ciudad de Valladolid é hijo de D. Francisco Fer-
nández de Alderete y de Doña María de Quiroga, hermana de D. Gaspar de Quiroga,
Cardenal y Arzobispo de Toledo. El día 27 de Agosto del año 1550 hacía su profesión
religiosa nuestro Fr. Diego en el convento de Salamanca.
Apenas comenzó su carrera literaria dio tales muestras del claro ingenio con que
el cielo le había dotado que los superiores le destinaron al Colegio de San Grego-
rio de Valladolid en concepto de colegial para que se formara en los estudios ma-
yores con aquella juventud brillante que tanta gloria dio á la Orden en todos los
ramos del saber humano. La virtud de nuestro colegial corría parejas con su talento
y aplicación. Así es que fué tenido por varón santo, constante en la observancia y
en la pobreza de espíritu.
Su penitencia fué increíble; no se sabe que en sesenta años de vida religiosa
durmiese nunca en cama. El descanso que tomaba era, ó en el suelo, ó en alguna
silla, ó bien recostado ligeramente en algún banco. En los ayunos muy riguroso y
perseverante. En la oración y en el coro muy asiduo. Se distinguió mucho por su
celo en mantener la doctrina de la Iglesia en toda su pureza y libre de toda novedad
contraria á la tradición y al común sentir de los Doctores y Santos Padres. Muchos
conventos de la provincia, en particular los más austeros \' fervorosos, como los
de Aranda de Duero y de la Vera de Plasencia, tuviéronle de Prior. Confióle la
provincia la dirección y gobierno de estas casas segura de su inquebrantable amor
á la observancia regular.
— 700-
Fué tal su amor á la pobreza religiosa que á pesar de la posición opulenta y de-
sahogada de sus padres y de su tio el cardenal Arzobispo de Toledo, D. Gaspar de
Quiroga, que le distinguía con especial cariño, nunca quiso tener ni para si ni para
el aderezo de su celda, sino lo que el más humilde religioso.
El rey Felipe II, conocedor de sus muchas virtudes y de sus grandes luces en-
vióle dos veces cédulas de Obispados, las que no aceptó, llevado de su modestia y
humildad. Su vida fué siempre un reflejo fiel de la vida de N. S. Patriarca, pues nun-
ca hablaba sino de Dios, ó de cosas que se ordenaran á la perfección religiosa.
Lleno de méritos y virtudes, después de haber gobernado muchos conventos,
consolado á muchos y edificado á todos los que tratara con su vida ejemplar, y te-
meroso del juicio santo de Dios, se retiró á su convento de Salamanca á esperar su
última hora, preparándose dignamente á comparecer ante Dios. Con tales disposi-
ciones fué dulce y tranquila su muerte y preciosa á los ojos del Señor.
Al ocuparnos de la fundación de Soria hemos hablado extensamente de este
confesor de Santa Teresa.
Nota. Al terminar estos datos biográficos, justo es que hagamos constar que en
su mayoría los debemos á la diligencia del P. Luis de Lillo, archivero de este Cole-
gio, á quien por este motivo estamos muy agradecidos.
ÍNDICE
Páginas.
Dedicatoria del Autor
Prólogo de D. Miguel Mir
CAPÍTULO PRELIMINAR.— Caracteres fundamentales que
forman la fisonomía de Santa Teresa de Jesús. Causas que
favorecieron su formación y desarrollo
Tres títulos que corresponden á Santa Teresa: Santa, Doctora y Re-
formadora. Palabras del P. Bañez. Fr. Luis de León. 1 y 2. Débora
figura de Santa Teresa. Palabras de Gonet. Fin que la Santa se pro-
puso en su Reforma. 3 y 4. Disposiciones para ser Santa. Doña Ma-
ría de Briceño. 5. Disposiciones para ser Doctora. Palabras del P.
Ribera. Ilustres personajes con quienes comunica su espíritu. 5 y
G. Comunicación que tuvo con Relifíiosos célebres en letras y san-
tidad. Los Carmelitas San Juan de la Cruz y P. Gracián. 7. Francisca-
nos. San Pedro de Alcántara. 8 y 1». Padres Jesuítas. San Francisco de
Borja. y y 10. Padres Dominicos. San Luís Beltrán y Fr. Luis de Gra-
nada. 11. Disposiciones para ser Reformadora. Presencia de ánimo y
valor de la Santa. 12. Fuerza de persuasión en sus palabras. Pontífi-
ces que la ayudan. Felipe U. 13. Asistentes nombrados por el Rey. El
Nuncio. Personas de todas clases y condiciones, dispuestas á secun-
dar los planes de la Santa. 14. Institutos religiosos. Objeto de nues-
tro trabajo. Tres aspectos bajo los cuales los Doiiiinic(»s influyeron
en la Santa. 15 y 16. Palabras de aliento que nos han movido á pu-
blicar este libro. Palabras del ilustre Académico Don Miguel Mir,
Pbro. 16. ídem de las ilustradas Carmelitas Descalzas de París. Ídem
V
Vil
— 702-
Páginas.
del M. I. Prebendado de esta Apostólica Iglesia. Don Froilán Perri-
no. 17 y 18. Deseos que nos animan al publicar estas páginas 18.
Primera partem— Influencia que los Dominicos tuvie-
ron en la santidad de Teresa de Jesús.
CAPÍTULO I.— Santa Teresa considerada como Santa.—
El P. Vicente Barrón la hace volver á la oración 19
E.xcelencia de la santidad: 19. Los hijos de Santo Domingo guian y
preparan á Teresa para ser Santa. Palabras de la iglesia y de la Re-
forma Carmelitana. Treinta Padres Dominicos Confesores de la San-
ta: sus nombres. 20 y 21. Padres Barrón, Garcia de Toledo y Bá-
ñez. Conversión de Santa Teresa. 22. Sentido de la palabra conver-
sión. Palabras notables del P. Alvarado. Tres causas de la tibieza de
la Santa. 23. Primera causa: palabras de la Santa. 24 y 25. Segun-
da y tercera causa: palabras de la Santa. 26. Palabras sobre su pa-
dre y muerte de éste. 27. El P. Barrón (confesor del padre de San-
ta Teresa), hace volver á ésta á la oración y la prescribe la frecuen-
te comunión. Palabras de la Santa, de Yepes y Ribera. 28 y 29. ídem
en la Mujer Grande. Influencia suprema de los consejos del P. Ba-
rrón. 30. Palabras de la Reforma Carmelitana. Prudencia del P. Ba-
rrón. 31. Su comparación con el M. Daza. Palabras déla Santa.
La Mujer Grande. Otras palabras de la Santa. 32 y 33. Elogio de la
Santa sobre el P. Barrón. Don especial de consejo que le asistió á
dicho Padre 34 y 35.
CAPÍTULO 11.— Se señalan y fijan los periodos de la Vida
de Santa Teresa de Jesús en que tuvo por confesor al Do-
minico P. Fr. Vicente Barrón 37
Santa Teresa ai principio de su Reforma consulta á los grandes letra-
dos de la Orden de Santo Domingo. Palabras de la Santa en que
nombra á los Padres Barrón, Ibáñez, Báñez, Chaves, Medina, Me-
neses, Salinas, Lunar, Yanguas. 37 y 38. El año y medio que confesó
en Toledo no pudo ser antes de 1568. 39 y 40. Yepes, Velázquez y
Yanguas. 40. Permanencia en Toledo y nombres que daba á su con-
vento de Descalzas. Temple. 41. Los muchos años que la Santa con-
fesó con el P. Barrón fueron los de su juventud. 42 Sendero: confir-
mación de la Santa. Favores en la Iglesia de Santo Tomás. 43. Pala-
bras de la Santa. 44. Declaración de Doña Guiomar. Los muchos pe-
cados que la Santa confesó en Santo Tomás. 4.5. Cuáles fueron esos
-703-
Páginas.
pecados de los tiempos pasados. Tres periodos que la Santa confe-
só con el P. Barrón. 46.
CAPÍTULO III.— Carácter de las amistades de Teresa de
Jesús y prudencia del P. Barrón 47
Inteligencia de algunas palabras de la Santa. No perdió la inocencia
bautismal. 47. Ignorancia que tenía acerca de las tentaciones contra
la castidad. Ribera. Yanguas. 4^. Declaración de doña Mencia. ídem
de Sor Petronila. ídem de Santa Teresa y la Reforma. 50. Móvil en .
sus amistades. Cátulo Méndez. 50. Prudencia del P. Barrón. Confir-
mación del Sr. Yepes. Cómo y desde cuándo se han de contar los 17
años de que la Santa habla. 51. Palabras de la Santa. 52 y 53. ídem
de la Mujer Grande. 54. Cuadro cronológico. 55. Palabras del Pro-
vincial Carmelita. 56.
CAPÍTULO IV.— Santa Teresa y el P. García de Toledo. 57
Santa Teresa se traslada á Toledo. Su devoción á nuestra Iglesia. P.
Gallo. 57. Suceso maravilloso con un Padre Dominico en Toledo. 58.
Palabras de la Santa. 59 y siguientes. Visión de la Santa acerca de
la Orden de Santo Domingo. 62 y 63. Testimonio de Ribera. 63,64
y 65. Testimonio de Maria de San José y de los Bolandos. 65. Con-
tinúan las palabras de la Santa. 66. ¿Quién fué el P. Dominico?
Opinión de los antiguos biógrafos. ídem de los modernos. 67. Ma-
dres Carmelitas de París. 68 y 69. Don Miguel Mir. 69. Cree-
mos con estos respetables autores que el dominico fué el P. García
de Toledo. 69. Influencia de este Padre en la santidad de Teresa de
Jesús. 70. La dispensa el voto. 71 y 72. Comunicación que la Santa
tuvo con este Padre híista la muerte. Declaración de Teresita y car-
tas de la Santa. 73.
CAPÍTULO V. — Cualidades que exige Santa Teresa en un
buen confesor. Todas ellas resaltan de una manera espe-
cial en los Dominicos que dirigen su espíritu 75
Palabras de Santa Teresa en recomendación de los letrados. 76 y 77.
Experiencia y buen entendimiento. 77 y 78. Preferencia que da á las
letras. 78. Busca éstas en los hijos de Santo Domingo. 79. Palabras
del jesuíta Gil González. 80. La Santa da siempre á los hijos de San-
to Domingo el dictado de grandes y muy grandes letrados. 80 y 81.
Experiencia que tenían de las cosas sobrenaturales. 81 y 82. Gran
entendiniicnti). 83. Influencia en la buena dirección. :'4. ¿Quiénes,
— 704-
Páginas.
en cierto modo, detuvieron á la Santa de progresar en la santidad?
85 y 86. ¿Quiénes la dirigieron bien? 87. Conclusión final. 88. Pala-
bras del Sr. Yepes, que resumen lo dicho en el presente capítulo, y
algunas declaraciones relativas á los Padres Báñez, Medina, Yan-
guas, Callejo, Luna, Ibáñez, Mancio y otros Padres Dominicos. Tra-
tado del P. Ibáñez en defensa del espíritu de Santa Teresa. No pue-
de atribuirse á ningún jesuíta. Es gratuita la afirmación del P. Ribe-
ra sobre este punto. Declaración de Teresita acerca del mismo Pa-
dre en una Junta celebrada en Avila. 88 y siguientes.
Segunda partem— Influencia que los Dominicos tuvie-
ron en la doctrina y escritos de Santa Teresa de Jesús.
CAPÍTULO I.— Escritos de Santa Teresa 103
Los Dominicos influyen no sólo en la santidad sino también en los es-
critos de Santa Teresa. 103. Recomendación de estos escritos. 104.
Enumeración de ellos. 104, 105 y 10(5, Clasificación en dos grupos.
Razón de esta clasificación. 106. \. libro de las Relaciones. 107, 108
y 109. II. Consejos ó Avisos. 109 y 110. 111. Modo de visitar los
Conventos. 110. IV. Exclamaciones. 110 y 111. V. Poesías, Tam-
boril, silbatos. 112.- VI. Cartas. Excelencia délas Cartas de Santa
Teresa sobre los demás escritos suyos. Palabras del V. Palafox. 113.
Multitud de cartas que la Santa escribió. 113 y 114. Cartas á Domi-
nicos y á Felipe II. Después de las canónicas, difícilmente habrá car-
tas que se puedan comparar con las de la Santa. 114 y 1 15.
CAPÍTULO IL-Del libro de la Vida de Santa Teresa y
los PP. Pedro Ibáñez, García de Toledo y Domingo Bá-
ñ^'^ 117
Santa Teresa llama al libro de la Vida el libro de las Misericordias
de Dios. 1 17. Comparación con la Suma de Santo Tomás. Contiene
todo lo que después escribió en el Camino de Perfección y en las
Moradas. 1 18. Síntesis que de él hacen el Sr. La Fuente y el P. Ri-
bera. 1 19. Palabras de la Santa que confirman el juicio formado por
estos biógrafos. 1 19 y 120. Juicio critico del Sr. La Fuente sobre este
iihrn. 120. Le escribió por obediencia. Tuvo defensores y contradic-
tores. 121. Primera redacción debida al I'. Ibáñez. Segunda al P.
Garda de Toledo. TestiniíMiios del Sr. La Fuente y Reforma Carme-
litana. 122, 12.3, 124, 125, 126 y 127. La omisión de la palabra Com-
pañía en el capitulo .3S n» puede atribuirse al Dominico P. Medí-
-705 —
Páginas.
lui. Razones que lo demuestran. Palabras inconvenientes del Sr. La
Fuente. Omisión en las Moradas de otras palabras. Carta de la Prio-
ra actual de Sevilla. Confesión del P. Pons. 123, 124, 125 y 12G. Con-
tradicciones é inexactitudes graves del jesuíta P. Pons. 127, 128 y
12y. Testimonio de las Madres Carmelitas de París, y por qué nom-
braron al P. Báñez, además de los PP. Ibáñez y García de Toledo.
Palabras de la Santa y del P. Antonio de San José. 128, 129, 130
y 131.
CAPÍTULO III.— Los PP. Domingo Báñez y Hernando del
Castillo y la Vida de Santa Teresa de Jesús ante el Tri-
bunal de la Inquisición 1 33
Persecuciones que pasó el libro de la Vida de Santa Teresa. Palabras
del Cardenal González sobre los escritos de Santa Teresa. 133. Prin-
cesa de Eboli. 134. Palabras de la Crónica Carmelitana. 134 y 135.
ídem del Sr. La Fuente sobre el desmán ocurrido; ó sea, la delación
del libro de la Vida al Tribunal Santo por la princesa de Eboli. De-
claración del P. Báñez. 136 y 137. La Vida de la Santa en la Inquisi-
ción. Palabras del Sr. La Fuente. Turbación de la Santa con este
motivo. 138. No tuvo que sufrir tanto en su primera fundación. Pre-
caución que el P. Báñez tomó. Palabras de las Madres Carmelitas
de. París. 138, 139 y 140. La Inquisición nombra censores del libro
á los Dominicos Domingo Báñez y Hernando del Castillo. Palabras
notables del historiador de la Reforma 141. Palabras del Sr. La
Fuente sobre el P. Báñez y la censura que éste presentó al Santo
Tribunal. 141 y 142. Censura del P. Báñez. 143, 144, 145 y 146. Ra-
zones en que se apoya el Sr. La Fuente para llamar notabilísima á
esta censura y anteponerla al prólogo de Fr. Luis de León. 146 y
147. Comparación que hace entre el célebre Agustino y el P. Bañez.
147. El original de la Vida y la censura se hallan en el Escorial. 147.
Esta censura debiera siempre imprimirse con la Vida. 148. Censura
del P. Hernando del Castillo. Declaración de la V. Isabel de Santo .
Domingo. 148 y 149. Influencia grande de la censura del P. Báñez
ante el Santo Tribunal. 149. Resumen de lo expuesto en este capí-
tulo y en el precedente. Palabras del Año Teresiano. 149, 150 y 151.
CAPÍTULO IV.— El P. Domingo Báñez y el Camino de Per-
fección 1 53
Palabras de Santa Teresa y del Sr. La Fuente. 153 y 154. Capítulos de
^lOÍ
Páginas.
que consta. Originales. Testimonios de Yepes, la Mujer Grande, Ri-
bera y Crónica de que le escribió por mandato del P. Báñez. 154,
155 y 156. Fué aprobado también por el P. García de Toledo. De-
claración de Isabel de Santo Domingo sobre los libros de la Vida y
Camino de Perfección. 157. Síntesis del capítulo. Palabras notables
del Año Teresiano. 15S. Palabras de Santa Teresa relativas al P.
Báñez, con las cuales termina su Camino de Perfección. 159.
CAPÍTULO V.— <Las Fundaciones* y el P. García de To-
ledo 161
Capítulos de que consta este libro y su contenido. San Vicente Fe-
rrer: el P. Antonio. 161. Su importancia, estilo, epigramas. 162. Jui-
cio diferente que hace la Santa de sus dos libros la Vida y las Fun-
daciones. 163. El Señor la manda escribir el libro de las Fundacio-
nes. Por qué no apareció en la primera edición. 164. Tres secciones
en que pueden dividirse las Fundaciones y que corresponden á tres
periodos. 165 y 166. Palabras inexactas del Sr. La Fuente sobre este
punto. 167. Palabras de la Santa y tres conclusiones que de ellas se
desprenden, 16 i y 169. En cierto modo se debe este libro al domi-
nico P. García de T(?ledo. Parte que tuvo el jesuíta P. Rípalda. 169,
170 y 171.
CAPÍTULO VI.— KI libro de las Moradas y el Dominico
P. Yanguas 1 73
Analogía entre los libros de Santa Teresa y los del Nuevo Testamen-
to. Origitial ílei libm de las Moradas. Se le manda escribir el P.
Gracián. 173, 174 y 175. Dónde y año en que le escribió 175. Identi-
dad de la doctrina contenida en la Vida y en las Moradas. Palabras
de la Crónica y del P. Ribera que lo confirman. 176. ¿Por qué en
parte este Libróse debe á los Dominicos? 177. Palabras de la San-
ta en que liace comparación entre la Vida y las Moradas. 177 y
17H. Suplica la Santa al P. Gracián que este libro sea examinado
por el Dominico P. Yanguas. Es muy significativa con respecto á la
Orden de Santo Domingo esta conducta de la Santa. Palabras nota-
pies del jesuíta P. (iil González y del V. Palafox acerca de la Orden
Dominicana. Pasaje del Carmelita, l-'r. Tomás de Aquino. Algunas de
las notas marginales del P. Yanguas. Palabras de Santo Tomás. 179,
lH<t, IHl, 182 y 1H3. Consecuencia final ([ue se deduce de todo lo
expuesto con respeto á los Dominicos. 184.
-707-
Páginas
CAPÍTULO VII. -Los PP. García de Toledo y Domingo
Báñez y el libro de los Conceptos del Amor de Dios. . 185
Capítulos de que constan este libro. Síntesis de él por el Sr. La Fuen-
te. 185. Nos consta que la Santa le escribió por obediencia; pero se
ignora quién se lo mandó. Dos opiniones inadmisibles acerca de la
fecha en que fué escrito. 186 y 187. La Santa le quemó obedeciendo
¿i un confesor. Copia sacada furtivamente y autenticada por el Do-
minico P. Báñez. 187. Se ignora quién se lo mandó quemar. Palabras
de K)S PP. Ribera y Alvarez. 188. ¿Porqué no pudo ser el P. Yan-
guas, según la Crónica? Notas marginales que puso el P. Báñez. 188
y 189. Testimonios de religiosas que atribuyen ese mandato al P.
Yanguas. Dificultad en armonizar tales testimonios con otros he-
chos y declaraciones. 189 y 190. Erudita y muy fundada defensa que
hace el Sr. La Fuente del P. Yanguas. 190, 191, 192 y 193. Es punto
oscuro si la Santa escribió más de lo que hoy existe y constituye
este libro. Conclusión final. 193 y 194.
CAPÍTULO VIII.- Los PP. Báñez, Pedro Fernández, Juan
de las Cuevas y las Constituciones de Santa Teresa .... 195
Santa Teresa redactó Constituciones para su nueva Reforma. Breve de
Pío IV, autorizándola para ello. 195. Tres vicisitudes por que pasaron
las Constituciones. Parte que tuvieron en su redacción los PP. Bá-
ñez y Pedro Fernandez. Testimonios concluyentes de la Crónica y
de Santa Teresa sobre este punto. Elogios del P. Pedro. 195, \96, 197
y 198. Tercera modificación de las mismas Constituciones, debida al
Dominico P. Cuevas. Memoriales de Santa Teresa por parecer per-
sona. Otras palabras de la Santa. 199 y 200. Testimonios de la Cró-
nica, del Sr. La Fuente y del P. Gracián. 201 y 202. Conclusión de los
testimonios aducidos. Otra prueba intrínseca en favor de los PP. Do-
minicos citados. Otros Dominicos que influyeron en la legislación de
la Orden Carmelitana en tiempo de Inocencio IV. Las Constitucio-
nes del Convento de la Imagen de Alcalá son las primitivas que San-
ta Teresa implantó en su Reforma. 203, 204 y 205. Cuadro compa-
rativo entre estas Constituciones primitivas de la Santa y las Cons-
tituciones de la Orden Dominicana. 205, 206, 207 y 208.
CAPÍTULO IX.— Conformidad de doctrina entre Santa Te-
resa y Santo Tomás 209
Sabiduría de Santa Teresa. Dos grupos á que pueden reducirse todos
708-
Páginas.
los conocimientos. Testimonio de Leibnitz sobre los escritos de la
Santa. 200 y 210. Palabras de la Santa sobre los movimientos é in-
fluencia de los ciclos, sobre la luz y el agua. 210 y 21!. Su doctrina
psicológica. 21 1 y 212. Testimonio del Carmelita Vallejo. 212. Verda-
dera idea del libre albedrio. Apotegmas filosóficos. 213. Su doctrina
teológica conforme también en un todo con la de Santo Tomás. Doc-
tor de Flandes. Cómo se ven las cosas en Dios y otras ensa'ia.izas
sobre los bienaventurados. Poder del demonio. Batallas dj ésta con
los Angeles buenos. 214 y 215. Otras enseñanzas sobre los díJiJ-
nios: locución é iluminación angélica; padecer del alma y del cuer-
po. 216. Daños del pecado, conexión de las virtudes, auxilio general
y particular, ó sea gracia suficiente y efic¿iz, especies de temor. Mis-
terio de la Santísima Trinidad. 217. Palabras de la Santa sobre este
misterio; clasificación de las visiones; su doctrina sobre la humanidad
de Nuestro Señor Jesucristo. 218. Pasaje de Santo Tomás sobre esto
mismo. Arrobamientos, hablas, virtudes de la Sagrada Comunión.
219, Sobre la edad en que hemos de resucitar. Pasaje notable del
Año Teresiano sobre esta conformidad dz doctrinas. 220 y 221. Cua-
dro comparativo de doctrinas de la Sar.íi y Santo Tomás: I. Mo-
ción general y particular. 221. II. Conexión de virtudes. 222. III. Eu-
caristía, 223. ÍV. Las potencias se distinguen de la esencia del alma.
223. V. Distinción de las potencias entre si. 224. VI. De sus actos.
224. Vil. Artífice bueno y malo. 224 y 225. VIII. Humanidad de Jesu-
cristo. 225 y 226.- IX. Libre albedrio. 227.
CAPÍTULO X. -Resumen de lo contenido en esta segunda
parte 229
El libro de la Vida se debe á los Dominicos, PP. Ibáñcz y Garcia de
Toledo. Le defienden en la Inquisición los Dominicos PP. Báñez y
Hernando del Castillo. 22'.» y 230. El Camino de Perfección se lo
mandó escribir el P. B iñez. El pri nier fundamento de escribir el
libro de las Fundaciones fué el P. Garcia de Toledo. 230 y 231.
Dos títulos por los que pertenece también el libro de las Mora-
das á los Dominicos. 231. Se ignora quién la mandó quemar los
• Conceptos sobre el Amor de Dios». Atinadas observaciones del se-
ñor La Fuente sobre este punto. 232. Influencia de los Dominicos
PP. H áñez, Pedro Fernández y Juan de las Cuevas en el libro de kis
Constituciones. Palabras notables del V. Palafox. 232. Algunos pa-
v;n i.-s (le- 1,1 S.iiit;i n.lali\(.s á los letrados Dominicos. 233. Palabras
— 709-
Páglnas.
del Año Teresiano. 234. Cuadros que se liallíui en la Capilla natal
de la Santa y lemas insertt)S en ellos. Tino y buen sentido que
presidió á la colocación de esos lenuis. Palabras notables del exi-
mio Suárez de la Compañía de Jesús. Santa Teresa es la Santa de
los sabios y letrados. 235 y 23G. A los Dominicos se debe el que la
Santa empezase á escribir y lo que esto significa. A los Dominicos
les pertenece Santa Teresa, en cierto modo, como doctora y escri-
tora. 236 y 237.
Tercera partem— Influencia que los Dominicos tuvie-
ron en la grandiosa obra de la Reforma Carmelitana rea-
lizada por Santa Teresa de Jesús.
CAPÍTULO I. -El Convento de San José de Avila y el Pa-
dre Pedro Ibáñez 239
Los Padres Dominicos moradores del Colegio de Santo Tomás de Avi-
la le dieron grande renombre, ayudando en su primera fundación á
Santa Teresa. Fundadores de este Convento. Fué más tarde Uni-
versidad. Jovellanos. Palabras de la Iglesia. 239 240. Dominicos que
la ayudaron. Convento de la Encarnación. Primera idea de Santa
Teresa de emprender la Reforma. 24ü y 241. Palabras de la Santa.
241,242 y 243. Análisis de estas palabras y lo que de ellas se dedu-
ce respecto á la indecisión del Jesuíta P. Alvarez. Testimonio de la
Crónica de la Reforma que confirma este mismo sentido de las pa-
labras: prudencia humana. Otro testimonio del Año Teresiano 243,
244 y 245. Santa Teresa y Doña Quiomar hablan al Dominico padre
Pedro Ibáñez. Aprueba éste el proyecto de la Santa y se constituye
su defensor contra el que la combata. Palabras del P. Ribera y de
Santa Teresa. 245, 246 y 247. Comparación entre el jesuíta P. Alva-
rez y el dominico P. Ibáñez. Palabras del Año Teresiano. Explica-
ción poco aceptable del P. Ribera. 247, 248 y 249. Alboroto de la
ciudad y del monasterio de la Encarnación. Billete del P. Alvarez á
Santa Teresa en que califica de sueño lo sucedido y la prohibe en-
tender más en su Reforma. Estas palabras la causan más pena que
todo junto. 249 y 250. Palabras del Año Teresiano confirmando esto
mismo. 251. Conducta admirable del P. Ibáñez en esta ocasión.
Palabras del Año Teresiano sobre Santo Domingo y sus hijos. 251 y
252. Después de lo ocurrido, Santa Teresa manifiesta por primera
vez sus revelaciones al P. Ibáñez, y éste las aprueba y se aprove-
— TÍO —
Páginas.
cha de ellas. Visión que en estos dias tuvo la Santa en esta Iglesia
de Santo Tomás. Don de discernimiento de espiritas en el P. Ibáñez
253 y 254. El P. Salazar, nuevo Rector de la Compañía. Disgustos
que la Santa tuvo con el Provincial de los Jesuítas. No osa este Rec-
tor estorbar el nuevo monasterio. Palabras de la Santa y de la Cró-
nica. 255 y 256. Santa Teresa se traslada á Toledo. Visión en San
Pedro Mártir. Su entrevista con la V. Ana de Jesús. Se decide á
fundar sin renta. Oposición del P. Ibáñez. Dios muda el corazón de
este Padre. Más tarde Santa Teresa funda otros monasterios con
renta. Su regreso á Avila. 257 y 258. Llega el Breve negociado por
el P. Ibáñez. Se funda el primer monasterio, día de San Bartolomé.
Conmemoración que se hace de esta fundación. La Santa es llama-
da á la Encarnación y se la mete en la cárcel. Tiempo que la Santa
estuvo en la Encarnación. El P. Ibáñez no se halló en la Junta cele-
brada en Avila, pero le trajo Dios á los pocos días. 259 y 260. Con-
sigue el P. Ibáñez que la Santa venga definitivamente á su nuevo
Convento. Se despide de la Virgen de la Soterraña. 261. Mirada re-
trospectiva sobre lo ocurrido en esta fundación, y cuánto resalta
el don de consejo en el P. Ibáñez. Palabras del V. Palafox y de
Santa Teresa. 262 y 263. Comparación entre el jesuíta P. Hernando
del Águila que mandó á la Santa dar higas, y el dominico pa-
dre Ibáñez. Tratado que éste escribe en defensa de Santa Teresa.
Palabras de la Santa y de la Crónica. 264 y 265. Muere el P. Ibáñez.
Según afirmación de la Santa, el P. Ibáñez no entró en el Purgatorio.
Otros elogios que del mismo hace la Santa. Carta de San Luis Bel-
trán á Santa Teresa. 266 y 267. Palabras de la Crónica de la Refor-
ma comentando esta carta. 268.
CAPITULO II.— El Convento de San José de Avila y el P.
Maestro Fr. Domingo Báñez 269
El P. Báñez es el director más querido de Santa Teresa. Palabras del
Sr. La Fuente. Santa Teresa vivía encantada de este Padre. Pala-
bras del V. Palafox, 269 y 270. Junta celebrada en Avila para desha-
cer el nuevo monasterio. Sólo el P. Báñez defiende en ella á Santa
Teresa y su nuevo Convento. No se explica que los Jesuítas no la
defendieran en esta ocasión, si como supone gratuitamente el P. Ri-
bera hubiesen aprobado decididamente su primera fundación. 271.
Palabras de Ribera y du la Crónica Carmelitana acerca del P. Bá-
ñez. 272. Discurso del Corregidor contra el nuevo monasterio. 273 y
-711 -
Páginas.
274. Discurso del P. Báñez defendiéndole. 275 y 276. Palabras de la
Crónica. Conducta del P. Báñez con los grandes de la tierra. El dis-
curso del Corregidor comparado con el modo de pensar de los habi-
tantes de Palencia y Burgos. Otras palabras de la Crónica. 277 y
278. Fecha en que tuvo lugar esta junta. Recapitulación de este capí-
tulo y del precedente. Manuscrito del Convento de Santo Tomás de
Avila. Palabras del Año Teresiano sobre San Luis Beltrán, y los PP.
Pedro Ibáñez y Domingo Báñez. 279, 280 y 281.
CAPÍTULO III.— Fundación del Convento de Medina y
el P. Domingo Báñez. 283
La Santa vive en San José por espacio de cinco años. Los Padres Bá-
ñez y García de Toledo son sus confesores en este tiempo. Grandes
mercedes que recibe del Señor. 283 y 284. Palabras de Isabel de
Santo Domingo y del Sr. Yepes. Santidad de las primeras novicias.
Llega el General de la Orden á San José de Avila. Gozo que siente
este V. Padre. Patentes para fundar. 285, 280 y 287. Santa Teresa en-
vía á Medina á Julián Dávila á fin de fundar allí otro Convento. Con-
fesores de muchos años. Sentir de Santa Teresa sobre esta materia.
288 y 289. Junta en Medina. Defiende en ella á la Santa el P. Báñez,
y el Abad da la licencia. La Santa sin una blanca. 289. Murmuración
en Avila. Palabras de la Santa y de la Clónica. 290. Análisis de las
palabras de la Santa. Consulta con los PP. Báñez y García de To-
ledo. Estos aprueban la fundación. 291. El 13 de Agosto de 15G7 sale
la Santa de Avila para Medina. Encuentra en Arévalu al P. Báñez.
Este la anima y toma por su cuenta arreglar el pleito que ponían á
la Santa los .'\gustinos de Medina. Elogio grande que la Santa hace
de este Padre. 292 y 293. Se dice la primera Misa el día de la Asun-
ción. Resumen del capítulo. Los Jesuítas ayudan á la Santa en esta
fundación. 294 y 295.
CAPÍTULO IV. —Fundaciones de Malag(3n. Valladolid y
Toledo; y los PP. Báñez, Castillo y Barrón 297
Sale la Santa de Medina y pasa por Madrid á fundar en Malagón. anéc-
dota sobre Santa Teresa. 297. Avisos que da al Rey. Visita el Con-
vento de la Imagen de Alcalá y le da las Constituciones de San José
de Avila. 298. El P. Báñez la manda que salga de este Convento y
prosiga sus fundaciones. Palabras de la Crónica, del Sr. Yepes y de
Ribera. Obedece Santa Teresa y queda fundado el día de Ramos de
— 712 —
Págin as.
1568, El Señor aprueba se funden los monasterios con renta, ó sea
el consejo del P. Báñez. Viene la Santa de Malagón cá Valladolid pa-
sando por Escalona. Obedece en esto al P. García de Toledo, Maes-
tro de Novicios en Avila. 300 y 301 .
Fundación de Valladolid. Funda la Santa en Valladolid el día de la
Asunción, y predica el P. Hernando del Castillo. Los Dominicos asis-
ten á la traslación, que se hizo del Convento. 301. El P. Báñez sos-
tiene en su vocación de Descalza á Doña Casilda de Padilla. Elo-
gio que Santa Teresa hace de dicho Padre. ídem del Año Teresiano.
El P. Báñez director nato de este Convento. 302. Ayudan á la Santa
en esta fundación los Maestros Osma, Orelhma, Suárez, Meneses y
Diego Alvarez. Predica el P. Báñez y agrada á la Santa. Palabras de
la Crónica sobre el P. Pedro Fernández. 303.
Fundación ide Toledo. Funda en Toledo en 1569. Habla la Santa al
Gobernador. Defiende ante el Consejo del Arzobispo el P. Barrón la
nueva fundación de la Santa. Palabras del jesuíta P. Ribera. 304 y
305. Síntesis del capítulo. Caso acaecido á un Dominico con un juga-
dor. 3(J6 y 307.
CAPÍTULO V.— San Pío V. nombra Visitadores Apostólicos
de la Orden del Carmen á los RR. PP. Dominicos Fr. Pe-
dro Fernández y Francisco Vargas .^09
San Pío expide el nombramiento el 20 de Agosto de 1569. Palabras de
la Iglesia sobre este Santo Pontífice. ídem de la Crónica. 309, 310 y
311. Palabras de \'a Santa sobre el P. Pedro y el P. Báñez. 31 1 y 312.
Santa Teresa iníluye en este nombramiento con sus cartas al Pontí-
fice. Declaración de Isabel de Santo Domingo. 312. Idea general del
Pontificado de San Pió V. 312 y 313. Los Visitadores, sostén de la
Reforma. 313. Palabras de la Santa que lo confirman. 314. San Pío V
visita al subir al cielo á Santa Teresa. Tradición sobre la celda de la
Encarnación en que esto sucedió. 314. Palabras de la Mujer Grande
y del Año Teresiano. 314 y 315. Elogio de las célebres Madres Car-
melitas de París sobre el P. Pedro. 316 y 317. El P. Vargas. 317. Pa-
labras del Año Teresiano. MH. Conclusión. 318 y 319.
CAPÍTULO VI. -Fundaciones de Carmelitas Descalzas y
Descalzos en Pastrana; y los PP. Vicente Barrón, Her-
nando del Castillo y Pedro Fernández 321
Palabras de la Crónica sobre estas fundaciones. ídem de Santa Tere-
-713-
Páginas.
sa. 321, 322 y 323. Conducta de la Santa digna de imitación. El P.
Barrún la manda hacer estas fundaciones. 324 y 325. Juan de la Mi-
seria. Se ñmdan los dos Conventos el 9 y 13 de Julio. Consejo del
P. Báñez. 325 y 32G. Elogio que hizo el P. Hernando del Castillo de
los Descalzos de Pastrana. Palabras de la Crónica. 326 y 327. Con-
sulta Santa Teresa al P. Báñez sobre un Maestro de Novicios de
Pastrana. Carta del P. Báñez á Santa Teresa sobre este Maestro.
327, 328,329, 330 y 331. Visita el P. Pedro los Conventos de Pastra-
na, y edificación que causa. 327, 328, 329, 330, 331, 332, 333, 334,
335, 336 y 337. Ruidosa traslación de las Descalzas de Pastrana á
Segovia. Papel importante que desempeñaron en ella los Dominicos
Pedro Fernández, Báñez y Hernando del Castillo. 332, 333, 334, 335,
336 y 337. Santa Teresa amicisima de la verdad. El P. Pedio la lla-
ma «Teresa de la gran cabeza». 337. Efecto que causó en la Corte
de Madrid el testimonio, en favor de la Reforma, de los hijos de
Santo Domingo y reunión del Capítulo. 338.
CAPÍTULO VIL— Fundaci{3n del Colegio de San Cirilo y el
P. Pedro Fernández 339
Biografía de Ambrosio Mariano por Santa Teresa. 339, 340 y 341. Asis-
te la Santa á la toma de hábito y profesión de éste y de Juan de la
Miseria. Trata la Santa de fundar un Colegio de estudios para su
nueva Reforma. 340. Pide la licencia al Visitador P. Pedro. 341. Este
la concede con gusto por amor á la Santa. Palabras de la Mujer
ür¿iiuie. 342 y 343. El príncipe Rui Gómez de Silva subvenciona
los gastos para la fundación, por la buena información del í^. Her-
nando del CastilUo. Palabras de la Crónica. 343. Ídem de la Mujer
Grande. Otras palabras de la Crónica en alabanza del nuevo Cole-
gio. 344. Fué este Colegio la casa matriz donde se formaron tantos
sabios de la Descalcez. 345. El P. Pedro con su ejemplo y exhor-
taciones influye poderosamente en la santidad de aquellos jóvenes
estudiantes. 345. Palabras de la Crónica. Ídem de 1-r. Luis de Gra-
nada. 346.
CAPÍTULO VllL— Fundaciones de Salamanca y Alba, y los
PP. Pedro Fernández y Domingo Báñez. Otros sucesos. 347
Fundación de Salamanca. La Santa Funda en Salamanca en 1570.
Los Jesuítas la prestan ayuda en esta fundación. 347. Consejos de la
Santa á las Prioras sobre los confesores letrados. María del Sacra-
714 —
Páginas.
nieiito. Intervención del P. Pedro en esta fundación. Santa Teresa
nada podía hacer sin su permiso. 34S y 349. Palabras de la Santa.
349. Humillación de la Santa en Salamanca, debida á la volubilidad
de Don Pedro de la Vanda. 349 y 350. El P. Pedro asigna á Santa Te-
resa por conventual de Salamanca hasta la muerte. Idea feliz de este
Padre. El P. Gracián la respeta y confirma. 350 y 351. Palabras de la
Santa sobre el P. Báñez. Pidió para él al Señor la Cátedra de Pri-
ma. 852.
Fundación de Alba. Palabras de Santa Teresa. La riñe el P. Báñez
por no querer fundar con renta. 352. Obedece al P. Báñez y funda un
Convento en esta Vilia. Palabras de Ribera, Sr. Yepes y la Crónica
sobre esta fundación, y el P. Báñez. 353.
Otros sucesos. Santo Domingo y Santa Catalina de Sena se aparecen
á la Santa en Salamanca. Comunica esta merced al P. Báñez. Mila-
gro del Santo Patriarca por la oración de la Santa. Palabras nota-
bles de Santa Teresa sobre Santa Catalina. 354. Devoción de la San-
ta á Santo Domingo y á Santa Catalina. 355. Se traslada la Santa á
Medina, y de alli á Avila. El í^. Pedro la conoce en Avila y queda
prendado de ella. 355 y 356. Declaración del P. Carvajal. La defien-
de en Medina el P. Pedro Fernández contra los atropellos de un
Provincial Carmelita. 357. Resumen del capítulo. Declaración del pa-
dre Báñez. Intento de fundar un Colegio de doncellas en Medina,
intervención en este negocio de los PP. Pedro Fernández, Do-
mingo Báñez y el Prior de San Andrés. 358 y 359.
CAPÍTULO IX.— Santa Teresa es nombrada Priora del Con-
vento de la Encarnación por el Visitador Dominico P. Pe-
dro Fernández 361
Palabras de la Crónica sobre el mal estado de este Convento. Número
crecido de religicjsas. 301 y 3(i2. El P. Pedro la nombra Priora. Pa-
labras de la Mujei Grande. 3ül y 362. Repugnancia de Santa Teresa.
Palabras que la dirige el Señor. Obedece la Santa. Continuación de
las palabras de la Crónica. Declaración de Isabel de Santo Domingo.
363, 3(>4 y 3(J5. Relación diferente que hace de este suceso Doña Ma-
ría Pínel. 365 y 366. Dos declaraciones tomadas del proceso de Avi-
la. 3()(i y .367. Estratagema de la Santa Madre, y plática que dirige á
las Monjas al tomar posesión de su priorato. 367 y 368. Reforma sa-
ludable en este Convento. Palabras de la Santa que lo afirman. ídem
715
Páginas.
de una declaración, de la Crónica y del P. Antonio de San José. 368
y 360. Elogio que la Santa hizo de este Convento según el testimo-
nio de este mismo Padre. A petición de la Santa el P. Pedro nombra
á San Juan de la Cruz y al P. Germán confesores de la Encarnación.
Carta del P. Pedro á la Duquesa ele Alba, negííndose á que la Santa
se ausente de este Convento. 369, 370, 371 y 372. Cede, por fin, el
P. Pedro. Declaración de Julián Dávila sobre los confesores. 372. Pa-
labras de Doña Maria Pinel. Elogio de la Mujer Grande sobre el P.
Pedro. 373. ídem del P. Ribera y de Julián Dávila. 374. Sermón ma-
ravilloso predicado en la Encarnación por un Padre de Santo Tomás.
375. Resumen sobre la prudencia del P. Pedro en hacer Priora á San-
ta Teresa. 376.
CAPÍTULO X.— Fundaciones de Altomira y de Segovia.
Visita Santa Teresa la cueva de Santo Domingo en Sego-
via. Fundación de Veas 377
Fundaciones de Altomira y Segovia.— El Padre Pedro da licencia para
fundar Convento de Descalzos en Altomira. Nombra vicario del nue-
vo Convento. Se funda también con su licencia el Convento de re-
ligiosas de Segovia. Palabras de Santa Teresa. 377 y 378. Declara-
ción copiosa de Isabel de Santo Domingo. 378, 379, 380 y 381. Con-
tradicciones que súfrela Santa en esta fundación. Palabras de la San-
ta y del Comentador. 380, 381 y 382.
Visita la santa cueva de Segovia.— Historia y descripción de la Cueva.
Favores que en ella recibe. PP. Yanguas y Luna. 381, 382, 383 y 384.
Testimonio de Dorotea de la Cruz hubre el P. Yanguas. Pasaje
notable sobre este punto del Año Teresiano. 384, 385, 386 y 387.
Fundación de Veas. Se verifica la fundación en 1575. Palabras de la
Santa á intervención del P. Pedro. Sucesos en la Encarnación. Opo-
sición del P. Pedro á la multiplicación de Conventos. La Santa
aprueba este modo de pensar. 387, 388 y 389. El P. Pedro dá licen-
cia para esta fundación. Santidad de las religiosas de Veas testificíida
por un Padre Dominico. 389 y 390.
CAPÍTULO XL— Los Conventos de Descalzos en Andalu-
cía y el P. Francisco Vargas 391
El P. Vargas gran promotor de la Reforma en Aiidalucia. 391. Pasaje
extenso de la Crónica que lo testifica. 392, 393 y 394. Primer Con-
vento de Descalzos en Andalucía, debido al P. Vargas. 394. Contiiuia
-716-
Páginas.
este Padre propagando la Descalcez. Palabras de la Mujer Glande.
395. Delega su autoridad en el P. Baltasar Carmelita. Patente de la
delegación. 395 y 396. Consigue el P. Vargas vengan los PP. Gracián
y Mariano. Carta que escribió al P. Mariano y palabras de la Mujer
Grande. 397 y 398. El P. Báñez trabaja también en este sentido. Pa-
labras de Santa Teresa. 398. Delega de nuevo el P. Vargas su auto-
ridad en el P. Gracián. Patente de la delegación. Palabras de la Mu-
jer Grande y de la Crónica. 399 y 400. Celo grande del P. Vargas
por la Reforma. Carta que en favor de los Descalzos escribe al Rey
Felipe II. Importancia de esta carta. Otro testimonio de la Santa sobre
el mismo P. Vargas. 401 y 402.
CAPÍTULO XII.— Fundación de Descalzas en Sevilla. Los
PP. Fr. Bartolomé de Aguilar, Fr. Baltasar, Fr. Pedro Fer-
nández, Fr. García de Toledo y Fr. Francisco Vargas 403
Los Carmelitas obtienen un contra-Breve. El Nuncio Honnaneto nom-
bra Visitadores in solidum á Vargí\s y Gracián. 403. Santa Teresa
conoce por primera vez al P. Gracián en Veas. No se entiende con
los andaluces, ni éstos con ella. Pasajes en que afirma esto la Santa.
No sucedió así con los palentinos. 404 y 405. Palabras de la Santa
alabando al Dominico Bartolomé de Aguilar. ídem del Comentador.
405 y 406. Consulta con el P. Baltasar. El P. Pedro Fernández
ayuda á las Descalzas de Sevilla por encargo de la Santa. Palabras
de la Santa y del Comentador. María de San José es restablecida en
su oficio de Priora. Ayudan en este caso los PP. Pedro y Hernando
del Castillo. Palabras del P. Antonio de San José. 406. 407 y 408. Pa-
labras de la Santa sobre el P. García de Toledo. 408. El P. Cuevas
defiende á María de San José. Los Calzados obtienen un Breve para
impedir la visita de Gracián. El P. Vargas recoge este Breve. Carta
del Rey con este motivo. 409 y 410. Ordenaciones del Capítulo Ge-
neral de Plasencia y del Nuncio Honnaneto. 410 y 411. Resumen del
Capítulo. 411 y 412.
CAPÍTULO Xlll. -Arrecia la tempestad contra la Descal-
cez. 1-1 P. Pedro l-ernández. Caridad de los Dominicos.
Un letrado dominico 413
Empieza el periodo más álgido de la persecución contra la Reforma.
413. Pa.saje extenso de Santa Teresa en que la describe, 414, 415,
416 y 417. Amor de los Duques de Alba á la Santa y su Reforma.
-717
Páginas.
Procuran enviar al P. Pedro Fernández á Madrid para que la de-
fienda ante el Nuncio. Santa Teresa califica este pensamiento de
traza venida del ciclo. 417 y 418. Palabras de la Santa y del Comen-
tador. 418. Caridad de los Dominicos de Avila. Parecer de un letrado
dominico. Palabras de la Santa y del Comentador. 419. El parecer
del dominico es aprobado por las Universidades de Alcalá y Sala-
manca. Prevención grande del Nuncio contra Santa Teresa. Con-
cepto que de ella tenía formado. 419 y 42J. Carta de la Santa al Rey.
Resumen del capitulo. 421, 422 y 423.
CAPÍTULO XIV.— Señala el Rey cuatro asistentes al Nun-
cio, entre ellos á los dominicos Hernando del Castillo y
Pedro Fernández. Suceso misterioso que tuvo lugar en
este tiempo. 425
El P. Podro habla al Nuncio, al Rey y al Conde de Tendilla. Palabras
del Rey al Nuncio. Impresión que le causaron. 425. Trata el Nuncio
de justificar su conducta y pide se le señalen consejeros. Nombra el
Rey á Luis Manrique, Lorenzo de Villavicencio, Pedro Fernández y
Hernando del Castillo. Bio^n-afia del agustino Villavicencio. 42G y
427. Confianza especial en los dominicos. Especialísima en el P. Pe-
dro. Palabras de la Santa, del P. Antonio de San José y del Sr. La
Fuente. 428 y 429. Entrev sta del P. Castillo en Toledo con Santa Te-
resa. Palabras notables del Año Teresiano. 430. Prudencia de les
Asistentes con el Nuncio. Cons gu3n el nombramiento del P. Salazar
para Vicario General de la Descalcez; patente de este nombramiento.
431, 432, 433 y 434. Instrucciones que le da el Nuncio. Alegría de la
Descalcez con este nombramiento. Triunfo que con esto consiguen
los Asistentes. Palabras de la Mujer Grande. 433, 434 y 435. Funda-
ción de Villanueva de la Jara. Alegría de Santa Teresa al ver en la
procesión un Fraile Dominico. Pasaje notable del Año Teresiano
sobre este punto. 436, 437, y 438. Suceso misterioso del perro, repre-
s-íntando á N. P. Santo Domingo. Relación del suceso por el Ilustri-
simo Yepcs. ídem por el Año Teresiano. 439, 440 y 441.
CAPÍTULO XV.— Continúan las sesiones de los Asistentes
con el Nuncio. El P. Chaves 443
El gobierno del P. Ángel de Salazar sólo era una cosa interina. Los
Asistentes trabajan con el Nuncio para c|ue éste pida la separa-
ción in perpctuum de Calzados y Descalzos. Se decide el Nuncio á
--718-
PáginaS.
pedirla. Informe trabajado por los Asistentes, que el Nuncio presenta
al Rey. 443. Copia literal de este informe magistra'. 444 y siguientes.
Idea capital que domina en el informe. 451. Diversos pasajes de Santa
Teresa en que suspira por ia separación de Provincia. 452 y 453.
Santa Teresa se vale del P. Chaves para este fin. Elogio que la Santa
hace de este padre, diciendo que «era muy cuerdo». Elogio del mis-
mo por el V. Palafox. 454 y 455. Fué modelo de confesores de Re-
yes. Le escribe Santa Teresa. 456. Resumen de lo expuesto en el ca-
pitulo. Observación importante y sentido que tiene. 457 y 458.
CAPÍTULO XVI.— Decreto de separación. El Cardenal Do-
minico Blancis. Los PP. Pedro Fernández y Juan de las
Cuevas. Otros Dominicos • 459
Salen para Roma en secreto dos Descalzos á negociar la separación.
Los Dominicos como amigos confidentes en este secreto. 459. Son
bien recibidos en Roma por tres Cardenales, en especial por el Car-
'denal Blancis Dominico y Obispo de Tiano. Agrada la idea de la se-
paración á los demás Cardenales y al Papa. Se expide el Breve de
separación el 22 de Junio de 1530.460. Santa Teresa funda en este
tiempo su convento de Patencia. Ayuda que los jesuítas la prestan en
esta fundación. 461. Llegan de Roma á Toledo los PP. Descalzos.
461. Alegría co.nún de toda la Descalcez. Llega el Breve á manos del
Rey. Su contenido. Viene nombrado para presidir el Capítulo el Arzo-
bispo de Sevilla. Muere éste y el Rey propone al P. Pedro Fernán-
dez. 462 y 463. Su'Síuitidad nombra al P. Pedro presidente del Ca-
pítulo de Separación. Le encarga al P. üracián participe este nom-
bramiento al P. Pedro. Carta del Rey al P. Gracián con este motivo.
464. Parte el P. üracián á Salamanca, donde encuentra moribundo al
P. Pedrít. I^alabras de éste acerca de la Reforma. Muere el P. Pedro,
y es nombrado para presidir el Capitulo el Dominico Juan de las
Cuevas, Prior en Talavera. Breve de Gregorio XIIL 465, 466 y 467.
Palabras de Santa Teresa y del P. Antonio de San José sobre la
separación. El P. Prior de los Dominicos de Atocha trabaja para la
fundación de Madrid. 4()6, 4()7 y 46H. Santa Teresa encarga oracio-
nes á sus hijas por el P. Pedro. Elogio de este Padre. Resumen del
Capitulo. 46H, 469 y 470.
CAPÍTULO XVII. -Capitulo dcSeparación celebrado en Al-
cal.'i (le I leñares, y el R. P. Alaestrcj l'r. Juan de las Cuevas. 471
- 719 -
Páginas
Importancia de este Capítnlo.— I.— Intervención de los Do-
minicos antes del Capítulo 471
Escribe el Rey al P. Cuevas, y éste le cor.testa. Otra carta del Rey al
mismo padre. Texto de ella. 472 y 473. El P. Cuevas cumple en Ma-
drid con el Nuncio. Notifica su comisión al P. Salazar. Envía convo-
catorias á los Priores Descalzos. Escribe también á las Descalzas.
473. Santa Teresa escribe á algunos délos Vocales. El padre
Cuevas se traslada á Alcalá. Nombres de los Vocales. Proimncia
Cuevas el 3 de Marzo de 1581 el auto de separación. Dos cosas
importantes que se deben tener presentes. 474 y 75. Primera: Im-
portantes memoriales que la Santa envía al Capitulo para el buen go-
bierno de Descalzas y Descalzos. Palabras de la Santa. 476, 477,
478, 479, 480, 481, 482 y 483. Segunda: Santa Teresa trabaja porque
salga Provincial el P. Gracián. Cartas de la Santa que testifican su
empeño 483, 484 y 485. Escribe en este sentido al Comisario P. Cue-
vas. 486 y 487.
II.— Intervención de los Dominicos en el Capítulo 487
Elección de los Definidores. 487 y 488. Se dividen los Electores y re-
sulta elegido sólo por un voto más el P. Gracián. 488 y 489. Con-
ducta prudentísima del P. Cuevas. Prevención del Cronista contra
el P. Gracián, y el por qué de ella. 489 y 490. Se debe á la maña del
P. Cuevas el que triunfase el candidato de la Santa, 490 y 491. Se
arreglan en este capítulo las Constituciones, y el P. Cuevas dá
cuenta de todo al General. 491. Termina su comisión el P. Cuevas, y
se despide. La Corte, el Nuncio y el Rey alaban su conducta. Este
agradecido le nombra Obispo de Avila. 492.
III.— Intervención de los Dominicos después del Capítulo. . 492
Gozo de Santa Teresa al saber la elección del P. Gracián. Elogio que
la Santa hace del P. Cuevas. Su agradecimiento al mismo Padre. 492
y 493. Consejos que da la Santa al nuevo Provincial, apoyándose en
la autoridad respetable del P, Cuevas. 494. El P. Cuevas satisface á
las quejas de los Padres Calzados. Resumen de todo el Capitulo. 495
Testimonio del Año Tercsiano, 495 y 49rt. Palabras celestiales de
Santa Teresa. 496, 497 y 49S.
CAPÍTULO XVIIl. — Fundaciones de Soria y Burgos, y los
PP. Alderete, Vallejoy Arcediano. Epitafio del P. Yanguas
en el sepulcro de Santa Teresa 499
-720-
Páginas.
Expresiones cariñosas de la Santa al P. Gracián, y fundación que hace
en Soria. 499 y 500. El P. Alderete ayuda á la Santa en el negocio de
Doña Elena de Quiroga. Elogio que la Santa hace de la santidad de
este V. Padre. Palabras del P. Antonio de San José. 500 y 501. Ayuda
también á la Santa en Soria el P. Vallejo y le encarga confiese á sus
hijas. 501 y 502.
Palabras de la Santa sobre los Doninicos y Padres de la Compañía.
Los Pontones. Palabras graciosas de la Santa. El Agustino P. Santo-
tis. 502. Declaración del P. Prior de San Pablo. La ayuda también el
Dominico P. Marta. La Santa sale de Burgos el 20 de Septiembre de
1582 para Alba. 502 y 503. Su muerte en 4 de Octubre de 1582. 503.
Testimonio del Sr. Yepes. El P. Yanguas confesó por espacio de ocho
años á la Santa. Expresivos versos del P. Yanguas. Resumen del
Capitulo. 504, y siguientes.
CAPÍTULO XIX.— Defensa que hace el P. Domingo Báñez
de las Descalzas ante el Vicario General de la Reforma,
M. R. P. Fr. Nicolás de Jesús Doria 507
Hecho excepcional ocurrido ocho años después de la muerte de la
Santa. Los PP. Carmelitas intentan desentenderse de las Monjas.
Los PP. Gracián, Báñez y Fr. Luis de León abogan en favor de
ellas. 507 y 508. El P. Báñez se presenta al P. Doria y le habla con
grande interés. Contestación del P. Doria. Salida del P. Báñez. Re-
plica el P. Doria. Palabras del Rey sobre el P. Báñez. 508, 509, 510
y 51 1. Elogio del Año Teresiano el P. Báñez. Ligereza del P. Pons,
512. Producen efecto las palabras del P. Báñez. La entrevista con
el P. Doria no puede atribuirse á Fr. Luis de León. Disgusto del Rey
con Fr. Luis de León. Elogio de Santa Teresa al P. Báñez. 513,
514 y515.
CAPÍTULO XX. — Resumen de lo expuesto en esta obra.
Alfjjunas observaciones 517
I. — Resumen 517
Dedicatoria del Dominico P. Gonet. Se toma el resumen del Año Te-
resiano. Razón de esta conducta. 517 y 518. Aparición de Santo
Dominiío á Santa Teresa en la Cueva de Seg<ivia. Hermandad de las
dos Religiones. 518 y 519. El P. José de la Encarnación. El Doctor
Espino. Origen de esta hermandad. 520. Suceso misterioso del perro.
521 y .522. El P. I'.arntii es el instrumento á quien debe el mundo el
721 -
reparo de la Santa y su insigne virtud. 522 y 523. Defiende á la
Santa en su primera fundación el P. Ibáñez. Por qué no la defendie-
ron los PP. Jesuítas. Es inadmisible la causa que señala el P. Ribera.
523, 524 y 525. Martirio de la Santa con la reprensión del jesuíta
P. Alvarez. 526. Actitud y grande ánimo del P. Ibáñez. 526 y 527.
Defiende el P. Domingo Báñez la nueva fundación. El célebre poe-
ta P. Campaña. 528. Consigue el P. Ibáñez venga definitivamente
Santa Teresa de la Encarnación á San José. Carta de San Luis Bel-
trán. 529. PP. Ibáñez y Báñez. Testimonio de éste. 530. PP. Pedro
Fernández y Francisco Vargas, Visitadores Apostólicos. 53Ü y 531.
PP. Hernando del Castillo y Pedro Fernández, Asistentes con el
Nuncio. Aparición del perro. 532. P. Cuevas presidente del Capí-
tulo de Separación. El Cardenal Hugo. 532 y 533. Los dominicos la
sacan de muchas ignorancids que la Santa tenía por la dirección de
confesores poco letrados. 533, 534 y 535. Grande elogio del P. Báñez
535 y 536. P. Barrón, P. Ibáñez, P. García de Toledo, P. Chaves,
etc. etc., Priores de Santo Tomás. 537 y 538. Síntesis de todo lo
dicho por el Año Teresiano. 539.
II.— Santa Teresa durante toda su vida no tuvo ningún en-
cuentro con la Orden de Santo Domingo. Su amistad con
esta Orden fué constante
En todos los escritos de la Santa no hay ni una palabra que revele tu-
viera algún encuentro con la Orden Dominicana. 539. Asunto de una
tal Samanú. Palabras de la Santa y del Comentador. 540. Declaración
del Conde de los Arcos. En nada desvirtúa nuestra afirmación. 540,
541 y 542. Se prueba hasta la evidencia que el sermón en que fué la
Santa afrentada tuvo lugar en la parroquia de Santo Tomé. Testi-
monio de Ribera, Sr. Yepes, Crónica, la Mujer Grande, Gregorio de
Santa Salomé y declaración de Teresita. 542, 543, 544, 545 y 546.
Otra inexactitud del P. Pons. Amistad constante de Santa Teresa á
la Orden de Santo Domingo. Amistad de sus Padres. Testamento de
su Madre Doña Beatriz. Santo Domingo amigo por excelencia de la
Santa. 545 y 546. Santa Teresa y sus Religiosas de Toledo son admi-
tidas á la participación de los bienes espirituales de la Orden de
Santo Domingo. Elogio del General Serafín Cavalli. 547 y 548.
111.— Observaciones críticas alas notas y apéndices que el
P. Pons pone á la vida de Santa Teresa por el P. Ribera.
Páginas.
539
548
4r.
— 722 -
Defecto capital del P. Pons. Sus afirmaciones contienen una parte de
verdad, pero no toda. Desaciertos del V. P. Baltasar Alvarez, del
Rector Vázquez y del P. Fernando del Águila. 548 y 549. Palabras
notables de Santa Teresa sobre los padres Jesuítas Rodrigo y Acos-
ta. Disgustos de la Santa con los Padres Jesuítas. Carta que Santa
Teresa escribe al P. Juan Suárez, Provincial de la Compañía en Cas-
tilla sobre el P. Gaspar Salazar. 550, 551 y 552. Comentarios sobre
ella del V. Palafox. 553 y 554. Otras cartas de la Santa sobre ese
asunto que llama barahunda. Necesita la Santa escribir á Roma para
que los Jesuítas de Andalucía y Castilla estuviesen más blandos. 554 y
555. Disgustos con el jesuíta P. Olea. Atribuye este Padre á la Santa
tretas impropias de la Santa Madre. Comentario muy original y opor-
tuno del P. Antonio San José. 555 y 556. Entereza de carácter en la
Santa. Terquedad del P. Olea. Dicho agudo de la Santa sobre este
negocio. Comentario del P. Antonio. Otro disgusto de Santa Teresa
con los Jesuítas de Valladolíd, por los dineros. Palabras apasionadas
del Sr. La Fuente. 557 y 558. Falta de documentación á ciertas afirma-
ciones del P. Pons. Palabras de San Juan de la Cruz sobre los Pa-
dres de la Compañía. Nunca probará el P. Pons la falta de auten-
ticidad de este notable d(Kumento. 553 y 559. La carta de la Santa
á Cristóbal R. M(jya es nuiy dudosa, por no decir apócrifa. Palabras
del Sr. La Fuente. Síntesis de la carta de la Santa al canónigo Reino-
so por el P. Antonio de San José. Texto de la carta. 560 y 561. Co-
mentarios del P. Antonio. 561, 562 y 563. Esfuerzos inútiles del Pa-
dre Pons para probar que las quejas de la Santa no van dirigidas
contra la Compañía. Quedan mal paradas por el P. Pons la lógica y
la gramática. Incompatibilidad que señala sin fundamento. 563, 564
y 565. Ningún valor del argumento tomado del P. Fr. Francisco de
Santa Mana. Palabras omitidas por el P. Pons que ponen en claro
la verdad. 565 y 506. Ultimo esfuerzo del P. Pons. Las palabras de
la Santa su general, no pueden entenderse del General de los Car-
melitas. Verdadera historia de este suceso. Genuína interpretación
de las palabras de Santa Teresa. C(msejo al P. Pons sobre la lectu-
ra de la Crónica de la Reforma. Las palabras de la Santa yo creo que
ellos dirán mentira, deben t(»marse proutjacent. 566, 567 y 568.
Otro consejo al I'. F^)ns. Juicio de un Profesor de París sobre el P.
Pons. Síntesis de la conducta de las Jesuítas con Santa Teresa 569.
CAPÍTULO XXI.— Agradecimiento de Santa Teresa deje-
Páginas.
-723-
Páginas.
SUS y de sus hijos á la Orden de Santo Domingo 571
I.— Correspondencia de Santa Teresa de Jesús con la Orden
Dominicos 571
El P. Ribera sobre la gratitud de Santa Teresa y palabras de la
Santa. 571. Noé y Santa Teresa. Expresión de Santa Teresa so-
bre el hábito doniinicantj. 572. Palabras de la Santa á Fr. Luis de
Granada y al P. García de Toledo. ídem sobre el P. Baííez y Mel-
chor Cano. 573 y 574. Otro Pasaje de la Santa sobre algunos Pa-
dres de la Orden de Santo Domingo. 574, 575 y 57G. Liberalidad de
la Santa con la Orden Dominicana. Suceso con el P. García de To-
ledo. Su solicitud se extiende aún á las necesidades corporales. 576
y 577. Santa Teresa y el P. Pedro Ibííñez. Melchor Cano y Báñez.
Comercio mutuo entre Santa Teresa y los Dominicos. 577, 578 y
579.
II. — Agradecimiento de los hijos de Santa Teresa que siem-
pre han debido á la religión dominicana 580
Confesión bellísima del Aíw Tcresiano. Agradecimiento de la Orden
de Santo Domingo por esta confesión. Tributo de admiración y res-
peto. Cumplen los descalzos tres órdenes de obligaciones con los
hijos de Santo Domingo. 580, 581 y 582. 1." Imitan sus costumbres.
2." Reciben, siguen y defienden su doctrina. Han practicado en
punto á doctrina el dictamen de su Santa Madre. 582. Palabras
notables sobre esta materia de los Salmaticenses, del llustrísimo
Caramuel, del doctísimo Casales y del Conde de Maceda. 583 y
534. Carta notabilísima de los Dominicos de Tolosa á los Salma-
ticenses. 585, 580, 587, 588, 589 y 590. 3.=* Servir á la Orden de
Santo Domingo. Oficio del General de los Carmelitas Descalzos
Padre Pedro de Jesús María con la Orden dominicana. Testi-
monio del Maestro dominico Fr. Domingo Pérez. Costumbre inme-
morial en el convento de San José de Avila el día 4 de Agosto. Con-
clusión de la Obra. 590 y 591.
APÉNDICE.— I.— Alusiones que Santa Teresa hace en sus
cartas á diversos Padres Dominicos 593
P. M. Fr. Domingo Báñez. 593 y 594. P. Pedro Fernández, Visitador
Apostólico de la Orden del Carmen. 59 < al 603. P. García de Tole-
do, 603 y 604. P. Bartolomé Medina, 604 y 605. P. Salucio. 605 al 607.
P. Diego Alderete. 607 y 608. P. Bartolomé Aguilar. 608. P. Diego
— 724 —
Páginas.
Chaves, Confesor de Felipe II. 608 y 609. P. Juan de las Cuevas,
Comisario y Presidente del Capitulo de Separación. 609 y 610.
P. Vallejo, 610. Otras varias alusiones á Dominicos que se hallan en
las Cartas de Santa Teresa. 611 al 613.
APÉNDICE.— II.— Cartas de Santa Teresa á algunos Padres
Dominicos ... 613
Carta-Relación al P. Pedro Ibáñez. 613 al 617. Carta al P. M. García
de Toledo. 617 y 618. Carta primera al R. P. M. Fr. Domingo Báñez.
618 al 621. Carta segunda al mismo Padre. 621 al 623. Carta tercera
al mismo Padre. 624. Carta cuarta al mismo Padre. 624 al 626. Carta
al V. P. M. Fr. Luis de Granada. 626 al 628.
APÉNDICE III. — Algunas declaraciones de PP. Dominicos
en los Procesos para la canonización de Santa Teresa. . . 628
Declaración del P. Báñez. 628 al 635. Declaración del P. Diego Yan-
guas. 635 al 640. Declaración del P. Juan de Montalvo, Predicador
del Monasterio de Santo Tomás de Avila. 640 y 641. Declaración del
V. P. Juan de Arcediano, Prior del Convento de Santo Tomás de
Avila. 641 y 642. Declaración del P. Alonso de Carvajal, Prior del Mo-
nasterio de Santo Tomás de Avila. 642 al 645. (1). Declaración del
P. Gabriel de Ludeña. 645 y 646. Declaración del P.Juan de Alarcón.
646 al 651. Segunda declaración del P.Juan de Alarcón. 651 y 652.
Declaración del Presentado Fr. Juan de Medina en el proceso de Bur-
gos. 652 al 054. Declaración del P. Tomás Ramírez, Lector de Teolo-
gía de San Pablo d¿ Burgos. 654 al 656. Otras declaraciones. 656.
Declaración del P. Enrique Enriquez de la Compañía de Jesús. 656.
El Dominico Fr. Jerónimo Lanuza. 657.— D. Andrés de Melgoza, hijo
del Alférez Mayor de [burgos. 657.— Sor Beatriz de la Purificación,
Carmelita Descalza de Burgos. 658.— P. Fr. Bartolomé Sánchez, Car-
melita calzado. 658.
APÉNDICE IV. -Biografías de algunos PP. Dominicos, con-
fesores de Santa Teresa 658
\\ Vicente Barrón. t)58 al 660. P. Pedro Ibáñez. 660 al 665. P. Domingo
Báñez 6<)5 y 660. P. Diego de Chaves, 666 y 607. P. M. Fr. Barto-
lomé de Medina. (j()7 y 6(J8. P. M. Fr. Felipe Meneses, 608. P. Juan
de Salinas. OfiH al 670. P. Martin Lunar. 070. P. M. I'r. Diego Yaii-
(I) Las informaciones se hicieron en Avila en 15'.»5 y V'>U).
725
guas. G71. P. Juan Velazquez de las Cuevas, Obispo de Avila. 671 al
674. P.Juan Gutiérrez, 674. P. Hernando del Castillo 674 al 676. Padre
García de Toledo, 676 al 682. P. Pedro Fernández. 682 y 683. El
P. Mancio 683 al 685. El V. P. Fr. Melchor Cano. 685 al 686. P. Bal-
tasar de Vargas. 686 y 687. P. Luis de Barrientos 687 y 688. El P.Juan
de Arcediano. 688. R. P.M. Pedro Peredo. 689. R. P. Fr. Diego Alva-
rez. Arzobispo de Trani en Ñapóles. 690 R. P. Fr. Juan Callejo. 697.
R. P. Romero. 698 P. Fr. Bartolomé de Aguilar. 698 R. P. Juan de
Orellana. 698 P. Maestro Fr. Diego Alderete. 699.
Páginas.
FE DE ERHATA!
ijin2.
LlNEA
ü IC E
li É A.SE
79
31
por
fué
86
i'ilt
ima
encomendase
enmendase
92
1
con ella
contra ella
105
3
1564
1566
112
2
si el mesnio Señor nos
si el mesmo Señor no
112
2
Vida de Santa Teresa,
cap. XXIll.
La Fuente, 1861, tomo 1."
página 502.
225
24
que lo entiendo
que no lo entiendo
255
nota 1.^
estorbo
estrecho
299
5
Colegio de Santo Tomás.
Conventode MadredeDios.
372
1.3
de la nota
con qué como
con qué modo
380
13
fratum morum
fratrum suorum
468
9
de este Breve
este Breve
491
20
al Presidente
el Presidente
555
5
sus hijos.
sus hijas
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